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Utopía histórica y esperanza cristiana

El ser humano es un ser con ansias de futuro. En el ámbito de la creación, es el único ser
que no solo hace memoria de su pasado, sino que actúa su presente en función de un futuro
anhelado, cuyo advenimiento se espera como proveniente de un ser superior y/o que él mismo
puede ayudar a construir a partir de su compromiso en la historia.

A partir de lo que se entienda por el locus de ese destino último, del actor principal que
acerca ese destino y de la combinación de ambos, la creencia en ese futuro puede entenderse
tanto como futurología utópica, como escatología cristiana. La historia de ambas tradiciones
ha estado entrelazada por el anhelo humano de alcanzar un mundo mejor, un mundo ideal
que transforme o que perfeccione la realidad vivida en el mundo presente. De ello da cuenta
no solo la Sagrada Escritura con la visión de Pueblo de los profetas o con las prácticas de
puesta de todo en común de los primeros movimientos jesuánicos en el libro de Hechos, sino
también la historia religiosa y secular del tercer Reino de Joaquín de Fiore, los movimientos
anabaptistas, los cavadores ingleses, los movimientos religiosos utópicos y los movimientos
obreros católicos.

Sin embargo, en relación con la reflexión teológica, entendida como acto segundo, se
puede afirmar que no siempre se ha pensado la escatología cristiana a partir del análisis de
su relación con las futurologías utópicas. De hecho, tradicionalmente, y particularmente
desde la teología neoescolástica del siglo XVI, se ha entendido por escatología (eschaton) la
doctrina de las cosas últimas (rebus novissimis), es decir, de aquellas realidades que
acontecen luego de la muerte del ser humano individual (juicio, purgatorio, cielo, infierno) y
el fin de la historia humana (parusía, resurrección de los muertos y juicio universal). En
síntesis, la escatología fue circunscrita a la doctrina sobre el más allá, al estudio de las
postrimerías humanas y de la historia.1

Además, y como parte de una teología de tratados delimitados y diferenciados, unos de


otros, la escatología fue reducida a ser un pequeño apéndice de la teología sistemática, al
final de los “tratados importantes” de la teología cristiana y sin mayor relación directa con
los mismos, y menos aún con la realidad histórica concreta.

1
Para Giorgio Gozzelino, si bien el mérito de la teología neoescolástica fue el preservar el patrimonio de la
tradición eclesial, sus limitaciones, para el tema escatológico, fue que instrumentalizó la Escritura para preservar
una mentalidad filosófica determinada, diluyó la conexión de la escatología con la cristología y la antropología
teológica, enmarcó a la teología sistemática en esquemas cosísticos y se limitó a estudiar la escatología
individual. Gozzelino, “Problemas y cometidos de la escatología contemporánea”, Selecciones de teología 130,
1994.
Los primeros esbozos que relacionan utopía y escatología provienen del protestantismo
europeo, y particularmente de los estudios de la teología liberal a finales del siglo XIX.2
Utilizando los métodos histórico-críticos para el estudio de los textos bíblicos, autores como
Albert Ritschl, Adolf Von Harnack, Johannes Weiss y Albert Schweitzer se centraron en el
estudio de la relación entre las prácticas del Jesús histórico y de la primeras comunidades
jesuánicas y las comprensiones que ellos tenían del Reino de Dios, como realidad presente o
futura.3

Es gracias a estos estudios que inicia un florecimiento de la escatología cristiana, pasando


de estar en un cuarto de san Alejo a estar en el centro del debate teológico de finales del siglo
XIX y todo el siglo XX. En este debate, Reino de Dios y escatología se convierten en
categorías estrechamente relacionadas. De tal manera que la pregunta por la relación entre el
tiempo del advenimiento del Reino y las prácticas propias del mismo llevó a que surgieran
dos escuelas escatológicas sobre el tema, conocidas como escatología consecuente y
escatología realizada. Mientras la primera escuela sostenía que el Jesús histórico era un
profeta apocalíptico que se dedicaba solo a anunciar el Reino de Dios y a esperar su
advenimiento en un futuro próximo, e incluso inminente, la segunda escuela, como respuesta
a la anterior, sostenía que Jesús anunció que el Reino ya estaba presente en la historia
humana, en el evento mismo de Jesús.4

Así, lo particular de estas escuelas, herederas del pensamiento positivista, fue pretender
dar razón objetiva, y por medios científicos, del pensamiento escatológico del Jesús histórico.
De esta manera, si bien escatología e historia empezaban a entrecruzarse, lo era más con el
fin de definir cuál era la visión sobre el Reino que tenían Jesús y las primeras comunidades
que de explicar, de manera crítica, las relaciones entre la escatología del Reino y las diversas
prácticas utópicas de creación de mundos ideales dentro de la historia humana.

Es luego, con los enfoques personalistas y existencialistas de teólogos como Bultmann,


Von Balthasar, Rahner y Cullmann que la escatología cristiana empieza a pensarse desde los
aspectos antropológicos de la revelación, 5 en particular desde la historicidad de los seres
humanos – pensamiento propio del mundo moderno. La existencia del ser humano empieza
a pensarse desde las diversas vertientes como opción por la autenticidad existencial, espacio

2
Ausín, “La escatología en el Antiguo Testamento”, Scripta Theologica 33 (2001/3), 701.
3
Schwartz, Eschatology, 108-120.
4
Los autores a los que tradicionalmente se ha atribuido el origen de cada escuela son Albert Schweitzer
(escatología consecuente) y Charles Dodd (escatología realizada).
5
En el sentido del giro antropológico es famosa la frase de Rahner: “...Hoy la teología dogmática debe llegar a
ser una antropología teológica...Este "antropocentrismo" es necesario y fecundo”. Rahner, Théologie et
anthropologie, en Théologie d'aujourd'hui et de demain, 99. Citado en: Gutiérrez, Teología de la liberación:
perspectivas, 28.
para la subordinación humana a Cristo, momento histórico para la maduración del hombre
en Cristo y como tiempo del ya/pero todavía no de la presencia del Reino de Dios en la
historicidad humana. Estos grandes aportes, sin duda, darían ya rostro escatológico a la
acción humana en la historia.

Pero, para la opción escatológica que asumiremos en este curso, el evento fundamental es
el Concilio Vaticano II. En cuanto a teología escatológica, el capítulo VII de Lumen Gentium
le da a la escatología cristiana carácter de totalidad. Ella no es reducida a un tratado parcial
presentado al final de los tratados centrales de la teología, como apéndice de los mismos. Al
contrario, la historia de salvación y la revelación de Dios en esa historia tiene toda ella
carácter escatológico. Así, y a partir de Lumen Gentium, queda claro que toda la revelación
cristiana tiene orientación de futuro definitivo.

Sería con la constitución pastoral Gaudium et Spes que la teología cristiana, en su


totalidad, es exhortada a partir de un análisis de la realidad que tenga en cuenta los signos de
los tiempos (GS 4). Este reto de la constitución conciliar invita a la teología, en nuestro caso
particular a la escatología, a partir de la realidad concreta e histórica de los seres humanos de
hoy, de sus gozos y esperanzas, pero también de sus tristezas y angustias (GS 1).

En este contexto, uno de los autores más reconocidos de la escatología cristiana de finales
del siglo XX, Medard Kehl, asumiendo los giros hacia la historia y hacia el mundo de la
teología cristiana, ha definido a la escatología como “la exposición metodológicamente
fundamentada de la esperanza cristiana en el futuro definitivo, en el reino de Dios, de nuestra
historia (personal, eclesial y universal) y de toda la creación”.6 Esta definición ubica a la
escatología cristiana ante el reto de “Dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15), en medio
de las diversas propuestas de futuro que están presentes en la sociedad humana actual.

Y, en esta línea, la escatología cristiana se enfrenta hoy en día al que, quizás, es el mayor
reto que ha tenido en la historia: no el de luchar en el escenario de diversas propuestas de
esperanza, sino el de confrontar a una sociedad donde la esperanza ha muerto.

A finales de los años 80´s del siglo anterior, se impuso una ideología que está a la base de
la legitimación del capitalismo neoliberal y de la teoría de la globalización económica: el fin
de la historia.7 Esta teoría ha pretendido imponerse como una anti-utopía que niega toda
utopía humana, todo sueño de mundos ideales y, como consecuencia, toda acción que se
dirija a la construcción de mundos posibles.

6
Kehl, Escatología, 12.
7
Es clásico, en este sentido, el libro de Francis Fukuyama El último hombre y el fin de la historia (1992).
Su pretensión hegemónica y de pensamiento absoluto ha llegado a cooptar ciertos sectores
del cristianismo actual imponiendo una teología de la prosperidad que reduce el futuro a la
consecución de la prosperidad económica personal, y/o del núcleo cercano, y al bienestar
físico individual del creyente. Ya no se espera, ni se construye, el Reino de Dios como
koinonía de justicia, amor y servicio, que actúe como respuesta al individualismo propio del
Reino de los hombres. Sino que se confina a Dios y a su esperanza revelada a un
determinismo por el cual Dios está obligado, por la fe, a proveer bendiciones y prosperidad
a un particular grupo de elegidos.

La escatología cristiana tiene el reto de ofrecer al creyente una esperanza, contra toda
esperanza (Romanos 4,18). De ahí que, si bien en este curso de escatología se presentará la
escatología bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento y la discusión actual sobre las
postrimerías escatológicas de corte individual (juicio, purgatorio, cielo, infierno) y de corte
colectivo (parusía, resurrección de los muertos y juicio universal), su análisis crítico, y su
proyección de esperanza intra y transhistórica, será iluminada por las escatologías de la praxis
y de mundos posibles, como manera de responder a los retos de la realidad histórica presente.

Jesucristo el mismo, ayer, hoy y siempre (Hebreos 13,8), nos sigue llamando a trabajar
colaborativamente en el advenimiento de su Reino, cuyos signos ya están presentes, pero
están aún por realizarse de manera plena. Este es el sentido de esperanza de una escatología
del Reino de Dios en medio de los Reinos de este mundo.

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