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LETIZIA ORTIZ PEDRO ALMODÓVAR ENTREVISTAS

Después de que Sexual Personae, el primer y explosivo ensayo de Camille Paglia, se publicara
en Estados Unidos (corría 1990) , una conocida editorial española convocó un comité de
intelectuales para decidir si el libro debía o no publicarse en nuestro país. Finalmente, el
sanedrín decidió que quedara inédito. No pudimos leerlo en castellano hasta que, dieciséis
años más tarde, los dueños de Valdemar decidieron traducirlo por fin a la lengua de Emilia
Pardo Bazán.

Estas eran algunas de las ideas que inquietaban a los editores españoles: “Atenas conquistó su
grandeza no a pesar de su misoginia, sino gracias a ella” [….] “Todos los caminos desde
Rosseau llevan a Sade” […] “La búsqueda de la libertad a través del sexo está condenada al
fracaso” […] “La naturaleza siempre está sacudiendo nuestros pomposos ideales de debajo de
la alfombra”.

Leer por primera vez los ensayos de Camille Paglia es como hacerse amigo de la persona más
interesante de una fiesta. En mi estantería, sus siete libros están flanqueados por los de Oscar
Wilde y los dos volúmenes de Hollywood Babylonia, la delirante colección de chismes que
Kenneth Anger recopiló sobre las viejas estrellas de cine de la primera mitad del siglo XX.
Camille Paglia escribe lo mismo de Rihanna que de Emily Dickinson y lo hace con aforismos tan
ácidos como los chistes de Joan Rivers.

En 1990, se hizo famosa por defender un videoclip de Madonna de estética sadomasoquista


-Justify My Love- que las feministas estaban denunciando. “Madonna es el futuro del
feminismo”, escribió en el New York Times. Su último libro, Free Women, Free Men, es
precisamente una colección de sus polémicos escritos sobre feminismo, al que dice querer
liberar de las feministas modernas. “Dejar el sexo en manos de las feministas es como irse de
vacaciones dejándole tu perro a un taxidermista”, dijo en una ocasión.

Para mi entrevista, sin embargo, le propuse tratar de recoger algunos de sus pensamientos por
medio de preguntas relacionadas con instituciones españolas como los toros, las películas de
Pedro Almodóvar, las revistas del corazón o la monarquía, lo mismo que los periodistas hacen
a veces con los actores y los cantantes famosos de promoción en nuestro país ("¿Te gusta la
paella?", "¿Conoces a Penélope Cruz?") . Camille Paglia es una estrella de rock.

En uno de los ensayos incluidos en 'Vamps & Tramps', un estudio sobre la ópera ‘Carmen' de
Bizet, cuenta que cuando tenía seis años se disfrazó del torero Escamillo por Halloween.

Sí, sí. Estaba obsesionada con su magnífico y ajustado traje, tal y como aparecía retratado en
un libro sobre ópera que tenían mis padres.

¿Cómo le influyó ese primer contacto con el imaginario español?

La partitura de Carmen fue la primera música que me cautivó cuando era pequeña. En los años
50, la cultura popular americana era extremadamente sosa y sentimental, y la tonalidad
espeluznante, el fiero e imparable ímpetu de la música gitana, me dejó pasmada. En
retrospectiva, es obvio que mi inmediata atracción por el apasionado ritmo de la danza
española prefiguró mi posterior euforia por el liberador y dionisiaco poder de la música rock de
los 60 y la disco de los 70.

En la tauromaquia, el arte se enfrenta con la naturaleza, el tema principal de su obra. Siempre


me he preguntado qué piensa de este tipo de espectáculo. Théophile Gautier, al que reseña en
'Sexual Personae', escribió que una corrida de toros "vale todas las obras de Shakespeare”.
Para Gautier, el torero “es el verdadero Orfeo”.
Se piensa que la tauromaquia, a través de los torneos de gladiadores romanos, desciende de
los ritos de taurocatapsia que aparecen representados en los murales minoicos de la antigua
Creta. El guión esencial de la tauromaquia española, en efecto, es una clara alegoría de la
voluntad humana y del orden conceptual combatiendo el caos primitivo de la naturaleza,
acosado por el riesgo constante de una muerte violenta. Un torero tiene tanto de bailarín
privilegiado como de escultura cinética, pétreamente definida contra el espacio vacío de la
arena.

En España, cada vez son más los que consideran la tauromaquia una práctica cruel que debería
estar prohibida. Lo está ya en muchas ciudades españolas, como Barcelona.

La actitud hacia el sacrificio público de los animales ha cambiado drásticamente en nuestra


gentil y aburguesada época. La mayoría comamos carne, pero normalmente evitamos los
encuentros cercanos con el espeluznante y hediondo proceso de la matanza, antes una tarea
doméstica rutinaria. La tauromaquia parece tan capital en la identidad cultural española que
prohibirla a nivel nacional sería una gran pérdida. Pero debo admitir que apoyaría y aplaudiría
esa difícil renuncia.

Hablando de toros. En uno de sus artículos más polémicos, 'La violación y la guerra de sexos
moderna', escribió que “cada mujer debe responsabilizarse de su sexualidad, que es la llama
roja de la naturaleza (…) Una chica que se emborracha hasta perder el conocimiento en la
fiesta de una fraternidad es una boba”. En San Fermín, se ha dado un caso parecido al de las
fraternidades que usted criticaba cuando algunas chicas se quitan la camiseta y son
manoseadas por los hombres. “Una mujer tiene derecho de enseñar su cuerpo”, dijo una
feminista española el verano pasado.

Esa extraña e histérica ingenuidad, bastante rara aún en Estados Unidos, parece predominar
entre las feministas europeas, rusas y canadienses, que curiosamente se quitan la ropa en
lugares públicos (como sucede también en la “SlutWalk” canadiense) y luego condenan a los
hombres por mostrar un interés sexual en su provocador despliegue. Es perfectamente
racional que las feministas pidan libertad para desnudarse, pero caen en el ridículo al creer
que el desnudo femenino será alguna vez apropiado o seguro en una fiesta llena de hombres
borrachos. Es la clase de pensamiento infantil y neurótico que ha entorpecido otras metas del
feminismo mucho más sustanciales.

Otra frase de la misma activista: “Muchos hombres van por la calle sin camiseta y ninguna
mujer se avalanza sobre ellos para tocarles”.

Por supuesto, no hay ningún paralelismo entre el pecho plano de un hombre adulto y el de una
mujer, cuyos pechos, parecidos a frutas, siguen siendo el símbolo definitivo de la naturaleza
procreadora. Las distintas culturas tienen una estética diferente del pecho femenino: en Japón,
por ejemplo, los senos no están fetichizados, sino atados y escondidos bajo el ornamentado
kimono de la geisha. Pero la mayoría de las sociedades perciben y valoran la incomparable y
proporcionada belleza de los pechos femeninos, cuya perfección formal es dolorosamente
efímera, enseguida degenerada por el proceso natural de la lactancia. El pecho masculino ha
sido erotizado principalmente por los hombres gays, como demuestran los dibujos porno de
Tom de Finlandia o la estatua de Juliano de Medici que esculpió Miguel Angel.

Tengo que preguntarle por el cine de Pedro Almodóvar. Muchos de los temas sobre los que le
gusta escribir y de los que estamos hablando ahora aparecen en películas como 'Átame' o
'Matador'.

Admiro inmensamente a Pedro Almodóvar. De hecho, creo que Rainer Werner Fassbinder y él
son los únicos directores verdaderamente geniales que aparecieron después de los gloriosos
días del cine arte europeo (de las películas de Ingmar Bergman, Federico Fellini y Michelangelo
Antonioni, en su mejor momento) .

¿Cuál de sus películas es su favorita?

'Mujeres al borde de un ataque de nervios'. La considero una agudísima evolución del


surrealismo onírico de Luis Buñuel y Salvador Dali, pero en una dirección distinta a la tomada
por Alfred Hitchcock, que combinó el surrealismo español con una apabullante iconografía de
rubias glamourosas y sofisticadas. Sus estrafalarios personajes, y los motivos excéntricos como
el recurrente mambo taxi, dan a 'Mujeres al borde de un ataque de nervios' el toque 'camp' y
sorprendente de las primeras películas de Andy Warhol, una de mis mayores influencias en la
universidad.

Hay una frase de Carmen Maura en esa película que podría haber escrito usted: “Es que las
vírgenes son muy antipáticas”.

Adoro la actuación de Carmen Maura en ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Sus


conmovedores y dolidos ojos; sus ataques de ira, arrojando el teléfono por la ventana; su
ingenuidad metódica, mezclando fríamente barbitúricos en el gazpacho… El repertorio
dramático de Carmen Maura en las películas de Pedro Almodóvar es espectacular: de monja a
mujer transexual. Me la imagino interpretando a mi santa favorita: la erudita y combativa
Teresa de Avila, a quien en una ocasión reivindiqué como icono feminista en la BBC Radio.
¡Tengo una estampa suya en mi despacho!

Además de sobre arte y feminismo, escribe muy a menudo sobre política. ¿Tiene algún sentido
para una americana libertaria como usted una institución española como la monarquía?

La monarquía es una forma política desfasada y periférica dentro de las democracias


modernas, pero sigue teniendo un valor histórico muy rico que, de otra manera, se consumiría
en la banalidad y mediocridad de la vida cotidiana. Sin su espléndida y pomposa corona,
Inglaterra perdería su status global… y probablemente atraería a muchos menos turistas.

Son muy conocidos los perfiles que ha escrito sobre mujeres poderosas como Diana de Gales,
Hillary Clinton o Jackie Kennedy. ¿Qué opina de la reina de España?

La reina Letizia parece haber encontrado la misma 'persona' que Kate Middleton, la Duquesa
de Cambridge. Las dos mujeres, que curiosamente se parecen la una a la otra, proyectan la
misma mezcla de cordialidad y elegancia chic. Son vivas, disciplinadas, amables y modestas.
Absolutamente contemporáneas y convincentes.

Este verano, vi que la revista ¡Hola! traía en la portada una bonita historia sobre sus dos hijas.
Por las fotos, es obvio que doña Letizia ha hecho un trabajo excelente transmitiendo su propio
atractivo y personalidad equilibrada a las dos princesas. Particularmente Leonor, la princesa de
Asturias, parece tener un aplomo innato y una afable seguridad en sí misma. También tengo
mucho respeto por la anterior reina, doña Sofia. Siempre he admirado su digna y estoica
presencia.

¿Lee el ¡Hola!?

La prensa norteamericana rara vez ofrece noticias sobre la aristocracia española, así que no me
queda otra que conseguirlas del '¡Hola!' cuando hago escala en Miami para ir a Brasil a dar
alguna conferencia. Descifrar las identidades y las intrincadas relaciones de la realeza española
y los otros famosos de élite me absorbe durante todo el vuelo.
Nunca olvidaré cuando la reina Sofia tuvo que interrumpir y regresar precipitadamente de su
viaje a Indonesia para consolar a Letizia, después de la inesperada muerte de su desgraciada
hermana. En otra ocasión, me quedé totalmente paralizada por una portada ("Frío Encuentro
de los Duques de Lugo”) en la que se veía a la infanta Elena aguardando en la puerta de su casa
mientras su distanciado marido (Jaime de Marichalar) le entregaba a su hijo ante lo que debía
ser un ejército de despiadados paparazzis, desgarrada por la tristeza.

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