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Inmigración
Inmigración
Inmigración es la entrada a un país o región por parte de personas que nacieron o proceden de otro lugar.
Representa una de las dos opciones o alternativas del término migración, que se aplica a los movimientos
de personas de un lugar a otro y estos desplazamientos conllevan un cambio de residencia bien sea
temporal o definitivo. Las dos opciones de los movimientos migratorios son: emigración, que es la salida de
personas de un país, región o lugar determinados para dirigirse a otro distinto e inmigración, que es la
entrada en un país, región o lugar determinados procedentes de otras partes. De manera que una
emigración lleva como contrapartida posterior una inmigración en el país o lugar de llegada.
Así pues, resulta válido estudiar la inmigración desde el punto de vista del país de acogida o más bien de
entrada, ya que la situación es muy diferente e incluso a menudo opuesta a la del país o lugar de
emigración. Una enorme gama de situaciones políticas y problemas se plantea por la casi siempre inevitable
diferenciación cultural, económica y social existente entre las poblaciones inmigrantes y las del país de
recepción, e incluso entre los mismos inmigrantes cuando proceden de países y hasta de continentes
distintos.
El desigual nivel de vida cada vez más creciente entre el Norte y el Sur; la
extensión de los medios de comunicación que han invadido el mundo rural
africano con la difusión de imágenes de Europa paraíso terrenal; la crisis
económica (que afecta a todas las capas sociales), junto a la descomposición
política de los Estados africanos desde la década de los ochenta, todos estos
aspectos se han convertido en poderosos factores de emigración de los
africanos.
Existe una polarización de movimientos migratorios hacia los países con altos
índices de desarrollo o hacia las zonas económicamente más activas o más
ricas. Países como Nigeria, Libia, Gabón, enriquecidos por el petróleo, o
Sudáfrica, Botsuana o Kenia acogen a los trabajadores de los países vecinos o
procedentes de otras zonas del África subsahariana. El África del norte se ha
convertido en una tierra de inmigración y de paso para subsaharianos, que
intentan cruzar el estrecho de Gibraltar, las islas sicilianas o dirigirse hacia las
islas canarias.
Una de las pruebas más importantes a las que se va a ver sometida la Unión Europea ampliada en
los próximos años y en las próximas décadas es cómo va a abordar los retos de la inmigración. Si
las sociedades europeas responden como es debido, la inmigración las enriquecerá y fortalecerá. Si
no, los resultados pueden ser el descenso del nivel de vida y la división social.
No hay duda de que las sociedades europeas necesitan a los inmigrantes. Los europeos viven más
tiempo y tienen menos hijos. Sin la inmigración, la población de los futuros 25 Estados miembros
de la UE disminuirá de aproximadamente 450 millones, en la actualidad, a menos de 400 millones
en 2050.
La UE no es la única que sufre este problema. Japón, la Federación Rusa y Corea del Sur, entre
otros países, se enfrentan a la posibilidad de futuros muy similares, con puestos de trabajo sin cubrir
y servicios que no se prestarían, mientras las economías se irían hundiendo y las sociedades se
estancarían. La inmigración no va a resolver estos problemas por sí sola, pero es una parte esencial
de cualquier solución.
Podemos estar seguros de que va a seguir habiendo personas de otros continentes con deseos de
venir a vivir a Europa. En el mundo desigual de hoy, un número enorme de asiáticos y africanos
carecen de las posibilidades de mejorar en la vida que la mayoría de los europeos dan por
descontadas. No es extraño que muchos consideren que Europa es una tierra de oportunidades en la
que anhelan comenzar una nueva vida, del mismo modo que, en otro tiempo, las posibilidades del
nuevo mundo atrajeron a decenas de millones de europeos empobrecidos pero emprendedores.
Todos los países tienen derecho a decidir sobre la admisión de inmigrantes voluntarios (no así en el
caso de los auténticos refugiados, que tienen el derecho a recibir protección en virtud de las leyes
internacionales). Sin embargo, sería una imprudencia que los europeos cerraran sus puertas. No sólo
perjudicaría sus perspectivas económicas y sociales a largo plazo, sino que empujaría cada vez a
más gente a intentar entrar por la puerta trasera, bien mediante la solicitud de asilo político (con lo
que se sobrecargaría un sistema pensado para proteger a los refugiados que huyen de la
persecución), bien recurriendo a la ayuda de traficantes, con el riesgo frecuente de resultar muertos
o heridos en actos desesperados y clandestinos, a bordo de barcos, camiones, trenes y aviones.
La inmigración ilegal es un problema real, y los Estados necesitan coordinar sus esfuerzos para
detenerla, especialmente para acabar con los traficantes cuyas redes de crimen organizado explotan
a los más vulnerables y socavan el imperio de la ley. Ahora bien, la lucha contra la inmigración
ilegal debe formar parte de una estrategia mucho más amplia. Los países deben ofrecer cauces
genuinos para la inmigración legal e intentar aprovechar sus beneficios, al tiempo que salvaguardan
los derechos humanos esenciales de los inmigrantes.
También los países pobres pueden sacar provecho de la emigración. Durante el año 2002, los
emigrantes enviaron a los países en vías de desarrollo, al menos, 88.000 millones de dólares en
remesas; un 54% más que los 57.000 millones de dólares recibidos por esos mismos países en
concepto de ayuda al desarrollo.
Las migraciones, por tanto, son un asunto que interesa a todos los países, y que exige mayor
cooperación internacional. La Comisión Mundial sobre Migraciones Internacionales, de reciente
creación y copresidida por distinguidas personalidades públicas de Suecia y Suráfrica, puede ayudar
a establecer normas internacionales y políticas que se ocupen mejor del fenómeno, por el bien de
todos. Estoy seguro de que va a proponer buenas ideas y confío en que obtenga tanto el apoyo de
los países que "envían" emigrantes como el de los que los reciben.
Administrar la inmigración no consiste sólo en abrir puertas y aunar esfuerzos entre unos países y
otros. Exige además que cada país se esfuerce más para integrar a los recién llegados. Los
inmigrantes deben adaptarse a sus nuevas sociedades, pero las sociedades también deben adaptarse
a ellos. Una estrategia imaginativa para incorporar a los inmigrantes es la única forma que tienen
los países de garantizar que su presencia enriquezca a la sociedad de acogida, en lugar de
desestabilizarla.
Si bien cada país abordará este asunto con arreglo a su carácter y su cultura, nadie debe olvidar la
tremenda aportación que han hecho ya millones de inmigrantes a las sociedades europeas modernas.
Muchos han ascendido a los primeros puestos en el Gobierno, la ciencia, el mundo académico, los
deportes y las artes. Otros no son tan famosos pero desempeñan un papel igualmente vital. Sin ellos,
numerosos sistemas de salud sufrirían escasez de personal, muchos padres no dispondrían de la
ayuda doméstica que necesitan para continuar con su vida profesional y muchos puestos de trabajo
que prestan servicios y generan ingresos quedarían vacantes. Los inmigrantes son parte de la
solución, no del problema.
Todos los que están dedicados a trabajar por el futuro de Europa y la dignidad humana deben
resistirse frente a la tendencia a hacer de los inmigrantes los chivos expiatorios de los problemas
sociales. La gran mayoría de los inmigrantes son trabajadores, valientes y decididos. No desean
aprovecharse de la situación. Quieren una oportunidad para ellos y para sus familias. No son
delincuentes ni terroristas. Respetan la ley. No quieren vivir aislados. Desean integrarse y, al
tiempo, conservar su identidad.
En este siglo XXI, los inmigrantes necesitan a Europa. Pero Europa también necesita a los
inmigrantes. Una Europa cerrada sería una Europa más mezquina, más pobre, más débil y más
vieja. Una Europa abierta será una Europa más justa, más rica, más fuerte y más joven, siempre que
Europa administre bien la inmigración.
Kofi A. Annan es secretario general de Naciones Unidas. Este artículo está basado en un discurso
que pronunciará hoy ante el Parlamento Europeo, en Bruselas. Traducción de María Luisa
Rodríguez Tapia.
Dentro de lo que cabe, lo más sencillo es explicar el aumento del gasto público, que
distorsiona las cuentas de las autonomías y corporaciones locales, y lo más difícil acertar
con el grado de importancia de los otros fenómenos que, en el caso español, están
acompañando a este proceso, como la presencia de mafias, que intervienen ya en la
propia organización de la inmigración, y su posible efecto corruptor en un sistema político
no preparado, ni legal ni prácticamente, para enfrentarse a ese tipo de problemas.
En estos últimos meses, por otra parte, estamos asistiendo a un nuevo fenómeno, la
llegada a Canarias de miles de subsaharianos, atraídos por la política de
"papeles para todos" de este gobierno. Hasta ahora, y a pesar de su dramatismo y
espectacularidad, las pateras y los cayucos eran desde un punto de vista cuantitativo
anécdotas en un mar de inmigrantes. Están dejando de serlo y son ya un problema de
magnitud equivalente al que tuvo que enfrentarse Estados Unidos con la llegada de todo
tipo de embarcaciones procedentes de todo el Caribe, y que les obligó a modificar las
leyes de acogida. Un cambio político que el actual gobierno, populista y demagogo, no se
atreverá a afrontar.
+ El gasto en sanidad también es relevante con una población extranjera residente. Con
un número de altas del entorno de las 3.700.000 personas, según el padrón municipal, y
un coste por persona y año de 1.000 euros aproximadamente -una cifra probablemente
más alta, aunque ése sea el gasto medio-, los gastos sanitarios totales de la población
inmigrante que paga la administración autonómica alcanzan, al menos, los 3.700
millones de euros. Y también en esta ocasión lo soportan las autonomías, con una
compensación mínima por parte de la administración central.
+ El coste derivado de las prestaciones y subsidios de desempleo ascenderá en
2006, probablemente, a 770 millones de euros y su tendencia es a crecer a ritmos
superiores al 20% anual. Téngase en cuanta que la tasa de desempleo de los inmigrantes
es superior a la de los españoles y que está aumentando.
+ No hay, por ahora, gasto por pensiones contributivas, porque lo reciente del
fenómeno implica que prácticamente ningún inmigrante ha cotizado un número de años
suficientes para generar derecho a pensión. Por eso la situación financiera de la seguridad
social es tan positiva. Recibe cotizaciones sociales y no paga nada a los inmigrantes. Los
gastos educativos, sanitarios, por desempleo y otras eventualidades no corren a cargo de
la seguridad social.
Otro dato relevante es el gasto en el que incurren los ayuntamientos, con presencia
significativa de inmigrantes, por la prestación de todo tipo de servicios sociales y por
ayuda para la vivienda de los menos favorecidos que, en muchas ocasiones, también son
inmigrantes.
Es verdad que es más llamativo el problema de asesinatos, robos, con violencia y sin ella,
y hurtos, pero el problema es más grave si esa violencia se ejerce a través de mafias, que
con enormes cantidades de dinero a su disposición influyen sobre grupos de funcionarios,
policías, jueces y políticos. Sin minimizar el coste económico de tener que protegerse
contra la violencia. Muchos de los puestos de trabajo que se están creando son
absolutamente improductivos, y no me refiero sólo al conjunto de funcionarios ocupados
para protegernos a todos, nacionales e inmigrantes honrados, sino a los gastos en
seguridad personal y las inversiones en incrementar esa seguridad.
Otro apartado diferente, y que también genera gasto público, que es lo que estamos
analizando en esta ocasión, es el de la denominada "violencia de género". Si más de la
tercera parte de todas las mujeres asesinadas son inmigrantes, es evidente que se trata
de un fenómeno importado con la inmigración, que se suma a la violencia existente en
nuestra sociedad antes de la llegada de inmigrantes.
b/. Los costes económicos, sociales y políticos derivados de una población que
no se integra
Ésta es la experiencia, por otra parte, de los países europeos más desarrollados. Sus
legislaciones tampoco previeron la integración masiva de inmigrantes. Por presiones
políticas y sindicales han sido incapaces de adaptar su legislación a esa nueva realidad y
han terminado por tener un problema financiero de primer orden en sus respectivos
sistemas de seguridad social.
Ya hemos visto en los datos sobre inmigración que la tasa de actividad de los inmigrantes
no europeos es altísima, en torno al 70%. Esa situación puede cambiar en cuanto el
fenómeno del reagrupamiento familiar se extienda. Lo lógico es que, si el país de
origen es un estado fallido, el cabeza de familia reclame a toda su familia. No sabemos de
qué magnitudes estamos hablando. Posiblemente de millones de personas, directamente
no productivas, que tendrán que vivir con los bajos salarios que, en general, logran los
inmigrantes y a los que habrá que ayudar, de acuerdo con nuestra legislación, con todo
tipo de transferencias sociales.
Que yo sepa nadie ha podido calcular ni las posibles personas implicadas ni el coste
adicional para las administraciones públicas de integrar a esas familias reconstruidas.