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Zen en el Arte de Escribir, Ray Bradbury 1982

Invirtiendo centavos

Escribía en la sala de mecanografía del sótano de la biblioteca de la Universidad de California,


en Los Ángeles. Con 25.000 palabras, era la mitad de la novela en que llegaría a convertirse.
Hace poco, con la sala del Studio Theatre de Los Ángeles a mano, saqué de las sombras a los
personajes de F. 451.El producto fue una obra en dos actos, bien escenificada, y en general bien
recibida.
Según Beatty el delito no es tener los libros sino leerlos.
En mi obra, el jefe de bomberos ultima al viejo Faber, que le habla a Montag a través de la larga
noche (por el radio-caracol). Beatty se lo arranca del oído y le grita al remoto Maestro: ¡Ya
vamos por ti! Lo que aterroriza tanto a Faber que el corazón lo destruye.

Por último, me han escrito muchos lectores protestando por la desaparición de Clarisse,
preguntándose qué le pasó. La misma curiosidad tenía François Truffaut, y en su versión
cinematográfica rescató a Clarisse del olvido y la unió al Pueblo de los Libros, que vagan por el
bosque recitando sus memorizadas letanías. Yo también tenía necesidad de salvarla, pues era
responsable en muchos sentidos de que Montag empezara a preguntarse por los libros. Por eso en
la obra Clarisse se adelanta a darle la bienvenida, poniendo un final algo más feliz a un asunto en
esencia más bien lúgubre. La novela, sin embargo, conserva su primera identidad. Hace poco me
di cuenta de que Montag tiene el nombre de una fábrica de papel. ¡Y Faber, claro, es el
fabricante de lápices!

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