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Una vez que las mujeres acceden al mercado de trabajo y pasan a formar parte de
la llamada ‘población activa’, se observa que este mercado reproduce pautas de
desigualdad de género similares a las existentes en otros ámbitos de la sociedad.
Se puede comenzar señalando el hecho de que la empleabilidad femenina es
inferior a la de los hombres y que la progresiva recuperación económica que se
viene produciendo en los últimos años, pese a reducir de forma ostensible los
niveles de desempleo del conjunto de la población, ha afectado de manera más
significativa a los hombres
Una mujer apta para desempeñar un trabajo no siempre recibe el mismo trato que
se le da a un hombre, y tampoco parte de las mismas condiciones en materia de
educación o conciliación, lo que podemos considerar desigualdad de género
Estudios
Las mujeres que superan el acceso a la universidad son casi el 60%, mientras que
la cifra en los hombres es de un 41%. En cuanto a los resultados, ellas aprueban
un 82%; ellos, un 72%.
Empleo
El salario medio anual de una mujer es un 22,17% más bajo que el de un hombre,
un buen ejemplo de la desigualdad de género. La tasa de empleo en mujeres es
del 44% mientras que la de los hombres es del 55,7%.
Por otra parte, las mujeres invierten 26,5 horas en trabajo no remunerado,
mientras que los hombres solo dedican 14 horas a estos trabajos.
Conciliación
Hogar
Las tareas del hogar se reparten también de forma poco equitativas. En general,
las mujeres dedican una media semanal de 20 horas a poner a punto su casa,
mientras que los hombres solamente una media de 11 horas. Además, la tasa de
riesgo de pobreza también es mayor en la población femenina, un 21,3% frente al
20,1% de los hombres.
Poder
Además, funciona la profecía de las expectativas auto cumplidas que hace que
muchas mujeres no se formen en determinadas disciplinas o no oferten su trabajo
en determinados empleos porque ya saben que no seleccionan mujeres, o a
mujeres con descendencia o con intención de tenerla. Esto a su vez refuerza la
discriminación estadística por la que los empleadores que tienen información
imperfecta, no seleccionan a los y las potenciales candidatos en función de sus
características personales sino por las grupales donde los estereotipos de género
son un elemento clave y primario de agrupación.
Si las oportunidades reales que percibimos y que son diferentes para mujeres y
hombres son esenciales a la hora de entender las limitaciones de la libre elección,
la educación y la socialización a la que somos sometidas y sometidos desde la
infancia de manera inconsciente y cada vez más segregada, se convierte en una
pieza esencial de este puzzle de igualdad que nunca conseguimos cuadrar.
A pesar de los esfuerzos que se han hecho en coeducación, seguimos sin tener
una escuela que forme a niños y niñas en la igualdad y el respeto al diferente.
Para educar en desigualdad, no hace falta que maestros y maestras digan por
ejemplo que los niños son mejores en matemáticas que las niñas. Las más de las
veces son suficientes con una aculturación sutil para que niños y niñas vayan
adquiriendo comportamientos y preferencias como naturales y consustanciales a
su sexo y no como construcciones culturales. En este sentido, habría que reforzar
en los niños y las niñas las actitudes que no se les presuponen a sus respectivos
géneros como la empatía en los niños y la seguridad y la capacidad de ser en las
niñas.