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HABLAR
Edgar De Santo
creditos
Acaso querrían hablar
LA ADVERTENCIA
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Acaso querrían hablar
PRIMERA PARTE
PRIMERA EXPEDICIÓN
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
libro.
-¿Por qué dijiste que El Gran Incendio es la guerra?-
se rascaba poquito.- ¿Hay bichos o me parece a mí?
(Temí mientras leía que se me cayera el libro a la
pileta, después de la recomendación que ella me dio
acerca de que no se me vaya a mojar, ahora es el
momento de rascarme a mis anchas).
Ella no lo escuchó. Buscó algo de sombra en el patio
pero no encontró. Siguió leyendo,
- “Todo debía estar oscuro, porque era de noche, y
sin embargo no estaba oscuro. Por doquier había
luces, círculos y manchas de luz”. Me parece que
me faltó que era arrastrado del cuerpo- el calor le
irritaba la garganta. Cómo ubicarse en una noche
oscura si el sol le daba de pleno- ¿Podemos seguir
adentro? El sol me achicharra.
(Ella está obsesionada con el cuerpo, con el calor. Y
sí, siempre le agarran estas obsesiones. Si no es por
esto será aquello, y a mí no me importa tanto.)
-Esperemos que Celi termine de pasar la lustradora,
ya prendió la Máquina Mágica y el sonido es
atronador.
-¿La lustradora?
-La que lustra a Dora…
Muy propio de él, que se olvidaba tanto del cuerpo
como de sí mismo. Por ahí andaba persiguiendo las
palabras y se perdía.
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Acaso querrían hablar
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
SEGUNDA EXPEDICIÓN
Interludio
Me rechina la cabeza.
Son más de las 2 de la madrugada y entre el malestar
físico y el calor duermo como los pollos.
Suena el teléfono.
Titubeo. Sé quién es.
Espero un poco para ver si desiste.
Pero no.
Levanto el teléfono.
Efectivamente es ella.
La ex.
No habla inmediatamente y de pronto los
borbotones.
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TERCERA EXPEDICIÓN
balcón leyendo.
- No me acuerdo. Para mí el 74 y el 76 fueron años
de lluvia.
- Ajá, si te parece. (Prefiero seguir saboreando la
pechuguita antes que discutir el tema, me quedo
callado y me concentro en la comida.)
Los cubiertos golpeteaban los platos casi vacíos.
Eduardo tomó más de un vaso de agua.
- Eso no es: yo digo que solamente me parece – lo
miró, él estaba con el pollo, con la ensalada, con el
pan. Aunque no le había dado las gracias sabía que
lo estaba disfrutando -. ¿Y las gracias?
- Gracias hacen los monos. (¿De dónde surge esa
fuerza irreprimible de no poder concederle lo
obvio?)
- Claro, y vos sos descendiente del burro.
-¿Lo decís por mis atributos? (No estoy teniendo la
elegancia que pretendo, es un día en que me hubiera
gustado ser como Rhett y no me sale.)
-Ja, ja. El Falo del Fin del mundo - el fin del mundo
le había parecido el departamento de la tía Haydé
cuando llegó a instalarse en el 76.
-Obviamente que para más de una es el Fin del
mundo si no tienen un falo que las ilumine.
- Me parece que el viento debería llevarte algunas
ideas megalómanas.
(Dio en la tecla con lo de la megalomanía pero por
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Acaso querrían hablar
-Continúe.
-Yo tengo hambre, y todo el mundo, papá y mis
hermanas, y los negros, están muertos de hambre
y lo repiten una y otra vez: “¡Tenemos hambre,
tenemos hambre!” Y yo estoy tan vacía que siento
dolor. Y para mis adentros digo: “Si alguna vez
salgo de ésta, nunca más volveré a tener hambre”.
- A ver, dame. ¿Ése es el libro que leímos? – lo hojeó.
Algo conocido tenía. No sabía qué. Tampoco sabía si
esas marcas de lapicera las habían hecho ellos tantos
años atrás. ¿Qué les interesaría a los trece años? No
lograba reconstruir su subjetividad de entonces -
¿Esto lo marcamos nosotros?.
- Sí, porque nunca lo presté y nunca más lo volví a
abrir.
- Y mirá justo lo que marcamos: cuando ella jura no
volver a pasar hambre, con todo su mundo destruido
por la guerra – todo su mundo destruido tendría un
significado autobiográfico para ella en el 76. No por
lo que estaba ocurriendo en la sociedad, de lo que
poco entendía, sino por el drama de su propia familia
–. Pero ésta no es la parte del juramento. ¿Acá está
soñando, no?
(Scarlett/Cuerpito no alcanza a atisbar mi estado.
Del mismo modo que durante tantos años no abrí
ni presté ese libro, no conversamos ni por asomo de
aquellos años. Un puente se alza y no sé bien qué
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
hacer.)
-¿Sabías que la autora, Margaret Mitchell murió al
mismo tiempo que su marido? Los atropelló un taxi
en el 49. Mirá la tumba que les hicieron.
Eduardo no paraba de googlear, saltando de imagen
en imagen mientras ella se acercaba a observar la
foto, parada al lado de la silla destartalada donde
él pasaba tantas horas. - Pero acá tienen distintas
fechas: ella en agosto de 1949 y él en mayo de 1952-
la doble tumba parecía inapelable. Eso de ser
enterrados juntos, como si durmieran una siesta.
Observó como él se había recuperado y ya estaba
metiendo los dedos en la computadora. El término
impuesto era “navegar”, como si continuaran con la
metáfora del mar de información. En todo este juego
de codificaciones, de figuras, de fragmentos, más que
navegar venían naufragando.
-Es cierto. Quizás preferí creer que lo que leí alguna
vez era más cierto que esta lápida ¿Acaso estamos
seguros que es la misma Margaret Mitchell de la que
hablamos?
¿Serán esos los restos de sus cuerpos? Me acuerdo
que leí que Scarlett tenía profundas similitudes con
la autora. Quizás por eso me armé esto en la cabeza,
como una reedición de Romeo y Julieta. (O porque
quizás me gustaría morir junto a vos.)
Trató de traer a su conciencia imágenes de la lectura
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Acaso querrían hablar
otro modo?
-No.
-Entonces, ¿por qué se lamenta?”
impudicia.
La fiesta y la guerra. Scarlett se prepara para otra
batalla: Ashley anunciará en la fiesta su compromiso
con Melanie y ella tiene que impedirlo. La guerra la
aburre porque arruina las celebraciones, el centro
de ese mundo social en el que le tocó un papel
privilegiado. El derecho a la frivolidad, la seducción
y el capricho es patrimonio de los blancos. Los negros
se quedaron sin infancia: una chiquita negra abanica
a las señoritas que reposan en un intervalo de la
barbacoa (digamos el asado) en Twelve Oaks. Las
mujeres negras trabajan toda su vida, igual que los
varones, rubricados por su color de piel. El ocio es
inmunidad de la piel clara, éstos toman su condición
como parte de un orden natural, medieval.
El tiempo se alargaba para que se desenvuelva la doble
tragedia: la del Viejo Sur condenado a desaparecer y
la de Scarlett que tiene que acomodarse a las nuevas
reglas y realizar su sueño de amor.
-Interesante el principio con esa sombra chinesca,
teatro de sombras para el árbol y las personas, y la
mansión es lo definido. ¿Una época que el viento se
llevó? Mmmhh…
-El viento es imagen del tiempo, obvio. ¿Pero viste que
dice “los últimos caballeros”? Como que vinieran de
la épica medieval – esa tierra, el lugar donde tenían
las raíces, en principio no podía pensar en el orden
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
- Chiiisssstttt.
Después llegó la guerra. El casamiento de Scarlett por
despecho. Su viudez. Algo de inocencia quedaba, esa
terquedad por conquistar a Ashley. La protagonista
todavía creía en el amor, cosa que a ella le dibujaba
una nostálgica sonrisa. Ser entera en el deseo de uno
solo, el único.
Batallones de negros eran obligados a pelear en
defensa del sur que los esclavizaba. Pasaban armados
con herramientas de campo. La reiterada carne de
cañón.
-¡Uy! No me acordaba que también con los sureños
iban a pelear lo negros. ¿Peleaban para seguir siendo
esclavos?
-Les hacían creer que las retenciones a las
exportaciones agrícolas eran para darles un salario
digno.
-Mirá como rajan los gringos. Les prendieron fuego
el tuje y Scarlett que quiere volver con su mamá.
Las imágenes de la ciudad incendiada y de Scarlett
escapándose en un carro con Melanie, su bebé y una
esclava eran apocalípticas. Rhett, algo presionado,
las ayuda un corto trecho pero después se va.
-Y Rhett sicopateándola con que la ama, y la deja
sola.
-Quizás le dejó un hadita de la suerte para que llegue
sana y salva.
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Acaso querrían hablar
mucha azúcar.
-¿Te disfrazaste de Scarlett?
-¡No boluda, estoy haciendo la versión latinoamericana
de El regreso de los muertos vivos!
-Dejá, dejá que limpio yo y andá a cambiarte la ropa
– tanto elegir las ciruelas para ese desparramo. No
había caso, igual que Rhett cuando deja a Scarlett
sola en medio de la guerra, con Melanie moribunda,
un bebé gritón y una negrita irracional, aunque
la comparación fuera desproporcionada. Algo
más medular ya le había pasado con Eduardo en
1980, algo que la película había revivido de alguna
manera. Encima ahora él gritaba en el baño. Parecía
que estaba cantando, y ella sacando la ciruela de los
azulejos blancos. Tenía que limpiar las manchas rojas
de los azulejos, porque si no... En alguna parte tenía
que estar el orden. La cocina era como el hospital de
campaña.
(Me doy una ducha, de paso, ñácate, me tomo un
respiro.La música me quedó sonando en la cabeza
e irreprimiblemente sale de mi garganta: Lara-lara,
lariiii- lara, Laaraaaaaa Laraaaaaaaa, Lara-lara.
Definitivamente lo mío no es el canto pero estoy en
el baño.
Cierro el agua de la ducha y respiro. Miro mi panza
en el espejo y la flacura de mis piernas, de galán,
nada, ni de pelo tampoco. No me molesta ni tampoco
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Acaso querrían hablar
CUARTA EXPEDICIÓN
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Acaso querrían hablar
tu hermano. ..................................................
Miércoles. Wednesday. 7
olvido.
ver.
en mi departamento al
contrafrente, en mi cripta
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Acaso querrían hablar
QUINTA EXPEDICIÓN
amazonilla, vos!
- La cuestión es que después se fue al tingladito a
mamarse con vos- siempre cambiando el eje de la
discusión cuando no le gustaba, Eduardo era un
especialista. Ella ya lo sabía –. Pero las puticas cobran.
Dicen todo que sí, qué inteligente sos, pobrecito nadie
lo comprende, y todo eso. Pero después ellos tienen
que pagar. Es justo. El sexo es secundario.
-Yo me siento bastante identificado con los eunucos,
siempre las minas me tienen de esclavo, me cortan
las bolas y tengo que laburar para que ellas reposen
o se pongan de acuerdo con su mismidad o alguna
pelotudez por el estilo, eso sí, echadas en la cama, no
sea cosa que se estresen.
-Por eso yo siempre les quiero pedir autógrafos a tus
princesas. En mi caso, no hay caso. El anterior, el
Flaco, se reía todo el tiempo de sus propios chistes.
Le parecían una joya del ingenio humano. Si yo
hablaba me decía “Lo que pagaría por esta chica si
viniera en un modelo que no hable”.
Curiosamente Eduardo no aprovechó el pie de
Cuerpito para chicanearla. El cuchitril parecía
resguardarlos de la lluvia y de otras inclemencias.
Cierta complicidad dicharachera fragmentaba la
contienda, una suerte de disolución divertida.
Ella estaba sobre un almohadón con una amplia
pollera, rústica y cremosa, desplegada, con un pie
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Acaso querrían hablar
Interludio
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Acaso querrían hablar
SEXTA EXPEDICIÓN
mismo.
Una necesidad de conectar, poco a poco, su cuerpo
con ese lugar y ese momento: metió la mano en el
agua de la pileta, donde descargó una electricidad
conducida por el brazo, desde la raíz misma de los
pensamientos. No quería pensar en la imagen de
ningún sujeto. Ningún hombre borracho. Ningún
padre derrotado, victimario ni víctima. Ningún
enloquecido trasnochado, dueño de una fuerza sin
cauce. No, no, no. Solamente su mano en el agua,
levantando gotas que se iluminaban con el sol.
Se le acercó la gata negra. Ella creyó o quiso creer
que se solidarizaba.
Después se dijo que esto era otra cosa: solamente
un sujeto que la había agredido, como ya sabía
que solía hacer de tanto en tanto a lo largo de su
zigzagueante relación. Ninguna justificación posible.
No había teorización que pudiera consolarla. Pero
era solamente eso: la reiterada comprobación de algo
siniestro en la naturaleza humana. Algo sin solución.
Solamente algo sin solución.
brazos de la muerte.
La sociedad enterrada a fondo en su conciencia de
pueblo lo acorralaba en la necesidad de decidir con
cuál se tenía que quedar.
La voz sorda de proyectos de familia Ingalls lo
ubicaba en la desesperante situación de pensar qué
le convenía.
Argumentos infinitos de noches de insomnio lo
dejaban exhausto y más confundido.
Las necesitaba a las dos.
Pero sabía perfectamente que Juliana era capaz de
arrancarle los ojos si sabía que “tenía otra”, y lo
que es peor aún, Alejandra no le reclamaría nada.
En la séptima noche de insomnio su cabeza creyó
encontrar la alternativa.
Era fácil, y ya Mary Schelley lo había pensado.
No le importó demasiado la falta de originalidad,
seguía sin llorar.
Pasó a buscar a la tardecita a Juliana por la oficina
y sin que se diera cuenta la puso frente a la puerta
del departamento de Alejandra.
Cuando abrió la puerta, Juliana miró en silencio
a Félix.
Sonrió a ambas como sólo él sabía hacerlo, de
manera que la tranquilidad de las dos mujeres se
explicitó al instante.
Sólo dijo:
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Acaso querrían hablar
Interludio
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Acaso querrían hablar
mi espacio y desplazarme.
violáceo.
yendo y viniendo.
Domingo.Sunday. 15
concentrado en mi cocina.
la olla.
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SÉPTIMA EXPEDICIÓN
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Acaso querrían hablar
con enemas para sacar algo que tiene que ver con
energías estancadas. Yo creo que es mierda nomás,
pero no, tiene un valor simbólico, por eso necesitan
muchos litros de agua, para remover el pasado.
Entonces se saca una licencia médica de una semana.
Es magnífica, ¿no? Además dice que te mejora la
piel. Mirá el trabajo que se toman- pero pensaba
que Eduardo, aunque se creyera tan alejado de estas
ladies, había recibido su influencia, había comprado
el vino que costaba lo que tenía para comer, y sufría
la fascinación por las vampiresas. Algo en su historia
lo vinculaba con las preciosas ridículas, que de
alguna manera le resultaban una promesa.
Eduardo se desperezó y se miró la vendita en el dedo
lastimado.
-¿Hago unos mates?
(Aurora /Dora siempre fue caprichosa. Papitoquerido
aceptó ya de grande el hecho de volver a tener un hijo
con su tercera mujer. Pero fue más abuelo que padre.
El nacimiento fue en 1973, con un parto prematuro.
Dora estuvo “entre algodones” desde el principio.
Papá sentía una suerte de culpa. Oscuramente
adjudicaba su amargura a la debilidad de Aurora.
Aurora: un nombre que subrayaba un nuevo
comienzo en la Argentina de 1973. Era una niña
morena, de ojos enormes y oscuros como los de su
madre. Cuando la conocí me pareció bastante linda.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
agua?
Le alcanzó el mate mirando para otro lado, Eduardo
sabía que le descubriría la mentira.
- Esta es el agua hervida. Mi vieja te mataría- la
madre era fiel a algunas tradiciones, y en eso no
había variaciones que plantear, sus sentencias eran
inapelables-. Quedamos cuando compró la yegua
blanca y cruzó la frontera. Espero que no le pase
nada a la yegua, porque nada hay en el mundo mejor
que los caballos.
-Sí, tu vieja y la yegua de tu tía Haydé, que dios
la tenga en su gloria y no la suelte, y mi hermana
y Mamitaquerida y todas mis exs me matarían por
pavadas tan poco creíbles como la de enfriar el agua
hervida con un chorro de fría.
- Qué encadenamiento de hembras feroces-
evidentemente él no conocía a las grandes matriarcas,
la tía Nidia y la tía Nilda, las mellizas, la tía Josefina,
ni a los patriarcas de Bavio, el tío Roque, el tío José, ni
qué decir del patriarca de los pájaros y sus mandatos
omnipotentes-. Pero se ve que al final ninguna se
decide. Por ahí un día te matan en conjunto y le
dicen al juez que fue Fuenteovejuna.
-Yo no violé a nadie como en Fuenteovejuna. Siempre
cuidando la argolla como si fuera vaya a saber qué
dato sagrado. ¿Las mujeres no violan acaso?
- Claro que violan, y te dejan embarazado- lo dijo
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Acaso querrían hablar
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Acaso querrían hablar
OCTAVA EXPEDICIÓN
“El tejido
Voy como zigzagueando. Algunas zonas las veo
con una nitidez inmaculada de microscopio. Otras
aparecen diluidas, como se ve el paisaje detrás de la
llovizna. Me voy acercando a la cocina, pero antes me
quedo mirando las copas de la vitrina del comedor,
que se reflejan en el espejo del fondo del mueble. Ni
pienso en que yo no me reflejo ahí. Me gusta el cristal
tallado, deja pasar la luz y la difunde distorsionada.
Me distrae el olor a té de yuyos y sigo mi camino. En
la cocina está Matilde, mi bisabuela, preparando su
infusión favorita. “Y ahora solamente falta la hoja
de limonero”, me muestra la hoja recién cortada.
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NOVENA EXPEDICIÓN
tanto así.)
- Es que Claudia tiene una historia que abona su
feminismo- después de un día tan fatal en la escuela,
con la alumnita descompuesta por embarazo precoz
y el griterío con la asistente social, el vino al que no
estaba acostumbrada y los relatos de Claudia sobre
el centro vecinal, no sabía si iba a poder resistir
la lectura de La Cruzada de los Niños-. Pero si no
queda otra vayamos a los hechos, en este caso a la
lectura.
-“Abona” porque está cagada. Se cree una pionera
porque anda con El segundo sexo de Simone de
Beauvoir abajo del brazo. Después adopta niños y
los devuelve porque le dan miedo sus berrinches.
Una hija de puta. Pero tenés razón, sigamos leyendo
o mejor dicho, empecemos de una vez:
“Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar,
Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar
a Jerusalén. Hace largo tiempo que vagamos. Voces
ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos
los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros
muertos durante el invierno. Y al principio vimos
muchos pobres pájaros extendidos en la tierra
helada, muchos pajaritos con el pecho rojo.”
- Pará un poco. Antes de seguir leyendo te aclaro
algo: te estás confundiendo a Claudia con Pilar, esa
es la que devolvió a los chicos, una jodida que no
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Interludio
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Acaso querrían hablar
pasó hace dos años. Ahora que papá, “ya tenés las tetas
sin nombre)
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DÉCIMA EXPEDICIÓN
“Cóctel Negroni
En un vaso de fantasía ponemos con la ayuda de
unas pinzas 4 hielos; a continuación, ponemos 2 cl.
de Ginebra, 2cl. de Vermouth rojo y 2cl. de Campari;
mezclamos bien con una cuchara mezcladora o, si
no con la mano sujetando el pie del vaso y movemos
suavemente, girándola. Para decorar podemos
utilizar 2 unidades de medias rodajas de naranja.
* Sólo incluye el cálculo para la receta principal.
Los datos tienen carácter puramente orientativo
y no deben usarse con fines médicos. Los
responsables de la web se eximen de cualquier
responsabilidad.”
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en mi metro cuadrado de
de la dialéctica de la razón,
secretos.
de grasa en el pantalón.
Encuadrando la concavidad.
Mi metro cuadrado de
de infinito.
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Acaso querrían hablar
UNDÉCIMA EXPEDICIÓN
cogería el def-ghi?
- Parece que le tocaba mirar en todo. ¿Lo
terminaste?
- Sí, claro. Además ya lo había leído. Lo publicaron
en el 83. Mucha agua bajo el puente. ¿Qué te dijo
Pedro?
- Devolvéme el mate- esa costumbre de él de usar
el mate como micrófono. Le quedó resonando
la reincidencia de asociaciones a que la llevaba
1983: la muerte de Alfonsín, el primer presidente
democrático después de la dictadura, la muerte de
Haydé, la publicación de El entenado-. A Pedro le
gusta solamente la literatura norteamericana y el pop
británico, y es un hombre de izquierda, imagináte.
Dijo que era una porquería y que no lo podía
terminar de leer. Creo que la parte de la orgía de la
tribu, después que se comen a los españoles asaditos,
fue su límite, le pareció sensacionalista.
-Pedro es un forro. Tus compañeros de laburo se
caracterizan por ser eso: forros. ¿Te gustan los
forros?
- Me estoy meando. No sé si merece respuesta tu
forreada- y se fue al baño, donde vio una cara casi
reconocible, como la suya pero muy descansada. Se
sorprendió un poco, eso de lograr descansar en la
casa de Eduardo sí que era una novedad. Está bien
que la química había aportado lo suyo.
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SEGUNDA PARTE
PRIMER IMPEDIMENTO
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con su noviecito).
-Encima de la confusión entre los personajes, agregás
a Nacho. ¿Por qué dice indistintamente “Reina o
princesa” y “Rey o príncipe”? Me complica, como esas
novelas rusas en que cada personaje es nombrado de
muchas formas.
(Otra vez se hace la distraída, vamos de nuevo)- ¿Y
por casa cómo andamos? ¿Nacho de qué nombre
viene, de Ignacio o de Penacho? que sería a su vez
un mote despreciativo del pene.
-¿Qué preguntás ahora por “el macho”? – mientras
pensaba en los últimos desencuentros con Nacho,
lo veía sentado frente a la computadora, distendido
porque se trataba de un problema de ella, el histórico
problema de sus fracasos. Pero no era momento
de darle el gusto, de regodearse en la reiteración
permanente de lo mismo. Eduardo tenía una energía
nueva. ¿De dónde le vendría? - ¿Qué ganaste hoy?
-¿Qué gané? Otro día al tedio. Así que “el macho”...
Remacho, ¿no? ¿No querés que te escuche un poquito?
Si querés después sigo leyendo yo a Madame de La
Fayette, al margen de todo sin duda la obra de arte
es siempre un anacronismo. Pero cómo se reedita el
tema del amor desesperanzado ¿no? (Mejor me hago
el buenito sino ¡minga que me va a contar algo!).
-Lo de remacho... lo voy a remachar con algo que te
va a divertir. El sábado, como corresponde a todo
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Tu atrevimiento recelo.
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Acaso querrían hablar
SEGUNDO IMPEDIMENTO
ese boludo.
Fueron para el cuchitril. El reino de ellos. O quizás
no. Eduardo con el termo en mano y el mate, ella con
su mochila.
(Ya tuvo que poner la mochila arriba de mi sillón,
¡pero la gran siete!...esta chica no aprende nunca.)
-¿Podrías poner tu mochila en otro lado, querida?
-Si querés me voy a bañar a mi casa- no podía salir de
esa molestia interna que no la había dejado dormir.
-Si querés bañate, lo único que no dejes la bombacha
colgada en la canilla. Y no dejes la toalla hecha un
bollo, y pasále el secador al piso...
-Ya me quedé agotada de cumplir con tantas normas,
mejor dame un mate... ¿Dónde está tu reliquia
aristocrática?
-Ahí al lado tuyo, donde lo dejaste. Si es una víbora
te pica...
Cuerpito vio en el centro de la mesita, ocupando
la primera planta, el tomo encuadernado en cuero,
con letras doradas igual que el canto de las páginas,
de La princesa de Cléves. Lo abrió como si entrara
en una parte de la historia de Eduardo, con algo de
pudor. Se sentó en el “otro sillón”, al que iluminaba
la lámpara de pie y empezó a leer:
“Entonces apareció una belleza en la Corte que
atrajo las miradas de todo el mundo, y hay que
suponer que sería una belleza perfecta, puesto
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TERCER IMPEDIMENTO
perseguís así?
-¿Que yo me persigo? Te estás haciendo el vivillo- lo
miró con resentimiento. Como en sus momentos más
cínicos, él desviaba cualquier intento de diálogo hacia
la molestia y la contienda de ocasión. Algo revivía
partes de su historia personal, algo profundamente
ligado a su hermano y al clan de Bavio. No quería
entrar en el juego, pero le resultaba imposible
refrenarse-. Creo que tu última vampiresa te dejó
maltrecho y resulta que ahora la cómica soy yo.
(Yo sabía que me la iba a pegar...Soy un jetón y ahora
¿de qué me disfrazo?)-Te equivocás chiquita, la perdí
en el corso.
(Soy un palimpsesto.) -Disculpame un ratito es hora
de irme a cacarear.
Eduardo salió raudamente de la cocina, el baño se
comunicaba directamente con el cuchitril. Entrevió
de pasada, en la mochila abierta de Cuerpito una
libretita. No pudo refrenar el impulso de agarrarla y
leerla. Sabía que era una especie de agenda.
“La curiosidad mata al gato”, cerró la puerta con
llave con un fuerte portazo, se sentó a hacer lo suyo
y a hurgar en lo que no estaba permitido, y gritó:
-¡Poné música!
La estridencia de la puerta se unió a los truenos. El
griterío y los portazos de los hombres del clan de
Bavio. Miraba cómo el patio se iba inundando y los
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CUARTO IMPEDIMENTO
Alcanzáme tu plato.
-Lo que es, es. El estofado, sin duda, es. ¡Venga un
platazo de esa ricura!
-Pero lo uno se convierte en dos y de ahí tenemos este
lío en que cualquier seguridad se nos desdibuja. Por
ejemplo el estofado por un lado es alimento, así que
por otro debe ser terrible para el colesterol.
-¡Bingo! Te aclaro que no me vas a engatusar para
que coma menos. (Esto si es el manjar preparado
por la diosa.) Mañana será otro día.
-Hablás con la boca llena y no te entiendo nada- y
ella también probó el banquete.
Con el efecto insistente de los truenos de fondo,
que no habían parado en todo el día, los dos se
predispusieron a saborear una comida casera que
aumentaba la sensación de refugio frente a las
inclemencias, aunque fuera un refugio débil y lo
que dominara fuera la noche y la tormenta. Como
una confirmación de la fragilidad de la existencia
humana.
Un sonoro estruendo irrumpió en la cocina. Un
soberano eructo de Eduardo erizó a Cuerpito. Lo
miró con cara de pocos amigos. El entrecejo de
ella se hizo línea. Él intentó remontar la situación
diciendo:
-Ya ves que lo uno no se trasformó en dos sino en
tres: del estofado surgen la panza llena, el corazón
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gira.
Como quien su desgracia sueña,
y aún soñando desea que sea sueño,
138 y que lo que es, no fuera, ansía,
tal me hice yo, impedido de hablar,
que deseaba excusarme, y así me excusaba,
141 en el silencio, y no creía que lo hacía.
Mayor defecto menos vergüenza lava,
dijo el Maestro, que no es tu caso;
144 así pues toda tristeza aparta.
Y considera que estaré siempre a tu lado,
si de nuevo ocurre que la fortuna te lleve
147 a donde haya gente tan alterada:
que querer oír tales cosas, es querer bajo.
de Nacho.
La tormenta es tanto adentro como afuera: densas
cuestiones del pasado reciente de Eduardo quiebran
a Cuerpito.
Los “no” de ambos puntean el perímetro de los
círculos del Infierno quedando desamparados frente
a una edición decimonónica de La Divina Comedia.
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Acaso querrían hablar
QUINTO IMPEDIMENTO
facturas.
(Facturas, no me caben dudas que “trae facturas”.
¿Cómo voy a hacer para pagar estas facturas? Yo
también tengo facturas, pero ahora no. No.)
-Estás más flaca. Pasá.
Se encaminaron directamente para el cuchitril. Sin
decir una palabra.
Se sentaron en sus lugares habituales. El ritual se
retomaba formalmente. Pero ambos aún evitaban
mirarse con detenimiento. Cierto resplandor tenía
sede en los ojos de ambos. Nada muy preciso aún.
El cuchitril los recibía como siempre, con una luz
tenue y con la computadora prendida, que marcó su
presencia con una voz que los sobresaltó: la base de
datos antivirus ha sido actualizada.
Ella sacó un libro chico, de encuadernación barata,
usado, quizás malherido.
-Mirá lo que encontré.
Se puso a leer:
“Puede vérsela simultáneamente en el norte y en el
sur, y al mismo tiempo en los lugares santos y en
los mercados. Las mujeres se estremecen al verla
pasar, los hombres jóvenes, dilatando las ventanas
de la nariz, salen a la puerta para verla, y los niños
recién nacidos ya saben su nombre. Kali, la negra,
es horrible y bella. Tan delgada es su cintura que los
poetas que la cantan la comparan con la palmera.
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Acaso querrían hablar
facturas.
El prepara la ceremonia del mate al detalle, cosa que
ella no repara.
Cuerpito dice no haber comprado “vigilantes” y a
cambio le ofrece “bolas de fraile” rellenas de dulce
de leche.
Los fragmentos y los detalles son como preguntas
permanentes que los envuelven: él sufre de la lectura
propuesta en forma pasada “Yo fui diosa en el cielo
de Indra” y ella
la imposibilidad de restablecer el rito.
Cuerpito apela a datos del pasado y él alega no
recordar pero pone música de la India.
Una andanada de episodios físicos restablece el caos
pero sin palabras.
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Acaso querrían hablar
SEXTO IMPEDIMENTO
un par de cosas?
-¿Viste qué hermosa la foto de tapa de este libro
de Murakami? Lo compré pensando que hay algo
adentro que tenemos que leer. Las fronteras son
nuestro fuerte ¿o no?
-Sí, lo mejor es leer.
El invierno afuera persistía en sus tormentas. Una
llovizna constante y molesta se prolongaba desde
tres días atrás. También el viento se había hecho una
constante, que acobardaba a los afectos a los paseos
por los múltiples parques y plazas de La Plata.
Cuerpito había logrado arreglar las cañerías del
baño y de la cocina de su departamento, pero no por
eso había logrado restablecer el equilibrio. Se había
quedado atascada en la desconfianza desencadenada
desde varios frentes. Las caras secretas y ocultas de
sus supuestos afectos cercanos volvían a desdibujarle
la credibilidad.
-¿A qué te referís con refrescar?
-Yo dije leer, no refrescar.
-Me pareces que estás gagá. Antes me preguntaste
“¿Querés que refresque no sé qué?”.
-Pero qué atrevido estás- imposible no relacionarlo
con el Pato.
-¿Que me refresques qué?
-Ya me acordé: que vos abriste mi mochila y sacaste
mi libretita haciéndote el zonzo.
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Acaso querrían hablar
cobija...
-¿Qué hiciste? ¿Un curso acelerado de dichos
camperos? Te voy a llevar al Centro Tradicionalista
La Carreta de Bavio, así...
Pero él la interrumpió, apurado por no perder el
hilo de su madeja desmadejada.
-...Al menos lo mío con Nora tenía cierto aire de
sentido, pero a vos ¿cómo se te ocurre bañarte en un
baño de un tipo ajeno?, ¿eh? ¡Y además sos vos la que
andabas escondiéndote por los rincones hablando
o mensajeándote con ese pelotudo, adelante de mis
narices como si yo fuera un perro rabioso, nena!
-Pero ¿de qué aire de sentido hablás? Si lo tuyo
hubiera tenido un miligramo de sentido me lo habrías
dicho y no te hubieras hecho el misterioso, cariño.
-Qué pedazo de cómica sos, ¿de qué misterio hablás?
Vos sos la que anda haciéndose la virgencita...
-Dios no lo permita- se paró ella también, ahora
discutían parados, uno a cada lado de la mesita del
cuchitril-. Te seguís haciendo el boludo sobre tus
mentiras no piadosas.
-¿Qué te comiste? ¿A Teresa de Calcuta?
-¿Ahora decir la verdad es solamente de Teresa de
Calcuta?
-Qué seas vos la que habla de “verdad”. Justamente
vos que te andás escondiendo atrás de teléfonos y
libretitas. ¿Quién te escribió la cartita a Dulcinea del
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Acaso querrían hablar
Toboso? ¿Eh?
-Esa cartita la escribió don Quijote... Si serás
taimado.
-¿Ahora a ese impresentable lo comparás con don
Quijote? Mamarracha.
-¿Vos pensás que a Nacho se le ocurriría regalarme
semejante cartita? Claro que entonces leíste la libreta,
no solamente la volviste a guardar en la mochila.
-No pienso seguir discutiendo esta pavada. (Metéte la
dichosa libretita donde no te dé el sol.) Me duele la
cabeza, me voy a tomar una aspirina.
Ella prendió un cigarrillo y se volvió a sentar.
Muchas veces había pensado que tenía que dejar
de fumar, pero nunca era el momento indicado. Es
verdad que nunca parece ser el momento indicado
para ciertas cosas. Los propósitos y los tiempos
parecen no coincidir, al menos no en la vida de ella.
En ese momento, por ejemplo, tendrían que haberse
puesto a leer la novela de Murakami, pero no, habían
expuesto torpemente rencores atrasados, fuera de
contexto e inconexos. No habían logrado dialogar,
ya que cada uno estaba atrapado en sus propias
obsesiones. A eso la gente suele denominar “tener la
sangre caliente”, como si la temperatura de la sangre
se interpusiera con el pensamiento racional, con el
afán de racionalidad que tan frecuentemente hacía
aguas en el ánimo de los dos. “Sos una calentona”,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
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Acaso querrían hablar
percibieran.”
Eduardo se dio cuenta de que estaba cansado. Estaba
ya oscuro. Subió a su cuarto a echarse. Sin prender
el velador se acostó. Revoleó las mantas para taparse
y rápidamente se quedó dormido.
Se despertó ya entrada la noche, se tocó la cara,
sentía una marca ruda en un cachete.
Prendió la luz, se miró en el espejo del ropero y vio
un encaje grabado entre su barba encrespada.
Miró hacia la cama y ahí estaba un corpiño de encaje
negro. Pensó en las maldiciones gitanas. Pensó de
dónde había salido. Pensó en ella.
-¡Qué hija de puta!
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Acaso querrían hablar
SÉPTIMO IMPEDIMENTO
balcón.
-Perdoná- dijo metiendo el corazón en un puño y
agarrando el trapo para limpiarlo. Inconveniente, el
vino había caído en una zona de su pantalón que era
mejor no tocar.
-No te preocupes, son heridas de guerra. (Igual ya te
tomaste un sorbo, ahora falta que comas...)
Eduardo siguió con la comida, ya estaba a punto, la
salsa era oscura como muy oscura.
Ella decidió sentarse, evidentemente era uno de esos
días y mejor quedarse quietita.
De espaldas a la mesa él colocó un medallón de lomo,
lo salseó y tiró un puñadito del encaje negro entre
esa negrura, rápidamente lo entrelazó con la cuchara
y se hundió el hilado maldito entre sabores y olores
penetrantes. Puso el plato delante de Cuerpito.
Sirvió el suyo y dijo triunfante:
-Bonapetí.
-Con esta comida tan fina el saludo tiene que ser en
francés- y dejó de hablar porque el olor tentador le
había abierto el apetito, el bonapetí-. Qué bueno, ¿de
dónde sacaste la receta?
-Aunque no lo creas es de la libretita de recetas
paquetas de Mamitaquerida.
-Algo bueno tenía que tener Mamitaquerida- masticó
la carne tierna para sonsacarle todo el sabor que
entrañaba. Aunque los hongos eran algo fibrosos-.
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Acaso querrían hablar
por un rum.
“Pero todo pasa en este mundo inmundo. Por eso no
es lógico afligirse demasiado por nada ni por nadie.
A veces pienso que somos un sueño o pesadilla
cumplida día a día
que en cualquier momento ya no será, ya no aparecerá
en la pantalla del alma para atormentarnos.”
Fueron palabras mágicas: mundo inmundo. Ella
extendió el cuello y él arrimó sus bigotes. Rum. La
suavidad del beso fue más y más rum.
Las primas se deslizaron hasta el borde del sillón,
como si de pronto pertenecieran a una familia ajena.
No quedaba lugar para más gente. La camisa de ella
se estremeció con una mano ancha que la separaba y
la abría como una flor amazónica.
La mano se entrecerró con una memoria epitelial,
mejor con dos. El encaje del corpiño de ella raspaba
la lisura de las pieles.
A la mano no pareció importarle tanto.
Ella abrazó la nuca, un cuello de toro salvaje estaba
domado en su mano. Comía de su mano.
Eduardo se paró y la llevó de la mano. El vino también
estaba de su mano. Casi acolchados llegaron al cuarto
de él y sin prender la luz, con la lluvia menguando,
como lluvia cretina que era, como cretinos que eran
se babearon. Mezclado con su baba, el vino que
amiga a los hombres y roba los sentidos. La bebida
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Acaso querrían hablar
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
OCTAVO IMPEDIMENTO
-Perdón. Seguí.
“Mi hermano, ausente de todo, se dedica con un
dedo sobre el mantel a la caza de la miguita.
-Voy a ir a verla esta tarde –digo.
Es verano y salgo a la calle a la hora centelleante
de la siesta. Las veredas están desiertas y escucho
mis pasos como si fueran de otro, los pies que se
mueven obedientemente y recuerdan desde siempre
el camino. Paso por el frente imponente de la casa
donde vivía mi abuela. Se ha vendido hace años
para pagar la clínica, pero los nuevos dueños la han
conservado intacta, e incluso pintaron la fachada
con el mismo color tiza. No mucho más allá, en una
cortada imprevista y silenciosa, está la clínica. Es
una casa antigua de piedra, con una altísima puerta
de madera, sin timbre. El llamador es un pequeño
puño dorado. Me abre una mujer hombruna con una
sombra de bigote, unos anteojos de armazón negro
y un largo guardapolvo celeste. Cuando digo el
nombre de mi abuela me conduce por un pasillo de
pinoteas manchadas de lavandina, con los tablones
exhaustos. Estábamos por cambiarle las sábanas,
me dice, como si quisiera prevenir una queja, y me
hace pasar a una habitación grande y cuadrada sin
ventanas.
Me quedo solo por un momento, de pie junto a
la única silla. Debajo de un crucifijo, en la cama
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
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Acaso querrían hablar
capital de provincia.
Sacaron las ofrendas: Eduardo dejó en la tumba
un pedazo de la galletita que estaba comiendo y
un muñequito de plástico verde que bien podría
representar a un marciano. Cuerpito sacó de su bolso
el collar de fideos que habían hecho sus alumnos y lo
acomodó arriba de la cruz.
-Esta otra ciudad, réplica de la ciudad de los vivos,
aloja la réplica de nosotros. Así que les ofrecemos
estos regalos para que nos sean propicios- dijo
Cuerpito tirando un chorro de whisky en la tierra.
-Pero la gran siete, no tires la bebida al piso. ¿Te
agarró la onda con la Pachamama?
Mirá que tenés que tirar a la tierra de ahora en
más siempre el primer chorrito que tomes si no te
castiga.
-No entendés nada. Una alumna boliviana me contó
cómo festejan el día de los muertos. Si no festejás ese
día no tenés prosperidad en todo el año, creen que
hay que tener una buena relación con los muertos.
¿O vos creías que solamente había que llevarse bien
con el dueño del bar?
-Pero si ése es un muerto...
Tomaron largos tragos a la salud de Felicidad
Contreras para escándalo del señor que pasó, con
una boina entre sus manos, y su esposa que le decía
en un tono bastante alto que ya no existía buen gusto
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Acaso querrían hablar
en esta ciudad.
Cuerpito dijo bastante fuerte que a qué ciudad se
referirá: si a la de los vivos o a la de los muertos,
para regocijo de Eduardo que se babeó de la risa.
Los atravesó la mirada de indignación de la pareja.
Hicieron una pausa, Eduardo sacó del bolsillo un
papel bastante abollado y leyó con voz clara y sonora,
de pie, un poema de Cernuda:
No decía palabras...
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo
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Acaso querrían hablar
ÍNDICE
LA ADVERTENCIA |3|
PRIMERA PARTE
PRIMERA EXPEDICIÓN |7|
SEGUNDA EXPEDICIÓN | 24 |
(interludio) | 37 |
SEXTA EXPEDICIÓN | 93 |
(Interludio) |105|
(Interludio) | 153 |
(Interludio) | 200 |
SEGUNDA PARTE
PRIMER IMPEDIMENTO | 205 |
| 338 |