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Pansedeesta novela se eeibé con el apoyo del Fondo Nacional parala Cultura y as Artes de México, El.sabia de sangre, y vio que la suya era distinta. Se notabaeen el modo en que el hombre lenaba el espa- cio, sin emergencia y con un aire de saberlo todo, como siestuviera hecho de hilos mas fos. Otrasan- gre. Elhombre tom asiento a una mesa y susacom- pafiantes trazaron un semicirculo a susflancos. Lo admiré a la luz del limite del dia que se fil taba por una tronera en la pared. Nunca habia te nido a esta gente cerea, pero Lobo estaba seguro dehaber mirado antes la escena. En algtin lugar es- taba definido el respeto que el hombre y los suyos leinspiraban, la sibita sensacién deimportancia por cencontrarse tan cerca de él. Conoeia la manera de sentarse, la mirada alta el brillo. Observ6 ls joyas aquele cefifan y entonces supo: era un Rey. La inica vez.que Lobo fue al cine vio una peli- cula donde aparecia otro hombre asi fuerte, sun- 9 ‘uoso, con poder sobre las cosas del mundo. Era un rey, asu alrededor todo cobraba sentido, Los hombres luchaban por él, las mujeres parian para al; €l protegfa y regalaba, y cada cual, en el reino, tenfa por su gracia un lugar preciso. Pero los que acompaiiaban a este Rey no eran simples vasallos. Eran|a Corte. Lobo sintié envidia dela mala, y después dela buena, porque de pronto comprendié que este dia era el més importante que le habia tocado vivir. Ja- mas antes habia estado préximo a uno de los que hacian cuadrarla vida. Ni siquiera habia tenido la esperanza. Desde que sus padres lo habian traido de quin sabe dénde para luego abandonarlo a su suerte, la existencia era una cuenta de dias de pol- vo y sol Una vor atascada de flemas lo distrajo de mirar al Rey: un briago le ordenaba cantar, Lobo acat6, primero sin concentrarse, porque todavia tembla- badela emocién, mas luego, con esa misma, ento- ‘n6 como no sabia que podia hacerlo y sacé del cuerpo las palabras como si las pronunciara por primera ver, como sile ganara el bilo por haberlas hallado, Sentia sus espaldaslaatencién del Rey y ppercibi6 quella cantina se silenciaba, la gente ponia los dominds bocabajo en las mesas de Kimina para escucharlo, Canté y el briago exigid Otra, y luego Otray Owray Ora, y mientras Lobo cantaba cada vez mis inspirado, el briago se ponia més briago. ‘A ratos coreaba las melodias, a ratos lanzaba escu- pitajos al aserrino secarcajeaba con el otro borra- cho quelo acompaiaba. Finalmente dijo Ya, y Lo- bo extendié la mano. El briago pagé y Lobo vio aque faltaba. Volvi6 a extender la mano, —No hay mis, cantorcito, lo que queda es pa echarme otro pisto. Date de santos que te tov6 eso. Lobo estaba acostumbrado. Estas cosas pasa~ ban, Ya se iba a dar la vuelta en seiia de Ni modo, cuando escuché asus espaldas. —Paguele al artista, Lobo se volvié y descubri6 que el Rey atena- zaba con los ojos al briago. Lo dijo tranquilo. Era ‘una orden sencilla, pero aquel no sabia parar. —Cual artista —dijo—, aqui només esté este infeliz, y yale pagué. —Nose pase de listo, amigo —endurecié la voz. el Rey—, paguele y cillese El briago se levanté y tambaled hasta la mesa del Rey. Los suyos se pusieron alerta, pero el Rey se mantuvo impasible. El briago hizo un esfuerzo por enfocarlo y luego dijo: —A usted lo conozco. He oido lo que dicen. —gAhsi? 2¥ qué dicen? Elbriago se i6, Serascé una mejilla con torpeza. —No, si no hablo de sus negocios, eso todo mundo lo sabe... Hablo de lo otro. Y se volvié a rin. AL Rey se le oscurecié la cara. Eché la cabeza un poco para atras, se levant6, Hlizo una seiaa st guardia para que no lo siguiera. Se aproximé al briago y lo agarré del mentén. Aquel quiso revol- verse sin éxito, El Rey leacercé su boca auna ore- jay dijo: —Pues no, no creo que hayas oido nada, ¢Y sabes por qué? Porque los difuntos tienen muy mal ido. Le acere6 la pistola como sile palpara las tripas y-dispar6, Fue un estallido simple, sin importan- cia. El briago pelé los ojos, se quiso detener de ‘una mesa, resbalé y cays, Un charco de sangre aso- mé bajo su cuerpo. El Rey se volvi hacia el bo- rracho que lo acompafaba: =Y usté, también quiere platicarme? El borracho prendié su sombrero y huy6, ha- ciendo con las manos gesto de No vi nada, El Rey se agaché sobre el cadaver, hurg6 en un bolsillo y sacé un fajo de billetes. Separ6 algunos, se los dio a Lobo y regresé el resto, —Cedbrese, artista — dij. Lobo cog los billets sin mirarlos. Observaba fijamente al Rey, se lo bebia. ¥ siguié miréndolo mientras el Rey hacia una sefa asu guardia y aban-

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