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DEL IMPERIALISMO AL ANTICOLONIALISMO Elena Hernandez Sandoica i Sree i E] enfrentamiento agénico entre viejas formas de concebir el mundo, propias del capitalismo liberal, y la voraz incorpora- cin a la civilizacién occidental de cultu- ras y pueblos que, hasta el iiltimo tercio del siglo XIX, le son esencialmente aje- nos, generd sobre la marcha sus propias justificaciones y cauces de legitimacién. Sélo triunfante de modo rotundo en vis. peras de la Primera Guerra Mundial —y por ello también sélo entonces encarada con una solidez neta—, la ideologia del colonialismo imperialista produce, sin embargo, sus frutos més sabrosos precisa- mente en un perfodo anterior, en el de su pugnante instalaci6n en el sistema de va- lores de las burguesfas occidentales. Y, en contrapartida, sélo también (en la mayor parte de los casos) después de finalizar la Gran Guerra, y gracias al imponente esfuerzo en hombres y recursos que la plataforma colonial habia facilitado, es cuando la idea colonial pasara a ser pat monio comin de amplios grupos sociales, que ven, por fin, desvanecidos sus escri- pulos o rotundamente rechazados suspi- cacias y reparos respecto a la utilidad de las colonias. De ser patrimonio de unos pocos —aun- que activos— te6ricos, y en torno a 1900, la mistica de la expansién impregna con fuer- za actividades y objetivos en los que se ven implicados rectores de la politica y hom- bres de negocios, periodistas y formulado: res del pensamiento econémico, tedricos de un nacionalismo creciente y en mutacién, y ids 0 menos ingenuos propagadores de los logros de la civilizacién occidental y cris tiana | La densificacién de estas relaciones, su normalizacién dentro del sistema interna- cional, su conversién en materia de en- frentamientos interestatales sofocados, pero en permanente amenaza, no es, en el | fondo, sino correspondencia de todo un conglomerado ideolégico gestado en los tres tiltimos decenios del siglo XIX. En las paginas que siguen procurare- mos dar somera idea de lo que a propési- to de la expansion imperialista, de sus mecanismos y motivaciones, quedaria ins. crito en la practica diplomatica y politica, en las no demasiado abundantes manifes- taciones de los propictarios del capital y | en la expresion de aquellos que abogaron a favor de la idea o lucharon contra ella. Es obvio que todos y cada uno de los res pectivos Estados estableceriin sus posicio nes coloniales de acuerdo con su propia evolucién social y el marco internacional | Ello obligaria a matices y diferenciaciones | cronolégicas que no es posible establecer El economista francés P. Leroy-Be lieu, en 1874, entendié la empresa de la colonizacién, que él mismo contribuiria a revitalizar, como la gran aventura de los SIGLO xx 66 pueblos modernos. Y, sin embargo, desde la reorganizacién colonial que habia acompafiado al Congreso de Viena, en 1815, nada parecia justificar este aserto. La colonizacién mantuvo su intrinseca razén de ser mientras duré el mercantilis- mo, pero con la expansién del liberalismo econémico ¢ ideolégico y, a renglén se- guido, de las independencias americanas, los propios Estados colonizadores habian cuestionado, al menos en parte, la legiti midad de proceder a nuevas incorpora- ciones y, mas atin, su conveniencia, Las turbulencias revolucionarias en suelo co- lonial, largas y, en definitiva, triunfantes en su vinculacion a la idea nacional, fue- ron entonces rechazadas con brio, como capaces de resucitar un espiritu revolucio- nario, por el momento quebrantado en Europa. Y los tedricos del laissez-faire tampoco dejaron de advertir sobre los casi seguros riesgos de la empresa exterior: el mono- polio como artificioso mecanisme que im- pediria la verdadera prosperidad iba a ser, para A. Smith, la consecuencia inmediata de la posesién de colonias. Ricardo llega- rd incluso a afirmar que los beneficios co- loniales lesionan el interés general, y J. B. Say sera todavia mas éspero en su conde- na de un mecanismo que, sin duda, ofre- cia al Estado la posibilidad de mediatizar la libre concurrencia propugnada, a la par que facilitaba la explotacién de unos hombres por otros, sobre el potente anda- miaje del trafico de esclavos. La abolicién de la esclavitud, la rutilan- te imposicién inglesa del librecambio, vendrian asi a constituir las nervaduras de un pensamiento que, sin embargo, no de- jaria de tolerar, en la prictica, efectivas manipulaciones sobre pueblos considera- dos en perpetua minoria de edad. La eri- tica a la colonizacién, templada, tampoco habria de impedir la lenta prosecucién de la expansién colonial ni estorbaria, inclu- so, el que construcciones tedricas en prin- cipio tan libres de sospecha propagandis- ta como el concepto asidtico del propio Marx, quedasen efectivamente plagadas de ambigiiedades. Por su parte, los présperos y crecientes Estados Unidos de Norteamérica hallaron por el momento, en la doctrina Monroe (1823), ‘garantfa soberana a su intangibili- dad y espacio acotado a su potencial ex- pansi6n. Por ello, habria de resultar a muchos sorprendente la fiebre expansionista que atacé al mundo occidental en torno a los primeros 70 y que, al comenzar la déca- da siguiente, apresuraba el reparto del espacio todavia libre; es decir, no contro- lado de manera efectiva por poderes estatales auténomos y fuertes, capaces de hacer frente a la poderosa agresién del capital y la técnica militar de Europa. Razones de indole diversa provocarian en los propagandistas de la expansién exterior el deseo irreprimible de una conquista mas 0 menos incruenta, pero su impacto sobre unos y otros obedecia a profundas, y a veces antiguas, motivacio- nes, ee eee ans elds taeda Si Flaubert pudo asociar la nostalgia y la afliccién a la simple evocacién de las colonias francesas (Dictionnaire des idées recues); si F. Garnier, a la vuelta de un via- je de exploracién en Indochina, confirma- ba el asombro sentido ante la indiferencia de sus contemporiineos (Voyage d’explora- tion, 1873), y si todavia en 1879 el ged- grafo Coffin echaba de menos una rapida atencion hacia el dominio territorial ex- trametropolitano, lo cierto es que las con- diciones generales estaban a punto de va- iar sensiblemente, elevandose hasta un grado nunca antes alcanzado. En el caso francés, especificamente, se esta de acuerdo en otorgar a la derrota de Sedan y sus consecuencias inmediatas un papel decisive en la busqueda de com- pensaciones territoriales a la sustraccién por Alemania de Alsacia y Lorena. Pero también en los iiltimos afios del IT Impe- rio parecia frecuente la revitalizacién de iniciativas individuales de cardcter mer- cantil centradas en las colonias: comer- ciantes de Marsella, Burdeos 0 Nantes Soldados de infanteria india en un dibujo de Jefirey Burn prosiguen sus intercambios, subvencio- nan exploraciones y, en ocasiones, solici- tan del Estado proteccién militar para sus nuevas factorias. ‘Mas nuevas, aparentemente menos co- nocidas, son, en cambio, otras fuerzas de influencia mas amplia y més eficazmente activa, Asi la prestén militar para hallar solucién a deseos en cierto modo revan- chistas, primero, contra Gran Bretafa, més tarde contra la nueva rival, Alema- nia. Es, en esencia, la memoria nostalgica de las grandes epopeyas navales del siglo que pasé (R. Girardet), el deseo de repa- rar las humillaciones y las derrotas del periodo revolucionario e imperial, el re- cuerdo doloroso de la pérdida de la isla de Francia, rebautizada por los ingleses como isla Mauricio, punto de apoyo esencial en el Indico, simbolo de la de- cadencia y el abatimiento del pabellén francés en los mares orientales... Mada- gascat, Cochinchina, habian encarnado esas aspiraciones bajo la Monarquia de Julio y el II Imperio. Pero se trataba también de la reverbera- cién delas iglesias cristianas, enotmemente influyentes sobre amplias capas de la po- blacién, en su mayoria confesional. La am- plia difusin de los relatos misioneros, de los trabajos y triunfos de quienes expan- dian la verdadera fe, suscitaria en muchos europeos la incitante sensacién de estar contribuyendo de manera eficaz a la de- | stom UNwveRsAL | stato xx cantacién religiosa que evocaba el procedi- miento apostdlico, tan proximo a los orige- nes histéricos de su credo. Coincidia asimismo en la formulacién de un complejo ideal expansionista la nueva constitucién de una ciencia casi tan vieja como el hombre, la geografia, Priva- da hasta entonces de un status auténomo y diferenciador en el contexto del corpus cientifico moderno, la nueva geografia en- contrara en los ardorosos propagandistas de la vocacién colonial (y/o profesores, militares, ingenieros, topdgrafos...) celo- sos trabajadores de la elaboracin acadé- mica y doctrinal. Ciencia y politica exterior acabarén asi convergiendo en este campo concreto. Pero lo que es importante, cuando no haya espacio para la primera (porque di- ficultades inherentes al propio proceso de consolidacién de la creacién cientifi- ca, en una sociedad determinada, asi lo impidan), no por ello la incipiente comu | la Italia del Risorgimento, vienen a con- firmarlo, Quizé todavia de un mayor alcance bre determinados ambitos sociales, ¢ in- cluso cronolégicamente anterior a la fun- dacién en Europa de muchas sociedades de geografia, es la espontinea floracién de todo un espacio ocupado por el libro de aventuras y viajes, por las revistas de ambientacién exética y gusto lejano (Le Tour du Monde desde 1860), en suma, por el radiante éxito de un Julio Verne, que ponia en el mercado francés sus primeras obras en 1866 ECONOMISTAS, REFORMADORES Dee eae eLiatd Para la formulacién de una nueva ideo logia colonial, como sistema vilido de ac- cién conjunta, habria de revestir, sin em- JOSEPH aT EIN Joseph Chamberlain (Londres, 1836-1914) fue uno de los principales artifices de la politica colonial briténica de comienzos de siglo. A los treinta y ocho afios, sus 6xitos como gerente de la industria familiar en Rirmingham le permitiernn dedicarse por completo a la politica. Elegido alcalde de Birmingham, transformé durante su manda- to (1873-1876) la desolada ciudad en una urbe modélica. Miembro del Partido Libe- ral, en 1876 consiguié un escaiio en el Par- lamento. En 1880 Gladstone le offecié la cartera de Comercio y, desde ese puesto, Chamberlain impulsé un amplio programa de reformas sociales. Contrario a la utiliza- cién de medidas represivas en Irlanda, ne- gocié con Parnell el Tratado de Kilmain- haim (1882), pero su disconformidad a la concesién del Home Rule le enemisté con Gladstone y le Ilev6 a tundar el Partido Li- beral Unionista. Ministro de Colonias con os gobiernos conservadores de Salisbury y Balfour, entre 1895 y 1906 luché por con- solidar la unidad del Imperio Briténico y se vio abocada a la guerra cantra las rapiihli- cas boers. En 1906 sufrid un ataque de pa- rdlisis que le alej6 definitivamente de la vida publica. nidad geogréfica, vinculada a mas am plios circulos de intereses, y enmarcada en el contexto institucional de las Sacie- dades de Geografia, dejaré de ocupar un primer plano en la formulacién del pen samiento colonial y en la exigencia prac- tica de la accién politica, Casos como el de la Espafia de los afios 80, 0 la parale- | bargo, una trascendencia mayor al viraje | timidamente neomercantilista que, prece- dido por una mas o menos cierta vincula- cién a las primeras teorfas socialistas 0 saint-simonianas, se imponen a si mismos determinados tedricos de la economia li- beral Cabet habia visto en la conquista del uni- Grupo de pastores afganos en un dibujo de comienzos de siglo verso inculto por la bumanidad, la genera- cin inmediata de un aumento de la rique- za, capaz de crear nuevas y més justas for- mas de organizacién social. Proyectos de falansterios 0 asociaciones comunales lle- varéan a Argelia la sombra del socialismo ut6pico. Para los saint-simonianos, la intima co- nexién, la unién mistica entre Oriente y Occidente que decian entrever, unida a su nocién de la necesidad de una explota- cin racional y sistematica de todas las ri- quezas del globo, habrian de conducirlos sin reparos hacia la legitimacidn y el res- paldo de cualquier forma que adoptase la expansi6n europea. Eran los afios de la formacién de las grandes compaiifas de navegacién, de la apertura del canal de Suez y de la magna empresa capitalista que el juego de accio- nes y obligaciones permitia desarrollar entre alegrias y sobresaltos; Zola, en El di- nero, supo trazar con mano maestra lo azaroso de aquella dinémica. El globo te- frestre, en sus espacios vacios, 0 con sus nacionalidades sedientas de un capital cuya procedencia no hay tiempo a mirar, pasa a convertirse en totalmente disponi- ble para quienes, con su esfuerzo personal y la enorme fuerza de las finanzas, se ha- llaban dispuestos a propagar por ese in: menso espacio, casi vacto, los logros ¢ ini- ciativas de la inteligencia organizadora del europeo. Tomar posesin, repartir, po- blar, fructificar, distribuir las riquezas en- tre la mayoria, para ordenar, en suma, la Tierra conforme a los patrones de un mo- delo social reformista, Jules Duval, en 1864 y 1877, concreté en sus trabajos, de relativo alcance, su re- cién formulada doctrina colonial de ca- racter militante. Pero de mayor importan- cia seria la creacién por el propio Duval, en_ 1862, del vehiculo propagandista LEconomiste francais, 6rgano de las colo- nias, de la colonizacién y de la reforma por medio de la asociacién y mejora de Ias clases pobres. Como lema de la publi- cacién, el significative Libre et harmoni- que éssor des forces. Entregado a la voca- cién geogréfica y econémica, filantropo y reformador social, y también empresatio, s6lo en la formulacién de aquella teoria global de las colonias hallaré Duval el | HIsToRIA UNIVERSAL | sicto xx punto de encuentro de sus miltiples ca- pacidades. Pero si, en su caso, el horizonte queda establecido por las clases sociales y, en tl- tima instancia, por el conjunto de la hu- manidad, en el de Prévost-Paradol (La France nouvelle, 1868) se percibia, en cambio, la fundamental meditacién sobre la decadencia nacional de un pueblo, el francés, al que pertenece como apasiona- do siibdito, y a pesar de que la feroz hu- millacién germana no ha cumplido toda- via sus objetivos. Nuevos imperios se ven dibujados ante los ojos de Prévost, porta- voz de medios intelectuales opuestos al régimen vigente, en tanto que se eviden- cia para aquéllos la constante disminu- cién de la grandeur de Francia. La salida exterior sera entonces la solu- cién inmediata que, el que fuera ministro de Marina, Chasseloup-Laubat, iba a pro- curar de manera diferenciadora. Respecto a Indochina, sefiala: No se trata de fundar una colonia tal como la entendian nuestros padres, con colonos europeos, instituciones, reglamentos y privilegios. No, es un verda- dero imperio lo que hay que crear, una es- pecie de soberania con un comercio accesi- ble a todos, y también un establecimiento formidable en el que nuestra civilizacién cristiana resplandezca sobre regiones en las que tantas costumbres crueles permanecen atin. Lo que hasta aqui pudieron ser voces dispersas y débiles, expresadas en regis- tros diversos e invocando a menudo argu- mentos contradictorios, se hacen, sin em- bargo, portadoras de una semilla de lento crecimiento que, al cabo de pocas déca- das, estard en sazén. AULACIONES DE LA EXPANSION Precisamente en la década de 1870 cuando, por uno u otro motivo, las po- tencias europeas miran hacia si mismas enfrascadas en luchas internas o incluso coloniales, como sera el caso de Espaiia, © bien litigios internacionales 0 en pro- cesos de reajuste interior, se elaborara casi definitivamente la compacta ideolo- gia de la expansi6n, extensible a los di- versos modelos nacionales, salvo matiza- ciones y precisiones formales, que va a traspasar, consolidada de modo estable, las fronteras del siglo XX, para arrastrar su contruvertida pujanza hasta los mis- mos limites de la Segunda Guerra Mun- dial. EI ya citado Leroy-Beaulieu, econo- mista de una nueva generacién que tific su librecambismo basico con un neo- mercantilismo precursor inmediato de la finalmente triunfante proteccion, ha- bia afirmado ya en 1870: La fundacién de colonias es el mejor negocio en el que pueden invertirse los capitales de un vie- jo y rico pais. Cuatro afios mas tarde, su tratado sobre La colonizacin en los pue- blos modernos sorprendia a la opinién por su bien trabada serie de argu- mentaciones, a caballo entre la razén econémica y el bienestar social. La exportacién de capitales, netamente caracteristica de la fase que ahora em- pieza, aparece ya en Leroy como el ele- mento primordial para todo tipo de progreso humano: econémico, social, intelectual y, por ende, moral (un creci- miento general de los beneficios, de los salarios y del bienestar habia prometido, en efecto). Pero en la apremiante requisitoria del francés se denuncia asimismo, también como novedad precursora, la potencial rentabilidad del hecho colonial —aunque éta no sea inmediata—: Fl pueblo que mds coloniza, es el primer pueblo; si no lo ‘es boy, lo serd maiana. Y significativa- mente, en la argumentacién de cualquiera de los tedricos del momento, en el campo de la economia, no siempre aparece clara la distincién entre los espacios que se ha- lan ampliamente al margen de la civi zacién occidental y aquellos otros que, li- mitrofes o insertos, han visto decaer sus fuerzas y sus expectativas. El derecho de intervencién de los capi- tales procedentes de naciones poderosas abarcara tanto a unos ambitos como a otros, mirando ansiosamente por la rever- & 2 3 = 2 sin de beneficios hacia el suelo nacional. Colonias y semicolonias quedan asi englo- badas en aquella disponibilidad territorial ampliamente creciente y tolerante. Bajo el peso de aquella constriccién de los negocios que los propios capitalistas sintieron como efecto de la crisis, cobran sentido las instrucciones recibidas por un agente del Crédit Lyonnais en febrero de 1875: Estamos aplastados bajo el peso del dinero —se escribia desde Francia—; no sabernos qué hacer con él (..). Vea usted si el Gobierno italiano o los municipios tie- nen necesidad de dinero, Contamos con us- ted para extraer de Italia todo lo que pueda dar. Durante mucho tiempo, todavia, los mercados preferenciales hallados por el capital extranjero en gran parte del mundo organizado bajo formas estatales, débiles en comparacién con los Estados mas poderosos, desviaron parcialmente la atencién de los inversionistas de sus mico de 1920 presentada por el Barco de Paris y los Paises Bajos dejaria traslu- cir las lineas maestras del proceso de mutacién: El estado desfavorable de nuestro cambio debe incitar a buscar en el dominio colonial, tan extenso y tan varia- do, productos naturales que puedan pa- gurse en nuestra moneda. Esta puesta en valor comporta estudios centralizados y un utillaje que exige el concurso financie- ro. Para ayudar a la realizacién de este programa hemos tomado la iniciativa de crear la Compaitia General de las Colo- nias Contagiados 0 no por una ideologia co- lonial de base ajena a sus mas inmediatos intereses (no hemos de entrar aqui en el centro mismo de la discusién sobre las teorias del imperialismo), lo cierto es que muchos hombres de empresa, que mu- chos potentes conocedores de los meca- nismos de la acumulacion acabarian apuntando hacia la escena colonial con la TNE OL) Jean Jaurés (Castres, 1859-Paris, 1914). Po- Iitico francés. Profesor universitario de Filo- sofia, inicié su carrera politica como dipu- tado republicano (1885). Atraido por las doctrinas socialistas, se alejé de! republica- nismo y desde 1893 figuré en el Parlamen- to como diputado socialista Fundador del Partido Socialista francés (1901), cre6 tres afios después el periddico UHumanité, drgano de prensa del partido. En él desarroll6 una importante labor como teérico del marxismo, siempre dentro de una linea reformista, internacionalista y de- ‘mocratica. Partidario en un principio de la colabo- racién con los politicos burgueses, se opu- s0 luego a ella y, tras la ruptura del partido, creo la SFIO, Seccién Francesa de la Inter- nacional Socialist. Defensor decidido del pacifismo y del anticolonialismo, sus constantes ataques a la politica imperialista de Francia le valie- ron las iras de los nacionalistas. Uno de ellos le asesiné el 31 de julio de 1914, vis pera de la entrada de su pats en la guerra mundial. acotados espacios coloniales. Poco a po- co irfan, sin embargo, rellenindose aquéllos, aunque en buena medida, slo con los potentes cambios facilitados por la Primera Guerra Mundial acabarian cobrando valor econémico ¢ ideologi- co de primer orden las plataformas colo- niales. La Memoria para el ejercicio econd- ilusionada conviccién de que en ella se apoyaba el resorte de renovados im- pulsos. La crisis de crecimiento que arranca- ba de 1873 estaria, sin duda, en la base del proceso; J. Ferry se habia esforzado en explicarlo en la Camara y por medio de la prensa: La politica colonial es hija de la industrializacion, tat de conven- Soldados abisinios comiendo carne de buey (dibujo de 1890) cer a sus oponentes. Eran, por cierto, aquéllos los tiempos del mas encarniza- do reparto. - ICIDO. En Francia todo parece acabar —llegara a decir el cardenal Lavigerie, entusiasta promotor de la empresa africana, reco- giendo el ambiente difuso de una mas amplia meditacién sobre la decadencia de su patria—; en la inmensa Africa, por el contrario, todo comienza. Leopoldo, duque de Brabante y mas tarde Leopoldo II de Bélgica, que en 1863 —sofiando con su proyecto colo- nial— todavia dudaba de su ubicacién, se vuelve ahora con actividad febril so- bre la zona del Congo, tras delimitar previamente lo que presentaba al mundo como una idea eminentemente civilizado- ra y cristiana, una cruzada moderna, bien digna de nuestra época, al tiempo que proponia la delimitacién de influencias, siempre con el objeto completamente cientifico, caritativo y filantrépico que se busca. Era, sin duda, Africa terreno privilegia- do para aquella dominante voluntad. De las cinco partes del mundo —comenzaba en 1881, un temprano librito de divulga- cién popular, del geégrafo espafiol Bel- tran y Rézpide— es Africa, en los presen- tes dias, la que més interés excita y mas atrae la curiosidad. El viejo aserto de la Asociacin Africana de Londres, en 1808, acerca de que Africa no era sino un vasto continente, donde sélo se encontraban ani- males salvajes, iba a quedar ahora atrés ante el proceso de conocimiento en avance que facilitaban las exploraciones. Tal pa- recia entonces como si Africa se acercara a Europa y le ofreciera nuevo campo de acti- vidad. Y, en efecto, seria el hombre blanco, | easton unavesa EI mudir de Dongola presencia una revista de tropas inglesas con su potente y renovada conciencia de superioridad racial y cultural, quien —lle- vado de la mano del darwinismo social y a nueva antropologia (Tylor, Morgan o Maine)— cargatia con gusto sobre sus hombros lo que, en floridas expresiones, trataria de presentar ante la historia como una pesada carga, como la tarea intransfe rible que —en 1899— cristalizaria R. Ki- pling en una exhortacién trepidante: Take up white man’s Burden/Send forth the best ye breed. (Asume tu destino, hombre blanco, y proyecta hacia delante lo mejor de ti mismo. Peto si eran Jos mejores, entre los pro- pios europeos, quienes se sentian a si mis- mos Ilamados a la empresa colonial, la re- creacién del indigena que, de manera antagénica, establece el poeta al final del fragmento, no deja lugar a dudas sobre la intencionalidad del alegato: los pueblos sin civilizar, recién cautivos (your new- caught), resultaban ante aquel hombre blanco y superior como medio-demonios, medio-nifios (balf-devil and half-child). No es preciso, no obstante, recurrir a figuras de la talla de Kipling; toda una le- sin de escritores de segunda y tercera fi Ia hacfan de acélitos de una Inglaterra que, llevada por Disracli, se apresuraba a salir de la retraccién interior y la indife- rencia externa, El scramble for Africa, la course au clocher de los franceses, tuvie- ron con la ayuda del folletén y la prensa una creciente audiencia entre amplios sectores de las clases medias, incluso en. tre el cualificado trabajador de cuello blanco, prisionero de la sombria rutina de la ciudad y el suburbio crecientemen- te industrializado. La vida aventurera y exotica superaba asi, por contraste, la nostalgia campesina ¢ incorporaba al ig- noto ciudadano medio al centro mismo de la politica imperial ‘A menor escala, cualquier imperialismo europeo, por minimo y controvertido que fuese, vendria también, sin duda, acom- paiiado de manifestaciones de esta indole, Tropas indigenas en el Congo Belga (dibujo de finales del XIX) a las que ciertas capas de la sociedad no se mantendrian ajenas. En la madrilefia Revista Geogréfica, publicada como apén- dice a la Biblioteca de Viajes, podia leerse, ya en febrero de 1881: La vida humana es una lucha titénica y continua que el hombre sostiene contra la naturaleza. La humanidad caeria anonada- da bajo el peso de esa robusta y fatal natu- raleza si hombres extraordinarios, dotados de fuerzas sobrenaturales, no imprimieran enérgico impulso a la actividad humana, Hevindola a través de inmensas resisten- cias, para vencer y dominar los elementos opuestos a su desenvolvimiento progresivo. La mistica evolucionista de la lucha por la existencia que aqui se explaya tiene —es légico— sus héroes de carne y hue- so. Son éstos los insignes misioneros de la civilizacion (...) que no tienen que luchar s6lo con los escollos y tropiezos de la fatali- dad cosmologica y la fierexa de sus princi- pios destructores, sino que han de pelear brazo a brazo con el monstruo de la bruta- lidad, engendrado por la unién de la igno- rancia y la natural malicia de los hombres. El derecho —para otros incluso la obli- gaci6n— de actuar enérgicamente contra esta ignorancia y aquella brutalidad legiti- maban ante los europeos las atrocidades de la propia conquista. Pocos reflexiona- ron entonces sobre la distorsién de las so- ciedades indigenas; tan bajo las valoraba el europeo. EI inglés J. R. Seely (Ihe Expansion of England, 1881), convertido en uno de los més potentes idedlogos del nuevo impe- rialismo, habia establecido los puentes del proceso hacia el glorioso pasado britani- co. Dilke o Froude insistieron también con firmeza, y de una u otra manera, en esta proyeccién de la nacionalidad inglesa mas alld de las propias fronteras, por me dio sobre todo de importantes definito- rias étnicas o culturales y, s6lo en segundo término, a base de criterios politicos, eco- némicos 0 estratégicos. Progresivamente, la imagen de la Gran 2 S = Bretaiia se consolidara sobre las coordena- das de la raza y la historia: para B. Kidd, en 1894, la expansién anglosajona por ultra- mar enuncia, ante todo, la incontrovertible victoria de una raza vigorosa y viril, sobre pueblos inferiores y rezagados. De aqui a las palabras de Chamberlain (Creo que la raza britdnica es la més poten- te raza dominante que el mundo ba visto jamés), 0 a Ja sintesis de Lord Rosberey (¢Qué otra cosa es el Imperio sino el pre- dominio de la raza?), no habia més que un paso. Y sélo otro ms llevaba, pocos afios después, a los choques interimperialistas en que modelos raciales pretendian opo- nerse como antagénic La teoria de las naciones moribundas (dying nations), la imagen del hombre en- fermo aplicada a conjuntos estatales mas ‘© menos compactos, como Turquia y Ma- rruecos —e incluso en determinado mo- mento, a Espafia—, venia a poner en peligro constante la propia integridad soberana de territorios, que en modo al- guno podian considerarse libres, vactos, disponibles Junto a este hervidero, polvorin mani- fiesto en la historia contemporénea, la creciente rivalidad entre las grandes po- tencias trafa a primer plano de la teoriza cién imperialista la dominante nacional: Es una lucha de nacionalidad contra na- cionalidad; es una lucha real por el Imperio mundial, explicaba Sir Halford Mackin- der, en 1899. Y, provocando de manera consciente esta identificacién, en 1905, W. F. Monypenny: Hoy en dia las palabras Imperio e Im- perialismo ocupan en la conversacin coti- diana el lugar que antes ocupaban los voca- blos Nacion y Nacionalidad. Unos veinte afios atras, el historiador francés A. Rambaud, prologuista de la edicién en su pais del inglés Seely, propo- nia como modelo a sus compatriotas esta nueva idea colonial, que oftecia a la vez la oportunidad de una regeneracién moral, fuente de paz interior y remedio contra la crisis econémica: La lucha por la vida (struggle for life, ha- bia respetado el traductor), gue en los si- glos anteriores se libraba en el viejo mundo Por la existencia politica, se libra hoy en dia en los nuevos mundos por la existencia eco- némica, y también en ésta, los que renun- cian a la lucha deben resignarse a la destruc- cién (...). La ruina econémica —concluye— es inseparable de la humillacion politica Renunciar, pues, a la competicién eco- némica entrafiaba el casi seguro riesgo de la decadencia, y ésta, a su vez, sélo pare cfa evitable con la colaboracién y el con- cierto interior. Contra el conflicto social, contra la cre- ciente tensién interclasista fomentada por los cambios econémicos hubo de pronun- ens AZUL ag Louis-Hubert-Gonzalve Lyautey _ (Nancy, 1854-Thorey, 1934), mariscal de Francia y estadista, fue un convencido de las virtudes civilizadoras del colonialism. Descendiente de militares, estudié en Saint-Cyr (173). Tras una breve estancia en Argelia, volvi6 a Fran- cia, donde se relacioné con los medios litera- tios de Paris. Su articulo Sobre el papel del oficial en el servicio militar universal (1891) Je granjes simpatias en medios republicanos. Enviado Indochina en 1894, sirvio en ef ES tado Mayor de José Gallieni, junto a quien participé en la campania de Madagascar (1897-1900). Ascendido a general en 1903, se distinguié en la conquista de Argelia, ocu- 6 Oudja (1907) y fue nombrado alto comi- sario de la regidn. Al poco de establecerse el Protectorado francés en Marruecos, se le de- signé comisario residente general (1912), puesto desde e! que desplegs una habil poli- tica de relaciones con la poblacién autécto- ‘na. Tras un breve paso por el Ministerio de la Guerra (1916-1917) volvié a Marruecos y fue ascendido a mariscal (1921). ciarse potentemente el kaiser Guiller- mo II, eficaz formulador de ese relativo detetioro de los poderes democriticos ante el ejecutivo: Las tareas del emperador y del gobierno —advirtié en 1899— han crecido por en- cima de toda medida, y su actuacién seré posible sélo cuando el pueblo alemén renuncie a la division entre los partidos. En filas apretadas, detras de su emperador, orgullosos de su gran patria, y conscientes de su valor real, los alemanes deben vigi- lar el desarrollo de los Estados extranje- ros. Deben hacer sacrificios para conservar su posicién de potencia mundial y, aban- donando el espiritu de partido, mantener- se unidos detrds de su principe y empe- rador. Los hilos de una politica naval de gran alcance, las tramas de una potente red de intercambios comerciales, hallaban cum plida proteccién tras las palabras del kéiser EL ANTICOLONIALISMO COMO OPOSICION Si bien es cierto que, gracias a una potente explosién ideolégica, y al papel de los crecientes medios de difusién, la empresa colonial es absorbida en muchos fimbitos de pensamiento occidentales (in- cluso el Congreso de la socialdemocracia europea de 1907, en Stuttgart, y a pesar de la oposicién de la minoria radical, no condenaria en principio y para siempre todo tipo de politica colonial), lo cierto es que una temprana oposicién habia acogi- do a las primeras empresas coloniales de gran envergadura. A finales de julio de 1885, Ferry habia recibido en la Camara, del después con- verso Clemenceau, asperas criticas: ;Ra- zas superiores, razas superiores!... — clamaba el politico conservador—. Por mi parte, lo rebato especialmente desde que vi a sabios alemanes demostrar cienti- ficamente que Francia debia ser vencida en la guerra franco-alemana porque los franceses constituyen una raza inferior a la alemana. Desde entonces, lo confieso, lo pienso dos veces antes de volverme ha- cia un hombre y una civilizacién para de- signarlos como hombre o raza inferior. Contra la politica de lujo y el gasto ind- til reclama el acusador una politica de pot-au-feu, eminentemente doméstica; el debate colonial se hallaba abierto, ¢ iba a adoptar en su proceso variadas formas de expresion. Cierto que también entonces la extre- ma izquierda radical alzaria su voz en de- fensa de los maltrechos derechos del hombre y contra la violacién de las leyes de la democracia. La ortodoxia liberal, por su parte, en la linea de Say y Cobden, pergefia una argumentacién de matriz econémica, ferozmente critica respecto a las cargas fiscales de la conquista y explo- tacién. Siempre con la alusi6n explicita al inte- rés nacional, el disperso anticolonialismo de primera hora se fundamentara tam- bién, en ocasiones, en razonamientos con: cretamente materiales. Agobiados por la crisis agraria, los intereses defendidos por L’Avenir du Loir-et-Cher, en 1885, deplo- ran el derroche: ¢ Qué necesidad teniamos de ir a conquistar aquellos arrozales del Tonkin, en donde no hay lugar para nin- win europeo, en vez de reservar para nues- tra agricultura, tan castigada, esos millones gastados tan a la ligera? Con mayor trascendencia en el futuro, la argumentacién antisemita de E. Dru- mont (La France Juive, 1886) no deja de sorprender por su terrible anticipacion de elementos contradictorios: Los millones gastados a expalda de la Camara, la malver- sacion, la concusion, las infamias de toda indole..., conocéis todo eso... Pero faltaria por senalar el ctimulo de sufrimientos de nuestros soldados, que permite que los ju- dios se entreguen a ese tipo de operaciones lucrativas. El recurso emotivo y humano al solda- do, protagonista (involuntario tantas ve- ces) de la empresa, va a ser también pre- ferido, una decena de afios més tarde, en manos de sectores politicos ¢ ideolégicos francamente opuestos al francés Dru- mont, Las guerras coloniales, en la Espa- | vasvonia univers | s Grupo de bailarines Batwas, habitantes de la parte alta entre los rios Congo y Nilo fia de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, proporcionarian al republica- nismo federal y al partido de Pablo Tgle- sias la dolorosa ocasién de hacer girar, en torno al soldado incapaz de redimirse a metilico, toda una réplica consecuente a la dominacién colonial. Un casi sorprendente Miguel de Una- muno escribia asi, en enero de 1898, en el semanario La Estafeta: Estallé la guerra actual. Como sobra en Espafia, en realidad, capital para el empleo lucrativo al capitalista —aunque nos falte riqueza—, y como el capitalista no tenia que enviar a la guerra a sus propios hijos, sintié poco o nada los para él imaginados males de ésta, y mucho la perspectiva de perder un mercado. Los hijos del pueblo, los del préjimo, serian en el negocio gue- rrero sus socios industriales... Lo cierto es, sin embargo, que el com- pacto sistema de afirmaciones elementales sobre el que reposaba la orgullosa conciencia europea comenzara a quebran- tarse, todavia de manera debil, en los pri- meros afios del siglo XX. Contra el evo- lucionismo antropolégico, contra su concepcién monista y unilateral del desa- rrollo de la historia, se producen reservas y criticas. La propia colonizacién, con el mejor conocimiento de las sociedades in- digenas, va a proporcionar los elementos de juicio para ello, Comienza asi a percibirse en las socie- dades indigenas su propio equilibrio in- terno, pero ello no lleva a cuestionar, en definitiva, la legitimidad de la coloniza- cién, sino —en todo caso— a propugnar cierto respeto, una solucién arménica y, en tltima instancia, una hibridacién posi- tiva, Los afios cercanos a la Primera Gue- tra Mundial contemplan el atractivo ejercido por el arte negro sobre las elites Africanos a la puerta de su vivienda en el Norte de Ghana artisticas centradas en Paris. Pero ello, a mas de limitado y excluyente, iba a contribuir todavia, en el mejor de los casos, a la difusién estética y a la fami- liarizacién con el fenémeno de la con- quista. Pocas veces iban a encontrarse voces excepcionales como la del italiano E. Catellani, que en 1885 (Le colonie e la Conferenza de Berlino) denunciaba la te- le crueldad de privar a las tribus n madas de sus tertitorios habituales: Seria como quitarle el agua a un pez con la jus- tificacién de que atin le quedaba suficiente aire para respirar. E, incluso en situaciones historicas comparables en parte, como se- ria el caso de Espafia, las réplicas de ca- ricter progresista y humanitario que se vuelven hacia las colonias, vendran a eclipsarse en ocasiones ante el potente empuje de quienes propugnarian un ren- table aprovechamiento de aquella fuerza de trabajo indigena, El I Congreso Afti- canista, ya entrado el siglo XX, ponfa en boca de un representante de la Camara de Comercio Agricola de Fernando Poo en Barcelona lo siguiente: Sostener que a los indigenas de nuestras colonias no debe imponérseles tributos ni obligaciones es no saber colonizar y hacer a los semisalvajes de mejor condicién que nosotros. RIA SOBRE EL IMPERIALISMO- Desde el reformismo de un J. A. Hob- son (1902), a los anélisis mas complejos de Hilferding (1910) e, inmediatamente después, R. Luxemburgo, Bujarin 0 Le- nin, toda una serie de formulaciones teé- ricas van a venir a insertarse en la propia polémica del marxismo radical contra el ISTORIA UNIVERSAL 79 | scio xx revisionismo rampante. No es éste el lu- gar de entrar en su enumeracién, pero si el de destacar la importancia de su (tam- bién rebatida) misién en los procesos de emancipacién colonial bastantes afos posteriores. Su trascendencia posterior lleva a ve- ces a olvidar la, sin duda, mayor repercu- sién interna que, entre los propios artifi- ces del proceso de expansién y distribucién, alcanzarfan otras formula- ciones, burguesas en este caso, que ata- fien mas o menos cordialmente al centro del problema. Asi, por ejemplo, podrian sefialarse in- tentos de elaboracién tedrica como los del espafiol Sanchez de Toca, hombre de ne- gocios y potente publicista juridico, de- fendiendo al capital nacional y su puesto relativo en el contexto del sistema mun- dial. Frente al creciente predominio, no sélo del capital extranjero, en téminos abstractos, sino también contra los privi- legios ciudadanos de extranjeria otorga- dos en los débiles paises receptores a los portadores de aquel capital, escribe San- chez de Toca, ya en 1901. La aceptacién global del fendmeno de la expansién no dejarfa, pues, de tener sus criticos circunstanciales. La lucha por las colonias parecié a punto de llevar a los europeos hacia conflictos bélicos, en varias ocasiones, Pero aquellas razones con que ellos mismos respaldaron la con- quista también eran extensibles a pene- traciones mas sutiles en las llamadas zo- nas de influencia. La actividad de las colonias alemanas no es mds que un aspec- to de la actividad del espiritu de empresa alemén en el extranjero, recordaria Karl Helfferich, director del Deutsche Bank, en 1913, Por otra parte, el duque de Andria Carafa, senador, habia puesto de relieve ante el consul general de Francia, en 1906, que también era importante para Ttalia la cuestién de los Balcanes: Uste- des imaginan —le habia dicho— que es- tamos hipnotizados por Tripoli y que. es nuestro sueiio afticano, Sin embargo, te- nemos otros suetios de realizacion mds in- mediata y mds oportuna (...). No, nuestra gran preocupacion, tinico asunto para no- sotros temible, es el del Adridtico, de Al- bania, de los Balcanes, dmbitos en los que convenia asegurar eficazmente nuestra verdadera expansion nacional. En tanto que las colonias jugaban, en efecto, su frecuente papel subsidiario, cuestiones continentales —y siempre de expan- sién— acabarian por fin desencadenan- do el conflicto. Entretanto, la ciencia y la técnica del hombre blanco habian colaborado con eficacia a sentar las bases de la domina- cién; pocos afos mas tarde de que R. L. Stevenson muriera en las costas de Sa- moa, levantaban los alemanes un potente observatorio: la estrategia, servida por los vehiculos del conocimiento, desplazaba poco a poco a los romanticos disefiadores del primer expansionismo contemporé- neo H. Arednt, Los origenes del totalita- rismo, Madrid, Alianza, 1983, 3 vols. E. Balivar y otros, Burguesia y lengua na- cional, Barcelona, Avance, 1976. A. de Blas Guerrero, Nacionalismo y naciones en Europa, Madrid, Alianza Universi- dad, 1994. J. Breuilly, Nacionalismo y Estado, Barcelona, Pomares-Corredor, 1990. E. Crankshaw, The fall of the House of Habsbourg, Londres, Paper- mac, 1981. G. Delannoi y P. A. Taguieff, Teortas del nacionalismo, Barcelona, Pai- dés, 1993. E. Gellner, Naciones y na- cionalismo, Madrid, Alianza Universi- dad, 1988. E. J. 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