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ASPECTOS BÁSICOS DE LA DECLAMACIÓN

Si no dominamos la lectura con exactitud, corremos el riesgo de cambiar el


sentido de la idea que el poeta expresa en su obra. Un buen declamador debe ser
antes un mejor lector. Es indispensable no dislocar el ritmo; una sílaba de más o de
menos, produce el defecto auditivo de un tropezón en la musicalidad del verso: esto
se llama cojera en la técnica poética. Qué ofensa tan grande resulta para los
buenos poetas, cuando un lector o recitador osa no respetar el ritmo, la medida o el
buen sonido y musicalidad en sus poemas. Si el declamador sospechare sobre un
posible error en el poema, debe cotejar en otras versiones cuál fue la forma
genuina que produjo o quiso generar la creatividad del autor.

Sigue siendo el diccionario un libro básico para todo el que maneje el


lenguaje, y quien exprese sentimientos al decir un poema, debe acudir con la
frecuencia que sea necesaria a este recurso, si pretende ejercitar todos los
aspectos de la palabra. Para leer con claridad es necesario entender lo que leemos.
Entonces, a ti que pretendes la erudición en el tratado que aquí estudiamos, yo te
digo: encamínate a leer; lee mucho en voz alta, aprende a detenerte en cada signo
de puntuación, encuentra las pausas y los tiempos adecuados a esos elegantes
silencios que hacen los buenos lectores. Y, aunque se sepa leer, resulta un buen
ejercicio para quien desee adquirir soltura y elegancia.

El primer secreto del buen lector se refiere al tiempo que debe durar cada
pausa. Hay cuatro signos principales en nuestras lecturas con diferentes tiempos
en la pausa: La coma, que vale un tiempo. Cada vez que se encuentre una coma,
pensará en la palabra “uno” y aprovechará para respirar durante ese tiempo.
Cuando encuentre punto y coma pensará “uno, dos”. Si se trata de un punto, ya sea
punto y seguido, punto y aparte o algunos signos equivalentes como el cierre de
admiración o de interrogación, contará tres tiempos normalmente: “uno, dos, tres”.
Y en el caso de puntos suspensivos, contará cuatro tiempos: “uno, dos, tres,
cuatro”. Al novato, este ejercicio le permite comenzar a escucharse, se obliga a un
nuevo ritmo, a adquirir seguridad y a saber cuándo debe respirar.

Practiquemos lo anteriormente descrito con el siguiente texto:

La Oratoria es un hombre fuerte y la Declamación es una mujer muy


bella. (uno, dos, tres) Ciertamente, (uno) no podemos decir que una sea
más que la otra, (uno) ambas son arte excelso. (uno, dos, tres) Pero a mí,
(uno) ningún hombre me ha parecido bello; (uno, dos) en cambio, (uno)
existen mujeres sumamente hermosas y de una gran fuerza en todos
sentidos: (uno, dos, tres) Mi esposa es una de ellas.

Según sea el nivel, debemos buscar lecturas de nuestro interés para seguir
practicando el aspecto de las pausas, hasta conseguir la estatura que satisfaga
nuestro gusto.

Por último, referente a los signos y a sus pausas, los dos puntos (:) tienen su
entonación especial que previene para atender a lo que se dirá enseguida, y la
pausa correspondiente puede ser de dos o tres tiempos, ya que el objetivo del
signo es captar la atención del que escucha.
Al recomendar como primer paso leer con claridad, y al referirme a la lectura
en voz alta, deberemos atender en beneficio de esa claridad, a una pronunciación
adecuada para los vocablos que hayamos de manejar.

No está por demás insistir en que cada palabra debe ser comprendida en su
exacto significado. Si el trabajo se desarrolla colectivamente, es recomendable que
una vez consultado el vocabulario correspondiente a un poema o a una lectura, se
aplique en frases elaboradas por los alumnos; sería muy bueno que se
escribieran en el pizarrón para visualizarlas y afirmar, al mismo tiempo, el
conocimiento ortográfico, sobre todo si se aprovecha para observar además
algunas voces derivadas de las que se estén ejercitando, e indudablemente, estoy
seguro de que la habilidad del maestro o del lector, sabrá encontrar diversos
caminos para practicar al respecto.

Aspecto importantísimo es la DICCIÓN. Si nos proponemos declamar,


entonces somos responsables de que cada verso y cada palabra contenida en el
poema, llegue con claridad a los oídos de quienes escuchan. Una vez entendidos
los vocablos de un verso o estrofa, pronunciemos en voz alta y con toda claridad.
Como instructor de infantes, me he topado con que la mayoría de ellos no ha
alcanzado una óptima dicción, lo cual no tiene que ser alarmante. Me ha rendido
buenos resultados el ejercicio de la dicción exagerada en estos casos, el cual
consiste en pronunciar las palabras, separando con gran vehemencia y fuerza las
sílabas que las componen; -abre todo lo que puedas tu boquita-, le digo al
pequeño, y asegúrate de que se entienda perfectamente lo que dices. No tiene
que ser un trozo de poema; se puede platicar acerca de cualquier tema en esta
forma; a los niños les resulta muy divertido, aunque un poco cansado, si se
exagera en el tiempo dedicado a esta tarea.

Basta ser cuidadosos en reiterar los ejercicios, la lectura frecuente en voz


alta, diferenciación minuciosa de las consonantes, y sin duda alguna lograremos el
dominio en la dicción.

El objetivo fundamental es lograr la claridad articulada en la dicción; y, sobre


este aspecto, debemos insistir perdurable y tenazmente, aun cuando se hayan
alcanzado excelencias en el buen decir, además de que una voz clara y agradable,
siempre es bien recibida en el hablar cotidiano y en cualquier forma de locución.

La MÍMICA es piedra angular, cuya falta puede convertir en ruinas la mejor de


las construcciones; pero no utilicemos ese índice que ejerce su oficio de señalar
todos los sitios simplemente mencionados en el poema, o la mano que dibuja el
horizonte como si manejara gigantescos pinceles, o los declamadores que actúan
como ferrocarrileros en pleno desempeño de su función de señaladores. Debemos
entender que se declama fundamentalmente con la palabra que transmite ideas,
no se declama con las manos, y los brazos no son aspas de molino. Quienes
exageran en los ademanes no se dan cuenta que desaparecen el declamador y la
Declamación, para transformar en espectáculo lo que debe ser simplemente una
interpretación, basada en el manejo de la palabra como transmisora de mensajes
poéticos. Supeditan su trabajo al aspecto, al disfraz y le restan categoría estética.

No todos los poemas son adecuados para declamarse. La mayor parte de la


producción poética se ha escrito con la intención de que se lea y nada más.

Es también ausencia de originalidad la imitación; podemos detenernos a


observar, encontraremos que el estilo personal se adquiere en la congruencia del
ser, de la propia personalidad, con el género o el tipo de poema que se ha elegido.

Voy a decirlo, aunque sé que no todos miscolegas están de acuerdo


conmigo: A los niños sí se les permite exagerar un poco más en la mímica, ya que
he comprobado que esto les ayuda a introducirse con más confianza en el arte del
hablar con énfasis; mi máxima es: La acentuación de los movimientos debe ser
inversamente proporcional a la edad del declamador. Lo anterior es en términos
generales, ya que me he encontrado “garbanzos de a libra”, a los que les enseño
como lo que son: unos superdotados de cualidades para declamar. Al fin de
cuentas, a los niños todo les sale bien, hasta cuando se les olvida el poema.

Si se pretende ser y no parecer declamador, que se trabaje en la


perseverante voluntad que le permita desarrollar su entendimiento, en la
observación de la belleza íntima de la poesía adecuada a los elementos educables
que posea para interpretarla.

El asunto del declamador es dar vida al poema, y la interpretación implica


transmitir lo que ha entendido, llevar el sentimiento poético hasta la asimilación
expectante del público que estará dispuesto a esa comunicación indudable que
emana de su deseo por lo que le es afín a su propia naturaleza. Ha llegado
entonces el momento de tener muy presentes los resultados que ejercitamos en la
dicción: claridad, fraseo correcto y, ahora, carga emocional. Cada verso, cada
período mental, encierra una imagen o una idea que le da sentido, que el
declamador habrá asimilado y que habrá de proyectar para que resuene en el
sentimiento del auditorio.

Debemos leer de acuerdo con el sentido de la frase y la aplicación de las pau-


sas de un modo inteligente; esto ayuda a eliminar el sonsonete, que los
principiantes tardan tanto en ausentar de su natural inclinación a remarcar el ritmo
del verso; vicio fonético a veces habitual y hasta del gusto de algunos poetas que,
dicho sea con todo respeto, mejor sigan deleitándonos con su obra escrita, pero
que no nos la lean y menos nos la declamen. Observemos, observemos siempre
las virtudes y defectos para beneficio de nuestra personal interpretación.

¿ Cómo dirías lo siguiente ?: “Me siento triste y cansado”. Ahora dilo de varias
maneras, anteponiendo o completando, si lo deseas, algo que justifique el cambio
de entonación; es buen ejercicio para el aficionado. La interpretación habrá de dar
algo que ya he establecido: la trilogía de sensibilidades que forman el poeta, el
declamador y el auditorio. El declamador responderá ante el público por el trato
que sepa dar a la palabra del poeta; no teatro ni oratoria, no el melodrama ni aspas
de molino o cuchilladas al viento, sino la palabra que transmite ideas, que levanta el
sentimiento del poeta y lo sublima.

Muy ligado a la dicción, está el aspecto de la VOZ. Ésta debe representar el


apoyo más firme al declamador, si las virtudes de la misma le favorecen; de lo
contrario, habrá que corregir los defectos de la misma, en la medida de lo posible.
A este respecto, trataré lo que tenga qué ver con lo práctico en el quehacer de
la Declamación, por lo que me referiré a sus cualidades propias: tono, timbre,
cantidad e intensidad.

El tono es la altura de la voz; entonces, según éste, las voces se clasifican en


agudas, intermedias o graves; la intermedia es la que prevalece en la buena
Declamación. El matiz personal de la voz se llama timbre y está determinado por el
tono fundamental y los armónicos o tonos secundarios. Una voz bien timbrada es
agradable, a diferencia de las blancas, roncas y chillonas. Cantidad es la duración
del sonido, o sea, largos o breves, con toda la gama intermedia. Con esto no hay
mucho qué hacer, ya que depende de las características de cada idioma y de los
hábitos lingüísticos de las regiones o países. La mayor o menor fuerza con que se
produce la voz se llama Intensidad, por lo que hay voces fuertes y débiles.
Precisamos corregir en la medida de lo posible estas cualidades, de tal forma que
lleguemos a la excelencia, entre tanto, interpretemos la obra que más dominemos
con nuestras características propias.

Refiriéndonos a las cualidades de una buena voz, diremos que un buen


declamador debe tener su voz impostada, o sea, colocada correctamente; de no
ser así, se habla con esfuerzo, sin naturalidad, no respetando las cualidades
fisiológicas del aparato de fonación, lo que permita al aire salir con libertad y
producir los sonidos con amplitud y en su mejor calidad. Con respecto al alcance
de la voz, diré que un buen declamador debe hablar a cualquier distancia, ya que el
oficio lo exige, en auditorios demasiado grandes, al aire libre o por la ausencia de
micrófonos. En salas chicas hablemos con poca voz pero sin apagarla. En
auditorios grandes, se debe hablar con voz fuerte, pero sin gritar. La intensidad es
la fuerza con que se habla. Nunca debe vociferarse; pero tampoco debe caerse en
el defecto opuesto de hablar tan quedo que no se escuche. Hay que evitar la
monotonía, variando la intensidad. Una buena voz debe ser perfectamente
perceptible, clara. Deben escucharse todas las palabras del poema, aun las de
tono bajo. Que una voz sea pura significa que no esté viciada por defectos del
aparato vocal o fallas de articulación o fonación. La resistencia y duración deben
ser condiciones naturales del declamador. Éstas están muy ligadas con la
impostación; las voces mal colocadas se fatigan.

Por último, a este respecto, me refiero a la extensión del poema. Debemos


escoger para nosotros o ayudar a seleccionar al aprendiz, una obra poética precisa;
muchas veces he visto, sobre todo a niños, perderse o fatigarse en la Declamación,
si es que no llega antes el desesperante olvido.

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