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coches son más elegantes, pero el servicio que dan es sustancialmente el mismo.
Las viejas discrepancias en patrones han disminuido hasta diferencias que en su
mayor parte no son sino cosa de adorno. La vida privada del empresario o
ejecutivo moderno difiere mucho menos de la de sus empleados de la vida de
hace siglos del terrateniente feudal respecto de la de sus siervos.
Así que se inclinan por destruir las fuentes de las que deriva su prosperidad. La
política de las democracias es suicida. Las turbulentas masas demandan actos
que son contrarios a los mejores intereses de la sociedad y a los suyos. Se
vuelven a demagogos, aventureros y charlatanes corruptos del Parlamento, que
pregonan medicinas y remedios idiotas. La democracia ha generado un
levantamiento de los bárbaros locales contra la razón, las políticas sensatas y la
civilización. Las masas han establecido firmemente a los dictadores en muchos
países europeos. Pueden tener éxito muy pronto también en Estados Unidos. El
gran experimento del liberalismo y la demacración ha demostrado autoliquidarse.
Ha traído la peor de las tiranías.
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Estas son las ideas que muchos de nuestros contemporáneos han deducido de los
escritos de Burke, Dostoievsky, Nietzsche, Pareto y Michels y de la experiencia
histórica de las últimas décadas. Tienes que elegir, dicen, entre la tiranía de
hombres de la escoria y el gobierno benevolente de sabios reyes y aristocracias.
Nunca ha habido en la historia un gobierno democrático duradero. Las repúblicas
antiguas y medievales no fueron genuinas democracias: las masas (esclavos y
metecos) nunca tomaron parte en el gobierno. En todo caso, estas repúblicas
también acabaron en la demagogia y la decadencia. Si es inevitable el gobierno de
un Gran Inquisidor, mejor que sea un cardenal romano, un príncipe borbónico o un
lord británico que un aventurero sádico de baja cuna.
El éxito abrumador de estas doctrinas que han resultado ser tan dañinas para la
cooperación social pacífica y ahora sacuden los fundamentos de nuestra
civilización no es una consecuencia de las actividades de la clase baja. Los
proletarios, los trabajadores y los granjeros sin duda no son culpables. Los
miembros de las clases sociales superiores fueron los autores de estas ideas
destructivas. Los intelectuales convirtieron a las masas a esta ideología, no la
sacaron de ellas. Si la supremacía de estas doctrinas modernas es una prueba de
decadencia intelectual, no demuestra que los estratos inferiores hayan
conquistado a los superiores. Más bien demuestra la decadencia de los
intelectuales y de la burguesía. Las masas, precisamente porque son ignorantes y
mentalmente inertes, nunca han creado nuevas ideologías. Esto ha sido siempre
la prerrogativa de la élite.
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La verdad es que afrontamos una degeneración de toda una sociedad y no un mal
limitado a algunas partes de ella.
Sería inútil intentar curar este mal con un retorno al gobierno de autócratas y
nobles. La autocracia de los zares en Rusia y de los Borbones en Francia, España
y Nápoles no fue una garantía de buena administración. Los Hohenzollern y los
junkers prusianos en Alemania y los grupos gobernantes británicos han
demostrado claramente su incapacidad para dirigir un país.
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que puede hacerse que funcione satisfactoriamente cualquier sistema
constitucional cuando los gobernantes son iguales a su tarea. El problema es
encontrar a los hombres apropiados para el cargo.
Este artículo está extraído de Gobierno omnipotente, parte 2, capítulo cinco, sección 3
(1944).
[1] Ver las ideas características de Lenin acerca de los problemas del emprendimiento y la
dirección en su panfleto State and Revolution (Nueva York, 1917), pp. 83–84. [Puiblicado
en España como El estado y la revolución (Madrid: Alianza Editorial, 2010)].
[2] De Man, Die Psychologie des Sozialismus (ed. rev. Jena, 1927), pp. 16–17. Man
escribió esto en un tiempo en que era uno de los favoritos del socialismo alemán de
izquierdas.