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la mujer hace que la sangre se distribuya a otras regiones diferentes del útero como
respuesta al mecanismo de “alerta”. Este mecanismo se desencadena con el fin de que
esta sangre pueda ser utilizada por el resto de músculos del cuerpo, para su uso como
salida a una situación de peligro. Como resultado, el útero recibe un aporte
insuficiente de oxígeno que conlleva que éste trabaje en condiciones más dificultosas y
menos eficientes, lo que genera una reacción de dolor. Por desgracia, cuando se
desencadena el mecanismo de alerta y huida, el útero no se considera un órgano
esencial y recibe menos aporte sanguíneo. Del mismo modo que en un ataque de
miedo nuestra cara palidece porque no necesita tanta sangre, como la requieren
nuestras piernas para poder huir, el útero de una mujer con miedo es literalmente de
color blanco. Por ello, por su falta de “combustible” no puede funcionar correctamente,
ni eliminar desechos de forma adecuada. La mujer no sólo experimenta dolor, si no,
multitud de problemas.
De hecho, hoy se sabe por diversos estudios científicos que una de las
consecuencias de un menor aporte de oxígeno al útero sería el aumento de la
producción de ácido láctico en el músculo acidificando el medio. Para que se den de
forma espontánea las contracciones uterinas, es necesario que el tejido del útero tenga
un pH no ácido, por tanto, la acidificación del medio uterino conlleva contracciones
menos eficaces, que contribuyen a que los partos se alarguen e incluso no progresen,
al tiempo que la presencia de ácido láctico cristalizado en el músculo podría generar
mayor dolor.[17, 18].