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Historia de La Filosofía Medieval
Historia de La Filosofía Medieval
Cap. I: Introducción
Con una misma fe los medievales hicieron diversas filosofías, lo cual prueba que
hubo una rica filosofía medieval, que es la que vamos a estudiar. Eran hombres
creyentes (cristianos o musulmanes o judíos) que filosofaban, cada quien a su modo.
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aunque reconocemos que de esa decadencia surgieron todavía elementos positivos [y
en todo caso relevantes] para la filosofía moderna, como la agudización de su sentido
autocrítico.
Hay dos extremos a evitar: el mero historicismo, que no evalúa, a lo sumo se limita a
mostrar como un filósofo critica a los anteriores, y una valoración de escuela que
prejuzga, de tal manera que no considera válido más que lo que coincide con ella
misma o lo que conduce a ella. Nuestro criterio de evaluación filosófica sigue
siendo, como en el período anterior, la fe cristiana: en qué medida las diversas
filosofías han respondido a las exigencias teoréticas de la revelación y favorecido
su expansión.
PARTE I
INFLUENCIAS PRE-MEDIEVALES
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Los cristianos, ante la filosofía, adoptaron diversas actitudes: Tertuliano, por
ejemplo, la rechaza; Clemente Alejandrino, por su lado, la considera una preparación
para el evangelio, como antes lo hiciera Filón en relación con el judaísmo. Prevaleció
esta última postura.
San Justino (+ 164): Diálogo con Trifón. Postura favorable a la filosofía, debido a su
historia personal: él mismo había sido filósofo, primero estoico, luego peripatético,
pitagórico, platónico y, finalmente, cristiano. Para él el platonismo es la mejor
filosofía, pero la verdad es sólo el cristianismo. Usa expresiones platónicas para
hablar de las cosas cristianas. Admira a Sócrates, al que considera poseído por el
Logos, que es Cristo. La filosofía había sido una “preparación para el evangelio”.
Taciano, menos filósofo. Atenágoras (que floreció en torno al 177), piensa como
Justino: La filosofía ha sido “propedéutica”. Teófilo de Antioquia: la limpieza
moral es requisito previo para conocer a Dios.
San Ireneo (s. II): Adversus haereses [Contra los herejes]. Prueba la existencia de
Dios mediante el argumento del consenso universal.
Tertuliano (s. III); jurista que se hizo cristiano y luego cayó en la herejía montanista
[no admiten a la reconciliación con la Iglesia a los “lapsi”, los que han caído en la
persecución]. Agrio polémico contra la filosofía [Cfr. Copleston II, 34]; y, sin
embargo, prueba la existencia de Dios a partir de sus obras. Sostiene la perfección
de Dios por ser increado. Llama a Dios “corpóreo” (con lo que probablemente
quería decir sustancial). También califica al alma humana de “material” (que debe
resucitar con el cuerpo para poder sufrir los justos castigos). Fue, además,
“traducionista” (el alma se trasmite de padres a hijos paralelamente con el cuerpo, de
ahí que con ella se transmita también el pecado original). Todas estas cosas son fruto
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de su búsqueda [poco afortunada] de un lenguaje tomado de la filosofía para pensar
lo cristiano.
Arnobio (s. IV), en su Adversus gentes (303 ca.): El alma humana ha sido creada
por un “eón” [sustancia espiritual] intermedio; no es naturalmente inmortal (sino por
gracia), ni tiene ideas innatas, salvo la de Dios.
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San Basilio, Ad adolescentes: fórmense con la ayuda de los griegos, pero
moralmente.
7 San Ambrosio, obispo de Milán (s. IV): se destacó en filosofía práctica, pues su
formación era en el derecho romano, inspirándose en Cicerón. De esta manera entró
el discurso ético estoico en la elaboración de la moral cristiana.
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8 San Juan Damasceno (s. VII): el único proaristotélico entre los padres de la
Iglesia. Vencedor de los iconoclastas y ordenador escolástico del pensamiento
oriental. Transmite la tradición de los padres anteriores y la lógica y ontología de
Aristóteles. “Philosophia ancilla theologiae”.
Fueron predominantemente platónicos. Esto pasó no sólo a Agustín sino también, por
su medio, a Tomás.
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legitimidad que uno, en la batalla, blande armas que ha encontrado esparcidas por
el suelo sin reparar en que sean propias o ajenas. La conveniencia de usar conceptos
procedentes de la filosofía y sus modos de razonar en los que paso a paso van
construyendo la dogmática cristiana se deriva del hecho de que en la Biblia el
lenguaje es concreto, las más de las veces narrativo-histórico, y hay que verterlo a
categorías más abstractas, aunque no fuera más que para ponerse de acuerdo en el
contenido de la revelación. Para hacerlo no quedaba otra opción.
Salvo pocas excepciones -como la de san Juan Damasceno- los padres se inclinaron
por el platonismo en el orden teorético y el estoicismo en el práctico. La primera
opción era obligada, pues no había alternativas dignas de consideración: ni el
heraclitismo materialista de los estoicos ni -menos todavía- el atomismo (más
materialista todavía) de los epicúreos ofrecían un soporte ontológico al cristianismo.
La segunda, a favor de la moral estoica, no era -a mi juicio- tan evidente; tuvo que
ver con la imagen popular del epicureísmo (“soy un cerdo de la piara de Epicuro”).
Pero contaba con el refuerzo de la espiritualista moral platónica. La opción
platónica-plotiniana tuvo sus ventajas: permitió pensar a Dios como causa eficiente,
final y ejemplar, colocando las ideas en su mente. También favorecía la concepción
religiosa y moral de la existencia humana. Pero conllevaba importantes dificultades:
el necesitarismo de la creación, el subordinacionismo de la Trinidad, y algo que
tardó mucho en ser tematizado: el dualismo antropológico y cosmológico.
El acierto del Damasceno al echar mano de Aristóteles para defender los iconos
debería ponderarse especialmente. La herejía iconoclasta tiene que ver con la teoría
platónica del arte (“copia de una copia”) y, en el fondo, con su ontología (desprecio
de lo sensible). Lo que estaba en juego era, en definitiva, el misterio de la
Encarnación: el Verbo, ¿podía hacerse hombre de verdad? En el trasfondo platónico
era difícil aceptarlo. Por fortuna -o por gracia del Espíritu- prevaleció entre los
padres la fe verdadera.
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especialmente los del Pueblo de la Primera Alianza, que halla su centro en Cristo y
su Nueva Alianza eterna y universal, se prolonga hoy, y que culminará con el “fin de
los tiempos” que es el encuentro mismo de los hombres con Dios. Es, en
consecuencia, un Dios personal también en el sentido de capaz de relaciones
interpersonales (de conocimiento y amor) con nosotros.
Viaja a Roma y a Milán, donde gana una cátedra de maestro municipal de retórica. Se
acerca progresivamente al cristianismo, pero establece una nueva relación
sentimental. Lee a los “platónicos” (Plotino, a través de Mario Victorino) y se libera
del materialismo maniqueo. Concibe el mal como privación del bien. Comienza a
leer a Pablo y a desear la reforma de vida. La vivencia del “Tolle lege” -que cuenta en
sus Confesiones como todo lo que hemos visto hasta ahora- le lleva a leer la Carta de
san Pablo a los romanos y da inicio a una conversión moral, de la voluntad. Merced
al testimonio de sus amigos Simpliciano y Ponticiano, que se hacen cristianos, y a la
predicación de san Ambrosio y su liturgia en la basílica de Milán, siente la necesidad
de la Gracia de Dios para poner en práctica los crecientes deseos de su corazón.
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El 387 se bautiza y regresa inmediatamente a África. En este viaje muere en Ostia su
madre Mónica, satisfecha de verlo por fin cristiano y católico. Va a Tagaste, donde
emprende una intensa actividad de estudio en comunidad y de producción literaria,
que ya no abandonará hasta la muerte. En esta primera etapa escribe especialmente
contra los maniqueos.
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universal: Cada hombre tiene su historia, su biografía -y las tomamos en
consideración con exquisito respeto, muy lejos de la banalización de la intimidad que
propone la telebasura- pero las hay especialmente elocuentes, como es el caso de
Agustín. Para la evangelización hay que barajar los medios de que él gozó: fue un
sincero buscador de la verdad, un luchador; contó con la oración y las lágrimas, y la
educación recibida de una madre santa, Mónica, y con el testimonio de sus amigos
que se convierten; recibió la gracia de manos de un obispo santo, Ambrosio, que
predicaba y celebraba la liturgia con unción. La consecuencia de todo ello es la
personalidad de Agustín: un hombre culto de su tiempo, comprometido con su
mundo, un creyente y un pastor santo, dotado de potente vena intelectual al servicio
de Cristo y de la humanidad.
1 Agustín busca la verdad no por ella misma y en abstracto, sino impulsado por el
deseo de beatitud. La felicidad no consiste en la búsqueda [académicos, románticos,
posmodernos] sino en la posesión y disfrute de la verdad: “gaudium de veritate”. Esta
fue su propia experiencia personal, de un pensador que buceó en sí mismo hasta dar
con lo que constituye el anhelo de todo hombre [“Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descansa en ti” (Confesiones I, 1)].
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Conozco también objetos sensibles: no son el objeto propio del entendimiento
humano, valen para ascender a Dios; y el alma, todavía más. Para gran parte de
nuestro conocimiento dependemos de los objetos sensibles, como dependemos
también del conocimiento ajeno. Peor sería no creer nunca a los otros que
equivocarnos alguna vez por haberles dado crédito indebido. El mundo externo
existe, indudablemente. En nuestro conocimiento de las cosas mundanas hay errores
por ser éstas deficientes [la incertidumbre pesa más sobre la inconsistencia de las
cosas que sobre el sujeto cognoscente: platonismo más que cartesianismo].
4 La sensación es el grado ínfimo del conocer. Es un acto del alma por (a través de)
los órganos del cuerpo. Sus fallos proceden de los órganos y de los objetos. El
verdadero conocimiento y la verdadera certeza siguen, para Agustin, un itinerario
inconfundible: hacia dentro y hacia arriba. Allí está lo inmutable, lo más verdadero
y humano. El hombre y el animal sienten, pero éste no memoriza ni rememora (De
Trinitate), por lo que se ve que el hombre es superior. El hombre juzga y, al hacerlo,
compara verdades inciertas con modelos ideales, eternos, mediante la razón superior,
de la que los animales carecen.
6 ¿Vemos a Dios al ver la Verdad? Agustín distingue: no es lo mismo ver a Dios que
ver lo que está en Dios; él no es, por tanto, ontologista (como Malebranche, muchos
siglos más tarde). Aunque en algunos pasajes se expresa al respecto de manera
confusa, en conjunto lo distingue suficientemente: un hombre malo ve verdades
eternas y no por ello ve a Dios, cosa que es efecto únicamente de la gracia y
presupone purificación en esta vida. Aunque Agustín se exprese con cierto deje
neoplatónico, no es ontologista. Las ideas de la mente divina son luz para entender.
Si el ontologismo fuera verdad quedaría inexplicado el ateísmo y el mismo Agustín
no se habría tomado el trabajo de demostrar la existencia de Dios -como veremos-
mediante las verdades eternas.
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7 La Iluminación es clave para entender la teoría del conocimiento agustiniana.
Como con el sol del platonismo y del plotinismo: vemos la verdad, todas las
verdades, gracias a esa luz inteligible que Dios difunde. No vemos exactamente el sol
ni la luz en sí misma, sino todas las verdades a su luz. La mente humana es mudable
y temporal, para alcanzar la verdad inmutable y eterna la mente debe ser iluminada
por Dios. Esta iluminación agustiniana es más que la creación-conservación-concurso
que Tomás atribuye a Dios para sostener y acompañar la actividad cognoscitiva
humana en el terreno natural; todo ello es necesario, según Agustín, a causa de la
deficiencia inherente al entendimiento humano. Pero la iluminación para él es en
cierto sentido ideogenética. No como si Dios infundiera ideas plenamente
constituidas (explícitas) o creara en la mente humana imágenes de las cosas sensibles
(cosa que haría innecesaria la función de los sentidos), pero sí que Dios da certeza al
contenido de la mente infundiéndole modelos invisibles (“ideas normativas”) con
los que se comparan las cosas visibles. Agustín presupone la abstracción para dar
contenidos al conocimiento; pero su iluminación comunica una especial certeza a los
juicios humanos.
Este tema resulta complicado porque Agustín no presta atención a cómo se forma un
concepto en la mente del hombre. Él es un autor religioso que se interesa por otras
cosas: “Quiero conocer a Dios y al alma. Nada más.”
El tema del conocimiento es central en este pensador que peregrinó por los errores e
incertidumbres de su tiempo, de los que se vio liberado por la verdad de Jesucristo.
El caso de Agustín es un testimonio elocuente de la certidumbre sobrevenida al
hombre, también al intelectual, gracias a la revelación, algo que él poéticamente
expresa con la añeja metáfora de la iluminación. Recuérdese que, con la imagen de
la luz y del fuego o del sol, ya se habían expresado Heráclito, Platón y Aristóteles
(actividad iluminadora del entendimiento agente); pero Agustín se la atribuye a Dios
y, más concretamente, a la mediación de Jesucristo y a la acción del Espíritu.
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La comparación con Descartes es ineludible. Basta leer el resumen de las tesis del
‘Contra academicos’ para evocar espontáneamente el ‘Discurso del método’ y las
‘Meditaciones’. E. Gilson dedicó su tesis doctoral a investigar las fuentes
medievales tácitamente empleadas por el padre de la filosofía moderna, exalumno de
los jesuitas del Colegio de La Flèche; y demostró que, en su mayor parte, son
agustinianas. Con la particularidad de que Descartes las esconde. Se inscribe, de
hecho, en una tradición que, por otro lado, silencia y desprestigia. Yo, por mi parte,
suscribo lo que dijo Eugenio D’Ors: “Lo que no es tradición es plagio”. También
hago mío lo que apunta Copleston al considerar las semejanzas entre Agustín y
Descartes: la incertidumbre antigua (platónico-agustiniana) se deriva de la escasa
consistencia del objeto; la moderna, del sujeto. De ambas, en todo caso, se ve
liberado Agustín por Cristo, mientras que Descartes busca y cree encontrar su
seguridad en la inmanente idea de Infinito que, a su juicio, preserva del Genio
Maligno engañador. Las posteriores evoluciones de las filosofías generadas por
ambos permiten evaluar la calidad de los respectivos fundamentos.
Otro punto de semejanza y de diferencia entre estos dos filósofos es la acogida del
saber de otros: Para gran parte de nuestro conocimiento -constata Agustín-
dependemos del conocimiento ajeno. Peor sería -a su certero juicio- no creer nunca
a los otros que equivocarnos alguna vez por haberles dado crédito indebido.
Descartes, optando sólo por las ‘ideas claras y distintas’ para el sujeto pensante, se
afirma en el rechazo del saber ajeno y se limita a la famosa ‘moral provisional’ sólo
justificada en razones pragmáticas. Este es, a mi juicio, uno de los rasgos más
determinantes de la modernidad: el individualismo filosófico. San Juan Pablo II
reflexionó al respecto en los números 31 al 35 de ‘Fides et ratio’, incidiendo en dos
cualidades de la verdadera filosofía: se abre confiadamente al otro y halla su
horizonte último de verdad en Cristo.
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Cap. V: San Agustín III. Dios.
La esencia divina contiene las esencias de las cosas que la imitan y participan de
ella. Las ideas de la mente divina no son accidentes añadidos sino su misma esencia
simplicísima. Esta es la verdad ontológica de todas las cosas, que se identifica con la
mente de Dios. El ejemplarismo de la creación se da en el Verbo eterno y
consustancial con Dios. (También esta teoría se hará clásica en la filosofía cristiana y
pasará lo mismo a Tomás que a Buenaventura, por recordar a los más significativos.)
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Acabamos de asistir al nacimiento de una de las ideas cumbre del pensamiento
cristiano que enlaza la causa ejemplar y la final con la eficiente creadora. Las
grandes adquisiciones de la filosofía griega discernidas y reorganizadas por un
pensador cristiano. Su resultado es el Dios personal (y trinitario) que se nos
comunica en Cristo, ejemplar de la creación y recreador de todo. A san Agustín hay
que estudiarle como teólogo, que es lo que fue; pero esta consideración del Agustín
filósofo es esclarecedora: nos ha presentado aspectos de su pensamiento que
influyeron de manera decisiva en la construcción de la filosofía medieval-cristiana.
Hirschberger le llama con acierto “el maestro de Occidente”.
1 La creación es, para él, “ex nihilo” [de la nada] y perfectamente libre, con lo que se
distancia del emanacionismo plotiniano (“ex necesítate naturae”). Esto es ya
pensamiento judeo-cristiano y concuerda con la absoluta supremacía de Dios y la
total dependencia del mundo respecto de Él.
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ésta como programa de desarrollo o principio ordenador y dinámico inmanente. En
definitiva, identificada con la “ratio seminalis”.
La sensación, por la que el hombre conoce cosas mundanas, es concebida como una
actividad del alma que se sirve del cuerpo como instrumento, intensificando su
presencia e influjo en determinada parte del mismo, la parte inmutada por el estímulo
[órgano de los sentidos]. El alma de por sí no puede sufrir la acción de esos
estímulos, ni del cuerpo mismo; más bien percibe la inmutación del cuerpo producida
por el objeto.
7 ¿El alma es creada directamente por Dios? Ciertamente sí. ¿Cuándo? Aquí Agustín
vacila: parece lo más probable que se inclinara por la preexistencia del alma, aunque
su unión al cuerpo no la concibe como un castigo [contra el platonismo y Orígenes].
Él piensa que toda la humanidad estaba seminalmente precontenida en Adán y las
almas se transmiten de padres a hijos (traducionismo) [Ésta es una razón teológica:
para explicar la transmisión del pecado original, pero favorecida por la preexistencia
platónica]. Más adelante Tomás aclarará que, si el alma es espiritual, el traducionismo
resulta imposible.
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mente de Dios); ahora le vemos a) corregir el emanacionismo necesitarista mediante
la noción de creación libre, b) la producción del alma humana a través de eones
intermedios con la afirmación de la creación directa por Dios, c) la concepción del
alma como sustancia meramente espiritual -de suyo ajena al cuerpo- con una
redefinición (“substantia quaedam rationis particeps, regendo corpori accomodata”)
mucho más compatible con la antropología cristiana y, finalmente, d) la concepción
negativa de la corporalidad humana -como condena merecida por algún pecado- por
otra que, por lo menos, la considera como algo natural, positivamente querido por
el Creador.
No hemos llegado al final del proceso, ni mucho menos. Quedan temas pendientes,
como la verdadera comprensión del hombre, su corporalidad y mundanidad (y sus
consecuencias en el terreno del conocimiento y otros), la presunta prexistencia de las
almas y el imposible traducionismo. Pero hemos dado pasos de gigante.
El ‘De Trinitate’ agustiniano nos ha dejado una comprensión del alma y sus
potencias de largo recorrido en toda la filosofía medieval y en toda la tradición
antropológica cristiana. Buscando alguna analogía creada (al alcance de nuestra
experiencia humana) para pensar la Trinidad de personas en Dios, el Hiponense
traza este recorrido: Soy, sé que soy y amo saberlo (ya lo vimos en relación con su
teoría del conocimiento). Lo primero es la sustancia del alma, lo segundo su
entendimiento autoconsciente y lo tercero el amor a sí mismo (acto de la voluntad).
Esta estructura le sirve para pensar, a partir del mejor reflejo del Creador, la
intimidad trinitaria que se nos ha revelado: el Padre que es eternamente, el Hijo o
Verbo de Dios, eternamente engendrado por vía de entendimiento, y el Espíritu
consustancial y eterno, que es amor. Otras tradiciones teológicas patrísticas
propusieron otras formas de pensar el misterio trinitario, pero la agustiniana fue la
favorita, especialmente en occidente.
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orienta a Dios, pero que es capaz de torcerse, de volverse a los bienes creados del
alma o del cuerpo. Tendemos necesariamente a la felicidad, a Dios, pero como no lo
vemos aquí, en la tierra, podemos desviarnos.
3 “Un abismo llama a otro abismo…”, dice el salmo: El abismo del Dios infinito
llama al hombre [de suyo] finito [pero con anhelos infinitos]: que no puede ser
salvado sino por la gracia [“…con voz de cascadas”]. El deseo reside en la
naturaleza humana; su satisfacción sólo es posible por la gracia. También aquí el
pensar concreto de la filosofía agustiniana conecta directamente con su teología
dogmática y moral.
4 El mal verdaderamente malo (mal moral) es una desviación, no una criatura de Dios
(ni de ningún imposible anti-dios), sino una [pseudo] creación del hombre. Es
“aquello que renuncia a la esencia y tiende al no-ser”… “tiende a hacer aquello que
es cesar de ser.” Es desorden de una voluntad que, de por sí, está ordenada a Dios. En
esta doctrina Agustín se declara heredero de Plotino, con quien logró superar el
maniqueísmo; es ya una adquisición definitiva que llega a la escolástica y a Leibniz.
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por Dios, se consolida con la reflexión y la contemplación, el ejercicio de tal punto
de vista, que no es tan espontáneo como solemos suponer.
1 ¿Es el estado real, histórico, la Babilonia terrenal que se opone por su misma
esencia a la Jerusalén celeste? En ciertos textos de san Agustín parece entenderlo así,
como cuando dice que “a los ladrones pequeños se les llama piratas y a los grandes
emperadores”. Pero en otros pasajes de sus obras enseña que las dos ciudades son
más bien realidades morales-espirituales que no coinciden con ninguna organización
real. Cuenta más el corazón libre de la persona que la entidad exterior a que
pertenece. Esta actitud interior no se desvelará hasta el día de la cosecha, el juicio
final. Por ahora la identificación (Babilonia=estado; Jerusalén=iglesia) no es
completa. Agustín nunca condenó el estado.
2 ¿Puede un estado pagano ser justo? Nunca del todo; no sin la gracia de Dios, pero
entonces deja de ser pagano y pasa a ser estado cristiano. La sociedad es una
“multitud de criaturas racionales adunadas por lo que aman; y, por tanto, puede haber
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sociedades buenas o malas. En el estado adámico (contaminado por el pecado) la
solidaridad o cohesión social se torna inevitablemente poder opresor [porque se pone
al servicio del fuerte y porque los débiles, en todo caso, así lo sienten]. Para que un
estado sea justo y humanizador debe cambiar su corazón por un corazón cristiano,
informado [vitalizado, purificado] por el amor.
Todos los que proponían el ideal agustiniano aceptaban el influjo moral de la iglesia
sobre la sociedad civil. El emperador lo era “por la gracia de Dios” y, a cambio,
defendía a la cristiandad de sus enemigos: las herejías, el Islam, etc. En este
contexto se entienden las cruzadas y que la Inquisición medieval, llamada también
Romana, entregara al “brazo secular” a sus reos para que éste aplicara las
sentencias. La Inquisición moderna, mucho más cruenta, se convirtió en un
instrumento al servicio del propio estado nacional, y así se entiende que la hubiera,
por ejemplo, en España -para defender el catolicismo-, pero también en Suiza -en
pro del calvinismo- y en el Reino Unido -al servicio del anglicanismo-.
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se creía que era el discípulo de san Pablo en Atenas del que hablan los Hechos de los
apóstoles. Lo citan muchos antiguos, como el patriarca Severo de Antioquia (para
apuntalar su monofisismo); además sus escritos son comentados en Oriente por san
Máximo el Confesor (s. VII) y san Juan Damasceno (ss. VII y VII); en Occidente por
el Papa Martín I (s. VII); además, fue traducido al latín y comentado por Juan Escoto
(s. IX), y la serie de comentaristas sucesivos continúa con Hugo de san Víctor (s.
XII), y Roberto Grosseteste, san Alberto Magno y santo Tomás (en el s. XIII).
En el siglo XVIII entró en crisis su figura histórica: se vio claro que, en realidad, era
un neoplatónico cristianizado; y, en consecuencia, decayó la autoridad de sus obras.
Entonces pudo estudiarse con imparcialidad la ortodoxia de su pensamiento, no
siempre clara. En lo tocante a la Trinidad es dudosa, y escasa en cuanto a la
Encarnación. Además, el Pseudo-dionisio es un místico, no un teólogo dogmático, lo
que dificulta más su correcta interpretación. [Los comentaristas, de hecho, se
esforzaron por interpretarlo ortodoxamente, dada la autoridad que se le atribuía.]
Hoy sabemos que se trata de un escritor sirio, fuertemente influido por Proclo, que
compuso sus obras alrededor del año 500, teólogo y eclesiástico, el cual, para
acreditar su pensamiento, firmaba con el prestigioso pseudónimo de “Dionisio el
Aeropagita”. Sus obras principales son: De divinis nominibus (Los nombres de Dios),
De mystica theologia (La teología mística), De coelesti hierarchia (La jerarquía
celeste) y De eclesiastica hierarchia (La jerarquía eclesiástica).
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nuestros antropomorfismos. En la oscuridad del no saber empieza la vía mística. Esta
oscuridad es debida al exceso de luz intelectual, que nos deslumbra. Es una actitud
tomada del neoplatonismo y de la experiencia personal del místico. [Aristóteles decía
lo mismo, usando la metáfora de la lechuza, símbolo de Minerva, diosa de la
sabiduría: nuestra inteligencia es a los supremos inteligibles como el ave nocturna,
que de día se queda ciega porque hay demasiada luz. Tomás les sigue también en
esto.]
Dios es causa ejemplar, eficiente y final de todas las cosas. Las produce todas y las
atrae como bien supremo. Esto imprime al ser un dinamismo “exitus-reditus” que
volveremos a encontrar en Juan Escoto, en los franciscanos medievales y en la misma
estructura general de la Summa theologiae de Tomás [como ha demostrado el padre
Gilbert].
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podía conocer el bien-verdad. La providencia respeta la naturaleza y sus
consecuencias: Dios castiga sin palo ni espada, dice el refrán.
Dicho esto, que se refiere en general a la elaboración histórica del pensamiento, hay
que reconocer que, en el caso presente, el “cebo” (Dionisio Areopagita, varón
apostólico, ateniense y discípulo de san Pablo, ¡nada menos!) era apetitoso,
difícilmente eludible. No nos corresponde juzgar las intenciones de quien escogió tal
seudónimo; máxime porque el fenómeno de la pseudonimia era frecuente en la
antigüedad y no siempre conllevaba intención de fraude. Más interesante es enfatizar
la forma cristiana de reconducir aserciones deficientes en la dirección correcta. De
ella hicieron gala la mayor parte de los comentaristas medievales.
1 Boecio (s. VI) es, con el Pseudo-dionisio, el otro canal de transmisión del saber de
la antigüedad a la edad media cristiana. Fue un cristiano que, tras estudiar en Atenas,
desempeñó magistraturas muy altas en la corte ostrogoda de Teodorico y luego
procesado y ejecutado por alta traición. En la cárcel, a la espera de juicio, escribió su
De consolatione philosophiae, un tratado de teología natural de inspiración
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aristotélico-estoico-cristiana que enfatiza la confianza en la providencia divina.
Anteriormente había escrito una Introducción y Comentario al Organon aristotélico
[sus tratados de Lógica], un Comentario a la Isagogé de Porfirio y algunas obras
originales de filosofía y teología.
Quizá tradujo otras obras de Aristóteles que, en todo caso, se han perdido. De su
modo de citarle se deduce que le conocía y entendía bien; también en el problema de
los universales, aunque en este punto no fue comprendido ni seguido por los
primitivos medievales (Juan Escoto, etc.).
Aplicó -no siempre con el mismo éxito- la terminología y las nociones aristotélicas al
estudio de problemas dogmáticos. Por ejemplo: la materia y la forma para pensar la
doble naturaleza (humana y divina) de Cristo, o la Trinidad; los predicamentos y la
analogía del ser para pensar a Dios. Suya es la famosa definición de persona como
individua substantia rationalis naturae (sustancia individual de naturaleza racional).
4 Casiodoro (s. VI), maestro palatino [algo así como ministro de educación] también
con Teodorico. Escribió unas Instituciones o De artibus ac disciplinis liberalia
litterarum, en las que distingue tres scientiae sermocinales [del sermo, de la palabra]:
la gramática, la retórica y la dialéctica; y cuatro scientiae reales [de cosas reales]:
aritmética, geometría, música y astronomía. En su De anima muestra el influjo de
Agustín y de Mamerto. Para él el alma es espiritual: no es una parte de Dios, pues ella
es mudable y capaz del mal; tampoco es material, pues puede conocer lo espiritual.
Está toda entera en cada parte del cuerpo; es indivisible e inextensa; opera en unas
partes con mayor intensidad que en otras.
5 San Isidoro Arzobispo de Sevilla (s. VII). Escribió 20 libros de Etimologías, una
especie de enciclopedia que compendiaba el saber de su tiempo y que fue muy usada
sucesivamente. También compuso 3 libros de Sentencias y el alegórico y fantasioso
Libro de los números.
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Desde el punto de vista de nuestra filosofía cristiana
A Boecio ya le habíamos visto como el último autor del mundo antiguo. Entonces le
llamamos “el último romano”. Ahora le encontramos de nuevo al hacer historia de
lo cristiano… Y no es de desdeñar la observación de que no es, ni mucho menos, el
primer cristiano. Esto nos vale para caer en la cuenta de las infiltraciones de unas
épocas en otras y del solapamiento, a veces de siglos, entre unos y otros períodos.
Tal observación no nos sirve únicamente para entender el carácter convencional de
las divisiones en la historia (también la de la filosofía) sino para captar la
continuidad de la filosofía cristiana en relación con lo clásico greco-latino. El
pensamiento medieval cristiano se forjó así, asumiendo lo antiguo, no rechazándolo.
Es un reflejo más de la encarnación: el Verbo se hizo hombre de verdad, y ello
conlleva hacer propio todo lo humano: el pensamiento, la cultura, etc. La Iglesia,
comunidad de creyentes en Cristo, no podía actuar de otro modo. Hay que tenerlo
muy presente ante ciertas corrientes de pensamiento actual filosófico y teológico que
aborrecen lo helenista en lo cristiano, que lo juzgan una contaminación ilegítima.
También en la antigüedad cristiana existió esta llamémosla “sensibilidad”: piénsese,
por ejemplo, en Tertuliano; en la alta edad media la misma tuvo como representantes
a los “antidialécticos”, que pronto veremos. Pero la encarnación máxima de este
espíritu -en la cuna de la modernidad- es la “sola fides, nulla ratio” de Lutero. La
corriente ha existido siempre, pero siempre ha sido minoritaria. A propósito de esta
“helenización del dogma” Juan Pablo II habla de “designio providencial” en ‘Fides
et ratio’ n. 74.
Boecio trajo consigo una considerable dosis de filosofía peripatética, pero no estaba
el horno para esos bollos: no fue comprendido ni por sus contemporáneos ni por los
que vinieron después, como pronto tendremos ocasión de comprobar al estudiar el
problema de los universales. El predominio del platonismo era total. Como muestra
valga el botón, que espero no haya pasado desapercibido a los lectores de las
páginas anteriores: Casiodoro llama ciencias “reales” -sobre cosas reales- a la
aritmética, a la geometría, a la música, en plano de igualdad con la astronomía. El
caso de san Isidoro aboga en el mismo sentido, aunque es más sutil: Al llamar
‘Etimologías’ a su enciclopedia general, está optando -seguramente sin reparar en
ello- por la dialéctica (definiciones lingüísticas) frente a las ciencias naturales y a la
metafísica aristotélicas (que dan -o, por lo menos, buscan- definiciones esenciales).
PARTE II
EL RENACIMIENTO CAROLINGIO
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1 El día de Navidad del año 800 Carlomagno, rey de los francos, es coronado
emperador de Occidente por el Papa. Fue un guerrero, como correspondía a su
estirpe, pero también un estadista que asumió la educación de su imperio [a pesar de
saber firmar a duras penas] como una de las funciones de su responsabilidad política.
Para ello buscó eruditos no sólo en Franconia sino también fuera de su reino. Los
reclutó en [lo que ahora llamamos] Italia, como a Pedro de Pisa y a Pablo Diácono, y
en Hispania, como a Abogardo y a Teodulfo el poeta. Entre sus “fichajes” destaca:
2 Alcuino de York (s. VIII), anglosajón, fruto maduro del movimiento monástico
precedente (ss. VII y VIII) que, junto con las escuelas episcopales, mantenían
encendida la llama del saber y la cultura. En dicho movimiento ya había destacado el
anglo Beda el Venerable (primera mitad del s. VIII), exegeta e historiador. Alcuino
viajó a Roma dos veces. Conoció a Carlomagno quien le confió la dirección de su
escuela palatina y le nombró, más tarde, abad de San Martín de Tours. El mismo
emperador promovió la cultura en el reciente monasterio de Fulda y en su corte de
Aquisgrán. Esta escuela palatina se dedicaba a la formación de los funcionarios
imperiales, pero estaba también abierta a los particulares que quisieran estudiar.
Puede decirse que fue una semilla [muy] remota de la Universidad de París.
3 Otras escuelas monásticas del su tiempo, como Saint Gall, Corbie y Fulda,
ejercieron igualmente una doble proyección, hacia dentro y hacia fuera: formación de
sus monjes y de otros que ni eran ni iban a ser monjes. Lo mismo hacían las escuelas
episcopales, llamadas también “capitulares” por estar encomendadas al cabildo
[“capitulum”: conjunto de clérigos establemente dedicados a las tareas que se ejercían
en torno a la catedral, especialmente la formación del clero]. Se institucionalizó el
esquema educativo del “trivium” y el “quadrivium”, de Casiodoro. Se enriquecieron
las bibliotecas y escritorios. Cuando se extinguió el renacimiento carolingio, en el
resto del siglo IX la cultura apenas avanzó, salvo la figura excepcional de Juan
Escoto. Los siglos X y XI son de una aterradora pobreza cultural. Todo se redujo a
conservar lo del pasado, sin nuevas aportaciones.
4 En Germania destacó el ya citado Rabano Mauro, que enseñó en Fulda (ss. VIII-
IX), especialmente las instituciones clericales, y escribió una enciclopedia de
inspiración isidoriana (De rerum naturis). Cultivó una exégesis alegórica nada
original.
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El papel jugado por la Iglesia, también en estos primeros siglos del mal llamado
medievo, es fundamental y ha sido maliciosamente censurado por los que prefieren
ignorar o desfigurar lo cristiano Un ejemplo de esta actitud: la novela de Umberto
Eco, ‘El nombre de la rosa’, y todavía más, la película homónima de Jean-Jacques
Annaud. La caída del imperio romano arrambló con sus instituciones culturales. Los
caudillos bárbaros que, con el título de reyes, se instalaron en las diversas
provincias del antiguo imperio hicieron honor a su apellido, no sólo en el significado
de extranjeros sino en el de ignorantes, brutales e incultos; tanto que, cuando
Carlomagno decidió restaurar el saber, tuvo que echar mano de los monjes. No
había alternativa. Todas estas escuelas -la palatina, las monásticas y las
episcopales- eran abiertas, y ofrecían los conocimientos de su tiempo a quienes
quisieran adquirirlos. La imagen de una iglesia medieval “oscurantista”, celosa
acaparadora del saber en beneficio propio, es históricamente falsa y delata, más
bien, los prejuicios o la mala voluntad de sus propagadores. Incluso en la etapa más
“tenebrosa”, los únicos que custodiaban y lograron transmitir el saber antiguo eran
cristianos, y muy cualificados: los monjes.
Nació el año 810 en Irlanda (“Scotia maior”, de ahí su apellido “Scotus”; y también
Éire, de ahí “Eriúgena”; juntos vienen a decir: Juan el Escocés Irlandés [!]). Estudió
en algún monasterio de su país y alcanzó un notable nivel en griego, lo que le
permitió traducir al latín a san Gregorio de Nisa y al Pseudo-dionisio. Viajó a Francia
y estuvo en la corte de Carlos el Calvo alrededor del 850. Protagonizó una disputa
teológica sobre la predestinación en la que su ortodoxia no salió bien parada. No hay
indicios de que se ordenara sacerdote.
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Volviendo a nuestras metáforas geográficas, diríase que Juan Escoto -a quien
llamaremos siempre así para distinguirle del famoso Duns Escoto, de finales del s.
XIII- es como Uluru, aquella descomunal roca rojiza que se eleva inesperadamente
en medio del desierto australiano.
3 Nuestro conocimiento de Dios es por una doble vía: afirmación y negación. Dios
debe ser llamado el “super-…”. Todo lo que se dice de él es “metafórico”,
“traslaticio” (“analógico”, diría un escolástico). Cuando decimos que Dios es “super-
sabiduría”, en este “super” no hay sólo afirmación sino también, y a la vez, negación:
la inefabilidad e incomprensibilidad de Dios deben prevalecer siempre. Pero en este
“super” hay también un saber de que Dios es más que sabio. Cuando digo ‘Dios no es
sabio y la piedra no es sabia’, de Dios sé más. En el caso de Dios, nuestro
pensamiento es, a la vez, afirmación y negación.
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De él no se predican las categorías (los accidentes, por ejemplo, la cantidad; ni
siquiera la sustancia [!]); trasciende todo eso (por tanto, Juan Escoto no es un
monista grosero). Ni se predica de él la relación. Sabemos que Dios es, pero no qué
es Dios. Su “plus” (su ser-más) trasciende todo entendimiento, humano y angélico.
4 Como Dios trasciende todas las categorías, trasciende también la del “pati”
(padecer) y la del “facere” (hacer). ¿Qué significa pues lo de la Biblia, que “Dios
hizo todo”? Él no está en el tiempo; por tanto, su hacer no le añade nada, lo que hace
es más bien coeterno con Dios. En definitiva, decir ‘Dios hizo todo’ equivale a decir
que ‘es en todo’; que Dios es la esencia de todo. (¿Panteísmo?)
Juan Escoto no niega la creación, pero subraya que Dios no hace las cosas como
nosotros conocemos el hacer. La esencia de Dios es idéntica con su existencia. No
tiene accidentes sobrevenidos a su sustancia.
Dios es causa eficiente de todo y también causa final (“natura quae creat et non
creatur”, “natura quae nec creat nec creatur”=naturaleza que crea y no es creada,
naturaleza que ni crea ni es creada). Las criaturas, en cambio, son “natura quae et
creatur et creat” (naturaleza que es creada y crea [!]) y “natura quae creatur et non
creat” (naturaleza que es creada y no crea). Pero, en cuanto que cada criatura es una
participación de quien existe sólo en sí mismo, toda la naturaleza puede reducirse al
único principio; y, de esta manera, Creador y criatura pueden ser considerados como
una sola cosa [!].
5 Lo “creado que crea” son las ideas (prototipos, predestinaciones) que existen en
Dios. “Creadas” en cuanto son en el Logos, ontológicamente anterior a las ideas;
pero las ideas, que son en el Logos, son creadas. Juan Escoto es un neoplatónico y,
como tal, tiende al panteísmo; pero, por otro lado, se resiste a ese dinamismo: quiere
ser ortodoxo, cristiano. Por esto distingue entre el Logos, eternamente engendrado, y
sus ideas, creadas. Las ideas se dan todas unidas en el Verbo.
6 Lo “creado que no crea” son las criaturas del mundo, que participan de las ideas
como éstas de Dios. Aquí vuelve a asomar un panteísmo emanacionista (del tipo del
que hallamos en el Pseudo-dionisio), que se expresa en fórmulas tan claras como
ésta: “Dios hace todas las cosas, se hace en todas las cosas, es todas las cosas”.
¿Qué significa, entonces, creación “ex nihilo”? Juan Escoto responde: creación a
partir de Dios-en-sí sin que participen sus teofanías. (Suena a Hegel.)
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Dios es todo; es creado por sí mismo en las causas primordiales y en los efectos o
teofanías; y atrae a todo hacia sí.
Así Dios es, a la vez, “naturaleza que crea y no es creada” y “es creada y no crea”.
Estas dos cosas se reconcilian, según Juan Escoto: 1) porque Dios es, en sí mismo,
sin causa y causa de todo; 2) porque, como causa final, es “naturaleza que no crea ni
es creada”; 3) en cuanto engendra al Verbo, se aparece a sí mismo, se hace
autoconsciente, se crea a sí mismo; 4) en cuanto vertido en sus teofanías, es
naturaleza creada que no crea.
8 La “natura quae nec creat nec creatur” (naturaleza que ni crea ni es creada) es
Dios como causa final. Todo regresa al origen: el mundo dejará de ser por retornar a
las ideas. La materia, que es un accidente y apariencia, perecerá.
El hombre regresa a Dios guiado por el Logos encarnado. Todos somos solidarios en
Adán y también en Cristo. En el retorno del hombre a Dios hay grados. El máximo es
el de Cristo (unión sustancial de la naturaleza humana con la divinidad). Etapas de
este regreso: 1) la disolución del cuerpo en los cuatro elementos cósmicos; 2) la
resurrección del cuerpo; 3) el cambio del cuerpo en espíritu; 4) el regreso de toda la
naturaleza a sus causas primordiales, las ideas; 5) el regreso de la naturaleza y las
ideas a Dios.
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inicial y para el definitivo. Otro ejemplo: la resurrección es debida a la naturaleza
humana, no es por gracia; gracia es sólo la divinización de algunos resucitados.
9 ¿Qué queda del infierno, si todo tiene que regresar a Dios a través del hombre? La
ingeniosa respuesta de Juan Escoto es ésta: todo lo creado es bueno; en consecuencia,
también las sustancias de los demonios y de los hombres malos, que no serán
aniquiladas. Retornarán. Los castigos no serán corporales: afectan a la voluntad
mala y a su apego al mal, que queda impedido. Todos resucitarán con cuerpos
espirituales, aunque solamente los elegidos disfrutarán de la divinización. Las
criaturas desaparecen finalmente en Dios.
10 La de Juan Escoto resultó una filosofía poco influyente para sus cualidades
intrínsecas. Fue seguido por algunos panteístas, como Amalrico de Bene, condenado
en 1225. ¿Fue personalmente panteísta? Sus intenciones eran las de mantenerse
ortodoxo: cita autores que tiene por ortodoxos, como Gregorio Niseno, el Pseudo-
dionisio, Agustín, Ambrosio y las Sagradas Escrituras (especialmente 1 Cor 15,28 y
Jn 1).
Pero en la alternativa entre autoridad y razón se inclinaba por esta última, y entendía
por “autoridad” no la doctrina misma de las escrituras sino su interpretación a cargo
de los padres. Interpreta el dogma filosóficamente. En su descargo hay que recordar
que, en su tiempo, no se distinguía todavía entre filosofía y teología. Habrá que
esperar al siglo XIII para ello, y al XVI para encontrar desarrollado el tratado sobre
los “lugares teológicos”. Hizo una sabiduría cristiana y racionalista mezclada, como
otros autores de la primitiva edad media. Su voluntad de mantenerse ortodoxo parece
sincera. Por ejemplo: cuando explica el regreso de las criaturas a Dios y su hacerse
Dios, dice: no “ita non sint”, sino “ut melius sint” [“no de tal modo que no sean sino
para que sean mejor”], en un intento de mantener lo que él considera la enseñanza
cristiana.
31
le choca, lógicamente, el modo de hablar de Juan Escoto. Comprendo que no
podemos despojarnos de la formación recibida, que implica la distinción entre
teología y filosofía. Pero, intentando pensar como los santos padres anteriores a
nuestro autor, me atrevería a decir:
Pero vayamos a lo que los santos padres ya sabían: Juan Escoto ha escindido la
Trinidad inmanente -vida divina de conocimiento y amor de la que proceden las
Tres Personas- de la Trinidad económica: su manifestación en la creación y en la
historia de la salvación. A la primera la concibe como una divinidad indistinta, con
una unidad impensable, y parece desterrar de ella la Trinidad de personas. Es una
postura típicamente neoplatónica, pero está en contradicción flagrante con la
doctrina de los padres de la iglesia sobre el misterio de Dios.
32
La creación eterna, tal como la concibe Juan Escoto, ¿va más allá de una plotiniana
emanación necesaria? ¿Implica un acto libre, un acto personal? En san Agustín esto
ya estaba claro merced a su síntesis entre revelación judeocristiana y filosofía
neoplatónica, en la que la primera ejercía el liderazgo.
La última división de la naturaleza, Dios como fin de todo, ¿no resulta como
enriquecida y aumentada con la autoconciencia merced al “reditus” del ser? o ¿hay
que pensar que eso que vuelve es la nada? En este punto el parecido con Hegel es
elocuente e inquietante, como Copleston apunta oportunamente. Y, a fin de cuentas,
¿no se reconoce en todo el pensamiento de este autor una imparable tendencia
panteísta?
No pretendo que ninguna de las objeciones que pongo sea fácil de resolver echando
mano de otros sistemas filosóficos; pero a mi entender son problemas en que se ha
metido él mismo al usar indiscriminadamente el neoplatonismo. La mayor parte de
ellos habían sido correctamente enfocados por san Agustín, que daba mucha más
cabida a la revelación como factor corrector de su sistema de pensamiento. Juan
Escoto retrocede en muchos aspectos al nivel de evolución en que se encontraba el
pensamiento cristiano con Orígenes… Lo malo es que, al hacerlo, ha ignorado las
esenciales aportaciones de los padres y de los concilios ecuménicos que se
produjeron entre tanto. Con la buena voluntad de ser ortodoxo no basta. Cuando una
filosofía es tan arrolladora que arrambla con la fe, debe ser puesta en cuarentena.
33
además, autocomplaciente, y se engolosina con sus propios productos, tanto más
cuanto más sistemáticos y precisos resulten ser.
TERCERA PARTE
LOS SIGLOS X, XI Y XII
Además, Europa se hallaba asediada por todos lados: los normandos por el norte, los
mongoles por el este y los sarracenos por el sur. La única tarea cultural fue conservar,
salvar lo posible. La especulación se redujo al tema de los universales.
34
especies, dejando de lado las diferencias específicas (géneros). La orientación
aristotélica propuesta por Boecio no se impuso.
3 No era un problema bizantino [tan especioso como superfluo]. Las cosas son
individuales, pero los conceptos con los que las pensamos son universales [‘Esto es
un árbol’]. Está en juego la verdad de nuestro pensamiento. ¿Tienen los conceptos
universales fundamento en la realidad? ¿Vale nuestro conocimiento? ¿Vale la ciencia,
que siempre es de universales? ¿Hay que ser escéptico?
35
fundamento a los universales, pero sí que enfatizaba, en todo caso, el proceso
psicológico.
Roscelín (ss. XI-XII), cuyos escritos se han perdido, salvo una carta a Abelardo; pero
tenemos numerosos testimonios sobre él. Se sitúa contra el realismo exagerado: ‘Sólo
existen los individuos, el universal es sólo una mera palabra (“flatus vocis”).’ ¿Qué
pensaba realmente este autor? Parece negar todo universal, pero no es seguro. Por los
testimonios de Anselmo y Abelardo sólo podemos concluir que fue un anti-realista
declarado.
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temas teológicos, en la presunción de que, básicamente, sus sentencias concuerdan- y
muestra que, en contra de lo que dice el Lombardo, dichas opiniones no coinciden
sino que se contraponen (unos dicen sí y otros no; de ahí el curioso título). En general
las posturas vitales e intelectuales de Abelardo anticipan, por su libertad y audacia,
las de un hombre del renacimiento.]
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en la mente de Dios; son idénticas con él y simples.’ El universal puede considerarse,
por tanto, de tres maneras: “ante rem”, es Dios mismo en su esencia imitable por las
criaturas; “in re”, es la esencia o naturaleza individual y concreta; “post rem”, es el
concepto universal abstracto (abstraído por la mente). El concepto humano es
verdadero porque [y en cuanto] se adecua a lo que hay en la cosa y, a última hora, en
la mente de Dios.
¡Qué aventura tan atribulada y, a la vez, tan bella! Dejemos de lado lo que es casi
anecdótico: La bisoñez e impericia intelectual de algunos, las audacias individuales
de otros, el nerviosismo e intemperancia de los de más allá… Todo eso son las
pequeñeces humanas, que se entrelazan también con nuestra grandeza: peregrinos
en busca de la verdad.
El acceso a la verdad fue un progresivo alejarse del error del platonismo ingenuo,
como el de Fredegisio, Remigio de Auxerre, Odón de Tournai) o sofisticado (como el
monismo espiritualista de Juan Escoto) y un acercarse paso a paso a lo que, en
tiempos clásicos, Aristóteles había visto merced a su discipulado con Platón y a su
propio genio. El ultrarealismo era una consecuencia del estado de cosas en el
panorama intelectual del medievo. Platón había llegado a la primitiva edad media
gracias a su incorporación al pensamiento patrístico. El providencial héroe de esta
hazaña -no me canso de decirlo- fue Agustín. Pero el platonismo era un regalo
envenenado por su esencialismo inherente, del que -no sin dificultades- se inmunizó
el Hiponense gracias a la robustez de su fe cristiana. Juan Escoto, a pesar de su
indiscutible talento especulativo, no pudo superar ese obstáculo. El aristotelismo,
por su parte, tempranamente disuelto en empirismo estoico, se había eclipsado ya en
los tiempos patrísticos, salvas escasas y honrosas excepciones.
En los próximos capítulos veremos cómo fue regresando Aristóteles al mundo latino,
cosa que no se alcanza en una medida consistente hasta entrado el siglo XIII. A mi
38
entender, con la disputa de los universales apareció progresivamente la
insuficiencia del platonismo para construir una metafísica justamente realista y
conjugable con lo cristiano. Pero también se vio en qué dirección apuntaba la
solución correcta, lentamente delineada por Guillermo de Champeaux, Pedro
Abelardo, Guillermo Porretano, Juan de Salisbury y Hugo de San Víctor:
precisamente en la recuperación de una base crítica, como la que en su lejano
tiempo había aportado la psicología y la epistemología del olvidado Estagirita.
Luego investiga las propiedades del ser, empezando por las absolutas: vivir, saber,
ser justo, etc.; no lo son: ser cuerpo o ser de oro, etc. También son propiedades
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absolutas la posesión del ser, o ser “a se” (por sí) y no “ab alio” (por otro), la
simplicidad, la eternidad. Todo eso hay que predicarlo del ser con significación
diversa [análogamente].
Prosigue esta obra intentando dar razones necesarias de la Trinidad, cosa en que no le
vamos a seguir. Pero lo anterior ha constituido un desarrollo de la teología natural,
una evolución del agustinismo hacia la escolástica. Al aplicar la dialéctica filosófica
al dogma contribuyó sustancialmente a la formación del método escolástico.
Parte de la idea de Dios como el ser perfectísimo, que debe existir “in re”. No se
puede pensar la verdadera idea de Dios y decir que no existe. Si esto ocurre es porque
se usa la palabra ‘Dios’ “de oídas” o alocadamente (sin pensar), como hace el necio
(‘insipiens’) del salmo 14,1.
El argumento fue aceptado por la escuela agustiniana del siglo XIII, encabezada por
san Buenaventura. Fue rechazado, en cambio, por santo Tomás: De la idea humana
de Dios como lo perfectísimo no se deriva su existencia real, pues dicha idea, en
cuanto es nuestra, no es perfectísima. Si dicha idea es pensada por un entendimiento
perfectísimo, capaz de captar toda su riqueza, sí que se deriva de ella la existencia
necesaria de dicho ente. El argumento no es válido “quoad nos”, los hombres;
“quoad se”, en sí mismo, dice la verdad. Este segundo caso es el del entendimiento
divino que piensa perfectamente su propia esencia y en ella ve, como constitutivo de
40
la misma, el ser absoluto (“ipsum esse per se subsistens”), que existe necesariamente.
Anselmo ha logrado pensar la esencia divina como podemos hacerlo los hombres,
pero este pensamiento no constituye una demostración humana de la existencia de
Dios. No vale como punto de partida para la teología natural, aunque sea su punto de
llegada, nunca adecuadamente comprendido.
Ya antes hemos aludido a Pedro Lombardo y a Pedro Abelardo como padres del
método escolástico. Ahora topamos con Anselmo, no menos importante que ellos en
esta misma tarea colectiva que se intensificó en el siglo XII. Conviene retomar esto
en conjunto para entender lo que hicieron y cómo se desarrolló la filosofía en este
contexto.
41
hasta el siglo XVI. Pedro Abelardo puso de relieve que, en realidad, dichas
sentencias no siempre eran concordes, sino que podían disponerse de forma
dialéctica: es su famoso ‘Sic et non’, al que ya nos hemos referido. Ante este reto se
pone de manifiesto la necesidad de razonar, de explicitar los presupuestos que
explican las divergencias dentro de la unidad de la fe, presupuestos de concepción de
conjunto, de tradiciones diversas…, pero presupuestos muchas veces filosóficos, de
una filosofía culturalmente absorbida y de manera atemática. El pensador más
destacado que asumió este reto fue Anselmo. La nueva síntesis que él se propone
hacer se corresponde ya con lo que llamamos la escolástica, en la que se resuelven
las contradicciones y va desarrollándose una armonización de las sentencias y, para
ello, una filosofía que se despliega y crece, camino de su propia autoconciencia y de
una metodología “autónoma”.
La acogida de Descartes y Leibniz al argumento del Proslogio tiene que ver con su
racionalismo, que es una nueva forma de hipostatización de las esencias, de nuestras
ideas ‘claras y distintas’ o de nuestras ‘razones necesarias’. Una reedición refinada
pero acrítica del logicismo platonizante. En cambio, el rechazo de Kant a la
42
propuesta anselmiana se produce en un contexto intelectual muy diferente, fruto de
su “despertar del sueño racionalista” que el alemán atribuye a su lectura de Hume:
el rechazo de la metafísica como ciencia. No es sólo que no podamos tener un
conocimiento cabal de Dios, es que tampoco podemos tenerlo de ninguna sustancia
ni de ninguna relación.
Gramática
Teorética Teología
Matemáticas aritmética
Scientiae música
geometría
astronomía
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Práctica Economía
Política
Mecánica Textil
(7 artes liberales) Armería
Carpintería
Navegación y comercio
Agricultura
Caza y cocina
Medicina
Teatro
Otra gran sistematización del período, esta vez del saber teológico, fueron las
Sentencias de Pedro Lombardo, Arzobispo de París a mediados de siglo. Libro de
texto para la Teología hasta el siglo XVI, que mereció extensos comentarios, entre los
que destacan los de Tomás y Duns Escoto. Distribuye así la materia:
Libro I: Dios (en sí mismo)
Libro II: Las criaturas (incluido el hombre)
Libro III: Cristo y las virtudes (teologales y morales)
Libro IV: Los sacramentos y las “postrimerías” (el más allá).
El autor más veces citado en esta obra es san Agustín; le sigue san Juan Damasceno.
Es una síntesis de teología, pero se van constituyendo, al hilo del razonamiento
teológico bastantes temas filosóficos, de razón natural: “cosas que pueden ser
entendidas antes que creídas”, como, por ejemplo, la existencia de Dios, la creación
del mundo, la inmortalidad del alma.
4 Hacen síntesis entre los dos grandes maestros griegos, interpretando, por ejemplo,
el hilemorfismo aristotélico a la luz del Timeo.
44
5 Tienden al panteísmo sin incurrir en él, gracias a su condición de sinceros
cristianos.
Gracias al humanismo cristiano, la edad media fue mucho más “democrática” que
la moderna. Los reyes necesitaban la aprobación de sus parlamentos (“cortes”,
compuestas por nobleza, clero y ciudades) para acceder al poder y ejercerlo (para la
guerra, los impuestos, etc.). Los diversos estamentos tenían sus “fueros” a cuyo
cumplimiento debían comprometerse bajo juramento los monarcas para ser
coronados. Recuérdese el ‘Cantar de Mío Cid’: “En santa Gadea de Burgos, do
juran los fijosdalgo, allí le toma las juras el Cid al Rey castellano… Las juras eran
tan duras que a todos ponen espanto”. Las guerras de las Comunidades, también
llamadas Hermandades o Germanías, son la resistencia del antiguo régimen
medieval, municipalista, frente a la concentración de poder de los Reyes Católicos y
de Felipe II (estado moderno). En el Sacro Imperio Romano Germánico el
emperador era elegido por los príncipes germanos, que precisamente por eso se
llamaban “electores”.
En la Iglesia pasaba lo mismo: la mayor parte de los cargos eran elegidos por la
base social: los obispos (Papa incluido) por los cabildos, las dignidades monásticas.
Aunque esto se complicaba con las “investiduras”, que eran una interferencia
perniciosa de los poderes seculares en el eclesiástico. El colegio cardenalicio elegía
al Papa, el “cabildo” catedralicio tenía una función moderadora del poder
episcopal, y la ejercía. Lo mismo ocurría con el “capítulo” monástico. Las órdenes
religiosas medievales (monásticas las más antiguas y mendicantes más tarde) eligen
todavía hoy ascendentemente sus autoridades: la comunidad a su prior y/o abad, los
abades confederados a un abad general, etc. Las órdenes modernas, creadas a partir
del renacimiento, tienen nombramientos descendentes: el General nombra a los
provinciales, y éstos a los superiores locales.
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En la edad media hubo, además, una cierta tolerancia y convivencia entre las tres
grandes religiones: cristianismo, islam, judaísmo; salvo el fenómeno de las cruzadas,
en el que también se inscribe la “reconquista” española (ss. VIII-XV) tras a la
invasión musulmana. Los “progroms” contra las juderías empiezan bien entrado el
siglo XIV, y la expulsión de moriscos y judíos de la península ibérica coincide con la
aparición del estado moderno.
1 Hugo de San Víctor, noble germano. “Apréndelo todo; después verás que nada es
superfluo”, escribió. Autor del Didascalion que hemos visto en el capítulo anterior.
En la contienda de los universales, aristotélico. Para el conocimiento del alma:
camino introspectivo (como Agustín). También en el conocimiento de Dios: “a
posteriori” e introspectivamente. Parte de la contingencia del yo, le aplica la
causalidad y la imposibilidad de un regreso al infinito (Aristóteles).
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La existencia de Dios: la demuestra “a posteriori”, por la contingencia. También por
los grados de perfección, como Anselmo, y por la idea de posibilidad: la sustancia
suprema fundamenta toda posibilidad.
1 Albigenses (de la ciudad de Albí, al sur de Francia) y cátaros (“puros”), del siglo
XII, continuadores del dualismo maniqueo [¿Herejía o filosofía popular?]: rechazan
el matrimonio y lo identifican con el concubinato. Condenan todo juramento y la
guerra. Negaban la divinidad de Cristo, la iglesia y sus sacramentos, y los suplían por
la bendición a cargo de los “perfecti”. Evolucionaron, se fundieron con los valdenses
y se incorporaron luego a la reforma protestante.
Ofrecía una prueba dialéctica de su filosofía: ‘los entes diferentes son compuestos;
Dios y la materia primera son simples; luego Dios es lo mismo que la materia
primera’. Tomás lo refuta: lo simple no es diferente, sino diverso.
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Los albores del siglo XIII europeo no son, como se ve, una balsa de aceite: el
maniqueísmo, el panteísmo y el materialismo se presentaban como filosofías
“alternativas” a la cristiana dominante. Popular la primera, algo más cultas las
otras dos.
El maniqueísmo fue, como acabo de decir, ante todo una “filosofía popular”.
Discuten los historiadores sobre su posible origen. No hay que descartar que
algunos cruzados, a su regreso de oriente, importaran esas ideas; pero, a mi juicio,
eso no explicaría su extensa implantación en el Languedoc y Cataluña. Que un
pensamiento tan elemental, esquemático y contradictorio arraigara exige, a mi modo
de ver, una causa predispositiva. En el caso del joven Agustín propuse sus
contradicciones morales y la necesidad de darles una explicación psicológicamente
consoladora; en el presente, creo que se debió a la situación real de postración e
injusticia social padecida por notables masas de población (los llamados “siervos de
la gleba”) en el feudalismo, masas que se rebelaron contra la cobertura ideológica
de la cristiandad medieval: el agustinismo político y, a última hora, el cristianismo y
la Iglesia. Dichas injusticias produjeron, a lo largo de la edad media, brotes
revolucionarios que más de una vez terminaron con la defenestración de un señor
feudal, laico o eclesiástico. Los señores seculares combatieron el fenómeno con las
armas; la Iglesia, con la Inquisición medieval, mucho más suave que la moderna, y
con la evangelización popular a cargo de las órdenes mendicantes (dominicos y
franciscanos), surgidas precisamente en este momento histórico y caracterizadas por
la pobreza evangélica. En el sur de Francia existen todavía algunas “parroquias”
albigenses, pero, como ya hemos dicho, incorporadas al cristianismo reformado.
CUARTA PARTE
FILOSOFÍA ISLÁMICA Y JUDÍA. TRADUCCIONES
1 Los fenómenos y autores que vamos a estudiar son muy importantes para la
escolástica porque transmitieron la filosofía de Aristóteles, desarrollándola
neoplatónicamente e interpretándola en clave islámica. Pero esta concreta mediación
histórica planteaba la seria cuestión de si un aristotelismo de esta manera
caracterizado resultaba compatible con el cristianismo. Un ejemplo de este debate es
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el caso de Averroes, atacado por los conservadores agustinianos, especialmente por
san Buenaventura. Santo Tomás tuvo gran interés en distinguir y dejar claro que el
verdadero Aristóteles no es el que Averroes presentaba. Por otro lado, Siger de
Bravante y el llamado “averroísmo latino” de la parisina Facultad de “Artes”
(Filosofía) sostenían que el verdadero Estagirita era el simplemente filósofo, no
reinterpretado por los teólogos cristianos, y que tal filósofo era el que había
transmitido su afamado “Comentarista” (es decir: Averroes).
No trataremos aquí de la rica filosofía islámica en sí misma sino sólo en relación con
la filosofía cristiana medieval.
Del siríaco estas obras se tradujeron al árabe, a partir del siglo VI, y más tarde, en la
importante escuela de traductores de Bagdad (s. IX). Se atribuyeron a Aristóteles
obras que no son suyas (como la llamada Theologia de Aristóteles que son, en
realidad, las Enéadas 4ª a 6ª de Plotino; o el Liber de causis, que es un resumen de la
Elementatio theologica de Proclo). También se tradujeron otras obras peripatéticas,
neoplatónicas, etc. La tendencia constante era mezclar ambos sistemas; el resultado:
la platonización del Aristóteles en lengua árabe.
Por otro lado es fuertemente neoplatónico: Del Uno emana la Inteligencia del mundo;
de ésta el alma del mundo; de ella el mundo mismo. Con esta cascada ontológica se
produce también la iluminación del entendimiento agente del hombre.
Esta iluminación es neoplatónica, pero también tiene que ver con la mística “sufí” (o
“sufita”), heterodoxa respecto del Islam, pero muy rica y extendida.
Avicena de Persia (s. XI): niño prodigio. Estudió todos los saberes de su tiempo, con
insólito aprovechamiento. A los 16 años es ya médico. Estudia por su cuenta la
Metafísica de Aristóteles, que lee 40 veces, según propia declaración. La “entiende”,
al fin, con la ayuda de Alfarabí (y, por tanto, de manera fuertemente neoplatónica).
Tuvo una vida muy agitada. Su obra principal son las Sufficientiae, una especie de
enciclopedia filosófica.
49
ninguna información del mundo exterior mediante los sentidos), el cual adquiere la
noción de ser por autoconciencia.
Afirma la relativa necesidad de todo ente (no sólo del ente “per se”) puesto que si
empezar a ser es debido a la causa exterior: si ésta actúa, el efecto se sigue
necesariamente.
Distingue entre potencia y acto, y entre potencia activa y pasiva. Establece grados
del ser: Dios, acto puro y amor absoluto, que se difunde necesariamente y crea
eternamente; después de él, la Inteligencia, creada y compuesta de esencia y
existencia; y luego, otras nueve inteligencias más, hasta llegar a la décima, que es la
“dadora de formas” a la materia; esta última, en sí misma informe y mala, es
determinada al ser por la forma y las causas externas. La décima inteligencia es
también iluminadora de los hombres. Es el entendimiento agente común a todos los
hombres y único para todos ellos.
Los influjos de este autor, identificado y confundido con Aristóteles, fueron muy
grandes: el la primera escolástica (iluminación, distinción entre esencia y existencia.
individuación), y en Tomás, que matizó su teoría de la necesidad, y sobre todo en
Escoto.
50
4 En Occidente. A partir del siglo X en el califato de Córdoba: gran cultura y grandes
filósofos.
Distingue nítidamente entre filosofía y teología. Aristóteles es, para él, el culmen de
la humanidad. ¿Y el Corán? Para responder a esta vital objeción desarrolló su teoría
de la “doble verdad”: clara en el lenguaje de la filosofía, alegórica en el de la
religión. [Anticipa la “Vorstellung”, presentación filosófica de la “verdad desnuda”,
sin atavíos mítico-religiosos, de Hegel.]
51
Es importante caer en la cuenta de que los grandes escolásticos no se inventaron su
filosofía, sino que bebieron de estas fuentes. Este hecho reforzó la distinción y
colaboración entre filosofía y teología cristiana, ya iniciada por estos pensadores
que distinguen, a su vez, entre filosofía y teología islámica, y usan de la primera al
servicio de la segunda.
2 Avicebrón (s. XI), que vivió en Málaga y Zaragoza. Escribió la Fons vitae (Fuente
de vida), obra neoplatónica y emanacionista. La cúspide del ser es Dios,
incomprensible, incognoscible para la razón discursiva del hombre. Únicamente cabe
su aprehensión por intuición extática. La voluntad divina sólo nos resulta
aprehensible por experiencia mística. Dicha voluntad es Dios-“ad extra”, y equivale a
la hipóstasis del Logos. Ella emana el alma del mundo, ya hilemórfica, de la que
proceden sucesivamente los ángeles y las cosas corpóreas.
Todo, salvo Dios, es hilemórfico, está compuesto de materia y forma, aunque esta
materia no es necesariamente corporeidad; significa más bien finitud. “Hilemorfismo
universal” se llama esta teoría de gran influjo, que llegará a todos los agustinistas
medievales, san Buenaventura incluido, y que parece establecer una nítida frontera
entre el Creador y las criaturas.
3 Maimónides (s. XII), Moisés ben Maimón ben Maimónides, era su nombre
completo; cordobés. Escribió el Dux perplexorum (Guía para los desorientados).
Distingue entre filosofía y teología, judía en su caso. Para él Aristóteles es el mayor
sabio de la historia, sólo superado por los profetas, quienes contaban con una luz
especial que Dios les infundía. Los aspectos oscuros del Antiguo Testamento deben
ser entendidos como alegorías. Pero, en el tema de la creación, prefiere la Biblia por
encima de Aristóteles. En general da más vuelo a la filosofía racional que Avicebrón.
52
Prueba la existencia de Dios con las que luego serán conocidas como las tres
primeras vías de santo Tomás (movimiento, contingencia y causalidad). No se pueden
aplicar a Dios predicados propiamente positivos. Es, sin embargo, creador y
providente, simple, inmutable. Ejerce una providencia especial sobre los hombres. El
entendimiento agente humano es la décima inteligencia. Los entendimientos pasivos
de los hombres justos son inmortales. Los hombres son libres.
1 Durante los siglos XI, XII y, sobre todo, en el XIII, en las zonas fronterizas
reconquistadas por los cristianos al islam (Sicilia, Toledo, Mallorca) se vierte mucha
literatura filosófica del árabe al latín.
53
Tomás pudo desenmascarar, por razones de crítica interna, que el Liber de causis no
era (no podía ser) de Aristóteles, como hasta entonces se creía.
Pero éste les llegaba contaminado de neoplatonismo árabe. Las primeras reacciones
fueron comprensiblemente defensivas: en 1210 un concilio provincial de París
prohíbe su “filosofía natural”, que incluía su metafísica, aunque no su lógica ni su
ética.
Con más razón todavía si recordamos que el Estagirita era esgrimido por Amalrico de
Bene y David de Dinant, que le aceptaban tal como les llegaba, averroistizado.
Los cristianos creemos que la historia es gobernada por los sabios y bondadosos
designios de la providencia de Dios. Lo que hemos estado considerando hasta este
momento es como la preparación de los materiales con que iba a levantarse el gran
“templo” intelectual del siglo XIII. En castellano solemos expresar esta fe con el
refrán: “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”. Las causas intrahistóricas,
“causas segundas” las llamaría Tomás, eran tan precarias y contingentes como
hemos podido ver; y son verdaderas causas, no meras ocasiones. Lo admirable, a mi
juicio, es cómo van entrelazándose y conduciendo a precisos y preciosos efectos, más
allá de las intenciones y previsiones humanas.
54
QUINTA PARTE
EL SIGLO XIII
3 Los estudios universitarios eran largos: el currículum podía empezar a los 13 años y
pasaba, para un teólogo, por la Facultad de Artes, para llegar a terminar la Teología a
los 26. El doctorado se solía obtener a los 34.
55
Como es lógico, existían también las publicaciones, que se copiaban a mano, y los
correspondientes y caros negocios especializados. En la edad media predominaba la
dimensión especulativa del saber, pues los métodos experimentales de las ciencias
naturales todavía no se habían desarrollado [pero existían también la filosofía y la
teología positivas, en el sentido de un minucioso estudio, comentario e investigación
de las correspondientes fuentes (Escritura, obras de filósofos, etc.)].
Junto con la transmisión de la cultura antigua, sostenida durante siglos por los
monjes, la creación de las universidades, a cargo sobre todo del Papa, a las que se
sumaron los frailes en cuerpo y alma, son dos innegables glorias de la iglesia
medieval y de todos los tiempos. La propaganda “ilustrada”, que insiste en lo que
llaman “oscurantismo medieval”, choca contra estos hechos que honran nuestra
historia y a cuya reivindicación no podemos renunciar, como no se puede renunciar
a la verdad ni a los derechos ajenos.
56
La segunda: su finalidad evangelizadora a través de la predicación y la pobreza
evangélicas. Antes que santo Domingo de Guzmán predicara con éxito entre los
cátaros y albigenses, lo habían intentado los abades cistercienses enviados por el
Papa, que fracasaron. En la biografía del fundador de los Predicadores se lee que la
gente había rechazado a los monjes por sus riquezas, y que esto fue lo que a él le
decidió a ir a anunciarles el evangelio pertrechado sólo con la pobreza de Cristo.
Algo semejante está en los orígenes de la vocación del “poverello” (pobrecillo) de
Asís: “reconstruir” la iglesia, no sólo la de San Damián sino toda la Iglesia,
engalanado solamente por “madonna povertà” (la señora pobreza).
En nuestros tiempos de nueva evangelización, fruto del Vaticano II, creo que se ha
atendido más o menos bien a lo primero (con el equívoco nombre de “encarnación
en una sociedad secular”), pero que no hemos tomado todavía suficientemente en
serio lo segundo. Ser iglesia de Cristo y, en su seno, hacer también vida intelectual,
universitaria, marcados por la pobreza cristiana es uno de nuestros principales retos
evangelizadores en la actualidad.
57
El ser se predica analógicamente (diversamente) de quien simplemente es y de quien
tiene ser participado, las criaturas.
58
Cap. XXIV: Roberto Grosseteste y Alejandro de Halés
1 Vemos aquí a estos dos autores juntos por razones cronológicas más que por
afinidad ideológica.
Esto genera también los diversos grados de belleza y perfección. El color de esa luz
también se gradúa: desde el puro blanco (“lux incorporata perspicuo”: la luz
incorporada a lo trasparente) al negro (“lux pauca in perspicuo impuro”: poca luz en
un medio sucio; escasez o ausencia de luz). Esta luz es también el principio del
movimiento.
3 Dios es luz purísima; los ángeles participan de la luz. Dios es forma ejemplar de
todas las cosas. Es eterno: no antes ni fuera de la creación, como nos lo figuramos
cuando nos dejamos llevar de la imaginación.
Vemos las verdades a la luz de Dios, pero no a Dios, pues el inicuo también conoce
verdades (agustinismo; no ontologismo).
59
En su Summa theologica (Suma teológica), completada por sus discípulos tras su
muerte, se ve que conoce a Aristóteles pero que es crítico con él. Piensa que los
paganos no pueden hacer buena filosofía pues ignoran la revelación cristiana. Sigue
la tradición “agustiniana” de Boecio y el Pseudodionisio, y de los Victorinos.
Recoge numerosas pruebas tradicionales de la existencia de Dios, que “no puede ser
ignorada”, distinguiendo el conocimiento implícito y habitual del explícito y actual.
Actualmente el alma puede reconocer su propia no-aseidad (que no es “a se” sino “ab
alio”: no es por sí misma sino por otro) y esto es un conocimiento implícito de Dios;
o, alternativamente, puede concentrar su atención en las criaturas. En este caso
conoce a Dios “in ratione communi” (de una manera común, vaga), como felicidad,
no “in propria ratione” (propia, real). Todo esto lo desarrolla para explicar la
sentencia paulina: “los paganos son imperdonables porque conocieron a Dios y no lo
glorificaron”, o la de san Juan Damasceno, que habla de un “conocimiento de Dios
naturalmente impreso en la mente humana”.
60
Creada por Dios, no trasmitida por los padres. Tiene tres poderes: vegetativo,
sensitivo e intelectivo; no tres partes ni tres almas. Tres potencias distintas de la
esencia del alma.
Aunque se trate de pensadores distintos, cada uno con su perfil, que enseguida
comentaremos y acertadamente se les una por razones cronológicas, tienen un par
de obvias afinidades, que conviene destacar. En primer, lugar la más evidente: los
dos son franciscanos. La segunda, derivada de la anterior: como típicos
representantes de esa escuela, ambos se sitúan intencionada y polémicamente en la
llamada “tradición agustiniana” frente al imparable aristotelismo.
61
condición de católico fiel a la enseñanza eclesiástica de su tiempo le preserva de
muchos peligros -como ya había sucedido en el caso feliz de san Agustín- por
ejemplo la tentación de explicar filosóficamente la Trinidad, o la de entender
arbitrariamente la voluntad divina. El problema del conocimiento implícito de Dios
cobraba, sin embargo, en este contexto, una especial relevancia. Dicho problema ya
había sido planteado por los padres, por las razones exegéticas mencionadas, pero
en el ambiente intelectual neoplatónico -siempre inclinado al ontologismo- más que
explicar racionalmente por qué los hombres dotados de inteligencia conocen a Dios,
inteligible supremo y luminoso, hay que explicar por qué algunos lo ignoran. Su
solución: le conocen “in ratione communi”, como felicidad, coincide con el
eudemonismo teológico de Aristóteles. Esto se hará clásico y será compartido por
los escolásticos sucesivos, incluido santo Tomás.
1 Juan de Fidanza, nacido en Bagnorea en 1221. Profesa muy joven como fraile
menor (OFM), estudia con Alejandro de Halés y se empapa de la tradición. Conoce a
Aristóteles, pero le rechaza. Comparte con Tomás la contienda con los seculares y la
docencia en París. Fue elegido “ministro” (superior) general de la orden y, desde esta
responsabilidad, lideró la orientación de los franciscanos hacia los estudios,
rescatándolos del peligro de desviación de los llamados “espirituales” y “fraticelli”
(hermanitos). Fue nombrado obispo de York, pero rehusó el cargo. Más tarde aceptó
ser arzobispo de Albano y cardenal. Murió, acompañado por la devoción del papa
Gregorio X, en 1274, mientras participaba en el concilio unionista de Lyón.
3 Buenaventura es y quiere ser, ante todo, teólogo, como Agustín, pues igual que a
éste, le interesan “el alma y Dios”, y la concreta “historia salutis” (historia de
62
salvación) del hombre; pero, como Agustín, también él se ocupó de filosofía. Aunque
sus tesis filosóficas sean difíciles de aislar, las tiene. Piensa (como más tarde
Kierkegaard) que una filosofía sin Cristo es necesariamente errónea. Esto, sea
correcto o no [que no lo es], es una tesis filosófica, que le merece un puesto en la
historia de la filosofía.
Buenaventura es un agustiniano del siglo XIII, que tiene que contar con lo que ya en
su tiempo era irrenunciable: Aristóteles; aunque sea para rechazarlo.
La filosofía tiene una norma externa, a la que debe someterse: la fe (Tomás aceptaría
esto). La consecuencia de ello es la formación de una sabiduría cristiana donde se
unen filosofía y teología a la luz del Verbo.
Quizás las diferencias con su contemporáneo y colega Tomás de Aquino sean más de
forma y acentuación que de fondo.
Frente a las opiniones de Gilson y Van Steenberghen (que le ven sólo como teólogo),
Copleston sostiene que Buenaventura es un filósofo agustiniano del siglo XIII, con
todo lo que su época implica; y lo primero es habérselas también con Aristóteles, al
que en definitiva rechaza.
63
medievales (incluido san Pedro Damián), y hay que asignárselo también, por
ejemplo, a Pascal y a los fideístas y tradicionalistas del siglo XIX, o a Witgenstein
(incluso en su primer período). La actitud de Buenaventura frente a Aristóteles,
Platón y Plotino, es en ocasiones injusta con el primero -a quien confunde con el
aristotelismo árabe y, lo que es peor, atribuye intenciones no probadas- porque parte
de un conocimiento históricamente inexacto del Ateniense -al que lee con los ojos del
neoplatonismo cristiano-. Pero estas confusiones no son del todo imputables al
franciscano, en cuanto que, en su tiempo, carecía de los conocimientos que hoy
tenemos sobre los autores del pasado.
2 Dios es cognoscible como causa de las criaturas (no la Trinidad… [¡pero casi!]). Si
existe el efecto debe existir la causa; si existe lo imperfecto, existirá lo perfecto; si lo
“ab alio”, lo “a se”; si lo móvil, lo inmóvil. Si lo posible, lo necesario; si lo que es en
potencia, el acto; si lo mudable, lo inmutable.
Pero esto es sólo un primer paso. Un argumento muy querido por Buenaventura es el
de las verdades eternas, que exigen la Verdad primera. Dicha Verdad es indudable,
porque el conocimiento de Dios está naturalmente inscrito en la mente humana y es
evidenciable mediante un argumento como el del ‘Proslogio’.
Tomás lo comparte en cierta medida; pero hay una diferencia entre ambos: para
Tomás la explicitación debe hacerse por reflexión sobre las cosas y aplicando el
principio de causalidad; para Buenaventura, basta la introspección, como Agustín
recomendaba.
Así son, por ejemplo, las pruebas por el deseo de felicidad y del fin último: Dios está
en el alma y en su autoconocimiento. Un hombre sin prejuicios lo descubre en su
propio ser y dinamismo espiritual (Agustín).
64
Dios no es una “idea innata” (platónica o cartesiana, como las que atacó Locke), ni la
filosofía de Buenaventura un simple ontologismo (como el de Malebranche).
¿Pura dialéctica? Buenaventura piensa que la idea de lo perfecto es (en cierto modo)
innata y virtual: es el sello de Dios en el alma, visible a la luz de Dios gracias a su
iluminación. Está presente en el alma porque Dios la pone.
5 Prueba de las verdades eternas: toda afirmación de una verdad afirma ésta, pero
también la Causa de toda verdad. Ninguna verdad puede ser vista como tal si no es
mediante la verdad primera, indudable. Las verdades viven de la Verdad. Negarla
sería contradictorio: equivaldría a negar la fuente en nombre de las verdades que de
ella proceden. Dios es “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.
65
podremos perfilar la diferencia entre ambos pensadores y el provecho que se
derivaba de la incorporación de Aristóteles.
Por eso Aristóteles no fue un buen metafísico, por rechazar la teoría platónica de las
ideas. Los (neo)platónicos, que situaron dichas ideas en la mente divina, son mejores
que él. Aristóteles sólo fue un físico, dotado del “sermo scientiae” (discurso de la
ciencia), pero carecía del “sermo sapientiae” (discurso de la sabiduría). Platón
explotó la “via sapientiae” (el camino de la sabiduría) aunque obvió la “via scientiae”
(el camino de la ciencia); pero es peor Aristóteles que destruyó la “via sapientiae”. De
este modo se excluyó de las filas de los metafísicos.
San Agustín acertó con la ciencia y la sabiduría al reconocer las ideas en la mente
divina, en el Verbo, arquetipo de la creación, “similitudo expresiva” (semejanza
expresiva) del Padre. Él expresa todo lo que el Padre puede efectuar. Si alguien
conociese al Verbo conocería todo lo cognoscible. En Él están las ideas de todo lo
hecho y de todo lo factible: las ideas universales (géneros y especies [!]) y las cosas
singulares o individuales. Tales ideas no son realmente distintas en Dios, en quien no
hay más distinción que la de personas. Las ideas, en cuanto existentes en Dios, no son
distintas de la esencia divina, ni las unas de las otras; no forman una verdadera
jerarquía. Son diversas, con distinción de razón, “secundum rationem intelligendi”:
en cuanto las criaturas no son Dios, y son muchas y variadas. Desde nuestro punto de
vista están a medio camino entre Dios que conoce y la cosa conocida.
Platón se acercó a esto, sin llegar, porque no conocía al Verbo. Aristóteles se quedó
en filósofo natural y deficiente, puesto que no vio sus objetos a la luz del Verbo.
2 Dios, al conocerse a sí mismo, conoce todos los modos en que su esencia puede ser
reflejada; todas las cosas buenas y finitas que pueden ser realizadas en el tiempo:
“cognitio approbationis” (conocimiento de aprobación), a ellas se extiende su
“beneplacitum voluntatis” (beneplácito de voluntad). También conoce las cosas
malas, con una simple “cognitio visionis” (conocimiento de visión); y todas las
66
cosas posibles, infinitas en número, con una simple “cognitio intelligentae”
(conocimiento de inteligencia).
67
el número infinito en acto es posible en el caso de que las cosas no estén
ordenadas. Las tres primeras hipótesis no las sostiene, en cuanto a la
cuarta vacila.
Buenaventura: la reencarnación es un error en filosofía y contraría a la
psicología de Aristóteles. El monopsiquismo es aún peor. Una multitud
infinita en acto no ordenada escaparía a la providencia.
Buenaventura sostiene que en filosofía puede probarse que el mundo tuvo comienzo.
Una creación desde la eternidad es una contradicción manifiesta: un mundo creado a
partir de la nada tuvo ser después de no-ser. No pudo existir desde la eternidad.
Tomás: los que afirman la creación desde la eternidad no dicen que el mundo fuese
“post nihilum” (después de la nada) sino “a partir de la nada”, que se opone a “a
partir de algo”. La idea de tiempo no está implicada en el “ex nihilo” (de la nada).
Buenaventura: ya es un error filosófico decir que el mundo es eterno e increado; decir
que fue creado eternamente a partir de la nada es una flagrante contradicción.
[Cfr.Copleston II, 265]
Tampoco hay una analogía de proporcionalidad: “duorum ad duo” (de dos a dos),
que sería entre series de cosas heterogéneas, porque sólo la criatura pertenece a una
clase genérica, no Dios. Una proporcionalidad en sentido estricto no se da entre Dios
y las criaturas. Pero sí se da una proporcionalidad en sentido amplio: el maestro es a
la escuela lo que el piloto al navío: ambos dirigen.
68
“similitudo per convenientiam ordinis, sicut exemplatum assimilatur exemplari”
(semejanza por conveniencia de orden, como lo ‘ejemplado’ se parece al ejemplar: la
criatura al Creador).
Toda criatura es “vestigium Dei” (vestigio o huella de Dios), y se le aplican los dos
tipos de analogía, la de ejemplo y la de proporcionalidad. La primera, porque el
efecto se parece a la causa; la segunda, porque también la criatura es causa natural
que produce efectos, aunque no los produce totalmente. Todas las criaturas son
“vestigia Dei” de lejos; “de proximo” (de cerca) y más expresamente, en cambio, lo
son las racionales, inmediatamente ordenadas a Dios. Sólo la racional es, además,
“imago Dei” (imagen de Dios, como dice la Biblia) por sus potencias espirituales.
Surge así una escala o jerarquía del ser: desde el “vestigium” o “umbra Dei” (sombra
de Dios), que es el “liber scriptus forinsecus” (libro escrito por fuera, del que habla la
Biblia), a la “imago”, que es el “liber scriptus intrinsecus” (libro escrito por dentro),
que lo es por su sustancia natural y por la semejanza sobrenatural resultante de la
gracia y destinada a la plenitud en la visión beatífica. Todo se centra en el Verbo, que
es expresión de Dios y ejemplar de las criaturas.
6 ¿Es éste el mejor de los mundos posibles? Dios podría crear esencias más nobles,
porque es todopoderoso; pero ése no sería este mundo. ¿Podría dar mejores
cualidades intelectuales y morales a sus criaturas? En abstracto, sí; pero,
considerando el propósito por el que Dios ha colocado al hombre en estas
condiciones o las ha permitido, la respuesta es que así lo quiso Él. Él conoce la razón.
69
Pero, en todo caso, a la luz de su noción de analogía basada en el ejemplarismo y de
su discusión sobre la hipotética eternidad del mundo, no puede quedar duda del
talento filosófico de Buenaventura, ni de su ambición, sutileza y orden escolásticos,
ni de su voluntad de hacer una metafísica cristiana, que incorpore la creación en el
Verbo como ejemplar de todas las cosas. “Todo fue creado por él y para él”, dice san
Pablo.
El papel del Verbo en esta construcción filosófica es el mismo que le había asignado
el neoplatonismo cristiano de san Agustín y toda su tradición. Las ideas platónicas
residen en la mente divina, en el Verbo eterno y consustancial al Padre. Esto permite
entender las perfecciones que hallamos en las criaturas como expresiones y reflejos
de las del Creador. Nótese, sin embargo, que el problema de la falta de un sistema
crítico que permita discernir entre las ideas específicas y las genéricas (y, con ellas,
las de relaciones, etc.) -problema inherente a la dialéctica platónica que, so capa de
la “cuestión de los universales”, venía arrastrándose en el medievo a lo largo de
siglos por desconocimiento de la solución aristotélica-, este problema reaparece en
Buenaventura, que es un ultrarrealista más. Tomás aceptará también la solución
agustiniana de las ideas en la mente del Verbo, pero la filtrará a través de la lógica y
la psicología aristotélicas, a fin de no introducir en la mente divina lo que no es más
que producto de la dialéctica humana.
Las esencias finitas no exigen de por sí ser, existir. ¿Por qué, pues, son? En virtud
del libre acto creador que parte de Dios. ¿Y en qué consiste dicho acto? En
comunicar una participación en el acto puro de ser (el ser divino) a una esencia
posible (modo de ser limitado) para hacerla existir realmente. Esta es la razón
filosófica por la que Tomás no podía aceptar el ejemplarismo bonaventuriano: no
porque no sea verdadero. Lo es a su nivel, como lo era el de san Agustín y toda su
tradición; pero no es suficientemente profundo en cuanto que, al no captar la
entraña del crear, tampoco ha conseguido pensar el ser. Y viceversa.
Como se ve, no es una mera cuestión de divergencias escolásticas entre los dos
mayores maestros del siglo XIII. Está en juego una metafísica que, porque alcanza a
pensar lo esencial de la creación, por eso mismo es verdaderamente sapiencial y
70
cristiana. No cristiana por adición extrínseca de una referencia a lo revelado, la
Trinidad o Cristo (en el fondo, fideísmo); sino porque consigue pensar y expresar
racional y adecuadamente lo que realmente es (y conocemos plenamente sólo por
revelación): la creación en Cristo, el Verbo eternamente engendrado por vía de
pensamiento amoroso al que se comunica todo el ser del Padre, ese Verbo “por
quien y para quien” también a las criaturas se ha comunicado, ahora libremente,
aquella participación ontológica que las hace ser, una bondadosa participación en el
Ser que es Dios mismo. Con esto hemos esbozado la metafísica del ser de santo
Tomás. Ahora, por contraste, entendemos mejor la verdad y los límites de la de san
Buenaventura.
HISTORIA DE LA FILOSOFIA
71
Abelardo (Sic et non), comprensión de Anselmo y de la escolástica.
G. CELADA LUENGO, Introducción a la Suma de Teología de santo
Tomás de Aquino, en Suma de Teología, BAC Maior 31, Madrid 1988,
pp. 3-47 (especialmente pp. 13-17);
72
existencia de Dios y dilucidación sobre la verdad en la misma tradición filosófica.
SAN ANSELMO, Obras completas, BAC 82 y 100, Madrid 1952 y
1953; F. COPLESTON, Historia de la filosofía. II: De san Agustín a
Escoto, Ariel, Barcelona 1994, pp. 161-9; J. HIRSCHBERGER,
Historia de la filosofía. I: Antigüedad, edad media, renacimiento,
Herder, Barcelona 1974, pp. 334-7.
73
(Alejandro de Afrodisia) o es ontológicamente previo a las cosas y su conocimiento
es un recuerdo (Platón)? En el fondo era un problema aristotélico: aunque lo real es lo
físico (la sustancia individual), la forma-acto (lo inteligible) ¿no es "natura prius"? En
el medievo el problema se vivía en clave filosófica y teológica: ¿Qué es la divinidad
(del Padre y del Hijo y del Espíritu): un concepto nada más o una realidad común? ¿Y
la humanidad (de todos los hombres): una realidad subsistente previa? Respuestas en
el s. XII: a) Realismo tradicional (platónico): el concepto universal responde a una
realidad que existe previamente a las cosas singulares (Guillermo de Champeaux).
Así se explica fácilmente la transmisión del pecado original a todos los individuos
que participan de la humanidad de Adán (traducionismo). b) Nominalismo
"moderno": los conceptos universales son sólo pensamientos nuestros y meras
palabras, sin realidad. Lo único real son los entes individuales: "Si el uso lo
permitiera, las tres personas de la Trinidad podrían ser llamadas tres dioses"
(Roscelín de Compiègne). Objeciones de Abelardo, el "maestro de la dialéctica",
contra su antiguo maestro Guillermo de Champeaux: Si los conceptos universales son
lo real, ¿por qué no decir que hay un solo hombre, o -mejor- que existen sólo las 10
categorías aristotélicas, o -todavía mejor- que todo son modificaciones de la única
sustancia que es Dios? Guillermo se retracta: Es verdad, la realidad son los seres
singulares. Nuevo ataque de Abelardo: Entonces, ¿por qué las cosas singulares son
semejantes entre sí? Solución de Abelardo: Lo real es lo individual y hay verdadera
ciencia de los entes singulares; de los universales sólo se tiene opinión confusa.
Nuestro saber es muy subjetivo, el verdadero sólo Dios lo tiene. No nos habla la
naturaleza, somos nosotros los que hablamos de ella. Somos intérpretes del ser.
Abelardo no dejó de ser realista ni cristiano, pero subrayó lo subjetivo del
conocimiento humano (y de la moral). Con sus investigaciones dejó allanado el
camino para el realismo moderado de Tomás: el universal es, "ante rem", la idea
ejemplar en la mente de Dios (agustinismo), realmente idéntica con la sustancia
divina y ordenadora de las creaturas; "in re" es la naturaleza o quididad de la cosa,
numéricamente multiplicada en cuantos individuos existan de la misma especie y
fundamento objetivo de nuestros conceptos; "post rem" es nuestro concepto abstracto
que nos proporciona un conocimiento verdadero de las cosas.
F. COPLESTON, Historia de la filosofía. II: De san Agustín a Escoto,
Ariel, Barcelona 1994, pp. 143-60; J. HIRSCHBERGER, Historia de la
filosofía. I: Antigüedad, edad media, renacimiento, Herder, Barcelona
1974, pp. 337-43.
74
Lógica (ampliación del Organon aristotélico), aunque también se interesan por
medicina y otras ciencias naturales. La filosofía de fondo es todavía platónica,
intentando compaginar la cosmología idealista del Timeo con el hilemorfismo
aristotélico: La naturaleza es un organismo vitalizado por el "alma del mundo" que
ordena el caos inicial de la materia; las ideas de la mente divina son también las
formas naturales de las cosas y, por eso, no son eternas como Dios (Bernardo de
Chartres). Su hermano, Thierry de Chartres, enseña que el Uno (neoplatónico) es
Dios, y las cosas proceden de él como los números de la unidad; pero Dios no se
materializa, sino que todas las cosas le imitan (ejemplarismo agustiniano). Destaca
también el humanista y politólogo Juan de Salisbury: ¿"Es ley lo que quiere el rey",
como dijo Ulpiano? Si el rey no cumple la ley natural y se convierte en tirano, ha roto
el pacto que le une con sus súbditos y, en razón del bien común, se hace lícito, y a
veces obligatorio, el tiranicidio, aunque no por envenenamiento (!).
75
la sabiduría que en el simple saber humano. El principio de la sabiduría debe ser la
humildad, y la verdadera filosofía amor a Cristo crucificado. El conocimiento de la
verdad es por pasos ascendentes: de la "consideratio" a la "contemplatio" y,
finalmente, al "extasis". "No estoy unido con Dios, y por esto estoy dividido dentro
de mí mismo. Pero como él no me puede unir sino por la caridad, no me puedo
someter a él sino por la humildad, ni puedo ser de veras humilde sino por la verdad."
El hombre, en virtud de su apertura a Dios, es siempre una "magna creatura".
J. HIRSCHBERGER, Historia de la filosofía. I: Antigüedad, edad
media, renacimiento, Herder, Barcelona 1974, pp. 346-7; SAN
BERNARDO, Obras, BAC 23, Madrid 1947.
Los judíos. Avicebrón (s. XI): panteísmo emanacionista. El alma del mundo es
hilemórfica. Pluralidad de formas. Maimónides (cordobés, s. XII): creacionista,
aristotélico. Dux perplexorum.
76
La escuela de traductores de Toledo (ss. XII-XIII): con Domingo Gundisalvo,
Juan Hispano y Gerardo de Cremona. Hasta el siglo XII se tenía sólo una parte de
la lógica de Aristóteles y fragmentos de su ética; a partir de ese momento lo traducen
completo del griego al latín, junto con otras obras y comentarios de autores griegos y
árabes: Bartolomé de Mesina, Roberto Grosseteste y Guillermo de Moerbeke.
Tienden a una interpretación concordatista entre Aristóteles y la tradición
neoplatónica. Aristóteles es prohibido por naturalista por el concilio de París de 1210,
y se permite sólo su lógica y su ética. Las prohibiciones se repiten en 1231, 1245 y
1263, pero, ante la imparable invasión de Aristóteles durante la primera mitad del
siglo y el modo como la van pilotando Alberto Magno y -sobre todo- Tomás, van
cayendo en desuso.
77
Milano 1985; A.A. V.V. (L. Bianchi-E. Randi, curatori), Filosofi e
teologi. La ricerca e l'insegnamento nell'università medievale, Pierluigi
Lubrina Editore, Bergamo 1989; J. HIRSCHBERGER, Historia de la
filosofía. I: Antigüedad, edad media, renacimiento, Herder, Barcelona
1974, pp. 349-62; F. COPLESTON, Historia de la filosofía. II: De san
Agustín a Escoto, Ariel, Barcelona 1994, pp. 192-230.
La escuela de Oxford
78
las potencias se identifican con la sustancia del alma
conocimiento inmediato de la esencia del alma por introspección
"filosofía cristiana", muy mezclada con la teología.
San Buenaventura
I. Dios y su obra.
79
Anselmo (realismo, iluminacionismo); finalmente las pruebas agustinianas: de las
verdades eternas, etc.
80
compuesto de materia (el cuerpo) y forma (el alma racional) siempre que esa forma
posea la actual eminencia; ya que en Cristo, aunque tiene cuerpo y alma racional, lo
"eminente" (lo que domina su ser y su obrar) es la persona del Verbo, y por eso su
humanidad no es persona humana.
81
orden interviene la iluminación divina (por parte del Verbo que contiene las ideas
ejemplares y nos hace participar de ellas: "alumbra a todo hombre que viene a este
mundo"; Jn 1), que ilumina intelectualmente los fantasmas y nos permite captar las
razones eternas. Él es el Maestro interior, en sí mismo invisible (Buenaventura no es
ontologista). El alma tiene potencias vegetativa, sensitiva, intelectual y voluntaria. En
la potencia intelectual, o razón, se distingue -como ya hizo Agustín- la razón superior,
que mira a las cosas divinas, y la razón inferior, que mira a las mundanas.
"El ascenso a Dios por parte del individuo supone un volverse desde la umbra
o puro vestigium, contemplada por los sentidos, del liber scriptus forinsecus [libro
escrito por fuera], a la reflexión interior de la imago Dei, el liber scriptus intrinsecus
[libro escrito por dentro], en obediencia al precepto de san Agustín de ir dentro se sí
mismo, y, últimamente, a la contemplación de Dios en sí mismo, el exemplar en el
exemplatum" (COPLESTON, p. 268).
Su intención fue "hacer Aristóteles inteligible a los latinos"; para ello escribe
Paráfrasis a las obras del Estagirita, con los mismos títulos que éstas. Tal actitud le
constituye representante de la modernidad filosófica en su época. También escribe
comentarios al Liber de Causis y a los escritos del Pseudo- Dionisio, y el Comentario
a las Sentencias que no puede faltar, en los que se aprecia su vena más tradicional,
neoplatónica y agustiniana. Su Summa de creaturis nos lo presenta como Doctor
82
universalis por la amplitud de sus conocimientos y su curiosidad y espíritu de
observación, que le hacen continuador del Aristóteles científico, especialmente
biólogo.
2. Dios es, para Alberto, el primer principio del movimiento, el ser por sí
mismo, necesario, inteligente, libre, etc. No podemos hablar de él con propiedad. Es
como el Dios de Aristóteles, pero trasciende nuestros pensamientos (Pseudo-
Dionisio). También le llama Luz Increada, al estilo de Grosseteste. La creación es el
flujo o emanación de todas las formas de su fuente, el Entendimiento Universalmente
Agente, y procede en cascada de inteligencias y esferas subordinadas, desde Dios
hasta el mundo (que podría ser eterno). La materia encierra "rationes seminales".
83
I. El hombre Tomás, su vida y su obra; el teólogo y el filósofo. Fe y razón.
84
y entre fines del estado y de la Iglesia. Pero realmente sólo existe el fin sobrenatural y
el fin natural puede, a lo sumo, encaminarse a él. Lo que sucede es que el fin
sobrenatural (único real) no puede ser conocido como tal por el filósofo, que conoce
al hombre real, pero no agota todo lo que hay en él. Para Tomás cabe teoréticamente
una metafísica verdadera al margen de la revelación cristiana. Será incompleta, pero
no falsa. En esto se diferencia radicalmente de Buenaventura, para quien una filosofía
no confesional-cristiana estaba condenada inexorablemente al error. En opinión de
Tomás la filosofía más verdadera es la de "el filósofo", Aristóteles, a quien interpreta
siempre por el lado mejor: el más compatible con la revelación. El tomismo no es a
priori hostil a la filosofía. La filosofía es difícil para el hombre corriente, atrafagado
por ganarse el pan de cada día y acechado por costumbres, sofismas, pasiones,
emociones, imaginación; en definitiva, por la debilidad de la razón, fruto del pecado.
Pero debilidad no es corrupción. Una filosofía bien hecha es verdadera, aunque no
alcance toda la profundidad de la verdad que puede conocerse con la revelación.
85
tantos milagros cuantos artículos escribió"). Por eso fue un teólogo de vocación y
profesión que se empeñó en incorporar a su ciencia (que él contribuyó a perfilar y
desarrollar como nadie en su tiempo) la mejor filosofía que conocía: la aristotélica.
Para eso hizo importantes estudios de filosofía, no por sí mismos; pero estos estudios
son en verdad tan importantes que le merecen un puesto destacadísimo en la historia
de la filosofía.
86
que causa todo lo perfecto; y la del orden del universo, que nos conduce al Supremo
Ordenador. Las tres primeras vías son más claramente aristotélicas, aunque lleguen a
Tomás a través de Avicena y Maimónides, y aplican el principio de causalidad
(evidente por sí), a la vez que rechazan la posibilidad de un recurso al infinito ("en
vertical", en busca del fundamento metafísico, puesto que "en horizontal", en la serie
física, cabe una serie infinita, como cabe la eternidad del mundo según Tomás). La
cuarta es claramente neoplatónica ("lo imperfecto supone lo perfecto y nos remite
necesaria y espontáneamente a ello"), aunque se cite en ella el II libro de la
Metafísica de Aristóteles, que es uno de los pasajes más platonizantes del Estagirita.
La quinta es típicamente estoica.
¿Cómo pensar a Dios y hablar de él? Tomás opina, como el pseudo Dionisio,
que Dios desborda siempre todas las posibilidades de nuestro pensamiento. Aplicarle
conceptos unívocos a los de nuestra experiencia mundana nos conduciría a un infantil
antropomorfismo; si nuestros conceptos fuesen totalmente equívocos carecería de
sentido decir cualquier cosa sobre él. Sólo podemos pensar en él analógicamente: hay
continuidad, pero hay más diferencia todavía. Debemos discurrir de Dios por un
triple camino: de causalidad (él debe precontener todas las perfecciones que veo en
sus criaturas...), de negación (...pero no del modo como las encuentro en las
criaturas...), de eminencia (...sino de un modo superior e infinitamente más perfecto,
absolutamente inaccesible al humano pensamiento). Incluso en la visión beatífica del
cielo podremos ver a Dios satisfaciendo totalmente nuestro natural deseo, y, sin
embargo, eso será sin comprenderle (sin abarcarle ni agotar su realidad infinita).
Para Tomás Dios es el "ipsum esse per se subsistens" (el ser mismo que
subsiste por sí mismo), de ahí que se revelara a Moisés como Yahvé, "yo soy" (Ex
3,14). Gilson habló a este propósito de la metafísica de Tomás como la metafísica del
Éxodo. Este "ser" no es el concepto lógico de ser universal (fruto de una acumulación
de indeterminaciones inquietantemente cercana a la nada) sino la plenitud de las
perfecciones, la actualidad de todas las cosas y formas, y en él confluye lo mejor de
la metafísica griega y cristiana. Es uno (simplicísimo, único), verdadero, bueno, real,
determinado y bello (atributos trascendentales del ser en cuanto ser), sabio,
bondadoso y todopoderoso (en definitiva: personal), eterno, infinito, etc.
87
de esencia y acto de ser (o existencia): una posibilidad que ha devenido real en virtud
de la libre voluntad creadora de Dios que le comunica una participación en su mismo
ser, de tal manera que la criatura resulta incalculablemente beneficiada (pues pasa de
la nada al ser), sin que Dios resulte perjudicado (no pierde nada de su ser al
comunicar acto de ser a la criatura) ni enriquecido (no aumenta el ser por crear). Esta
composición de esencia y acto de ser (existencia) distingue perfectamente a las
"sustancias separadas" (de Aristóteles; los ángeles de la Biblia) de Dios, sin necesidad
de atribuirles la fantástica e inverosímil "materia espiritual" de los neoplatónicos. Las
criaturas materiales se componen todas, además, de forma sustancial (una sola para
cada ente: la superior subsume las funciones de las inferiores) y materia (que, en
determinada cantidad, es principio de individuación; por esto los ángeles agotan cada
uno su especie y no se multiplican numéricamente dentro de la misma).
Dios es causa eficiente de las criaturas, porque les ha dado el ser, y causa final,
porque él mismo es la consumación de todas ellas, la meta de su dinamismo. No es
causa material de las mismas, sino causa de la materia. Es también su causa formal
en cuanto él precontiene en sí mismo, en su mente o Verbo, las ideas o esencias de
que las cosas participan y a las que imitan. De esta manera, a las cuatro causas
aristotélicas (aficiente, final, material y formal) se une la causa ejemplar de la
tradición neoplatónico-agustiniana.
88
III. El ser humano y su naturaleza. Su conocimiento. La virtud y la
felicidad.
1. Como "horizonte y confín" de los dos mundos (el espiritual de Dios y los
ángeles, y el material de los animales, los vegetales y los entes inanimados) y como
microcosmos que es "en cierto modo todas las cosas", aparece el hombre, la más
perfecta y central de las criaturas mundanas. El hombre es el "animal racional",
como dijo el Filósofo. Es un ser mundano (de aquí que Tomás inscriba su estudio en
la Física), pero que trasciende lo mundano en virtud de su alma, "forma emergens".
El gran mérito de Aristóteles, y una de las razones serias por las que Tomás lo
prefiere sobre Platón sin vacilar, es que, con su hilemorfismo, logra pensar
unitariamente al hombre como ser realmente uno, superando todo dualismo, sin por
ello sacrificar ninguno de los com-ponentes de su ser: lo material y lo espiritual, lo
corporal y lo anímico. El cuerpo y lo material es bueno, por ser criatura de Dios; y
tenerlo bajo sospecha, como quieren los platónicos, resulta inadmisible. El cuerpo no
es sólo limite para la realización de la espiritualidad humana, sino la condición de
posibilidad y el ámbito natural de dicha realización.
La sustancia del alma debe ser realmente distinta de sus potencias, pues el
alma sigue siendo ella misma también durante el sueño o la enfermedad, mientras las
potencias están en suspenso. Dichas potencias se especifican por las clases de actos
89
formalmente distintos que somos capaces de realizar: vegetativas, sensitivas,
apetitivas, locomotivas e intelectivas (de conocimiento y amor). En la memoria
ontológica (presencia permanente de uno a sí mismo), el entendimiento (imagen
mental o verbo de sí) y la voluntad (amor de uno a sí mismo) tenemos, como enseñó
Agustín en el De Trinitate, la imagen creada más perfecta de la Santísima Trinidad
(Padre que es, Hijo o Verbo que procede por vía de conocimiento y Espíritu que
procede por vía de amor entre el Padre y su Hijo).
90
nos desvían de nuestro fin último) Dios concurre con la libre causalidad del hombre
para que realice su acto, pero la responsabilidad de la desviación del mismo es del
hombre. Como, por ejemplo, cuando unos padres engendran un hijo adulterinamente:
el acto generador es libre y el hijo existe, ambas cosas gracias al concurso de Dios;
pero la responsabilidad moral del acto de pecado es de los padres.
91
internacional o "de gentes" que más tarde desarrollarán los escolásticos españoles del
XVI, Suárez y Vitoria, y Hugo Grocio.
92
TEOLOGIA NATURAL Y METAFISICA: L. J. ELDERS, La
metafisica dell'essere di san Tommaso d'Aquino in prospettiva storica (2
vols.: I. L'essere commune; II: La teologia filosofica, Libreria Editrice
Vaticana, Città del Vaticano 1995; A. L. GONZALEZ, Teología natural,
Eunsa, Pamplona 1985; A. GONZALEZ ALVAREZ, Tratado de
metafísica. Teología natural, Gredos, Madrid 1968; M. GRISON,
Teologia natural o teodicea, Herder, Barcelona 1972 (Curso de filosofía
tomista n. 6); J. DE FINANCE, Conocimiento del ser. Tratado de
ontología, Gredos, Madrid 1968; L. DE RAEYMAEKER, Filosofía del
ser. Ensayo de síntesis metafísica, Gredos, Madrid 1968; E. GILSON, El
ser y los
El averroísmo latino
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El más conocido representante de la corriente es Siger de Bravante (1235-82),
que probablemente accedió a la interpretación averroísta (secularista) del De anima y
de otras obras aristotélicas a través de la Summa contra gentiles de Tomás. Para él
Dios es el primer ser, creador desde la eternidad, que ha dado el ser directamente a lo
más cercano a él, lo más perfecto, e indirectamente, a través de intermediarios, a lo
más lejano e imperfecto. La materia sería eterna, desconocida por Dios y, en
consecuencia, ajena a su providencia. Las especies animales también serían eternas, y
la esencia no se distinguiría de la existencia. El alma de cada individuo humano es
vegetativo-sensitiva; la intelectual es, de acuerdo con la sentencia aristotélica,
universal y única, común a todos los hombres. En consecuencia, no hay inmortalidad
personal tras la muerte sino disolución de la personalidad individual en un
entendimiento agente universal, identificado con el alma del mundo. El sentido de la
vida humana sólo puede ser inmanente, no ultraterreno.
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Escoto, digamos una palabra sobre el "Doctor illuminatus", el terciario franciscano
mallorquín Ramón Llull (o Raimundo Lulio) (1233-1315/6), "cruzado intelectual"
contra el Islam, el cual soñó la conversión de los musulmanes a fuerza de "razones
necesarias" que demuestren las verdades del cristianismo, incluida la Trinidad;
filósofo y teólogo no universitario, poeta, místico y literato. Su Ars magna pretende
un mecanismo inventivo-deductivo de la verdad, de resonancias cabalísticas, una
especie de "alquimia" mental que prueba a priori toda la realidad del ser, incluso los
misterios revelados. Más valioso es su Libre de contemplació en Déu y el Libre de
amic e amat, que sintetizan su mística en la que el amor afectivo se superpone a la
memoria y al mismo entendimiento.
95
unívoco que se predica de la misma manera de él y de las criaturas, lo que hace
posible el discurso metafísico sobre Dios.
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Este aprecio va consolidándose a lo largo de los siglos, de la mano de grandes
tomistas: desde el secretario, amigo, confesor y albacea testamentario del legado
literario de Tomás, fray Reinaldo de Piperno (s. XIII), pasando por Tolomeo de Lucca
(s. XIV), Juan Capréolo (s. XV), Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor
Cano y el cardenal Cayetano (todos del s. XVI), entre otros muchos. En 1879 León
XIII exhorta a hacer de su filosofía una especie de "filosofía oficial" de la Iglesia
(Aeterni Patris).
Dios es pensamiento puro, acto pleno de ser del que emana todo ser. De él, de
su ser, participan las criaturas todas. Es la Idea de la que participan todas las ideas
y las cosas. El no es al modo de las cosas, sino de un modo superior, impensable. Las
ideas están simples en el Verbo. ¿Existe Dios? El ser es el ser de Dios; todos los entes
participan de él y le imitan. Esta ontología es la genuinamente tomista.
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gracia, y la generación eterna del propio ser en Dios. La "centella del alma" (Tomás
diría "sindéresis") es el órgano adecuado para captar estas realidades espirituales.
También esta espiritualidad es la de Tomás de Aquino, como puede verse en las
modernas investigaciones de Torrell.
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