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ACASO QUERRÍAN

HABLAR

Beatriz López Cristóbal

Edgar De Santo
creditos
Acaso querrían hablar

LA ADVERTENCIA

(Vivo entre paréntesis, dije en voz alta y Celi me


contestó que todos estamos entre parientes. No
entiende que mi familia apenas me puso un nombre
y que llamarme Eduardo es una gentileza. Celi me
mira ceñuda.
Con este calor de perros aún espero que ella
venga. Celi limpia desordenadamente y parece que
no quiere irse. Pobre, siempre me mira extrañada
desde sus ojos profundos, a pesar de que hace años
que trabaja acá. Creo que piensa que estoy medio
chiflado. Pero la tranquiliza la llegada de ella. Sabe
que me hace bien. Un día me dijo: Señor Eduardo,
te voy a quemar los libros. Después se arrepintió,
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porque ella le explicó no sé qué cosas en secreto.


Me quedo al lado de este lavapatas que llamo pileta
o el sueño peronista. Los gallegos le dicen piscina.
Celi encera el piso de la cocina, tiene el baño en
remojo, dio vuelta la alfombra del cuchitril, todo a
la vez. También tiró un baldazo de agua en el patio
porque dice que si no se recalienta todo. Las plantas
agradecidas le dan una ojeada a esa tromba humana,
cálida, fuerte y silenciosamente comprensiva.
-Señor Eduardo, vos necesitás una compañera.
-Te dije que en un rato llega Cuerpito, dejame un
lugar en paz, por favor Celi.
-Esperá un momentito, quedate ahí a la fresca y poné
las patas en el agua, así no te da el golpe de calor.
Cuando llegue la señorita va estar la casa en orden.
¿Qué se traerá Cuerpito hoy para leer?, con este
calorón.)

Las veredas estaban convertidas en losas radiantes


que desparramaban el calor, redoblándolo. Al tiempo
que ella caminaba buscando las breves sombras que
proyectaban los árboles de la ciudad, se iba mirando
en los vidrios como quien espía a un desconocido
que va pegado a uno, a ese uno que se piensa sin
nombre porque es un sujeto. Era extraño ver esa
figura reflejada en los vidrios, que iba flotando en
el cemento recalentado. Parecía un caracol, con la
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Acaso querrían hablar

mochila en la espalda donde cargaba básicamente


un libro. También había otros objetos, pero ella
palpó el libro para corroborar que no se lo había
olvidado. Se miró de frente en el vidrio espejado
de la inmobiliaria, no para ver si estaba bien o mal
arreglada, sino con asombro por saber que eso sería
lo que veían los demás, la cara y el cuerpo que menos
podemos observar. Porque yo es cualquiera, yo es un
fantasma hasta que la voz del otro nos devuelve a
la realidad, nos dice que puede ser cierta nuestra
presencia en este momento, en este lugar.
Entrevió la entrada de la casa de Eduardo, el espacio
de ingreso al ritual de las resbaladizas palabras,
esas criaturas que se aparecen por las rendijas más
insospechadas.

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Acaso querrían hablar

PRIMERA PARTE
PRIMERA EXPEDICIÓN

“… ¿Y acaso no querrían hablar? ¿Después de


tantos años? Sé que me sentí arrastrado como un
pez por el sedal.”
-Me cansé. Voy a tomar agua.
Caminó por la pileta hasta el borde y con el short
chorreando agua su boca seca llamó a Celi para que
le alcanzara una botellita de la heladera, para no
mojar el piso recién lustrado de la cocina.
-¿Encima que limpia la casa te tiene que alcanzar el
agua?
-Celi es de buena madera. Y además le pago a la
shikse.
-¿Querés que siga yo?- ella agarró el libro con
cuidado porque estaba medio desarmado, era de esas
ediciones pegadas que en poco tiempo están llenas de
hojas sueltas.
-Dale.
- Estamos en la parte que sale del cuerpo y empieza el
sueño- por algo se cansó de leer justo acá, con tanto
calor de siesta recalentada y las letras que se cruzan.
Pero el cuerpo a esta temperatura también entra en
un estado… como una zona de sueño. Buscaba en el

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libro.
-¿Por qué dijiste que El Gran Incendio es la guerra?-
se rascaba poquito.- ¿Hay bichos o me parece a mí?
(Temí mientras leía que se me cayera el libro a la
pileta, después de la recomendación que ella me dio
acerca de que no se me vaya a mojar, ahora es el
momento de rascarme a mis anchas).
Ella no lo escuchó. Buscó algo de sombra en el patio
pero no encontró. Siguió leyendo,
- “Todo debía estar oscuro, porque era de noche, y
sin embargo no estaba oscuro. Por doquier había
luces, círculos y manchas de luz”. Me parece que
me faltó que era arrastrado del cuerpo- el calor le
irritaba la garganta. Cómo ubicarse en una noche
oscura si el sol le daba de pleno- ¿Podemos seguir
adentro? El sol me achicharra.
(Ella está obsesionada con el cuerpo, con el calor. Y
sí, siempre le agarran estas obsesiones. Si no es por
esto será aquello, y a mí no me importa tanto.)
-Esperemos que Celi termine de pasar la lustradora,
ya prendió la Máquina Mágica y el sonido es
atronador.
-¿La lustradora?
-La que lustra a Dora…
Muy propio de él, que se olvidaba tanto del cuerpo
como de sí mismo. Por ahí andaba persiguiendo las
palabras y se perdía.
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– Dora da para reveladores compuestos: embaucadora,


arrolladora, masajeadora, devoradora.
(La historia me va gustando más. Pasó a la parte
metafísica. Aquello que ella en principio no quería,
sucede. Se me dibuja una semisonrisa en el cerebro.
¿La metafísica será en primera o en tercera?)
-“Esta magia es muy fuerte y temblé”.
-Este guacho me lee el pensamiento, qué cosa la
literatura.
Los gatos debajo de la mesa estaban a sus anchas.
(Los reflejos del agua dijo ella que parecían luces
intermitentes de Navidad.
¡Qué Navidad de mierda vamos a pasar! Recuerdo
las eternas palabras de Dora en las vísperas de toda
mi vida y sí…papá se murió un 25 de diciembre.)
- “Después mis ojos se acostumbraron a la luz y mis
oídos se acostumbraron al ruido. Comprendí que
estaba viendo la ciudad tal como había sido cuando
vivían los dioses”- si vivían los dioses solamente
podría tratarse de la infancia. Ese era el lugar al que
volvía siempre, su cuento repetido -. Tiene un tono
bíblico, ¿no?
(¿Apocalíptico dirá? Ahí viene la beligerancia…)
- Pero la guerra, ¿por qué es El Gran Incendio? El
Gran incendio en principio es una gran quemazón,
¿Por qué va ser la guerra? ¿Cómo asegurás que es
eso? ¿Quién te dijo?
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- Porque dijo que las leyendas hablaban de la


época de El Gran Incendio y que después quedaron
los Lugares Muertos, las casas de los espíritus-
quemazón, qué término. Tantos cerebros quemados
y no por el sol. Ahora no quería pensar en eso. Muy
difícil concentrarse en la lectura sin que se disparara
otra cosa. El pasado tenía un peso específico denso-.
“No habría podido verlo con mi cuerpo, porque mi
cuerpo habría muerto”.
-Y dale con el cuerpo. No me contestás. Obvio que
si hay un gran incendio la gente y todo queda como
un lugar muerto, pero insisto: ¿por qué leés guerra
por Gran Incendio? Un gran incendio puede ser
producto de un bombardeo o de un accidente. Nerón
quemó Roma, y no fue una guerra, fue un sueño,
terrible, pero un sueño al fin.
- Porque relojeé la página que sigue cuando te
fuiste a buscar el cigarrillo- le provocó ternura su
insistencia. Esas trampas de las relaciones. Algo de
su historia personal -. Pero ¿estás escuchando lo que
leo? Estamos con la visión de la ciudad de los dioses
y vos seguís con El Gran Incendio o quemazón.
¿Te quemaste algo anoche? Veo ahí varios envases
vacíos.
-Buen punto ése, ¡ahí tenés! Punto uno: más que
historia personal diría “peatonal”.
Me acuerdo que hace un par de años fui a Corrientes
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capital a hacer un mural, ¿te conté que una vez hice


un mural? Bah, ayudé. Había gente de todo el país
haciendo ilustraciones en paredes que, básicamente,
me parecían horribles, con alegorías de justicia,
dignidad, nunca más, pretendiéndose deudores del
muralismo mexicano... Pero ahí estaba yo pacífico
y aburrido. Me hice amigo de unos jujeños que
empinaban el codo de lo lindo y una noche me
invitaron a copetear con ellos. ¡Eso sí que fue un gran
incendio! De hecho a la mañana siguiente, con resaca
frente al muro que tenía que trabajar y sin poder
pensar nada, se me arrimó uno de mis compañeros
de juerga, me alcanzó una botella de dos litros de
Coca y me dijo “Tomá, para apagar el incendio”. Y
eso no es todo. Acuerdo que hay grandes incendios
como producto de guerras pero hay otros incendios,
y grandes, que poco tienen que ver con lo bélico.
Basta una chispita sobre algo seco y páfate, “El Gran
Incendio”.
Eduardo seguía conjeturando mientras se
apoltronaban, envueltos en unos toallones viejos,
en los sillones del cuchitril, que guardaba algo de la
frescura de la noche.
-¿Te acordás de los incendios en Bariloche? Se
quemaban los bosques y a María Julia se le quemaba
el puesto.
- Cambiáme esa música horrible, Eduardo, no quiero
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ni una voz humana, instrumentos nada más.


-Sí, ya voy a cambiar la música…
Qué bueno, un piano, un bajo. Le pasaba siempre:
no soportar tener a una persona cerca, ni escuchar
gente cantando, menos que menos los gritos.
-Me parece que a vos te gustaría vivir en un Lugar
de los muertos.
Ahora leyó de un tirón una página entera: la ciudad
de los dioses, con puentes colgantes extendidos de
este a oeste, el ruido de muchas aguas en sus calles,
el pulso de la ciudad colosal. “¿Eran felices? ¿Qué
es la felicidad para los dioses? Eran grandes, eran
poderosos, eran magníficos, eran terribles. Al verlos,
al ver su magia, me sentí como un niño”.
La tarde sofocaba. En el cuchitril el aire no estaba
incendiado por el sol, la vieja arquitectura resistía
quedamente la bajada del trópico. Eduardo se
dedicaba a limpiar la tapita de la luz, la espalda la
tenía bastante contracturada y el calor lo ponía como
un oso enjaulado, “…como un niño”.
(“… la vida, ¿qué es la vida? sino para los demás…”
Ifigenia en Aulis me silba en las empuñaduras de los
oídos. Imagino de pronto un cotidiano así. ¿O acaso
mi cotidiano no es así: comentarios de comentarios
y más comentarios asociados al infinito? ¿Cómo me
sentiría viendo un video porno justo ahora? ¿Qué
diría Madame Solemnis?)
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Acaso querrían hablar

- Y seguís con la tapita, está limpia. Justo ahora viene


la guerra. ¿Vos decías por qué El gran incendio era
la guerra? Ya vas a ver qué guerra: “El destino cayó
sobre ellos mientras caminaban por las calles de su
ciudad. Yo he estado en los combates con los Pueblos
del Bosque, he visto morir a los hombres. Pero esto
era distinto. Cuando los dioses guerrean con los
dioses, utilizan armas que nosotros no conocemos.
Era como un fuego que cayese del cielo”, ahí tenés.
Era una guerra- seguro que él se hacía el distraído
con la tapita de luz para no reconocer su derrota.
Tenía eso mismo de todos los hombres: quitarle valor
a sus desaciertos… Aunque seguramente no era
así, no tanto. Esa máquina interior que no paraba
desfiguraba todas sus certezas. Creía descubrir algo
en esto de la guerra, de la hostilidad, pero la maquinita
iba muy rápido y establecía relaciones con su propio
pasado. El punto al que no quería llegar pero al que
volvía siempre. Entonces el cuerpo la reclamaba con
alguna urgencia -. Voy al baño.
“El Gran Incendio de Londres fue un gran incendio
que arrasó la ciudad de Londres, Inglaterra, desde
el domingo 2 de septiembre hasta el miércoles 5 de
septiembre de 1666. El fuego destruyó la ciudad
medieval de Londres dentro de la vieja muralla
romana de la ciudad. Amenazó, pero no llegó, al
distrito aristocrático de Westminster, el Palacio
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de Whitehall de Carlos II, y la mayoría de los


asentamientos suburbanos.
Fue una de las mayores calamidades de la historia
de Londres. Destruyó 13.200 casas, 87 iglesias
parroquiales, 44 salones de la Livery Company, la
Royal Exchange, la casa de aduanas, la Catedral
de San Pablo, el ayuntamiento de Londres, el
palacio correccional y otras prisiones de la ciudad,
cuatro puentes sobre los ríos Támesis y Fleet, y tres
puertas de la ciudad. Dejó a unas 80.000 personas
sin hogar, un sexto de los habitantes de la ciudad en
ese momento. La cifra de muertes por el incendio es
desconocida, y se pensaba que había sido bastante
pequeña porque sólo algunas muertes fueron
registradas. Este razonamiento ha sido desafiado
recientemente considerando que las muertes de
pobres y de personas de clase media no fueron
registradas, y que el calor pudo haber incinerado a
muchas víctimas sin dejar restos reconocibles”.
-Chupála. (Agradezco la existencia de la Wikipedia.)
-¿Me voy un minuto y ya estás metido con la
internet?
-¡Che, qué calor!
- Lo tuyo indudablemente es la lógica paradójica.
Me parece que el calor es lo que te vuelve loco. En
especial asociándolo con el Gran Incendio. Para mí
que el cerebro funciona raro con los 37 grados que
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hacen, vienen ideas incendiarias. ¿Habrán más o


menos guerras en zonas tropicales?- la guerra, los
bombardeos en la franja de Gaza, las armas químicas
que un científico desarrolla en su empleo a tantos
dólares, el mismo tranquilo tipo que después llega a
su casa y pregunta qué hay para comer hoy -,“¡pobres
dioses, pobres dioses! Después empezaron a caer las
torres. Unos pocos escaparon” - un agobio de
calor y de humanidad-. “Lo dicen las leyendas. Pero
aún después que la ciudad se convirtió en un Lugar
Muerto, el veneno permaneció en el suelo durante
muchos años” - no apostar muchas fichas a la gente-.
Estoy que ardo, Eduardo. Me voy a meter a la pileta,
a ver si lográs salir de Londres y volvés a Babilonia.
-Esperá, esperá, Cuerpito: antes decíme a qué
Babilonia te referís:
A-Babilonia: un antiguo reino situado en
Mesopotamia.
B-Babilonia (ciudad): ciudad que dio nombre a
dicho reino.
C-Babylonia (banda): grupo italiano de música
synthpop.
D-Babylon 5: serie de ciencia ficción.
- Hay un par de cosas que me sacan de clima: el calor,
¿redundante, no?, y vos con esa computadora…
¿No te acordás del título? No creo que sea el grupo
italiano. Navegá un rato que me llama tu pileta.
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(Después de Babel, aspectos del lenguaje y la


traducción es un laburo de George Steiner, pensé,
pienso. La contratapa del libro dice que “Después de
Babel ensaya una larga historia, más extensa que
la de cualquier imperio y tan remota como la de
las más antiguas lenguas conocidas. Una historia
que no se limita a la de ningún pueblo y que, en
rigor, debería abarcar la de todos. Aquí se deslinda
una geografía y recuerda una historia: la de la
traducción en Occidente”.)
-Qué lindo sería leer cosas difíciles…y entenderlas.
La tapita de la luz sigue sucia.
¿Dónde habrá puesto Celi el limpiador multiuso?
- Esa pileta es el oasis personal.
- Un oasis de horror en un desierto de tedio, dijo el
amigo Baudelaire.
- Horror es casi igual a Error.
- La vida es un constante error.
- Más bien terror - se volvió a enroscar en el
toallón para no mojar la silla y se sentó al lado de la
computadora donde él divagaba.
- Terror y miseria en el Tercer Reich es una obra de
Brecht.
- ¿Por qué no te dejás de joder y seguimos leyendo?
- Bueno, pasamos de la computadora a la
ordenadora.
- Otra vez Dora… “Todo esto vi. Como lo cuento lo
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vi, aunque no con el cuerpo”. Arma estructuras de


versos, con repeticiones permanentes. ¿Cómo será
en inglés? ¿Estará bien la traducción? Traductor…
- Traditore. ¿Sabés en qué estaba pensando? En
una película de Bill Condon que se llama Dioses y
monstruos. Está buenísima porque toma el supuesto
final de la vida de James Whale. ¿Sabés quién es? El
que creó al Frankenstein de cabeza cuadrada. Él, ya
viejito, en una escena, enamorado de su jardinero
bruto pero con un cuerpazo, cuando lo ve en bolas
reflejado en el vidrio de una ventana, dice “sos
humano” y el jardinero le contesta “¿Qué esperaba?,
¿bronce?”. La verdad que en la fotografía de la
película, el tipo parecía una escultura de bronce. Pero
el viejito insiste en buscar la perfección, le pone en
la cabeza una máscara antigás de la primera guerra
mundial y exclama “Ahora, el efecto del conjunto es
perfecto”. Carne, sólo carne.
- Claro que la ventaja de las imágenes de las películas
es que no hay que traducirlas, pero las palabras son
un problema. ¿Qué relación habrá entre la torre de
Babel y Babilonia?
- Pero si serás dura… Te estoy diciendo que es lo
mismo. (¿Se lo dije o lo pensé?) ¿Y quién te dijo que no
hay que saber leer las imágenes cinematográficas?
- Traducirlas dije. No vamos a terminar nunca este
cuento. Pero esa caja mágica es una tentación. Buscá
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Babilonia y Torre de Babel, ¿querés? Ya sé que Babel


es Babilonia, pero no sé la relación con la torre.
Ahora leemos Junto a las aguas de Babilonia y yo
salgo de las aguas de tu pileta, pero la temperatura
no baja.
(No te sube agua al tanque, más bien, Cuerpito.)
-Bueno, acá encontré esto a ver si avanzamos un
poco:
Babel, Babilonia.
Babilonia, a diferencia de Egipto, que en el simbolismo
bíblico tiene un significado ambiguo, figura siempre
en la Biblia como un poder de mal, aunque Dios puede
en ocasiones utilizarlo para realizar sus designios. 
El signo de Babel.
Aún antes de que Israel entrara en relación directa
con la gran ciudad de Mesopotamia, ésta se hallaba
ya presente en el horizonte de la historia sagrada.
Babel es, en efecto, el nombre hebreo de Babilonia,
y la famosa torre de que habla el Génesis (11,1-9)
no es otra cosa sino la torre de pisos, o ziggurat, de
su gran templo. Esta torre, signo por excelencia de
la idolatría babilónica, es presentada también como
símbolo de la soberbia  humana. Así la tradición
bíblica relaciona la confusión de las lenguas con el
signo de Babel: así castigó Dios a los hombres por
su orgullosa idolatría. 
- Ahí está la torre... Qué jodido Dios con eso de
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confundir las lenguas y hacer que la gente no se


pueda entender. El gran castigo. Ni siquiera nos
entendemos los que hablamos la misma lengua...
-Ajá...Mirá que estás erudita.
-Ya me voy, señor. Mejor que saques esas botellas a la
calle y no comas comida podrida. No vayas a aceptar,
señorita, que te convide ese helado que tiene como
un mes.
Celi les hablaba desde la puerta de cuchitril, no
se sabía por qué sentía un manifiesto rechazo por
la computadora y no quería acercarse, como si se
tratara de un animal peligroso.
-No te preocupes Celi, que siempre me fijo bien en lo
que tiene en la heladera.
Ellas se saludaron con un beso en cada mejilla, al
estilo del noreste, mientras Eduardo lo hacía con la
mano, sin dejar de buscar imágenes en Internet.
-Sos un animal. Mirando pornografía mientras Celi
saluda.
-Dejáme hacer un dibujito.
Ella, para distraerse, se puso a buscar en la
enciclopedia de la biblioteca de Eduardo, que
acumulaba libros, una cámara de fotos digital,
películas, compacts, folletos, revistas viejas (que
mejor ni mirar), alguna botella de whisky y un
guardián: un chanchito cocinero a cuerda, de lata.
-Te hice un croquis de esto del flaco desnudo con
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la máscara antigás, porque me parece que no me


entendiste la relación con eso de percibir sin cuerpo
que dice el texto que leíste.
Eduardo había capturado una imagen de un hombre
desnudo de un sitio porno y con el photoshop
había garabateado con líneas negras algo como una
capucha con trompa de elefante que pretendía ser
una máscara antigás. La torpeza de la enjundia le
arrancó una semisonrisa a Cuerpito.
-Ahora te hacés el artista, y encima con tipos
desnudos. ¿Qué te agarró? Aunque en este caso
tendría que quedar solamente la máscara, sin cuerpo.
Este sacerdote sale de su cuerpo, porque dice que su
cuerpo no soportaría la visión. Y es cierto, porque
en la visión están tirando bombas, así que la máscara
sería lo más útil, aunque tu dibujito no se parece
mucho a una máscara antigás- cómo pensar sin el
cuerpo, pensó ella. Aunque en esta navegación por
Babilonia, siguió entretejiendo, estaban perdidos en
las palabras, no en la carne. Ver sin el cuerpo. En la
traducción. Y ahí volvía a la torre de Babel, cuando
todos nos confundimos para siempre.
Siguió leyendo: el despertar del sacerdote, su
perplejidad. Cómo había sucedido esa destrucción,
cuando poseían tantos conocimientos. -“Entonces vi
al dios muerto”.
-Ajá.
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Acaso querrían hablar

- ¿Dónde estás?, escuchá: “No era joven ni viejo,


yo no habría sabido calcular su edad. Pero había
sabiduría en su semblante, y una gran tristeza. Era
evidente que él no había querido huir”- parece que
se había sentado a mirar cómo las bombas destruían
la ciudad.
-Es lo que te vengo diciendo, si ni joven ni viejo es
porque no hay dioses ni monstruos, sólo hombres,
acordáte de lo que te digo.
- ¿Recién te das cuenta? Pero querido, además de
que está muerto ya nos dio muchas señales, con la
descripción de las canillas de agua fría y caliente, del
ascensor, del cuadro de Van Gogh…
- ¿Y cómo sabés que es de Van Gogh? Te suena el
celular.
A él le gustaba irritarla. Era un principio guerrero
implícito en su género. Pero el celular era una buena
excusa para no seguir con esta demostración de
suspicacias.
-¿Ahora pasaste de Cuerpito a Carucha? Una cosa es
decir y otra es saber.
(Pero ¿para qué decir aquello que no sabemos?)
-Te gusta más ganar una discusión que ser feliz.
- …”Ya no seré feliz, tal vez no importa,
Hay tantas otras cosas en el mundo...”, ah bueno
querida con el celular.
- Contesto, que es otra de las cosas del mundo- aunque
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no sabía si quería contestar ese mensaje, le implicaba


una toma de decisión y no era su momento.
- ¿De qué mundo? Ya ves que el muertito del cuento
no podría… Che, la radio dijo que mañana hay 37
grados otra vez.
- Seguimos la temporada en el infierno. Así que
prosigamos en el mundo del muertito: “Éste es el
fin de mi historia, porque entonces supe que era un
hombre: supe que no habían sido dioses ni demonios
los habitantes de la ciudad, sino hombres”.
- Ajá.
- No voy a responder a tu provocación, ajaísta.
Después de ese descubrimiento el sacerdote vuelve a
su pueblo. Ya no le importan los simples combates con
los perros o con los hombres del bosque. La verdad
que trae con él ya colmó su capacidad de asombro.
Se encuentra con el otro sacerdote, su padre, y le
dice que lo mate si es la ley, pero que los dioses eran
hombres y que quiere decirles esa verdad a todos.
El padre lo disuade: “La verdad es un ciervo difícil
de cazar. Si comes demasiada verdad de una sola
vez, puedes morir de la verdad. No en vano nuestros
padres vedaron los Lugares Muertos”.

Resumen de la Primera Expedición


Madame Solemnis, Cuerpito o Carucha aún no tiene
nombre de mujer (rara avis). Sí se da a conocer el
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nombre de él, Eduardo. No se sabe qué pito toca


Dora.
Se menciona a Celi.
Se conoce el título del cuento que leen y comentan.
Algunas obsesiones pululan:
-Para él, la tapa de la tecla de la luz que está sucia
y El Gran Incendio.
-Para ella, Babel/Babilonia y lo que provoca el calor
en su cuerpo.
Todavía no hay ningún muerto. Tampoco se sacrificó
a la doncella.

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SEGUNDA EXPEDICIÓN

(Una cierta impaciencia me lleva a esperarla parado


en la puerta de calle.
Un remís azul se detiene justo cuando giro la cabeza
en dirección al cordón de la vereda.
Cuerpito está sentada, enteramente vestida de tonos
muy claros mientras el gordo que conduce retiene su
presencia en el interior del auto.
Tarda en bajar, como la novia que llega a la iglesia. Me
da risa pensarla con tules en la cabeza a esta altura
de la vida. Justo ella que cree en la no creencia y cree
en tantas, pero tantas cosas.
Me mira todavía desde adentro del auto con una
sonrisa cómplice, ¿le habrá gustado el remisero? Sé
que tiene cierto gusto por las panzas masculinas, y al
hombre en cuestión no le falta.
Finalmente baja con una sonrisa tan amplia y clara
como su ropa pero sin el ramo ni los tules.)
- Hola, hola. No encontraba cambio el gordo- todo
porque no pudo venir caminando desde el Rectorado,
tanta gente en la calle a veces le resultaba una
barrera, el espanto de las caras desconocidas. Pensar
en miles, en millones de personas, como colonias de
hormigas… Por eso le gustó encontrarlo a él con su
cara amable en la puerta –. Vengo de escuchar al
sheik. Habló de Gaza y dijo que dios los bendiga, así
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Acaso querrían hablar

que llego bendecida.


(Justamente vestida de Gasa, como las novias y
bendecida.) -¿Qué le pasaba al gordo, no encontraba
cambio o se estaba hurgando la bragueta?
- Pero che, qué poco serio. Yo que vengo con las
palabras de Abdala. Dijo que cuando el tiempo pasa,
la verdad huye.
-Mejor…lo digo por la verdad. Pasá nomás.
Caminaron hasta la cocina. Ella se sentó, abrió
la mochila, sacó los cigarrillos y unos papeles. De
pronto se sobresaltó:
- ¿Quién anda por ahí?- había escuchado ruidos. Era
Celi que estaba terminando de limpiar-. Pensé que
había espíritus.
(La no creyente.)
-Tengo un cuento buenísimo- y su mirada era
intensa.
- Ajá.
Se puso a preparar un té. La cocina de Eduardo
era un territorio conocido donde ella se movía con
tranquilidad. La caja de madera con variedades
de infusiones. Las tazas nuevas. - Esta taza está
escrita: “Dice mi corazón indeciso que cuando está
en oriente
quiere estar en occidente…”- taza que se las traía.
Tratando de definir precisamente lo difuso.
(Justo agarró esa taza con una frase que cita Orhan
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Pamuk, que se supone es un viejo proverbio árabe,


todo hace juego, viene de escuchar a Abdala. Esa taza
me la hizo mi última novia, sabía que me gustaba la
incertidumbre histérica y englobadora del texto y la
chantó sobre una fotografía que poco tiene que ver.
El conjunto no es muy elegante, pero según la chica
en cuestión estaba “hecha con amor”, jeje, “pensé
que estaba hecha con cerámica”, qué chiste boludo
pero irreprimible frente a un objeto que tiene tan
poco que ver conmigo, salvo por el texto.)

Fueron para el cuchitril, donde estaban la


computadora, los sillones, el televisor, los libros. Ella
con la taza de la cita, él con un café.
- Escuchá: “Era en la Virginia occidental, una
soleada tarde de otoño de 1861. Al borde de un
camino, junto a un grupo de laureles, yacía un
soldado”- relojeó su cara para ver si estaba tan
impaciente como ella por empezar.
(Tengo sueño y para variar la coincidencia con lo
que me lee me sobresalta. Estoy como el soldado
del cuento, despatarrado en el sillón intentando
disimular el agotamiento de una noche con pocas
horas de sueño: la otitis me tiene a maltraer.
No quiero decepcionarla, porque sé que me voy a
sobreponer en unos minutos, pero no me da tregua, su
voz sigue las líneas y estoy como en vigilia. Cuerpito
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Acaso querrían hablar

de pronto se transforma en Sirena, su canto mece.


Quiero pelear un poco pero no encuentro mi fusil.)
- Hay poca luz y no veo nada- justo un soldado, le
seguían rondando en la cabeza las descripciones de
los bombardeos en Gaza, el concepto de mártir, el
sentido que tenían que tener las muertes. La lectura
siguió armando la escena: el soldado se había dormido
en su puesto de guardia. Tenía la responsabilidad
de vigilar desde lo alto del acantilado, con la vista
privilegiada que abarcaba un valle y un río. El
ejército del sur no debía descubrir su posición. ¿Pero
quién era este durmiente culpable? El soldado se
llamaba Carter Druse, era un joven rico de Virginia
que había decidido unirse al ejército enemigo. “Anda,
muchacho, y cualquier cosa que ocurra, haz lo que
consideres tu deber. Virginia, que hoy traicionas,
deberá salir del paso sin ti. Más adelante, si ambos
vivimos cuando termine la guerra, discutiremos
el asunto. Tu madre, como te ha dicho el doctor,
está gravísima. En el mejor de los casos, sólo la
tendremos con nosotros unas pocas semanas, pero
este tiempo es precioso. Será preferible que no la
inquietes” - apareció el pater familia, pero ¿la figura
de la madre enferma será necesaria?, miró de reojo
y vio que él tenía los ojos entrecerrados, se notaba
cansancio en su postura. Algo, pensó ella, lo tenía
desanimado.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Carter se despertó de su culpable sueño. “Ignoramos


si era bueno o malo el ángel que lo despertó”. Apretó
el fusil, y entonces lo vio: “Su primer sentimiento
fue el de un agudo placer artístico. Contra el cielo,
encima del inmenso pedestal del acantilado, en
el extremo del peñasco que lo coronaba, había
una estatua ecuestre de imponente nobleza”. El
efecto de irrealidad se diluyó y el soldado terminó
de despertarse. Comprendió que se trataba de
un oficial enemigo y que éste había descubierto la
posición de sus compañeros. Su deber era matarlo,
pero Carter dudó. “¿Es pues algo tan terrible matar
en la guerra a un enemigo, a un enemigo que ha
sorprendido un secreto de vital importancia para
nuestra seguridad y la de nuestros camaradas, a un
enemigo más peligroso aún por lo que sabe que todo
su ejército, por el número de sus soldados?”. Las
palabras de su padre lo rescataron, tenía que hacer
lo que considerara su deber. Tranquilamente, sus
nervios laxos como los de un niño dormido, apuntó
al caballo y disparó.
Abajo, en el valle que se veía desde el acantilado, un
oficial alzó los ojos y vio un espectáculo sorprendente:
un jinete galopaba por el aire en dirección al valle.
“Estupefacto, aterrorizado por esta aparición de
un jinete en el cielo, a punto de creerse el escriba
elegido para dar cuenta de algún nuevo Apocalipsis,
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Acaso querrían hablar

el espectador fue vencido por la intensidad de sus


emociones”. El oficial era sensato y no contó una
verdad tan increíble. Arriba, en el acantilado, un
sargento escuchó el disparo y se acercó al puesto de
guardia. Le pidió un informe de lo sucedido a Carter
Druse, quien le dijo que le había disparado a un
caballo. El sargento se impacientó: “¿Había alguien
sobre el caballo? –Sí. -¿Quién? –Mi padre.”
-Uff…qué impresionante. No creo que Bierce
estuviera muy al tanto de Freud.
- Necesito moverme.
(Ella leyó de un tirón, las imágenes se sucedieron con
increíble claridad. El acantilado, la figura ecuestre,
la libre caída y los múltiples ángulos de visión de la
cosa se me enterraron imperceptiblemente. Mi sillón
se transforma en hojas de laureles.)
- Necesito azúcar. Voy a comprar galletitas.
Salió con todas las imágenes de acantilados y
vuelos a caballo. Las situaciones del texto se veían
con nitidez, como si el autor la hubiera guiado con
una cámara. Volvió con el paquete de galletitas
azucaradas y encontró a Eduardo reconcentrado en
la computadora.
-¿Viste que existen fotos de la guerra de secesión?,
mirá ésta.
(Me siento con ganas de estar así, echado sobre la
tierra, descansando con la displicencia de un muerto,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

calculo que a los muertos no les importa qué piensan


de su look o de lo apropiado o no de su postura, por
suerte ella consiguió las galletitas que yo quiero, de
esas que son saladas con cobertura de azúcar, es el
contraste más parecido en lo material a lo que tengo
en mi cabeza.)
- No me muestres eso. No es ficción.
-Hamam es baño turco, ¿sabías? En principio estos
personajes necesitarían un baño y no sólo de agua y
jabón. La ternura se perfila entre padre e hijo como
intuiciones abstractas que no pueden brotar. Los
convencieron de que eso es ser varones. ¿Ni hablar
de toquetearse, no?
- Mierda, “intuiciones abstractas”. La guerra con el
padre es como un principio cultural, de identidad.
¿De qué ternura hablás?- padre serio, imponente,
con cabellera de león, la gran contradicción entre
esa figura en su pedestal y el padre caído. Como a
sus diez años fue esa caída. Y qué caída.
-De la ternura que todo varón o mujer tiene para dar.
¿Te acordás de La cola del perro de Marco Denevi?
A fuerza de reprimir, por orden del amo, mover la
cola, el perro se transforma en un lobo asesino, el
tiro de gracia rescata al can que muere moviendo la
cola. ¿No será que justamente en términos culturales
las ladies se apropiaron del derecho a la ternura y a
nosotros nos dejaron molernos a palos?
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Acaso querrían hablar

- Pero qué astutas las damas… Los antropólogos no


nos dieron ese status, por eso dicen que la lucha por
el poder es entre padres e hijos, varones. Los viejos
mandan a los jóvenes a la guerra antes que ellos los
maten y tomen el poder. Como hacen los monos- el
poder que él le atribuía al género femenino siempre
la sorprendía, tal vez a ella le pasaba justo al revés.
Cosas de papá y mamá.
-Justamente qué astutas las damas… ¿Les habrán
bordado el uniforme o les habrán dado un pañuelito
con perfume a ella para que se hagan la paja en las
trincheras?
- Las chicas súper poderosas... Bierce era un declarado
misógino, así que la enfermedad de la madre sería un
truco para que Carter se mal enquistara con el padre
y lo matara. Seguro que culpaba al gentleman por el
malestar de la mamma- no dudaba del poder de la
madre de Eduardo, esa reina de los caprichos. Pero
la de ella, otra cosa mariposa.
-Esto de la madre moribunda es truco viejo, para
mí que los sobrevivió a los dos: al padre obviamente
y al hijo casi…y colorín colorado: se quedó con la
pensión de los dos.
- ¿Vos decís que este Edipo proyanqui no vuelve con
la mamma y la tiene para él solito?
-¡Pero noooo! Seguro que a Carter lo devora la
culpa de haber matado a su padre, tan grandote,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

tan hermoso y le gustaban los negros, ya que no


los quería largar y se hace fruta, o si en todo caso
vuelve con la madre, ésta encima lo acusa de haberle
matado al macho. No te olvides, darling: Madre hay
una sola.
(Las imágenes se van armando vertiginosamente,
empiezo con el larguísimo y típico sinfín de
asociaciones, pienso en una obra plástica de Damián
Hisrt del 2007 que se llama Por el amor de Dios
que se vendió en 100 millones de dólares y decido
mostrársela a Madame Solemnis.)
-Mirá esto- le señalaba la imagen de la calavera
enjoyada.
- Es un canto fúnebre.
-Pero sin embargo fijáte lo que dice la nota periodística
y los dichos del autor:
“Calavera con diamantes: vendida a 100 millones de
dólares
Según informa la agencia Reuter, una calavera
incrustada con diamantes creada por el
artista inglés Damien Hirs (Bristol, 1965)
marcó un nuevo récord en el mundo del arte
al ser vendida en 100 millones de dólares.
La pieza, según la galería londinense White Cube,
fue adquirida por un fondo de inversiones que
pidió el anonimato. El precio pagado por For
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Acaso querrían hablar

the love of God (Por el amor de Dios) es el más


alto alcanzado por la obra de un artista vivo.
Hirst expresó que la calavera del siglo XVIII,
incrustada con 8.601 diamantes, está inspirada en un
cráneo azteca que vio de niño en el Museo Británico.
White Cube, que exhibió la obra desde principios
de junio hasta el 7 de julio, explicó que Hirst
compró la calavera, que se cree perteneció a un
europeo de 35 años del siglo XVIII, en un mercado
en Islington, al norte de Londres. Su obra, un
molde del cráneo real que conserva los dientes
originales, incluye un diamante valuado en más
de 8 millones de dólares en el centro de la frente.
Según Hirst, la pieza representa “la victoria
definitiva sobre la muerte”.
- Ja, ja. Que se crea su abuela esa explicación. Yo veo
otra cosa: por más adornos carísimos que te pongas
en el fondo está la muerte. El viejo tema- pero lo que
más le molestaba en el fondo era la insistencia de él
en que al padre le gustaran los negros, como dejando
a las mujeres fuera del deseo masculino, o paterno.
¿Por qué la irritaba? Cuando quería mandar algo
de luz a esta inquietud aparecía una confusión de
imágenes.
-¿Qué te pasa Carucha? ¿Se te quedó atragantado
algo? Para mí la calavera enjoyada tiene algo muy
vital. No podés dejar de mirarla, de pensarla. Al
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

menos eso me sucede.


Más allá de las palabras del autor.
- No puedo creer que lo veas como la victoria sobre la
muerte. Es una calavera, aunque tenga un diamante
de no sé cuántos millones de dólares. Algunas
interpretaciones tuyas me parecen de marciano. Esa
obra es una ironía, y más irónico todavía es que se
haya vendido en 100 millones.
-Ironía es lo de la franja de Gaza, o como una vecina
que después del incendio de su casa decía ¡qué ironía,
se me quemó la casa, menos la cocina! Decir que es
una ironía porque para vos la calavera es para los
envases de veneno es un poco corto, ¿no te parece?
- Qué tonto. La ironía para mí está en el significado
del diamante sobre la calavera, desde el punto de
vista de la muerte ¿qué vale un diamante?, y que
encima se pague tanto por eso. Hay un doble juego
con los valores que la sociedad le atribuye a ciertas
cosas, mirado desde la perspectiva de la muerte-
cuando él no entendía una referencia lo atribuía a la
cortedad de los demás, o de ella en este caso. Pero era
indudable que se habían ido del tema. El sueño de la
comunión entre los hombres duraba un instante.
-Ajá. ¡Y bueh! Como dice el amigo Bierce: “La guerra
se complace en venir como un ladrón en la noche;
y la noche está hecha de promesas de amistad
eterna”.
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Acaso querrían hablar

- Vos decís que al padre le gustaban los esclavos porque


no los quería largar. Me quedó sonando- prendió otro
cigarrillo. El humo tenía un efecto sedante, frente a
tanta contienda. La guerra de adentro y de afuera.
El padre asesinado-. A mí me parece que Carter no
logra matar al padre, se vuelve una figura más fuerte
para él. Esa imagen del padre volando, dominando al
caballo en la caída. No sé cómo explicarlo.
-¿Por qué no puede gustarle el vino y la cerveza?
Sexo y poder es trigo viejo.
- Eso justo es lo que le pasó a mi papá, le empezaron
a gustar el vino y la cerveza. También la ginebra. Se
desmoronó, pero no se cayó de ningún barranco,
se le cayó la realidad encima. Yo vi cuando se caía,
en cambio el padre de Carter vuela. Me da cierta
envidia.
-¡Uauu! Nunca me habías contado que tu viejo
también se la comía.
- Muy gracioso- en cierta forma era mejor que él no
quisiera hablar de esto, así la devolvía al presente, al
momento específico en que terminaba su cigarrillo
y sentía el gusto que el tabaco dejaba en su boca,
la sensación de vacío en el estómago y las ganas de
comer que ahora percibía claramente - . Hoy no
almorcé, qué hambre. ¿Tenés comida?
-Ajá Cuerpito, pero mirá si como en el cuento hago
de esto como“…aquella ratonera militar donde
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

quinientos hombres que dominaran sus salidas


podían hacer morir de hambre a un ejército”.
- ¿Lo de ratonera lo referís a tu casa? Con tu batallón
de gatos no corremos peligro- era una molestia. Tantas
veces él era una molestia, como un moscardón que no
daba tregua. Aunque sabía que no se trataba de él.
Muchas partes de su historia personal esperaban el
más mínimo detonante, y ahí estaban intactas, unas
ligadas a otras –. Pero acá quedaron galletitas, me
voy a conformar con esto.
(Cuerpito, Madame Solemnis, Carucha y Sirena se
aglutinan en una sinergia magnífica. Su historia con
los muchachos y sobre todo con El Varón (El Padre)
es una molestia. Tantas veces ella es una molestia,
como una mosca que no da tregua. Aunque sé que
no se trata de ella. Muchas partes de mi historia
personal esperan el más mínimo detonante, y ahí
están intactas, unas ligadas a otras.)

Resumen de la Segunda Expedición:


A ella se le suma el apelativo de Sirena, junto a una
falsa visión de “blanca y radiante va la novia”.
Sigue sin tener nombre.
Eduardo tiene otitis y sueño, probablemente
provocado por los medicamentos.
Se sigue sin saber quién es Dora.
Se conoce el autor del cuento que leen y comentan.
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Acaso querrían hablar

Las obsesiones persistentes del día son:


- Para él, la calavera enjoyada, la madre moribunda
y pensionada, el derecho al toqueteo entre varones y
el sueño eterno.
- Para ella, la caída del padre.
Siguen sin aparecer muertos ni doncellas sacrificadas
(sin embargo hay un muerto, o más de uno, a discutir,
y en vez de sacrificar a la doncella se sacrificó al
padre).
Nota: Nunca se encontró en la Wikipedia el concepto
de “parredia”.

Interludio

Me rechina la cabeza.
Son más de las 2 de la madrugada y entre el malestar
físico y el calor duermo como los pollos.
Suena el teléfono.
Titubeo. Sé quién es.
Espero un poco para ver si desiste.
Pero no.
Levanto el teléfono.
Efectivamente es ella.
La ex.
No habla inmediatamente y de pronto los
borbotones.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-Sep. No… (Qué más decirle, it´s too late.)


Ella sigue mascullando en medio de la madrugada.
Poca conciencia la señora. No son horas.
Ya nunca más quiero esas horas donde era yo el que
peleaba y ella se hacía la distraída.
Me corta con una puteada.
Me levanto sudoroso.
Son las tres de la matina. ¿Se gastó casi una hora de
celular para putearme?
No creo valer tanto.
Me estoy meando, soné, ya no me duermo más.
La copa está sobre la mesa y una botella medio vacía,
una pena.
Prendo la tele sin sonido. Veo los efectos de las
ventosas aplicadas a la celulitis.
Calculo que alguien las comprará.
(Llame cuando quiera total no pasa nada todo
tranquilo pregunte y no cuente total no pasa nada
piense en libre que para usted libre es como taxi
con el cartelito del techo prendido prenda la mirada
vivida a algún colectivo que de a dos también se
existe llame y rompa el sueño sueño que no alcanza
con vivir la literalidad pajera llame con palabras
telefónicas total no pasa nada y nada el pez cuando
el gato toma de su agua y la mentira es como una
lapicera que no anda que porque está y no anda
y la puteada emerge del fondo del garguero cuando
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Acaso querrían hablar

hay que escribir alguna urgencia ordinaria como los


deditos presurosos en el telefonito de bolsillo con
aires de médico de circo y la mirada enturbiada de
ansias por llamar llame exagerado aquello que en
el celular no tiene cara y donde la falopa del pelo
galopa para no detener la cabeza enmarañada los
años de llamadas interrumpidas por miradas son
un juego raro de pajitas en la cara y de guascazos
errabundos y parálisis de las lágrimas y la culpa la
tiene el chancho porque nunca llame a la encrucijada
de no tener un diccionario para todas las palabras.
Llame cuando quiera total las palabras ya no tienen
carga.)
Se desliza la última gota de la botella en la copa.
¿Abro otra?
Son recién las cuatro y la noche está en pañales.
Un flash de La ciénaga ante mí…, “algo fresquito”,
como dice el personaje de Graciela Borges. Agarro
más hielo para la segunda botella de tinto. “¡Qué
pecado!” dicen los nuevos tilingos que meten los
mocos en las copas y aspiran como cocainómanos al
pobre vino, ni soda ni cubitos. ¿Cómo enfriarme, si
no?
Tengo mucho calor.
Zaping y más zaping.
¡UY! Lo que el viento se llevó.)

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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

TERCERA EXPEDICIÓN

¿Traje las ciruelas?, venía preguntándose al momento


de tocar el timbre de la casa de Eduardo. Tanteó la
mochila, sí, se sentía el contorno de las frutas que esa
mañana la habían cautivado en la feria del parque.
El color de las ciruelas era casi tan importante como
su sabor. Y con esto de los colores, se quedó mirando
otra vez la pared rojo oscuro de la entrada. Algo tenía
él con los colores: las estridencias y los contrastes. Los
espacios cargados de objetos; muchos, reciclados de
la calle. Volvió a tocar el timbre porque no aparecía,
mientras se rascaba, invasión de mosquitos, siempre
alguien alimentándose de la sangre ajena.
Lo vio venir por el pasillo largo, algo desorientado,
con unos calzoncillos rayados de algodón que se le
caían, chocándose contra el marco de la puerta. Como
una imagen repetida en su retina. Siempre el verlo
venir, el saludo de llegada y el saludo de despedida.
La regularidad de ciertos gestos iban ordenando la
sucesión de los años para que no todo se dispersara.
- Hola, ¿estás dormido? – lo notó algo tenso -. Traje
ciruelas para hacer licuado, con agua, azúcar y hielo.
La bebida del verano.
-Gracias pero me da cagadera a esta hora del
mediodía.
(Estoy pastoso. La noche fue larga, entre insomnio y
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Acaso querrían hablar

sobresaltos. Ella persiste con su ropa clara, adecuada


al clima. El pasillo gira a mi alrededor. De pronto estoy
nuevamente en el breve balcón del departamentito
en el que vivió Cuerpito durante toda la secundaria.
1976, presente. Los largos momentos de fervorosa
lectura junto a ella se instalan en el pasillo rojo de
la entrada. Lo que el viento se llevó. Juntos vimos
la reposición de la película y de ahí nos sumergimos
de cabeza en la lectura de la novela. La proximidad
entre nosotros era inevitable. El balcón de la casa
de su tía era estrecho y la fronda del árbol, verde,
reverde, aportaba algo de Tara. Debíamos estar ahí,
en la copa del árbol, en Twelve Oaks, solos. Continúa
la Guerra de Secesión. El vuelo del jinete me llevó al
balcón nuevamente. A Scarlett.)
-¡Eh! ¿Seguís dormido?
-Disculpáme, mala noche y estoy en Úbeda, pasá.
- Sí, algo de eso me pareció. ¿La otitis te tiene mal?
¿O te peleaste con algún recuerdo?
-Ya no me peleo. (Es una forma de decir, simplemente
dejo que el cúmulo de cosas que pasan por mi cabeza,
pasen. Ya no reniego.) A lo hecho, pecho. Estoy mejor
del oído, al menos no me palpita.
- ¡Mirá que no te vas a pelear! – si algo sabía de él
es que no desperdiciaba oportunidad para sacar a
relucir su beligerancia, contra el mundo o contra
sí mismo, contra las enfermedades, contra las leyes
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

naturales y las sociales, contra el presente y contra


el pasado. Este concepto de que la edad trae cierta
mesura… Ni él ni ella –. Las ciruelas son para la
tarde.
-No quiero estar en la cocina, ni afuera. Vamos al
cuchitril, prefiero los sillones y está
fresquito.
(Me duele la cabeza, es el momento donde odio
“esa copa de más” que nunca sé cuál es. Frente a
ella prefiero conservar la elegancia, o al menos la
pretensión. Muchas veces a lo largo de los años ella
me sostuvo las borracheras, pero prefiero creer que
no.)
-No quiero almorzar ahora.
- Me parece que no estás como para cocinar- ella se
fue a la cocina a guardar las ciruelas en la heladera,
vio los envases de vino tinto, ya se lo imaginaba,
linda mezcla con los antibióticos -. ¿Querés un vaso
de Coca para apagar el incendio?
- No me grites que se me parte la cabeza. ¿A qué
incendio te referís?
- Quedáte ahí echado que yo preparo la comida –
para qué seguir con el tema.
Encontró unas pechugas de pollo. Las olió con cautela,
sospechando que podían ser fósiles - ¿Son frescas
estas pechugas? ¿Tenés aceitunas? No encuentro la
sartén, ¿dónde la pusiste?
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Acaso querrían hablar

- ¡Son tres preguntas! (¿Qué querrás que te conteste


primero?)
- Perdón…
-Las pechugas las compré ayer (Sabía que venías.).
Las aceitunas te las debo y la sartén está en el patio.
(Un rayo de inspiración divina me devuelve a la
tierra.)
-¿Arrancaste?
-¿Qué?
-Nada.
(Adoro esa calidez provinciana de ella. No puedo
decir que es maternal. En mi experiencia eso sería
insultante. Los olores de la cocina vienen llegando
más certeros que la voz de Cuerpito y mis tripas
empiezan a despertar. No me acuerdo bien cuándo
fue la última vez que comí una comida, mi cuerpo
tampoco.)
-¿Llevo la comida para allá?
-Bueno. Anoche me quedé pensando en esto de la
guerra de Secesión y me acordé de cuando fuimos a
ver Lo que el viento se llevó y de cuando leíamos en
el balcón de tu tía la novela.
- Eso fue… en el 76, ¿no? Me parece que ese año
llovió todos los días. Aunque por ahí buscamos y fue
un año de sequía. Mi memoria tiene caprichos, nunca
sé si no invento los recuerdos.
- No creo que lloviera y estuviéramos sentados en el
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

balcón leyendo.
- No me acuerdo. Para mí el 74 y el 76 fueron años
de lluvia.
- Ajá, si te parece. (Prefiero seguir saboreando la
pechuguita antes que discutir el tema, me quedo
callado y me concentro en la comida.)
Los cubiertos golpeteaban los platos casi vacíos.
Eduardo tomó más de un vaso de agua.
- Eso no es: yo digo que solamente me parece – lo
miró, él estaba con el pollo, con la ensalada, con el
pan. Aunque no le había dado las gracias sabía que
lo estaba disfrutando -. ¿Y las gracias?
- Gracias hacen los monos. (¿De dónde surge esa
fuerza irreprimible de no poder concederle lo
obvio?)
- Claro, y vos sos descendiente del burro.
-¿Lo decís por mis atributos? (No estoy teniendo la
elegancia que pretendo, es un día en que me hubiera
gustado ser como Rhett y no me sale.)
-Ja, ja. El Falo del Fin del mundo - el fin del mundo
le había parecido el departamento de la tía Haydé
cuando llegó a instalarse en el 76.
-Obviamente que para más de una es el Fin del
mundo si no tienen un falo que las ilumine.
- Me parece que el viento debería llevarte algunas
ideas megalómanas.
(Dio en la tecla con lo de la megalomanía pero por
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Acaso querrían hablar

una vía bastante estrecha. La suntuosidad de la


película, las escenas épicas son parte del recuerdo
de Lo que el viento se llevó. Se me mezcla lo leído
en la novela con lo visto en la película. La Scarlett
de la novela no es tan bonita como Vivien Leigh, La
Scarlett de la novela es más parecida a ella en el 76.
Me sobresalto cuando descubro que Cuerpito era
Scarlett en 1976.)
-¿Sabés qué acabo de descubrir? Que la Scarlett
O´Hara de la novela era como vos cuando nos
conocimos.
- Pero ¿qué decís? Scarlett era una niña rica seductora
y yo una crenchuda pueblerina que ni me animaba a
abrir la boca- cuando retrocedía la mirada a esa época
le volvía la sensación de desamparo -. Se me mezcla la
novela con la película. ¿Primero leímos el libro?
-No. Primero vimos la película y por eso nos
enteramos que existía la novela. Fuimos al Cine
8, era una función de la tarde y salimos de noche.
Te acompañé hasta tu casa a pesar de que los dos
teníamos miedo. No hablamos. Yo como siempre iba
mirando el piso con un ojo y con el otro espiaba si
aparecía algún cana. Eran pasadas la 10 de la noche
y no podíamos andar por la calle. ¿Sabés para qué
miraba el piso? Por si teníamos que defendernos y
siempre escudriñaba si había algún palo o alguna
piedra. Es el día de hoy que las pocas veces que ando
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

por la noche caminando, sigo con esa fijación. ¿Será


por eso que estoy medio encorvado?
- Sí, seguro, ¿y qué ibas a hacer con un palo? Me
acuerdo cómo se ponía mi tía. Se asustaba cada vez
que yo volvía tarde: que “vas a aparecer en una
zanja”, que “qué le digo a tu mamá”… Pero tenés
razón, por eso la única imagen que tengo de Scarlett
es la de la película. Me refiero a lo físico. También la
de Rhett… Qué personaje. Nietzscheano – aunque
claro que en esa época no conocía a Nietzsche,
solamente le resultaban atractivas las personalidades
transgresoras de los protagonistas. Justo el impacto
para una adolescente.
-Me dan ganas de llorar, mirá lo que encontré cuando
abrí el libro:
“-¿Qué pesadilla? La voz de él era tranquila y
dulce. -Es verdad. Se me olvidaba que usted no lo
sabe. Pues bien, cuando trataba de ser amable con
la gente y me decía que el dinero no lo era todo, en
cuanto llegaba la hora de marcharme a la cama,
siempre soñaba que estaba otra vez en Tara después
de la muerte de mi madre, cuando los yanquis
acababan de pasar por allí. Rhett, no se lo puede
imaginar, me estremece pensarlo, lo veo de nuevo.
¡Todo está quemado, tan quieto, y no hay nada que
comer! ¡Oh, Rhett, en mi sueño siento el hambre
otra vez!
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Acaso querrían hablar

-Continúe.
-Yo tengo hambre, y todo el mundo, papá y mis
hermanas, y los negros, están muertos de hambre
y lo repiten una y otra vez: “¡Tenemos hambre,
tenemos hambre!” Y yo estoy tan vacía que siento
dolor. Y para mis adentros digo: “Si alguna vez
salgo de ésta, nunca más volveré a tener hambre”.
- A ver, dame. ¿Ése es el libro que leímos? – lo hojeó.
Algo conocido tenía. No sabía qué. Tampoco sabía si
esas marcas de lapicera las habían hecho ellos tantos
años atrás. ¿Qué les interesaría a los trece años? No
lograba reconstruir su subjetividad de entonces -
¿Esto lo marcamos nosotros?.
- Sí, porque nunca lo presté y nunca más lo volví a
abrir.
- Y mirá justo lo que marcamos: cuando ella jura no
volver a pasar hambre, con todo su mundo destruido
por la guerra – todo su mundo destruido tendría un
significado autobiográfico para ella en el 76. No por
lo que estaba ocurriendo en la sociedad, de lo que
poco entendía, sino por el drama de su propia familia
–. Pero ésta no es la parte del juramento. ¿Acá está
soñando, no?
(Scarlett/Cuerpito no alcanza a atisbar mi estado.
Del mismo modo que durante tantos años no abrí
ni presté ese libro, no conversamos ni por asomo de
aquellos años. Un puente se alza y no sé bien qué
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

hacer.)
-¿Sabías que la autora, Margaret Mitchell murió al
mismo tiempo que su marido? Los atropelló un taxi
en el 49. Mirá la tumba que les hicieron.
Eduardo no paraba de googlear, saltando de imagen
en imagen mientras ella se acercaba a observar la
foto, parada al lado de la silla destartalada donde
él pasaba tantas horas. - Pero acá tienen distintas
fechas: ella en agosto de 1949 y él en mayo de 1952-
la doble tumba parecía inapelable. Eso de ser
enterrados juntos, como si durmieran una siesta.
Observó como él se había recuperado y ya estaba
metiendo los dedos en la computadora. El término
impuesto era “navegar”, como si continuaran con la
metáfora del mar de información. En todo este juego
de codificaciones, de figuras, de fragmentos, más que
navegar venían naufragando.
-Es cierto. Quizás preferí creer que lo que leí alguna
vez era más cierto que esta lápida ¿Acaso estamos
seguros que es la misma Margaret Mitchell de la que
hablamos?
¿Serán esos los restos de sus cuerpos? Me acuerdo
que leí que Scarlett tenía profundas similitudes con
la autora. Quizás por eso me armé esto en la cabeza,
como una reedición de Romeo y Julieta. (O porque
quizás me gustaría morir junto a vos.)
Trató de traer a su conciencia imágenes de la lectura
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Acaso querrían hablar

en el balcón, de lo que significaba entonces la guerra,


Tara, Scarlett, Rhett. Era indudable que Rhett era
una figura varonil, contradictoria: un aventurero
que rompe los códigos, un insoportable seductor,
alguien que podía ser irritante y dulce. – ¿Vos decís
que el marido de Margaret era una especie de Rhett,
y que por fin ellos habían logrado unirse?
-Suena lógico lo que decís pero no pensé en eso. Sólo
pensé en Scarlett/Margaret/Vos.
Las fotos que vi de ella tienen que ver con vos. Con
la imagen que tengo de vos en el balcón.
Miró con cierta curiosidad a esta otra Julieta que de
alguna manera era ella. Pero Margaret aparecía ya
adulta, su adolescencia se la había llevado el viento.
-Hay incluso palabras tan cercanas a nuestros
diálogos de ese momento que dan miedo, obvio que,
a diferencia nuestra, los personajes se trataban de
usted. ¿Te acordás cuando te pregunté en ese mismo
balcón si estabas arrepentida de haber dejado tu
pueblo y haber venido a La Plata después de un
ataque de llanto que tuviste? Escuchá esto:
“-¿Se encuentra ya mejor? Y ahora vamos con
calma al fondo de todo esto. Dice que si pudiera
volver a hacerlo sería completamente distinta. Pero
¿lo haría así? Piénselo fríamente. ¿Lo haría?
-Yo...
-¿No volvería a hacer lo mismo? ¿Podría obrar de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

otro modo?
-No.
-Entonces, ¿por qué se lamenta?”

Tantos años sin hablar de esto. Otra vez él se estaba


convirtiendo en ese moscardón que la acorralaba y
la obligaba a mirar lo que no quería ver. Se acordó
del llanto compulsivo, pero él no tenía derecho… Sí,
justo él lo tenía. – ¿Por qué me molestás? Ahora me
dieron ganas de ver la película. ¿No la podés bajar?
-¡Surprise! La tengo.
(La noche fue larga no sólo por los vinos.)
-Antes necesito salir. ¿Me acompañás a comprar
cigarrillos? (No aguanto más la atmósfera.)

La película era larga como esperanza de pobre. Y el


tiempo se amotinaba entre 1861,
1939, 1976 y el presente. Casi tres horas en el Viejo
Sur, la tierra en la que vivían los caballeros con sus
bellas damas y sus esclavos. Cuerpito estaba acostada
en el sillón grande, con almohadones en profusión.
Bueno para olvidarse del cuerpo. Ese mundo de
reglas fijas, con grandes plantaciones de algodón,
propietarios patriarcales, niñas blancas mimadas y
sosegadas señoras, necesitaba de los esclavos negros
para funcionar. Pero esa civilización no entendía
que era su final. La guerra era tomada con total
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Acaso querrían hablar

impudicia.
La fiesta y la guerra. Scarlett se prepara para otra
batalla: Ashley anunciará en la fiesta su compromiso
con Melanie y ella tiene que impedirlo. La guerra la
aburre porque arruina las celebraciones, el centro
de ese mundo social en el que le tocó un papel
privilegiado. El derecho a la frivolidad, la seducción
y el capricho es patrimonio de los blancos. Los negros
se quedaron sin infancia: una chiquita negra abanica
a las señoritas que reposan en un intervalo de la
barbacoa (digamos el asado) en Twelve Oaks. Las
mujeres negras trabajan toda su vida, igual que los
varones, rubricados por su color de piel. El ocio es
inmunidad de la piel clara, éstos toman su condición
como parte de un orden natural, medieval.
El tiempo se alargaba para que se desenvuelva la doble
tragedia: la del Viejo Sur condenado a desaparecer y
la de Scarlett que tiene que acomodarse a las nuevas
reglas y realizar su sueño de amor.
-Interesante el principio con esa sombra chinesca,
teatro de sombras para el árbol y las personas, y la
mansión es lo definido. ¿Una época que el viento se
llevó? Mmmhh…
-El viento es imagen del tiempo, obvio. ¿Pero viste que
dice “los últimos caballeros”? Como que vinieran de
la épica medieval – esa tierra, el lugar donde tenían
las raíces, en principio no podía pensar en el orden
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

esclavista, sino en Bavio, en la tierra arada. Tenía


que defenderse de la nostalgia - . Y el cielo como
prendido fuego, qué grandilocuencia.
-En inglés “viento” suena bastante parecido a
“ganar”.
- Los yanquis siempre quieren saber cuál es la
ganancia. No es cuestión que el viento les lleve lo más
importante.
(¿Cómo serían “sus yanquis de Bavio”? ¿Cómo
habrían sido con Cuerpito el boludo de su hermano
Pato y sus amigos?)
-¡Mirá mirá! ¡Típico deseo femenino!
En la pantalla, ubicada en una posición central, se
encontraba Scarlett rodeada de jóvenes ricos del sur
que le rendían pleitesía. Ella coqueteaba sin ningún
pudor, con la incauta idea de darle celos a Ashley.
- Pero a ella le gusta siempre el que no tiene- se
acomodó un mechón largo de pelo que le estaba
tapando el ojo derecho.
- ¿A quién te hace acordar?
- A vos, claro.
- Ajá... No. Nunca me quedaron bien los vestidos
escotaditos con la pelambre que tengo y mucho
menos los machos alrededor. ¡Qué olor a bolas, pobre
mina!
- Mirá eso al fondo, ¿no parece un templete?
-¡Como el que habían hecho para la Casa de Tucumán!
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Acaso querrían hablar

Bueno, la verdad que cualquier casa en Tucumán es


la casa de Tucumán…Me refiero al recinto histórico
donde se declaró la Independencia, lo metieron
adentro de un templete medio franchute con
altorrelieves de Lola Mora y después se les ocurrió
bajarlo a piquete de nuevo y reconstruir la dichosa
casita (En la primaria nunca pude dibujar esas
columnas como ochos, jeje, las llaman salomónicas.)
Dicen que como estaba hecha mierda la voltearon
en 1903. El Templete estilo Art Nouveau cubrió con
hierro y vidrio el Salón de la Jura. Esto no estaba
hecho bolsa, se les pasó el berretín francés y vuelta
otra vez a buscar planos, fotos y a rehacer la casa.
¿Sabías que la dueña no prestó la casa sino que la
había alquilado y las tropas se la hicieron mierda?
Como a Tara que la usaron de cuartel. ¡Qué cerca
estábamos ¿no?, jeje!
- Es que en Argentina venimos de guerra en guerra,
aunque no se les dé ese nombre. Cada grupete que toma
el poder rompe todo lo que hicieron los anteriores-
mientras Scarlett perdía a su amor, y era descubierta
por Rhett en su momento más desesperado: cuando
le pedía a Ashley que no se casara con Melanie -.
¡Qué papelón!, pobre Scarlett.
- Chist.
- Pero a Rhett le encantó que ella sea tan poca dama.
Fascinado.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

- Chiiisssstttt.
Después llegó la guerra. El casamiento de Scarlett por
despecho. Su viudez. Algo de inocencia quedaba, esa
terquedad por conquistar a Ashley. La protagonista
todavía creía en el amor, cosa que a ella le dibujaba
una nostálgica sonrisa. Ser entera en el deseo de uno
solo, el único.
Batallones de negros eran obligados a pelear en
defensa del sur que los esclavizaba. Pasaban armados
con herramientas de campo. La reiterada carne de
cañón.
-¡Uy! No me acordaba que también con los sureños
iban a pelear lo negros. ¿Peleaban para seguir siendo
esclavos?
-Les hacían creer que las retenciones a las
exportaciones agrícolas eran para darles un salario
digno.
-Mirá como rajan los gringos. Les prendieron fuego
el tuje y Scarlett que quiere volver con su mamá.
Las imágenes de la ciudad incendiada y de Scarlett
escapándose en un carro con Melanie, su bebé y una
esclava eran apocalípticas. Rhett, algo presionado,
las ayuda un corto trecho pero después se va.
-Y Rhett sicopateándola con que la ama, y la deja
sola.
-Quizás le dejó un hadita de la suerte para que llegue
sana y salva.
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Acaso querrían hablar

-Como te hizo Lía cuando estabas internado. ¡Qué


inspiración tuvo! Te dijo que un hada de porcelana
fría te iba a cuidar y se fue al masajista.
-No me hagas acordar de esa turra, encima me tuviste
que ayudar vos con la chata.
-Justamente ahí van las chicas en la chata, en medio
del desastre.
-¡Qué increíble esa negrita maricona! En medio del
desastre, jode…
Cruzan los campos llenos de muertos. La destrucción
se generalizó. Y Scarlett conduce el carro por el
infierno, llevando a Melanie con su bebé, el hijo de
Ashley, y a la negrita que protesta por el hambre.
Como de la nada aparecen oportunidades que
Scarlett no desperdicia: encuentran una vaca. Llegan
a Tara con la vaca atada. La visión del hogar. Se
nota que le pasó una guerra por encima. Despertaba
tantos recuerdos, qué día de mierda, pensó mientras
agregaba otro almohadón debajo de su cabeza y
quedaba como La maja vestida.
Scarlett encuentra algo parecido a lo que fue su padre.
Pero éste de ahora perdió el juicio. Su madre acaba
de morir. Todo es una ruina. La única que permanece
firme, tal vez acostumbrada a las desgracias, es
Mamita, la negra. No hay nadie que pueda hacerse
cargo del desastre. Todos le piden que resuelva:
tienen hambre, miedo, están desmoronados.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Y Scarlett atraviesa las demandas, como sonámbula.


Sale de la casa/caos. Camina
hasta el huerto diezmado. Se abalanza famélica sobre
una planta de rábanos. Come.
Vomita. Jura a los cielos que nunca más pasarán
hambre, ni ella ni sus seres queridos,
aunque tenga que matar.

-¿Pongo el segundo CD o preferís un descanso?


-Voy a preparar unos mates y seguimos.
-Yo me tomaría un whisky.
- Pero qué salvaje. Estás tomando antibióticos – esa
idea de Bierce, que los pueblos chupadores de brandy
o whisky someten a los abstemios… ¿Qué tenían los
hombres con el alcohol? - ¿Qué tenés en la cabeza?
- Piojos.
- Bacterias tenés. Toda una fauna en los oídos,
querido.
- Ajá.

El sur estaba derrotado, pero no Scarlett que


empezó a plantar algodón. Y está decidida a todo:
un soldado yanqui entra a la casa a saquear y ella lo
mata. Lo juró y lo hace. Su cómplice es una sorpresa,
Melanie la ayuda y hasta le da la idea de sacarle el
dinero al muerto. Dicen que las mujeres, como las
hormigas, son las que siguen adelante cuando los
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Acaso querrían hablar

hombres fueron vencidos. Y ese fue el fin de la


guerra, el general Lee se rindió y vuelven a casa los
pocos soldados que sobrevivieron, entre ellos vuelve
Ashley. También llegan los oportunistas que quieren
adueñarse de las propiedades. Los tres hombres más
cercanos son estériles para ayudar: su padre muere,
Ashley está devastado y Rhett, preso, no le da los 300
dólares que necesita para salvar Tara.
La suerte la cruza: el pretendiente de su hermana,
dueño de una tienda, como una especie de almacén
de ramos generales. Dios aprieta pero no ahorca. Le
arrebata a su hermana el candidato: nada importa
más que salvar a Tara.
No le interesa la cosecha de chismorrerías. No está
para boludeces. Hay que mantener una familia. El
aserradero es un buen comienzo. Atlanta se está
reconstruyendo y no pierde oportunidad: hace
trabajar a los presos. Ashley es conminado por
Scarlett y por su propia esposa a hacerse cargo de
la contabilidad. Buena cosa para tenerlo a tiro. Al
menos. Es atacada por bandidos y sus compadres
buscan vengarse. Muere su segundo marido en la
trifulca y Ashley es herido. Rhett los cubre frente a
los yanquis. Nuevamente viuda y rica, ahora Rhett le
pide matrimonio.
- Acá empieza la batalla en la que nadie logra ganar:
la de las parejas- tan poca confianza le inspiraba
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Rhett como los varones en general.


- Ni terminar de perder. (Tengo un nudo en el
estómago. Como un hoyo que me atraviesa de lado a
lado, por donde pasa el viento. Ahora es 1980. Mejor
me abrazo a un almohadón.)

Acepta casarse con Rhett. La opulencia se hace


obscena. Restauran Tara y compran la casa de
Atlanta, que es un palacio.
Ninguna sencillez y nace Bonnie.
Jura no tener más hijos, su cintura pasó de 46 a 51
centímetros. Impensable ser vieja y gorda. Le pide
a Rhett que ni se le acerque. Él entiende. Ella sigue
encaprichada con Ashley. Mala decisión. La guerra
entre ellos es declarada.
Él se lleva a su hija a Londres. A su retorno la
novedad de un nuevo embarazo los hace
enardecer: de la lucha cuerpo a cuerpo Scarlett cae
de las escaleras. Pierde el embarazo.

- ¿Dónde carajo pusiste los cigarrillos?


Cuerpito, nuevamente, no podía contestar. Esta
revoltura de las tripas, hablaban el lenguaje del
cuerpo, de lo que no logra decirse con palabras. 1980.
Un oscuro momento sin nombre, del que ninguno de
los dos quería hablar.
Pero los golpes no llegan de a uno. Se duplican, se
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Acaso querrían hablar

abren caminos en las tinieblas.


La muerte de Bonnie es el gran golpe. La noche oscura,
pensó ella, la noche más poderosa que cualquier rayo
de sol. Después de tantas muertes en la guerra, ésta
era la verdaderamente inaceptable. Sintió un vacío
que desdibujaba el presente.
(“Y ella es flama que se eleva y es un pájaro a volar,
en la noche que se incendia estrella de oscuridad
que busca entre la tiniebla la dulce hoguera del beso,
queme la mar en sus labios que el infierno es este
cielo”. Se me superpone la voz de Lila Downs, al
sonido de la película y a 1980. Creo que el resto de la
película solamente transcurrió.)
-¿Y el licuado de ciruelas para cuándo?
-No quisiera abonar en contra de tus intestinos.
-¿Abonar? Te dije que cuando recién me levanto me
da cagadera, hace horas que estamos acá.
-Bueno, preparálo vos y ponéle bastante azúcar.
(Mejor me paro y lo hago, no estoy para Caruchas.)
El sonido de la destartalada licuadora era peor que
un campo de batalla. Encima a Eduardo se le ocurrió
destapar el vaso con la licuadora encendida para
mirar adentro.
-¡Pero la puta que lo parió!
-¿Qué pasó?
Cuerpito fue hasta la cocina y se encontró con un
Eduardo enchastrado de licuado de ciruela, con
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

mucha azúcar.
-¿Te disfrazaste de Scarlett?
-¡No boluda, estoy haciendo la versión latinoamericana
de El regreso de los muertos vivos!
-Dejá, dejá que limpio yo y andá a cambiarte la ropa
– tanto elegir las ciruelas para ese desparramo. No
había caso, igual que Rhett cuando deja a Scarlett
sola en medio de la guerra, con Melanie moribunda,
un bebé gritón y una negrita irracional, aunque
la comparación fuera desproporcionada. Algo
más medular ya le había pasado con Eduardo en
1980, algo que la película había revivido de alguna
manera. Encima ahora él gritaba en el baño. Parecía
que estaba cantando, y ella sacando la ciruela de los
azulejos blancos. Tenía que limpiar las manchas rojas
de los azulejos, porque si no... En alguna parte tenía
que estar el orden. La cocina era como el hospital de
campaña.
(Me doy una ducha, de paso, ñácate, me tomo un
respiro.La música me quedó sonando en la cabeza
e irreprimiblemente sale de mi garganta: Lara-lara,
lariiii- lara, Laaraaaaaa Laraaaaaaaa, Lara-lara.
Definitivamente lo mío no es el canto pero estoy en
el baño.
Cierro el agua de la ducha y respiro. Miro mi panza
en el espejo y la flacura de mis piernas, de galán,
nada, ni de pelo tampoco. No me molesta ni tampoco
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Acaso querrían hablar

me gusta. Me viene la frase complaciente de que “el


hombre es como el oso…”. Atina a instalárseme.
“Niet, nene, niet”, la vejez es una mierda. On ne peut
pas être et avoir été. Y salgo a vestirme.)

Eduardo entró en la cocina. Se quedó extrañado por


la pulcritud reinante, como si los azulejos tuvieran
luz propia. Ni una mancha de sangre, perdón, de
ciruelas.
-Pero qué impecable, sos toda una shikse. Yo pensé
que shikses eran las de antes.
- Andá a la mierda- y se acomodó la mochila-. Ya
me voy. Es muy tarde. Mañana entro temprano a la
escuela.
-Después te llamo.
El sonido de la puerta de calle quedó suspendido,
como partículas desoladoras que Cuerpito no pudo
limpiar, entre Eduardo y la cocina.

Resumen de la Tercera Expedición:


Continúa la Guerra de Secesión.
Ella de alguna manera se vuelve Scarlett y él, Rhett.
Conocemos algo del pasado de ambos en 1976 y algo
más.
Hay un balcón. Se hace referencia a su propietaria:
la tía Haydé.
Se menciona Bavio.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Se conoce el texto y la película en la que discurren.


No hay obsesiones, sino algunas urgencias:
-Para él: el probable efecto del licuado de ciruelas,
agua y azúcar en sus intestinos y el revoltijo de
estómago con una escena de la película.
-Para ella: la frustración del licuado perdido y otras
sin nombre.
Ambos mencionan 1980.
Suena Lila Downs.

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Acaso querrían hablar

CUARTA EXPEDICIÓN

“Desde hacía muchos años, se habían instalado allí,


en una especie de rutina roja en donde la paz se
mezclaba con la guerra, como la tierra y el agua
en las nauseabundas regiones de las marismas”-
escuchaba desde hacía unos minutos la voz de
Eduardo, o desde hacía muchos años, pensó para
reírse un poco de las sutilezas del tiempo, de su
aparente linealidad. Porque el tiempo cíclico sonaba
como una teoría más apropiada, tal vez.
(Prefiero leer. Hoy Cuerpito está con esos días.
¿Habrá tenido mala noche o no querrá contarme
qué le pasó desde nuestro último encuentro? Seguro
que se lo adjudica a mi escucha. Siempre fue lo más
pertinente. Su celular no para de sonar. No me cuenta
quién llama. Encima contesta presurosa. Y trajo este
cuento. Colofón: me está poniendo nervioso.)
-A ver si nos ponemos de acuerdo, o leemos o seguís
con tu telefonito y yo me voy a dormir.
- Si arrancamos así me parece mejor que te vayas
a dormir- le costaba entender ciertos ataques. En
su memoria discurrían varias imágenes: de pronto
estaba en Bavio con su padre alterado que le decía
“Cortá ya ese teléfono”, y otra vez acá, con un
Eduardo intransigente y despótico. ¿O el despótico
era su papá?
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-Te dije que nos pongamos de acuerdo, no es para


que saltes así. Por ahí te interesan más lo mensajitos
que el cuento ¡yo qué sé!
- Sos una pesadilla. Ya sabés que me interesa más
el cuento, pero cuando te ponés así…- lo miró un
momento con cuidado. Los ojos verdosos de Eduardo
iban tomando el color del mar, a veces grises, a veces
se oscurecían, como ahora. Ella quería recrear
interiormente el espacio del texto: los soldados griegos
instalados en la playa, el mar de fondo, las murallas
troyanas a lo lejos, y la mirada de Aquiles: con un
resplandor verde oscuro, como un mar tormentoso.
(Como siempre hace lo contrario de lo que dice y no
enuncia lo que realmente piensa. Hoy Cuerpito es un
mandala.)
-Mejor sigo, ¿te parece, cariño?
“… aquellos jugadores que apostaban en cada
jugada el máximo de su vida cayeron al fin como
si se suicidaran, golpeados por la bola en la casilla
roja del corazón.
Ya había pasado el tiempo de las ternuras heroicas
en que el adversario era el reverso sombrío del
amigo.”
- Te faltó el principio del párrafo: qué magnifico
lo que hace Marguerite, un continuo de la guerra
y las generaciones que pasan de la edad heroica, la
exaltación de la guerra como un privilegio, hasta
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Acaso querrían hablar

la actualidad, en que la guerra es una calamidad


inevitable. Parece que “el combate es padre y rey”,
no tiene refutación posible.
(Mande mandala mande miseria misteriosa de muertes
memoriosas manejadas como monasterios malheridos
misantropía miope de mis manos mutiladas marejadas
de manso muro que mira mujeres moreteadas
mujeres maniatadas por mujeres que matan mujeres
en mi macho manifiesto de mujeres merodeadas mata
de mersa manufacturada por mínimos y máximos
mandados por madejas de mariconas maltratándose
manipulada mañana madrugada magra musgos
meneados por maremotos y marañas
de miles y miles de millones de microbios y mustias
moradas de minas metidas en muñecas mancilladas
por la madre que manda a mujeres que mandan a
la mierda como mierdas la masturbada maestra
de todas las manos las manos mugiendo manadas
de martirios que son martillos de melones sin
música para mis mandatos mande y mande que las
mansiones de mi mente no merecen maravillas por la
meretriz que mira desde mis adentros a las mandonas
madonnas que muerden midiendo metros de marras
meticulosamente, amordazadas.)
-Esa parte la leí cuando estabas escribiendo en el
telefonito.
- Quedamos con la enumeración caótica: los héroes, los
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

carros, los tanques, los corazones… Las generaciones


de la guerra. Tendríamos que agregar los teléfonos
celulares. ¿Qué será “la bola en la casilla roja del
corazón”?
-¿No será como dice Sietecase Una cierta curiosidad
por las tetas?

“Desde la muerte del amigo que había llenado


el mundo y lo había reemplazado, Aquiles no
abandonaba su tienda alfombrada de sombras:
desnudo, acostado en el suelo como si se esforzara
por imitar al cadáver, se dejaba roer por los piojos
del recuerdo”. La descripción de Patroclo nos lo
muestra como un esbozo de cadáver, alguien digno
del sacramento de la muerte, porque “muchos
hombres se deshacen, pero pocos hombres mueren”.
Acomodándose en el haz de luz leyó, con el dedo índice,
como señalando las palabra, como subrayando, “El
odio inconfesado que duerme en el fondo del amor
predisponía a Aquiles hacia la tarea de escultor:
envidiaba a Héctor por haber rematado aquella
obra maestra; tan sólo él tenía derecho a arrancar
los últimos velos que el pensamiento, el ademán, el
hecho mismo de estar vivo interponían entre ellos,
para descubrir a Patroclo en su suprema desnudez
de muerto”.
- ¿Qué querés decir con ese dedito? A vos te gustó eso
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Acaso querrían hablar

de arrancar los últimos velos por tu novia la turca.


-¿Qué turca? (Me vuelve loco con estas asociaciones
que no tienen que ver conmigo.)En todo caso era
judía. (Me está arrastrando, como el pez por el sedal,
a una conversación que me enoja. No quiero pensar
en ella. Ni en ella ni en ninguna. Tengo el corazón
hecho un colador, ¿acaso no lo sabe Cuerpito/
Mandala? ¿Por qué hurga en La Ilíada ahora? ¿De
quién son los mensajes del celular?)
-¿Por que no dejás ese teléfono, digo La Ilíada en
paz? (Si me agarra Lacan me destroza.)
- Te estoy escuchando y también estuve contestando
el celular y estoy leyendo el canto XVI de La Ilíada.
Acá dice “¡Inflexible hijo de Peleo! Sin duda tu
madre te nutrió con hiel”, cosa que te viene muy al
caso – el enojo de él le estaba causando gracia. Pero
también ganas de azuzarlo.
-¡Ay, ella es de las que pueden caminar y masticar
chicle! Si te imaginás que soy el hijo de Peleo, vos
debés ser la hija de Medusa. ¿Qué te pasa hoy?
Parece que tuviste una noche agitadita y te venís a
desquitar conmigo. ¿Querés que vayamos a un sex
shop y elegís algo más grande para tu bienestar y el
de la humanidad?
-¡Terribilísimo Eduardo! ¿Qué palabras proferiste?
(Sigue gambeteando, me desarma.)
-Las palabras que preferí son las que dije, chiquita.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-“Proferí”. Además de sordo te abandonó el humor.


-¿Humor? ¿Qué humor?
-El humor negro que suele acompañarte.
(Me sigue gambeteando, pero ¡qué atrevida! Se hace
la boluda de quién le manda mensajitos.)
-Mejor sigo leyendo porque el horno no está para
bollos:
“En vano los jefes troyanos mandaban anunciar, al
son de las trompetas, sabias luchas cuerpo a cuerpo,
despojadas de la ingenuidad de los primeros años
de guerra: viudo de aquel compañero, que merecía
ser un enemigo.”
(La verdad que Cuerpito me está haciendo sentir
viudo, rengo, manco y despechado.
¿Es ella o lo que ella sabe de mí? Cada minuto se
parece más a Mamitaquerida.)
Viudo de su compañero, compañero enemigo. Ella
entendía de qué se trataba. Esa viudez existencial,
como si lo natural fuera el compañerismo cuando
venimos en unidades cerradas. Una contradicción sin
solución… Un trueno interrumpió sus asociaciones
caprichosas: – El cielo se va a desplomar sobre
nuestras cabezas.
Como la tormenta que se preparaba para estallar,
la voz de Eduardo se iba cargando de electricidad.
Aquiles no participa ya casi del mundo de los
humanos, ni los reconoce. Mata a un puñado de
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Acaso querrían hablar

hombres de un primitivo pueblo de Asia a los que


confunde, como Ayax en su locura, con un hato de
carneros. Luego irrumpe una inundación de senos,
las amazonas llegan a defender a los troyanos. “Las
mujeres representaban para Aquiles, desde siempre,
la parte instintiva de la desgracia, aquella cuya
forma él no había escogido y que tenía que soportar
sin poder aceptarla.
Le reprochaba a su madre que hubiera hecho de
él un mestizo, a mitad de camino entre el dios y el
hombre, arrebatándole así casi todo el mérito que
los hombres tienen en hacerse dioses.
Le guardaba rencor por haberle llevado, siendo
niño, a los baños de la Estigia para inmunizarlo
contra el miedo, como sí el heroísmo no consistiera
en ser vulnerable.”
(Mamitaquerida se fue del país a fines de 1980,
poco antes de que cumpliera mis 18 años. Mucho me
interrogaron si la partida de ella era un autoexilio
por persecuciones ideológicas. Nada podía responder.
Tenía mucha vergüenza. Mamitaquerida se había
ido de tilinga, nomás. Con seis valijas de ropa y
zapatos caros porque algunas conocidas estaban en
Madrid. Ella no podía ser menos. Me acuerdo de su
irresponsable alegría abrazándome en la despedida
y dándome las llaves, diciéndome “Sos el hombre de
la casa”. Me dio el título como esas películas clase
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

B donde las reinas le dan títulos pedorros a algún


pobre para premiarlo por sus servicios. Volví de
Ezeiza solo. El perfume importado de ella aún estaba
en el ambiente. Fui hasta el libro donde ponía la guita
y vi que me había dejado apenas para una semana
de comida. Al pasar había mencionado “Cualquier
cosita llamá a la abuela, salvo que se produzca el
milagro y elhijodeputadetupadre alguna vez se haga
cargo de vos”. Papitoquerido siempre mandaba la
mensualidad para mí pero como yo era menor me la
“administraba ella”.
“¿No te encanta tener una mamita tan bonita?” Se
había gastado tres cuartas partes entre la peluquería y
unos zapatos de Chanel. La abuela me daba la mayoría
de las comidas y cuando le contaba, ella cantaba
y me miraba piadosa. Ahora estaba solo del todo.
Mamitaquerida no dijo cuándo volvería. Dijo que
cuando juntara unos pesos me los mandaba y alguna
cosita linda. Y “¡bañáte! Sos morocho, si hubieras
sido rubio sería otra cosa”. Sostenía que mi olor era
porque mi piel no era exactamente blanca como la de
ella sino como la de “elhijodeputadetupadre”. Igual
tuve miedo.)
-¿En dónde te quedaste?
-En la partida a España de Mamitaquerida en el 80.
- Un salto en el tiempo- trató de recordar, pero sólo
podían aparecer fragmentos del relato posterior
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Acaso querrían hablar

de Eduardo. Cuando terminaron la secundaria,


en el 80, dejaron de verse, y también algunos años
siguientes. ¿Cómo se había ido Eduardo a esa época?
Era evidente que para él algo tenía Mamitaquerida
de diosa. O de odiosa -. Te fuiste al tiempo en que
cruzó la Estigia, mejor dicho el Atlántico.
-Hablando de Estigia ¿Nunca te conté cómo le
perdí el miedo a las minas? Justamente porque
Mamitaquerida me llevaba al baño de las mujeres
pasada mi edad, bastante digamos, de lo prudencial.
Y a los vestuarios del club también. Allí estaban
todas esas mujeres armadas, desnudas. Y le decían a
Mamitaquerida “¡pero qué encanto de hijo tenés!”.
Ella sonreía espléndida con las espléndidas y me
franeleaban a su antojo.
- Muy bueno. Pero lo que no te creo es que les hayas
perdido el miedo a las mujeres… Con tu colección
de vampiresas- la relación era instantánea, por más
que no quisiera recordar, le venía el chascarrillo de
él cuando ella quiso hablar, por centésima vez, del
drama de su papá, el patriarca de los pájaros, con el
alcohol, o con los diversos alcoholes. Dijo “no sabía
que tu viejo también se la comía”. Algunas palabras
quedaban clavadas, y a otras las arrastraba cualquier
viento. Ahora sentía un oscuro deseo de perturbarlo,
no iba a hacer ninguna alianza.
-Touché. (Obviamente tiene ganas de joder. También
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

tiene derecho. La condición de mosca de letrina


es recíproca.) Pero, ¿qué querés que haga si se me
hacen irresistibles las locas?
- Ajo y agua, querido.
-Ajá. ¿Por qué no te metés el celular en el culo?
- ¡Qué boludo!- la lluvia se empezó a escuchar intensa.
Y el viento refrescó un poco el aire cargado. Un
verano muy pesado, ahora que el clima se travestía de
tropical, como Patroclo de esposa. Le quedó sonando
eso de que la mujer representaba la parte instintiva
de la desgracia. El lado oscuro, lo informe, la culpa
de Eva, la monstruosidad de Mamitaquerida. La
antigua visión de la Mujer parecía de una modernidad
inalterable para todos los eduardos -. ¿Por qué no
seguís leyendo, que eso te sale bonito?
-La verdad que si no fuera porque están tan buenas,
preferiría vivir con el cuerpo de bomberos antes que
con una mina. Sigo:
“Pentesilea se separó de aquel amasijo de mujeres
pisoteadas, como un duro hueso se separa de una
pulpa desnuda. Se había bajado la visera para que
nadie se enterneciera mirando sus ojos. Sólo ella
osaba renunciar a la astucia de no llevar velos.
Bajo su coraza y su casco, con una máscara de oro,
aquella Furia mineral sólo tenía de humano los
cabellos y la voz, pero sus cabellos eran de oro y a
oro sonaba aquella voz pura. Era la única, entre sus
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Acaso querrían hablar

compañeras, que había consentido en cortarse un


seno, pero aquella mutilación apenas se notaba en
su pecho de diosa.”
-A mi tía le hicieron una mastectomía y no por eso
se mereció tantas loas. Más bien se merecía que le
hicieran unas nuevas lolas.
- Qué texto magnífico- pero hubiera esperado de él…
Tantas veces esperó de él, pendiente de sus palabras.
Como si solamente él pudiera decir exactamente…
Pero siempre se había negado, igual que ahora, con
las loas-lolas de su tía.
“…empujaron a Aquiles al centro de un círculo donde el
asesinato era para él la única salida.”
-¡Tal cual! Esta encerrona es tal cual.
- Este Aquiles me resulta familiar- claro que Eduardo
preferiría deshacerse de una mujer que fuera un
duro hueso y no colorida pulpa.
“Sobre aquel decorado caqui, arenoso salobre, azul
horizonte, la armadura de la Amazona cambiaba
de forma con los siglos, de color con los focos.
Combatiendo con aquella eslava, que de cada
finta hacía un paso de baile, el cuerpo a cuerpo se
convertía en torneo, después en ballet ruso, Aquiles
avanzaba, luego retrocedía, unido a ese metal que
contenía una hostia, invadido por el amor que se
hallaba en el fondo del odio.”
-¡Esta mina escribe genial! (Hacer de cada “finta”,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de cada engaño, de cada trampa un paso de baile es


lo que siempre me maravilló de las mujeres.)
- “Invadido por el amor que se hallaba en el fondo
del odio”, lo contrario que dijo con respecto a
Patroclo. Como juega con el amor-odio y con el
amigo-enemigo.
(¿Qué sentirá Cuerpito/Mandala con el amor entre
hombres? ¿Cómo será la amistad entre mujeres? ¿De
quién recibirá tantos mensajes al celular?)
-Es Nacho.
(¡Ese boludo! Qué tiene que interrumpirnos, me dan
ganas de mandarla a freír churros. Después habla de
mis vampiresas, al menos son hermosas, en cambio
ella anda con cada uno que da miedo… ¿Le gustarán
las caras dantescas o la comida mexicana?)
-Mandále saludos.
- No pienso decirle que estoy acá. Es celoso, por más
que ya le expliqué.
(Las mujeres son como el templo de Jano bifronte,
tienen una entrada por adelante y una por atrás.)
- Nunca puedo entender qué pretenden los hombres.
Mi única salida, también, debe ser el asesinato.
Primero me pide que le dé aire, que no lo asfixie y
después controla todo lo que hago.
- ¡Pobre, se estará feminizando!
- Sí, Aquiles. Seguí matando amazonas, mejor.
“Pentesilea cayó como quien cede, incapaz de resistir
| 74 |
Acaso querrían hablar

la violación del hierro.


Precipitáronse los enfermeros; se oyó crepitar
la ametralladora de las cámaras; unas manos
impacientes desollaban el cadáver de oro. Al
levantar la visera descubrieron, en lugar de un
rostro, una máscara de ojos ciegos a la que ya no
llegarían los besos.
Aquiles sollozaba, sostenía la cabeza de aquella
víctima digna de ser un amigo. Era el único ser en
el mundo que se parecía a Patroclo.”

Los dos tuvieron el mismo gesto: prender un cigarrillo


y fumarlo en silencio. Afuera la tormenta se había
calmado y ahora solamente caía una débil llovizna,
como un fondo de música suave y monótona. Algo
triste, como el sollozo de Aquiles.
(Me siento como Aquiles y te mato, Cuerpito, como
a Pentesilea.)
- Llueve con sol. ¿Te pensás casar?

Resumen de la Cuarta Expedición:


Arrecia la tormenta y la lucha entre Eduardo y
Cuerpito-Mandala.
Eduardo se hunde en un mar de emes, es Aquiles y
Cuerpito Pentesilea.
Se conoce una parte de la historia de
Mamitaquerida.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

No hay datos sobre el título ni autor del texto que


leen (excepto por el nombre de Marguerite).
Él, ocupado por la lectura, no intercala imágenes.
Ella recibe múltiples mensajes de celular de los que
se desconoce el contenido.
Se nombra a Nacho. También a las vampiresas.
Se habla de asesinatos, pero persiste la ausencia de
muertes.
Al final llueve con sol pero Cuerpito no logra escuchar
las palabras que espera de Eduardo.

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Acaso querrían hablar

Agenda 2006 0.8 Llevar libros donados por

ONG - hoy parece que es el

Lunes. Monday. 5 Apocalipsis, 6/6/06.

0.8 Sacarme sangre. También debo estar des-

10 Banco: gas y teléfono- vencen. dibujándome, como el cielo,

Un frente de edificios en mi que con el alumbrado público

ventana. Entre medio un cielo (tan necesario para que

ciudadano, muy urbanizado nos matemos menos entre

él, como domesticado o des- nosotros) pierde negrura y

dibujado. No puedo evitar estrellas. “Soñé que el niño

contrastarlo con otros cielos. Jesús tenía frío en las patas,

Esos que te pesaban en la tenía frío en las patas, y soñé

cabeza, que el Vaticano estaba repleto

12 Trámite del Flaco, Muni- de oro y de plata”. Más que el

cipalidad. Vaticano serán los bancos,

los de la infancia, los de Bavio. 12 Escrache al City Bank- Llevar

“Ay, ay, ay, qué pesadilla huevos.

mamá, no me dejes solo” aunque el Vaticano tiene un

canta La Guardia Hereje. banco, ¿no? Bancos en los que

Voy a subir el volumen. “Soñé mejor no te sientes, porque

que te ibas muy lejos, que mientras se quieren recuperar

ya no podía verte, que ya no tus huesos cansados te afanan

podía verte”. Cómo coincide la bombacha y las alpargatas,

la nostalgia tanguera con tan útiles para matar moscas.

la mía (más que nostalgia: Como le hicieron a papá

neuralgia, diría Eduardo). con el préstamo para la

Martes. Tuesday. 6 cosechadora: el gran proyecto


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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de independencia. Liberación ciudadana, mi porción de

o dependencia. El banco espacio vital.

se llevó la maquinaria con Los ruidos de la calle se

sus abogados. Y le quedó la fueron con el día, tampoco

dependencia (a la ginebra suena el teléfono. Nadie, ni

entre otras cosas). confundido, toca el timbre.

18 Supermercado- lista en imán (Él se fue y no va a volver.)

de heladera. Mi unidad habitacional es

Ese cielo del campo abierto un caparazón que respira

sí que sabe llover catástrofes, imperturbable. Un bloque de

después decadencia y exilio: autosuficiencia de una dureza

vos nena te vas a vivir con la inconmovible.

tía Haydé, así estudiás y no Mi pequeño departamento. Mi

estás como yo, lavando los carcelero de incomunicada.

calzoncillos de tu padre y de 20………………….......................

tu hermano. ..................................................

Miércoles. Wednesday. 7

0.8 Cuota lavarropas- al final

números rojos, en las cuentas del

olvido.

Ahora veo un pedazo de cielo

por la ventana. Es muy chico.

Pero es el único cielo que logro

ver.

Escucho un silencio persistente

en mi departamento al

contrafrente, en mi cripta
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Acaso querrían hablar

QUINTA EXPEDICIÓN

-Yo no quiero ser Teresa de Calcuta o, como decía


el bruto de Adrián, Santa Teresita de Calcuta. ¿Te
parece que estos ibéricos retorcidos se calentaban
disfrazando a las amazonas de monjas?
- Siempre me costó entender las fantasías masculinas.
El escritor es un tipo, así que algo sabrá del tema.
Vos tendrías que decir que no querés ser San
Bernardo – recién terminaban de leer el capítulo
sobre las amazonas y los conquistadores españoles.
Un gracioso e infeliz desencuentro entre lo femenino
y lo masculino. Claro que eso era muy gráfico y ella
podía corroborarlo con su historia. Golpe a golpe y
verso a verso.
-Me parece una pose esto de Abel defenestrándonos
a los tipos. Las generalizaciones son peligrosas.
Me parece que lo que presenta es el choque de dos
mundos más que intentar dar un perfil del varón
sólo entretenido con las peleas y las mujeres siempre
pensando en el fuki-fuki. Un poco estereotipado.
Conozco minas que permanentemente buscan el
incordio cuando están aburridas. ¿Te suena?
-Hablando de clichés, Los hombres son de Marte y
las mujeres de Venus- algún día tendría que analizar
por qué esto le provocaba una sonrisa. Esto de
Eduardo haciendo causa común y defensa de los
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

machos defenestrados -.Y las hembras bailadoras,


otra generalización inaceptable.
-Además esto de tener el mandato de preñarlas en
diez lunas y ellas muy suavecitas, muy suavecitas
pero ñácate, si no las preñan tienen a los esclavos
con la cerbatana con curare esperándolos en la
puerta del pueblo. Las amazonas no creo que sean
muy pacíficas que digamos.
- ¿Te das cuenta? Eso me venía gustando de ellas:
que eran guerreras. Pero después se empiezan a
dejar maltratar por esos bestias. Ya parecen mujeres
latinoamericanas comunes… ¡Qué desilusión!
-¡Que llueva que llueva la vieja está en la cueva…!
No lo canto por vos, no te preocupes.
El chaparrón sonaba extraño desde el cuchitril.
Amortiguado como por los árboles de la selva o por
los techos de paja de la casa de la reina.
-¿Cómo es que se llama la reina, algo del coño no?,
fijáte en el libro.
- Coñorí. Es la reina de todos los coños- a la imagen
de las comprensivas amazonas le faltaba fuerza, no
la terminaba de convencer-. No me cierran estas
amazonas tan buenitas y complacientes. Como que
tienen algo de idealización masculina. Posse las
confunde con las taínas.
-¿Idealización masculina? En principio, estos
conquistadores españoles son milicos: una subespecie.
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Acaso querrían hablar

A esto agregále que les gusta mandar y no que los


manden, perder menos, ya ves que sólo logran preñar
a diez. Las demás princesas están con el Jesús en la
boca mientras ellos se arman el tingladito para ir a
mamarse y a jugar a las cartas, eructar, tirarse pedos
y hablar de las minas, que obviamente no se las cogen
por estar ahí. Comparto lo de los etílicos, si no ¿cómo
te aguantás a estas minas colgadas de las bolas todo
el santo día? (Ningún lugar es perfecto si no tiene un
barcito.)
- Vos decís que son milicos, pero en esta parte de la
novela no, solamente son varones genéricos. Fijáte
qué lugar les dan a las mujeres para no considerarlas
molestas. Son como Nacho, para ser gráfica- la tenía
con gráfico-.El otro día me invitó a cenar. Me dijo que
tenía una gran sorpresa: había descubierto el mejor
restaurante de pastas de La Plata. Y sabés que a mí
no me gustan las pastas, es la comida preferida de él.
Después no paró de hablar durante tres horas. No
me dejó meter ni un bocadillo, pero sí le importaba
que yo lo mirara fijo, demostrando interés supremo
en lo que él decía. Estaba tan feliz por lo que había
hecho por mí.
-¡Pero qué putica! Encima que te invita a comer no
podés meter bocado. Agradecé que pagó la comida
porque seguro que te lo bancaste y no dijiste nada
con tal de llegar a que él te dé “el postre”… ¡Digna
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

amazonilla, vos!
- La cuestión es que después se fue al tingladito a
mamarse con vos- siempre cambiando el eje de la
discusión cuando no le gustaba, Eduardo era un
especialista. Ella ya lo sabía –. Pero las puticas cobran.
Dicen todo que sí, qué inteligente sos, pobrecito nadie
lo comprende, y todo eso. Pero después ellos tienen
que pagar. Es justo. El sexo es secundario.
-Yo me siento bastante identificado con los eunucos,
siempre las minas me tienen de esclavo, me cortan
las bolas y tengo que laburar para que ellas reposen
o se pongan de acuerdo con su mismidad o alguna
pelotudez por el estilo, eso sí, echadas en la cama, no
sea cosa que se estresen.
-Por eso yo siempre les quiero pedir autógrafos a tus
princesas. En mi caso, no hay caso. El anterior, el
Flaco, se reía todo el tiempo de sus propios chistes.
Le parecían una joya del ingenio humano. Si yo
hablaba me decía “Lo que pagaría por esta chica si
viniera en un modelo que no hable”.
Curiosamente Eduardo no aprovechó el pie de
Cuerpito para chicanearla. El cuchitril parecía
resguardarlos de la lluvia y de otras inclemencias.
Cierta complicidad dicharachera fragmentaba la
contienda, una suerte de disolución divertida.
Ella estaba sobre un almohadón con una amplia
pollera, rústica y cremosa, desplegada, con un pie
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Acaso querrían hablar

desnudo debajo, entreverado. La remera negra de


Eduardo tenía un dibujo circular en verde, como un
escudo o un tiro al blanco.
Los brazos de ambos, raudamente, iban y venían
alcanzándose los mates. Ni lavados ni fuertes, en
su justo punto, como dicen los que saben acerca
de la ceremonia del mate. Las lenguas de los dos
se entreveían verdes en las risas como una selva
amazónica apostada en las fauces.
-¿Viste vos qué manía con las princesas y las reinas?
Nunca entendí por qué prendió tanto la onda
monárquica. Todo el mundo hoy se hace el afectuoso
diciendo “Sí mi rey, sí mi reina” y después te cortan
el gañote. Estas amazonas tenían un montón de
princesas para preñar, ¿serían todas princesas
en el pueblo? Y cuando son viejas, ¿siguen siendo
princesas? Porque la Reina Coño era una sola.
- Las jóvenes lindas son “princesas”, las viejas
“brujas”, los viejos “sabios”- los lugares comunes
del reconocimiento o el repudio. Tan implícitos los
valores.
Algo del tono irónico del texto había quedado
presente. Habían recorrido un fragmento del río
Amazonas con el ejército de Aguirre. Venía el
conquistador con sus soldados roñosos, con el cura,
con cinco prostitutas y un escriba. Traían a cuestas
la negación del cuerpo, el campo de batalla del
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

pecado. Y su ansia de oro y poder. Habían llegado


al reino de las amazonas, donde fueron sometidos
al rito de reproducción. La reina Coñorí los inició,
pero ellos tuvieron sus contradicciones: primero
sintieron la libertad de la desnudez y después su
hartazgo. Empezaron a agredir a esas princesas que
manejaban el tempo de los cuerpos. Una negación a
esta quietud matrimonial, que de alguna manera los
igualaba con los eunucos. Madre matrimonio y padre
patrimonio, pensó ella resumiendo.
-¿Viste Aguirre, la ira de dios?
-Sí, Claus Kinsky hace de Lope de Aguirre.
-Qué obsesión tienen las minas con madarte a bañar.
Entiendo que estos europeos sucios tendrían un tufo
de aquellos. Se tomaron muy a pecho y demasiado
tiempo eso de cuerpo y alma y las consecuentes
variables continente/contenido, denotado/connotado,
significante/significado… ¿Qué cosa no significa?
- Dicen que la muerte, ¿no? Pero para vos bañarte
es la muerte.
- No tengo muchas culpas que lavar. (“Mentira
piadosa” la llaman. Piedad hacia mí. Tengo culpas
que no hay jabón que las lave. Ahora estoy enojado.
Ella se da cuenta pero mejor sigo haciéndome el que
no. Anoche no tomé. Estaba tan exaltado que preferí
no echarle querosene al fuego.)
- Entonces serás Teresa de Calcuta.
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Acaso querrían hablar

- Más bien soy un Tereso Rioplatense.


- Justamente, entonces andá a bañarte. Escuchá:
“Ellas aparecieron de nuevo por la mañana y los
indujeron, como si se tratase de lo más natural, a
bañarse en el Lago. Al salir los esperaban con unas
camisolas largas, como las de los turquescos, de tela
fresca y decoradas con diseños de colores que ellos se
pusieron con vergüenza: los eunucos habían hecho
una montaña con los petos, botas remendadas,
harapos de tela española, boinas apolilladas,
yelmos como ollerío de gitanos. Todo aquello hedía
como una yegua muerta juntando moscas”.
-¿Por qué como una yegua? Cualquier animal muerto,
incluidos nosotros, genera un olor nauseabundo. ¿Se
le habrá ocurrido “yegua” como “mujer mala”?
- Hablando de significante y significado, vos asociás
“yegua” con “mujer mala”. En la novela lo usará por
el tamaño del olor. Pero todas tus ex son “yeguas”,
como tan cariñosamente las nombrás.
-Ajá, y puticas. (Me encanta la palabra, también
“putita” pero una vez me ligué un sopapo. Una
vampiresa de las mías, según Cuerpito, me dijo
que “puta seguramente, pero putita no”.) La
interpretación tiene límites, ¿no? Entonces a las
pruebas me remito.
- A mí me gustó esto: “Las deliciosas anfitrionas
se quitaron con serenidad las tangas, sin perder
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

el ritmo de los tamboriles, y las fueron ofreciendo


a los elegidos con graciosa soltura, sin asomo de
torpe competencia”. Qué magnífico, mujeres que no
compiten entre ellas por el trofeo del varón, mujeres
que viven su sexualidad sin ser putas excluidas. O
puticas.
-Mmmmmmmmhhh…sin embargo estas amazonas
tenían al dios falo.
- Otra vez llegamos al Falo del Fin del Mundo. Acá
se trata de intertextualidad con la mujer fálica de
Freud. El falo es el poder. Muy mal visto que una
hembra tenga semejante falo.
-¿Decís que son travestis?
- ¿Viste en el cuento del otro día? Pentesilea era la
única persona parecida a Patroclo. La amazona era
femenina y masculina, andrógina, imagen en espejo
de Patroclo. Es buenísimo que alguien no sea su
genitalidad- mientras se preguntaba por qué seguía
con esta absurda necesidad de ser reconocida por
Eduardo como Pentesilea, como la única capaz de
ser como Patroclo. No tenía ningún sentido. Como
tantas cosas.
-Travestis (del alma) es una obra del dramaturgo
Stoppard de 1974. La vi en el teatro de La Rivera
en la Boca en el 80 y pico. Es como la obra de Oscar
Wilde La importancia de llamarse Ernesto. Aparecen
personajes como James Joyce, Tristan Tzara o Lenin
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Acaso querrían hablar

en el Zúrich de la Primera Guerra Mundial. Ninguno


es lo que parece. Genial.
Ya habían abandonado el mate hacía un rato. Ella
seguía tirada en el almohadón pero ahora sus
dos pies descalzos estaban de costado y visibles,
mientras arreglaba los bordes de las páginas del
libro que estaban dobladas. Eduardo llevaba un
rato sentado en la silla frente a la computadora y
espasmódicamente tecleaba asociaciones en Internet.
Su espalda era un oxímoron. Percibía a Cuerpito sin
sus ojos. Había decidido mudarse a esa silla cuando
ella descruzó las piernas y entrevió su bombacha.
-¡Acá tenés a Pentesilea! Con el mismo ollerío como
armadura de los conquistadores o muy parecido.
Ella se levantó y miró desconforme la imagen que él
había elegido mostrarle. Sonrió sarcástica.
- Fijáte: Aquiles es negro. Y algo negro le asoma entre
las piernas. ¿También él venerará su monumento
fálico?
- Y ella es la Señorita Butifarra.
- Y justo, como todos los cerebros abollados de este
mundo, está matando a la única que podía ser como
Patroclo. ¿Será un determinismo genético esto de
destruir y pisotear lo más entrañable?
- La butifarra justamente es tripa y sangre. Viene de
las entrañas.
(Hoy Cuerpito es Pentesilea. Me divierte y me
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

duele el texto que leyó. Pierdo pie. No hay joda que


valga, pierdo territorio. Soy Aguirre frente a las
amazonas.
Entrecruza las piernas, apoya su mejilla en una
mano, me mira, sonríe, se ofusca, se para, vuelve a
sentarse: es la danza ritual de la Reina Coñorí y sus
princesas. Lo sabe. ¿Lo sabe? Me mandó a bañar.
También como las amazonas a sus padrillos electos.
Tengo ganas de bañarme. Vuelven a mis sentidos
nuestras piernas en 1979.)
- Estás como los conquistadores con eso de la butifarra.
“Esos hombres que siempre habían galopado en
silencio y con cierta furia vengativa el cuerpo de
las mujeres-¿cómo quien busca desembarazarse de
ellas de una vez para siempre?”. Resulta que unas
son puticas y las otras son las señoritas Butifarra.
Hay una saña que anula a las simples yeguas y a la
Reina de los Coños- qué le pasaba hoy a Eduardo.
Su ironía era demoledora. No daba un momento de
tregua. Estaba vestido de negro, ni un asomo de paño
blanco. Y siempre en los giros de su ánimo, los de ella
claro, aparecía una forma de ternura. ¿Una ternura
bélica?
(“Desembarazarse”.Uf. Mejor sigo googleando.)
- Las lagartijas cola de látigo evolucionaron y no
tiene macho de la especie. Se estima que en 125.000
años los varones desapareceremos. El cromosa X es
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Acaso querrían hablar

inmenso y aporta no sé qué cantidad de información y


el Y es pequeño y sólo aporta, creo, que 75 cuestiones.
Si las mujeres desarrollan telekinesia me parece que
desaparecemos antes.
-¿Por qué telekinesia?
-Porque van a poder mover los muebles sin necesitar
de la fuerza física de un tipo.
- Yo creo que los tipos son muy capaces de dejarnos
solas cuando el planeta esté al borde del colapso-
la estaba matando. Como Aquiles a Pentesilea. Se
dijo que no tenía que tomarse todo de una manera
tan personal, él simplemente se ponía como un
chico peleador, incapaz de otorgarle lo que ella
obsesivamente esperaba. Eduardo era muchos
eduardos. Y su historia estaba llena de eduardidad -
. Acá las amazonas lo resolvían sin tantas lagartijas.
Tenían las mismas ideas que mi tía: “Nena, no te
cases, estos brutos no son educables”.

Resumen de la Quinta Expedición:


Aparece Teresa de Calcuta.
Vuelven a presentarse las amazonas. Cuerpito un
tanto indignada es Pentesilea.
Menciona a Nacho, al Flaco y los dichos de su tía.
Defiende a las puticas y lo manda a bañar a
Eduardo.
Él, vestido de negro, no da tregua: banaliza hasta
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

el hartazgo. Rebautiza a Pentesilea como Señorita


Butifarra y expone el asesinato de Pentesilea en una
foto de vasija. También divaga acerca de lagartijas,
telekinesia, cromosomas y cuerpo/ alma.
Se menciona 1979.
Se hace referencia al autor que leen y comentan, y a
una película.

Interludio

No quiero dormir solo.


Escuchar a Jaime Cullum me está cachondeando.
Como unos bocados y mientras tanto llamo a Inés.
Es linda y está dispuesta.
Su juventud sensualota me acepta desde el teléfono.
Voy a su casa. Nunca la invito a la mía y no sé bien
por qué.
Tampoco me lo reprocha.
Sin demasiados preámbulos nos vamos a la cama.
Su olor siempre es maravilloso.
Repetimos rituales.
Sin peleas nos quedamos adormecidos.
Espero otras cosas, pero no.
Hace tiempo que sabemos que las cosas entre nosotros
son simplemente así.
Para variar al rato me despierto, un poco. Sigo
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Acaso querrían hablar

medio pegoteado al sueño pero no lo suficiente para


no escuchar lo que mi cabeza le dice a Inés.

(Léame en voz alta en voz baja sin correr su cuerpo del


estado de adormilamiento que las sábanas provocan
enroscadas por demás sin más ni más porque sus
palabras no las escucho ni sus pensamientos porque
no los hay simplemente al menos estire su mano para
pensar que no es la muerte y que el frío de su estado
no es frío del alma sino que la calentura no corre por
su sangre y que no es de arisco sino de vacío que las
cosas son como son léame alguna vez usted y no me
venga con la dificultad del enrosque ni del frío ni de
las sábanas léame su cabeza diga lo que las palabras
en argentino dicen y no otras de libros mal hojeados
ajados en sus manos sin que tiemblen tiemble el
pulso cerebral y que permanezca el abrazo leído de
su pensamiento extremo extraño el movimiento de la
boca que lee el propio pensamiento desmesurado por
las apariencias de viento arrasado por la química y el
ser/estar de cada cual es complicado como los flancos
del cuerpo sin pelos, en la lengua.)
Me levanto sigilosamente y como un autómata me
voy a mi casa sin que ella se despierte.
Las gatas me esperan en la puerta de casa. Creo
atisbar un reproche en sus ojos eléctricos.
Ya no puedo dormir.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Pongo música, la misma que antes de partir pero ya


no me calienta y me sirvo una copa.
Y otra.
Es una noche larga.
Ya hay rajas de luz en la ventana y hace mucho
calor.
Me adormezco en el sillón.
En unas horas viene Cuerpito.)

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Acaso querrían hablar

SEXTA EXPEDICIÓN

-Desierto, desierto… ¿que hay de cierto? (Hoy


Cuerpito está vestida de color esmeralda, y las
esmeraldas no son de México, ¿las más bellas son
de Venezuela?, otra tierra que los gringos quieren
horadar.) ¿Por qué desenterrarlo?
-Mucho desierto, tierra y desentierro, y acá no para
de llover. Tus plantas se están poniendo selváticas-
el patio de Eduardo estaba invadido de enredaderas
que no respetaban la urbanidad, algo desaforado en
el crecimiento, cayendo sobre la pileta, que parecía
una fuente, que parecía un ojo verde entre tanto
verde, pensó ella, que no lograba ver el desierto.
-Por eso te pregunto, por simple oposición. Leemos
cómo el gringo viejo está enterrado en el desierto desde
acá donde el verde es verde, y verdequetequieroverde,
se me antoja
lo de cierto que hay en este desierto donde yace el
gringo sepultado. Me pregunto cómo serán mis ojos
al tiempo de estar en la tumba, los del gringo son
grandes y los míos en vida siempre chicos como
concha de laucha, pero verdes.
-Algunos, obsesionados con la anatomía, quieren
ubicar el alma en los ojos. Qué manía. Así que tu
alma sería medio laucha, medio verde-esperanza.
- Y negra. (Verde y negro. Con luna en el centro. Del
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

zaguán de tu garganta los brotes silban en verde y


negro. Los crujidos de la línea del teléfono rompen
los huesos de tus palabras fervientes. El verde y
negro pájaro de indiferencia rebota inocente en los
hilos de los aparatos, enyesa los bordes de mi deseo
caprichoso de verde y negro.
Verde vos y negro yo. Avivo hojas de soles tardíos,
empetrolo fotos de desnudos
blancos como los bordes de tu ingle. Verde yo negro
vos.)

- De negro cruzó el gringo viejo la frontera. Un luto


anticipado “todos entendimos que estaba aquí para
que lo matáramos nosotros, los mexicanos. A eso
vino. Por eso cruzó la frontera”- como había cruzado
ella la frontera de las calles, claro que no en plena
revolución mexicana, con lo molesto que le resultaba
el tránsito, el amontonamiento de gente-. Por qué
habré cruzado yo la frontera con ese malestar que
me provoca la ciudad.
-Y la gringa que sos. Green go. Vete -Verde. O en
buen romance, si tanto te jode la ciudad por qué no
te volviste al pago. ¿Acaso te gustaría morir contra
otro paredón, como el Gringo Viejo, antes que caerte
de una escalera, vieja y chota?
-¿Vieja y chota lo decís por mí o por la escalera?-
indudablemente él estaba mezclando las cosas y algo
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Acaso querrían hablar

en la cadena a ella se le perdía. El tránsito entre ojos


verdes, negro luto y vieja chota tenía un bache -.
Como me pasó el otro día: me di un porrazo en la
escalera de la escuela y me quedaron unas cascaritas
en la rodilla. Muy molestas. ¿Pero qué golpe no deja
cascaritas?
-A ver, es uno de mis días, no te creas dueña de lo
errático porque tenés ovarios. Los varones tenemos
lo nuestro. No tiene nombre aún, pero al igual que la
histeria, que empezó con algo de ustedes, el síntoma
menstrual debe tener su correlato en nosotros.
Hablando de anatomía, el alma está en los ojos y ¿el
capricho dónde se aloja?
-Yo descreo de la anatomía. Es una falta de fe- esa
manía de él por lo genérico. Las mujeres, los varones.
Esa convicción de que las mujeres eran la muerte,
como México-. Pero los especialistas dicen que toda
irracionalidad masculina se aloja en las bolas, de ahí
lo de boludo. O su sinónimo, pelotudo.
-¿Y lo de conchuda? ¿Pensás que es una pobre
extensión de boludo, acaso?
-Eso tiene más que ver con “la chingada” en
México.
-Ajá. De México no puedo hablar, no me atrevo,
eso de hacer unos veinte días en Cancún y ver un
par de ruinas no creo que me habilite para hacer
ciertas disquisiciones y menos por haber leído un
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

par de libros, pero desde acá sigo sin atreverme a


generalizar.
-No entiendo tu razonamiento. Para variar. Saltás de
la genitalidad a Cancún. Si seguís así, vas a decirme
que Coñorí es la Reina de los Caprichos y que están
por desenterrar a Patroclo para que vea Lo que el
viento se llevó. Cortála con la chinesca.
- ¡Ah bueno querida!
Desde que entraron al cuchitril, habían helado la
fronda tropical del patio. Un vidrio se instaló entre
los verdes de la ropa de ella y la desaliñada figura
de él frente a la computadora. El libro no alcanzaba
a romper el vidrio y las inconexas asociaciones
de Eduardo eran una nueva arma. El tin-tín de
los cubitos, en el vaso de whisky, revueltos por su
desacompasado dedo, era como una campanilla de
alerta.
Él sacó el dedo del vaso, se lo chupó y le señaló la
pantalla como si hubiera descubierto América, como
medio desaforado e infantil. Continuó con su extraño
soliloquio.
-Si no ves la relación entre lo que leemos y de lo
que hablo es que no te aprendiste una mínima
elipsis. ¿Qué estamos leyendo? ¿La vida es sueño?
Vieja, poné un poco de onda y no me martirices con
responder. Ver lo general y quedarte en lo que te toca
el culo, solamente.
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Acaso querrían hablar

(Siempre lo mismo. Cuerpito sigue en una linealidad


aplastante. Me quiere meter el dedo en el ojete.)
- Hablando de pelotudos – una reacción inesperada
de este sujeto, así tenía que llamarlo ahora. Algo
se desencadenó adentro: una violencia arrasadora.
Como el gringo viejo que cruza la frontera para morir.
Cruzar fronteras -, algunos sujetos no se sienten bien
hasta que no se descargan en el que tienen a mano.
Lo peor es esa supuesta posición de mártir.
-¿De quién hablás, de vos o de mí? Porque yo
no podría haber expresado mejor tu eclosión de
linealidad.
Ella no pudo contestarle. Prendió un cigarrillo y fue
a fumarlo afuera, mirando la pileta. Había parado la
lluvia y se alternaba el sol con las nubes. Era evidente
que tenía que irse ya mismo de la casa del sujeto. La
violencia no tenía respuesta, la acorralaba. ¿No sabía
él todo lo que ponía en movimiento? Su pensamiento
se negaba a serenarse. Era como un estallido, como
el desentierro del fantasma que la había alejado del
paraíso. Su vida de expulsada o refugiada, el registro
de su cronología que daba vueltas en torno a un
período que se repetía siempre como eterno presente.
El presente de la violencia invadía la aparente
linealidad de su biografía (¿eclosión de linealidad?
no, otra cosa). Cuando su historia personal había
quedado girando como un trompo. Y vuelta a lo
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

mismo.
Una necesidad de conectar, poco a poco, su cuerpo
con ese lugar y ese momento: metió la mano en el
agua de la pileta, donde descargó una electricidad
conducida por el brazo, desde la raíz misma de los
pensamientos. No quería pensar en la imagen de
ningún sujeto. Ningún hombre borracho. Ningún
padre derrotado, victimario ni víctima. Ningún
enloquecido trasnochado, dueño de una fuerza sin
cauce. No, no, no. Solamente su mano en el agua,
levantando gotas que se iluminaban con el sol.
Se le acercó la gata negra. Ella creyó o quiso creer
que se solidarizaba.
Después se dijo que esto era otra cosa: solamente
un sujeto que la había agredido, como ya sabía
que solía hacer de tanto en tanto a lo largo de su
zigzagueante relación. Ninguna justificación posible.
No había teorización que pudiera consolarla. Pero
era solamente eso: la reiterada comprobación de algo
siniestro en la naturaleza humana. Algo sin solución.
Solamente algo sin solución.

Eduardo se acercó a la pileta y le susurró.


-Dejáme que te relea esto: “¿Y la frontera de aquí
adentro?, había dicho la gringa tocándose la
cabeza. “¿Y la frontera de acá adentro?, había
dicho el general Arroyo tocándose el corazón. “Hay
| 98 |
Acaso querrían hablar

una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de


noche –había dicho el gringo viejo-: la frontera
de nuestras diferencias con los demás, de nuestros
combates con nosotros mismos.”
Sentado en el borde con un manojo de papeles como
trapos, él buscaba la mirada de Cuerpito entre la
mata de pelos que le caía sobre la cara. Ella persistía
en esconderse
como una bestia acorralada por el miedo. Intentó
tocarle el antebrazo y el fuego de carbones nacarados
de sus ojos lo dejaron inmovilizado. Estaba herida.
- ¿Sabés cuánto me cuesta resolver estas diferencias?
Hace un par de años escribí una pelotudez acerca de
esto…dejame leértela. Es un cuento:
“Félix sabía que la única manera de salvarse era
poniéndose a llorar.Tenía que decidirse entre la carne
de Juliana, que lo acosaba, y la presencia cerebral de
Alejandra, que lo divertía.
Los veinticinco años de Félix necesitaban síntesis de
cuerpo y alma.
Los veintidós años de Juliana, turgentes de
voluptuosidad, los ponían en ese lugar omnipotente
en donde las palabras son solamente gemidos
pobres.
Los treinta y ocho de Alejandra lo encontraban
riéndose del mundo y de sí mismo, con esa risa
amarga de quién sabe que la poesía palpita en
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

brazos de la muerte.
La sociedad enterrada a fondo en su conciencia de
pueblo lo acorralaba en la necesidad de decidir con
cuál se tenía que quedar.
La voz sorda de proyectos de familia Ingalls lo
ubicaba en la desesperante situación de pensar qué
le convenía.
Argumentos infinitos de noches de insomnio lo
dejaban exhausto y más confundido.
Las necesitaba a las dos.
Pero sabía perfectamente que Juliana era capaz de
arrancarle los ojos si sabía que “tenía otra”, y lo
que es peor aún, Alejandra no le reclamaría nada.
En la séptima noche de insomnio su cabeza creyó
encontrar la alternativa.
Era fácil, y ya Mary Schelley lo había pensado.
No le importó demasiado la falta de originalidad,
seguía sin llorar.
Pasó a buscar a la tardecita a Juliana por la oficina
y sin que se diera cuenta la puso frente a la puerta
del departamento de Alejandra.
Cuando abrió la puerta, Juliana miró en silencio
a Félix.
Sonrió a ambas como sólo él sabía hacerlo, de
manera que la tranquilidad de las dos mujeres se
explicitó al instante.
Sólo dijo:
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Acaso querrían hablar

- “Mi novia, una amiga”.


Los tres se sentaron en el living. Alejandra con ese
silencio amable e inteligente lo interrogaba con
sus ojos, y Félix continuaba con esa sonrisa que lo
mantenía como dueño de la situación.
Juliana no dejaba de cotorrear y de mirar el lugar
para zafar de esa incomodidad que poco a poco iba
entendiendo.
Dos disparos retumbaron en el edificio de calle 9.
Cuando la policía entró, vio la atónita mirada de
Félix que en vano intentaba enroscar la cabeza de
Alejandra en el espléndido cuerpo de Juliana, sin
llorar.”

- La verdad que no entiendo. Hoy no le encuentro


ningún sentido a nada de lo que decís, pero además
no me gusta.
-Hoy no tengo un día de esos en que dos más dos
son cuatro. Tampoco me quiero pelear con vos. Yo
no entiendo tampoco tus límites ni tus asociaciones
pero no me importa entender. ¿Querés que diga eso
que estás pensando vos? No solamente no lo sé, sino
que no puedo estar en tu cabeza ni acaso del todo
en la mía. Pero dame una chance, ¿qué es lo que te
ronda a vos?
(Ella está nuevamente ensimismada en algo que
sé que la pone mal pero no me lo dice. Su celular
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

hoy no sonó para nada. ¿Quiere que sea otro? ¿Me


estará reencarnando, en este desentierro, en otro
hombre?)
-Ya sé que no te importa entender. Pero que transfieras
lo tuyo a una especie de histeria mía ya es demasiado.
Siempre me quedo muda cuando alguien me agrede y
me culpa. Es como ese dicho: pegále a la mujer y no
le expliques, ella sabe por qué es.
-Insistís en aislar mis verbos y sin escucharme. ¿Por
qué en vez de victimizarte con dichos que ni siquiera
son parte de mí, no me hablás de lo que te pasa a
vos?
Creo que hasta esta altura del encuentro y bajo tu
estado es mejor que “taza, taza… cada uno a su
casa”.
- Sí, no te preocupes que ya me voy a ir. Pero
primero quiero decirte un par de cosas. Hoy tenés
una incapacidad absoluta de conectarte conmigo,
y creo que con lo que leemos también. Hay cosas
que son muy obvias y no haría falta decirlas, pero
en este caso vamos a ir palabra por palabra. ¿Hace
falta que te diga que estás hiriente, que estás tirando
con artillería pesada? Creo que sí hace falta. ¿No te
resulta evidente que me vine a la pileta para no irme
de tu casa porque no voy a encontrar el camino para
volver? Y después de decirme cosas desagradables,
te acercás y me leés un cuento en el que asesinan
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Acaso querrían hablar

a dos mujeres para formar una más a su gusto, sin


ninguna culpa. Es una porquería.
-Bueno, puesto en estos términos, la verdad es que
tenés la sensibilidad de una gata peluda. ¿Me tengo
que hacer cargo de que lo que me dispara el texto y
demás yerbas es jodido porque no te gusta? Sorry,
darling. Si ni siquiera encontrás ternura cuando te
releo lo de las “fronteras”, estamos en el horno.
(Que te garúe finito.)
-Justo el Rey de los Brutos hablando de sensibilidad.
Claro que tenés que hacerte cargo de lo que decís.
Hoy sos el colmo del macho posmoderno, te falta el
típico qué-me-importa y entonces sí que estamos al
horno.
-Visto de esta manera, la verdad es que sos una buena
reina consorte. Porque en todo caso ¿lo que hace el
mono hace la mona? Estoy sediento de que me des
cátedra de refinamiento intelectual y sensible, mi
reina.
(No puedo detenerme. Me pone frente a
Mamitaquerida.)
-Volvemos a los epítetos monárquicos. A vos te va
mejor el de “mono”. Hoy en la escuela un chico se
agarró a trompadas porque le dijeron “boliviano”.
Volvemos a la anulación más primitiva del otro- ¿el
sujeto se creía mejor que quién?
-Vos en cambio conservás el título, pero ahora sos la
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Reina de la Coherencia. ¿Qué salís ahora con el tema


de los bolivianos? Acordáte que el gringo viejo se
murió sólo por cruzar la frontera…
-Lo que faltaba: ahora amenazás.
-¿Estás segura que no dejaste la leche en el fuego?
-Seguro, la leche que compraste porque sabés que
me gusta para la merienda. Y vos solamente whisky y
vino tinto en tu casita de mamita.
-“¡Cállate, cállate, que me desesperas!”. Sos como el
Chavo del Ocho, querida, ¿por qué no te vas a tu
dichoso gimnasio y te ponés en forma?
- La guerra de los gimnasios. Justo lo tengo en mi
mesita de luz- pero pensó que se iba a ir cuando ella
quisiera, no toleraba otra expulsión. A los doce años
no tuvo otro remedio, pero ahora podía resistir-.
Aunque no te veo de boxeador, te falta estado físico.
(Todas la “ex” van al gimnasio, o a trotar o a ponerse
en estado cuando andan sueltas, pobres, siguen
creyendo que el cuerpito las va a salvar.)
Las paredes rojas del patio silueteaban los violentos
verdes de las plantas duplicadas en el agua de la
pileta. Las gotas se deslizaban de las hojas y caían
ahora disrítmicas, pulposas y oscuras, con un sonido
aletargado y profundo.
-Tengo todo para hacer un asado, ¿prendo el fuego?
-Me gustaría con una ensaladita de papa y huevo
duro.
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Acaso querrían hablar

Resumen de la Sexta Expedición:


Intento fallido de lectura y comentario de Gringo
Viejo.
Eduardo pasa a ser “el sujeto”.
Cuerpito descarga las energías y protesta metiendo
la mano en la pileta, que no se raja.
Él desea que le garúe finito a ella mientras piensa en
el desentierro y le lee un cuento de su autoría.
Se mencionan a los gringos, mexicanos y bolivianos.
Reinstalan los epítetos monárquicos.
Además de las referencias al verde y al negro, hay
otras a la leche, a las tazas, al vino tinto y al whisky.
El “fiambre” se transforma en asado con ensalada
de papas y huevo duro.

Interludio

Hace ya horas que te fuiste Cuerpito.


(Juegue nomás su cara me conmueve ribazo de un
río perpetrado juegue el juego de la jeta oblicua
como mansa pero pedregosa que me abisma vaya
saber en qué cosa que no me acuerdo del todo
pero que remueve aguas turbias y no rubias sino
contrastadas por una piel con poca huella muelle de
la boca bocanada trasladada al deseo de comer besos
y derribar la niebla entre nuestras caras juegue la
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

cara de infortunio para darme ramas entrecruzadas


juegue con su cara sobre mi barba encrespada como
gallo que se asusta entre las gallinas excitadas revise
el juego de caras como sobrenadas con ojos agujeros
y cejas levantadas cara con voz ronca a fuerza de
tristezas ocultadas a la puerilidad de su cara que
juega conmigo la herida de lo que se hace con nada
con la desaparición a modo de juego de esconder la
cara regazo del pingo la cara ofuscada que no tiene
cara de amor como si tuviera cara juegue nomás con
la idea de que cara o ceca están tiradas rompiendo
los últimos frutos de mi cara ya jugada.)

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Acaso querrían hablar

Agenda 2009 Esa máquina quiere ocupar

mi espacio y desplazarme.

Jueves.Thursday. 12 Pero el auto no estaba y no

10 Visita guiada a la Biblioteca de venía.

la Universidad, con los de 6to. 19 Buscar cajas en el super-

Lo vengo sospechando y mercado chino.

los hechos me llevan a dos Algo manda al vehículo a

hipótesis posibles: o el mundo desalojarme del lugar. Pero

no quiere que haya un lugar si cierro los ojos y cruzo no

para mí, o el mundo no aparece nada. Cada vez que

existe. se hace el hueco de silencio y

Desde hace mucho tiempo me decido a cruzar sin mirar,

observo cuando voy a pasa lo mismo.

cruzar una calle. Hay un Viernes.Friday. 13

comportamiento persistente 0.8 Reunión con la inspectora.

del tránsito. Me quedo pensando y las

12 Comprar un regalo para el dos opciones me aterran:

Pato criollo. un mundo que quiere desa-

Voy por la vereda en el lojarme, o un mundo que

sentido de la circulación. En no existe salvo en mis

un momento se hace un hueco, pensamientos. “No habrá

no pasa ningún auto y, lo que nunca una puerta. Estás

es más, no se escucha ningún adentro, y el alcázar abarca

motor. En el segundo en que el universo, y no tiene anverso

apoyo un pie en la calle y ni reverso, ni externo muro ni

miro, aparece un auto muy secreto centro”.

cerca. Ya no puedo cruzar. 11 Desacuerdo general. ¿La


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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

escuela existe o ya desapareció? Me agobian el mundo y la

La trampa del universo me gente, y me encierro en mi

puede atacar también en departamento (pensar en to-

la cola de un banco o de mar un micro y en ir de visita

un supermercado: la gente a Bavio, me resulta tan osado

me empuja, hay más lugar como viajar a la luna, pero

alrededor, pero quieren mamá insiste).

mi lugar. Me espanta el Sábado.Saturday. 14

territorialismo, en el que 10 Mudanza de Claudia. No

siempre el otro molesta y olvidarme las benditas cajas.

hay que expulsarlo o exter- Tengo miedo que la gente no

minarlo. Me provocan una exista, o que exista solamente

reacción estos roces de en contra mío. Pensar en

callada hostilidad. Empiezo hablar con cualquier persona,

a hablar fuerte contra los incluso con Eduardo, me

bancos o los supermercados, retuerce las tripas.

mostrándome como una loca Me encierro en la cocina.

de temer y entonces la gente se Tan solo el sol, en el medio del

corre y me da la razón, hacen cielo. Tan sin consciencia de sí

causa común conmigo. Otras mismo. Dando vueltas, como

veces no logro reaccionar y volutas, como la sucesión

me siguen empujando, me de círculos concéntricos

pisan un pie, me dan un que hace una piedra en el

carterazo. En este caso me agua, reflejado en el agua

descompongo. en movimiento, agitándose,

18 Buscar cajas en el kiosco de como agito la comida en la

Quique. olla, como un batido azul y


| 108 |
Acaso querrían hablar

amarillo, a veces rojo, a veces

violáceo.

Tan como yo en la cocina,

solamente rotando y trasla-

dándome. Tan sin consciencia

de mí, solamente mis manos

yendo y viniendo.

Tan solo el sol, tan salada

el agua donde manipulo

sustancias que se mezclan.

Domingo.Sunday. 15

13 Asado en Bavio: Cumple del

Pato. No quiero ir.

Tan salada el agua en mi

cara. Tan sola yo. Tanto sol

concentrado en mi cocina.

Tantas lágrimas saladas en

la olla.

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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

SÉPTIMA EXPEDICIÓN

(Malamado, qué marca tenía la etiqueta del vino.)


-Supongo que ese vino no será un regalo de alguna de
tus princesas- tanta obviedad para un regalo sonaba
impropia. Y ahí estaba en la mesita del cuchitril, al
lado de esa piedra con piedritas incrustadas. Piedra,
madera y vino. Ella recién llegaba y se sacaba los
zapatos.
-No puedo dejar de mirar la etiqueta. Ninguna
“princesa” sería tan generosa para regalarme un vino
tan caro. Fui a la vinería y me quedé como ahora, y
lo compré.
Me costó un huevo, lo que me quedaba de guita hasta
el fin de semana próximo, pero igual lo compré. Me
lo compré.
- Me imagino tu deslumbramiento, si era caro,
luego…- muy evidente la cadena de asociaciones que
se desarrollaba: bello, exclusivo, caro, malamado,
mamitaquerida. Miró la botella con su etiqueta
dorada, recortándose en la mesa de madera, como
oro en el desierto. Imposible no acordarse de los
juicios de su tía Haydé sobre Eduardo: es un tilingo,
un descomprometido con pretensiones de nene bien.
-No sé, no sé cómo explicarte las sensaciones que me
produce la botella, con su etiqueta y su prometedor
contenido. Cuando la miro desde acá, su contorno
| 110 |
Acaso querrían hablar

en contraluz me emociona. Es como la botella donde


duerme algún genio condenado. Malamado. Me dan
ganas de frotarla.
- “Prometedor contenido”. Por ahí te estás creyendo
lo que te venden, como el “no los voy a defraudar”-
pensaba ella: ¿promesas de qué? Algo que no podía
compartir para nada con él. Otra cosa más. No había
un lugar posible de acuerdo. Pero qué cosas surgirían
de su discordia.
Eduardo levantó la botella y aproximó los ojos como
buscando alguna señal escondida en el reverso y
de pronto, como un pésimo malabarista, estrelló la
botella contra el piso.
- Malamado piso de madera- vio, alarmada, el
desparramo de vino blanco, que aunque blanco
oscurecía la madera, los fragmentos de vidrio roto,
como una explosión que dispersó guijarros en un
llano, y sin embargo la etiqueta no se había partido.
Se leía Malamado ahora, como una rúbrica en el
piso.
En un instante se había presentado, desarrollado y
concluido la Quinta Sinfonía de Mahler.
-No lo puedo creer.( Veo cómo el líquido se hunde
en la madera, volviendo a la madera, la madera se
embriaga sola y sólo me da algo del perfume del vino,
como el halo del perfume de Mamitaquerida cuando
volví solo de despedirla de Ezeiza. Siento cómo me
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

sube el llanto hacia el garguero. Quiero tragar. No


puedo.) No quiero llorar, voy al baño.
Ella se puso los zapatos y buscó la escoba y la palita
para sacar los vidrios que amenazaban en el piso.
Se preguntaba, y esto la mareaba un poco (¿o era el
olor del vino?), si su pensamiento había provocado
el suceso, porque… La afamada realidad otra vez
se había comportado en correlación con su deseo.
¿El vino se hubiera desparramado si ella no hubiera
proyectado en él lo que más detestaba de Eduardo?
La duda persistente. La personificación de la duda.
Que Eduardo se fuera al baño y ella siguiera ahora
con un trapo de piso era parte de su idea sobre el
sujeto, no se contraponía con su esquema conocido.
La etiqueta, con su vidrio, el bloque completo, lo
apoyó en la mesa. Ahí lo quería dejar.
-Pero qué horror…-Eduardo salió del baño con
la cara recién lavada y lustrosa-. Tengo pelos en la
punta de la nariz como un cactus. ¿No habrás tirado
la etiqueta?
- Acá se queda de testigo, tu querida etiqueta.
¿Ahora sos de los que coleccionan etiquetas de vinos
paquetes? Éste será muy paquete pero ojo que está
lleno de vidrios.
-¡Pero la reputa madre que lo parió!- efectivamente
se acababa de ensartar una esquirla en el dedo y de
la yema salía una sangre muy roja y furiosa.
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Acaso querrían hablar

- Pero este vino es una catástrofe- imposible no seguir


asociando: lo que venía diciendo. Su pensamiento
se iba transformando en hechos. Entonces la
realidad…-. Esperá que busco el botiquín, no sea
cosa.
(La sangre chorreada. 1977. La esquina de 11 y 35.
Las manchas en la vereda. Las marcas de los tiros
empernados en el muro. La parada del micro 18 letra
B y en la esquina siguiente estaba la sangre.)
Quería desinfectar el dedo de Eduardo que estaba
incordioso. Era una urgencia, tenía que arreglar esto,
porque si no lo arreglaba no iba a poder arreglar
nada más: -¿Qué te pasa? Quedáte quieto.
-Tenés razón. Hoy tengo hormigas en el culo.
(La sangre se quedó quieta debajo de la venda blanca.
Como los diarios blancuzcos que dejaban pasar la
sangre. Se quedaba impresa ahí en los no-rostros de
esas personas tiradas en la vereda. Parecían dormidos
como la abuela con el diario en la cara. Pero de pronto
los pies no coincidían. Estaban de espaldas. El diario
los había atacado por la espalda. Por la nuca no se
puede leer. Pero por la nuca también hay sangre.)

-¿Qué te parece si leemos un poco?- mejor detener


esta sucesión de pequeños desarreglos. Se imponía
no pensar en la consistencia del mundo, sino abrirse
a otra cosa. Volver a cruzar esa frontera-. “Apenas
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

cruzó el Río Grande, escuchó el estallido y volteó a


mirar el puente en llamas”.
Se habían sentado en los sillones, ella leía con el
haz de luz en la página. Mientras tanto él tenía la
vista fija en la etiqueta del vino, que ahora estaba
manchada de sangre. El Gringo Viejo cruzaba la
frontera a México por El Paso y Ciudad Juárez.
Llevaba poco equipaje: una camisa limpia, una Colt,
una navaja, unos libros de su autoría y un ejemplar
del Quijote, que quería leer antes de morir. Buscó un
caballo, encarecido por la demanda de los rebeldes
mexicanos. “Por eso era un poquito alto el precio,
considerando que había una revolución del otro lado
de la frontera, y las revoluciones son buenas para
los negocios”. Entró en el desierto como si entrara
en una pantalla donde se proyectaba la historia de
México: “En la mirada clara del viejo se reunieron
en ese instante las ciudades de oro, las expediciones
que nunca regresaron, los frailes perdidos, las tribus
errantes y moribundas de indios tobosos y laguneros
sobrevivientes de las epidemias europeas que
huyeron de las poblaciones españolas para tomar el
caballo y el arco y luego el fusil, en un movimiento
perpetuo de fundaciones y disoluciones, bonanzas y
depresiones en los reales de minas, genocidios tan
gigantescos como la tierra y tan olvidados como el
rencor acumulado de sus hombres”.
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Acaso querrían hablar

-“Las revoluciones son buenas para los negocios”,


negociar es “negar el ocio”, ¿no?
¿Cómo será la historia de las palabras cuyo sentido
se subvierte? Calculo que Fuentes se referirá a la
especulación con la necesidad que traen las guerras.
¿Y especulación vendrá de espéculo? Esto de hurgar
en la herida, en el tajo, en el dolor. (¿Qué forma tiene
el dolor?)
-Tendrá algo que ver con los espejismos. Y como
estamos en el desierto viene al caso- y por este camino
se llegaba de nuevo a la cuestión: todo podía ser un
espejismo. Tantos sospecharon lo mismo. Aunque
como espejismo resultaba poco amable, ¿por qué no
proyectar una humanidad más pacífica y solidaria?
El velo de Maya estaba todo manchado de sangre,
como la etiqueta del vino de Eduardo.

-El anagrama de argentino es “ignorante” (Es más


viejo que la escarapela pero me viene al pelo.) y de
argentinos es “sangriento”.
- Y el anagrama de Eduardo es “deudora”. Así que
nos vamos de la sangre a la nunca bien ponderada
Dora.
-¿Estás telepática? Ayer recibí mail de Dora…
indescriptible e imperdible. (Dora ya no me duele.
Esta medio hermana diez años menor que se
autollamó Dora porque su nombre Aurora no le
| 115 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

combinaba con el apellido de casada, de bien casada,


ya no me duele.)
-¡Mostrámelo, así pasamos a la literatura
surrealista!

“Holis, Edu, recién en este instante me acordé


de un mantra para limpiar tu casa!!!!!!!!!!! YO
ME VEO EN MI MISMO, EN EL ESPEJO AZUL
ELÉCTRICO Y ME KIERO Y ME CUIDO DE LAS
FUERZAS ENCARNADAS Y DESENCARNADAS
QUE KIERAN ATACAR MI ANILLO AZUL DE
VIDA PROPIETARIA(opcional: PODÉS DECIR
INMOBILIARIA) repetílo 3 veces Kda mañana
mirando hacia Kda punto cardinal. Me olvidé X
completo q el viernes t iba a girar unos euros. Xa
colmo yo los dos próximos viernes tengo un cumple,
el control de la lipo y el encuentro de meditación.
No sé como me olvidé!! encima no hicimos nada
en particular. Seguro q no es un buen augurio eso
de mandar plata en viernes, le voy a preguntar
el mes q viene a mi MAESTRO CUÁL ES EL DÍA
MEJOR ASPECTADO. Acá en Europa la crisis está
tremenda. Me asustó Rodo que me dijo que vamos
a tener q vender el piso de la Costa de Amalfi.
Imagináte. Chauchita, buenas ondas y hacé lo q t
digo, cuidáte, Dora”

| 116 |
Acaso querrían hablar

- No se puede creer el acomodo que tiene con las


fuerzas cósmicas- todo un grupo de gente estaba
resolviendo esta cuestión de la influencia del
pensamiento sobre la realidad de una manera tan
asombrosa. La banalización cara de la new age-. No
logro ya seguirle el paso: van como seis cirugías, me
parece. Se ve que la meditación sola no le mejora
el cuerpo, que seguramente era muy de sudaca y no
daba con el perfil de Ibiza. Pero esto del “anillo azul”
te llegó antes del suicidio del Malamado y seguro que
no lo supiste valorar en su justa dimensión.
-Sep…seguro que la guacha me lo lechució.
- También me impactaron “las fuerzas encarnadas y
desencarnadas”. Pero lo que no me sorprende es la
conclusión de que no va a girar los euros. Seguro que
se los saca el maestro, si no se los gastó en cremas y
cirugías. Dora es incapaz de olvidarse de sí misma.
-¿Pero te leí el anterior? Yo no le pedí guita para
mí, sino para pagarles a los caseros de la quinta que
tiene acá.

Edu,Om mani padme um…No t calentés con el


tema del dinero de los caseros, este viernes t mando
los sueldos q les debemos y el del mes próximo. No t
estreses. El dinero va y viene. Hay q dejar circular
la energía xa q fluya. Te cuento q estoy haciendo
unas terapias de reconciliación familiar con
| 117 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Papitoquerido y desde el lugar q habita me iluminó.


Gracias a esto pude VERME y GUSTARME frente
a lo que veo en el espejo, xq tbien estoy con un pai
Umbanda q la rompe. Y mi cirujano plástico me
lo recomendó Xa q aceptara mi nueva imagen.
Para Rodo es igual pero a mí no me importa. ¿Vos
cuando vas a ir a alguna parte a sacarte esa mala
onda? El mail q no te contesté es xq me perturbó
lo suficiente xa q mi energía quedara detenida
durante días. No t lo voy a permitir nunca +. Y
no uses la pileta de la quinta xq la vas a rajar
con tu energía negativa y las de tus amiguitas y
amiguitos todos muuuuy raros. ¿Q vas a hacer
con tu espiritualidad? Acordate q en Belgrano
está ese chino genial q me sacó del pozo cuando
Papitoquerido murió. Uy!!!!!!!! Me voy volando a
retocarme las raíces, me hicieron un color manteca
en el pelo BRUTAL pero tengo q cuidarlo mucho.
Un besito grande. Dora.
- Esperá que es mucho, lo quiero releer- ya el libro
estaba tirado en el sillón, ante semejante profusión
de doradeses. Su discurso no tenía fisura, era un
delirio acomodado a su vida burguesa-. Sigue con la
combinación de pai, maestro y cirujano plástico. Esa
se ve que es una tríada sagrada. Aunque se agrega el
peluquero. Una compañera mía de la escuela, también
“alternativa”, me contó que va a hacerse una terapia
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Acaso querrían hablar

con enemas para sacar algo que tiene que ver con
energías estancadas. Yo creo que es mierda nomás,
pero no, tiene un valor simbólico, por eso necesitan
muchos litros de agua, para remover el pasado.
Entonces se saca una licencia médica de una semana.
Es magnífica, ¿no? Además dice que te mejora la
piel. Mirá el trabajo que se toman- pero pensaba
que Eduardo, aunque se creyera tan alejado de estas
ladies, había recibido su influencia, había comprado
el vino que costaba lo que tenía para comer, y sufría
la fascinación por las vampiresas. Algo en su historia
lo vinculaba con las preciosas ridículas, que de
alguna manera le resultaban una promesa.
Eduardo se desperezó y se miró la vendita en el dedo
lastimado.
-¿Hago unos mates?
(Aurora /Dora siempre fue caprichosa. Papitoquerido
aceptó ya de grande el hecho de volver a tener un hijo
con su tercera mujer. Pero fue más abuelo que padre.
El nacimiento fue en 1973, con un parto prematuro.
Dora estuvo “entre algodones” desde el principio.
Papá sentía una suerte de culpa. Oscuramente
adjudicaba su amargura a la debilidad de Aurora.
Aurora: un nombre que subrayaba un nuevo
comienzo en la Argentina de 1973. Era una niña
morena, de ojos enormes y oscuros como los de su
madre. Cuando la conocí me pareció bastante linda.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Ningún bebé es suficientemente lindo pero esta niña


auguraba una exótica belleza amerindia. Creció con
algunos berrinches, pero nada fuera de lo común.
Fue a partir de los catorce años que despertó, junto
a sus hormonas, una prepotencia inusitada. Exigía
cosas, que a pesar de la buena posición económica
de papá, resultaban difíciles, pero su madre, una
mujer resentida y alta, se acoplaba a las demandas.
Aurora batió todos los récords de peticiones, parecía
más la hija de Mamitaquerida que de Papitoquerido.
Mamitaquerida, tan bonita y tan blanca y tan rubia,
formó una especie de alianza feroz con la hija de
su ex marido, en una breve estadía que hizo en la
Argentina. La empezó a aconsejar: “el pelo tan
oscuro te endurece los rasgos divinos que tenés” y
la llevó a su antiguo peluquero para los primeros
reflejos dorados. Aurora logró que su madre y
Mamitaquerida se unieran, quedando papá y yo
fuera de ese triángulo, que poco tenía de edípico.
Aurora hizo su secundaria en el colegio Misericordia,
para dolor de papá que era agnóstico y anticlerical.
Ya en ese entonces necesitó que comprara la quinta en
Villa Elisa, el departamento en Buenos Aires, “¡Dale,
pá, que sea en Palermo!”, un chalet en la costa para
el verano donde iban “las chicas”, y los “partidos”
que le interesaban y dos autos más, “Uno para cada
uno”, lanzó al aire.
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Acaso querrían hablar

A los 18 años dijo que ni en pedo estudiaba en


La Plata y se mudaron todos al departamento de
Palermo para que Aurora fuera a una universidad
privada a estudiar Ciencias Políticas. Ella quería
ser una chica de mundo. A esa altura sus ojos ya
eran grises y de plástico, “¿No son re- naturales?”,
su primera incursión metamórfica propia, y su pelo
todavía era de un dorado mesurado y natural. Dejé
de verlos habitualmente. Por esa época de la facultad
mi hermanita pescó a Rodo, ocho años mayor, y se
casó con “pompa y circunstancia” en la iglesia del
Pilar y con una fiesta para cuatrocientas personas en
la casa de los padres de él en Belgrano. A partir de
Rodo decidió que llamarse Aurora no la llevaría a
ninguna parte y con el apellido de él no quedaba bien
y pasó a decir que se llamaba Dora. Ahora sus ojos
eran más verdosos. Dejó la facultad para dedicarse
a su marido.
Papitoquerido me llamaba y siguió mandando la
mensualidad a Mamitaquerida hasta su final.
Cuando papá murió, así, de golpe, un 25 de diciembre a
la mañana, Aurora/Dora, y su madre llegaron últimas
al velatorio. Estaban en el chalet de la costa y papá
había muerto en La Plata, como siempre quiso. Ellas
estaban rabiosas de ese gesto de mal gusto: morirse
en Navidad y en La Plata. Dora ya tenía treinta años
y cuando volvimos de sepultar a papá, en medio de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

una nube de mosquitos, me propuso que fuéramos a


tomar un café, solos. No sé por qué acepté. Despachó
a su maridito Rodo a la capital en micro, su mami
se fue a lo de las tías y ella se quedó con el auto.
Condujo en silencio hasta el centro y no me dejó
fumar en el coche, “Me llenás de olor, cuándo vas a
dejar esa porquería”.
Bajamos y apenas atiné a pedirle que nos sentáramos
en una mesa de la calle. “De ninguna manera”, me
espetó, “adentro hay aire acondicionado, acá me
transpiro toda y ya bastante maltrecha estoy de lo
que pasé en ese cementerio de mierda”. Observé
que sus tetas estaban más grandes, enmarcadas en el
perfecto vestido gris topo que traía puesto.
Sin demasiado preámbulo me lanzó “Papitoquerido
a vos te dejó la casa que le compró a tu mamá y
ojos verdes” (los de Mamitaquerida son verdes, no
fue herencia de papá, pero no se lo dije) y siguió,
“Por eso pienso que la quinta, el departamento de
Palermo, donde está mami, el chalet y los dos autos
me tocan a mí. Igual te lo comento por respeto,
porque ya los papeles están hechos”. Yo todavía
tenía presente la cara cansada de papá en el ataúd.
“Sí, como te parezca”. Me levanté y me fui sin tomar
el café. El aire caliente de la calle me aplastó. Tomé
un taxi hasta casa. Me tiré en un sillón del cuchitril
y me quedé fumando un cigarrillo detrás de otro sin
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Acaso querrían hablar

parar, me masturbé y me quedé dormido. Un mes


después me enteré que Dora y Rodo se iban a vivir
a Ibiza, con mami, claro. Esa última vez en el café
estaba muy rubia, como una aurora. Una Aurora
nacida en el 73 que era un atavismo.)

Se iba estableciendo una relación entre Dora, la


etiqueta dorada y el mal-amado, la continuación
de las cadenas que llevaban a Mamitaquerida y
sus múltiples bifurcaciones. Una cara posible de
Eduardo, que lo vinculaba con un grupo social de La
Plata lleno de veleidades. Aunque en ese mundo, le
quedaba el rótulo de mal-amado. Esta cuestión de la
pertenencia, de la fijación en deseos de otros, como
si parte de nuestra identidad estuviera determinada
desde afuera, la hacía desconfiar sobre su propio
lugar en el mundo. Escuchó el ruido de la pava con
el agua hirviendo. En algún lugar se había quedado
él, y no era en el presente.
- Eduardo: el agua. No vas a hacer el mate con agua
hervida.
-Ya va, ya sé… (Le meto un chorro de agua fría y a la
lona, qué tanta cosa.)
-Y no se te ocurra ponerle agua fría.
-Para nada, vos fumá.
(Mejor tardo un cachito.)
-¿Dónde íbamos con el Gringo Viejo? ¿Está bien el
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

agua?
Le alcanzó el mate mirando para otro lado, Eduardo
sabía que le descubriría la mentira.
- Esta es el agua hervida. Mi vieja te mataría- la
madre era fiel a algunas tradiciones, y en eso no
había variaciones que plantear, sus sentencias eran
inapelables-. Quedamos cuando compró la yegua
blanca y cruzó la frontera. Espero que no le pase
nada a la yegua, porque nada hay en el mundo mejor
que los caballos.
-Sí, tu vieja y la yegua de tu tía Haydé, que dios
la tenga en su gloria y no la suelte, y mi hermana
y Mamitaquerida y todas mis exs me matarían por
pavadas tan poco creíbles como la de enfriar el agua
hervida con un chorro de fría.
- Qué encadenamiento de hembras feroces-
evidentemente él no conocía a las grandes matriarcas,
la tía Nidia y la tía Nilda, las mellizas, la tía Josefina,
ni a los patriarcas de Bavio, el tío Roque, el tío José, ni
qué decir del patriarca de los pájaros y sus mandatos
omnipotentes-. Pero se ve que al final ninguna se
decide. Por ahí un día te matan en conjunto y le
dicen al juez que fue Fuenteovejuna.
-Yo no violé a nadie como en Fuenteovejuna. Siempre
cuidando la argolla como si fuera vaya a saber qué
dato sagrado. ¿Las mujeres no violan acaso?
- Claro que violan, y te dejan embarazado- lo dijo
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Acaso querrían hablar

y se arrepintió. Había entrado en una zona que era


como el desierto del Gringo Viejo. Un desierto lleno
de vidrios rotos de mal-amada.

El ringtone del celular de Cuerpito sobresaltó la


tarde. Su mirada se tornó extraña leyendo el mensaje
de texto.
Dejó el mate al lado de la etiqueta del Malamado,
agarró la mochila y le estampó un sonoro beso en la
cabeza a Eduardo.
-Me tengo que ir, te dejo esto para que leas.
Abandonó un montón de papeles manuscritos, como
ella solía escribir, y se fue.
Afuera empezó a garuar.

Resumen de la Séptima Expedición:


Se despliega el ascenso y la caída de Malamado.
Continúan la lectura y comentario de Gringo Viejo.
Cuerpito oscila entre la realidad y su pensamiento y
necesita arreglar las cosas.
Eduardo recuerda la esquina de 11 y 35, la parada
del micro 18 letra B y la sangre derramada en 1977.
Se descubre quién es Dora. Leen y comentan sus mails
y reflexionan acerca de la new age, los pai, las ondas,
las cirugías, las doradeces y los enemas purificadores.
Se hace referencia a 1973 y años siguientes en torno
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

a una masturbación de Eduardo.


Cuerpito recibe un mensaje en su celular y deja unos
manuscritos.
Se aborta la lectura de Gringo Viejo.

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Acaso querrían hablar

OCTAVA EXPEDICIÓN

Cuerpito y Eduardo se sentaron en el cuchitril.


Cuerpito se sacó los zapatos y vio el manuscrito que
estaba exactamente en la misma posición en que ella
lo había dejado.
Eduardo vio su decepción y se apresuró a decirle:
-No logro descifrar tu letra, prefiero que me lo leas
vos.
Ella entendió. Le preocupaba enfrentarse a las
reacciones que él fuera a ostentar. Justo lo que había
querido evitar dejándole el manuscrito. Ahora tenía
que decidirse, agarró los papeles y empezó a leer:

“El tejido
Voy como zigzagueando. Algunas zonas las veo
con una nitidez inmaculada de microscopio. Otras
aparecen diluidas, como se ve el paisaje detrás de la
llovizna. Me voy acercando a la cocina, pero antes me
quedo mirando las copas de la vitrina del comedor,
que se reflejan en el espejo del fondo del mueble. Ni
pienso en que yo no me reflejo ahí. Me gusta el cristal
tallado, deja pasar la luz y la difunde distorsionada.
Me distrae el olor a té de yuyos y sigo mi camino. En
la cocina está Matilde, mi bisabuela, preparando su
infusión favorita. “Y ahora solamente falta la hoja
de limonero”, me muestra la hoja recién cortada.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

La menta, el romero, el cedrón, la salvia, todos


los componentes están en su jardín, al que cuida
con obstinación de amante. “Ahora lo vas a tomar
bien calentito”, me dice ofreciéndome un jarro con
bombilla. Cuando acerco mis manos al jarro, en vez
de sentir calor siento frío. Un escalofrío me tensa
la piel de todo el cuerpo. Si Matilde está muerta.
Entonces empieza el viento. Un viento frío que se
mete en la casa familiar que ya fue vendida hace
años, un viento que hace perder el equilibrio. Un
viento ruidoso, que va rompiendo la imagen.
Por suerte me despierto. Toco casi automáticamente
el rosario que cuelga del velador, única herencia de
Matilde que conservo conmigo. Otra vez el sueño
repetido con la casa familiar, la bisabuela muerta,
la añorada infancia. Pero con un componente final
de espanto, como si se introdujera un depredador
en ese ámbito querido y cotidiano.
Son las cinco y faltan dos horas para levantarme.
Dos largas horas. La soledad es apabullante
cuando uno se despierta con miedo en medio de la
fría oscuridad y el silencio. Entonces es momento de
poner en movimiento las defensas racionales. Me digo
muchas cosas sobre mí misma. Me repito mi nombre
primero. Un nombre nos da una idea de existencia,
nos devuelve al mundo humano. La muerte debe
borrar todos los nombres. Después enumero mis
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Acaso querrían hablar

actividades del día. Tener actividades nos coloca


en la sociedad. Si vivimos en sociedad significa que
existimos. Mi trabajo me aleja de la locura de estar
viva. La soledad de la casa me recuerda que mis
hijos ya se fueron, están estudiando en otra ciudad.
El silencio me trae sus voces de chicos, porque sin
esas voces la realidad perdería la consistencia y
caería como un triste telón.
Noto que el corazón ya late con normalidad. Vuelvo
a asombrarme por el papel tranquilizador de las
palabras frente a las sombras de las pesadillas. Cada
palabra me da una posible ubicación en el tiempo
y el espacio. El tiempo presente, las imágenes del
pasado no conforman la actualidad (¿o son lo más
auténtico?); el espacio, el lugar donde se habita (¿o
se habita en el tiempo?).
Por fin llegan las siete. Desde que vivo sola me
obsesiona esto de despertarme antes que salga el sol.
Ya sé que es una irracionalidad, como tantas otras
que conforman mis rituales diarios de subsistencia.
Miro por la ventana de mi habitación que está
en la planta alta. Todavía no hay rastros de luz.
El mar es una masa negra que se confunde con el
cielo. Mientras preparo el desayuno cumplo el rito
que sigue: corro la cortina y miro al borracho de
la casa de enfrente. También él cumple su ritual
de todas las mañanas: antes que salga el sol,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

totalmente alcoholizado, sale a la puerta de su


casa con un cartel que le muestra a la playa, o al
menos lo dirige hacia ese lugar. Cuando me ve por
la ventana de la cocina, me lo muestra un instante.
El de hoy dice “¿Y si un día se cae el telón?”. Yo
le hago una seña, con el dedo pulgar hacia arriba,
comentando su mensaje. Pienso que algo de eso
rondó horas atrás por mi mente. Mantenemos este
diálogo diario desde hace dos años, cuando se fue
el segundo y menor de mis hijos, y yo me obsesioné
con los rituales de subsistencia. Por otra parte es
el único contacto que tenemos. Nada sé de él, salvo
que perdió a su hermano menor en la Guerra de
Malvinas, comentario reiterado del pueblo. Si nos
cruzamos durante el día, apenas si nos saludamos.
Tomo el café con leche frente a la computadora
mientras hojeo los titulares de los diarios. Reviso
varios pero no leo ningún artículo completo. En
realidad me gusta más pensar en los carteles de mi
vecino borracho.”

-¿Cómo que perdió al hermano en la Guerra de


Malvinas? ¿Tan distraído o borracho andaba?
(Prefiero hacerme el boludo y no decirle dónde me
toca este personaje.)
- Se perdieron tantas cosas en las Malvinas. ¿Por qué
no un hermano?- era lo primero que se le ocurría
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Acaso querrían hablar

manifestar a él. Si seguía por este camino, encima


con esa mirada flotante, verde-revuelto-con-arena-.
Sigo.

“Después viene la caminata por la playa. De una hora.


Aún con lluvia, y con el temible viento sur que evoca
algo de los hielos eternos. Hay que estar equipado,
sólo se trata de tener los elementos apropiados
para cada ocasión. Si algo quiso desarrollar el
ser humano, es la forma de defenderse del clima.
Hay ropa para alpinistas, para sumergirse en el
mar, para aislarnos de cualquier inclemencia; hay
cremas con filtros, anteojos, gorras impermeables,
chalecos anti-todo, zapatillas a prueba de agua,
todo terreno, telas térmicas… En fin, yo tengo todo
eso: los más sofisticados equipos de supervivencia.
Ahora se trata de elegir el apropiado para el día
de hoy, un frío día de invierno, con viento pero sin
lluvia. Elijo la crema protectora, las antiparras ya
que el viento hace que te entre arena en los ojos,
la ropa térmica abajo y la plástica afuera, como
una barrera, los guantes, el rebenque… Ya sé que
el rebenque no tiene nada que hacer frente al frío,
tampoco puedo pegarle al viento, pero me hace
sentir segura. Igual que el gas paralizante que
llevo en el bolsillo de la campera y el cortaplumas
para cualquier eventualidad. Pensarán que tomo
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

demasiadas precauciones, pero más de una vez tuve


que usar estos objetos. Una vez encontré una gaviota
atrapada por líneas de pesca. Otra me quiso atacar
un perro. No busco estos ejemplos al azar, ya que
muestran que pueden servir para ayudar a otros
seres o para defenderme a mí misma.”

(Cómo me gustaría tener un equipo como el de tu


personaje, para defenderme.)
Eduardo, casi instintivamente, levantó las piernas,
quedando como un ovillo en el sillón.

“Hoy la playa está desierta. Me gusta tanto caminar


al amanecer por la arena blanda. Parece el lugar
común del amanecer en el mar de las postales,
pero caminar por ahí con unos grados bajo cero y
viento sur es otra cosa, algo que te mata o te hace
más fuerte, como escribió, entre otros, mi vecino
borracho… Vuelvo cuando ya salió el sol, y yo lo vi
asomando y tiñendo el mar de colores únicos.
Mi ceremonia termina con una ducha. Entonces ya
conjuré las calamidades y estoy lista para salir sin
apuro, ya que mi socia es la encargada de abrir el
negocio y yo de cerrarlo. Preparo el tejido. Ya hace
dos semanas que estoy luchando con la aguja de
crochet. Es que tengo que recrear el tejido en mi
mente porque hace años que no tejo, lo hice en mi
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Acaso querrían hablar

infancia, dirigida por mi bisabuela Matilde, que me


prodigaba atenciones preferenciales y me explicaba
con paciencia y sabiduría.
En el negocio paso muchas horas sin tener nada que
hacer. Miramos películas con mi socia para después
poder recomendárselas a los clientes. Pero el cine
llega a hartarme, con sus infinitas repeticiones y
sus efectos especiales que no pasan del más burdo
ingenio. Así que ahora intercalo el tejido. Me gusta
armar una trama con una o dos agujas y con una
lana. Eso me parece verdadero ingenio. Un gran
hallazgo de nuestros antepasados: crear un firme
abrigo a partir de la materia dispersa. Pero ahora
me altera no poder resolver el problema del cuello,
no logro darle la forma, que pretendo redonda”.

-Redondo, redondo barril sin fondo. ¿El abrigo firme


tendría que tejerlo de metal, como las cotas de malla
de los caballeros medievales? Y ahí valía el cuello-
bote.
Eduardo se había desovillado y se embarcó en vaya
a saber qué cosa de la Internet.
- Mirá el tapiz de Bayeux, llamado también de la
Reina Matilde:
-Qué justo Matilde…Los antepasados de los caballeros
del sur de Lo que el viento se llevó. Seguro que no
eran los Libres del Sur que pelearon contra Rosas
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

porque ésos no tenían cotas de malla.


“El sol entra por la ventana y se desparrama en mi
tejido. La aguja de crochet parece moverse sola y mis
manos no tienen más que seguirla. Matilde aparece
perfumada y erguida, le gusta conservar su espalda
recta, como desafiando a sus numerosos años.
“La cama es una rosa, si no se duerme se reposa”,
me dice mientras se sienta al lado mío a mirar el
tejido. No siempre duerme la siesta, pero siempre se
acuesta una hora. Me gusta el perfume de Matilde,
me da cierta seguridad. Dos gatos se pelean afuera
y me distraen. Una gata es de la casa, el otro no. Mi
prima se ríe mirando a los contendientes. La pelea es
poco seria, los gatos no se están lastimando. Matilde
agarra mi mano, esa con la que sostengo la aguja…
La sensación de su mano en la mía es extraña. Miro
la mano: es un esqueleto de mano. Solamente huesos
fríos que se prenden a mi mano carnosa, como una
garra. No sé si quiero mirar la cara de Matilde. Sé
que quiero salir corriendo de ahí.
Otra vez despertarme. Esperar que esté por asomar
el sol. El vecino borracho hoy muestra su cartel:
tiene solamente un signo de interrogación. No le
hago ninguna señal de comentario. Me cuesta salir
de mí misma. Me cuesta no pensar en Matilde. ¿Es
posible no pensar? ¿Tiene sentido no pensar? Si es
verdad que el pensamiento define nuestra existencia,
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Acaso querrían hablar

sería un desatino no querer hacerlo.


Una nueva caminata por la playa. Hoy hay algas,
con el característico olor que tanto me desagrada.
Estoy muy molesta. No quiero que se me acerque
ningún ser vivo. A ese perro lo voy a espantar con
gas.
Después la ducha. El trabajo. El tejido al crochet
que no logro resolver. Parece simple lograr un cuello
redondo, pero el crochet en mi caso sólo reconoce
las formas rectas. No puedo salir del cuadrado, yo,
que quiero la calidez de lo redondo.
El viento frío del mar invadió la ciudad. Estamos
acostumbrados al frío que domina casi todo el año
en Miramar. Una ciudad sureña, frente a un océano
tan frío y misterioso como el de los orígenes.”

-Es evidente que el sur también existe. ( Mejor no


sigo hablando y me vuelvo al sillón.)

“Otra noche con sueños. Matilde me cuenta su


cuento de siempre: “Éramos doce hermanos, en la
casa de campo. Íbamos a la escuela a caballo, ¿te
conté, querida?, yo tenía una yegüita flaca”. Sonríe
mientras evoca su infancia y sus ojos oblicuos brillan
por el esplendor de esos tiempos. Yo estoy cocinando
con barro mientras escucho su voz, que es musical
para mí. Ahora la imagen se derrumba y aparece la
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

casa abandonada, deshabitada. Están tirando los


árboles y completando el exterminio del cañaveral
del fondo. El cañaveral de mis juegos. Con una
masa van tirando hiladas de la pileta en la que me
entretenía todos los veranos. Todo se va cayendo
aceleradamente. Solamente veo destrucción…
Me despierto con miedo. Hay una intrusa en mi vida
y no es precisamente la pacífica Matilde, la que me
hablaba de cabalgatas por el campo, de tejidos y de
infusiones de yuyos. Es una más cruel, que destruye
todo lo que una vez quise.
Hoy no está el borracho con su cartel. Su ausencia
marca una falla en mi ritual. Es un amanecer
extremadamente frío, con un cielo limpio como un
papel sin escribir. Elijo mi equipo más abrigado
para esta ocasión y salgo a caminar. La playa está
quieta y vacía. Ni siquiera están las gaviotas. Si
no fuera por las pequeñas olas que rompen con
regularidad, parecería que el tiempo se hubiera
detenido y que el mundo estuviera deshabitado. Voy
para el muelle. Tengo que subir a la vereda inferior
de la costanera porque las rocas me impiden el
paso. Bajo otra vez a la arena después del muelle.
Quiero que desaparezcan ciertas imágenes que
vienen desde adentro y que queden solamente las de
afuera. Entonces ocurre algo confuso. Yo no estoy
mirando alrededor, ese es el problema. Una mano,
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Acaso querrían hablar

como una garra de esqueleto, me sostiene el hombro


izquierdo. Un horror helado me paraliza.
No quiero darme vuelta y ver a mi amada Matilde
convertida en esqueleto. Mi mano derecha en el
bolsillo de la campera agarra el gas paralizante.
Lo destapo con cuidado y me vuelvo apretando el
aerosol. Empapo esa cara de muerte con un gas que
vuela en línea recta. Se tapa, ese hombre se tapa la
cara descompuesto. Yo corro.
Pienso que me tengo que serenar. Me repito mi
nombre, mi edad, mi ocupación laboral. Pero no
da resultado. El corazón sigue acelerado. Me digo
entonces que ese rostro de hombre tapándose los
ojos, no puede ser el esqueleto de Matilde. Eso se
me hace evidente. Es un rostro conocido, aunque no
es tan fácil de distinguir con las manos adelante,
tapando sus rasgos.
Ahora camino por la playa para el otro lado,
para la escollera cero. Está saliendo un sol rojizo
y perfecto. Todo el mundo quieto y el sol saliendo.
Un sol en movimiento, muy grande, cercano. Quiero
recordar mis actividades del día para frenar esta
estampida de mi cuerpo y de mi cabeza. No puedo.
Voy a tener que pensar en ese hombre al que le tiré
gas paralizante.
No cabe duda, es el borracho. Lo dejé tirado en la
arena, descompuesto de gas y de asombro.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Sigo caminando acelerada por la arena. La luz


creciente no parece del todo real. Subo para pasar
por el puente, ya que el arroyo El Durazno atraviesa
la playa. Vuelvo a bajar a la arena. Me pregunto
por qué se me habrá acercado mi vecino borracho,
si nuestro acuerdo tácito es el de no entrar en otro
tipo de relación más que la de los carteles. Y por
qué el contacto de su mano me recordó al de mi
pesadilla… Creo que es culpa de la intrusa. No sé
por qué viene. Me preocupa que se instale. Tengo
que sentarme en una roca porque algo me pasa. Es
que estoy llorando.
A la tarde vuelvo al tejido. Pruebo variantes para
el cuello, pero ninguna forma es la que busco. Mi
socia menciona a Penélope, que tejía y destejía
para alagar la espera. Entonces entra una mujer
al negocio. Tiene el pelo blanco sin tintura, y una
energía juvenil en su viejo cuerpo delgado y fibroso.
Sus ojos son sonrientes y oblicuos. Se recuesta en
el mostrador a observar mi tejido. Yo le digo que
no logro darle la forma al cuello, que pretendo
redondo. Sin introducción previa, ella me responde
que lo mejor en estos casos es consultar con alguna
experta tejedora muerta. Ella lo hace con su tía
Josefina. Antes de dormirse, enuncia en voz alta su
duda, después le reza a alguna pertenencia de la
muerta. En el sueño, Josefina le da la respuesta.
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Acaso querrían hablar

- Hay que hablar con los muertos- dice con su tono


más natural-. Ellos recuerdan y ven más allá. No
son nuestros enemigos, son los mismos que nos
quisieron.
Siento el impulso de abrazarla, pero solamente le
doy las gracias. Por fin sé qué tengo que hacer esta
noche.”

Se había concentrado tanto en la lectura que no oteó


los gestos de Eduardo. Ahora se quedó en silencio,
estaba pendiente de sus palabras, pero especialmente
de sus reacciones.
Eduardo prendió otro cigarrillo, se estiró saliendo
del ovillo.
-Me gustaría hablar de un tirón, si querés y podés.
Ella asintió con la cabeza.
-Es magnífica tu escritura, en principio. El recorrido
por donde me llevaste es tan artero que me deja
sin aliento. Te veo en este cuento como cuando nos
conocimos ese martes 11 de marzo de 1976. Era
martes porque los de primer año empezamos un
día después que los más grandes. Te huelo con ese
olor tan extraño a mi nariz citadina. Extraño y
embriagador. Te veo ceñuda cuando me reía de tu
ropa tejida a mano. Siempre fuiste diferente a las
otras chicas en la secundaria y a tantas otras. Me
abruma el tono de cada palabra puesta como por un
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

demiurgo, inestable y solo, que las revuelve de entre


sus propias tripas. Me conmueve esta Pentesilea que
se arma hasta los dientes y ataca ya por la costumbre
de haber recibido tantas heridas por nada. Y tus
muertos y los míos arropados en este tejido inmenso
de nuestras memorias fragmentadas por la tortura
del subibaja de este país y este tiempo, que amo y
odio, que no perdería pero fundiría como fundiste
vos en un breve ciclo de un cuento el sueño y la
guerra. Y tus hijos y los míos, que no tenemos, ni
tuvimos. Por miedo o por asombro. Te pegaría como
nunca le pegué a nadie por ponerle palabras a eso
que toda mi vida intenté hacer. ¿Por qué no se me
ocurrió a mí?, se me aparece. Es envidia, y no de la
buena como dicen los pavotes que imaginan que hay
una envidia buena. Te vuelvo a ver acorralada en el
tumulto del saqueo al supermercado, desmechada y
con los ojos despavoridos cuando nos reencontramos
en el 88. La desvalidez y el valor. Toda la vida que
conocimos, en esta guerra que vivimos juntos desde
1976.
Eduardo se levantó y fue al baño. Las arcadas de la
canilla retumbaban en el cuchitril.
Cómo abrir tantas compuertas. Cómo había pasado
esto. Ella esperaba palabras de él. Siempre las
esperaba. Pero esta referencia directa a su historia
personal, esa que estaba siempre presente pero
| 140 |
Acaso querrían hablar

que no se ponía en palabras, la dejaba otra vez tan


desvalida como en el 76, como en el 80, como en el
88. Años que cifraban sus biografías y la historia
del país. Momentos en los que aparecía una imagen
de Eduardo alterada y superpuesta a imágenes
actuales. Algunas circunstancias sobre las que existía
el acuerdo tácito de no volver (lo que se oculta es
lo que toma mayor fuerza), igual que sucedía con el
acuerdo de su narradora y del borracho de vincularse
sólo mediante carteles, como si fueran señales desde
campos enfrentados. Vecinos, pero que tienen una
calle entre medio.
La calle de los desencuentros, de los miedos y de los
exilios.

Resumen de la Octava Expedición:


Eduardo no leyó el manuscrito de Cuerpito a cuenta
de su mala caligrafía.
Cuerpito lee su cuento. Él interrumpe con algunas
cuestiones colaterales, ella las acepta con reticencia.
Hacia el final de la lectura, Eduardo se desovilla
y sufre un ataque de verborragia o un desangrado
verbal.
Se mencionan 1976, 1980 y 1988 con los saqueos a
los supermercados.
Ella se asombra.

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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

NOVENA EXPEDICIÓN

“Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar,


Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar
a Jerusalén. Hace largo tiempo que vagamos. Voces
ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos
los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros
muertos durante el invierno. Y al principio vimos
muchos pobres pájaros extendidos en la tierra
helada, muchos pajaritos con el pecho rojo.”
Eduardo le alcanzó con cuidado un destartalado
librito y le dijo:
-Marcelo me regaló esta novela a principio de 1981.
En la portada decía “Hoy inhumaron a mi madre”.
Desde ese momento nunca pude olvidar este libro de
Marcel Schwob.
Cuerpito, descalza, revisaba, absorta y en silencio
el libro, mientras Eduardo buscaba datos en la
computadora:
“La Cruzada infantil es el nombre de un conjunto
de acontecimientos ficticios y reales de 1212, la cual
se sucedió tras la Cuarta Cruzada, integrándola
en esta última algunos historiadores como sucesos
posteriores de la misma, sucesos que combinan
algunos o todos de los siguientes elementos: visiones
de un muchacho alemán o francés, la intención
de convertir pacíficamente musulmanes a la
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Acaso querrían hablar

Cristiandad, niños marchando hacia el sur de Italia


y la venta de niños como esclavos. Existen muchos
testimonios contradictorios, y los hechos reales son
aún objeto de debate entre los historiadores.”

- Parece que no todo tiempo pasado fue mejor. Aunque


más preciso sería decir que no mejoramos más: siglo XIII
o siglo XXI, siguen mandando a los chicos al muere. Me
da algo que se me mezcla con el vino que tomé. Vengo
de un brindis, pero no hay nada que festejar.
-¿Venís copeteada? Hoy es 24 de marzo. ¿A qué clase
de festejo fuiste?
- ¿No te dije que no hay nada que festejar? Pero
justo hoy cumple años Claudia, así que cantamos
cumpleañosfeliz y brindamos con un tinto como ese
que te estás tomando.
- Dudo que sea el mismo tinto. Si es la Claudia que
me imagino, seguro que metió en botellas de buen
nombre el vino de alguna damajuana berreta.
- Si me das una copa te digo- como siempre él
rechazando a sus amigos. Era una forma de no
aceptarla, tal cual el patriarca.
-¿Encima que te hago conocer semejante texto me
ponés condiciones? Mirá Chiquita, decíle a Claudia
que no te ponga drogas en la bebida para fomentar
la misandria.
(Le sirvo el vino, total, me divierte verla de tanto en
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

tanto así.)
- Es que Claudia tiene una historia que abona su
feminismo- después de un día tan fatal en la escuela,
con la alumnita descompuesta por embarazo precoz
y el griterío con la asistente social, el vino al que no
estaba acostumbrada y los relatos de Claudia sobre
el centro vecinal, no sabía si iba a poder resistir
la lectura de La Cruzada de los Niños-. Pero si no
queda otra vayamos a los hechos, en este caso a la
lectura.
-“Abona” porque está cagada. Se cree una pionera
porque anda con El segundo sexo de Simone de
Beauvoir abajo del brazo. Después adopta niños y
los devuelve porque le dan miedo sus berrinches.
Una hija de puta. Pero tenés razón, sigamos leyendo
o mejor dicho, empecemos de una vez:
         “Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar,
Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar
a Jerusalén. Hace largo tiempo que vagamos. Voces
ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos
los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros
muertos durante el invierno. Y al principio vimos
muchos pobres pájaros extendidos en la tierra
helada, muchos pajaritos con el pecho rojo.”
- Pará un poco. Antes de seguir leyendo te aclaro
algo: te estás confundiendo a Claudia con Pilar, esa
es la que devolvió a los chicos, una jodida que no
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Acaso querrían hablar

soportaba verse con ojeras a la mañana porque los


chicos no dormían bien. La turra no quería dejar sus
cursos de meditación y relajación trascendental. ¿Te
hace acordar a alguien?
-No te ofendas, pero prefiero seguir con la lectura
que continuar con el tema de Dora. Va de nuevo:
         “Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar,
Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar
a Jerusalén. Hace largo tiempo que vagamos. Voces
ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos
los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros
muertos durante el invierno. Y al principio vimos
muchos pobres pájaros extendidos en la tierra
helada, muchos pajaritos con el pecho rojo.”
(Pobres pájaros. Pobres niños. Muchos nacidos en un
cautiverio feroz. No quiero pensar en pechos rojos:
quizás entienda lo que no puedo entender.)
-Qué imagen, qué escritura. ¿Se te ocurre mejor
manera de empezar un relato que con esta fuerza?
Eduardo se restregada los ojos y mareas enrojecidas
cruzaban las aguas verdosas.
La espalda de él estaba más ancha que de
costumbre.
- Voces ignotas en la noche, justo las que no hay que
escuchar- típico de él, no disculparse por lo que dijo
de Claudia y seguir leyendo, no apartarla de ese
cáliz.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-No quisiera adjetivar pero ¿me estás pelotudeando?


Compartir esta lectura con vos
es re-difícil para que te pongas políticamente
correcta. ¿Te gusta o no te gusta La cruzada de los
niños? Si no leemos a Coelho…
- Lo que digo tiene más que ver con dichos de viejos
que con lo políticamente correcto: “nena, no hables
con desconocidos”- hablar en este momento con
Eduardo era hablar con un desconocido, alguien
que estaba buscando en cada palabra el punto de
la discordia y del desencuentro. Cuando ella llegó,
escapándose de un festejo que la hartaba, ya estaba
él enfrascado con el libro, con su copa de vino, su
cigarrillo y su cara de pocos amigos. Siempre la falta
de sincronía. El espacio en común carecía de una
comunidad de tiempos.
-Voy a hacer caso omiso a que no respondiste a lo que
te preguntaba. Sé lo difícil que es reconocer la belleza
en el horror. Condenar niños a una vida por fuera de
la vida que les estuviera dada por quienes quisieron
engendrarlos. Una cosa es que alguien decida darlos
en adopción y otra cosa es que te los secuestren. Esos
“pechos rojos” son emblemáticos: o porque son de
izquierda sus padres o porque los masacraron. Creo
que fue Rilke el que dijo que la belleza es lo que está
exactamente antes de lo terrible. Lo que pasó después
del 76, es sin duda después de la belleza. ¿Sigo?
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Acaso querrían hablar

(Siento una furia ancestral. Pienso en la cantidad de


psicoanalistas que responden de manera monocorde
“Es lo que le tocó”, impunemente. Esa aceptación
que más que científica es una resignación cristiana)
- Sigo:
“Después vimos las primeras flores y las primeras
hojas y tejimos cruces. Cantamos ante las aldeas,
como acostumbrábamos hacerlo en el año nuevo. Y
todos los niños corrían hacia nosotros. Y avanzamos
como un rebaño. Hubo hombres que nos maldijeron,
no conociendo al Señor. Hubo mujeres que nos
retuvieron por los brazos y nos interrogaban
cubriendo de besos nuestros rostros. Y también hubo
almas buenas, que nos trajeron leche y frutas en
escudillas de madera. Y todo el mundo tuvo piedad
de nosotros. Porque no saben adonde vamos y no
han escuchado las voces.”
- Qué forma de piedad- varios recuerdos sueltos le
vinieron a su mente mareada de alcohol: ella muy
chica, con su hermano, Patricio, Pato, perdidos en
el campo, las colectas en la iglesia de Bavio, para los
chicos “pobres”, el descubrimiento en La Plata de
chicos solos en la calle, una noche fría en la habitación
de una partera, las noticias sobre chicos robados a
sus padres, entregados sin identidad, cantidad de
chicos pidiendo monedas en la calle, su alumna de
13 años embarazada. Siempre el vino la aflojaba y la
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

hacía reír, pero ese día no.


-Siempre tardía la piedad. Cuando es políticamente
correcto para posicionarse aparece esta piedad
que es una de las formas del horror que sigue al
horror. El pensamiento milico disfrazado de progre.
La velocidad en el tiempo no es sólo velocidad: es
responsabilidad. Cuando un médico te da turno a las
diez de la mañana y te atiende a las dos de la tarde.
¿Qué te parece que está jugando ideológicamente?
Está jugando con tu vida. Porque la vida en principio
discurre en el tiempo. Hay cosas para lo que es
demasiado tarde. Y lo que es peor, no siempre hay
que hacer lo que uno puede sino lo que uno debe.
Pero esto es otra cosa. La piedad para mí es sólo una
buena escultura de las tantas de Miguel Ángel, lo
demás a esta altura de la historia es hijadeputez.
Ella lo miró como desde atrás de un vidrio. Muchas
veces habían hablado sobre el funcionamiento
perverso del poder, la frase hecha que estaba tan
bien hecha. Pero ahora se preguntaba qué sería lo
que había desencadenado en él semejante profusión
verbal. Indudablemente era algo fuera del texto.
Se le superpuso una imagen de él en 1980. ¿Por
qué tantas veces ella se quedaba como hipnotizada
mirándolo? ¿Cómo esperando qué? Detrás de un
vidrio él discurría y ella no tenía forma de llegar a él
-. Me voy a servir más vino.
| 148 |
Acaso querrían hablar

Eduardo siguió leyendo el texto, casi con saña:


         “En la tierra hay selvas espesas, y ríos, y
montañas, y senderos llenos de zarzas. Y al fin de la
tierra se encuentra el mar que pronto cruzaremos.
Y al fin del mar se encuentra Jerusalén. No tenemos
quien nos mande ni quien nos guíe. Pero todos los
caminos son buenos. Aunque no sabe hablar, Nicolás
camina como nosotros, Alain y Dionisio; y todas las
tierras son parecidas, e igualmente peligrosas para
los niños. Por doquiera hay selvas espesas, y ríos,
y montañas, y espinos. Pero por todas partes las
voces estarán con nosotros. Hay aquí un niño que se
llama Eustaquio, y que nació con los ojos cerrados.
Mantiene los brazos tendidos y sonríe. Nosotros
no vemos más que él. Una pequeñuela lo conduce
y le lleva su cruz. Se llama Allys. No habla nunca
y no llora jamás; tiene fijos los ojos en los pies de
Eustaquio, para sostenerlo en sus tropiezos. Todos
los queremos a los dos.”
(Cuerpito y yo no somos más que la pequeña Allys y
el ciego de Eustaquio.
Yo no sonrío. Veo más allá de mis ojos y Cuerpito no
deja que me caiga. ¿Qué es lo que me impide llevar
su cruz cuando ella aceptó llevar la mía?)
-¿Estás bien?
- ¿Me das fuego que mi encendedor no anda?- no quiso
mirarlo a los ojos porque ella estaba lagrimeando.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Justo el peor momento para ponerse así. Tanto


peso tenían esas tierras que son parecidas, y todas
peligrosas para los niños. Los niños que fueron ellos.
La niña que fue ella y que tuvo que dejar de ser en
1976, expulsada de su familia. La promesa de vida en
1980 y lo que fue Eduardo para ella entonces. La fría
sala de la partera. Y un mes antes, en el bosque de La
Plata, mientras hablaban con Eduardo tirados en el
pasto, en medio de las plantas, sobre lo que les estaba
pasando, qué iban a hacer, entonces los tres policías
de civil agarraron a la chica, no tendría mucho más
de veinte años, “¿quién te va a ayudar ahora, tus
amigos los tronquistas?”, los “tronquistas” habían
dicho, ninguna ideología, solamente brutalidad,
como una reiterada y permanente actitud humana
que se legitima con cualquier arbitrariedad, como la
maldición de la especie. Metieron a la estudiante de
los pelos, sus largos pelos castaños, en el falcón verde y
sus libros quedaron tirados en el pasto. Y ellos viendo
su cara de desamparo, inolvidable, involuntariamente
escondidos entre las plantas, se miraron con horror
y dijeron “no hay lugar para la vida”. Por una vez
lloraron juntos… No podía ahora mostrar esa cara
ablandada por el vino y los recuerdos, y ratificada
por la realidad que es igualmente peligrosa para los
hombres.
(Veo su estado y quiero seguir hasta el final del Relato
| 150 |
Acaso querrían hablar

de los tres pequeños. Sin duda.


Pienso que hoy te quiero así. “Los borrachos y los
niños dicen la verdad”.)
“Eustaquio no podrá ver las santas lámparas del
sepulcro. Pero Allys le tomará las manos para
hacerle tocar las losas de la tumba.
         ¡Oh! qué bellas son las cosas de la tierra. No
nos acordamos de nada, porque nada aprendimos
nunca. Sin embargo, hemos visto árboles viejos y
rocas rojas. Algunas veces atravesamos por largas
tinieblas. Otras, caminamos hasta la noche por
claras praderas. Hemos gritado el nombre de Jesús
al oído de Nicolás, y él lo conoce bien. Pero no sabe
pronunciarlo. Se regocija con nosotros de lo que
vemos. Porque sus labios pueden abrirse para la
alegría, y nos acaricia la espalda. Y de este modo no
son desgraciados: porque Allys vela por Eustaquio
y nosotros, Alain y Dionisio, velamos por Nicolás.
         Se nos dijo que encontraríamos en los bosques
ogros y hechiceros. Estas son mentiras. Nadie
nos ha espantado; nadie nos ha hecho daño. Los
solitarios y los enfermos vienen a vernos, y las
ancianas encienden luces para nosotros en las
cabañas. Tocan por nosotros las campanas de las
iglesias. Los campanarios se empinan desde los
surcos para espiarnos. También nos miran los
animales y no huyen. Y desde que caminamos, el sol
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

se ha tornado más caliente, y no recogemos ya las


mismas flores. Pero todos los tallos se pueden tejer
en las mismas formas, y nuestras cruces son siempre
frescas. De este modo tenemos grandes esperanzas,
y pronto veremos el mar azul. Y al extremo del mar
azul está Jerusalén. Y el Señor dejará llegar a su
tumba a todos los pequeñuelos. Y las voces ignotas
se tornarán alegres en la noche.”
(¿Quién será el Señor, en realidad? Y te veo, querida
mía, desapareciendo después de las vacaciones de julio
de 1980 a tu pueblo. Y mis desesperadas llamadas al
departamento de tu tía y ella negándoteme, helada y
acusatoria. Y una semana después diciendo sobria e
infecunda en el bar Don Julio, frente a un licuado de
duraznos con leche: “Ya está, no te preocupes”.Y vos
llevaste sola, el todo y la nada, y aún me sostenías.)
-“No nos acordamos de nada porque nada aprendimos
nunca”, uff- tenía la copa redonda con vino tinto,
como sangre, en la mano. Aprovechó a mirar a
Eduardo mientras él leía y lo vio bello, como tantas
veces solía verlo, como había belleza en el horror.
Pero había una trampa en esa apreciación. También
lo vio indeciso, tormentoso, incapaz de enfrentar al
mundo. Como ella misma. Los dos traspasados por
una historia que no pudieron disipar, como una
espesa niebla permanente, porque nunca habían
podido aprender nada. Tantos chicos enfrentados
| 152 |
Acaso querrían hablar

de golpe a un mundo que no les da un lugar, que


hay que ganarlo en una batalla persistente, ésa es la
muchedumbre que recorre las calles.
-“…y nuestras cruces son siempre frescas”, te diría
con el estado que tenemos que: “los locos, los niños y
los borrachos son los que dicen siempre la verdad”.

Resumen de la Novena Expedición:


Cuerpito llega “con unas copas de más” a la casa de
Eduardo e, inusitadamente, él también tiene “esa
copa de más” y lee de modo intransigente.
Se menciona el título y el autor que leen.
Los niños y los borrachos protagonizan el encuentro,
también los locos.
Son mencionadas aleatoriamente Claudia y Pilar, en
medio de cierto equívoco capital.
Se retorna a 1980 y a la hostilidad de la tía Haydé
con Eduardo.
Cuerpito y Eduardo se niegan a recordar, pero no.

Interludio

Noche de las tantas noches por venir.


Estoy cansado y los truenos hacen cimbrar los
vidrios.
Me gusta la lluvia. Odio el calor.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Anuncian que mañana va a refrescar.


Estoy cansado.
(El cuerpo estirado de contracciones intelectuales.
La voz engrosada de seguridades no adquiridas. La
comunión de una literatura entrecruzada de caricias
cerebrales.
Por descubrir creaciones de timideces auscultadas.
Lágrimas disecadas de varón honroso. Gritos
solapados entre los pelos del bigote.
Y una luz dicroica en las pupilas asombradas.
Desgarrar una notoriedad transitoria de taos
despiadados. Estoy sólo frente a la taza de café con
leche preguntándome
por qué no entendés qué te pasa, cada mañana,
cuando descubrís
que las vías de tu ferrocarril, recortado desde el
cuadrado de tu ventana
no tienen nombre de mujer.)

| 154 |
Acaso querrían hablar

Agenda 1980 El clan prescinde de mí.

Ahora soy una extranjera.

Lunes.Monday. 14 Para el sur no se mira desde

10 Haydé me deja en Bavio y hace años: está el campito

se va a Bs. As. ( Llega su amiga rematado junto con las

Ethel, la odio.) máquinas. Pusieron un cerco

Vacaciones de invierno en de laureles. El estúpido del

Bavio. El último tren ya Pato me dice, gritando igual

pasó hace dos años. Ahora que papá, “ya tenés las tetas

todos tienen miedo de que como una vaca”, y encima

el pueblo se muera, como después lo empeora, “che,

pasó con tantos otros cuando ¿y saben los conchetos de

levantaron el ferrocarril. La Plata para qué tienen la

Andan desanimados y corre bragueta?”. No conforme,

mucho la ginebra. El pa- mete el dedo en la llaga, “te

triarca no se ríe con las van a preñar como a todas las

primeras copas, ni cuenta campesinas, y te van a dejar

sus hazañas a caballo. Me con un pibe a cuestas”. Esto

dice “qué chúcara que andás, le parece lo más divertido. No

paisana”. Mamá se queda lo aguanto, nos peleamos todo

callada como siempre, pero el día.

me observa con su mirada de Martes.Tuesday. 15

india, trabaja todo el tiempo 0.7 ¿Ayudo a ordeñar? Sapo de

como una hormiga. otro pozo.

13 Asado en el Centro Por suerte Marcela me pasa a

Tradicionalista La Carreta. Voy buscar en su Citroen destar-

con Marcela. talado, se lo regalaron porque


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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

cumplió los 18, y paseamos a la tierra, que ande por el

por el pueblo: miramos la tambo, y que encuentre la


estación y no lo podemos creer. fuerza en mí misma, ya que

También nos acordamos de los no hay nadie afuera que nos

amigos de la primaria cuando pueda sostener.

pasamos por la escuela 16. Pero yo siento que todo me

14 Me pasa a buscar Marcela. Voy limita y me encierra, y nece-

a manejar. sito abrir mi cabeza a otra

Hablamos de cuando el ERP cosa para salir de la tristeza.

copó el pueblo con un par 14 Me viene a buscar Marcela.

de autos y sopapearon a dos Conseguir otro mate, se rajó el

policías que limpiaban la del Vasco.

comisaría en patas. De ahí Abra palabra.

nos vamos para Magdalena En la noche primera y

y tomamos mate en la plaza. última,

O nos vamos a mirar el río. agua oscura y primordial.

Marcela conoce todos los Hago un paréntesis, apago

entreveros sexuales del pueblo la luz que parpadea, inter-

y me hace reír como nadie. mitente. Que dibuja y des-

Es observadora, y no me dibuja las coordenadas de

pregunta nada. Pero yo estoy un orden inventado para

lejos de todo y de todos. protegernos de la orfandad.

Miércoles.Wednesday. 16 Paladeo, sin nombrar en


0.7 Ordeñar con mamá. Papá está voz alta, norte, sur, este y

descompuesto otra vez. oeste, y me río de la precaria

Ya me dijo Haydé que me seguridad que me sugieren.

distraiga, que vuelva la vista Abra palabra.


| 156 |
Acaso querrían hablar

En el océano del silencio,

pleno y sin finalidad.


Me abrazo,

(perdida en casas que no

entiendo, aprisionada por

miedos primitivos, anteriores,

sin nombre)

y labro una melodía que me

rescate, un momento de tregua

en esta lucha irracional.

| 157 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

DÉCIMA EXPEDICIÓN

La voz de Cuerpito, sumamente animada desde el


otro lado del teléfono, le decía a Eduardo:
-¿Estás durmiendo?
-No. Estaba.
-¿Querés que te llame más tarde?
-¿Qué hora es?
-A ver…doce y media. ¿No querés que vaya a tu casa,
pedimos una pizza y almorzamos juntos?
-Bueno.
Eduardo no estaba despierto. Contestaba
automáticamente. Se acostó de nuevo.
(Timbre. Qué hora es. Pero la puta madre ¿quién
jode a esta hora? Uy, no lo soñé, debe ser ella. ¿Dónde
estarán los calzones?)
Atendió el portero eléctrico y preguntó por preguntar,
carraspeando un poco.
-¿Quién es?
-El perro portugués- pero se notaba que él no se había
terminado de despertar, así que habría tenido una de
esas noches sin sueño y con compañías diversas.
Igual él fue a abrir la puerta, un poco sonámbulo.
Más dormido que despierto, como si no hubiera
cruzado del todo al lado de acá.
-Pero me contestaste dormido, ahora sos
sonámbulo.
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Acaso querrían hablar

- ¿A qué se debe tanta delicadeza y que te hayas


anunciado antes de venir?
-Siempre me anuncio. Soy la consignada de La
anunciación- los ojos de él eran dos rayitas en la
cara y se notaba que le molestaba la luz, observaba
mientras iban para la cocina-. Traje gaseosa. Mirá
tus gatos, se están comiendo las tostadas y rompieron
algo. Qué quilombo tenés acá.
-¿No te acordás que los viernes laburo hasta re-tarde
en el bar? Los gatos deliraron porque no estaba.
Son los únicos que me extrañan, pareciera. Pero sus
manifestaciones amorosas son algo violentas.
-Qué frase- las manifestaciones amorosas. Hoy
Eduardo se las traía.
Cuerpito metió la gaseosa en la heladera y se fue para
el cuchitril donde ya Eduardo se estaba conectando a
Internet. Se sacó los zapatos y se quedó de pie junto a
él tratando de acomodarle el cuello de la camisa que
lo tenía metido para adentro en un extraño drapeado.
Sacó el libro de la mochila y se lo alcanzó.
- Acá tengo el libro de la Negroni.
-Y hablando de La anunciación- mientras miraba la
solapa del libro- anoche me pidieron que preparara
un Negroni para la mesa seis. Ni me acordaba, me
metí en la oficina del jefe, saqué la receta y lo armé.
Me lo devovieron porque le faltaba más naranja.
Pero dejáme que te muestre la receta:
| 159 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

“Cóctel Negroni
En un vaso de fantasía ponemos con la ayuda de
unas pinzas 4 hielos; a continuación, ponemos 2 cl.
de Ginebra, 2cl. de Vermouth rojo y 2cl. de Campari;
mezclamos bien con una cuchara mezcladora o, si
no con la mano sujetando el pie del vaso y movemos
suavemente, girándola. Para decorar podemos
utilizar 2 unidades de medias rodajas de naranja.
* Sólo incluye el cálculo para la receta principal.
Los datos tienen carácter puramente orientativo
y no deben usarse con fines médicos. Los
responsables de la web se eximen de cualquier
responsabilidad.”

-“En un vaso de fantasía”, estamos entrando en el país


de las maravillas de Alicia- leyó el artículo, tirándose
el pelo para atrás-. Pero no ponen la información
nutricional. Y esto no tiene desperdicio: “no deben
usarse con fines médicos”.
-¡Pero si es un vaso de fantasía se te derrama todo el
líquido! Yo anoche agarré uno de vidrio, sin pie. Un
vaso digamos- seguía estudiando la solapa del libro-.
El patrón es un miserable y a lo sumo compró cuatro
tipos de vasos de un vidrio que parece culo de botella.
Lo tiene a los pedos al lavacopas porque dice que es
una bestia y rompe todo, pobre Sebastián, está solo

| 160 |
Acaso querrían hablar

para lavar durante horas, más lo que el turro del


turno anterior le deja del mediodía.
- Es que los trabajos en un lugar fijo, como en una
cocina o en una escuela, son los peores. Los únicos
trabajos que dejan ganancia y en los que no tenés
jefe son los que funcionan de sinapsis- hoy ella venía
con la fijación de la sinapsis.
-Che, esta mina, digo la escritora, es como la copa
del Negroni, una fantasía, ¡está dónde nació pero no
en qué año! Tiene todas las becas de las foundations
pero no se sabe si existe. Un amigo le decía a mi amiga
Leila “che fantasía”, y la loca preguntaba “por qué
me decís así” y él se cagaba de risa y le contestaba
“porque las mujeres no existen”. ¿Sinapsis es lo que
se pone en la contratapa del libro?
- Claro, hacéte el burro- no sólo festejaba sus propios
chistes contra las mujeres. Pero eso de la existencia y
el nombre, a ella, justamente, le sonaba familiar-. Ya
noté que no ponen la fecha de nacimiento de ninguna
escritora mujer, igual que de las actrices. De los
escritores sí, parece que ellos son algo más que un
cuerpo.
-Che, che, che, siempre me acusás de burro ¿qué
tenés con mis partes pudendas? No soy un pene que
respira, más bien soy una pena andante. El pene que
apena.
-Voy a encargar la pizza- más bien era un enamorado
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de sí mismo y de sus pene-trantes seducciones.


- Sin embargo Elfriede Jelinek nació el 20 de octubre
de 1946 y es escritora, dramaturga y activista
feminista austríaca. Me parece más cosa de la onda
yanqui.
- Yo no encontré fecha de nacimiento de argentinas,
latinoamericanas ni españolas. La mujer hispana es
muy cuerpo, muy cuerpito, parece, al menos para su
sociedad. Un eterno presente que debe presentarse
joven, flexible y suave- contestó cuando colgó el
teléfono, él la andaba siguiendo para refregarle
hallazgos de internet.
-¡Ah bueno, ya arrugaste! Pasamos de “las mujeres”
a “las mujeres argentinas, latinoamericanas y
españolas”… vos y tus amigas con los delirios
persecutorios me parece que se van de mambo. Lo
de suave y flexible, mmmhh ¿quién te escribe los
libretos?
- Uy… Fijáte que hoy se te viene a dar por la precisión
acreditada. Falta que me pidas porcentajes. Además
no sé por qué metés a mis amigas en esto. Qué manía
de los tipos desacreditar a las amigas- como su cada
vez más gordo y gritón hermano, el Pato-. Che, hay
mosquitos, esperemos que no tengan dengue.
-Ahora entiendo lo de la sinapsis a la que te referías.
Acomodás los dichos para que las conclusiones
favorezcan tu supuesta argumentación, y cuando
| 162 |
Acaso querrían hablar

se te refuta tirás la pelota al corner. Francamente


tu pensamiento es pre- aristotélico, ¿no conocés el
principio de no contradicción? Nada que ver con
mediciones cientificistas. Eso te lo de dejo a vos. Sin
sistema no podés trabajar.
- Eso ya me lo dijo mi tía Haydé: que deje el sistema
escolar y que me invente un trabajo de vínculo y
de tránsito entre los que están en un lugar fijo. Los
productores agrarios, enlazados a la tierra, nunca
van a ganar, sino que van a dejarle la ganancia a los
que arman las redes de comercialización, las redes
de información, las redes… Pensá en Bill Gates.
Ahora que vos vendiendo bebidas en la misma barra
y levantándote minitas borrachas, no creo que hagas
mucha sinapsis. Los que manejan la sinapsis creo
que son otros, ni vos ni yo.
Llegó la pizza. Cuerpito revolvía el bolso buscando
la billetera.
-Dejá que voy yo- Eduardo ya estaba en la puerta y
enseguida adentro abriendo la caja de cartón.
(Pero qué cosa esta mina, pidió la pizza de muzzarella
solamente, qué insulsa.)
-¿Solamente de muzzarella pediste? Esto no tiene
gracia. Podrías haberme preguntado y hacíamos
media y media, por lo menos. Qué cosa con esto
del parto, la anunciación a María, el horror de una
madre que sobrevive a su hijo. Pareciera que las
| 163 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

mujeres discursean para donde calienta el sol… Y


de hecho ni siquiera podés preguntarme qué quiero
comer...
Lo demás no se entendió, Eduardo ya tenía media
porción de pizza en la boca y tragaba muerto de
hambre.

Se sentaron en el cuchitril con el cigarrillo de postre.


Entonces ella empezó a leer en voz alta, sin ninguna
consulta previa.
- Esta historia no es lineal, así que arranco en
cualquier parte: “En esa época, en la oficina en
que trabajaba, había un cana. Un hombre alto,
viscoso. Alguien que es terrorista, decía, siempre fue
terrorista, siempre lo será.
¿Te das cuenta, Humboldt? La misma frase que
escucho en Roma, hoy mismo, repetida en diarios,
radio y televisión, como un arrorró infernal. Hoy es
ayer, diría Emma. O, lo que es igual, el tiempo no
existe. La humanidad, ciega como un río. Un río de
banderas rojas o un río de banderas negras, da igual,
porque la pasión, que es incolora, siempre se vuelve
sangre, Tíber podredumbre, tumba anónima”.
-No me gusta. No por la falta de linealidad. No me
piacce. Es epitelial. Pero si querés…
(Hoy Cuerpito está camorrera, pide lo que quiere
para comer y no pregunta, y ahora ni me consulta si
| 164 |
Acaso querrían hablar

tengo ganas de escuchar este texto.)


- Como si me lo hubiera imaginado- se conocían y eso
ponía en juego muchas variables. Ella se dio cuenta
que estaba haciendo lo posible por provocarlo, pero
¿por qué? De ninguna manera se le escapaba que lo
que no lo complacía era la falta de acuerdo, pero ella
no tenía ganas de acordar-. Este capítulo se llama
“1976”. Y es histórico-epitelial.
-Puede ser, puede ser que…se me revuelva el caracú
con este capítulo más que con la escritura. Siempre
pienso en que exilarse también era cuestión de guita
¿quiénes podían acceder a pasaportes falsos, quiénes
tenían guita para irse tan lejos como Europa o
Estados Unidos? Sin duda la vida no tiene precio.
Pero me acuerdo de Horacio, que se exiló al sur, en
un pueblito que se llama Trevelin, cagado de hambre
y de frío, alambrando para morfar y protegido sólo
por una Patagonia solidaria. Además de muy joven y
militante venía de una familia de obreros. Ni hablar
de conseguir guita, porque siempre fue caro salir del
culo del mundo.
-De ahí debe venir la culpa de los que se salvaron,
porque tuvieron la posibilidad- y qué hubiera hecho
el mismo Eduardo en ese caso, se preguntó. Él se
hubiera ido a Europa con Mamitaquerida y ella
se hubiera quedado perdida en Bavio, al lado del
Regimiento de tanques de Magdalena, si hubieran
| 165 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

tenido unos pocos años más-. ¿Juzgás a los que se


escaparon?
-¡Pero no, la puta madre!
Eduardo había saltado como si le hubieran tirado un
frasco de ácido.
-Estoy hablando con vos, aquí, sólo con vos. ¿No
entendés lo que me duele? Teníamos trece años, trece
años, te das cuenta y nuestro mundo se desmoronó.
Perdimos la inocencia sin poder defenderla. Y el
gorilaje del entorno, encima. ¿Te olvidás de los
suspiros de alivio cuando sacaron a la puta y al brujo?
¿Cuando prometían la reorganización nacional? ¿Te
das cuenta de que nacimos en un pueblo golpista?
Desde ese entonces hay golpes por todos lados, nos
dan golpes por todos lados.
-¿Cómo no me voy a acordar? Pero no puedo seguirte
el hilo. Estabas diciendo que los de guita se pudieron
salvar- se preguntó con quién estaría hablando él
en realidad, por qué saltaba como un enloquecido,
tan enojado y sentencioso, explicando lo obvio como
si ella fuera una extranjera, con quién estaba ella
leyendo mientras la comían los mosquitos y cada uno
seguía sus propios impulsos, tan disímiles-. ¿Sigo
leyendo?
-Seguí “leyendo”.
Eduardo se había recuperado y reinauguraba su
mordacidad.
| 166 |
Acaso querrían hablar

-“Hay que abrirse, loco. Esto es peor que Cancha


Rayada y el Plan Contintes juntos. Nos están
jodiendo. Y te aviso que no sólo los fachos, también
la Orga. A la primera de cambio, si no acordás en
algo, te acusan de cagón, de ultra, de sabotaje a la
Conducción y, si te descuidás, de proimperialista,
y ahí nomás te aplican el Código de Justicia
Revolucionaria”- hablan en el pasado los amigos
de la narradora exilada en Roma, discuten sobre la
vuelta de Perón y la masacre de Ezeiza-. “Acurrucada
en su rincón, el alma pensó que el ansia sufría y que
el sufrimiento le venía de lejos, incluso de más lejos
que la infancia”.
- Qué bueno eso, qué bueno. (“el alma pensó que
el ansia…” muchas veces pienso, incluso cuando
aún iba al analista e insistía en Papitoquerido y en
Mamitaquerida, que hay sufrimientos que vienen de
más lejos, de más lejos de mi cuerpo, vienen también
de mi tiempo.)
-Estaba pensando.
-Qué.
-Me acordé: Ramón Negrete.
-¿Qué?
(Cuerpito es ahora Madame Solemnis y mira
fijamente el último párrafo que leyó.)
-¿Te acordás de ese tipo que fue el primero que se
ganó el pozo del PRODE? Relacioné a Negroni con
| 167 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Negrete y no sigo con el versito fácil, jeje…


-Estos mosquitos no paran, son como vos con las
asociaciones. Parece que estamos en el trópico, un
otoño que es un verano selvático, y los bichos están a
sus anchas, Negrete.
Eduardo se tiró de cabeza a escarbar en Internet y
estalló en una carcajada triunfante.
-Acá está, en una nota periodística del 96.
“Mercedes Ramón Negrete tiene sólo algunas
hectáreas en Paraguay
El primer millonario del PRODE, 24 años después:
Logró trece aciertos en 1972 · Entonces ganó 315
millones, una pequeña fortuna · Abandonó a su
novia y se mudó al Barrio Norte · Hoy está casado,
con hijos grandes, y cría bueyes.
Uno más. Negrete en su casa de Pilar, Paraguay.
Dice que es sólo un habitante más de los 20.000 de
ese pueblo donde no hay colectivos.
Negrete tenía 26 años cuando acertó al colocar en
la boleta las 13 cruces que le cambiaron la vida.
Había llegado a Buenos Aires en 1969. Sus primeros
trabajos fueron tan precarios como las viviendas
que habitó, en Villa Sapito y Villa Domínico, en el
conurbano sur.
“¿Qué hizo con la plata, Negrete?”. “Cumplí con el
sueño de la casa propia. A la casilla de cartón que
tenía en Domínico no la cuento como casa”.
| 168 |
Acaso querrían hablar

Los primeros billetes fueron a cubrir el hueco que


dejaba en su boca un diente caído, tal como se lo
ve en las fotos de esos años. Después debutó en el
mundo de los negocios depositando un plazo fijo en
el Banco Nación. Aunque se quedó con un millón en
la mano para “gastos menores”.
“¿Alcanzó a viajar?”. “Algo, hasta Río de Janeiro,
pero no a Europa ni más lejos. Algún día podrá
ser”.
Se le nombra Negrete a un taxista local y ensaya:
“¿Negrete? Buenazo. Ya no tiene dinero. Perdió
todo a las barajas...” La voz popular asegura que la
debilidad de Negrete son los naipes y las carreras
de caballos camperas.
“Yo le digo que tendría que ser el más millonario
y es del medio para abajo”, se lamenta un amigo
de Negrete que trabaja de mozo. “Ayudó a los
hermanos”, destacan. No hablan con envidia de él;
a lo sumo, con piedad.
“¿Se puede decir que sus hijos tienen la vida
resuelta?”. Levanta otra vez las cejas y de ese modo,
más que contestar, está rogando: “Dios quiera que
así sea”.
Gabriel Giubellino

- Qué te parece. El realismo mágico latinoamericano.


Yo no me acuerdo cuánto valían los pesos entonces,
| 169 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

pero me suena que 315 millones eran suficientes


para sacar de la pobreza a varias generaciones- no
sabía cómo se habían ido de 1976 al PRODE, pero
ése era otro aspecto del realismo mágico que le traía
Eduardo desde su PC. También esta cuestión de la
rueda de la fortuna la llevaba de nuevo a su pueblo
y a los intentos de varios pequeños propietarios por
salir del agujero sin fondo de la pobreza, avasallados
por bancos y latifundistas.
-Sí, pero ¿quién definió a la percepción del mundo,
desde nuestra perspectiva, como mágica? ¿No es un
estilo de escritura el realismo mágico? Hay ciertas
analogías que me parecen un abuso de la literatura.
- Después hablás de mi incapacidad para relacionar
y no sé qué decís de La vida es sueño y de las elipsis.
¿No estamos leyendo literatura? Y vos encima salís
con un artículo sobre Negrete, pero te parece un
abuso lo mío. Realmente, a veces hacés tan difícil
que te entienda un poco. O que me den ganas de
entenderte.
-Y viceversa, ¿hago unos mates?
Eduardo se fue del cuchitril desganado. La lejanía
entre ellos era manifiesta y cortaba cualquier intento
de lazo, incluso el de la discusión.
- Hace un calor de perros, recién me asomé al patio
y es un caldo.
Así estaban, muy buena definición: en un caldo,
| 170 |
Acaso querrían hablar

pensó ella. Un caldo acuoso en el que no podían hacer


pie. Sin encontrarse. En lo informe, siguió hilando,
como esto que pasa con el cuerpo, que va perdiendo
su definición territorial y se va volviendo amorfo con
el tiempo, con la aproximación de la gran disolución.
Como se le diluyeron los millones a Negrete, porque
la buena fortuna tuvo otro plan. Y vuelta al mar de
fondo de la pobreza.
(Cuerpito hoy está energizada. Sus vaivenes y su
interés no los puedo seguir. ¿Habré perdido mi
poca energía a partir de su acusación respecto de
los exilados al exterior? Siento que mi arranque me
marchitó. Cuando trato de pasar a palabras algo
de lo que no puedo hablar, entro en una nebulosa.
Anecdoticé y después salté como leche hervida. ¿Será
que mi pasado me condena? La experiencia, ay, la
experiencia.)
-Tengo la cabeza licuada. ¿Querés seguir leyendo?
Tengo acidez. Tomá el mate vos.
Le depositó el mate en la mesita que estaba al lado
de ella y el termo y se tiró en el sillón largo. Medio
despatarrado se rascó la entrepierna.
-Mejor leo- y leyó, leyó sobre la Doctrina de la
Contrainsurgencia, dirigida por el Pentágono para
la oficialidad del ejército y la invisibilidad de las
ejecuciones-. “Nada se vio, nada se escuchó. Se
lo tragó todo la suma del poder, la inmensa zona
| 171 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

muerta del relato”.


-“Es al ñudo rempujar cuando la poronga es corta,
machucás la cajeta y te hacés los huevos torta”, como
dicen en el campo.
- Digno dicho del Pato- su hermano nunca ahorraba
en estos casos, despilfarraba palabreríos, pero
ella estaba atrapada por La Anunciación y ahora
Eduardo escuchó con sobresalto-. “Mientras tanto
hablo, y así me protejo contra el estado último de
mis sentimientos (¿pero cuál es el estado último de
mis sentimientos?)”.

Resumen de la Décima Expedición:


Cuerpito anuncia su llegada por teléfono y Eduardo,
dormido, la confunde con un sueño.
Se conoce el nombre de la obra a leer y su autora,
con la que se hace un cóctel.
Se intenta conocer la fecha de nacimiento de la
autora. De la infructuosa búsqueda se teoriza
sobre el sospechoso ocultamiento de las edades de
las escritoras de lengua española. Eduardo acusa a
Cuerpito de pre-aristotélica.
La pizza es un motivo de reflexión: ¿Por qué no puede
ser mitad de un gusto y mitad de otro? Finalmente
comen la de muzzarela.
Cuerpito instala la sinapsis como un tema recurrente
en la expedición que motiva ciertas asociaciones
| 172 |
Acaso querrían hablar

libres acerca de exilios, ganadores de PRODE, Perón,


Ezeiza, la moneda en curso durante el 1972, Trevelin
y sobre los lavacopas del bar donde Eduardo aduce
trabajar.
Cierta grosería campera recuerda al hermano de
Cuerpito.
El calor atraviesa el encuentro generando un caldo
donde todo intento de conversación se diluye.

| 173 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Agenda 1982 matanzas clandestinas pa-

rece ser esta empresa de

Lunes. Monday. 24 supuesta reivindicación na-

0.8 Clase de Didáctica, llevar cional con la que intentan

fotocopias de Freyre. unir a la población: “Vamos a

Dicen que a cada persona recuperar las islas Malvinas”,

le toca vivir al menos una “Tras su manto de neblina,

guerra. Pero ésta es la segun- no las hemos de olvidar, las

da, que se superpone con la Malvinas, argentinas”.

primera, y recién cumplí 19 ¿Son dos guerras o son dos

años. Claro que la primera no aspectos que derivan de un

se llamó “guerra”, ni siquiera mismo epicentro? ¿Una doble

“revolución”, sino “Proceso guerra, como una herida que

de Reorganización Nacional”, no se puede cerrar?

cuando el ejército, alentado El tren volvió a pasar por

por unos cuantos “señores”, Bavio, por única vez, juntando

decidió tomar el poder y soldaditos de los pueblos:

exterminar a “una guerrilla chicos de 20 años, con caras

que defiende ideas foráneas”. de asustados. Se llevaron a

El fantasma del Che recorre varios, entre ellos a Bernardo,

América Latina, con una mi amigo de siempre. Él,

estrella en la frente. que me contó que papá Noel

12 Llamar a la mamá de Bernardo. no existía ni bien se enteró,

Después al patriarca: avisarle del ahora está muriéndose de

trámite en el banco, falta una frío y de descreimiento en un

declaración jurada. frente de batalla, derribando

La conclusión de estas nuevos mitos.


| 174 |
Acaso querrían hablar

Martes. Tuesday. 25 utopía, qué hacemos? Todo es

0.9 Acto Patrio. Van a discursear tan perecedero, parece correr

sobre la Independencia y la rápido a su destrucción.

guerra. Miércoles. Wednesday.26

11 Comprar espinaca para la 0.8 Ver al Dr. Jaime: recetas de

riquísima tarta que me prometió Haydé.

Haydé. 0.9 Ir a comprar lana. Haydé

Pero parece que éste es el gran quiere tejerme un pulóver gordo,

mito de todas las culturas: por este invierno guerrero.

que hay que unificarse bajo 10 Colecta de abrigos y chocolates

una bandera de guerra, que el para mandarles a los soldados, en

enemigo nos da la identidad. el Magisterio.

No soporto pensar que Mi metro cuadrado de cielo.

Bernardo está allá. Cada Es por donde me asomo

noticia de ataques y cuando necesito abrirme del

bombardeos me llena de an- diámetro de mi cuaderno,

gustia. Escuchamos radio cuando necesito atisbar los

y televisión con Haydé, que interrogantes celestes, el

anda en uno de sus periodos corazón secreto y diáfano del

de reposo, y yo vuelvo desorden.

apurada del Magisterio, Mi metro cuadrado de sol. La

como si llegara al único cuarta parte del fragmento

sitio seguro del planeta. de un rayo luminoso, el grano


Aunque no creo que haya de arena que me toca. Ahí me

lugares seguros, ni siquiera siento y trato de confundirme


en nuestros pensamientos, con las piedras, con las

pero ¿si no mantenemos una matriarcales hormigas, con el


| 175 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

engranaje de los átomos que

rotan desorientados por sus


números cuánticos y crean

inciertas órbitas, aunque

parezcan quietos, como yo,

en mi metro cuadrado de

silencio, tratando de escapar

de la dialéctica de la razón,

de las cantidades y de las

cualidades. Ahí me quedo

inmóvil hasta que llega la

noche, la guardiana de los

secretos.

Retraída yo, con una mancha

de grasa en el pantalón.

Encuadrando la concavidad.

Mi metro cuadrado de

estrellas. Mi frágil cuadrante

de infinito.

| 176 |
Acaso querrían hablar

UNDÉCIMA EXPEDICIÓN

(“Bóveda”, qué palabra. Cuerpito mira vorazmente


el libro. La tele en el cuchitril está casi inaudible,
escucho “bóveda”. “Recoleta”, “Dr. Raúl Alfonsín”.
Aplausos. “¡Alfonsín, Alfonsín!”. ¿Es 1983? Qué cosa
lo circular. Hace dos días que se murió. Hoy es 2 de
abril. La guerra dio otro asueto al calendario ¡Viva,
Viva! “Lo que no podemos ver” dice el periodista de
la tele, en medio de aplausos. ¿Qué querrán ver? Qué
bueno que ya no hace calor. Ares dio el asueto. El
anagrama de Ares, Saer está en manos de Cuerpito.
Como un hijastro. Como Su entenado.)
-¿Qué andás haciendo, Cuerpito?
- Anoche no dormí. No podía parar de leer- para qué
aclararle que se le habían terminado los ansiolíticos.
Y sí, otra vez los necesitaba para poder cruzar las
calles, para enfrentarse a la gente amontonada. Se
iba de ellos y volvía-. Este huerfanito me tiene a su
merced.
(Tiene el libro entre sus manos realmente como si
fuera su “huerfanito”, creo que la huérfana es ella,
más bien.)
-¿Vos sos la entenada de tu tía Haydé? Qué linda
palabra: entenada. Nunca te dije entenada. Me parece
que voy a empezar a usarla con vos. La entenada,
enterada y entrenada, para ser estrenada.
| 177 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

- ¿Para ser estrenada?- no le causaron ninguna gracia


los chistes lingüísticos. Además la referencia a la tía
Haydé, que se murió en 1983, justo cuando volvía la
democracia con Alfonsín, con sus aires de infinitas
posibilidades, como una primavera, como un mayo
francés. Pero a Haydé la requirió la fría tierra y
la dejó más sola que nunca. Ahora, la muerte de
Alfonsín la había devuelto a ese año, y había vuelto
el pánico a la gente, el miedo nocturno y el estado
fantasmal durante el día. No sabía Eduardo lo que
hacía, tenía el tacto de un elefante, pensó ella que
lo último que tenía que hacer era mostrar la herida.
Tampoco había estado él cerca de ella en el 83-. Yo
no sé de qué me puede quedar un estreno. Y no me
hables de Haydé, con este luto mediático.
-¡Def-ghi, Def-ghi! Esto me encanta.
Eduardo recuperaba su ironía con el “huerfanito”
que le arrebató de entre las manos a ella.
- Siempre tan incoherente y vivaz- el único tono era
el irónico, porque sino…- . ¿Por qué mejor no leés
algo?
-¡Def-ghi, Def-ghi! Tu tía te estrenó la cabeza junto
a tu vieja poniendo límites en lugares tan comunes
que… ¡Def-ghi, Def-ghi! (no puedo parar con esto)…
tan comunes
que te llevaron a que seas, en un punto, una “no
estrenada” esposa. ¡Def-ghi, Def-ghi!-
| 178 |
Acaso querrían hablar

Eduardo bailoteaba con la cabeza las palabras.


- A veces sos tan bestia como mi hermano el Pato-
lo observaba físicamente feliz por el hallazgo de la
crueldad de último minuto. Se preguntó por qué
ella persistía en ir a su casa. Siempre se reunían
ahí. Siempre leían en el cuchitril. Siempre se
desencontraban con la misma regularidad. En esta
repetición se escondía un sentido ritual. Como
también había leído la noche anterior: el ser humano
tiene tan poca realidad que necesita potenciarla con
rituales, muchos sangrientos-. Separá las aguas por
lo menos: una cosa es mi vieja, que está tan contenta
con la vida dura del clan, rodeada de hombres tan
animalitos como Pato, y otra cosa es mi tía Haydé.
Pero realmente no quiero decirte nada. Estás hecho
un salame.
-¡No seas amarga, me estás escupiendo el asado! A
pesar de todo tenés razón acerca de separar las cosas.
Una cosa es tu vieja: un corte para el asado, digamos
tapa de nalga y otra Haydé: una tira de asado. ¡Def-
ghi, Def-ghi!
- Vos estás como los indios colastiné, te querés comer
un asadito de mis ancestros. Pero el def-ghi era el
testigo, no se lo comía- había leído ese recorrido
completo del narrador para descubrir por qué los
colastiné habían matado y almorzado a todo su grupo
cuando llegaron a estas costas vacías, y él había
| 179 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

quedado en el lugar del intocable, tan al margen de


todos-. La novela se basa en una historia real, cuando
llegó Solís al Río de la Plata y se comieron a todo su
grupo, incluido él, menos a un pibe de quince años,
el def-ghi.
-¡Por fin hiciste sinapsis! Sos la testigo. De los
dos cortes de carne que te mencioné. Sin ofender:
entre las nalgas de tu vieja y la sequedad de tu tía
propiciaron a la “no estrenada” que sos. ¿O debería
decir la desesperanzada asustada? Eras una linda
churrasca pero te empiojaron. Fuiste testigo de
cómo tu vieja con “buena voluntad” te mandó para
acá y se quedó quemándole la cabeza a tu hermano y
apañando la frustración de tu padre, ergo reinando.
Eras un peligro, querida. Y se las ingenió para
mandarte a la casa de tu tía que, sin dudar de
sus buenas intenciones, te fomentó el horror a las
muchedumbres. Sabés que a mí tampoco me piacce
mucho el amontonamiento, pero se encargaron de
dejarte afuera de la tribu.
- Siempre me asombró cómo cargás las tintas sobre
las maquinaciones femeninas y dejás afuera a los
hombres. Está bien que Mamitaquerida fuera una
hábil manipuladora, pero la inocencia o boludez
de los padres que alegás, me deja sorprendida: hay
acuerdos familiares en los que mamá y papá son
igualmente responsables, como también a vos te
| 180 |
Acaso querrían hablar

dejaron sitiado tu mamá y tu papá. En cuanto a mi


tía Haydé, te equivocás de plano. Fue lo más parecido
a una verdadera madre que conocí, y no solamente
no fomentó mi fobia a los amontonamientos sino
que además me afirmó en mis búsquedas. Lo que sí
es cierto, es que quedé afuera de la tribu. Escuchá
a Saer: “Toda vida es un pozo de soledad que va
ahondándose con los años. Y yo, que vengo más que
otros de la nada, a causa de mi orfandad, ya estaba
advertido desde el principio contra la apariencia
de compañía que es una familia. Pero esa noche, mi
soledad, ya grande, se volvió de golpe desmesurada,
como si en ese pozo que se ahonda poco a poco, el
fondo, brusco, hubiese cedido, dejándome caer en la
negrura”- esa insistencia de él en que la soledad sólo
refiriera a su condición de no casada, le resultaba de
un reduccionismo desatinado.
-Sin embargo Octavio Paz nos define como humanos
por la conciencia de la soledad, sin esa conciencia
no podríamos buscar al otro. Si yo no busqué a mis
viejos, o a algún otro, es porque en ese momento aún
no era humano del todo, no tenía conciencia de mi
soledad. Eso vino después, cuando ya era demasiado
tarde para buscarlos o al menos para intentarlo, ellos
ya lo habían decidido. Sobre las sentencias queda
poco por hacer, pero en este caso ni siquiera hubo
juicio. De facto fue así. Igual que a vos. ¿Querés una
| 181 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

pasta para calmarte los nervios?


- Sí. Necesito un clonazepán. No sé cómo te diste
cuenta con lo entretenido que venías metiendo el
dedo en la llaga.

La ida al supermercado trajo algunos olores


diferentes. Las góndolas con jabones, los jabones
de tocador, los jabones para la ropa, los enjuagues,
los trapos de piso y el salto, con sólo una vuelta de
carro, hacia las papas fritas, las latas de conservas,
las aceitunas, los quesos, con un glorioso final de
fondo: la caja.
(Me llevo este whisky, el otro me patea, y estos otros
vinitos que nos gustan a los dos, suerte que acabo de
cobrar.)
Ya en la cocina Eduardo entre bolsas y petates,
cortando un quesito desprolijamente y ambos
masticando con hambre, fijado en la etiqueta de un
jabón le decía a Cuerpito:
-¿Por qué los jabones para el cuerpo se llamarán “de
tocador”?
- Seguro que no te tocás al pasarte el jabón.
-¿Viste que a las mujeres no se les permite tocarse?
¿Cómo se llama el jabón de ustedes?
-Pero si es justo al revés. Mirá un poco de cine y tv,
siempre hay mujeres que tratan a su propio cuerpo
como el mejor de los regalos. Y ni qué decirte de las
| 182 |
Acaso querrían hablar

propagandas de jabón: mujeres pasándose el jabón


tocador por todo el cuerpo, con algunas zonas de
censura para que el público imagine.
-Nooo, digo que si es de “tocador” es masculino,
entonces el jabón de mujer sería de “tocadora”. Es
cierto lo de las propagandas. Es muy sensual ver a
una mina dándose placer, tocándose, los varones
restregándonos con el jabón “la nutria” pareciera
que no, aunque realmente sí es lindo.
- Siempre los presentan como ridículos, si se tocan
se supone que son poco sensuales. Pero de lo que
no cabe ninguna duda, es que no hay nada más
relajante que un buen masaje. Y ahí anda la gente
persiguiendo a los chinos masajistas, que tienen fama
de insuperables. Me llaman la atención las manos de
los chinos.
- Ah, entonces por eso si un jabón es de tocador es
más prometedor que si fuera de tocadora.
- No sé… ¿Vos no mirás las manos de las chinas?
- No. Más bien les miro la sonrisa vertical.
- Pero qué ridículo, si no se ve.
- ¿Te parece que no se ve de alguna manera, con los
pantalones ajustados que usan?
- Vos sos cero observador. Las chinas usan pantalones
sueltos.
- Te equivocás querida. La china de la caja del
supermercado al que acabamos de ir, tenía la costura
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

incrustada en la raja. Me hace pensar que es una


buena tocadora.
- Seguimos con la literatura fantástica. No se veía
porque estaba atrás del mostrador. Yo tomo el
clonazepán y vos te vas de la realidad.
- Desde mi altura veo cosas de atrás del mostrador
que vos no podés ver con la tuya.
- Y vos que te hacías el concentrado en las botellas de
vino y whisky…
- Es que a veces pienso que me hubiera gustado
dedicarme a la alta costura femenina, o mejor dicho
a la baja costura femenina.
- Yo me concentré en las manos del chino que entró
justo cuando estabas pagando: tenían un movimiento
casi irreal. Para mí que sus huesos tienen otra
forma.
- Te vi más turbada con la presencia del chino.
- Mis fantasías con los chinos están algo estetizadas.
Debe ser por influencia del cine chino, donde cada
movimiento tiene una magia propia. Siempre andan
volando y caminando por los bambúes- el clonazepán
le estaba haciendo efecto y eso le permitía aflojar la
tensión de los dos últimos días. El lugar le empezaba
a parecer amable, y su pensamiento derivaba como
el agua de un río de llanura, lento y fluido.
- Todo indica, cariño, que te tires en el sillón largo a
soñar con bambúes y manos chinas. Acá te dejo una
| 184 |
Acaso querrían hablar

mantita. Me voy a tomar un whisky.

Qué bueno le resultaba el sillón del cuchitril. Las


luces muy tenues la retenían en ese estado en que
el mundo y las cosas del mundo parecen perder
su dureza y su opacidad. El tiempo se empezaba a
proyectar en las imágenes de los cuadros de la pared
de enfrente: un paisaje no muy real, unas líneas de
hilo sobre un papel amarillo, tableros y piezas de
juegos inexistentes. ¿Por qué el tiempo?, pensó. Hay
algunas situaciones en las que el tiempo y el espacio
no parecen coordenadas perpendiculares, se vuelven
una sola.
(“Bóveda” qué palabra. Cuerpito duerme. La tele
en el cuchitril está casi inaudible, sigo escuchando
“bóveda”. “Recoleta”, “Dr. Raúl Alfonsín”. Aplausos.
“¡Alfonsín, Alfonsín!”. Es el 2009 y no 1983. Qué cosa
lo circular. Hace dos días que se murió. Hoy es 2 de
abril. La guerra dio otro asueto al calendario ¡Viva,
Viva! “Lo que no podemos ver” dice el periodista de
la tele, en medio de aplausos. ¿Qué querrán ver?
¿Y el “¡Viva Perón, Carajo!”? Qué bueno que ya no
hace calor. La tapo a Cuerpito y se acurruca. Ares
dio asueto. Qué rico whisky.
Bóveda también es la del cielo y no sólo la del
encierro.
Sigo escuchando, mirando. ¿Qué? Preferiría dormir
| 185 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

como Cuerpito. O como Alfonsín.


¿El adiós a “Falonsín”? Adiós diosa. Mejor otro
trago. Otra bóveda posible.)

Entreabrió un ojo sin saber hacia qué. Como


volviendo de vaya a saber dónde. El espacio que
empezó a organizarse no era el cotidiano. De a poco
fue apareciendo la percepción de sí misma: estaba
hecha un ovillo en el sillón grande del cuchitril,
tapada con una manta y rodeada de almohadones.
Pero lo que vislumbraba en el pasillo era luz del día.
Era indudable que había dormido muchas horas. Y a
las ocho tenía que estar en la escuela con sus alumnos
de sexto. Se levantó como desovillándose. Fue hasta
la cocina a mirar el reloj de la pared. Las once. No
podía ser.
Afuera el sol estaba bastante alto. Sí, eran las once y
ella había faltado al trabajo, cosa que no consentía.
Para colmo sin avisar. Se apuró a buscar su teléfono
celular y a dar una suerte de explicación. Sí, que
estuvo descompuesta, que no había podido llamar.
No, no, ya estaba mejor. ¿Cómo se habían arreglado
sin ella? Lo más bien, qué alivio.
Que se había hecho cargo la directora. Les debía
una.
Entonces puso el agua para el mate, ojeó en la
heladera, increíble, había leche, se sirvió un poco
| 186 |
Acaso querrían hablar

en una taza mientras esperaba que se calentara el


agua y abrió la puerta de la cocina, la que daba al
patio. Un espectáculo aparte. Las plantas de un
verde lavado por la lluvia del día anterior, el agua de
la pileta reflejando sol y Eduardo dormido en una
reposera azul, con El entenado apoyado en el pecho
y un vaso de whisky vacío en el piso. Le pareció casi
un atropello mirarlo dormido, como una invasión a
su territorio privado.
-¡Def-ghi!
(Me brota desde un sueño que se supone profundo,
me quedé en llamas, leyendo medio en pedo,
concientemente en pedo, otro milagro de la literatura.
Y Cuerpito sobreseída del insomnio me mira, desde
la taza en mano, casi divertida.)
-¿Qué decís?, ¡mamado!
El agua empezó a chiflar en la cocina y ella fue a
preparar el mate. Tomó un par, fuertes y amargos
como le gustaban, y después cargó la yerba de azúcar,
según el capricho de Eduardo. El mate lavaba las
esquirlas de la tarde-noche del sueño de Cuerpito y
del sonoro chupi de Eduardo. Pacíficamente ambos
hacían su vida en el mismo espacio. Y el testigo de
ambos era Saer, muerto en el 2005.
- Unos tanto y otros tan poco: yo dormí catorce horas
y vos…
- Qué se yo, creo que catorce páginas. ¿Con quién
| 187 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

cogería el def-ghi?
- Parece que le tocaba mirar en todo. ¿Lo
terminaste?
- Sí, claro. Además ya lo había leído. Lo publicaron
en el 83. Mucha agua bajo el puente. ¿Qué te dijo
Pedro?
- Devolvéme el mate- esa costumbre de él de usar
el mate como micrófono. Le quedó resonando
la reincidencia de asociaciones a que la llevaba
1983: la muerte de Alfonsín, el primer presidente
democrático después de la dictadura, la muerte de
Haydé, la publicación de El entenado-. A Pedro le
gusta solamente la literatura norteamericana y el pop
británico, y es un hombre de izquierda, imagináte.
Dijo que era una porquería y que no lo podía
terminar de leer. Creo que la parte de la orgía de la
tribu, después que se comen a los españoles asaditos,
fue su límite, le pareció sensacionalista.
-Pedro es un forro. Tus compañeros de laburo se
caracterizan por ser eso: forros. ¿Te gustan los
forros?
- Me estoy meando. No sé si merece respuesta tu
forreada- y se fue al baño, donde vio una cara casi
reconocible, como la suya pero muy descansada. Se
sorprendió un poco, eso de lograr descansar en la
casa de Eduardo sí que era una novedad. Está bien
que la química había aportado lo suyo.
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Acaso querrían hablar

Ella volvió al patio y Eduardo seguía:


- Forro: o como decía el gangoso con el que jugábamos
a la pelota “foggo”; al negro también le decíamos
el francé. Cuando se recalentaba porque no le
pasábamos la pelota nos gritaba “foggo, la concha de
tu maggue, tigámela a mí”.
- ¿Conclusión?
- Pedggo es un foggo.
- Lo que me deja pensando es que vos preguntaste
por su opinión.
- Porque me da curiosidad la opinión de un foggo.
¿Cómo hace para que no le guste El entenado?
- No lo critiques más al foggo de Pedro, que me
presentó a Nacho.
(No puedo sacar el traste de la reposera. Encima
Cuerpito habla del foggo de los foggos. Porque hay
que ser foggo para ponerse mal por un asadito
humano.)
-¿Y Nacho te hace asados? No pretendo que de carne
humana. (Cioran me está dictando el texto.) Al menos
que no sean de vacío solamente.
- A vos las lecturas te confunden la mente. A no
ser que sea el whisky. Nacho no es de los asadores
criollos, lo de él son las guitarras españolas y las
pastas italianas. Qué mezcla.
-Justamente escuchá esto: “Pasaban igual que de la
apatía al entusiasmo, no a otra estación del año,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

sino a otro mundo, en el que se olvidaban también


de todo, pudor, mesura o parentesco. Iban de un
mundo al otro pasando por una zona negra que era
como un agua de olvido, y atravesaban, de tanto
en tanto, un punto en el cual todos los límites se
borraban, dejándolos al borde de la aniquilación.
Era natural que algunos no volviesen y que muchos
saliesen chamuscados, como quien atraviesa un
incendio. Ese ir y venir era, creo, para ellos, fuente
de desdicha. Bastaba verlos en posesión del objeto
tan deseado para darse cuenta de que les quemaba
las manos”.
- Y el def-ghi mirando como se comían a sus víctimas,
como se entreveraban en la orgía. Esa enigmática
necesidad de la gente, de ser mirados por alguien:
parece que si nadie ve, las cosas no existen, pero por
más horrorosa que sea la actitud tiene que quedar
el testigo para darle consistencia- acaso Eduardo
estaba hablando de su relación con el whisky y ella
fuera su testigo, testigo de cómo se sumergía en la
aniquilación y salía chamuscado. Y hoy él era testigo
de esas catorce horas en que ella necesitó desaparecer
en el olvido.
- Cuestión de énfasis, te miro para que seas visto.
- Te miro para que seas. Es para salir del agua del
olvido. La cuestión de la memoria con la que tanto
se insiste en la actualidad, nos hace sospechar que
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Acaso querrían hablar

desconfiamos de la humanidad, a la que tantos se


quieren comer. Y ese deseo los quema. ¿Te das cuenta
que volvemos al gran incendio?
- ¿Es posible no ser testigo de algo? ¿Te acordás de
la pintura anónima que vimos del Gran Incendio de
Londres? Siempre hay algo que testimonia, como te
dije, es sólo cuestión de énfasis.
- Hace poco se separó Claudia por tercera vez, yo
la ayudé a hacer la mudanza. Unos días después me
dijo que lo que más extrañaba era que al llegar a su
casa no tenía a quien contarle lo que había hecho en
el día. Como si todo lo que hiciera se le desdibujara
porque no había un testigo que se interesara por
ella.
-¿Se separó? Qué notable. Te estoy hablando de otra
cosa. Ya te dije que es así, que te miro para que seas
visto, esto siempre lo dijo Marta. Viste que hay que
ser europeo para ser dueño de la verdad en este país.
Como buena húngara profundiza con su entonación,
fascinante y cruel. Pero justamente pienso en eso, en
que los testimonios no pueden ser lineales. La verba
neolatina nos condena con su formato imperial, con
su lógica incandescente, que poco tiene de lógica
al contrastarla con los sobresaltos que nos traen
los sucesos de los que somos testigos. ¿Cuándo nos
enteramos que algo que vivimos es testimoniable?
¿Cómo nos hacemos cargo de que, nos guste o no,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

nuestro paso por esta tierra nos pone de jeta a que


somos testigos de lo que pasa? No hay neutralidad
posible.
Ella lo miró mientras él discurseaba. Obvio que no
iba a salirse de su línea de reflexión y entrar por
un momento en la de ella. Su verba neolatina y su
formato imperial le estaban quitando la laxitud
a sus músculos y a sus pensamientos, era evidente
que el mate la estaba terminando de despertar y que
se encontraba otra vez frente al otro, su reiterado
otro. También miró la bandeja que estaba en el piso:
un perro rabioso atacando a un grupo de mujeres
primitivas. ¿Esa Marta, sería otra de sus vampiresas?
Ya se perdía en la lista de nombres femeninos a los
que Eduardo se refería para adjetivar y denostar-
¿Quién es Marta?
-Marta es la húngara argentinizada que me tuvo
fascinado con su pensamiento estético el año pasado
¿te acordás? Te hablé mucho e incluso te leí cosas que
escribió. Me conecté por Internet y así pude hablar
con ella. Bueno, en realidad a escucharla ya que no
es muy permeable a la escucha del otro. Entendí
que siendo educada en Budapest y nacida en 1930
y pico, tenía sus cosas. Igual, socialismo mediante,
nunca entendí por qué un día me echó flit. Sus elipsis
femeninas fueron inhóspitas. Yo quise ser testigo de
su existencia pero ella no quiso ser testigo de la mía.
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Acaso querrían hablar

- Entonces te aburriste enseguida- pensó: como si


Eduardo saliera tan fácil de ese diálogo permanente
que tenía con él mismo y pudiera escuchar a
los otros. Como testigo, él resultaba errático y
autorreferencial, como la mayoría de la gente. Ella
percibía una ansiedad en casi todas las personas por
encontrar orejas disponibles, ojos atentos, manos
bien predispuestas.
- Me parece que no me estás escuchando: te digo que
ella me echó flit, no que yo me aburrí. Y nunca me
explicó por qué ni para qué.
- Por ahí no entiende tus asociaciones erráticas y tus
cambios de ejes de discusión. Debe ser de una lógica
socialista. Por ahí vos la expulsaste y no fue ella la
que te echó flit.
- Ella me echó flit y tengo testigos. No estoy para
psicología de café.
- Ésta es de mate, pero ya está lavado- qué extraña
resaca tenía él esa mañana, una verborrágica y
encima con afán de grandilocuencia. La agresividad,
pensó ella mientras percibía que el aire se había
enfriado, era la habitual, la de inhabilitar en
conjunto a sus compañeros de trabajo, la de dejarle
en claro a cada paso que era ella la que no entendía
y la de no poder salir de sí mismo. Tenía ganas de
recuperar el estado de relajación con el que se había
despertado y no seguir en esta observación obsesiva
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de cada detalle, de cada gesto, de cada inflexión de


la voz de él. Una actitud permanente en su vida que
se había ido desplazando de sujetos. Pero no podía
evitarlo. Muchas veces no podía evitar esta batalla
de los estados de ánimo y de las palabras, que rara
vez logran comunicar a las personas.
- Cómo refrescó. Ya pasaron los días de 37º que
nos asfixiaron durante tanto tiempo. ¿Te das cuenta
que la temperatura humana nos agobia cuando está
afuera?
(Cuerpito está descansada, pero cierta parte de
su irritabilidad se renovó con el sueño. Sus fosas
nasales están dilatadas y parece olfatear las plantas
que están detrás de la reposera donde sigo tirado.
Mejor me paro y entro. Entreveo la embestida que se
avecina y no quiero que sea al sol.) ¿Entramos?
- Sí. Mi estómago está reclamando comida. ¿Comemos
algo? La mezcla de mate y leche no ancla en nada
sólido- en realidad estaba molesta. No le gustaba nada
haber faltado tan desprolijamente al trabajo. Pero lo
que más la fastidiaba era haber logrado descansar
tan bien en la casa de Eduardo, como necesitando
sus cuidados, cuando hacía años que había hecho
el aprendizaje de la soledad. La rara sensación de
necesitarlo, como una vaga idea de familia, sabiendo
hasta qué punto él era un “otro” y sabiendo que los
“otros” son una trampa mortal.
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Acaso querrían hablar

-¿Preparo unos churrascos? Después de comer me


gustaría leerte unas cosillas que encontré en El
entenado.
-Bueno, pero ¿querés que vaya a comprar algo?
-Nos quedamos sin vino.
-Traigo un tinto y de paso aprovecho para comprar
tampones.

La plancha empezó a chirriar. Eduardo tiró dos


pedazos de carne, un poco exagerados de tamaño para
el apetito habitual de ella. La casa se iba inundando
de olores primitivos. Mientras Cuerpito compraba
el vino, él ponía ciertos aderezos a la carne, ciertos
aderezos que sólo él conocía, que eran receta de su
abuela amada. El entramado de olores testimoniaba
una despedida menos usual.
- El mejor cigarrillo para mí es el de la sobremesa-
habían comido distendidos, pese a todo, y ahora ella
estaba predispuesta a renovar la comunicación-.
¿Con qué condimentaste la carne?
- No me acuerdo.
- Será un condimento secreto de los colastiné.
(No puedo apartarme de la idea de testimoniar y sin
embargo sólo puedo hacerlo a través de recuperar
una receta de mi abuela. Sólo tengo sabores y
fragancias. No tengo palabras para este testimonio,
tan poco erudito y tan vital como la vida misma.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Mejor agarro el libro y robo las mejores palabras


que podrían decir esto, que en mis posibilidades
es sólo un adobo para la carne.) - Escuchá : “Del
incendio más colosal no queda más verdad que la
ceniza. Pero hay también, en toda vida un período
decisivo, que sin duda también es pura ilusión, pero
sin embargo nos moldea, definitivo.”
- El incendio que nos moldea es como el nombre.
Lo que me asombra es que el nombre desaparece en
relación a los afectos más cercanos y es reemplazado
por la función: pasás a ser “nena”, “amor”,
“querida” y hasta “cielo” o “vida”. Los seudónimos
parecen más cercanos que el nombre del documento
de identidad.
- Me voy a tirar un pedo. (“Nena”, “amor”, “querida”,
“cielo” o “infierno”, “vida”, “cuerpito”.)
Y yo me voy yendo, pensó. Le agarró un deseo urgente
de volver a su casa, de estar en el balcón mirando
los techos. Desde ahí se alcanzaban a ver las torres
de la catedral y las líneas de algunas calles que se
iban abriendo al oeste. Ése era su ámbito, un anclaje
autoimpuesto donde regían sus leyes personales.
Relojeó el libro, sabiendo lo que buscaba: “Ellos
ignoraban que en pocas leguas a la redonda, muchas
tribus diferentes habitaban, yuxtapuestas, y que
cada una de ellas era no un simple grupo vecino, sino
un mundo autónomo con leyes propias, internas, y
| 196 |
Acaso querrían hablar

que cada una de las tribus, con su propio lenguaje,


con sus costumbres, con sus creencias, vivía en
una dimensión impenetrable para los extranjeros.
No únicamente los hombres eran diferentes, sino
también el espacio, el tiempo, el agua, las plantas,
el sol, la luna, las estrellas. Cada tribu vivía en un
universo singular, infinito y único, que ni siquiera
se rozaba con el de las tribus vecinas”.
-Pará, pará, antes que sigas leyendo, ¿qué pasó con
lo del nombre?
- Nada- ¿para qué explicarle su particular interés
en nombres y seudónimos a alguien que la llamaba
Cuerpito y que indudablemente no regristraría sus
razones? ¿Pero qué razones registraba Eduardo? A
veces él le resultaba indescifrable. Mejor cambiar de
tema-. El nombre def-ghi me hace acordar a dengue,
el testigo de la pobreza.
(No logro entender mucho. Las palabras de Cuerpito
son sólo ruido, como la chicharra de su celular. Me
tomo un Pernod, buen regalo de cumpleaños de un
extraño amigo. Es mejor final que esos sonidos que
apenas representan alguna imagen que cierta vez fue
familiar. Qué calamidad habrá hecho esto. Vivo entre
paréntesis, soy Eduardo entre paréntesis, no tengo
filtro para mostrarme como un estereotipo y sigo
siendo entre paréntesis. En matemática los paréntesis
permiten establecer prioridades diferentes a las que
| 197 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

tendrían lugar de otra manera. No me acuerdo por


qué y no sé si acaso importa.)
-¿Querés hablar? ¿Acaso querrías hablar?
- No se puede hablar con vos. Pertenecés a otra
tribu, parece- se puso a contestar los mensajes de
Claudia que la estaba invitando a su casa. Le hizo
una contrapropuesta para tomar mate en su balcón.
(¿No se puede hablar con vos? No Cuerpito,
pertenecemos a la misma tribu, no te engañes, pero
no te lo digo. Sé que lo sabés, de alguna manera. Pero
sólo dormí catorce páginas y todavía tengo el frío de
la noche a la intemperie.)-OK.
Mientras leía la confirmación de Claudia, iba
juntando sus cosas. Pero su cabeza estaba mezclando
fragmentos dispersos de su historia, como una
licuadora. Se dio cuenta que Eduardo era la persona
más parecida a su hermano Pato (y reflejo, por ende,
del patriarca) que conocía. ¿Acaso todo no era,
para ella, reflejo del origen? Ese borde permanente
entre el sarcasmo y la descalificación, la utilización
del conocimiento de su intimidad para azuzarla,
la agresión gratuita... Toda esa gama de cinismo
fusionada con cuidados ceñidos a su cuerpo, como
prepararle una comida, como buscar una manta
para cubrirla mientras dormía, como acercarle una
copa de vino. El escenario conocido de su infancia,
la idea de familia acarreaba en sí misma una lucha
| 198 |
Acaso querrían hablar

permanente, como si se tratara del duende que tiene


una mano de hierro y otra de lana, como si su edén
estuviera quebrado en el inicio. La contradicción que
la atravesaba parecía no tener salida.
- Me voy, chau.
La despedida sonó en idiomas distintos.

Resumen de la Undécima Expedición:


Hay un muerto.
Eduardo y Cuerpito deambulan entre el presente y
1983.
Leen y comentan El entenado de Juan José Saer.
Ciertos aires de carnicería cruzan a la familia de
Cuerpito.
Ella acumula dos días sin dormir: solución madura,
se toma un clonazepán y Eduardo se toma un
whisky, o varios, no los cuenta. Entre medio hacen
una excursión al supermercado, como una especie
de falsa regresión a las épocas de gobierno del Dr.
Alfonsín. (Quizás un homenaje, habida cuenta de la
proximidad con las Pascuas).
Ella duerme catorce horas y descubre que no es
imprescindible en su trabajo.
Comen churrascos con adobo de incierta procedencia
y nombre, pero que sabe y huele muy bien. (Eduardo
se hace el boludo acerca de la receta, o no.)
Toda la Expedición es atravesada por el def-ghi, para
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

tormento o alivio de las partes.


Ciertas digresiones sobre Pedros, Claudias, Martas,
húngaros, franceses y foggos son motivo de
elucidaciones.
Aparece una bandeja con un perro rabioso sobre
fondo de mujeres.
Cuerpito reflexiona acerca de los seudónimos.
Ambos hacen gala de sus conocimientos sobre lenguas
extranjeras.

Interludio

Me despierto en medio de la madrugada lleno de frío.


Las gatas entreabrieron la ventana y un chiflete me
recuerda que doce horas atrás Cuerpito dormía en
el sillón del cuchitril y yo no sentía frío a pesar de
estar en la reposera del patio. Me siento en la cama,
prendo la luz y acto seguido un cigarrillo innecesario.
Otra vez 1983 rueda como carro crujiente entre los
alambrados repletos de personas que no encuentro.
En mi cabeza se filtra Miguel Hernández en la voz
de Serrat. Vuelvo a escuchar pero como en una radio
mal sintonizada. Ciertas palabras del poema son
fuertes y claras, y otras se rompen a lo lejos:

Elegía (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del


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Acaso querrían hablar

Yo quiero ser llorando


rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería.)

el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas,


compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias,
caracolas y órganos mi dolor sin instrumento. A las desalentadas

amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se

agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta


el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un
hachazo invisible y homicida, un empujón brutal
te ha derribado. No hay extensión más
grande que mi herida, lloro mi desventura y
sus conjuntos y siento más tu muerte que mi
vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor
de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a
mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano
madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No
perdono a la muerte enamorada, no perdono a
la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la
nada. En mis manos levanto una tormenta de
piedras, rayos y hachas estridentes sedienta
de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar
la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra
parte a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte
la noble calavera y desamordazarte y
regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos
andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales

ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados


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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a


Tu corazón,
cada lado disputando tu novia y las abejas.

ya terciopelo ajado, llama a un campo de


almendras espumosas mi avariciosa voz de
enamorado. A las aladas almas de las rosas del
almendro de nata te requiero, que tenemos que
hablar de muchas cosas, compañero
del alma, compañero.
Cuánta agua tengo adentro. Arrasa mi barba como
un tsunami imprudente, en medio de tanta noche
sentada, en una cama maltrecha. Me acurruco
con la luz prendida esperando firmemente otro
encuentro.)

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Acaso querrían hablar

EXPEDICIÓN SIN NÚMERO

“… ¿Y acaso no querrían hablar? ¿Después de


tantos años? Sé que me sentí arrastrado como un
pez por el sedal.”
-Me cansé.
Caminan por el borde.
-¿Querés que siga yo?
-Dale.
- Estamos en la parte que sale del cuerpo- por algo se
cansa de leer justo acá.
Pero a esta temperatura también entran en un estado,
en una zona.
Una zona, justamente, en la que pueden coexistir
los aullidos y los cuchicheos, la delicadeza y la
brutalidad, la risa y el llanto, el calor y el frío, el
placer y el dolor, la felicidad y la desdicha, los
resplandores y las sombras, el sol y la luna, el presente
y el pasado, la guerra y la paz, el amor y el odio, lo
bueno y lo malo, la vigilia y el sueño, la coherencia y
la incoherencia, el interior y el exterior, la conciencia
y la inconciencia, la memoria y el olvido, el coraje
y la cobardía, el sonido y el silencio, los vivos y los
muertos, el entierro y el desentierro, la mujer y el
varón. Porque esa zona les da la independencia de ir
y venir entre las voces y las imágenes. El lugar donde
todo se reedita periódicamente. Ineluctablemente,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

una zona que confrontada a sesenta grados o a veinte


grados bajo cero siempre persiste en sus treinta y
siete grados, la zona de la vida humana, pero que no
resiste a la trayectoria de una bala, de una flecha, de
una bomba, de una lanza o de una falta de sensatez.
Buscan en los libros.
-¿Por qué decís que El Gran Incendio es la guerra?
- “Todo debía estar oscuro, porque era de noche, y
sin embargo no estaba oscuro. Por doquier había
luces, círculos y manchas de luz”.
-Me parece que me faltó que era arrastrado del
cuerpo.
- Cómo ubicarnos en la noche oscura si el sol nos da
de pleno.
- ¿Podemos seguir adentro?
Cuerpito y Eduardo continúan hablando,
perpetuamente, desde el nicho común.

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Acaso querrían hablar

SEGUNDA PARTE
PRIMER IMPEDIMENTO

“La magnificencia y la galantería no alcanzaron


jamás en Francia tanto brillo como en los último años
del reinado de Enrique II. Este príncipe era galante,
de buen porte y enamorado. Aunque su pasión por
Diana de Poitiers, duquesa de Valentinois, hubiera
comenzado hacía más de veinte años, no era por eso
menos violenta y no daba de ella testimonios menos
notorios.
Siendo muy diestro en todos los ejercicios físicos,
éstos eran una de sus más grandes ocupaciones: todos
los días había cacerías y partidos de pelota, bailes,
corridas de sortija o parecidas distracciones. Los
colores y las armas de la duquesa de Valentinois
aparecían en todas partes, y ella misma se presentaba
con las galas que podía ostentar la señorita de la
Marck, su nieta, que era entonces casadera.
La presencia de la reina autorizaba la suya.
Esta princesa era bella, aunque ya no fuera muy
joven; amaba la grandeza, la magnificencia y los
placeres.
El rey había casado con ella cuando era todavía duque
de Orleáns y a la sazón era Delfín su hermano mayor,

| 205 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

que murió en Tournón, príncipe que por su nacimiento


y sus grandes cualidades, estaba destinado a llenar
dignamente el sitio del rey Francisco I, su padre.
El carácter ambicioso de la reina le hacía encontrar
muy grato el reinar. Parecía soportar sin pena el
afecto del rey por la duquesa de Valentinois, y no
demostraba tenerle celos; pero era tal su disimulo
que difícilmente podíanse penetrar sus sentimientos;
y la política la obligaba a atraer cerca de ella a
aquella duquesa, porque así también atraía al rey.
Este príncipe gustaba del trato de las mujeres, aún de
aquéllas de que no estaba enamorado. Permanecía
todos los días en las estancias de la reina a la hora
de reunión, a la que no dejaba de asistir todo lo más
hermoso y elegante de uno y otro sexo.
Jamás contó una Corte con tantas mujeres bellas
y tantos hombres admirablemente bien hechos;
parecía que la Naturaleza se hubiera complacido
en colocar todo lo que da de más bello en las más
grandes princesas y en los más grandes príncipes.”
Cuerpito leía en el mismo sillón de siempre, los
anteojos a mitad de nariz y con las piernas recogidas.
Los gestos que hacía mientras hilvanaba el texto eran
memorables: todos lo mohines habidos y por haber
le cruzaban la cara, para jolgorio de Eduardo.
-Mirá de dónde sacó letra tu novio Nacho (prendamos
los motores que Cuerpito se viene haciendo la burra
| 206 |
Acaso querrían hablar

con su noviecito).
-Encima de la confusión entre los personajes, agregás
a Nacho. ¿Por qué dice indistintamente “Reina o
princesa” y “Rey o príncipe”? Me complica, como esas
novelas rusas en que cada personaje es nombrado de
muchas formas.
(Otra vez se hace la distraída, vamos de nuevo)- ¿Y
por casa cómo andamos? ¿Nacho de qué nombre
viene, de Ignacio o de Penacho? que sería a su vez
un mote despreciativo del pene.
-¿Qué preguntás ahora por “el macho”? – mientras
pensaba en los últimos desencuentros con Nacho,
lo veía sentado frente a la computadora, distendido
porque se trataba de un problema de ella, el histórico
problema de sus fracasos. Pero no era momento
de darle el gusto, de regodearse en la reiteración
permanente de lo mismo. Eduardo tenía una energía
nueva. ¿De dónde le vendría? - ¿Qué ganaste hoy?
-¿Qué gané? Otro día al tedio. Así que “el macho”...
Remacho, ¿no? ¿No querés que te escuche un poquito?
Si querés después sigo leyendo yo a Madame de La
Fayette, al margen de todo sin duda la obra de arte
es siempre un anacronismo. Pero cómo se reedita el
tema del amor desesperanzado ¿no? (Mejor me hago
el buenito sino ¡minga que me va a contar algo!).
-Lo de remacho... lo voy a remachar con algo que te
va a divertir. El sábado, como corresponde a todo
| 207 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

sábado, me quedé a dormir con Nacho. Yo estaba


obsesionada con que se pusiera mi ropa interior,
que luciera ese despropósito de ser otro para mí. Él
no quería, aunque yo sí lo hago con la de él. No me
mires así... Terminamos discutiendo. Conclusión: me
dormí y tuve el sueño de la papa, tan obvio como esta
reina que ama el poder y acepta cualquier cosa con
tal de conservarlo.
-¡Glup! Me dejaste mudo, ¡quiero detalles! ¿Cómo el
sueño de la papa, no es la Reina Batata?
- Era una papa, aunque se trata de otro tubérculo...
Parece que había un muerto y lo estábamos buscando.
Nacho estaba conmigo, y también había otra gente,
desconocidos. Revisábamos en el jardín, entonces
yo veía una papa medio enterrada. La mitad que
aparecía en la superficie estaba en perfecto estado,
pero cuando la desenterraba descubría que la
mitad de abajo estaba podrida. Yo me daba cuenta
inmediatamente que estaba así porque abajo habían
enterrado al padre de Nacho – al final había entrado
en el territorio en que no quería entrar y que no solían
frecuentar, el de las confidencias. Se inauguraba
otra forma de vínculo, o tal vez era la recuperación
de una modalidad que habían construido en otra
época. Tanta historia los unía y los separaba. Otro
anacronismo.
Cuerpito buscó un abrigo en su mochila, como una
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Acaso querrían hablar

forma de protección. Agarró la copa de vino que le


había alcanzado Eduardo. Se acomodó en el sillón
alargándose entre los almohadones, desperezándose.
-¡Uf! ¿Quién te hace el libreto de tus sueños? Pero si
Nacho es la papa, y tiene al padre enterrado abajo,
¿cómo era su viejo para que lo tenga “enterrado
abajo”?
-Si los sueños son elaboración literaria, los míos son
tan evidentes como Madame de La Fayette con sus
princesas. Papa-papá. Nacho tiene una historia de
negación con su papá. Parece que era un déspota,
que marcó a toda la familia con sus abusos. Por eso
Nacho se niega a cualquier forma de confrontación.
Creo que le tiene miedo a la herencia paterna, por
ahí descubre al tirano que lleva adentro.
-¿Querés decir que el padre era papero? No,
disculpame el chiste de mal gusto, pero contame bien
qué te pasa a vos con esto.
-No sé- en realidad no sabía si le resultaba posible
ahondar ahí. El gusto por sumergirse en las aguas
oscuras de los supuestos, del inconciente, tan al uso
en la Argentina del siglo XXI, a ella le provocaba un
desasosiego aumentado por la presencia de Eduardo
-.Nunca entiendo qué me pasa. Lo que sé es que me
resulta contradictorio, amenazante, como si siempre
existiera un mar de fondo donde se encuentra cierto
horror inicial. Como si todos tuviéramos al loco
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

adentro y por salir en un estallido- pero se preguntó


por qué en su interior siempre ese “loco por estallar”
se relacionaba con “el padre”.
(Esta Cuerpito me está impacientando. Encima que
tengo la uña del dedo del pie encarnada y me duele
como si me clavaran astillas. Como un titilar de dolor
a más dolor, como unas contracciones que hacen
renguear no sólo mi pie derecho sino la escucha.
No se percata que quiero que me cuente hechos, en
principio. Hechos que son de su dolor, que quizás
mitiguen el mío. La famosa cuestión del consuelo
del tonto. Soy tonto ¿y qué? Por una vez quisiera,
Cuerpito, que me dieras lo que necesito sin pedírtelo,
sin decirte mi reina, ni tener para vos una amor
cortés.)- ¿Qué te parece si me aclarás algún punto de
la cosa? ¿Estás enamorada de Nacho? ¿Qué te jode si
su padre, abuelito o lo que sea sean como una papa
medio podrida? ¿Realmente seguís creyendo que la
historia con tu viejo es traspolable a lo demás?...Ya
sé, son más de una pregunta. Pero me duele el dedo y
necesito que me ayudes a olvidarlo.
Ella se sintió incómoda en el sillón. Un dolor en el
vientre le recordó que ese día le tocaba menstruar.
Ese primer día no encontraba la posición apropiada,
como si algo se saliera del eje. Se sentó y buscó un
cigarrillo, ese hábito del que no podía ni quería
desprenderse. Miró a Eduardo y después miró el
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Acaso querrían hablar

libro. Uno era imprevisible, el otro acariciador.


-Alguna gente puede contestarte puntualmente
esas preguntas, pero para mí todo sentimiento está
acompañado de tantos matices y de tantos otros
opuestos. En la novela el rey es un enamorado, será
un amor indebido pero es su amor, la reina parece
perfilar como la mujer que busca el poder y por lo
tanto, según el estereotipo, no se enamora de ninguna
persona. Es tan sospechoso el enamoramiento.
Aunque peor es el dolor del dedo.
-Si al menos tuviera gota que es la enfermedad de
los reyes estaría en sintonía, pero soy tan vulgar
que tengo la uña encarnada. La uña como si fuera
una hembra real. Adosada e hiriente (Mejor acá
paro con las asociaciones con mi historia porque si
está con algún asunto, me va a tirar con artillería
pesada.) ¡Vive la France! El conventillo de altura, sin
duda, bien metido en los tuétanos de la que fue la
más grande civilización europea por mucho tiempo.
Instaló no sólo ciertos gustitos pelotuditos sino una
admiración que llegó a dercirse que “el amor es
francés, la muerte vienesa”.
-Así dicen, que el amor es un invento de las cortes
francesas. Algo aristocrático.
Ya Eduardo se había puesto en movimiento y recorría
su biblioteca. Tomos de antigua encuadernación,
herencia de mamitaquerida, que nunca se interesó
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

por abrirlos pero que le resultaban magníficos como


decoración. Encontró el que buscaba.
-Mirá lo que Antonio Mira de Amecúa, del Siglo de
Oro español, pensaba de la galantería cortesana, me
hace cagar de risa, justamente la obra se llama Las
Lises de Francia:
CLODOBEO:
Hermosísima señora,
con cuya rubia madeja
el sol sus cabellos dora,
y por ser resplandeciente
hoy no salió del oriente,
sino de tus ojos bellos,
porque oriente tendrá en ellos
los cristales de tu frente,
Esas aguas despeñadas,
por losas tornasoladas,
viendo que las almas robas,
hacen seda de las ovas
en madejas marañadas,
y para que más confíes
de tu valor, hoy las fuentes
que bullen entre alhelíes,
viendo tus ojos presentes,
del arena hacen rubíes.
Mueve ya el labio encarnado
si no es que naturaleza
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Acaso querrían hablar

con la lengua se ha quedado


en prendas de la belleza,
que a tu rostro le ha prestado.
CROTILDA:
Esas lisonjas, señor,
hallarán lugar mejor
en las cortes de los reyes
donde interpretan las leyes
la codicia y el favor;
pero en esta selva cruda,
morada de labradores,
vive la verdad desnuda.
¿Tan presto ofrecéis favores?
Cortesano sois, sin duda.
CLODOBEO:
Confieso ser cortesano
y aun gané con esta mano
todo este reino francés,
que por pisalle tus pies
otro nuevo reino gano.
Y pues que aplicas verdades,
soy el rey.
CROTILDA:
Dadme licencia
no escuchéis mis necedades,
porque alcanzo poca ciencia
para hablar con majestades.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Tu atrevimiento recelo.

Y Eduardo insistió, casi irritado de que no le diera


bola a su demanda.
-Ya ves que hay ciertas palabras que pueden contarnos
sobre lo que por miedo o galantería se esconde en lo
indecible que me decís de tus emociones.
-“Tu atrevimiento recelo”. ¿Esa es una historia de
amor entre un rey y una campesina?
-Entre una crota y un gentilhombre, sin duda.
Parece que ella se hace la difícil pero el eterno de la
atracción entre el o la poderosa con el o la pobre no
es invento de las telenovelas. Octavio Paz decía que
raramente la atracción real se producía entre pares
de iguales. Más bien el señor con la sirvienta, la
blanca con el negro, la sentencia del amor prohibido
gira y gira y ya marea. Ahora nunca supe si es amor
de pareja o eufemismo de calentura entre sexos. Esto
de justificar la fornicación con el amor...mmmmh.
-Pero la idea común es que la digna de amor es la
reina o la princesa. De ahí la referencia a Nacho, que
me llama “mi reina” pero me trata como a proletaria.
Y que a la pobre se la deja para las bajas pasiones.
-¿Dirás pasiones de abajo? Porque seguramente
este fulano sólo se atreve a pasarla bien a través de
mentirse, una mina no merece eso, sólo las reinas. Las
otras le tienen que hacer de esclavas y encargarse de
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Acaso querrían hablar

la ropa, los mandados, dónde puso las llaves y demás


cuestiones que los señores no pueden ocuparse. Y
ellas de gozar ni hablar. Si son como animalitos que
no reconocen lo que es bueno.
-El ideal del harem, muchas al servicio del uno...
Pero yo me refería a este lugar del ser “digna del
amor”, como una prerrogativa aristocrática.
-¿No estoy siendo claro en algo? El amor enroscado
con el sexo es sin duda el primer impedimento, sobre
todo por ese chip que les instalaron a las mujeres de
nuestra generación al menos. ¿Me vas a decir que un
harem es un conjunto de enamoradas de un mismo
hombre? Podrían serlo. Cuando ves a las fans de
cualquier pija boba de actores, o de estrellas del rock
o cualquier otro famoso, se ubican solitas en el lugar
del gran harem, todas para uno. Y de mosqueteras
no tienen nada. Qué manga de pajeras.
-Me parece que les tenés envidia a las estrellas de
rock.
Hacía cada vez más frío en el cuchitril. Cuerpito iba
sintiendo que se helaba, efecto reiterado de alguna
hormona que volvía regularmente y que regularmente
la hacía tiritar. Prendió una segunda estufa y buscó
una manta que se puso a modo de poncho.
(Me hace reír. Es resbaladiza como una anguila.
Hoy no es día para saber qué carajo le pasa con
Nacho. Me ganó. Y la uña sigue encarnada. Cuerpito/
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Encarnación. ¿Carne y uña? Mantiene la distancia,


buena señal. No soy una “amiguita” para que me
cuente detalles pero no me da pistas. Mañana será
otro día.)
-Seguramente.

Resumen del primer impedimento:


Cuerpito y Eduardo se encaprichan con el amor
cortés.
Leen un fragmento de La princesa de Cléves a modo
de reencontrase con el anacronismo del concepto
amoroso y sus detalles.
Quizás para ella sea mejor “no cortés con el amor”,
y para él mejor es que “cortés con el amor”.
Nacho no logra salir del encriptamiento del celular
de Cuerpito, a quien le duele la panza, y se plantea
quién es digna de ser amada.
Eduardo tiene la uña encarnada y discurre sobre la
posibilidad de que ella sea Encarnación.
Las fans, los harem, el Siglo de oro español y M. de
La Fayette no logran descontracturar los dolores de
ambos. Están resbaladizos como chorizos en fuente
de loza.
Hay referencias a tubérculos en el transitar de
Cuerpito.

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Acaso querrían hablar

SEGUNDO IMPEDIMENTO

(Este calor de agosto es como de una calentura


amorosa desubicada. Son las dos y media de la tarde
y Cuerpito toca el timbre. No estoy muy despierto.
Me acosté cuando pude, vale decir tarde, y me duele
el hígado. Ayer una mina que me caracoleaba, de ojos
burlones y pícara me dijo que es la ira acumulada,
yo diría que es el vino. Cuerpito sigue en la puerta.
Ya voy. Tengo fiaca.)
Entró algo molesta. Saludó a Eduardo casi sin
verlo o sin querer mirarlo. Venía descolocada en el
tiempo, como si siguiera viviendo esa noche en la
que el desencuentro con Nacho había terminado en
estallido y en portazo.
-Me parece que perdí las llaves de casa. ¿No las dejé
ayer acá?- había tenido que recurrir a su vecino
para poder entrar a su casa a las cuatro de la
mañana. Los dos tenían llaves de repuesto de ambos
departamentos, únicos en compartir el segundo
piso.
-¿Qué llaves? Aquí sólo están las llaves del reino.
¡Tenés una cara! (No sé dónde poner yo mi vida y me
pregunta sobre sus llaves) ¿No las habrás dejado en
lo tu querido Nacho, darling?
-Ni me hables de Nacho. Espero no habérmelas
olvidado en su casa cuando tuve que salir de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

emergencia. No me podría perdonar haber cometido


ese fallido- tantas veces se descubrió traicionada por
una parte de sí misma. Había algo en las situaciones
de expulsión que la ponían irracional.
-Upalalá, ¿tuviste trifulca? Mirá que te gusta armar lío
para tener después esas reconciliaciones al mejor estilo
porno-star... ¿Por ahí andás con ganas de que él tenga
tus llaves?
Eduardo ponía el agua para mate, dubitativo y
Cuerpito sentada en el borde de una silla de la cocina
hacía gestos de calor. Ambos coincidían en tener una
especie de contento de estar ahí, juntos, en medio de
un calor veraniego en pleno invierno, pero las caras
traían vaivenes de malestar de otra cosa, de otras
cosas.
-La boca se te haga a un lado. Anoche tuvimos
una cena, cosa inusual, y volvimos tarde a su casa.
A mí se me ocurrió la peregrina idea de bañarme,
pero parece que eso era una incomodidad, tampoco
prendía bien el calefón, así que me gritó “¿por qué
no te vas a bañar a tu casa?”.
La cara de Eduardo se transformó. Nunca imaginó
que la relación que tenía con Nacho incluyera ciertas
domesticidades poco frecuentes de Cuerpito con sus
novios. Ella lo dijo al pasar, como para hablar quizás,
por fin plenamente, de lo que le pasaba con Nacho,
pero la mirada se le estranguló.
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Acaso querrían hablar

-¡Ah! ¿Así que te bañás en la casa del fulano?


-Sí, ¿qué abuso, no?- lo miró extrañada, había
esperado de él un comentario ácido, algo que la
obligara a reírse de sí misma. Le generó cierta saña -.
¿Vos no te bañás en lo de tus vampiresas?
-Sep, pero es distinto. (Mira qué viva, ahora quiere
homologar cuestiones.)
-Claro, ellas viven en palacios parecidos a hoteles,
llenos de saunas y masajistas orientales...
-¿Estás loca, qué te tomaste? (uy, subí el tonito y no
era la idea.) ¿Querés un mate, le puse cáscara de
limón?
-Me pregunto qué te pasa que estás a los gritos, como
Nacho, como Pato, como el Patriarca. Por ahí se
relaciona con ese color amarillo que tenés.
-¿Acaso yo estoy gritando? ¿Por qué “peregrina
idea” lo del baño?
-Parece que para Nacho el baño es una ceremonia
sagrada, y para mí era bañarme nomás. Encima vos
me preguntás si me baño ahí como si te hubiera dicho
que robé el Banco Provincia.
-¿No pensaste en los pelos?
-Yo no soy un oso. Solamente tengo pelos en la cabeza,
aunque otros...
-¿No será entonces que no corrés la cortina del baño
para bañarte y le empapás todo?
-No lo defiendas. Odio que hagas causa común con
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

ese boludo.
Fueron para el cuchitril. El reino de ellos. O quizás
no. Eduardo con el termo en mano y el mate, ella con
su mochila.
(Ya tuvo que poner la mochila arriba de mi sillón,
¡pero la gran siete!...esta chica no aprende nunca.)
-¿Podrías poner tu mochila en otro lado, querida?
-Si querés me voy a bañar a mi casa- no podía salir de
esa molestia interna que no la había dejado dormir.
-Si querés bañate, lo único que no dejes la bombacha
colgada en la canilla. Y no dejes la toalla hecha un
bollo, y pasále el secador al piso...
-Ya me quedé agotada de cumplir con tantas normas,
mejor dame un mate... ¿Dónde está tu reliquia
aristocrática?
-Ahí al lado tuyo, donde lo dejaste. Si es una víbora
te pica...
Cuerpito vio en el centro de la mesita, ocupando
la primera planta, el tomo encuadernado en cuero,
con letras doradas igual que el canto de las páginas,
de La princesa de Cléves. Lo abrió como si entrara
en una parte de la historia de Eduardo, con algo de
pudor. Se sentó en el “otro sillón”, al que iluminaba
la lámpara de pie y empezó a leer:
“Entonces apareció una belleza en la Corte que
atrajo las miradas de todo el mundo, y hay que
suponer que sería una belleza perfecta, puesto
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Acaso querrían hablar

que causó admiración en un sitio en que se estaba


muy acostumbrado a ver hermosas mujeres. Era
de la misma casa que el «vidame» de Chartres, y
una de las más grandes herederas de Francia. Su
padre había muerto joven y la había dejado bajo la
guarda de la señora condesa de Chartres, su mujer,
cuya fortuna, virtud y mérito eran extraordinarios.
Después de haber perdido a su marido había pasado
varios años sin ir a la Corte. Durante su ausencia se
había dedicado a la educación de su hija; pero no se
ocupó sólo en cultivar su espíritu y su belleza, sino
que también se preocupó de inculcarle el amor a la
virtud. La mayor parte de las madres se imaginan
que basta no hablar jamás de amores delante de
las jóvenes para apartarlas de ellos; la señora de
Chartres tenía una opinión opuesta: le hacía a
menudo a su hija pinturas del amor, le mostraba
lo que tiene de agradable, para persuadirla más
fácilmente sobre lo que le enseñaba que encierra
de peligroso; le decía la poca sinceridad de los
hombres, sus engaños y su infidelidad, las desgracias
domésticas a que conducen los enredos, y le hacía
ver, por otra parte, qué felicidad acompaña la vida
de una mujer honesta, y cuánto brillo y elevación
da la virtud a una persona hermosa y bien nacida;
pero también le hacía ver cuán difícil es conservar
esta virtud mediante una extrema desconfianza de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

sí misma y gracias al empeño de no desprenderse de


lo único que puede hacer la felicidad de una mujer,
que es amar a su marido y ser amada por él.”
Eduardo resopló. Se sentó frente a la computadora.
Ella se detuvo a mirarlo. Algunos segundos o minutos
se suspendieron como gotas en los azulejos de un
baño cualquiera.
De pronto dijo:
-Es un bodrio. ¿De qué virtud habla?
-Yo creo que su única virtud era la de ser la más
grande heredera, si tenés plata sos bella y todos
quieren casarse con vos. La economía del amor.
- Kalokaghatia, decís. ¿Los billetes son buenos ergo
quien los posee es bello?
-Nunca lo dijiste con más exactitud. La belleza es de
la clase alta. ¿Si no por qué todos se enamoran de la
princesa?
-Justamente como con los príncipes, tienen guita y
poder. Aunque los ricos también lloran, quizás por
otras cosas. Mamitaquerida lloraba porque nunca
tenía qué ponerse, encima de una pila de ropa del
tamaño de ese sillón. Y decía que así nunca iba a
poder rehacer su vida. En realidad no le faltaba
razón en el sentido que estamos hablando, será loca
pero no come vidrio.
-¿A qué se referiría con “rehacer su vida”? ¿Será
a “nacer de nuevo”? Porque a un príncipe nunca
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Acaso querrían hablar

enganchó, más alto apuntó Dora. “Lo único que


puede hacer la felicidad de la mujer es amar a su
marido y ser amada por él”. Claro que el dichoso
maridito tiene que estar forrado en billetes.
-No te creas, a Mamitaquerida le vino bien mi viejo.
Laburaba como Rodo, el marido de Dora, pero tenía
contactos, y Mamitaquerida, que no asumía o no se
conformaba que en términos económicos su familia
hacía tiempo era rasca, enganchó a Papitoquerido.
Al mejor estilo de la nobleza francesa ella puso el
abolengo y el viejo la plata.
-¿Y este libro quién lo compró?
-La biblioteca era de mis abuelos, los padres de
Mamitaquerida. Eran unos viejos re-interesantes,
tanto que les salió el engendro de mi vieja. Ellos
estaban enamorados desde que se conocieron hasta
que murieron. Y la guita les importaba en tanto y en
cuanto les facilitara lo que les gustaba. Nunca pudieron
seguir adelante con los negocios y propiedades que
heredaron. Y por supuesto siempre hay un contador
en estas historias que los terminó de cagar. Nunca
se quejaron de haber pasado de la fabulosa casa
que tenían para vivir a un departamentito. Les
embargaron casi todo. Pero rescataron la biblioteca.
Por eso Mamitaquerida odia esta biblioteca, hubiera
preferido que se quedaran con el juego de platos de
Limogès.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-Serían muy interesantes pero leían sobre la


aristocracia francesa. Algo de ese afán tan típico
argentino se ve que le quedó a Mamitaquerida. En
cambio en mi casa había solamente dos libros: una
Biblia y el Estatuto del peón de campo de Perón.
Creo que a mi mamá nunca la vi leer, ni siquiera un
diario. El Patriarca tampoco leía casi nada, a veces
repasaba las cédulas del juicio- y volvieron a su
memoria las imágenes, que siempre estaban en alguna
parte, a mano para volver ante el menor estímulo. Su
padre con la ginebra y las actas del banco, rabioso e
intratable, viendo cómo se le iban de las manos unos
terrenos pobres y pequeños pero propios.
-No miraste bien en la biblioteca, hay de todo.
Incluso El Corán y una edición de La Divina Comedia
ilustrada espectacular. En algo no te equivocás: que
sin duda pudieron hacer eso porque sus necesidades
básicas siempre estuvieron cubiertas y mis abuelos
tenían cierto aire de desdén con respecto a la
tilinguería platense. Eran educados, transgresores y
enamorados porque podían.
-¿Vos decís que podían porque tenían billetes?
-Obviamente. Fijáte que en ninguna telenovela te
van a mostrar que en medio del desgarramiento
amoroso de la pareja, les aparezca una cuenta de gas
impagable.
-Volvemos a La Fayette. El amor como invento
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Acaso querrían hablar

cortesano, la belleza de los aristócratas. La otra noche


estuve viendo “Conoces a Joe Black”, igual que en la
más latinoamericana de las telenovelas, la muerte se
enamora de la chica rica, algo así como una princesa,
hija de un magnate de la comunicación. Antes de
morir, en una fiesta ostentosa, el magnate le señala
los fuegos artificiales y le dice a la muerte: “esto es
la vida”.
-¡Tomá mate! Me recuerda a Shakespeare:
SEYTON
The queen, my lord, is dead.
MACBETH
She should have died hereafter;
There would have been a time for such a word.
To-morrow, and to-morrow, and to-morrow,
Creeps in this petty pace from day to day
To the last syllable of recorded time,
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death.
Out, out, brief candle!
Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage
And then is heard no more: it is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.

-Apenas sé leer en castellano. En mi familia el único


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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

título catedrático al que se puede aspirar es al de


maestra no bilingüe. Y ya ves que soy obediente.
(Uy a ésta le pegó el resentimiento.) -Bueno Jacinta
Pichimahuida, te lo paso a cristiano:
SEYTON.-
Señor, la reina ha muerto.
MACBETH.-
¡Debiera haber muerto más tarde!
¡Entonces habría yo tenido tiempo para entender
una palabra así!... El mañana y el mañana y el
mañana avanzan a pequeños pasos, de día en día,
hasta la última sílaba del tiempo recordable; y
todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el
camino hacia el polvo de la muerte... ¡Extínguete,
extínguete, fugaz antorcha!... ¡La vida no es más
que una sombra que pasa, un pobre actor que se
pavonea y agita una hora sobre la escena, y después
no se acuerda más...; un cuento contado por un
idiota, lleno de sonidos y de furia , que no significa
nada...
-Te fuiste para el lado de los tomates, para variar.
Así vamos a llegar a El sonido y la furia y al sur
norteamericano. Yo me refería a que la vida ejemplar,
en la literatura, en el cine y en la TV, solamente puede
ser la de los magnates: ellos viven, ellos aman y son
educados, transgresores y enamorados, como, más
modestamente, tus abuelos. Los happy few.
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Acaso querrían hablar

-¿Happy few? Ahora resulta que te va el inglés,


Jacinta...
-Mi tía Haydé siempre me decía: “no importa dónde
sino con quién”. A lo que habría que agregar “y con
cuánto”.
-Y dale con lo obvio ¿“billetera mata galán”, me vas
a decir que no conocés el dicho?
(No puedo más. Se me está por apagar el monitor.
Quiero dormir ya. Pero no quiero quedarme solo.)
Eduardo de buenas a primeras le pidió a Cuerpito
que lo dejara dormir una siesta.
-No te vayas, una horita nada más...

Una hora nada más. Ella lo vio irse al dormitorio,


caminando de espaldas parecía que se escapaba de
algo. Debía necesitar desintegrarse por una hora nada
más, pensó ella que buscó el control remoto y prendió
el televisor. Un programa de filosofía que divulgaba
el pensamiento sartreano: todos somos bastardos,
decía el presentador que había dicho Sartre. Y
también que eso significaba que no teníamos una
línea heredada de abolengo y eso nos hacía libres de
elegirnos. El problema es que esa libertad nos haría
enteramente responsables de lo que somos. No hay
excusas. Y se quedó dormida en el sillón.
-¿Para qué mierda me habré ido a dormir?- y las
erres de “mierda” sonaban como un escopetazo.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Cuerpito se despertó sobresaltada. Se le acumularon


en los oídos gritos de hombres rabiosos.
Eduardo no alcanzó a reparar en el desconcierto y la
cara de sueño de Cuerpito, y empezó a hablar a los
borbotones. Chorros iracundos brotaban de su boca
malhumorada.
-Justo vengo a tener una pesadilla con la idiota de
Nora.
-Ya me confundo a tus vampiresas. ¿Cuál era Nora?-
se puso un par de almohadones abajo de la cabeza
y lo miró con modorra, ya se había repuesto del
sobresalto.
-Ninguna vampiresa, éste fue uno de los pocos
intentos de relación formal que tuve en mi vida. ¿No
te acordás, ésa con la que estuve como dos años?
Cuerpito negó con la cabeza y apagó el televisor en
donde gritaban un gol que la distraía.
-Te viene fallando el marote. Ésa que te conté que me
hizo la vida imposible haciéndose la buenita.
-El viejo truco... Contáme la pesadilla.
-Estaba en un gran hangar abandonado. La luz de la
luna, porque era de noche, era muy fuerte y entraba
por las ventanas rotas. Estaba lleno de columnas y
de tachos, de cosas que no distinguía bien, y tenía la
sensación de que me venían persiguiendo. Yo sabía
que eran vampiros. De pronto empezó a aparecer
un montón de gente que no tenía colmillos ni ningún
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Acaso querrían hablar

rasgo de vampiros de esos que aparecen en las


películas. Iban apareciendo de a poco, desde atrás de
las columnas, con caras amigables e invitándome de
alguna manera a una especie de reunión o de fiesta,
no me acuerdo. Había muchas caras conocidas y
otro montón que no conocía. Sentía un miedo que
me inmovilizaba. Me daba cuenta que se hacían los
boludos y me querían comer. La última en aparecer
de entre las sombras era la dichosa Nora. Caminaba
serena y segura de sí misma, con una especie de
mirada enamorada. Yo desconfiaba pero a la vez no
podía resistirme a abrazarla. Por alguna extraña
razón caí de rodillas, creo que me tropecé. Ella me
abrazó amorosamente para ayudarme a ponerme de
pie y me chantó un flor de tarascón con unos dientes
que de pronto eran afiladísimos. Me arrancó un
pedazo de cara. Me dolía mucho pero era más fuerte
la sorpresa y el miedo. Los ojos de Nora destellaban
maldad y con un gesto triunfal invitaba a sus amigos
a morfarme. Les indicaba los lugares para comerme
y mantenerme a la vez vivo. Me habían arrancado
la ropa en un santiamén y tranquilamente todos se
llevaban un bocado de mí. La hija de puta de Nora
regenteaba la porción que podía comer cada uno,
señalaba lugares lejos de la cara, como reservándose
los mejores bocados para ella. Se sentaron los demás
alrededor masticando despacio mi carne viva.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Algunos chupeteaban del piso los charcos de sangre.


Finalmente Nora se aproximó y me comió los ojos.
-Parece que irrumpió la reina de las vampiresas-
buscaba una manta para abrigarse porque
evidentemente había llovido mientras dormía y con
la tormenta había vuelto el frío-. Ella “regenteaba”
a los vampiros, como las madamas de un prostíbulo,
y a vos te sacaban la ropa. Parece un sueño de
erotismo negro. Encima se plasmó la metáfora de
“las vampiresas”.
-No, no, no, era aterrador. El pasmoso silencio
que reinaba, elemento realmente soberano de lo
escalofriante, pura acción macabra, articulada sólo
por el chasquido brutal de los mordiscones y el
ruido de la masticación. Imaginate escuchar que te
están masticando la carne con cara de póker, como
lo más normal del mundo, y sentir que mis gritos
eran algo totalmente desubicado. Nora tenía en su
mirada un gesto de reproche al escándalo que estaba
haciendo, como si fuera de mal gusto gritar porque te
están comiendo. Todo era mesurado, calculado, por
eso los alaridos eran como una anomalía. De hecho
lograban, con esa parsimonia que tenían, hacerme
sentir vergüenza de gritar por tan poca cosa. Había
un vampiro a mi derecha que tenía el gesto de esas
fotos de enfermeras de los hospitales que piden
silencio. Creí escuchar, como en un susurro, que no
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Acaso querrían hablar

sea ridículo, que no era para tanto.


-Esta Nora sí que es poderosa: organiza un festín
a costa tuya y te hace sentir ridículo por quejarte
de los tarascones. Nunca hablamos de ella- no sabía
bien por qué, este personaje le estaba desagradando,
no por su gusto por la carne humana, tal vez más por
ocupar ese lugar de lo aceptado en la sociedad. Nora
parecía la reina de la legitimidad.
-Igual que Nacho, ¿no? Te hace pasar a vos por loca
o desubicada.
-Siempre se las arregla para quedar en el lugar del
hombre mesurado, hasta cuando me grita- lo veía
a contraluz, todavía conmovido por su sueño. No
había aparecido en él la beligerancia habitual. Este
Eduardo recién vuelto de los sueños la conmocionaba.
Una cercanía momentánea. Este chico contrariado
por las amenazas la devolvía a otros anteriores. Le
daban ganas de acurrucarlo, pero. El peso de tanta
historia.
El agarró un libro nuevo y con aire burlón leyó:
“Frotémonos mutuamente los pellejos. Ah la
esclavitud de los cuerpos. El tormento de vivir y no
ser Dios. Tener una conciencia y no tener ningún
poder sobre la materia.”
Era de Heiner Müller.

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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Resumen del Segundo Impedimento:


Las anomalías atraviesan a Cuerpito y Eduardo:
es agosto y hacen 34º, ella supone que las llaves de
su casa están en la casa de él, habla de bañarse en
casa ajena como algo habitual y él hace un mate con
cáscara de limón.
A cuenta del baño se estima el robo a un Banco.
Eduardo hace referencia a las bombachas colgadas
en las canillas de las duchas y Cuerpito lo reprende
por su filiación con Nacho.
Recuperan la lectura de La princesa de Cléves con
relativo éxito ya que no es virtud de
los encuentros la continuidad lineal. Inusitadamente
encuentran en el texto la fórmula de la felicidad
femenina.
Entran la lengua inglesa en juego y Jacinta
Pichimahuida.
Una pesadilla neorromántica hace que Eduardo
vocifere y descubra otras variables de legitimidad
social. Este hecho, señalado por Cuerpito, se
encadena con los gritos de gol en un programa de TV
y con otros gritos.
Queda en suspenso la posibilidad de que Eduardo no
duerma solo esa noche.

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Acaso querrían hablar

-¿Te sirvo una leche? Milagro, hay y no está


podrida.
-Sí, pero con azúcar.
Cuerpito todavía semi dormida se sentó en la mesa de
la cocina, con un poco de chuchos de frío. La mañana
estaba gris y helada. El clima había cambiado de
manera rotunda. Eduardo en chancletas y con
su vieja bata de toalla azul desteñido, estornudó
ruidosamente.
-Ni me hables de mordidas y de que te coman, anoche
no me podía dormir. Tenía miedo de soñar otra vez la
pesadilla con Nora.
-Tantos vampiros y vampiresas y tu gato que me
lame la mano para despertarme. Me imaginé algo
monstruoso- se iba atando el pelo que le molestaba
en la cara y usaba una manta a modo de poncho; el
día anterior, ese falso verano efecto invernadero, la
había invitado a salir con poco abrigo.
Eduardo preparaba el mate, mientras ella tomaba
la leche, untaba tostadas con manteca y lo miraba:
el gato lo seguía refregándose entre las piernas en
busca de un mimo y de comida. Ella pensó en su
departamento, en el balcón, en el pequeño mundo
personal que a veces era un refugio y a veces una
cárcel, y que este último tiempo se estaba volviendo
una complicación, cada día se rompía algo, se perdían
las llaves, se rompieron dos cerraduras, la cocina se
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

TERCER IMPEDIMENTO

-¿Viste que desaparecieron todos los gatos de mi


casa? Quedó uno solo que es más lo que vive en el
techo que acá. Me abandonaron.
(Es el colmo. Me levanté re temprano y hablo solo
como si Cuerpito estuviera conmigo.
¿Estará durmiendo acá y no me di por enterado?
En mi cama seguro que no, pero por ahí está en el
cuchitril.)
En el sillón grande del cuchitril, un amontonamiento
de mantas y almohadones. Arriba, el único gato fiel
desperezándose. Era viernes y no había clases en las
escuelas de La Plata: paro de auxiliares. Una mano
de ella asomaba como desenterrándose. El gato no
tuvo mejor idea que lamerla. Cuerpito se asustó.
-Pero qué mierda...
Escuchó ruido en la cocina y miró saliendo de entre
las mantas que parecían mortajas: era la casa de
Eduardo.
-¿Estás hablando solo? ¿Qué hora es?
-¡Pero la gran puta, qué cagazo me hiciste pegar!
Parecés salida del sepulcro y yo estaba pensando si
estabas en casa o no. ¿El gato estaba durmiendo con
vos?
-Creo que quería comerme.
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Acaso querrían hablar

quedó sin agua caliente, empezó a perder agua un


caño del baño que inundó el departamento de abajo,
parecía embrujado. Se sintió cómoda en la casa de
Eduardo, y eso la alarmó.
-Anoche me quedé mirando una película: dieron por
centésima vez Ghost. Así que si escuchabas ruidos de
fantasmas, venían de ahí.
-Lo tuyo es evidentemente lo más granado de la
intelligenzia argenta. A mí me dio por acordarme de
La dama de las camelias. Creo que por ahí tengo
el libro, después lo busco. Se me armó la imagen de
todos llorando por esta tilinga muriendo de tisis y de
su renuncia por amor y nadie parecía sufrir por los
menores explotados en las fábricas.
-Esto del amor de ultratumba es al mejor estilo
romántico. Fijáte que él se convierte en su ángel
guardián. El buen amor y el mal amor. Y la chica
linda, claro. Sin chica linda no hay película, aunque
impongan nuevos modelos de belleza, como ésta con
pelito corto que parece un pibe. ¿Cómo se llama la
actriz?
-Creo que la más famosa versión de película la hizo
Greta Garbo. La verdad que no me gusta mucho y
en otra estaba Isabelle Huppert que como siempre
es una actriz re inquietante. En una escena baja
desnuda y virgen para ser subastada en el prostíbulo
frente a un montón de viejos llenos de guita, “de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

bastón, galera y guantes”.(Me agarró nostalgia de


María Helena Walsh.) ¿Qué me preguntaste?
-Me olvidé- se quedó pensando y sin entender por
qué se le había cruzado tan nítida la imagen de su
tía Haydé saliendo del baño, perfumada, con su
cara radiante después de un día entero de trabajo.
Claro que después entendió esas caras luminosas
que le aparecían de tarde en tarde-. Mi tía amaba las
películas de Greta Garbo, pero yo estaba hablando
de otra cosa...
-Pero mirá qué abollados que estamos... (¿Por qué
salí hablando de Greta Garbo?)
Se quedaron un momento en silencio, con la mirada
en cualquier parte, Cuerpito dando sorbos a su leche
y Eduardo haciendo fuertes ruidos de chupadas de
mate.
La mañana iba pareciendo noche, el cielo se oscurecía
con anuncios de más tormenta.
-Demi Moore, así se llama la actriz de tu dichosa
película, re interesante que “pelito corto”, con un
amor masacrado, se conecta espiritualmente con
Whoopie Goldberg, la médium negra, y terminan
besándose entre ellas, qué ironía, pareciera que el
único amor posible es entre gente del mismo sexo.
-Sí que estás abollado: escuchate lo que decís.
“Tarumba habrás quedado” con el sueño de la reina
de las vampiresas para no entender ese beso con “el
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Acaso querrían hablar

amado” que viene del más allá. Es tan novelesco,


aunque ella tenga cara de pibe y el beso real se lo dé
con la negra.
-Ajá, mirá vos... Cualquier excusa viene bien para
justificar algo que ni siquiera habría que justificar. Si
se quieren dar placer que lo hagan sin tanto espíritu
masculino dando vueltas. Que la “pelito corto” anda
caliente no caben dudas, meta levantar falos en
arcilla, que por su consistencia paposa se parece más
a la pochola que a una tararira.
-Me hacés acordar al Pato. Siempre se entusiasma
con esos almanaques horribles en los que dos rubias
se toquetean con cara de foto y cuerpo aceitado. No
entiendo esa fantasía masculina: ¿se imaginan que las
dos mujeres se van a tirar encima de ellos pensando
ambas en el placer del macho?
-Obviamente te hace acordar a Pato y tu apelar a
él es como al pathos de la retórica aristotélica:
persuadirme de que esa foto me provoque rechazo,
igual que te preoduce rechazo tu hermanito. Olvídalo
darling: son muuy lindas esas diosas aceitadas
mimándose entre ellas...es como si las viera. Aunque
el almanaque sea algo que detesto. (¡Chupáte esa
mandarina!)
-No sabía que tenías gustos de camionero- y pensó,
justo cuando la estridencia de un trueno hizo
retumbar los vidrios, en esta extraña combinación
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de los caprichos de Eduardo que amaba los vinos


caros y a las vampiresas vestidas de leopardo.
-Ajá ¿y por casa cómo andamos? Que yo sepa ni
Nacho ni el flaco eran precisamente
Borges...
-Pero tampoco se dedicaron a regalarme haditas,
vestidos con pantalón de cuero- se estaba metiendo
en un terreno pantanoso, porque tanto el flaco como
Nacho eran indefendibles y ella lo sabía. Pero era
inaceptable que entre dos mates él le endilgara el
tema de Pato con tanta tranquilidad.
-Es cierto, cuando tenés razón, tenés razón. No te
regalaron ni haditas, te regalaron unos buenos
buzones.
-Repito: “tarumba habrás quedado” con tantas
vampiresas comiéndote el cerebro- miraron un
momento al patio porque se había largado un
chaparrón denso-.Parece que va a venir Drácula en
su barco maldito.
-¡Qué fantasía la de la no-muerte! Rodeado de
bellezas terribles e insaciables...El amor eterno y las
esclavas del amor.
-Más que amor eterno será la eterna repetición del
mismo instante: el de someter al otro.
-¿So/ meter? ¿Te referís a hacerlo “a la criolla”?
-Más que “meter” se trata de sacarle al otro algo.
-Qué pedazo de...cómica que sos. ¿Por qué te
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Acaso querrían hablar

perseguís así?
-¿Que yo me persigo? Te estás haciendo el vivillo- lo
miró con resentimiento. Como en sus momentos más
cínicos, él desviaba cualquier intento de diálogo hacia
la molestia y la contienda de ocasión. Algo revivía
partes de su historia personal, algo profundamente
ligado a su hermano y al clan de Bavio. No quería
entrar en el juego, pero le resultaba imposible
refrenarse-. Creo que tu última vampiresa te dejó
maltrecho y resulta que ahora la cómica soy yo.
(Yo sabía que me la iba a pegar...Soy un jetón y ahora
¿de qué me disfrazo?)-Te equivocás chiquita, la perdí
en el corso.
(Soy un palimpsesto.) -Disculpame un ratito es hora
de irme a cacarear.
Eduardo salió raudamente de la cocina, el baño se
comunicaba directamente con el cuchitril. Entrevió
de pasada, en la mochila abierta de Cuerpito una
libretita. No pudo refrenar el impulso de agarrarla y
leerla. Sabía que era una especie de agenda.
“La curiosidad mata al gato”, cerró la puerta con
llave con un fuerte portazo, se sentó a hacer lo suyo
y a hurgar en lo que no estaba permitido, y gritó:
-¡Poné música!
La estridencia de la puerta se unió a los truenos. El
griterío y los portazos de los hombres del clan de
Bavio. Miraba cómo el patio se iba inundando y los
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

ruidos colmaban el ambiente. La imagen entró en


foco: era el velorio de la tía Haydé. Ella estaba mojada
porque llovía sin parar y en el breve intervalo que iba
del taxi hasta la funeraria se empapó. Un hombre de
pelo blanco y saco negro miraba a su tía muerta en el
cajón. Se acordó de su cara de desolación. Cuerpito
se le acercó y lo interrogó con la mirada. “¿Nunca te
habló de mí?” le preguntó. No, nunca le había hablado.
Cómo saber que había sido su amante por más de
treinta años. Un ingeniero naval prestigioso. Él vivía
embarcado gran parte del año y tenía una esposa
a la que no podía descuidar. Ahí había encontrado
Haydé la distancia apropiada para poder vincularse
con un hombre, lejos del despotismo de los varones
de su familia. Era evidente que había necesitado una
barrera para no convertirse en esposa.
-¡Papel! Y te pedí que pusieras música.
Ahora Eduardo estaba convertido en un posible
Pato. La mandoneaba a los gritos como un marido de
campo. En ella era algo automático obedecer callada
como su mamá, la callada e insondable Rosa, pero
otra parte de ella se renegaba.
-Ya va- buscaba el papel higiénico en el desorden
del mueble de la cocina mientras le volvía el rostro
sonriente de Haydé, feliz de tarde en tarde.
Eduardo recorrió con ansiedad la famosa libreta y
se detuvo en una carta: “Soberana y alta señora:
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Acaso querrían hablar

El ferido de punta de ausencia y el llagado de las


telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso,
te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura
me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus
desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo
sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta
cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera.
Mi buen escudero Sancho te dará entera relación,
¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo
que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme,
tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que
con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad
y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte. El Caballero de
la Triste Figura.”.
(¿Por qué habrá copiado esta carta?)
“Amada enemiga mía” lo apaleó. Dejó la libreta con
el toc-toc sutil de ella. Firme y sutil como siempre.
Sintió vergüenza. Sentado en el inodoro se puso a
lavar los dientes. La espuma en la boca no era sólo
real por el dentífrico sino por una especie de rabia
sumisa. Seguía mirando de reojo el manuscrito, ahora
apoyado en el lavatorio, mientras se lavaba diente
por diente, ensanchando el instante. No quería salir.
Tenía el culo sucio.
(¿Por qué nunca me leyó esto? Me da bronca y ternura.
Su letra manuscrita sobre papel ordinario porta la
majestad de uno de los textos más maravillosos que
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

leí, pero en soledad.)


Cuerpito volvió a golpear la puerta para alcanzarle
el papel. Él sobresaltado asomó una mano y ella
entrevió que tenía los pantalones bajos. Parecía
sacado de una carrera de embolsados. Se sumó a
la mano extendida, un cierto vaho que enardeció lo
escatológico y familiar de la situación.
-¿Qué querés escuchar?
-Ahora, nada. Era un pedido cautelar. (No me gusta
nada dar tantas explicaciones ante lo obvio, qué
pretende que explique, no quiero que me escuche
cuando estoy cagando.)
Eduardo esperó a que Cuerpito se fuera de delante
de la puerta. Se asomó con cuidado con la libretita
en el bolsillo de atrás. (Ya veo que se instaló en el
cuchitril y no puedo volver a ponerla en su mochila,
ahí sí va a arder Troya.)
Cuerpito había vuelto a la cocina, entonces él
aprovechó y la tiró adentro de uno de los bolsillos
de la mochila.
-Acá llega el Caballero de la Triste Figura. (A ver
Cuerpito si largás prenda.)
-No podés compararte con él, querido.
-Vos tampoco sos muy Dulcinea que digamos. (¡Si
serás fayuta!)
-Dulcinea es un invento del soñador Caballero. Si no
hay soñador, luego no hay Dulcinea.
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Acaso querrían hablar

-¿Andás con cola de paja? Ya te dije todas las minas


son una fantasía: no existen.
(Ya me encabroné.)
-Ahora te hiciste budista, con eso de que la realidad
es una fantasía y solamente existe el pensamiento. Yo
creo que esas pesadillas tuyas con vampiros te dejan
en serio con poca sangre que circule a tu cerebro-
lo veía de perfil contra el vidrio de la puerta, con
los hombros anchos como algunos otros conocidos.
Una cadena, la típica cadena de imágenes de
hombres incomunicados, que la llevaba a la misma
desconfianza que tuvo con los perros desde que el
suyo, Pacuso, el gran amor de su infancia, la mordió.
Nunca sabía cuándo un hombre la iba a morder.
-¿Y desde cuándo te preocupa que vaya la sangre al
cerebro de un varón? Me parece que a vos siempre
te interesó más que vaya a la otra cabeza, justamente
a la que no piensa.
-Pequeña confusión la tuya- estaba claro que él
quería morderla y venía buscando el ángulo más
favorable. Pero no iba a permitírselo-. Me parece
que estás hablándole a otra, ésa que te come los ojos
en las pesadillas.
Eduardo sentía como la ira iba nublando la situación.
La escuchaba a medias, como a través de cuatro
colchones superpuestos. Abruptamente le espetó en
la cara, con una voz poderosa y espesa:
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-¡Me podés decir por qué nunca quisiste leer El


Quijote conmigo! Y encima andás copiando a
escondidas mío la carta del Quijote a Dulcinea. (No
lo puedo creer, se lo dije, se lo dije, soy un animal.)
-¿Cómo?- trataba de pensar rápido. Esa identificación
suya con don Quijote que no tenía a nadie real a quien
escribirle su carta de amor. Carta que la conmovía
desde hacía tiempo y que ella había copiado en su
libreta. La libreta estaba en su mochila. ¿Estaba en
su mochila? Entonces él...
Cuerpito fue hasta el cuchitril a buscarla. Ahí
estaba: la mochila abierta y la libreta medio salida.
La evidencia del delito.
-¿Ahora me espiás?
-¡Pero por favor! Lo que te faltaba: incriminarme de
metiche... ¡Sos vos la que anda con misterios, decí,
decime de una buena vez por qué mierda te hacés la
rata cruel! (Tengo el corazón hecho un colador, ya no
tengo filtro y cada vez la embarro más.)
Eduardo estaba atrapado en su embrollo y ella lo
miraba fijo, muy fijo como queriéndole traspasar
la piel. Ella se sentó en silencio en el sillón del
cuchitril. Cautelosamente prendió un cigarrillo.
Parecía buscar en el humo alguna cosa particular,
una respuesta al atropello que la aturdida. Veía que
la espalda de él era como un signo de interrogación,
el silencio empezó a derramar una eternidad. Vio
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Acaso querrían hablar

cómo se sentaba en la computadora y mecánicamente


miraba sus mails. Sabía que no estaba leyendo nada
y ella seguía las volutas de humo como queriendo
hermanarse a ellas y desvanecerse. Pero continuó allí
sentada.
-Vos leíste la carta, y encima seguro que no la
entendiste- y ya aparecían las primeras lágrimas-. Él
no tiene a quien escribirle su carta de amor. Cuando
piensa en su amada no hay ninguna Dulcinea del
otro lado pensando en él. No hay nadie. ¿Vos podés
entender que no hay nadie?
-¿Y yo?
La voz de Eduardo era casi inaudible, era algo
gutural, con otro llanto atravesando de púas su
garganta. Y continuó, así bajito diciéndole:
-Perdoname, soy una bestia. Me voy a recostar
otro rato, se me parte la cabeza, disculpame,
disculpame...
Subió la escalera pesadamente, como si caminara
hacia el patíbulo. Se tiró boca abajo y dejó que la
almohada le oprimiera la cara, como para ensartar
más a fondo las púas que tenía en el garguero.
Ella prendió otro cigarrillo para que se le mezclara
su sabor con el otro, salado, de las lágrimas. ¿Qué
significaba esta reacción de Eduardo? Primero
gritando, exigiendo, leyendo su libreta sin permiso,
y ahora... Algo era un muro. En algún punto de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

sus historias había aparecido el muro. El de ella, la


separaba de los demás, como dejándola en una zona
vedada, en la que parecía que sus deseos no tenían
correlato en el deseo de nadie. Algunos pocos de los
fantasmas que transitaban afuera del muro eran
imágenes entrañables pero no entraban en contacto
real. Eduardo, el fantasma reiterado de su vida, se le
escapaba. Pero cuando creía que iba a desaparecer,
volvía a marcar esa zona de contacto. Un contacto
tan ilusorio, tan real.

Resumen del Tercer Impedimento


Mientras Eduardo piensa que está hablando solo,
Cuerpito escucha voces.
Hay gatos abandónicos y un gato que lame, también
un perro que muerde.
Las mordeduras son tema permanente de riesgo
junto a los fantasmas.
Lo fílmico es un tema de ciertas confusiones que
ponen en cuestión las preferencias sexuales de
los unos y los otros, ya sean amores espirituales o
espiritistas sexuales.
Lo escatológico toma la posta y deambula entre los
dos.
Hay un cierto goticismo romántico que transita la
cosa.
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Acaso querrían hablar

El hermano de Cuerpito, Pato, se transforma en


pathos entre gritos y salvajadas.
Se descubren los amores ilícitos de la tía Haydé y
otras curiosidades.
Eduardo va al baño y a hurtadillas lee lo que nunca
debió leer, y para su desconsuelo
toma conciencia de un nefasto problema: no hay
papel y necesita que Cuerpito lo asista: tarumbas
han quedado.
No hay acuerdo entre ambos acerca del sentido de
oportunidad para poner música, finalmente no se
escucha ninguna.
El espionaje entra en juego.
Un dato crucial atraviesa el episodio: él no es el
Caballero de la Triste figura y ella no es Dulcinea.
Las sospechas y las traiciones traen lágrimas por
partida doble pero sin ser compartidas.
Lo fantasmal no se retira.

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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

CUARTO IMPEDIMENTO

Eduardo se despertó por el olor. La almohada


no alcanzaba a frenar el olor. Confusamente iba
girando todo su cuerpo boca arriba y un mapa de
líneas extrañas señalaba heridas circunstanciales.
Se desperezó. La hora era imprecisa. La casa
parecía en silencio. Se detuvo a oler: el perfume de
comida con algo de ajo y carne en la olla iba poco
a poco recordándole los últimos momentos antes de
dormirse. Los chirridos del estómago marcaron como
un reloj imparcial que hacía mucho que no había
comido. Se sentó en la cama. Miró el reloj. Eran las
nueve y media de la noche y ahora recordó.
Aguzó el oído y escucho un ir y venir en la cocina.
Bajó lentamente arrastrado por ese olor tan poco
familiar: comida casera.
Cuerpito era como una sombra chinesca. Se deslizaba
de la olla a la pileta, buscaba cubiertos, ponía la mesa,
limpiaba cacharros, todo como un duende: pulcra,
exacta, armoniosa en cada cosa.
Se rascó la cabeza, parado en la puerta de la cocina
y le preguntó:
-¿Qué hora es?
-Volvió el gato con botas. Ya ves que es de noche.
Dormiste todo el día, como tu gato fiel- ella le
| 248 |
Acaso querrían hablar

hablaba sin mirarlo, atenta al estofado, manipulando


cubiertos y condimentos.
-¡Qué bien huele eso!
Tuvo el impulso de abrazarla por la espalda. Pero
no. Optó por agarrar un pedazo de pan y mojarlo
en la olla.
-¡Qué espectacular!
Se relamía como un gato. Era el sabor exacto, el
momento justo.
(Es tanto mejor que seas Saladea y no Dulcinea.)
-No paró de llover, un viernes de diluvio universal.
Pero no metas más pan en el estofado. Se va a
convertir en una pasta italiana.
Ella seguía organizando la comida y sirviendo el vino
tinto en las copas. Lo veía impaciente y hambriento,
volviendo de una frontera. Lo miraba de reojo,
tratando de captar qué cambios traía de ese territorio
extranjero. Porque la zona del sueño no es una que
se visite de tanto en tanto, sino algo más de un tercio
del breve tiempo que le es dado a los humanos. Un
tiempo que no se comparte con nadie.
-Soñé con una pluma. Parecía de un pájaro
estrafalario. La punta era blanca y pasaba de
colores a cada milímetro, como un pasaje de arco
iris pero con muchísimos más colores. La pluma
se mojaba en un pantano, tomada por una mano
invisible, y escribía arriba de otras escrituras
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

nuestros nombres. No me acuerdo bien qué cosas


había debajo de nuestros nombres. Sé que había
palabras en alfabetos extraños. Debajo de donde la
pluma escribía mi nombre alcancé a ver Parménides,
debajo de Parménides, Shelley y debajo de Shelley
Tupac Amaru, y más atrás Francisco, más al fondo
aún Pentesilea, y algo más tenue debajo de ella
Medea. Debajo del tuyo estaba Jacinta Pichimauida,
debajo de Jacinta Cleopatra, debajo de Cleopatra
Aristóteles, más abajo aún Onassis
y casi perdido o diluido Beatrice.
-La Beatrice de Dante. Seguro que estabas en el
Paraíso entonces. Aunque no sé que hacía ahí Onassis.
Qué sueño literario.
-Demasiado, te diría, para mi gusto. En el sueño
era lógica la secuencia. Ahora suena un disparate,
seguramente. ¿Lo de Onassis sería por los barcos?
¿O quizás por la idea de amasar fortuna desde abajo?
Por ahí era la onomatopeya ¡Oh, nazis!
Eduardo se rió de su propio chiste.
-¿Ahora te hiciste fanático del Tercer Reich? A mí
me llama la atención la pluma del arco iris. Es un
recurso novedoso para un sueño de escrituras sobre
escrituras, como un puente entre las épocas. El arco
de alianza nueva. ¿Cómo te acordás que la pluma
escribía con agua de pantano?- mientras empezaba
a servir la comida que humeaba prometedora-
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Acaso querrían hablar

Alcanzáme tu plato.
-Lo que es, es. El estofado, sin duda, es. ¡Venga un
platazo de esa ricura!
-Pero lo uno se convierte en dos y de ahí tenemos este
lío en que cualquier seguridad se nos desdibuja. Por
ejemplo el estofado por un lado es alimento, así que
por otro debe ser terrible para el colesterol.
-¡Bingo! Te aclaro que no me vas a engatusar para
que coma menos. (Esto si es el manjar preparado
por la diosa.) Mañana será otro día.
-Hablás con la boca llena y no te entiendo nada- y
ella también probó el banquete.
Con el efecto insistente de los truenos de fondo,
que no habían parado en todo el día, los dos se
predispusieron a saborear una comida casera que
aumentaba la sensación de refugio frente a las
inclemencias, aunque fuera un refugio débil y lo
que dominara fuera la noche y la tormenta. Como
una confirmación de la fragilidad de la existencia
humana.
Un sonoro estruendo irrumpió en la cocina. Un
soberano eructo de Eduardo erizó a Cuerpito. Lo
miró con cara de pocos amigos. El entrecejo de
ella se hizo línea. Él intentó remontar la situación
diciendo:
-Ya ves que lo uno no se trasformó en dos sino en
tres: del estofado surgen la panza llena, el corazón
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

contento y un lindo eructo. (Ahora me fumo un


cigarrillito y me chupo el vino que queda...y de ahí
vaya a saber qué pasará.)
-¿Te molesta que fume mientras terminás de comer?
Cuerpito iba por menos de la mitad del plato.
Disfrutaba cada bocado como si fuera el último. El
gato se restregaba entre sus piernas esperando algún
trozo.
En ese momento los invadió un ruido antinatural.
Era el celular de Cuerpito. Tardó en darse cuenta de
qué se trataba. El mensaje de Nacho decía que estaba
viajando a Brandsen porque habían internado a su
mamá. Pronto le avisaría cómo estaban las cosas.
Cómo estaba ella. Bien, le contestó sin aclarar. Se
iba a quedar allá hasta que las cosas se aclararan.
Nos vemos. Raro que Nacho se tomara el trabajo
de comunicarse con ella en semejante urgencia. Tal
vez ahora necesitara unas palabras de aliento o de
comprensión, después de la última despedida con el
portazo. Imposible preguntarle por sus llaves.
(Qué pasará ahora. Seguro que le mandó un mensaje
ese boludo. Mejor caretear la situación.)
-¿Con qué número termina tu celular...?
-Con tres.
-¿Te conté que Roberto (otro amigo que perdí en el
corso) decía que cagaba números?
-Qué güevón tu amigo. Era Nacho que está viajando
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Acaso querrían hablar

a Brandsen porque internaron a la madre.


-...Y los números que cagaba los jugaba a la quiniela,
dos por tres acertaba. Estaba convencido de su
oráculo. ¿Oráculo vendrá de que el culo es el que te
marca la hora para cagar fuego?
-¿Por qué no te vas a cagar?
-¿Fuego?
-Me tiene harta el fuego de Parménides y de todos
sus seguidores, y de los Nachos que ahora quieren
una especie de consuelo después que me tiró el
baldazo de agua con el famoso “andá a bañarte a tu
casa”- qué cosa era la que no la dejaba permanecer
un rato en armonía, disfrutando de una comida que
había preparado cuidando todos los detalles para
el disfrute, como una forma de debilitar el muro de
las discordias. Esta seguidilla de hombre clánicos
que siempre estaban sobresaltados y pidiendo
algo, esperando algo de ella, como si fuera la que
estaba obligada a reparar no se sabía qué cosa,
permitiéndose cualquier arbitrariedad. Lugar donde
se alojaba también Eduardo, o donde injustamente
ella venía alojándolo, como una superposición de
imágenes equivalente a los nombres que él había
superpuesto en su sueño de la mano que reescribía
y tapaba un nombre con otro, en una metamorfosis
que conectaba a todos los seres.
(Es hora que le cuente algunas cosas. Hay fuegos que
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

hielan. Respirá Eduardo, es momento de acompañar


con lo que me había prometido no contar nunca.)
Eduardo la miró de soslayo. Veía el dolor de ella.
Pero era ella, no otras. Respiró fuerte, como solía
hacerlo, como un buey moribundo.
-Creo que es momento, si querés o podés, que te
cuente lo que me pasó con Nora.
-Servíme más vino, te escucho.
Eduardo respiró hondo. Temía que ella pensara que
era una demanda, este cuento, más que una ofrenda.
Le sirvió más rojo en la copa. Carraspeó y volvió a
respirar sonoramente como un buey moribundo.
-Cuando conocí a Nora sabía que algo no estaba del
todo bien. Pero la seducción que me producía era
irrefrenable. Durante casi tres meses la calentura nos
cegaba, o quizás me cegó solamente a mí, y te digo que
era algo furioso y extraño. Yo sabía que algo estaba
muy, pero muy mal, no sabía bien qué, pero algo fuera
de cualquier prejuicio me rondaba. Te mentí una
cosa: es verdad que en general nunca traje a las minas
a esta casa, pero yo casi conviví en la de ella. Ponía
cara de “te necesito” cada día que me quería venir a
mi casa y yo no podía negarme a su mirada. Pasaron
los meses y poco a poco era natural que estuviera en
su casa: primero me olvidaba cosas, luego me hice
un lugarcito para mis medias y desodorante en el
cajón de su placard, y no vi que de hecho estaba
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Acaso querrían hablar

viviendo con ella. Estaba ahí, casi instalado. Mis


amigos y cumpas del laburo me cargaban. ¡Uy me
parece que estás enconchado! Me gustaba la cargada,
de alguna manera. Alguna esperanza daba vueltas.
Un compañero mío, el Melli, pegó onda con Nora y
se iba a cenar de tanto en tanto, pero cada vez con
más frecuencia, a lo que se podría decir nuestra casa.
Una tarde cuando llegué, la encontré en la cocina re
contenta porque había logrado alquilar una película
que teníamos muchas ganas de ver hacía tiempo. Yo
la había visto en el cine: Pandillas de Nueva York. A
mí me encanta Scorcese y ella quería que la viéramos
juntos, pero de golpe, como apurada, me comentó
que había llamado el Melli que se venía a cenar y a
ver la peli con nosotros.
Comimos unos fideos con gusto a poco. Yo me sentía
más raro que la mierda. Se podía cortar el aire con
cuchillo. Escuchaba como a lo lejos el parloteo de
ellos dos y yo tenía sueño. Pusimos la peli y todo fue
oscuridad, en serio, no es metáfora. La película se me
hizo oscura y estábamos a oscuras los tres. Yo estaba
sentado entremedio. El clima sonaba a que querían
fiesta. Me hice el pavo. No me daba ni a gancho.
Sabés que no soy ningún inocente, ni me hago. Pero
la verdad es que me parecía que nadie miraba la
dichosa película. Sentía los suspiros de ella, él se
acomodaba todo el tiempo: había inquietud. Para
| 255 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

variar, me conocés bien, me hice el gentleman y les


dije que me iba a dormir. Ni se inmutaron. Nora me
dio un besito y me fui solo a la cama. Creo que me
adormecí. Pero al rato tuve muchas ganas de mear.
Por alguna razón no hice demasiado ruido, la verdad
es que estaba en patas, pero ese silencio no era más
que gemidos ahogados. En sombras, sin película
ni nada, ella estaba de rodillas y no precisamente
rezándole nada al Melli, más bien le estaba dando.
Sentí terror y me inmovilicé. No me vieron en esas
sombras. Yo me sentí fuera de foco. Había visto
demasiado. Y calladito me fui a la cama. Las ganas de
mear se me evaporaron. Pasó mucho rato...escuché
el clanc de la puerta al cerrarse y ella nunca vino a la
cama. Durmió en el sofá. A la mañana dudaba de mí
mismo. No sabía si había soñado o había sido así la
cosa. No. Simplemente fue así. Me vine para acá pero
volví a su casa. Esa noche descorché el mejor vino
que teníamos, la invité a sentarnos en los sillones y
ella estaba con una sonrisa firme y fría. Encaré el
tema de una, le pregunté si estaba enamorada del
Melli, me dijo sarcástica y haciéndose la moderna
que “para nada, si querés lo dejo mañana, es sólo
un entretenimiento”. Cuando le pregunté por
qué necesitaba hacer eso en mi presencia sólo me
dijo:”por venganza”. “¿Venganza de qué?” fue mi
estúpida pregunta. Y ella sólo me miraba triunfante.
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Acaso querrían hablar

Estaba frenético e inmóvil, de pronto me vi y la vi:


vi en su mirada que estaba en un estado terrible,
había saña en sus ojos. No, no pienses que lo mío
era herida narcisística. Algo estaba muy mal, sin
moralinas. Y en mí vi lo irreparable. Me fui al diablo.
Se burló de mi cara y de mi planteo, y huí. Pero antes
la abofeteé como un energúmeno. Me reputeó y me
echó de su casa. Justo ahí caí en la cuenta que estaba
enamorado y que también estaba definitivamente
decepcionado. Las mujeres no son bichos de fiar.
Entre Mamitaquerida, Dora y las vampiresas faltaba
la cereza del postre: Nora. A la mañana siguiente se
apareció un cana con una denuncia por maltrato
hecha en la comisaría de la mujer. No me sorprendió.
Fui a la citación y me amenazaron con penalizarme
si me acercaba a cien metros de su casa. No me
defendí, no tuve fuerzas. Tampoco tenía sentido,
era cierto que le di un bofetón. Sentí mucha culpa.
No por haber llegado a ese extremo sino por no
haberme dado cuenta antes. Y la ley es machista. Les
dejé las llaves del departamento de Nora en señal
de acatamiento. Pero ella no dejó de llamarme, de
mandarme mails, en definitiva, de acosarme con
promesas y amenazas durante mucho tiempo, te diría
hasta hace poco tiempo. Creo que estaba gozando
más de toda esa mierda que de lo vivido mientras
duró la relación. Me acuerdo siempre de una frase de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Esperando la carroza: “Así que yo soy la cornuda y


a vos te ofende más”. Nada más gráfico para el caso.
Pero por sobre todo, la idea de venganza me sepultó.
Esta beligerancia entre géneros es un atavismo. Y me
harta. Perdoname que te mentí, nada es por nada.
Hay fuegos que hielan. Con esto quiero decirte que
te comprendo, que comprendo demasiado bien lo
que te pasa con Nacho.
-No...- se daba cuenta que no había querido escuchar
esta confesión. Esta parte oculta de él, plagada de
mentiras, cachetazos, propuestas ocultas y oscuras,
le generaba una distancia que no se podía derrotar.
En un momento, lo que le resultaba más familiar
y conocido se abría en un abismo insondable. Lo
mismo que le había sucedido ya con sus vínculos más
cercanos: en un momento se interponía la barrera y
quedaba afuera, sola, con una lluvia que la calaba y
sin paraguas. Se sintió extranjera.
Ella se asomó primero al patio que goteaba
lentamente con una mano en el estómago. Pero
estaba incómoda, como si el lugar se hubiera vuelto
también irreconocible. Entonces tuvo la urgencia de
ir al cuchitril. Se acercó a la biblioteca con los viejos
ejemplares, herencia de los abuelos de Eduardo.
Acarició algunos libros, y finalmente sacó uno: la
Divina Comedia. Era algo así como una ruina de
algo que tuvo esplendor. Las tapas duras eran de un
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Acaso querrían hablar

rojo desteñido, con oro en los cantos de las hojas,


según el gusto de los abuelos. El libro se estaba
desarmando, muchas hojas estaban sueltas, como
si hubieran sobrevivido a una batalla. Lo hojeó con
determinación. Varios grabados ilustraban el texto,
en blanco y negro. Se sorprendió con las marcas en
lápiz. Alguien había subrayado versos y agregado
algunos signos en el margen. Lo llamó a Eduardo que
se había quedado en la cocina, para leerle.
-Escuchá lo que marcaron tus abuelos; esto es en el
Canto II:
¿Entonces qué? ¿Por qué te quedas
todavía?
                ¿Por qué en el corazón encierras tanta
bajeza?
123    ¿Por qué el ardor te falta y la grandeza?

¿Acaso no tienes tres mujeres benditas


que de ti curan en la corte del Cielo,
126  y mi palabra que tanto bien te promete?

  Como las florcillas bajo el nocturno hielo


doblegadas y oclusas, así que el Sol las ilumina,
129  se yerguen abiertas en sus tallos;
tal fui yo, desde mi ánimo abatido
y a tan buen ardor el corazón me enardeció
132  que comencé a decir como persona decidida:
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

¡Oh piadosa aquella que ha venido en mi socorro,


y tú que veloz gentil obedeciste
135 a las veraces palabras a ti dirigidas!
Me has colmado el corazón con tal deseo
al viaje, con tus palabras,
138 que retornado he a mi primer propósito.

Ve adelante que ambos somos de un sólo querer,


tú Conductor, tú Señor y tú Maestro:
141  Así le dije; y puesto luego él en marcha,
entré por el camino duro y salvaje.
-No...Algunas de esas marcas las hice yo.
Eduardo repitió el “no” de Cuerpito como intentando
recuperar la compostura. Pero el sonido develaba
tristeza, enojo, vulnerabilidad, ansias. Era espectral.
Se arrimó a ella como un fantasma. El costado de él
apenas rozaba el brazo de ella. Muy suavemente sin
mirarla le sacó el libro de entre sus manos. Dio un saltó
a las páginas, carraspeó y leyó muy pausadamente.
Como desde el fondo del último círculo:
Canto XXX
En escucharlos estaba yo muy atento
cuando el Maestro me dijo: ¡Sigue mirando
132 que poco falta para que de ti me ría!
Cuando lo oí hablarme a mí así con ira
 volvíme a él con tal vergüenza,
135   como aún hoy el recuerdo por mi memoria
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Acaso querrían hablar

gira.
Como quien su desgracia sueña,
y aún soñando desea que sea sueño,
138    y que lo que es, no fuera, ansía,
tal me hice yo, impedido de hablar,
que deseaba excusarme, y así me excusaba,
141   en el silencio, y no creía que lo hacía.
Mayor defecto menos vergüenza lava,
dijo el Maestro, que no es tu caso;
144   así pues toda tristeza aparta.
Y considera que estaré siempre a tu lado,
 si de nuevo ocurre que la fortuna te lleve
147      a donde haya gente tan alterada:
 que querer oír tales cosas, es querer bajo.

Resumen del Cuarto Impedimento


Eduardo es impregnado por los olores de Cuerpito:
ella cocina.
Hay transformaciones: de Cuerpito/ Dulcinea a
Cuerpito /Saladea.
Eduardo cuenta un sueño con plumas y variaciones
de palimpsestos mientras mete el pan en la salsa. Ella
lo invita gentilmente a dejarse de arruinar el tuco.
Entre ambos se interpone la comida, los separa y
los une: no se entienden bien que dice él a cuenta de
comer desaforadamente y hablar con la boca llena.
Ella mastica meticulosamente cuestiones del clan y
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de Nacho.
La tormenta es tanto adentro como afuera: densas
cuestiones del pasado reciente de Eduardo quiebran
a Cuerpito.
Los “no” de ambos puntean el perímetro de los
círculos del Infierno quedando desamparados frente
a una edición decimonónica de La Divina Comedia.

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Acaso querrían hablar

QUINTO IMPEDIMENTO

(Hoy se cumplen quince días que no la veo. Me duele


ahí, en ese lugar donde mi mano no alcanza a tocar.
¿La llamo o no la llamo? La extraño pero tengo miedo
de volver a mirarla. La llamo. No. Seguro que no está.
Sí, la llamo. No sé.)
Dos horas después Eduardo levantó el teléfono como
si fuera un yunque. Marcó despaciosamente cada
número de la casa de Cuerpito. Se interrumpió. Sonó
el timbre de la puerta.
Ahí estaba ella.
Llegaba con un paquete de facturas en la mano, había
conseguido sus preferidas con dulce de membrillo,
sin olvidarse de comprar las de crema pastelera y
las de dulce de leche. En sus idas y venidas del día,
buscando presupuestos para arreglar las cañerías,
había terminado dirigiéndose a la casa de Eduardo
casi sin pensarlo. Como si una parte de ella hubiera
decidido sin consultar al resto. Había pasado por
la feria del parque Saavedra y ahí, en un puesto de
libros usados, encontró uno que había perdido en el
80. Otro, pero el mismo. ¿O era el de ella? Ni siquiera
estaba segura. Es que no tenía seguridades respecto
a nada.
-Hola- se dieron un beso tímido en las mejillas-. Traje
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

facturas.
(Facturas, no me caben dudas que “trae facturas”.
¿Cómo voy a hacer para pagar estas facturas? Yo
también tengo facturas, pero ahora no. No.)
-Estás más flaca. Pasá.
Se encaminaron directamente para el cuchitril. Sin
decir una palabra.
Se sentaron en sus lugares habituales. El ritual se
retomaba formalmente. Pero ambos aún evitaban
mirarse con detenimiento. Cierto resplandor tenía
sede en los ojos de ambos. Nada muy preciso aún.
El cuchitril los recibía como siempre, con una luz
tenue y con la computadora prendida, que marcó su
presencia con una voz que los sobresaltó: la base de
datos antivirus ha sido actualizada.
Ella sacó un libro chico, de encuadernación barata,
usado, quizás malherido.
-Mirá lo que encontré.
Se puso a leer:
“Puede vérsela simultáneamente en el norte y en el
sur, y al mismo tiempo en los lugares santos y en
los mercados. Las mujeres se estremecen al verla
pasar, los hombres jóvenes, dilatando las ventanas
de la nariz, salen a la puerta para verla, y los niños
recién nacidos ya saben su nombre. Kali, la negra,
es horrible y bella. Tan delgada es su cintura que los
poetas que la cantan la comparan con la palmera.
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Acaso querrían hablar

Tiene los hombros redondos como el salir de la luna


de otoño; unos senos turgentes como capullos a
punto de abrirse; sus muslos ondean como la trompa
del elefante recién nacido, y sus pies danzarines son
como tiernos brotes. Su boca es cálida como la vida;
sus ojos profundos, como la muerte. “
- Lo encontré entre los usados del parque. No estoy
segura si no es el mismo que leíamos en el 79. ¿Te
acordás?
-No.
-No importa- tenía un apuro por seguir leyendo,
pero no podía recuperar la dimensión que entonces
tenía el texto para ellos. Seguramente le daban
una espesura diferente de la que cada uno pudiera
entrever ahora-.Me parece que entonces era un texto
de culto para nosotros. Me suena a lecturas conjuntas
de trasnochados. Pero no estoy segura. ¿Sigo?
-¿Qué texto es?
-Es “Kali decapitada”. Está en los Cuentos
Orientales. Me acuerdo que lo leíamos, pero no tengo
la imagen del lugar dónde lo hacíamos.
-Yo tampoco.
-“Kali es abyecta. Ha perdido su casta divina a fuerza
de entregarse a los parias y a los condenados, y su
rostro, al que besan los leprosos, se halla cubierto
de una costra de astros”.
El reloj daba las cinco. Afuera estaría el sol, pero
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

el cuchitril no tenía ventanas, el espacio se cerraba


sobre sí mismo, como una invitación a sumergirse
en lo subjetivo. No había música, no sonaba ningún
teléfono, ni siquiera maullaba el gato con sus reclamos
habituales. Se trataba de un recinto propicio para
excluir al mundo y sus trampas para los sentidos.
Entonces se hacía presente una dimensión no
cotidiana, algo resbaladiza.
(Tengo una sensación de familiaridad con lo que lee,
pero como algo desprovisto de espacio y de tiempo.)
-“Pero Kali, perfecta como una flor, ignoraba la
perfección y, pura como el día, no conocía su pureza”-
leyó de un tirón cómo los dioses celosos decapitan a
Kali con un rayo y tiran los dos fragmentos al fondo
del infierno. Pero los dioses se arrepienten de su
crimen, parece ser que también los dioses se pueden
espantar por sus acciones. Van al infierno a buscar
la cabeza y el cuerpo de la diosa. Creen encontrar
las partes, pero se equivocan. Parece que también los
dioses pueden equivocarse. Unen la cabeza divina
de Kali al cuerpo de una prostituta ajusticiada por
entorpecer las meditaciones de un Brahman. Parece
que interrumpir a un sacerdote se pagaba con la
vida, especialmente si el que interrumpía no era
un ciudadano de primera. Desde entonces la diosa,
arrastrada por el cuerpo, no pudo volver a sentarse
en el trono del cielo de Indra. Parece que el cuerpo
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Acaso querrían hablar

tiene más poder de decisión que la cabeza.


-¿Hago unos mates para que pasen mejor las
facturas?
-Sí, no es cuestión que se nos quede algo
atragantado.
Eduardo fue para la cocina sin responder. Estaba
parsimonioso. Como si al extrañamiento habitual
de sus acciones se agregaran capas y más capas de
alienación.
Puso la pava y se quedó esperando atentamente a que
no se hirviera el agua. Midió con exactitud la cantidad
de yerba para que los mates no fueran ni demasiado
cortos ni demasiado largos. Extraordinariamente
comprobó que la bombilla no estuviera tapada
y la refregó con esponja y detergente. Que nada
quedara sujeto a la improvisación. Nada. Cada
cosa cuidadosamente. Agarró una vieja bandeja de
madera y llevó el equipo de termo, mate, un plato
blanco con flores azuladas para poner las facturas
y dos servilletas rojas de tela. Apoyó el primoroso
conjunto en la mesita, tomó el primer mate con
satisfacción: estaba perfecto.
-A mí dame después, cuando esté más lavado- y
siguió leyendo sobre la caída de Kali, que asesina y
baila encima de los cadáveres. Sus labios se manchan
de sangre, su aliento recuerda a las carnicerías. Un
deseo atroz de aniquilar la poseía. Parecía estar
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

llegando al fondo. Dividida en dos, y con partes


antagónicas que no podían hallar tregua. Hasta que
tropieza con el sabio.
-¿No compraste “vigilantes”?
-No, pero acá tenés unas “bolas de fraile” rellenas de
dulce de leche.
Eduardo no quiso comer ninguna después de haberlas
observado minuciosamente como si escondieran un
secreto horrible, tampoco quiso más mate.
-¿Por qué se les llamará “facturas” a las facturas?
Entonces Cuerpito agarró el mate. La infusión verde
y dulzona entró en su estómago algo revuelto. Esos
días no había comido bien. Algo había desatado un
afán revisionista. Y lo peor es que sabía perfectamente
qué era ese “algo”. Se le aparecían fragmentos del
ocultamiento de Eduardo de su historia con Nora.
También algo relacionado con que él espiara su
libreta. Lo que no tenía en claro era por qué se
repetían los sueños con su tía Haydé. Debía ser la
imagen con que en sus sueños recubría a Eduardo,
aunque fueran tan opuestos e inconciliables. Dos
fragmentos del cuerpo desconocido de los demás.
(Tanto trabajo y necesitó tomar el mate lavado, en
criollo, degradado. La lectura la transforma en algo
cada vez más intangible. Es evidente que como siga
adelgazando se va a volver transparente. No creo
que se transforme en diosa en el cielo de Indra ni
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Acaso querrían hablar

por acá. Ni yo en Sabio.)


-¿Quién será el maldito mago que nos mete en una
caja y nos serrucha en dos y encima después no
puede revertir el truco?
-No sé. Lo que quiero saber es lo que dice el sabio,
el “Maestro de la gran compasión”- pero lo miró
de reojo, por arriba de los anteojos que ya tenía
calzados. Él estaba muy lejano, parapetado detrás
de su prolija bandeja, totalmente vestido de negro,
hasta con una gorra negra adentro del cuchitril que
hoy tenía la luz más tenue que de costumbre. Algo
querían restablecer, pero las partes no se unían.
(Me miró. Es la primera vez que al menos de reojo
me mira. ¿Qué estará buscando con su mirada?)
-Me fascina el sonido de la frase “Yo fui diosa en el
cielo de Indra” ¿Por qué será?
¿Andaré con delirios de grandeza? Me parece que
eso del verbo en pasado me estruja el corazón, “Yo
fui...”
Eduardo caminó despacio hasta la computadora
y buscó como al azar, hasta que encontró lo que
buscaba: música de la India. El cuchitril se volvió de
pronto otra cosa.
-Esto no lo habíamos escuchado nunca, ¿no?-
sin embargo le despertó una imagen, una vieja
imagen guardada en su memoria. Los dos leyendo
los Cuentos Orientales en el departamento de un
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

amigo de Eduardo que había viajado, dejándolo de


cuidador ocasional. Una imagen medio borroneada,
como entre nubes de humo -¿O lo escuchamos?
-¿Me preguntás a mí?
-No. Al gato.
-Ajá...es probable que recuerde mejor que yo.
-“No son más silenciosos los espejos” dijo alguien de
los gatos.
(No estoy entendiendo nada. Mi cabeza está en
cualquier parte. No quisiera estar leyendo, como si
nada hubiera pasado. Nuestro ritual está vacío.)
Eduardo se paró, salió del cuchitril y le gritó desde
la cocina:
-¿Querés una manzana?
-No, estoy con las facturas.
(No me cabe la menor duda que estás con “las
facturas”.)
Eduardo volvió con su manzana en mano.
-¿Te conté que vi en Internet una cartera de víbora
con una imagen de marfil de una mujer comiendo
una manzana que justamente se llama Eva y la
manzana?
-Alguien se entretuvo jugando con los símbolos... Me
gustaría tener una cartera así y llevarla a Bavio para
escuchar el comentario del Pato- rehizo el recorrido
interno desde la música hindú hasta el departamento
olvidado entre el humo, pero la imagen se había
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Acaso querrían hablar

borrado con la irrupción de la manzana.


-¿No pensás decirme nada acerca del otro día?
-Masculló él.
-Es que a veces me cuesta reconocer a la gente. Algo
queda abierto como una fisura y no sé quién está del
otro lado.
-¿Hace frío acá adentro, no?
Cuerpito lo miró incrédula. Él masticaba la manzana,
se sacaba el gorro negro, caminaba por el cuchitril
como desorientado. Proponía un tema arduo pero
se escapaba, empezaba a asociar, a bifurcar el
diálogo. Se perdían. Ella seguía tomando mate sola,
sin atinar a responder nada. Descruzó las piernas
aproximándose a la mesita para dejar el mate. En
ese momento él amagó a agarrar el libro, rozó su
mano, una corriente fugaz cruzó el breve espacio
entre los dos. Eduardo se sentó como para hacer algo
que nunca hizo. Se volvió a parar. Dio una vuelta
por la habitación, agarró una factura y la engulló de
dos bocados, prendió un cigarrillo y ahora se sentó
frente a la computadora.
Cuerpito se puso la gorra de lana de él. Se la sacó
furtivamente, dio un respingo al verse poniéndose
esa gorra. Puso las cosas del mate en la bandeja y
la llevó a la cocina. Amontonados en la pileta, vio
platos sucios de varios días, dos ollas, copas con
resto de vino, cubiertos ensalsados. ¿Con quién
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

habría comido él? Quiso abrir la canilla, se quedó


con la llave en mano y la volvió a poner, pero no
salía agua, se acordó que a esa hora estaría cortada
por reparaciones en gran parte de la ciudad. Había
agarrado una copa, la miró y la volvió a ubicar en la
mesada en difícil equilibrio, se ensució la mano con
algo grasoso. Buscó una servilleta del rollo de papel
para limpiarse, se le cayó el rollo que se desplegó
como una alfombra angosta, mientras cantaba “Hare
Krishna” junto con la música que llegaba nítida a
la cocina. El gato se le refregaba entre las piernas y
no la dejaba caminar mientras en vano intentaba re
enrollar el papel de cocina... Tuvo que dar una vuelta
estratégica alrededor de la mesa para ir a buscar un
cigarrillo al cuchitril, se llevó por delante una silla
que sonó como el motor de una vieja camioneta de
campo.
La música proponía a los movimientos de los dos
una coreografía. Estaban torpes y callados. Un tango
bailado mal, sin abrazo, sin baldosas, sin dejarse
llevar nunca del todo.
Eduardo se quiso parar, no tomó suficiente impulso
y cayó sentado como una bolsa. Finalmente lo logró
pero arrastró el cable de la lámpara, dejándola al filo
de la mesa, y el mouse de la computadora se deslizó
y quedó colgando como un péndulo. Giró y se golpeó
con el borde de la mesita ratona en la canilla, lanzó
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Acaso querrían hablar

una puteada queda y se dirigió a la cocina.


Se chocó con ella que volvía.
No se miraron pero se rieron fuerte.
Cuerpito observó que Eduardo tenía la cara
manchada de ceniza de cigarrillo, intentó limpiársela
y le metió un dedo en el ojo porque él se sobresaltó
ante su gesto pensando que lo iba a golpear y giró la
cabeza, asustado.
Volvieron a reírse, pero él ahora tenía la mano en el
ojo afectado.
Ella se sentó en el sillón del cuchitril, uno de los
dos sillones de un cuerpo, tapizado de pana color
rojo vino tinto, como temiendo que algo más se
desacomodara si seguía en movimiento.
Eduardo agarró el libro sin limpiarse las manos, que
tenían una costra de dulce de leche, manzana y cenizas,
de pie releyó en voz alta, como un sonámbulo:
- “Kali, la terrible diosa, merodea por las llanuras
de la India.”.

Resumen del Quinto Impedimento


Cuerpito y Eduardo se reencuentran después de
quince días en circunstancias un tanto insólitas.
Ella trae un viejo libro o un libro viejo junto a unas
facturas, a saber, para comer unas facturas y leer un
cuento del libro y no para comer un libro y leer unas
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

facturas.
El prepara la ceremonia del mate al detalle, cosa que
ella no repara.
Cuerpito dice no haber comprado “vigilantes” y a
cambio le ofrece “bolas de fraile” rellenas de dulce
de leche.
Los fragmentos y los detalles son como preguntas
permanentes que los envuelven: él sufre de la lectura
propuesta en forma pasada “Yo fui diosa en el cielo
de Indra” y ella
la imposibilidad de restablecer el rito.
Cuerpito apela a datos del pasado y él alega no
recordar pero pone música de la India.
Una andanada de episodios físicos restablece el caos
pero sin palabras.

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Acaso querrían hablar

SEXTO IMPEDIMENTO

Ya sentados en el cuchitril, Cuerpito en el sillón de


siempre, él frente a la computadora, Eduardo vio la
mochila de ella en su sillón.
-¡Pero será posible que siempre me ocupes mi sillón
con tu baúl de los secretos, ese es mi lugar! (¿O
debería ser mi lugar?)
Al lado de la computadora había un libro nuevo, de
tapas brillantes con una foto de una japonesa, muy
pero muy triste.
-Mi mochila se tiene que sentar en alguna parte-
pero justo él, con tan poco tacto, metía el dedo en la
llaga. Tendría que haberse callado a tiempo, antes
de reactivar esa zona de susceptibilidades-. Aunque
si se trata de baúl de los secretos, vos no sos muy
respetuoso de los míos y sabés guardar bien los
tuyos.
-La verdad es que no sé de qué me hablás. Yo te digo
que “tu” mochila invade “mi” espacio y me salís con
cualquiera.
-Te venís especializando en hacerte el tonto- lo miró
muy directamente pero él evitó la mirada. Estaba
concentrado en la pantalla de la computadora, una
pantalla que permitía la huida. Ella recién llegaba,
algo mojada por la lluvia-. ¿Querés que te refresque
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

un par de cosas?
-¿Viste qué hermosa la foto de tapa de este libro
de Murakami? Lo compré pensando que hay algo
adentro que tenemos que leer. Las fronteras son
nuestro fuerte ¿o no?
-Sí, lo mejor es leer.
El invierno afuera persistía en sus tormentas. Una
llovizna constante y molesta se prolongaba desde
tres días atrás. También el viento se había hecho una
constante, que acobardaba a los afectos a los paseos
por los múltiples parques y plazas de La Plata.
Cuerpito había logrado arreglar las cañerías del
baño y de la cocina de su departamento, pero no por
eso había logrado restablecer el equilibrio. Se había
quedado atascada en la desconfianza desencadenada
desde varios frentes. Las caras secretas y ocultas de
sus supuestos afectos cercanos volvían a desdibujarle
la credibilidad.
-¿A qué te referís con refrescar?
-Yo dije leer, no refrescar.
-Me pareces que estás gagá. Antes me preguntaste
“¿Querés que refresque no sé qué?”.
-Pero qué atrevido estás- imposible no relacionarlo
con el Pato.
-¿Que me refresques qué?
-Ya me acordé: que vos abriste mi mochila y sacaste
mi libretita haciéndote el zonzo.
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Acaso querrían hablar

-Mirá, Zoila, mirá que me voy a dedicar a espiarte la


libretita o el celular, lo que pasó fue que cuando fui
al baño estaba la dichosa libreta caída en el piso, ni
sabía que era tuya, pero cuando la abrí me di cuenta
y te la dejé en su lugar. Mujeres necias que acusáis
al varón sin razón...
-¿Así que también me revisaste el celular?
-¿Sabías que la paranoia se cura?
-La paranoia no se cura y es justo lo mío. Además eso
se lo dije a Nacho por mensajito cuando me acusó de
loca.
-Uia, ¿Nacho era vidente?
-Sos un sorete. Y esto me demuestra que espiaste mi
celular.
-¿Cómo es el femenino de “sorete”? Piensa el ladrón
que son todos de su condición.
-En todo caso el ladrón sos vos. Me robaste la
información de la libreta y de tu queridita Nora.
Encima “sorete” no tiene femenino, es condición
masculina.
-Ah bueno, muñequita, nos sacamos las caretas.
Si sorete no tiene género femenino tendría que
inventarlo, justamente hablando de Noras... ¿Y vos
que pretendés bañarte en lo de Nacho?
-Yo no me fui a vivir con Nacho ni con nadie, por lo
menos te hubiera avisado.
-Puta la madre, puta la hija, puta la manta que las
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

cobija...
-¿Qué hiciste? ¿Un curso acelerado de dichos
camperos? Te voy a llevar al Centro Tradicionalista
La Carreta de Bavio, así...
Pero él la interrumpió, apurado por no perder el
hilo de su madeja desmadejada.
-...Al menos lo mío con Nora tenía cierto aire de
sentido, pero a vos ¿cómo se te ocurre bañarte en un
baño de un tipo ajeno?, ¿eh? ¡Y además sos vos la que
andabas escondiéndote por los rincones hablando
o mensajeándote con ese pelotudo, adelante de mis
narices como si yo fuera un perro rabioso, nena!
-Pero ¿de qué aire de sentido hablás? Si lo tuyo
hubiera tenido un miligramo de sentido me lo habrías
dicho y no te hubieras hecho el misterioso, cariño.
-Qué pedazo de cómica sos, ¿de qué misterio hablás?
Vos sos la que anda haciéndose la virgencita...
-Dios no lo permita- se paró ella también, ahora
discutían parados, uno a cada lado de la mesita del
cuchitril-. Te seguís haciendo el boludo sobre tus
mentiras no piadosas.
-¿Qué te comiste? ¿A Teresa de Calcuta?
-¿Ahora decir la verdad es solamente de Teresa de
Calcuta?
-Qué seas vos la que habla de “verdad”. Justamente
vos que te andás escondiendo atrás de teléfonos y
libretitas. ¿Quién te escribió la cartita a Dulcinea del
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Acaso querrían hablar

Toboso? ¿Eh?
-Esa cartita la escribió don Quijote... Si serás
taimado.
-¿Ahora a ese impresentable lo comparás con don
Quijote? Mamarracha.
-¿Vos pensás que a Nacho se le ocurriría regalarme
semejante cartita? Claro que entonces leíste la libreta,
no solamente la volviste a guardar en la mochila.
-No pienso seguir discutiendo esta pavada. (Metéte la
dichosa libretita donde no te dé el sol.) Me duele la
cabeza, me voy a tomar una aspirina.
Ella prendió un cigarrillo y se volvió a sentar.
Muchas veces había pensado que tenía que dejar
de fumar, pero nunca era el momento indicado. Es
verdad que nunca parece ser el momento indicado
para ciertas cosas. Los propósitos y los tiempos
parecen no coincidir, al menos no en la vida de ella.
En ese momento, por ejemplo, tendrían que haberse
puesto a leer la novela de Murakami, pero no, habían
expuesto torpemente rencores atrasados, fuera de
contexto e inconexos. No habían logrado dialogar,
ya que cada uno estaba atrapado en sus propias
obsesiones. A eso la gente suele denominar “tener la
sangre caliente”, como si la temperatura de la sangre
se interpusiera con el pensamiento racional, con el
afán de racionalidad que tan frecuentemente hacía
aguas en el ánimo de los dos. “Sos una calentona”,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

le decía el Patriarca en la época en la que todavía


intentaban dialogar, hacía ya tanto tiempo. No tenían
sangre inglesa.

-El otro día Magda me dijo que era “la mujer


colérica”.
-¿Quién es Magda?
-¿Para qué querés saber? A veces no conviene saber.
Él había vuelto de la cocina con el termo y el mate,
con un renovado autodominio después de la escena a
la italiana. Ella se sintió incómoda, cierta vergüenza
por la extralimitación anterior y cierta rabia por la
instalación de un nuevo secreto. Buscó entonces el
refugio en el libro, que estaba acostado, tentador,
en la mesa de la computadora. Una foto sobre fondo
negro. Una mujer con los ojos cerrados, totalmente
vuelta hacia algo que no se podía percibir. Lo abrió,
como espiando un secreto.
Despiadadamente el ritual entre Cuerpito y Eduardo
se había restaurado. No habían comenzado a leer,
pero acaso habían comenzado a leerse desde otro
ángulo, como con una lente ojo de pez, donde la
curvatura deforma la imagen pero abarca más de lo
pensable.
-¿Querés un mate? (Hagamos de cuenta que es la
pipa de la paz.)

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Acaso querrían hablar

-“Nací el 4 de enero de 1951. Es decir: la primera


semana del primer mes del primer año de la
segunda mitad del siglo XX. Algo, si se quiere,
digno de ser conmemorado. Ésta fue la razón por
la que decidieron llamarme Hajime (“Principio”).
Pero, aparte de eso, nada de memorable hubo en mi
nacimiento”- leyó ella mientras tomaba el primer
mate, con el gusto fuerte de la yerba algo endulzada
con azúcar. Hablando de principios, esto parecía
un nuevo principio. Aunque tal vez, pensó, “nuevo
principio” era una expresión redundante, porque
todo principio llevaba implícita la idea de novedad-
“Mi padre trabajaba en una importante compañía
de valores, mi madre era un ama de casa corriente.
Durante la guerra, a mi padre lo reclutaron en una
leva de estudiantes y lo enviaron a Singapur, donde,
tras la rendición, permaneció un tiempo internado
en un campo de prisioneros. La casa de mi madre
fue bombardeada por los B-29 y ardió hasta
los cimientos el último año de la guerra. Ambos
pertenecen a una generación marcada por aquella
larga contienda”.
-“Hajime”...Ah, gime...es el principio de toda cogida.
Muy racional que digamos no es ponerle a un hijo la
onomatopeya de su gestación.
- ¿Tan racionales serán los japoneses para elegir los
nombres? ¿Qué quiere decir “Eduardo”?
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-En términos filológicos ni idea, pero por el


comportamiento de Mamitaquerida conmigo, su
único hijo, debe querer decir “Sosunsorete”, con
nombre de rey sajón.
- Seguro que le sonaba aristocrático, o estaba que
“ardía” por los kilos que engordó en el embarazo...
Pero volviendo a Murakami: qué cosa, que
arranque con el principio de un personaje que
se llama “principio”. No tiene problemas con la
acumulación.
-¿Será por eso que los príncipes se llaman príncipes?
¿Por el principio?
-Entonces Hajime es el príncipe Eduardo.
- De Soretania.
-“Yo no tenía hermanos. Era hijo único. Y por
eso sentí durante toda mi niñez algo parecido al
complejo de inferioridad. Yo era un ser aparte en
aquel mundo, carecía de algo que los demás poseían
de la forma más natural. Durante toda mi infancia
odié la expresión “hijo único”. Cada vez que la oía,
era consciente de que me faltaba algo. Estas palabras
parecían un dedo acusador que me apuntaba,
señalándome: “Tú eres un ser imperfecto”- acá
había dado en la tecla, el desasosiego porque algo
está mal desde el origen. La imperfección que nos
define. Ella no era hija única, Eduardo sí lo había
sido hasta los diez años. Aunque imperfectos...- Mirá
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Acaso querrían hablar

qué justo. Seguimos con las analogías.


(La cagué comprando este libro, me hace bolsa lo
que Cuerpito me lee...)-No sé qué te causa gracia.
Este ponja me está dando con un hacha desde el
principio. ¿Te confabulaste por correo con él y no
me dijiste nada? Disculpame, tengo que ir al baño,
creo que voy a parirme.
-Yo voy a calentar el mate.
Pero no fue para la cocina. Esta cuestión de los
principios y de las imperfecciones primigenias, por
alguna cuestión interna complicada, la llevó a una
urgencia. Sin mucha premeditación se encontró
subiendo la escalera y entrando en la habitación de
Eduardo. Un espacio poco conocido para Cuerpito.
Recorrió con la mano izquierda los almohadones que
estaban desordenados en la cama de dos plazas. Pero
solamente era una maniobra de distracción, como una
demora antes de profanar los cajones de las mesas de
luz. No sabía bien qué buscaba. Encontró aspirinas,
pañuelos sucios, muchos preservativos, una birome
pero ningún papel escrito, ningún registro... Y un
corpiño de encaje. Ahí estaba el punto. Un corpiño
negro y pretencioso. ¿Lo guardaba como trofeo?
Se acordó que Eduardo podía salir en cualquier
momento del baño. Notó que su corazón latía acelerado
y que le costaba respirar. Entonces tiró apurada el
corpiño negro, la prueba, como desentendiéndose de
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

algo muy molesto, y se apuró a bajar la escalera.


Eduardo al salir del baño notó algo extraño en
Cuerpito: tenía una mueca hueca partida en sus
ojos.
A él no le asombraban los cambios abruptos de ánimo
de ella. No pensó nada, agarró el mate y...
-Puaj, esto es un asco ¿no era que ibas a arreglar el
mate?
-Sí, pero me distraje- uy, sonó a encaje-. Ahora voy.
Agarró, entonces sí, el termo y el mate. Huyó a la
cocina. No quería mirarlo a Eduardo, y mucho menos
que él la mirara. Puso agua en la pava y cambió la
yerba. El encaje negro del corpiño se le había quedado
grabado. ¿Sería de Nora? Demasiados secretos que
no podía desentrañar. Esta situación reiterada, la de
la vida oculta de los demás, la dejaba siempre como
una extranjera. Se dio cuenta de que el término
“extranjera” la venía acosando. Igual que el término
“expulsada”. Lo peor es que no recordaba nunca el
momento del juicio, fue directamente una sentencia
que le dictó el clan, sin posibilidad de defensa.
Mientras cargaba el agua caliente en el termo, se dio
cuenta de su error. Había dejado el corpiño arriba de
la cama. Qué torpeza. No lo había devuelto al maldito
cajón. ¿Había cerrado el cajón? ¿Y por qué tantos
preservativos? Acaso la habitación de Eduardo fuera
un lugar de encuentros fantasmales.
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Acaso querrían hablar

Cuerpito volvió con el mate. Llenó el hueco de su


mueca con una larga chupada, como si le fuera el alma
tratando de absorber su idiotez: dejó la evidencia
negra sobre la cama,
como una marca de la yerra, como si esa negrura
fuera la marca de una vaca que va al matadero.
En silencio le alcanzó el mate. Él estaba distraído,
con una cara donde pedaleaba la inocencia, hojeando
el libro.
Ella se cebó un nuevo mate, se atragantó y tosió. Él
levantó la mirada, la vio roja recontra roja y le gritó
“San Blas” con un golpe en la espalda. Ella lo sintió
merecido, pero le dolió.
No lo dijo.
-Qué estúpida, me atraganté con el mate. Encima me
manché.
Se fue para la cocina, agarró el trapo rejilla medio
mugriento e intentó sacarse la mancha del pulóver.
Lo ensució peor. Estaba rabiosa. ¿Por qué tenía ese
corpiño ahí?
¿Por qué le ocultaba cosas?
Él apareció por detrás y la vio cómo refregaba con
ese trapo inmundo su ropa.
-¿Qué te pasa? ¿A qué viene tanto quilombo por una
manchita de mate?
-Es que me manché hasta el corpiño.
-¡Tanto te iba a traspasar, exagerada!...A fuerza de
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refregar habrás llegado hasta ahí.


-Me tengo que ir.
Y sin más agarró su baúl de los secretos y salió sin
darle un beso a Eduardo, que no lo notó. El viento
en la cara la cacheteó. Las cinco cuadras que la
separaban de su casa estaban más solitarias que
de costumbre. Solamente cinco cuadras hasta el
refugio urbano. En la misma cuadra de su edificio,
los negocios mostraban tentadoramente toda clase
de objetos. Miró algo de ropa para distraerse. Una
vidriera. Otra. Y en la tercera un corpiño negro de
encaje. Entró y se lo compró.
El libro había quedado solo arriba del sillón. Eduardo
lo hojeó sin ningún orden. Algo desganado leyó
párrafos sueltos donde Hajime narraba su encuentro
con Shimamoto, “Si alguna diferencia había entre
nosotros era que Shimamoto se esforzaba mucho
más que yo en protegerse a sí misma. Ella, aunque
detestara una asignatura, la estudiaba con ahínco
y sacaba notas bastante buenas; yo, no”. Pero no
lograba respetar la progresión lineal de la historia.
Saltó página y más páginas. Refrenó su deambular
cerca del final: “Dentro de esa oscuridad, pensé
en la lluvia que caía sobre el mar. La lluvia que
caía furtivamente, sin que nadie lo supiera, en un
vasto mar. Las gotas de lluvia golpeaban mudas la
superficie del agua, sin que ni siquiera los peces lo
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Acaso querrían hablar

percibieran.”
Eduardo se dio cuenta de que estaba cansado. Estaba
ya oscuro. Subió a su cuarto a echarse. Sin prender
el velador se acostó. Revoleó las mantas para taparse
y rápidamente se quedó dormido.
Se despertó ya entrada la noche, se tocó la cara,
sentía una marca ruda en un cachete.
Prendió la luz, se miró en el espejo del ropero y vio
un encaje grabado entre su barba encrespada.
Miró hacia la cama y ahí estaba un corpiño de encaje
negro. Pensó en las maldiciones gitanas. Pensó de
dónde había salido. Pensó en ella.
-¡Qué hija de puta!

Resumen del Sexto Impedimento


La atención se dispersa entre un libro y “el baúl de
los secretos”.
Ella, tal vez por estar mojada, quiere refrescar
algunas cosas, pero Eduardo se reniega.
Se demuestra que ellos no tienen sangre inglesa, ya
que protagonizan una gresca a la italiana que te la
voglio dire.
Ciertas acusaciones de Cuerpito se relacionan con el
espionaje de él hacia su libretita y su celular.
Eduardo se toma una aspirina y, sin más, reinstala
los secretos.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

A pesar del chubasco, logran empezar a leer una


novela mientras toman el mate de la paz. En
principio, el problema parece ser el principio. El
principio o los principios. Pero los principios se
subvierten y Cuerpito comete delito de registro de
cajones privados del cuarto más privado de Eduardo,
mientras él se autopare.
Al parecer ella queda privada de excusas, aunque la
persigue un corpiño negro que la arrincona.
El mencionado mate de la paz mancha el pulóver de
Cuerpito.
Como conclusión provisoria: la culpa la tuvo el
corpiño y no la que le da de comer. Pero una cosa no
quita la otra.

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Acaso querrían hablar

SÉPTIMO IMPEDIMENTO

-¡Qué hija de puta! (Me revisó los cajones de mi


cuarto, encontró esa porquería, que más que un
corpiño de encaje negro es la telaraña negra en la
que me atrapó Nora. ¿Y ahora qué hago? ¿Me hago el
boludo? Mejor la llamo. La voy a invitar yo.)
-Hola Cuerpito, ¿cómo andás? Te dejo este mensaje
para invitarte a leer algo fabuloso y de paso nos
tomamos algo y comemos esta noche. Venite a las
ocho, ojalá puedas. Si no llamame. Te espero.
La voz de Eduardo sonó tranquila y apaciguadora.
La máquina operaba en su favor. Era como la voz
de un viejo galán, como Floren Delbene. Brizuela
alguna vez le había dicho que sus modos se parecían
a los de Floren Delbene.

No tenía muchas plantas, apenas cinco macetas en


el balcón, donde vivían desde hacía años un malvón,
unas alegrías del hogar, un potus, se suponía que
el potus traía mala suerte, una corona de cristo...
También un lacito de amor. Mientras regaba la tierra
seca se preguntaba por qué hay tantas ideas de suerte
y desgracia asociadas a las plantas. Indudablemente
la de peor fama era el potus, que se enroscaba en
las columnas que conectaban el balcón con el techo,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

y que también invadía el contorno de la ventana.


“Tenés que sacar esa planta urgente” le había dicho
su mamá en la única visita del año. Sin embargo
la planta que estaba llena de espinas era la corona
de cristo, y encima con flores color rojo sangre.
Su antiguo cuarto ahora se había convertido en la
biblioteca que se abría al balcón, único espacio al
aire libre del departamento, los libros y las flores
cerca. Pero tenía la sensación de que algo faltaba.
Quería una palmera, pero claro, todo tenía que venir
en envase chico para entrar en el pequeño mundo
de su balcón. Escuchó el teléfono pero no lo quiso
atender, demasiado ensimismada en esta cuestión de
la planta que faltaba. Por ahí no era una palmerita.
Pero de lo que estaba segura era de que el potus no
sería sacrificado, especialmente desde que fue el
mandato de mamá Rosa. No soportaba que la gente
estigmatizara a las plantas. Esa no era una razón.
Claro que la rosa de las rosas no solía dar razones
demostrables, lo poco que salía de su boca eran
creencias indescifrables.
Sonó el timbre. Cuerpito estaba parada en el balcón
con una jarrita de agua olvidada en la mano derecha,
más concentrada en las razones misteriosas de Rosa
que en la actividad del regado. Fue a atender. Era
Claudia.
-Hola negri. Abríme que se larga a llover.
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Acaso querrían hablar

Agarró las llaves, las que había vuelto a hacer porque


nunca encontró las anteriores. Fue en el ascensor a
buscar a su amiga cargada de bolsas.
-Te estás adelantando un poco a papá Noel.
-No son regalos. Casi todo es de bazar. Fui rompiendo
todo lo que tenía y ya mi departamento es una
tristeza.
Preparó el mate. Se acomodaron en el único sillón
medio destartalado pero que no quería cambiar
porque estaba lleno de historia. Claudia venía
apurada como siempre, sus visitas eran de tipo
relámpago.
-¿Qué te pasó? ¿Por qué tenés esa cara?
-No tengo ninguna cara. Estaba regando las plantas
en el balcón.
-Pero si está lloviendo... Mirá, llueve medio inclinado
así que se te van a inundar las macetas.
-Tenés razón. Ando medio abollada.
Pero no hubo tiempo de profundizar en estas
cuestiones porque Claudia tuvo que apurarse a
buscar a su hija que salía de danzas y la acababa de
llamar al celular diciendo que la profesora se tenía
que ir antes. Llamaron un taxi mientras se prometían
visitas en breve. Se fue como una ráfaga de viento,
que entró, le preguntó por su cara, le dijo que iba
a inundar las macetas y la sacó de su diálogo con la
madre.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Medio desencontrada agarró el teléfono y revisó


los mensajes. Era Eduardo el que había llamado
y parecía de buen humor, ni un rastro de ironía.
¿Qué había pasado entonces con el corpiño negro?
¿Lo habría devuelto al cajón? Estaba segura, en
principio, de haberlo tirado irreflexivamente en la
cama. ¿O se estaba haciendo el disimulado?
Tenía que decidirse. Tenía que ir.

A las siete de la tarde Eduardo revisó sus bolsillos


para contabilizar cuántos pesos tenía.
“Suficiente”, pensó y salió raudo a la calle. Fue hasta
la librería de calle siete y compró
Las primas. Lo hizo envolver para regalo. “No, ese
moño, no, ¿no tenés de otro color?”
Una punta azarosa le prodigó algo de su deseo,
tenían moños blancos, rojos y negros. Eligió el negro.
“Perfecto, justito lo que me faltaba”. Compró dos
vinos en la vinería, Sirá, Shiraz, según las diversas
marcas. Rojo negruzco. Las botellas se azotaban en
la bolsa, como campanas que decían el nombre de
ella.
En la carnicería eligió un trozo de lomo, de animal
grande pero lomo al fin. Todavía le quedaban unos
pesos y compró en la casa naturista unos hongos
negros del bosque.
A las siete y media ya entraba a su casa. Eran las
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Acaso querrían hablar

ventajas de vivir en el centro, todo cerquita. La


librería y la carnicería convivían alegremente entre
la vinería y la casa naturista. Una ironía digna de
Eduardo.
Mientras remojaba los hongos en vino tinto, peló
una cebolla grande sin llorar. La reogó y su casa
se estremeció de aroma a hogar. Cortó la carne en
rodajas anchas mientras observaba la sangre en la
tabla, se escurría. Cortó más lentamente para detener
ese instante perfecto: hundir la cuchilla en la carne
y sentir como se separaba como una flor amazónica.
Apuró la cosa, quería que la comida estuviera en
marcha. Subió a su cuarto y con una tijerita para
uñas cortó un cacho del encaje del corpiño negro,
cortó pedacitos muy pequeñitos, el encaje era fácil
de desmenuzar con las mordidas de la tijerita. Se los
guardó en un bolsillo. Faltaban diez minutos para las
8. De pronto se sobresaltó. Se limpió mal las manos
y fue hasta el teléfono para revisar la contestadota:
“Usted no ha recibido ningún mensaje” contestó
la dama mecánica, amable e impasible. Largó
el teléfono y volvió a suspenderse, esta vez en la
visión de las marcas de sus dedos en la superficie
del aparato. Huellas rosadas de sangre inocente. Un
ADN desconocido que se hundiría en la nada. Volvió
a tomar velocidad y selló la carne de cada lado en la
cebolla transparente. Volcó encima los hongos negros
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

más renegros aún por el vino y bajó el fuego.


Sonó el timbre justo tres minutos después de las ocho,
justo cuando pensó en Rojo y negro de Stendhal.
-Hola- lo saludó sin mirarlo, luchando por cerrar el
paraguas-. Hay un olorcito... ¿Qué es?
-Hola, Negra. Estoy haciendo un lomito con hongos
al vino. Pasá, pasá que te vas a empapar.
En silencio Eduardo le alargó el paquete de regalo.
-¿Para mí? Pero si falta un montón para mi
cumpleaños.
Los regalos la ponían feliz como una chica. Más si
eran inesperados, como éste. Lo abrió rompiendo el
papel como exige el ritual. Como le decía su tía Nidia,
la verborrágica de las mellizas, “no seas estúpida,
rompé bien rotito el papel”. Y así, estúpidamente,
rompió el papel de colores. Se encontró con una cara
conocida, una nenita dormida a la que ilumina una
lucecita minúscula frente a la oscuridad de un cuarto
grande.
-Las primas. La leí hace unos días. ¿Te acordás que
te conté?
-Sí, no soy tan tarado, me acuerdo. Pensé que te
gustaría tenerlo. ¿No fue que te lo prestó Claudia?
Estaban parados en la cocina, Eduardo se sobresaltó
al ver la cuchilla aposentada en la tabla ensangrentada
aún. Recordó “mamá, me sangrea la cotorra” y una
boca irónica se le chantó en la cara.
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Acaso querrían hablar

-¿Esa sonrisa irónica es por Claudia?- pero él no


contestó, solamente la miró. Era sobradora la mirada-
Ya sabés que siempre me presta libros. Ella puede no
tener platos ni vasos en su casa de separada, pero
libros compra. ¿Y a qué viene este regalo?
-Qué cara que tenés, ahora que te veo bien. ¿Te sirvo
un vino?
Eduardo puso dos copas en la mesada y sirvió el vino.
Irreprimiblemente mientras ella seguía hojeando el
libro, pasó su dedo por la tabla y dejó resbalar una
gota de sangre en la copa de ella. Rápidamente se
limpió y le alcanzó el vino ensangrentado.
-Gracias, hoy sos un amor.
Ella estaba sorprendida. No era usual que él
preparara semejante cena, que le regalara un libro
que deseó tener desde que leyó el primer párrafo,
que le obsequiara un vino exquisito. Chocó la copa
con él y tomó un trago. Riquísimo... Lo único que no
combinaba con la situación era la sonrisa irónica de
él. Algo la empezó a inquietar.
-¿Me ayudás con los platos?
Cuerpito dio la vuelta a la mesa para buscar los platos
con tanta inhabilidad que se tropezó con una silla
y le desparramó el vino de su copa en el pantalón
de Eduardo. Qué mal, tantas cosas bien organizadas
por él para el disfrute y ella lo enchastraba. Algo
no estaba bien, como la planta que faltaba en su
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

balcón.
-Perdoná- dijo metiendo el corazón en un puño y
agarrando el trapo para limpiarlo. Inconveniente, el
vino había caído en una zona de su pantalón que era
mejor no tocar.
-No te preocupes, son heridas de guerra. (Igual ya te
tomaste un sorbo, ahora falta que comas...)
Eduardo siguió con la comida, ya estaba a punto, la
salsa era oscura como muy oscura.
Ella decidió sentarse, evidentemente era uno de esos
días y mejor quedarse quietita.
De espaldas a la mesa él colocó un medallón de lomo,
lo salseó y tiró un puñadito del encaje negro entre
esa negrura, rápidamente lo entrelazó con la cuchara
y se hundió el hilado maldito entre sabores y olores
penetrantes. Puso el plato delante de Cuerpito.
Sirvió el suyo y dijo triunfante:
-Bonapetí.
-Con esta comida tan fina el saludo tiene que ser en
francés- y dejó de hablar porque el olor tentador le
había abierto el apetito, el bonapetí-. Qué bueno, ¿de
dónde sacaste la receta?
-Aunque no lo creas es de la libretita de recetas
paquetas de Mamitaquerida.
-Algo bueno tenía que tener Mamitaquerida- masticó
la carne tierna para sonsacarle todo el sabor que
entrañaba. Aunque los hongos eran algo fibrosos-.
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Acaso querrían hablar

No es como la mamá de Las primas que solamente


trabajaba al mejor estilo Sarmiento y no cocinaba
nunca. Me resultó tan llamativo como trabaja la
Venturini con las comidas, nada que ver con lo
nutritivo, siempre están cargadas de otra cosa más
intangible.
-Ajá, sí me acuerdo. Igual después de comer releemos
¿te gustaría?
Ella lo miró interrogante. No podía creer que no
saltara con el aceite hirviente que le había tirado
sobre Mamitaquerida. Cada vez entendía menos.
Encima llegaba la música, “oh, meu amor”. Una voz
de terciopelo.
-Me gustaría.
Eduardo hizo un zoom sobre el plato de ella, vio
detenido en el borde entre tanta negrura un breve
filamento de encaje. Con apariencia relajada extendió
su tenedor,
capturó ese resto de maldición del plato de Cuerpito
y se lo comió.
-Disculpame que te robé ese pedacito, estaba muy
tentador...
La comida que ya no estaba en los platos abría los
sentidos: quedaba el olor difuminado en el aire, y
algo del sabor y de su consistencia en el paladar.
Una consistencia suave y algo fibrosa, un contraste
que provocaba cierta confusión. Sirvieron más vino
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

hasta vaciar la primera botella.


María Bethania seguía “maluca” con su “oh, meu
amor”. Iba empastando la noche que de pronto era
cálida en semejante beligerancia.
Cuerpito y Eduardo listos ya para fumar un cigarrillo
se rieron por no encontrar fuego. El encendedor de
ella lo había olvidado en su casa, el de él estaba en
alguna parte. Se paró, se tocó los bolsillos, en los de
atrás no estaba. Tocó su bolsillo izquierdo y ahí sólo
había restos de encaje. Ese contacto con su malicia lo
ensombreció. Arrastró la mano hacia el otro bolsillo
y se rozó la bragueta sin querer, estaba húmeda de
vino. Ella observó el gesto casi imperceptible y sintió
un hormigueo en la boca del estómago.
Finalmente del otro bolsillo emergió el fuego. Dieron
una profunda primera pitada.
El humo de ambos se entrelazó con piernas y brazo
largos.
La segunda botella los esperaba arriba de la mesada.
Ella la miró y dos pensamientos quisieron entrar en
su mente algo mareada, pero los detuvo a tiempo.
-¿Abrimos la otra?- dijo con intensidad, acomodándose
la pollera negra.
Él ya la estaba descorchando. Llenó las copas casi
al ritmo lento de la música brasilera. Y el brindis
también pareció una danza.
Se fueron sin previo acuerdo al cuchitril, con las
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Acaso querrían hablar

copas, la botella y Las primas.


Parecía no molestarles las repeticiones al infinito de
“Oh, meu amor”.
Ninguno de los dos se sentó en sus lugares habituales,
se sentaron en el sillón grande, abrieron el libro. Ella
cruzó las piernas, sintiendo el contacto de la tela
suave que se acomodaba sobre sus muslos. Él detuvo
la mirada en el espacio entre la rodilla y el hueco de
la pierna cruzada. Cuerpito estaba buscando algo en
la segunda carilla, él se arrimó como para leer lo que
sus ojos rastreaban:
“Ella, más cretina que yo, sí sabía leer la esfera de
los relojes aunque ignorara leer en libros. No éramos
comunes por no decir que no éramos normales.”
Se miraron y se rieron.
Ella olió algo tan familiar y renovado: a Eduardo. Le
dio un chucho y él le paso el brazo por la espalda. El
chucho continuó y no paró de leer:
“Rum...rum...rum...murmuraba Betina, mi
hermana paseando su desgracia por el jardincillo
y los patios de laja. El rum solía empaparse de las
babas de la boba que babea. Pobre Betina. Error de
la naturaleza. Pobre yo, también error y más aún
mi madre que cargaba olvido y monstruos.”
Eduardo sintió cómo el contacto tibio de ella iba
descendiendo desde su mano. Se acomodó y se arrimó
aún más. Los flancos de ambos estaban sólo separados
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

por un rum.
“Pero todo pasa en este mundo inmundo. Por eso no
es lógico afligirse demasiado por nada ni por nadie.
A veces pienso que somos un sueño o pesadilla
cumplida día a día
que en cualquier momento ya no será, ya no aparecerá
en la pantalla del alma para atormentarnos.”
Fueron palabras mágicas: mundo inmundo. Ella
extendió el cuello y él arrimó sus bigotes. Rum. La
suavidad del beso fue más y más rum.
Las primas se deslizaron hasta el borde del sillón,
como si de pronto pertenecieran a una familia ajena.
No quedaba lugar para más gente. La camisa de ella
se estremeció con una mano ancha que la separaba y
la abría como una flor amazónica.
La mano se entrecerró con una memoria epitelial,
mejor con dos. El encaje del corpiño de ella raspaba
la lisura de las pieles.
A la mano no pareció importarle tanto.
Ella abrazó la nuca, un cuello de toro salvaje estaba
domado en su mano. Comía de su mano.
Eduardo se paró y la llevó de la mano. El vino también
estaba de su mano. Casi acolchados llegaron al cuarto
de él y sin prender la luz, con la lluvia menguando,
como lluvia cretina que era, como cretinos que eran
se babearon. Mezclado con su baba, el vino que
amiga a los hombres y roba los sentidos. La bebida
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Acaso querrían hablar

también corrió por sus cuerpos nuevos, antiguos,


que ahora no querían encontrar ninguna palabra.
Como a la Venturini, los puntos y las comas y toda la
gramática les resultaban esquivos. Los pensamientos
fueron enviados al galpón, reemplazados por risas y
respiraciones. La ropa tampoco tenía justificada su
presencia, así que fue cayendo como las capas viejas
de la piel de las víboras. También cayó el corpiño
negro de encaje.
(-Qué hija de puta.)
Muy sorprendente para ella constatar que él tenía
piel en todo el cuerpo. Era de una evidencia que no
sorprendería a ningún anatomista, por eso la sorpresa
está reservada a los amantes. Empezó a recorrer
cada segmento de esa piel que se le aparecía como un
vino perfumado. El perfume de él abría zonas de su
memoria, pero de una memoria que no tenía palabras.
Como si el tiempo se hubiera desintegrado, dejando
su lógica relación causa-efecto, y no encontrara otro
vínculo con la historia. Lo acariciaba como si fuera
algo prodigioso. Con cierta torpeza de primera vez.
Descubrió que su pecho tenía encaje. La distrajo. Se
calmó. Eran sus pelos.
Él reconoció que sin ropa era mejor. Era estar mejor.
Era ser mejor.
Mejor para bien y para mal. Mejor. Mejor expuesto.
Mejor borracho. Mejor bruto.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Mejor que solo. Mejor que mejor.


Mejor porque recuperaba la memoria del
departamento prestado de su amigo viajero, mejor
que escucharla leer Los cuentos orientales, mejor los
sonidos de cretinos que los articulados.
La ventana estaba algo abierta y se colaba un viento
de tormenta. Algo fresco, que templaba el calor
de los cuerpos. Como un alivio para el fuego. No
querían apurarse más allá de las caricias y del vino.
Una risa tonta se había plantado sin ningún respeto
por las sutilezas de la inteligencia. Una demora en
el mareo. Una mano ancha plantada en los pechos
de ella, repitiendo el movimiento acompasado de un
bebé. Algo empezaba a inquietar los cuerpos que
no podían seguir tan demorados. Una cuestión de
distancias y de encastres.
Abruptamente él se separó de ella. Cuerpito de espalda
ahora tuvo miedo. ¿Se habría ido? No, escuchaba su
fuerte respiración. Algo urgente caminaba por cada
comarca de su anatomía.
Y en el instante del desasosiego de ella, más acre o
más ambiguo, volvió algo estruendoso: él soplaba
suavemente en su cuello y con solo un dedo trazaba
una marcha, una procesión de liliputienses por
su espina dorsal, que raudos se escurrían por su
entrepierna mientras otros le extendían su pelo más
allá del respaldo de la cama.
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Acaso querrían hablar

Resumen de la Séptima Expedición


La pantalla está dividida en dos: en una, Cuerpito
riega plantas en el balcón de su casa, en la otra
Eduardo prepara cosas negras.
Suena el teléfono pero ella no atiende. Suena el
timbre y sí atiende.
Eduardo se alegra de vivir en el centro.
A las ocho, la casa de él empieza a despedir aroma a
comida casera.
Cuerpito recibe un regalo a pesar de que no es su
cumpleaños.
Los comensales comparten una cena ritual, con cierto
carácter ocultista.
Descorchan una segunda botella de vino y pretenden
leer.
Leen algo, pero María Bethania parece tener
más eficacia que Betina con su rum rum y logra
enroscarlos.
Aparecen liliputienses con extrañas prácticas.

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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

OCTAVO IMPEDIMENTO

Iba caminando en ese falso verano platense. Notaba


que el sol se ensañaba con la piel de la gente de manera
cada vez más agresiva. Por eso se había puesto la
crema protectora: un brillo aceitoso formaba una
película resbalosa, algo que la asimilaba a un ser
acuático que hubiera salido imprudentemente del
agua y se dirigiera ahora al sitio, medio cueva, donde
esconderse de los rayos solares. Mientras tocaba
el timbre de la casa de Eduardo, miraba su piel
amurallada, que de alguna forma la tranquilizaba.
Él estaría durmiendo, porque no atendía ni se notaba
ningún movimiento adentro. Volvió a tocar.
Los dindones del timbre se mezclaban en los tímpanos
de Eduardo y tejían en el sueño que no lo soltaba
una canción navideña putrefacta.
Se dio cuenta de que era el timbre de llegada de
Cuerpito, mientras buscaba unas bermudas. Se olvidó
el calzoncillo. No le importó la semi erección, bajó a
los tumbos y en medio de una fuerte tos preguntó
quién era para hacer tiempo y buscar anteojos de
sol.
-Soy La Muerte, Dios me envía- se le ocurrió porque
la voz de Eduardo sonaba de ultratumba, con el
rugido de la tos tabacal-. ¿Quién va a ser?
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Acaso querrían hablar

El que abrió tenía unos enormes lentes negros y un


gesto neutro. Ella entró y sin darle un beso fue para
la cocina. Abrió la heladera y guardó la gaseosa de
pomelo.
-Otra vez el calor, ¿viste? Parece que están
desapareciendo las temperaturas intermedias y el
sistema inmunológico no sabe qué hacer. Encima
pronostican tormenta para esta noche y llegada de
viento sur. El clima no da para tibiezas.
-No estoy para conjeturas- la tos lo volvió a
interrumpir.
Eduardo seguía tosiendo mientras intentaba llenar
la pava para tomar mate. El metal chocaba contra la
canilla generando un batifondo que le hizo fruncir la
nariz a Cuerpito.
-San Blas- le gritó ella y le dio un fuerte golpe en la
espalda.
Por arte de magia dejó de toser con el brutal contacto
y Eduardo terminó de llenar la pava, encender la
cocina y limpiar el mate.
-Tenés tos de perro... Escuché un programa en el
que hablaban del cambio climático. Eran fanáticos
alarmistas. Decían que solamente van a adaptarse
los más fuertes. Vuelven a Darwin, a esta altura del
partido- se desparramaba más crema, con cierto
esmero porque había visto que le faltaba en las
piernas. Pensó que parecía un pez con esa capa
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

reluciente. Un bicho fuera del agua-. Yo creo que van


a sobrevivir las cucarachas y las amebas.
-Ni se te ocurra apoyarte en ningún tapizado con ese
emplasto que te estás poniendo.
-Las sillas son de plástico, así que no pasa nada.
La voz de Eduardo era como el gruñido de otro
animal muy distinto a un perro.
Después de dos mates prendió un cigarrillo.
La indagó con el rabillo del ojo. Sin duda estaba
resbaladiza. Y hablaba como nunca, sin ton ni son y
sin respiro.
-La cuestión ecológica está siendo la madre de las
explicaciones- prosiguió sin poder frenar su lengua
que en algunos casos tomaba cierta autonomía. Pero
se daba cuenta de que en ese momento, todo lo que
dijera sería desacertado. Siempre tenía tiempo de
quedar como una estúpida, no como las heroínas del
cine que dicen palabras justas y profundas, y que son
incapaces de irse del tema central y nunca, nunca se
ponen a dar discursos a favor de las cucarachas o de
las amebas-. Esta crema es una porquería, pero el sol
del mediodía me achicharró.
-No me hables de madres y encima en relación a
explicaciones. Es un vínculo imposible.
-¿Vos decís que lo imposible es que una madre dé
una explicación? Porque la mía no habla si no es
para dar alguna orden práctica.
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Acaso querrían hablar

Eduardo se suspendió en la visión de los reflejos de


luz en la piel del brazo derecho de Cuerpito. Terso
y brillante. Lo contrario de su verborragia que era
áspera y opaca. Decidió no contestar y se paró a
prender la computadora en el cuchitril. Se llevó el
termo y se olvidó el mate. Volvió a buscarlo mientras
que ella seguía sentada como terminando una frase
que no entendió. El brillo seguía detenido en el brazo
de ella y también en sus piernas recatadamente
cruzadas, tapadas hasta las rodillas con una pollera
de hilo verde seco. Brillo seco, se dijo. Cebó un mate
y lo tomó como desesperado. Resopló y le dijo:
-Vamos para el cuchitril, encontré un cuento que me
pareció interesante.
-Esperá. Quiero hacerme un té, porque ese mate...
-Como quieras. Voy para allá.
Empezó la ceremonia del té con una lentitud
exagerada. Estaba tratando de reestablecer su
ritmo interior, que se le había perdido en una noche
liliputiense. Lo más importante en esos casos era
respirar, no utilizar ninguna técnica oriental sino
simplemente concentrarse en respirar. El agua debía
estar en el punto justo, y tenía que caer lentamente
sobre el té. Lo demás se daría por añadidura.
El fin de semana en Bavio, con asado y festejos,
no había sido tranquilizador. El clan en pleno
había protagonizado otro evento de desencuentros
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

y palabras hirientes sobre esta hija descarriada


que no cumplía con los mandatos ancestrales de
reproducción, y sobre los vecinos, el gobierno,
el precio de la leche... Su hermano, el Pato, más
desbocado que nunca por el exceso de cerveza y vino
tinto, se había empecinado en llamarla solterona y en
aludir a su condición de maestrita del subdesarrollo.
Mejor pensar en el té. Aunque le generaba cierta
aprensión la lectura que detonaría Eduardo, con esa
voz abismal y con esos anteojos negros que le hacían
pensar en un pozo sin fondo.
Cargó bastante azúcar en el té y fue para el cuchitril,
no pudiendo dilatar más el encuentro.
Eduardo vio cómo ella trastabilló un poco al entrar
al cuchitril. Se recuperó y como si nada se sentó en su
sillón con gesto de estar preparada para empezar la
lectura. Él carraspeó y dijo que el cuento se llamaba
Déjà-vu, o los reinos de la posición horizontal y que
era de Guillermo Martínez.
Con cierta oquedad en la voz comenzó leyendo:
“Llego a mi casa y están todos: mi madre, que me
abre la puerta; mis hermanas que salen de a una
de las habitaciones para saludarme, todavía algo
fantasmales por el sueño; mi hermano menor,
vistiéndose lentamente a lo lejos. Pregunto por mi
padre.
-Pasó una noche muy mala -dice mi madre-: otro
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Acaso querrían hablar

ataque de asma. Tuvo que dormir sentado en el


sillón.
Voy por el largo túnel del pasillo a la biblioteca,
que está en penumbras, y levanto las persianas.
Mi padre está en su sillón con la cabeza echada
hacia atrás, envuelto en una robe de franela. Tiene
la boca entreabierta en un ronquido espasmódico
y por una de las comisuras se desliza al mentón
un hilo brillante. Abre los ojos, acuosos, aterrados
por un instante, y al verme allí frente a él pasa
avergonzado el dorso de la mano por el costado de
la boca y para demostrarme su lucidez dice una
frase sarcástica. Se pone solo de pie y nos reunimos
a desayunar en la cocina. Preguntan por mi viaje
y por mi tesis. Tratamos cautelosamente de no ver
cuánto cambiamos y tanteamos en la conversación
los antiguos resortes, para que todo sea como antes.
Pregunto en un momento por mi abuela.
--Deberías ir a verla alguna vez, nunca fuiste a la
clínica en estos nueve años –dice mi madre y agrega-.
Aunque para qué: sigue igual.
-No, igual no –dice una de mis hermanas-: empezó
a cantar un día, con los ojos cerrados. Canciones en
ruso, de su infancia.
-Pero no sabía ruso –digo extrañado.
-Se lo había olvidado –dice mi madre-. Pero el
médico nos explicó que a veces pasan cosas así:
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

está regresando a la infancia. Reminiscencias, las


llaman.
-El famoso déjà vu –sentencia algo inconexamente
mi padre-. Pensar que los pitagóricos, y después
Sócrates, habían fundado en el déjà vu la esperanza
de otras vidas anteriores y mutatis mutandis, quizá
de otras futuras. ¡Poverelli! El déjà vu no es más
que la vejez sarmentosa y sarnosa. Vive lo suficiente
y todas las caras te resultarán conocidas y habrás
estado en todos los agujeros y al abrir cada libro
dirás como Godofredo: esto ya lo leí, esto ya lo leí.
-Y ahora, ¿todavía sigue cantando? –pregunto.
-No –dice mi hermana-, ahora sólo repite una
palabra todo el tiempo, pero en voz muy baja: nadie
puede entender qué dice.”
-Mirá vos, chupáte esa mandarina: el regreso a la
familia como un permanente déjà vu- masculló y
se fue a la cocina a dejar la taza vacía y a buscar
unas servilletas de papel porque sentía las piernas
pegajosas.
Volvió a sentarse en el sillón y observó de reojo a
Eduardo que miraba el cuento con impaciencia,
ya sin los lentes negros. En realidad, el déjà vu
resultaba perturbador, como la reiteración de un
acontecimiento que acaso se escapara de la línea del
tiempo, pensó ella, y también que se disparaba para
varios lugares, no solamente para Bavio en su caso.
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Acaso querrían hablar

-Perdón. Seguí.
“Mi hermano, ausente de todo, se dedica con un
dedo sobre el mantel a la caza de la miguita.
-Voy a ir a verla esta tarde –digo.
Es verano y salgo a la calle a la hora centelleante
de la siesta. Las veredas están desiertas y escucho
mis pasos como si fueran de otro, los pies que se
mueven obedientemente y recuerdan desde siempre
el camino. Paso por el frente imponente de la casa
donde vivía mi abuela. Se ha vendido hace años
para pagar la clínica, pero los nuevos dueños la han
conservado intacta, e incluso pintaron la fachada
con el mismo color tiza. No mucho más allá, en una
cortada imprevista y silenciosa, está la clínica. Es
una casa antigua de piedra, con una altísima puerta
de madera, sin timbre. El llamador es un pequeño
puño dorado. Me abre una mujer hombruna con una
sombra de bigote, unos anteojos de armazón negro
y un largo guardapolvo celeste. Cuando digo el
nombre de mi abuela me conduce por un pasillo de
pinoteas manchadas de lavandina, con los tablones
exhaustos. Estábamos por cambiarle las sábanas,
me dice, como si quisiera prevenir una queja, y me
hace pasar a una habitación grande y cuadrada sin
ventanas.
Me quedo solo por un momento, de pie junto a
la única silla. Debajo de un crucifijo, en la cama
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

inmensa con barrotes de bronce, casi oculto por la


sábana, está el pequeño bulto de lo que alguna vez
fue mi abuela. La luz que entra por la claraboya
me deja ver su frente, los pliegues acribillados de
manchas, los pocos pelos lacios pegados a la sien y
sus mejillas blandas por el sueño, como un recién
nacido cruelmente arrugado. Siento el antiguo
terror con que la espiaba en mi infancia cuando
supe por primera vez de las leyes de la herencia
y el salto de la transmisión genética de abuelos a
nietos.”
-Qué cosa: escucha sus pasos como si fueran de otro,
y después le viene el antiguo terror por las leyes de la
herencia. Cómo lo entiendo- ella se recostó mientras
tanto entre los almohadones, sin ningún crucifijo
cerca, pero se sintió como un pequeño bulto que no
lograba escaparse de una cadena que la ataba a Bavio,
al alcoholismo del patriarca, al silencio recriminador
de mamá Rosa y a la brutalidad de Pato.
Eduardo se calzó los anteojos de aumento y siguió
leyendo sin tregua:
“La puerta se abre a mis espaldas y entra una
mujer todavía joven, erguida, con un delantal muy
delgado que parece puesto directamente sobre el
cuerpo desnudo. Trae sobre las dos manos, como
una bandeja, un juego de sábanas blancas que deja
al pie de la cama. Cuando gira hacia mí echa hacia
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Acaso querrían hablar

atrás los hombros con una sonrisa desvergonzada y


puedo ver cómo se traslucen debajo del delantal las
tazas erguidas y desafiantes de un corpiño negro.”
Ahí habían llegado al punto. Cuerpito se quedó muda,
con la boca abierta. El talismán se hizo presente. El
corpiño negro que provocó el desenvolvimiento de
algo que era como los pasos de otro. Con asombro
se acordó que la noche de oh, meu amor una que no
era ella había dejado el corpiño negro en la cama
de Eduardo. Ella misma no pudo saber por qué.
Pero había surgido en ella un afán territorialista, un
deseo de permanencia sin expulsión posible. Así que
entonces sí era ella la que había buscado la marca
de propiedad. Lo pensó desconociéndose, con la
garganta anudada.
Eduardo le dirigió una sonrisa que era más una
mueca. Y siguió:
“Subo los ojos y encuentro su sonrisa más
acentuada.
--No me digas nada, ustedes son todos iguales: la
misma frente, los ojos claros. Todos igualitos.
Se acerca un poco como si fuera a estudiarme y veo
entre los botones del delantal pedazos intermitentes
de su piel.
-Sos el hermano mayor que estaba afuera estudiando,
¿no es cierto?
Digo que sí.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-¿Y qué era lo que estudiabas?


-Lógica matemática.
-Que vendría a ser... ¿cómo filosofía? –me pregunta
distraídamente mientras quita de un solo movimiento
la sábana que cubre a mi abuela.
-Como filosofía, sí -acepto.
-Ah, yo no sirvo para esas cosas tan complicadas:
yo soy al pan, pan. Bueno, tengo que cambiar las
sábanas. ¿Me ayudarías a sentar a nuestro bebé en
esa silla?
Nos situamos uno a cada lado de la cama. Sillita de
oro, dice, y cuando se inclina para pasar los brazos
debajo del cuerpo desmadejado, veo sus gruesas tetas
que se juntan y sobresalen apenas contenidas por el
escote. Extiendo a mi vez los brazos y encuentro del
otro lado sus manos cálidas y algo rugosas. Mi abuela
se queja en sueños cuando la izamos y empieza a
murmurar algo en un barboteo, como si hubiéramos
puesto en marcha un mecanismo descompuesto.
Tiene una levedad de pájaro y sólo el camisón de
flores hace recordar su sexo. La depositamos con
cuidado sobre la silla y nos quedamos mirando un
momento los labios que se mueven en ese suspiro
insistente y casi inaudible.
-¿Qué estará diciendo? –pregunto-. ¿Sigue así
indefinidamente?
La mujer baja su cabeza hasta acercarla a la cara
| 314 |
Acaso querrían hablar

de mi abuela y lleva un dedo a sus labios.


-Shhhh! -El ruido, seco y muy fuerte, me sobresalta,
pero mi abuela se calla milagrosamente, como una
canilla que hubiera dejado de gotear, y la mujer
sonríe, orgullosa: --Aquí todos saben que tienen que
obedecerme –me dice mientras lleva hacia atrás los
brazos para atarse el pelo con una gomita.
Gira a la cama en el estrecho espacio que le deja
mi cuerpo y cuando se inclina para sacar la sábana
de abajo me toca por un instante sólidamente con
su trasero. En una esquina del colchón que quedó
al descubierto veo un monograma que me resulta
familiar. Me pongo en cuclillas para leer la etiqueta
descolorida y la mujer me mira con curiosidad.
-Es uno de los colchones que fabricaba mi abuelo
–digo, todavía asombrado, y miro otra vez la corona
de cinco puntas, como si fuera un signo que pudiera
decirme algo trascendente-. Toda la ciudad dormía
en una época sobre sus colchones. Se llamaba a sí
mismo el rey de la posición horizontal.
La mujer se aproxima y se inclina junto a mí para
mirar la etiqueta. Nuestras caras quedan muy cerca
y siento el soplo de su aliento. Veo sobre sus labios
unas gotitas de sudor. Una de sus rodillas toca mi
pierna.
-El rey de la posición horizontal, mirá vos –no se
separa y mueve su rodilla más arriba por mi pierna-.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Y al nieto, ¿qué posición le gusta?”


Con alarma y zozobra, ella empezó a entender lo
que Eduardo estaba haciendo. Iban a entrar en un
pozo sin fondo, ése entrevisto en los anteojos negros.
Algo presentido en el momento en que él se fue de la
cama y ella se sintió abandonada y a su merced. Algo
que tal vez se relacionara con la historia de Eduardo
y su corpiño negro, el que guardaba como trofeo o
como castigo. Estaban entrando en el territorio de
los grandes impedimentos. Ninguno de los dos podía
escapar a su biografía, una geografía en la que la
comunión de los cuerpos estaba unida al espanto.
-Dale, dispará.
La voz de Eduardo resonó honda:
“Nos besamos. Su lengua, muy grande, tiene algo
de blando y mugiente y busca derechamente el
fondo de mi garganta. Hundo una de mis manos
en su delantal y saco fuera del corpiño una teta
caliente, pesada y oscura, con el pezón sobresalido.
Las manos de ella ya abrieron mi bragueta y ahora
desabrochan el cinturón y me bajan el pantalón
hasta los tobillos. Rodea mi miembro con una
mano, alza sus ojos hasta encontrar mi mirada y
pasa la lengua por el costado sin dejar de mirarme,
ascendiendo lentamente hacia la punta. Contempla
por un instante el glande, abre la boca por encima
con los labios curvados y deja deslizar con una
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Acaso querrían hablar

ondulación de la lengua una película líquida de


saliva.
-Por los microbios, ¿viste? –me dice. Un hilo
transparente une sus labios con mi
miembro. Echa hacia atrás su pelo y se lo mete
enteramente en la boca con chupadas largas y
rítmicas. Lo saca de pronto, con una última succión
satisfecha.
-Ahora me pongo en cuatro y me la enterrás, ¿sí?
Se pone de pie, pasa las manos debajo del delantal
y deja caer la bombacha al suelo con un movimiento
de los muslos. Apoya en el borde del colchón las
dos rodillas separadas y extiende los brazos hacia
delante. Arquea la espalda para alzar hacia mí las
caderas, me mira entre la abertura de sus piernas
y se sube el delantal sobre la cintura. Entonces,
cuando veo la hendidura roja, tan cerca y precisa
como nunca, tengo un déjà vu vertiginoso, nítido,
imposible. Algo, comprendo, está horriblemente mal,
porque nunca antes vi una concha así, descarnada,
tan roja, con los labios abiertos. Doy vuelta la
cabeza, desconcertado, hacia la silla donde debería
estar mi abuela.
-Vamos filósofo, no mires allá, concentráte en el
agujero –escucho a lo lejos.
Pero si no soy ese que está en el colchón, me doy
cuenta, mientras veo rodar borrosamente la bestia
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

de dos espaldas, no puedo ser otro que éste que


está aquí, inmóvil sobre la silla. Y ahora empiezo a
recordar que sí, por supuesto, todos han muerto: mi
padre, mi madre, mis hermanos, todos en la posición
horizontal, aunque salí hace apenas un rato de
mi casa. Pero entonces, ¿quién viene a visitarme?
¿Tuve acaso hijos, nietos? Siento que algo se desliza
por el costado de mi boca, algo líquido, indetenible,
y pienso pastosamente, como me dijo mi padre esta
mañana: Babeo, luego existo.”
Eduardo después de un rato de silencio alivianó la
espesura de la situación:
-Buen cuento, ¿no?
-¿Me estás tratando de boluda?
-No quise herir tu sensibilidad. Estamos muy a flor
de piel. Disculpá.
-Ahora te hacés el boludo y encima hablás por mí.
-¿De qué me hago el boludo?, yo no hablé por vos.
-¿Y por qué carajo decís “estamos”?
-Bueno che, es una forma de decir.
-No. Es una forma de no decir nada y de dar por
sobreentendido que nos pasa lo mismo.
-Algo con la piel te pasa ya que te embadurnaste con
esa crema de mierda.
-Si querés te doy un poco, como te pasa lo mismo.
Pero yo no elegí ese cuento tan bueno, corre por tu
cuenta.
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Acaso querrían hablar

Eduardo se levantó a buscar los cigarrillos. De golpe


se había dado cuenta de que durante toda la lectura
no había fumado. Como en un ataque de abstinencia,
se abalanzó sobre el atado de ella, confundido.
-Permiso- dijo, ya con el cigarrillo prendido.
-Así sos vos: primero me fumás los cigarrillos y
después pedís permiso.
-Y vos me revolvés los cajones y me robás los
corpiños.
-Yo no te robé nada. Además ¿desde cuándo usás
corpiño?
-¿Y el corpiño que traías puesto la otra noche?
-Ése era otro, me lo compré después... Y devolvémelo,
que me lo olvidé y me costó carísimo.
-Ah, ¿ese corpiño era tuyo? Lo tiré.
-¿Cómo que lo tiraste?
-No, en realidad lo prendí fuego. Los restos están en
la parrilla.
-¿Qué son para vos los corpiños? No entiendo por
qué guardás el otro y quemás el mío.
-¿Qué sabés qué hice con el otro?
-No, no sé. Y si no me lo decís no pienso adivinarlo.
Decí vos lo que hacés y lo que te pasa. Me revienta
que juegues a las adivinanzas.
-Para que sepas, querida, el otro casi me lo clavo en un
ojo, gracias a no sé quién y agarré y lo hice pedacitos
con la tijerita de las uñas y... Y me lo comí.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-¿Cómo que te lo comiste?


-En salsa negra.
-Qué trastornado. A mí me diste la salsa negra.
-No, yo también comí.
Ella sintió la boca seca y se fue a buscar la gaseosa.
Era evidente que los dos se habían comido el fetiche
y ahora tenía que tragarlo con mucho líquido.
-¿Te das cuenta que estás bastante loco?
-¿Y por casa?
-Una cosa no tiene nada que ver con la otra- mientras
tomaba del pico de la gaseosa de pomelo-. Además yo
no sirvo salsas de corpiños.
-Pero igual me lo hiciste tragar. Y para que sepas,
el corpiño de Nora era mucho más ordinario que el
tuyo.
-Ah, era de Nora.
-No, de Dora quise decir.
-Me estás mintiendo en la cara.
-No veo cómo, si sos una descarada: me revisás los
cajones, dejás la evidencia a la vista, te comprás un
corpiño parecido y soy yo el que miente.
-Y vos me escondés las cosas, no me contás lo
que hacés, me ponés meu amor y me das salsa de
corpiño.
El din don del timbre retumbó en el cuchitril. Ambos
se quedaron inmóviles, mirándose. Como espantados.
Eduardo se recuperó, fue hasta el portero eléctrico y
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Acaso querrían hablar

dijo “Pasá, Celi”.


Cuerpito se puso a revisar la biblioteca con
naturalidad. Se dio cuenta que él la había ordenado,
¿o habría sido Celi?, pero los libros estaban limpios y
parejos, ninguno amontonado arriba de los demás.
Celi entró con su gesto amable.
-Buenas tardes, señora. Hacía varios días que no te
veía- y le dio un beso espontáneo y un abrazo.
El contacto con Celi tenía un efecto reparador
para Cuerpito. Algo en ella, en la placidez de sus
movimientos y en su abrazo firme, le recordaba
a su tía Haydé. No necesitaban casi palabras para
establecer el empalme.
Eduardo se fue con Celi para la cocina y le dijo, como
siempre, que organizara todo a su modo, porque él
no tenía ni idea. Y se fue para el cuchitril a revolver
libros con Cuerpito.
-Éste nunca lo leí: En busca del tiempo perdido.
-Yo tampoco. Parece que todos lo leyeron menos
nosotros.
-¿Y el Ulises de Joyce?
-Ése sí lo leí. Es un texto que nunca se hubiera
publicado si lo hubiera escrito un argentino.
Empezó a sonar la aspiradora con tutti. El ruido
atronador los obligó a hablar a los gritos.
-Uy, no tengo un mango. ¿No me prestás cien pesos
para pagarle a Celi?
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

-Pero claro. ¿Esos tomos todos iguales de qué son?


-Las obras completas de Freud.
-Qué buen literato ése.

Resumen del Octavo Impedimento


Cuerpito entra a lo de Eduardo como un alud.
Ella le cuenta ciertas cosas y él tose como una foca.
Aparte hace otros batifondos.
Él toma mate y ella prefiere un té.
Después de largo rato de ansiedad de Eduardo por
leer un cuento en particular logran apoltronarse.
El dèjá vu es la tónica. Para ella con su familia y para
él por otras cuestiones.
Los corpiños negros proliferan por doquier. Una
verdadera lluvia de encaje negro se instala en el
cuchitril con ciertas imprecaciones acerca de salsas,
quemazones, roturas, compras costosas, Noras y
Doras mediante.
Aparece Celi como caída del cielo.
Entre Proust, Joyce y Freud logran superar el drama
de los cien pesos.

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Acaso querrían hablar

NOVENO IMPEDIMENTO Y FINAL

Los dos estaban parados frente a ese enorme pórtico


que hacía de sus cuerpos una insignificancia.
Las cuatro columnas dóricas acanaladas les
interrumpieron el acceso.
Ambos miraron de arriba abajo esa desmesura, como
huérfanos instintivamente se tomaron de las manos
para entrar al cementerio de La Plata.
-Qué momento, ahora tenemos que decidirnos: ¿por
cuál de las tres puertas entramos? Indudablemente
que una lleva al Paraíso, una al Purgatorio y otra al
Infierno, pero no sabemos cuál es cuál- ella quería
romper con esa ironía la solemnidad de esa entrada
imitación neoclasicismo europeo, el gran modelo de
civilización para los platenses.
-A esta altura de la partitura tendríamos que subir
por la rampa de discapacitados. ¿Esto es nuevo, no?
-Sí, los bárbaros sudacas rompieron los escalones
para poner esta rampa cachuza.
Entonces se soltaron las manos y entraron por
distintos accesos. Cuerpito subió los escalones que
llevaban a la puerta central y Eduardo trepó la
rampa agarrándose exageradamente de la baranda
y traspasó la puerta de la derecha. Del otro lado se
saludaron como si recién se encontraran.
| 323 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

La fronda de tilos daba continuidad a las columnas


amortiguando por completo los sonidos de la calle.
Esta ciudad, a imagen y semejanza de La Plata no
tenía ni autos ni colectivos. Grupos de personas
caminaban lentamente con enormes ramos de
gladiolos, crisantemos, susurrándose y por momentos
sonriendo.
Eduardo miró los pies de Cuerpito y le espetó: -Tenés
sandalias, te van a sacar del culo.
-Los hombres no pueden entrar con sandalias, si
serás bruto.
-En el cartel no decía eso. Además un poco de unción,
querida, que hoy es 2 de Noviembre. ¿Querés que me
arremangue el pantalón así queda como bermudas?
-No entiendo por qué a los muertos les molestará que
los visitantes anden frescos.
-Ellos sí que están fresquitos. ¿Además los entierran
en bolas, no? “Ten el tesón del clavo enmohecido,
que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo”.
Acababan de pasar por el monumento a Almafuerte
que Eduardo señalaba con una galletita. Los anteojos
negros que llevaban los dos correspondían con
la imagen de los visitantes de ese día de todos los
muertos, pero no la camisa de colores de Eduardo ni
los collares largos de Cuerpito, que se resistían a la
solemnidad y sufrían la influencia de la película sobre
Frida en que mostraban el festejo que los mexicanos
| 324 |
Acaso querrían hablar

compartían con sus difuntos. De ahí habían sacado


la idea de visitar a sus muertos personales y tomar
unos tragos con ellos. Por eso no llevaban flores, sino
una petaca con whisky entre otras cosas.
Dos viejas dejaron de fregar las placas de bronce
para verlos pasar y murmuraron algo con cara de
disgusto. Cuerpito alcanzó a escuchar en ese bisbiseo
“...ya no hay respeto...”. Eduardo les sacó la lengua e
inmediatamente volvieron a pasar el trapo a enorme
velocidad.
-No seas tan elemental- Cuerpito arrastró a Eduardo
-. Lo único que falta ahora es que te pongas en
adolescente que quiere horrorizar a los burgueses.
-¡Mmmmmh, mmmmmh!- Eduardo con la boca llena
de una galletita entera que se zampó le marcaba a
ella una bóveda.
-Tragá que no te entiendo.
-Ese monoambiente era de la familia de
Mamitaquerida.
-¿Cómo que “era”? No me digas que estos
monoambientes también se ofrecen en inmobiliarias.
-“Era” porque Mamitaquerida la vendió con los
abuelos adentro y todo. No sé si por inmobiliaria o
particular.
-Entonces el reposo no es eterno en los cementerios.
No hay seguridades...
-Con mi vieja, al menos, nunca hay reposo. Y
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

seguridad una sola: ella, siempre ella.


-¿Dónde nos sentamos a brindar?
-Yo voto por el mausoleo de Ameghino, se lo merece
por haber querido inventar un dinosaurio argentino,
fue casi un vidente.
-¿Pero no íbamos a buscar la tumba de tu papá y la
de mi tía Haydé? Yo ya estoy perdida.
-La verdad es que no me acuerdo adónde lo
enterraron a papá y me parece que vamos a terminar
repeleándonos en esa decisión.
-Yo voto por esa tumba desconocida, la que tiene el
arbolito.
-Prefiero la de al lado que tiene esas rosas de plástico
rojas.
-Bueno, yo me siento a la sombra y vos encima de la
rosa- ella se acomodaba en un banco que estaba en el
límite con las tumbas en tierra.
Eduardo se aproximó a mirar la foto borrosa de la
tumba del arbolito y dijo: -Aquí descansa Roberto
Almada.
-Me estás cargando. Mirá que justo se va a llamar
Almada.
-Mové el traste y leé.
Ella no pudo resistir la curiosidad, que le ganó al
calor. Efectivamente el muerto había sido Roberto
Almada. Algo no le gustó de esa coincidencia.
-Mejor vamos a aquel otro arbolito.
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Acaso querrían hablar

Eduardo miraba el nombre de la tumba de las rosas


rojas y gritó triunfante:
-Esta es de Concepción Gómez, viuda de Almada.
-Nos vamos a volver supersticiosos. Lo que nos falta
ahora es encontrar a Roberto Fantasmada.
-O a Concepción Desalmada.
-A esa seguro que le dicen Mamitaquerida.
-Touché.
Se pusieron a recorrer tumbas y nombres. Encontraron
a Toribio Cambaceres, a su esposa Encarnación
Fuentes de Cambaceres, a Filomena Paredes, sin
marido al lado. Para jolgorio de Eduardo apareció
una Adelaida Bustos, esposa y madre ejemplar.
Cuerpito se sorprendió con un Patricio Anacondia,
Pato querido, mientras Eduardo se percataba que
Romualdo Makaropoulos era un bisabuelo ilustre.
Entonces vieron un árbol frondoso, con una
sombra invitadora, y abajo una tumba con flores
de plástico celestes y blancas. Era la tumba de
Felicidad Contreras. No dudaron más y se sentaron
a brindar. Era un buen lugar porque no había gente
cerca y la tumba parecía abandonada, nadie los iba
a interrumpir en el festejo impropio para la ciudad
de La Plata, que no brinda con sus muertos, que no
tiene el mal gusto de mezclar a los muertos en ningún
festín. La cuestión del buen y del mal gusto resulta
definitoria para la mayoría de los habitantes de la
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

capital de provincia.
Sacaron las ofrendas: Eduardo dejó en la tumba
un pedazo de la galletita que estaba comiendo y
un muñequito de plástico verde que bien podría
representar a un marciano. Cuerpito sacó de su bolso
el collar de fideos que habían hecho sus alumnos y lo
acomodó arriba de la cruz.
-Esta otra ciudad, réplica de la ciudad de los vivos,
aloja la réplica de nosotros. Así que les ofrecemos
estos regalos para que nos sean propicios- dijo
Cuerpito tirando un chorro de whisky en la tierra.
-Pero la gran siete, no tires la bebida al piso. ¿Te
agarró la onda con la Pachamama?
Mirá que tenés que tirar a la tierra de ahora en
más siempre el primer chorrito que tomes si no te
castiga.
-No entendés nada. Una alumna boliviana me contó
cómo festejan el día de los muertos. Si no festejás ese
día no tenés prosperidad en todo el año, creen que
hay que tener una buena relación con los muertos.
¿O vos creías que solamente había que llevarse bien
con el dueño del bar?
-Pero si ése es un muerto...
Tomaron largos tragos a la salud de Felicidad
Contreras para escándalo del señor que pasó, con
una boina entre sus manos, y su esposa que le decía
en un tono bastante alto que ya no existía buen gusto
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Acaso querrían hablar

en esta ciudad.
Cuerpito dijo bastante fuerte que a qué ciudad se
referirá: si a la de los vivos o a la de los muertos,
para regocijo de Eduardo que se babeó de la risa.
Los atravesó la mirada de indignación de la pareja.
Hicieron una pausa, Eduardo sacó del bolsillo un
papel bastante abollado y leyó con voz clara y sonora,
de pie, un poema de Cernuda:
No decía palabras...
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

iguales en figura, iguales en amor, iguales en


deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,


porque el deseo es una pregunta cuya respuesta
nadie sabe.

Cuerpito aplaudió desde su asiento. Realmente


él había acertado, había encontrado las palabras
justas. Una pregunta cuya respuesta nadie sabe
quedó resonando mientras miraba la tumba. Lo
miró amorosamente por su hallazgo. También
consideró atinados los generosos tragos de whisky
que le habían aflojado la piedra que sentía en el
estómago, la reiterada piedra que aparecía cuando
estaba en el cementerio, el lugar donde los nombres
sociales del documento de identidad dejan de tener
sentido, aunque algo siempre había sospechado ella
sobre el culto al nombre, el gusto por las firmas,
la necesidad permanente de autoafirmarse en una
guerra con los demás, algo parecido a la disputa de
un perro por quedarse con el lugar del otro, que
era un lugar cualquiera, un sitio indiferente hasta
que el otro perro lo eligió, entonces se vuelve el
lugar interesante de la batalla, como tantas veces
había visto a supuestas amigas suyas interesadas
repentinamente en su noviete de turno, solamente
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Acaso querrían hablar

por el gusto de ganarle la presa a alguien y afirmar


la propia identidad, darle un peso a su nombre. Algo
había en la gente que relacionaba al nombre propio,
de la persona o de la nación, con el ímpetu guerrero,
con la afirmación de cierta superioridad que siempre
se construye sobre los despojos del otro. ¿Cómo salir
de esa dialéctica?
Después pasó a buscar en el bolso su elección. Él se
sentó para escucharla, y ella, parándose, desdobló
con cuidado el poema de Olga Orozco:
El obstáculo
Es angosta la puerta
y acaso la custodien negros perros hambrientos y
guardias como perros,
por más que no se vea sino el espacio alado,
tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa
dentellada.
Es estrecha e incierta y me corta el camino que
promete con cada bienvenida,
con cada centelleo de la anunciación.
No consigo pasar.
Dejaremos para otra vez las grandes migraciones,
el profuso equipaje del insomnio, mi denodada
escolta de luz en las tinieblas.
Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada
en su favor.
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito


al silencio,
a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a
mis peores estrellas.
No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la
pared.
Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio
de posesiones transparentes,
este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín
debajo de la escarcha.
No hay lugar para un alma replegada, para un
cuerpo encogido,
ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más
extrema ofuscación,
recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo
sueño perdido en el desván.
No puedo trasponer esta abertura con lo poco que
soy.
Son superfluas las manos y excesivos los pies para
esta brecha esquiva.
Siempre sobra un costado como un brazo de mar o
el eco que se prolonga porque sí,
cuando no estorba un borde igual que un
ornamento sin brillo y sin sentido,
o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.

Ella se sentó mucho más distendida, como aliviada


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Acaso querrían hablar

por el encuentro de palabras tan precisas. Él no la


aplaudió. Le dio un entrañable abrazo y la miró
nuevamente. ¿Cómo podía saber ella tanto de él?
Eduardo se repitió este insoluble miedo, pensó que
fue mentalmente, pero no.
(Este nicho que habitamos. Este nicho contrahecho
plagado del narcótico de la contradicción. Esta
coincidencia inclasificable con la que me traspasa la
vida desde la mirada de Cuerpito. No quiero que nos
soltemos en medio de los impedimentos. ¿Seguiremos
guerreando al menos para estar en un mismo
territorio? Me penetra con sus elecciones, penetra
los paréntesis donde estoy y me hace emerger oscuro
y radiante.
¿Cómo agradecerle a ella? ¿Cómo no contrariarla
para poder estar un instante más a su lado?)
Cuerpito le dio una palmadita en el hombro y le
preguntó:
-¿Qué pasa?
-¿Cómo se llama la película en la que estoy
pensando?
- Réquiem para un sueño.

El pájaro que estaba en el árbol voló casi al unísono con


estas últimas palabras, fue ganando altura y abriendo
la panorámica de ese jardín en el que se mezclaban
flores, árboles y cruces blancas de cemento. Un
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Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

lugar tan característico de los humanos, que tienen


un gusto particular por las figuras geométricas, las
líneas rectas, las calles que organizan nuevas cruces
en el espacio, como la búsqueda de un orden que de
ninguna manera es natural. Vio el pájaro la sucesión
regular de rectángulos de material adornados con
flores frescas pero cortadas de las plantas, una zona
custodiada por la escultura de un ángel de piedra,
con alas que imitaban a las de los pájaros pero que
nunca podrían levantarlo de su pedestal. Sus ojos
de pájaro intentaron asimilar esta predisposición
de los hombres a sentirse resguardados fuera de la
naturaleza, tratando de tapar la materia viva con un
duro bloque inanimado. Después dio un giro en un
gran arco y vio las figuras de ese extraño conjunto
de dos personas frente a la tumba de Felicidad
Contreras.

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Acaso querrían hablar

ÍNDICE

LA ADVERTENCIA |3|

PRIMERA PARTE
PRIMERA EXPEDICIÓN |7|

SEGUNDA EXPEDICIÓN | 24 |

(interludio) | 37 |

TERCERA EXPEDICIÓN | 40|

CUARTA EXPEDICIÓN |63 |

Agenda 2006 | 77|

QUINTA EXPEDICIÓN | 79|


(Interludio) | 90|

SEXTA EXPEDICIÓN | 93 |

(Interludio) |105|

Agenda 2009 | 107|

SÉPTIMA EXPEDICIÓN | 110|

OCTAVA EXPEDICIÓN | 127|

NOVENA EXPEDICIÓN | 142|

(Interludio) | 153 |

Agenda 1980 | 155|


| 337 |
Beariz López Cristóbal | Edgar De Santo

DÉCIMA EXPEDICIÓN |158 |

Agenda 1982 | 174 |

UNDÉCIMA EXPEDICIÓN | 177|

(Interludio) | 200 |

EXPEDICIÓN SIN NÚMERO | 203 |

SEGUNDA PARTE
PRIMER IMPEDIMENTO | 205 |

SEGUNDO IMPEDIMENTO | 217|

TERCER IMPEDIMENTO | 234|

CUARTO IMPEDIMENTO | 248 |


QUINTO IMPEDIMENTO | 263|

SEXTO IMPEDIMENTO | 275 |

SÉPTIMO IMPEDIMENTO | 289 |

OCTAVO IMPEDIMENTO | 304 |

NOVENO IMPEDIMENTO Y FINAL | 323 |

| 338 |

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