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Desigualdad de género

La igualdad de género es un principio constitucional que estipula que hombres y


mujeres son iguales ante la ley”, lo que significa que todas las personas, sin
distingo alguno tenemos los mismos derechos y deberes frente al Estado y la
sociedad en su conjunto.

Sabemos bien que no basta decretar la igualdad en la ley si en la realidad no es


un hecho. Para que así lo sea, la igualdad debe traducirse en oportunidades
reales y efectivas para ir a la escuela, acceder a un trabajo, a servicios de salud y
seguridad social; competir por puestos o cargos de representación popular; gozar
de libertades para elegir pareja, conformar una familia y participar en los asuntos
de nuestras comunidades, organizaciones y partidos políticos.

El reconocimiento de la igualdad de género ha sido una conquista histórica de las


mujeres. Hace 250 años plantearse la igualdad de derecho era un hecho
inconcebible ya que se consideraba que las mujeres eran naturalmente diferentes
e inferiores a los hombres

La desigualdad de género es el fenómeno que ocurre cuando un colectivo tiene


privilegios por encima del otro, despreciando los derechos de este último, como un
hombre tenga más oportunidades que una mujer.

En un colectivo social donde todos sus miembros asumen y cumplen


responsabilidades por igual no tiene por qué haber desigualdades de ningún tipo.

Con el movimiento feminista se inició un proceso de reconocimiento de las


aportaciones de las mujeres, se reivindicaron sus derechos sexuales y el derecho
a decidir sobre su propio cuerpo, se analizó su situación en el trabajo, además, se
puso de relevancia su modo de ser, de ver la realidad, etc. En definitiva, se dio
valor a su modo de ser y estar en el mundo. Debemos reconocer la importancia de
este movimiento sin olvidar que hubo importantes logros anteriores a favor de la
equidad. Recordemos, por ejemplo, la lucha de las mujeres por su reconocimiento
como ciudadanas (el voto femenino) o la reclamación de derechos laborales que
acabó con la vida de 146 obreras de la fábrica Cotton de Nueva York, el día 8 de
marzo de 1908.

Este reconocimiento ha propiciado que se produzcan transformaciones en el


ámbito del derecho, la ciencia o el arte, visibilizando el papel de las mujeres en los
diversos escenarios de la vida. No obstante, el reconocimiento de derechos no ha
ido necesariamente acompañado de una mejora de la situación de las mujeres
hacia la igualdad. Se considera que incluso en los países llamados 'desarrollados'
existe una brecha entre los derechos e igualdades expresados formalmente y los
reconocidos realmente. Por todo ello es necesario abundar en las desigualdades
de género existentes y realizar un análisis desde los diversos ámbitos de
intervención, porque en la mayoría de los casos, a las desigualdades sociales
existentes y sobre las que es preciso intervenir se suman las desigualdades de
género. 

Pereira de Andrade señala que el género más vulnerable a sufrir discriminación es


el femenino, derivado de un sistema que centra el peso de obligaciones sobre el
hombre, llamado sistema patriarcal. Entre las consecuencias de este sistema
patriarcal, se encuentra la llamada violencia de género.

Tradicionalmente las mujeres se han ocupado de las tareas relacionadas con el


mantenimiento de las familias y de la vida en sociedad, cuestión que se consolidó
tras la revolución industrial y el establecimiento del capitalismo liberal, con el
desarrollo de un discurso de la domesticidad que situaba a las mujeres como
responsables naturales del cuidado (Carbonell Esteller, et al, 2014). A partir de
esta idea, progresivamente se fue asentando una estructura familiar basada en la
figura del hombre ‘ganador de pan’ y en la desvalorización de las actividades
relacionadas con el hogar y realizadas por las mujeres. Este modelo de
organización familiar y social pervivió hasta la actualidad, aunque con matices, y
sólo desde hace algunos lustros se está produciendo un debate respecto a la
organización y distribución del tiempo y las funciones sociales. El estudio de las
formas de distribución del tiempo constituye un elemento esencial a tener en
cuenta para entender las distintas oportunidades que los individuos disfrutan, ya
que la forma de participación en los distintos ámbitos sociales se encuentra
relacionada con las posibilidades y obligaciones que se poseen. Las estadísticas
demuestran que en todos los países de la Unión Europea una proporción mayor
de mujeres que de hombres realizan tareas dedicadas al cuidado de niños,
actividades domésticas y de cocina y que, además, le dedican un número mayor
de horas a cada una de ellas. En el año 2016, el 92% de las mujeres (entre 25 y
49 años y con hijos menores de 18) cuidaba de sus hijos diariamente y el 79% se
dedicaba a las tareas domésticas y de cocina, mientras que los hombres, bajo las
mismas características, se ocupaban de estas actividades en un 68 y 34% para
cada uno de los casos (INE, 2017). La primera cuestión que es necesario señalar
respecto a estos datos responde a la diferencia que aún se percibe en la
participación de mujeres y hombres en el hogar y que permite inferir que la mayor
dedicación de las primeras a las tareas del mantenimiento de la vida significará,
automáticamente, una menor participación en la esfera pública. Alberdi y Escario
(2007) señalan que las nuevas aspiraciones de las mujeres, con relación a la
educación y su participación en el terreno laboral, no se encuentran apoyadas de
manera clara en el funcionamiento de la realidad social y que a pesar de que las
aspiraciones entre ambos sexos son similares, las realidades en las que están
inmersos no lo son. A nivel mundial, el 75% de todo el trabajo de cuidados no
pagados se encuentra realizado por mujeres y, además, éstas invierten entre tres
y seis horas en el mismo mientras que los hombres únicamente entre treinta
minutos y dos horas (OECD, 2014)4 . Por otra parte, los datos reflejan que existe
una selección preferente en la incorporación de los hombres a las tareas
domésticas, es decir que no se produce su participación en el mismo nivel en
todas ellas. Las cuestiones relacionadas con la paternidad, en particular, han
demostrado ejercer una mayor atracción para la construcción de las nuevas
identidades masculinas y los hombres, en consecuencia, se han incorporado a las
mismas en mayor grado. La redistribución de las actividades entre los sexos
implica una modificación de la construcción social de las habilidades y demandas
que se realizan a cada uno de ellos y se debe seguir insistiendo en el
enriquecimiento personal generado al participar en las actividades del
mantenimiento de la vida, así como en las ganancias de compartir estas tareas. El
caso de España presenta unas líneas de comportamiento similares a las
señaladas a nivel general, es decir que una mayor proporción de mujeres se
dedican a las tareas de cuidado y del hogar y lo hacen durante un mayor número
de horas. Según la Encuesta de Empleo del Tiempo (EET, 2009-2010), los
hombres dedican una mayor cantidad de tiempo a todas las actividades a
excepción de aquellas relacionadas con los cuidados y el hogar. Así, el 91,9% de
las mujeres realizan tareas domésticas y de cuidado de diversos segmentos de
población (niños, ancianos y dependientes) dedicándoles una media diaria de
cuatro horas y 29 minutos, mientras que el nivel de participación de los hombres
en estas actividades es del 74,7% dedicándoles una media diaria de dos horas y
32 minutos (INE, 2018). A pesar de que las distancias entre los sexos han
disminuido si se compara con los datos existentes para el año 2002-2003 (anterior
Encuesta de Empleo del Tiempo) éstas aún siguen siendo considerables y
demostrando una desigualdad estructural. Las consecuencias de esta desigual
distribución de los usos del tiempo se pueden percibir en numerosos ámbitos,
como la sobrecarga de responsabilidades de las mujeres en su vida cotidiana (los
datos indican que las jornadas de trabajo total de las mujeres, considerando el
trabajo remunerado y no remunerado, son superiores a los de los hombres) y las
limitaciones que esta sobrecarga impone a su participación en el mercado laboral.

En el mercado laboral se reproduce una desigualdad de género que tiene un


carácter estructural. La lógica de mercado reproduce la asignación de roles de
género tradicional, y asigna un valor distinto a hombres y mujeres en función del
rol primario que socialmente se otorga a cada uno de ellos. De esta forma,
hombres y mujeres no cuentan con las mismas oportunidades de acceder al
mercado ni participan en él en las mismas condiciones. Si bien es cierto que la
precarización del empleo en los últimos años es una característica que afecta al
conjunto de trabajadores y trabajadoras, la diferente posición que ocupan en el
reconocimiento social y en la asunción de las labores de cuidado hace que sean
las mujeres las que tienen un menor acceso al empleo y, por ende, a recursos
propios que permitan un desarrollo integral y autónomo
La participación de las mujeres en el mercado laboral es una realidad imparable y
creciente, pero todavía hoy la tasa de actividad formal femenina está lejos de la
masculina. El porcentaje de participación en la fuerza de trabajo en el mundo es
del 75% para la población masculina y el 45% para las mujeres. Esta diferencia
supone la primera gran vulnerabilidad tanto por la falta de ingresos propios como
por la falta de cotización individual para el futuro.

Una vez que las mujeres acceden al mercado de trabajo y pasan a formar parte de
la llamada ‘población activa’, se observa que este mercado reproduce pautas de
desigualdad de género similares a las existentes en otros ámbitos de la sociedad.
Se puede comenzar señalando el hecho de que la empleabilidad femenina es
inferior a la de los hombres y que la progresiva recuperación económica que se
viene produciendo en los últimos años, pese a reducir de forma ostensible los
niveles de desempleo del conjunto de la población, ha afectado de manera más
significativa a los hombres

Una mujer apta para desempeñar un trabajo no siempre recibe el mismo trato que
se le da a un hombre, y tampoco parte de las mismas condiciones en materia de
educación o conciliación, lo que podemos considerar desigualdad de género

Desigualdad entre hombres y mujeres, ejemplos

Estudios

Las mujeres que superan el acceso a la universidad son casi el 60%, mientras que
la cifra en los hombres es de un 41%. En cuanto a los resultados, ellas aprueban
un 82%; ellos, un 72%.

Empleo

El salario medio anual de una mujer es un 22,17% más bajo que el de un hombre,
un buen ejemplo de la desigualdad de género. La tasa de empleo en mujeres es
del 44% mientras que la de los hombres es del 55,7%.
Por otra parte, las mujeres invierten 26,5 horas en trabajo no remunerado,
mientras que los hombres solo dedican 14 horas a estos trabajos.

Conciliación

En cuestiones de conciliación también se aprecia desigualdad de género. De entre


las personas que no han podido costear servicios para el cuidado de los hijos y,
por ello, no buscan empleo, el 35,8% son mujeres y solo el 9% son hombres. En el
caso de que solo decidan realizar un recorte de jornada, el 95% de los ocupados a
tiempo parcial por estos motivos son mujeres. Además, las cifras relativas a
trabajadores que han dejado de ejercer por un periodo mayor de un año con
motivo del nacimiento de un hijo también son esclarecedoras: en el caso de los
hombres, el porcentaje es de un 7,4%, mientras que el de mujeres es de un 38,2%

Hogar

Las tareas del hogar se reparten también de forma poco equitativas. En general,
las mujeres dedican una media semanal de 20 horas a poner a punto su casa,
mientras que los hombres solamente una media de 11 horas. Además, la tasa de
riesgo de pobreza también es mayor en la población femenina, un 21,3% frente al
20,1% de los hombres.

Poder

También en política podemos ver la desigualdad entre ambos géneros. La


participación de las mujeres en cargos ejecutivos de los principales partidos
políticos se cifra en un 38%. Y según datos de la ONU, el 90% de los jefes de
estado del mundo son hombres, y, en cuanto a las personas que conforman los
parlamentos, ¡encontramos que la cifra de hombres es del 76%!

 La justificación de esa desigualdad de género se ha vuelto más sutil y sibilina,


ahora que las mujeres son en la mayor parte de los países de la OCDE mayoría
entre los egresados universitarios y con mayores tasas de idoneidad. Ahora no se
arremete directamente contra la inferioridad femenina sino que la desigualdad de
género se justifica a través del mito de la libre elección de no participar en el
mercado de trabajo o hacerlo a tiempo parcial para ser madre; la libre elección de
no inclinarse por las ingenierías o la carrera científica…. Las desigualdades de
género dejan así de considerarse como un problema estructural para convertirse
en uno basado en la libre elección de las personas y por tanto, despolitizado.

La consecución de la igualdad formal en nuestro ordenamiento jurídico y los


avances que hemos conseguido en igualdad que han situado a las mujeres en
espacios que antes tenían vedados -y en menor medida a los hombres en
espacios tradicionalmente femeninos como los cuidados-, permiten a muchos
decir sin empacho que si las mujeres no llegan a CEO de una gran empresa, a
premio nobel, o simplemente a tener empleos acorde con su formación es porque
no les interesa, porque no han elegido esos caminos. La libre elección lo justifica
todo y lo despolitiza todo.

Las oportunidades reales de las personas condicionan enormemente sus


expectativas, sus inversiones y sus elecciones. Así si los empleos abiertos a
mujeres se siguen concentrando en menos sectores, en sectores con condiciones
de trabajo más precarias, peor pagados y con pocas posibilidades de ascender,
las mujeres valorarán menos su carrera profesional y serán las principales
concernidas a la hora de asumir el trabajo de cuidados no remunerado, y se
encontrarán siempre en peor situación para negociar tiempos y trabajos en el
ámbito familiar, situación que se agrava si no hay servicios públicos de cuidados
disponibles, o no tienen calidad o son caros.

Además, funciona la profecía de las expectativas auto cumplidas que hace que
muchas mujeres no se formen en determinadas disciplinas o no oferten su trabajo
en determinados empleos porque ya saben que no seleccionan mujeres, o a
mujeres con descendencia o con intención de tenerla. Esto a su vez refuerza la
discriminación estadística por la que los empleadores que tienen información
imperfecta, no seleccionan a los y las potenciales candidatos en función de sus
características personales sino por las grupales donde los estereotipos de género
son un elemento clave y primario de agrupación.

Si las oportunidades reales que percibimos y que son diferentes para mujeres y
hombres son esenciales a la hora de entender las limitaciones de la libre elección,
la educación y la socialización a la que somos sometidas y sometidos desde la
infancia de manera inconsciente y cada vez más segregada, se convierte en una
pieza esencial de este puzzle de igualdad que nunca conseguimos cuadrar.

A pesar de los esfuerzos que se han hecho en coeducación, seguimos sin tener
una escuela que forme a niños y niñas en la igualdad y el respeto al diferente.
Para educar en desigualdad, no hace falta que maestros y maestras digan por
ejemplo que los niños son mejores en matemáticas que las niñas. Las más de las
veces son suficientes con una aculturación sutil para que niños y niñas vayan
adquiriendo comportamientos y preferencias como naturales y consustanciales a
su sexo y no como construcciones culturales. En este sentido, habría que reforzar
en los niños y las niñas las actitudes que no se les presuponen a sus respectivos
géneros como la empatía en los niños y la seguridad y la capacidad de ser en las
niñas.

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