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COLONIZACIÓN

APUNTACIONES PARCIALES SOBRE EL VIAJE Á


ALICANTE Y CUPINÁ

ENRIQUE RAMÍREZ G.

1904
PREFACIO

Andaba yo por los lados de Patiburrá, loma bastante notable que se halla al Nordeste de Medellín y
como á catorce miriámetros de distancia, cuando fui invitado por algunos vecinos y fundadores de la novísima
población de Maceo ó Claver, para hacer una excursión hacia el Magdalena, en pos de muchas é interesantes
cosas que habría por allá, según antiguas y sostenidas tradiciones.
Acepté la invitación gustosamente y procedimos á proveernos de lo menester para verificar el viaje, por
Navidad de 1902. Aunque la empresa demandaba gastos de consideración, los señores invitantes los
suscribieron inmediatamente, porque era su deseo que la Sociedad funcionara con muy pocos miembros; á
instancias mías se convino en aumentar el número de accionistas, ya para a llegar mayor suma de dinero, ya
para dar mayor lustre y trascendencia á la obra.
Cuando vine á esta Capital y traté el negocio con personas de mi agrado y lo hice conocer por la
prensa, fueron suscritas las acciones en que se pusieron al mercado, las cuales alcanzaron á 60, y á $ 400
cada una.
Para que no hubiera absorciones incómodas y dañinas, y con el designio de hacer popular –
verdaderamente popular –nuestro propósito, se convino en que persona alguna podía suscribir más de dos
acciones; y así se hizo. Dispúsose también que los socios que quisieran hacer la correría no ganarían nada
por el viaje, y que pagarían sus acciones lo mismo que los no asistentes.
Después de algunas demoran, emanantes de insuperables inconvenientes que se presentaron al
Ingenio para partir, se pudo dar principio á la expedición el 2 de Marzo del año presente (1903), día en que
definitivamente arrancamos de Maceo.
Algunas plomadas debemos dedicarse á este caserío, una vez que para el próximo desarrollo de
nuestras empresas conviene que sea conocido, y una vez que debemos admiración y gratitud á sus
habitantes.
Se encuentra plantada la población á una milla al Sur, del alto ó cima de Patiburrú, en una cuchillita de
buen aspecto, y cerca al arroyo de “El Mulato”, que es el nombre primitivo de él, aunque lo apellidan hoy
“Alondra”, y algo más, pues allí no están de acuerdo en nombres todavía; y tan así es, que en la población y
fuera de ella, dicen unos Maceo, y Claver otros.
Para poner punto á lo que quise decir de Maceo, me permito decir algo también de Patiburrú, porque
es éste el más conocido punto de partida.
El paisaje es una eminencia que tiene 1.770 metros de altura sobre el nivel del mar. Su flanco oriental
está cubierto de bosque, y el contrario de gramíneas (bunch grass) que le dan el aspecto y condición de
loma, desprovista de otra vegetación que la de menguados arbustos.
Ora por su altura, ora porque el sistema de las cordilleras que la circundan es muy bajo, desde la cima
de aquel alto se disfruta de un hermoso y extensísimo horizonte, el cual recrea á quien conozca otros puntos
sobresalientes; y no más allá, porque sin duda se pierde la mirada en la convexidad de la tierra.
Al Oriente, extensas porciones del río Magdalena, distantes de allí muchas leguas, pues sólo la parte
antioqueña, Regla y Puerto Berrío, dista 19 leguas. El panorama arroba porque se divisan las fajas de agua
alternando con el bosque, medio muertos los colores por la niebla, toda ello en terreno enteramente plano y
amplio como debe ser por allá en el Carate y el Opón...
Al Norte, Tetoné, el enorme Cancharazo, el Morrón de Anorí, el alto de Contento...
Al Occidente, unas montañas azules, tocando el Cielo, que quién sabes dónde quedan dónde quedan; y
estas crestas y espolones que parten los lindes de Guarne, Copacabana y Girardota...
Por otro lado, las apartadas montañas de Guamocó... y
Hacia el Sur, las de San Carlos y lugares adyacentes...
Tuvimos intenso anhelo de contemplar desde tan privilegiada altura la salida del Sol, una vez que es el
Oriente el punto cardinal que mejor deja ver tierra hasta donde la vista alcanza; consideramos que el
espectáculo debe tener la misma belleza, novedad y esplendidez que ofrecen las Llanuras orientales de
Colombia, que es la más inaudita sorpresa que puede dar al pobre hombre la variada y fecunda Naturaleza...
Pero como no hay habitación en esa cima, y como es incómodo el camino para acometer un madrugón
desde el caserío, el anhelo aquel se tornó en platonismo.
Para calmar la impaciencia de nuestras consocios de Maceo, algunos de los cuales ó por falta de fe, de
urbanidad ó por sórdida avaricia se habían avanzado en viajes parciales, hube de adelantarme desde esta
ciudad, conduciendo parte de los elementos que debían servirnos para la expedición, acompañado del
Coronel José Ma. Calderón, quien siguió conmigo de una vez hasta Maceo.
Merced á esta anticipación, pudimos preparar todo lo necesario para la marcha, inclusive terciadores y
mineros, de forma que cuando llegó el Ingeniero, Sr. Luis G. Jonson, pudimos partir 48 horas después.
Componíase el personal de ventidós individuos, entre ellos un Cronista, un Ingeniero, un Paisajista y
Fotógrafo, siete peones terciadores, dos mineros y dos cocineras; y el tren, de cinco bueyes, tres armas de
precisión, cinco escopetas, machetes etc., etc. Nada de perros ni de fuerza pesada; y si alguna persona que
se ofrecía para el viaje no tenía magníficas condiciones de salud y fortaleza, era irremisiblemente rechazada.
La marcha fue lenta por demás, y esa es la suerte de toda función de labor ardua, el primer día de su
desarrollo; y tarde yá llegamos al paraje de El Diamante, donde era forzoso pernoctar.
Esta haciendita pertenece á los Sres. Isaías y Feliciano Ruiz, establecidos allí hace poco tiempo, en
terrenos baldíos, como todos, dedicados especialmente á la plantación de gracias y pasto de la India. No es
feraz la tierra para cultivos de importancia, ó para aquellos que exijan terreno ubérrimo; mas para lo de
industria pecuaria es excelente, y anda la prueba por allí montada en cada res que come yerbas en todo el
contorno de la fracción.
Atrás dejamos dos establecimientos: la Doncella, bonita y buena fundación agrícola de nuestros
consocios Cardona y Henao; y la mina de Playachica, la cual deja buen rendimiento á sus activos propietarios.
Una tolda que nos cedió el Gobierno Departamental [y también nos cedió graciosamente medicamentos
y pertrechos ) fue armada al lado de la casa Ruiz.
Tuvimos allí la buena acogida que dan los que saben trabajar lejos del mundo amontonado, mundo que
se recarga de sed artificial; y después de la cena y arreglo de lechos, comenzó la tarea de fijar el derrotero
de viaje, hasta donde fuera posible.
Uno de nuestros objetos, objeto interesante é inicial, era el hallazgo de un cacaotal que debía de hacer
por esos lados, desde remota antigüedad, y entró en discusión el cacao.
Pude informar lo siguiente: mientras estuve en Maceo supe que una mujer de bastantes años, llamada
Sergia González, deseaba acompañarnos en la Expedición, para enseñarnos un cacaotal que tiene tres
hanegas de extensión, circuido de pita sobre vallados, y que ella conoce; que lo mostraría si le dábamos un
derecho en él y hacíamos gastos de viaje. Como tan seductor ofrecimiento lo hizo por conductos muy
verídicos, me propuse cazar la abuela con afanoso andar.
Supe que vivía en El Silencio, cerca de San Laureano, y me puse en marcha sobre ese punto, aunque no
lo conocía, y aunque supe que era una hondura ó hueso donde la Sergia se retiró con un hijo llagoso é
inhábil.
Afortunado estuve, en parte, porque no tuve que bajar á la grieta de la González, pues la hallé en la
casa de Santa Rita, camino real, propiedad de Enrique Osorio. Supe que estaba allí por boca de un señor que
la conocía y que se interesó con mi cuita.
Llegué á la casa dicha y, aunque había otras mujeres, conocí á la mía. No quise destacarme de
cualquier modo á causa de que me habían dicho que ésa era un animal arisco.
Conforme lo dictó mi sindéresis, buena ó mala, me agarré con la vieja:
-Bueno, Sergia, qué hace por aquí!
-Pues Sr., tengo un hijo muy malo y vengo á buscar algo.
-¿Con que es Ud. Sergia? Mire que me gusta encontrarla porque Ud. me mandó una razón y quiero que
sepa que la recibí, y que me la llevo á Ud. para la Expedición de Alicante.
-Ah! con que es Ud. el niño Enrique! Pues bueno; yo sí pensaba ir, pero ya no, porque está muy malo mi
muchacho y no lo dejo sólo; supóngase que es una llaga en una pata, y lo tiene baldao; y también que si es
por la cosa del cacao, yo pienso que es mejor mostrárselo á un pobre que á los ricos, que nada le dan á uno.
-Eh! Si yo soy pobre y los que vamos de aquí somos todos pobres. Le aseguro que la cuidamos mucho
y que su niño no sufrirá escaseces. Lo hacemos llevar á Maceo, y le dejamos buena asistencia, para todo lo
cual suministro bastante dinero; y al efecto le mostré una fuerte cantidad de billetes.
No fue posible inducirla al viaje, y hasta llegó á decir que temía también que la matáramos después de
que mostrara el lugar deseado. Fue, pues, vano todo ruego y toda oferta. Pero sí se allanó á hacer algunas
indicaciones acerca del paraje ó punto preciso donde queda la plantación, las cuales recogí con mucho
cuidado; y también el nombre de un individuo que sobrevive y que fue compañero de montería cuando ella
estuvo en aquel descubrimiento.
Esta mujer tiene unos 65 años, ha sido muy varonil y emprendedora; es honrada y creo que sí conoce
lo que dice conocer; y, por consiguiente, creo en la existencia de una plantación de cacao más ó menos
importante erigida por españoles, por indígenas ó por cualquiera otra persona ó compañía.
La noche víspera del viaje, la del 1º de Marzo, fue á mí Daniel Nao y me dijo que José Narciso Duque,
vecino suyo, deseaba ardientemente ir á la correría porque él sabía dónde había un cacaotal y una mina muy
rica. Pues tome Ud. este billete de banco y lleva á Duque una carta, al amanecer, le respondí. Aceptó y le
escribimos al hombre diciéndole que se pusiera en marcha al siguiente día, y que nos alcanzara antes de
llegar á Las Torres, que no tuviera cuidado por la paga, pues estábamos dispuestos á galardonarlo
liberalmente si cumplía su ofrecimiento.
Convinimos en continuar la marcha en dirección á Las Torres, pero tocando ante todo con las cascadas
de Guardasol, aunque de ese modo perdíamos un día, porque era preciso desviar el camino en más de dos
leguas. Dejábamos el derrotero definitivo del viaje, para cuando Duque nos alcanzara, siempre que por otra
parte no se quedara pendiente el descubrimiento del río Cupiná, cuestión resuelta desde el principio de la
Expedición.
Así se resolvió, y nos entregamos, en cuerpo y alma, á descansar.

Medellín, Agosto de 1904

ENRIQUE RAMÍREZ G.
CASCADA DE GUARDASOL

Partimos de El Diamante, muy temprano, Jonson, Calderón, Vallejo, Henao, dos peones terciadores y yo,
dejando á los otros compañeros ocupados en recoger y cargar los bueyes, para que siguieran á esperarnos
en Las Torres.
Nos apartamos de la trocha principal con el propósito de conocer una siquiera de las cinco cascadas
que forma el río Guardasol, y conocer parte del territorio que baña. En el alto del Descanso abandonamos la
cordillera para descender al arroyo La Nutria, el cual había de conducirnos al punto deseado. A poco más de
legua y media llegamos á una abertura, sembrada de maíz, trabajo del Sr. Luis Llano, bautizada con el
nombre de Santillana. El paraje es bonito pero muy chico el valle y apenas regular la tierra.
Como no hallamos el rancho de los trabajadores que tumbaron aquel monte, que quién sabe dónde
demonios lo hicieron, desensíllamos al borde de la roza, le endosamos las bestias, dejamos allí un peón
custodiándolas y preparando la comida, y seguimos por el rozado en pos de La Nutria para tomarla por guía.
Un poco más adelante se mejora palpablemente el terreno: no hay ya palmares ni maderas finas, las
pendientes se presentan amenas y el abra hermosa. Dimos con un trabajadero de mina de aluvión,
abandonado, el rancho en el suelo y las tongas ahogadas, signos seguros de que no hay oro allá.
Tropezamos con un pequeño amagamiento, cuyo curso adoptamos, y en él recogimos los primeros riegos de
mima de filón que hasta allí habíamos visto.
Pocos momentos después llegamos al Guardasol, como quien dice, á las dos de la tarde. No es grande
este río aunque superior á la quebrada Santa Elena, adorno y policía de Medellín; permanece sucio porque
trabajan arriba algunas minas, y se mueve tranquilamente y el lecho muy abierto.
A la sazón, porque los copos de la selva de lado y lado se tocan, lo atravesaba una gruesa partida de
micos marimundos cuya carne, que no es poca, constituye nutritivo y sabroso plato. Entramos en el afán de
matar uno, y se colmó el deseo por ministerio de un disparo que hizo el Coronel Calderón; la bala pegó en el
pecho de un mico que se detuvo á hacer visaje, pendiente de la cola, en la rama de un árbol que toldaba
sobre el río. Sonar el tiro y venírsele al animalito una bocanada de sangre, fue obra coexistente; un momento
después se zafó produciendo, al caer al río, un ruidazo como triste, desapacible, mojado. Ya íbamos
temiendo que la cena montés se vaneara, porque es común que al morir un mico asegurado de la cola, no
caiga sino cuando se descompone, es decir: muchos días después de perder la vida.
Aplaudimos sinceramente la destreza del tirador, porque había puesto el proyectil en el propio corazón
de aquel semejante, aplauso merecido si se tiene en cuenta que manejaba una carabina Winchester.
A tres cuadras distante de este homicidio llegamos á la primera cascada, que es la mejor según
cuentan, es realmente muy hermosa: el agua, que va dormida y abierta, se recoge y se remanga, al
asomarse al vórtice; y se lanza y desciende hasta una profundidad de 60 metros, bañando rocas basálticas
de una firmeza y nitidez que les dan apariencia de mármol negro pulimentado.
¡Qué bello abismo se comprende desde la cima...! De allí no se mira otra cosa que lluvia menuda, y el
esfume del agua al estropearse contra las rocas profundas; mas como era preciso bajar á lo más hondo del
salto para gustarlo en los detalles, procedimos á eso.
El asunto era difícil y peligroso, ya porque está muy parada la vía, ya porque su lisura no se presta para
asegurar el pie; con mucho tiento emprendimos la bajada, rodando más bien que de otro modo, é hicimos pie
en un punto que puede reputarse como la mitad del matadero.
La cascada está dividida en dos golpes ó tramos de á 30 metros, cada uno, y los separa ó los une un
rápido que le ofrece fementido descanso. La porción primera la constituye una sola masa de agua, y cae
verticalmente; la segunda se abre de modo sensible, y baja en tres hilos principales, sin dejar por eso de
bañar un gran pedazo de roca (el paredón de roca viva y limpia no tiene menos de 12 metros de anchura); el
hilo del medio desciende con tal rapidez, que cuando llega al pozo donde debe descansar, lo perfora con el
empuje de un monitor.
Fue digna de apuntarse la circunstancia de que á tiempo que los flancos de la cascada son finísima y
desnuda piedra, el corredero perenne de las aguas vive realzado por una plantica trepadora, verde por la
cara y café por el envés, planta sumamente despierta, firme y tupida.
Como estamos en estación de verano intenso, el río tiene sequía y alcanza apenas á 300 pulgadas
mineras; se comprende, por tanto, que cuando se hincha por cuenta de las aguas lluvias, debe presentar
aquel Salto un aspecto soberano.
Mientras el Ingeniero tomaba dos vistas parciales de esta pequeña maravilla, llegamos al pie Vallejo y
yo, con cuidado y trabajo se entiende, porque al menor desliz podíamos repuntar en el otro mundo. Allí, vista
de allí la chorrera, ya no es agua lo que va: son copos de algodón perezosos é innúmeros, que se suceden y
parecen venir del propio cielo...
En aquel lugar la vegetación ha cambiado: domina en la fronda un verde que oscurece; el cañón de los
árboles está guarnecido de parásitas ordinarias y de barbas abundantes, como si la tierra fuera frigidísima; y
no lo es, porque se miran allí 22º del centígrado; el bosque es cerrado ó espeso, y la vegetación anuncia que
está viviendo en tierra mucho mejor que la que dejábamos atrás.
Cuando hacía observaciones, y hurgaba organales y esculcaba grietas, echó á correr una nutria de
charco en charco; me pareció fácil cogerla ó matarla, y para eso llamé con afán á mi compañero; voló á la
empresa, y al primer movimiento que hicimos surgió de entre un matorral vecino, una pieza de color tan vivo
que vacilamos en clasificarla: por el modo de correr, por el tamaño y por la longitud de la cola, decidimos que
era un venado; pero qué aspecto era el suyo, parecía un incendio abundante!... Ambos animales
desaparecieron y no intentamos perseguirlos; porque habíamos dejado las armas de fuego arriba, que era
casi imposible bajar con ellas.
En las márgenes del río encontramos huellas abundantes de venados, guaguas, nutrias, tatabras, lo
cual nos dijo que la caza de pelo es abundantísima por allí.
Remontamos el río en pos del mico difunto; y después de colgarlo del pescuezo á una altura
conveniente, Vallejo y Henao le arrancaron el cuero; y digo que lo arrancaron, porque consiste la operación
del desuello en iniciarlo en las extremidades y en tirar después; se desprende la piel con facilidad suma y
rápidamente.
Nos vinieron antojos de pescar con el sebo fresco de que podíamos disponer; armamos anzuelos y
despertamos la voracidad de los peces lavando en el río las vísceras de la pieza muerta. Fue para yá que
conseguimos un buen número de barbudos, único pez que náda en aquellas aguas, como autóctono que es:
la dorada, el pataló, las picuas, bocachicos etc. etc. no se pescan á estas alturas; son animales de subienda
que no pueden ¡imposible! salvar las referidas cascadas.
Tuvimos un ligero contratiempo, ocurrido al tirador: en la brega por acortar la vida del marimondo, se le
escurrieron los magníficos gemelos de campaña que llevábamos, y de los cuales aquél era portador; cuando
menos lo esperaba halló la caja vacía. Fue general la aflicción, porque esa era pérdida irreparable y de
muchísimas consecuencias. No fue largo aquel pesar pues los encontramos á corto tiempo, en perfecto buen
estado. De aquí tomamos pie para distinguir el pequeño amagamiento de que dimos cuenta, con el nombre
de Los gemelos, nombre que también conviene á la primera mina que vimos.
Fue otro contratiempo, y grande y sin reparación, el que sobrevino en la noche. Atenidos al rancho que
no encontramos y al buen tiempo precedente, no llevamos tolda para acampar; no encontramos tampoco
paja para formar un albergue, de forma que resolvimos pasar la noche entre el bosque y á la pampa.
Apenas regresamos al lugar donde habíamos dejado los aperos, las 5 p.m., comimos algo y de dispuso
la preparación de la cena montés muy deseada, por que teníamos sobradamente sabido que la carne que
cogimos es real comida, por su mantenimiento y gusto.
Mientras tanto compusimos las camas y nos entregamos al juego de cartas, contentos y retozones, no
sólo por el estado común de nuestro ánimo, sino también, tal vez ó acaso, porque concertamos hacer boca
con un abultado trago de aguardiente que dejamos entrar por debajo de la narices.
Contra toda previsión comenzó a tronar, y se dejó oír el cántico de una ranita que no suena sino en
casos de aguacero inevitable. Los que conocían al condenado batracio, se movieron decididamente para
prepararse alguna defensa; pero no hubo tiempo: á poco momento se desató el más sostenido y fuerte
chubasco que ha bañado espaldas, y que puede derramarse. Como estábamos á cielo limpio, nos echamos
encima los encauchados ó aquello que cada uno tenía más propio para el lance; pero fue eso inútil, porque
nada que no fuera en buen trecho podía contrarrestar el embate de semejante aguacero. Este se prolongó
hasta la media noche, con toda su fuerza; y después siguió una lluvia menuda é hiriente que duró hasta que
la luz del día nos prestó manera de salir, helados, de aquel paraje ingrato, del cual nos vengamos
mancillándolo, con el mote de Valle de la amargura.
No obstante ese bárbaro percance, fue muy grato notar que ninguno se amilanó; y antes bien, cuando
el ruido de las aguas entre el monte lo permitía, se derramaban bellísimas ocurrencias, y frases que
acusaban ánimo entero y sereno. Y cuando lográbamos volver á la vida alguna de las fogatas que pudimos
preparar, se descubrían las figuras más curiosas y risibles que pudiera soñar el macabrismo: Jonson de pies,
por que su defensa era un sobretodo de caucho abrochado hasta los jarretes, sin poder agacharse ó
recogerse en ninguna forma: el Coronel Calderón montado en su silla para que no se mojara; Henao con la
cabeza debajo de cuatro hojas de rabihorcao que logró recoger; y el cuerpo al ventestate; Fabriciano perdido
entre unos costales; y yo con los encauchados encima, abrigando las cobijas cual amorosa culeca... hasta
que un arroyo de agua que se metió por el suelo me mojó todo ese tren, y hasta gran parte de sensibles
carnes...
Al ver que nada escapaba al torrencial aguacero, rendidos ya de mantener una defensa imposible,
resolvimos dejarnos caer horizontalmente y buscar el descanso en el sueño ó en la muerte: en lo segundo
más bien, porque ninguno llegó á pensar que amaneciera vivo, ó que no atrapara allí una enfermedad que le
aplicara muerte aguda...
Hubo un instante en que tuvimos que abandonar aquella humilde postura, á causa de un gran ruidajo
que oímos: son las bestias que se van...! y nos pusimos en pie á efecto de atajarlas pues debían pasar por
nuestro propio campamento, y su fuga era abrumadora avería. Más como oíamos tropel en todo el redor del
dormitorio, entendimos por ello que nos rondaban alimañas grandes: tigre, león ú oso, comunes en aquella
zona. No nos puso en cuidado la visita, porque sabemos que tales bestias no atacan al hombre en esta parte
de América; pero sí hubo un momento en que se aproximaron tanto, que se juzgó prudente hacer algunos
disparos, con lo cual se aquietó el ramaje.
En los lugares recorridos es pobre la flora y riquísima la fauna: no hallamos ni una flor rara, ni una
parásita, común siquiera, á pesar de que las buscamos con exquisito cuidado. Cortamos el bejuco que tiene
el mismísimo olor del clavo de especia; y encontramos un árbol grueso, fino y alto que produce, en todo el
cañón, vistosos y erguidos ramos de flores amarillas, semejantes á los de la parásita que llaman americana.
Tampoco vimos pájaros gallardos; oímos con delicia muchas calandrias; y hallamos micos, nutrias,
venados, pavas y cacaos; no hay para qué repetir que sentimos muy cerca al tío tigre.
El camino recorrido desde Maceo hasta el Descanso es muy seco y de mala calidad los terrenos, cuya
vegetación dominante es la palma, el comino y otras maderas finas, signos seguros de esterilidad.

4 DE MARZO

Abandonamos el Valle de la Amargura muy temprano y aprisa, como en fuga, con algún cuidado por
nuestra salud futura, sobre todo si el invierno se imponía.
Después de regresar al Descanso, y de recorrer cosa de cuatro leguas por una cuchilla que parece ser
la divisoria de las aguas de Alicante y Cupiná pisando un terreno de malísima calidad, paupérrimo de flores y
animales, sin mas frutos que sirpes y matalotajes, llegamos á Las Torres, previo un descenso de 1,500
metros, lo cual hace que aquel paraje sea una verdadera hondura. Acampamos á la una y media p.m. y nos
ocupamos especialmente en cambiar vestidos y en poner al sol los corotos.
Allí nos esperaban los compañeros que se habían adelantado, y cinco más que nos habían precedido
desde Maceo, de forma que nos contamos en respetable número bien organizados ya, y bien implantada la
disciplina que tales cuerpos requieren.
Francisco González P. y Francisco González G. Han principiado una fundación de ese lugar, y consiste
ella en una zona de maíz recientemente cogida y otra para sembrar, pequeñas ambas. Se encuentra l afinca
en una vega feraz, aunque reducida, y al pie de tres conos equidistantes é iguales, cuya base y flancos son
rocas calcáreas de bastante altura y gracia, cubiertos de vegetación, pero enteramente estériles y hasta
inaccesibles. Se comprende que esas formaciones son como la espalda de los Alcázares de Alicante, que
miran al Oriente y quedan á la izquierda de este río, aunque esos conos no tienen arriba de 60 metros de
altura, y aquéllos suben muchísimo más seguramente porque la base ha bajado con la fuerza de las aguas.
El vallecito está bañado por el arroyo La Torre, de poco caudal de agua (250 pulgadas mineras), pero
extraordinariamente cristalino, debido acaso á que no lame capas vegetales sino laderas de piedra y cal.
Aguas de tal limpidez pueden hallarse apenas en las vertientes del Rionegro, camino de Quetame á
Villavicencio, donde se encuentran las de Naranjales, Soconusco y Pipiral, que no se enturbian no en las
fuertes avenidas.
Encontrar á siete leguas de Maceo, sobre una región ignorada y sin vecindario, aberturas y habitantes,
es obra que acusa mucha energía, ciertamente; y bien se entiende que si á los que tal hacen se les ayudara
con algo siquiera, alcanzarían milagros industriales, y arrastrarían muchas fuerzas en el mismo sentido y en
pos de sí.
Por que es operación absurda hoy, adquirir tierras baldías á mero título de poblador, con la sola
expectativa de duplicar la extensión que alcance á labrarse, en lugares desiertos y sin vecindarios que
contribuya á dar valor á esas tierras.
Tumbar una hanega de monte (12 almudes de sembradura) vale $ 5,000 y suma igual se necesita para
cultivarla y ponerla en situación de ser adjudicada; los productos que se colecten valen muy poco en aquel
desierto, porque no tienen mercado; crear expediente, pagar agencias en Medellín y Bogotá, pagar papel y
mensura; todo eso no vale menos de $ 2,000; por manera que las dos hanegas cuestan diez veces más de
lo que realmente valen. Operación tan palmariamente ruidosa no será común, ó no se repetirá; y en ese
caso, y como el Gobierno no cambia esos terrenos por bonos territoriales, de ninguna clase, pues lo tiene
prohibido expresamente, resultará la cosa más sencilla: esas regiones permanecerán incultas, muertas para
la riqueza pública, y los buenos trabajadores se derramarán en busca de alimentos y prosperidad que
hallarán en cualquiera otra parte; y los inmigrantes extranjeros preferirán otra porción del globo á nuestra
querida é interesante Colombia.
Así el Gobierno seccional como el de la República harían mucho beneficio y se lo harían á sí mismos,
ofreciendo ventajas para que todas las tierras de la nación vinieran al comercio y fueran acertadamente
distribuídas y apropiadas: aunque no les quedara un palmo, mucho ganarían con detener dentro del territorio
al vigoroso pueblo que se va; con ver que la selva inculta se torna en praderas y plantíos, todo lo cual se
resolvería en riqueza pública y en felicidad personal...
Después de haber tomado notas de viaje, atrasadas por la inclemencia de la noche del 3, y dispuesto lo
menester para emprender marcha al día siguiente, nos entregamos al placer pasivo de dormir, para
recuperar las perdidas fuerzas.
5 DE MARZO

La salida de Las Torres fue muy complicada á causa de que allí fue preciso alzar en peones
bastimentos y equipaje, montaje todo á 62 arrobas. Partimos á las 8 a.m., divididos en dos secciones porque
era indispensable visitar las grutas de Alicante, muy mentadas y de fama antigua y moderna.
Devolvimos para Maceo bueyes y caballerías, porque formamos la resolución de no volver por allí,
jurando no repetir conocimientos y buscar nuevas comarcas.
Dijimos adiós á toda posible comodidad, dejamos los pies desnudos y poco menos el cuerpo, y
entramos á la quebrada para seguir por su curso hasta el desemboque en el río, después de haber
despachado el resto de la Expedición á esperarnos dos leguas más abajo, en abertura que había iniciado
Martín Orrego: éramos diez los reconocedores.
No caminamos por tierra en ningún lugar, porque es estrecho el valle y porque, para ir descalzos, era el
agua una garantía contra las serpientes, únicos bichos que nos inspiraban fundados recelos, no obstante que
llevábamos provisión abundante de calzado, curanderos y enseres para combatir mordeduras. Esos temores
no eran infundados: nacían de relaciones orales y ciertas que sabíamos de memoria, las cuales daban cuenta
de haber muerto varios monteros atrevidos, envenenados por enormes mapanáes –verrugosas y equis –que
es la clase que por allí abunda. Dicho y hecho: en el trayecto que recorrimos hasta el Alicante, no
encontramos semovientes fuera de dos culebrones, uno de los cuales logró escapar porque se refundió en
las oquedades de un maíz, y muerto el otro en hora venturosa.
Se presentó una curiosa grieta labrada por el agua, el Coronel Calderón nos invitó á contemplarla de
cerca, y me avoqué adelante; mas como para llegar al vórtice había dificultad, me deslicé tendido sobre el
dorso para que allá me recibiera Calderón, quien tomó una posición firme en un descanso de la roca. Cuando
mis pies tocaban el punto de inspección, gritó mi compañero que no detuviera y tendió la carabina. Consideró
que se chanceaba, pero habiendo levantado la cabeza á la voz de Jonson que dijo, “mírala”! y tendió el dedo,
vi que no había chanza, pues descubrí en la dirección del arma y cerca á mis pies, y muy á su alcance, la
culebra número dos; una aterciopelada mapaná equis, muy enroscada y serena: duró poco, por suerte, el
espanto que me ocupo, porque en el acto salió el tiro, y aquel ofidio traidor cayó despedazado en la cuenca
del arroyo.
Nuestro horror por estos animalejos subió grados, ascenso que ya había empezado bajando por las
rocas del Guardasol, donde otra mapaná rodó con Jonson, un buen trecho, cosa que no anoté en el diario de
aquel día, porque habíamos de remitirlo á La Patria, de Medellín, y no queríamos con ese asunto atormentar
á las mujercitas de los gitanos que tan extraña empresa han acometido. Y con decir que en estos dos
percances nos sucedió á Jonson y á mí, lo que á Sanchica cuando oyó leer una carta de tu taita, el inmortal
gobernante de la Insula burlesca, queda entendido si nos daría miedo!...

LOS ALCÁZARES

...Llegamos al Alicante!
¡Cuánto ansiábamos conocerlo si desde niños lo oíamos nombrar como cosa mística; y ciando desde
entonces andaban con él relaciones inauditas que le imprimían carácter de encantado...!
Refractario á toda conquista, cuantas expediciones se ensayaron en su busca fracasaron; defendido por
la distancia y por su reconditez, los exploradores que se le atrevían, llegaban á él abrumados de fatiga y tan
penetrados por el hambre, que les acometieron raptos de antropofagía... y seguía corriendo, seguramente
orgulloso, por entre un juego de mármoles y de rocas vecinas al cielo, que había logrado perforar...
No fue grata la impresión que recibimos: hallamos sus aguas turbias y obscuras, cuando las soñábamos
transparentes como el cristal; en vez de un lecho de mármol de colores varios, piedras enormes, desiguales y
de estampas grises; y en cambio de vegas extensas y ubérrimas, laderas inaccesibles y pedrones
superpuestos.
Pero así como los fetiches no pierden la adhesión y culto del estúpido creyente, aunque nada puedan y
aunque sean inertes, de igual suerte el tope con ese río no apagó nuestro entusiasmo, y produjo la
satisfacción de un apetito, satisfacción siempre agradable: “en otro lugar se habrán demacrado sus
primores”, nos dijimos, y empezamos á remontarlo en pos de la desembocadura del Guardasol, para conocer
las grutas y torreones que él mismo se ha fabricado.
Fue muy penosa y difícil la subida, pues tanto sufríamos caminando por las breñas, que no hay otra
cosa en las riberas, como atravesándolo y batiendo su corriente por el lecho; en este caso teníamos el agua
á la altura del muslo ó de la cintura, con ser que buscábamos los bajíos.
Eran las 12 s.m. cuando encontramos una gruta cercana al río, á la izquierda y dando cara al saliente.
Tiene ella espacio para contener 500 hombres holgadamente, y está montada por un torreón calcáreo de 70
metros de alto, más ó menos, espléndido por eso, por su blancura que contrasta bellamente con el verde de
la selva, y por la profusión de estalactitas que decoran esa mole.
Más bien que gruta, aquello es una cavidad, en forma de enorme alacena, de boca ancha y cuyo techo
ó cielo vuela muy arriba. Su longitud anda sobre 50 metros, por 6 de profundidad en el centro; el piso es
desigual á consecuencia de los bloques de piedra caliza que se han desprendido y rodado, pero
absolutamente seco y hasta polvoriento.
Es tan clara que no pueden vivir allí los indispensables habitantes de esas honduras: murciélagos y
guácharos; y sólo en la parte encumbrada anidan los guacamayos, en cantidad incontable; y se atisban los
micos en el espejo blanquísimo.
El lento secretar de la roca ha creado grupos de estalactitas muy grandes y de varios tonos. Hay un
grupo que semeja bastante un horno ó porción de hornos, por su estructura y cavidades; y otros de
multiplicadas categorías y combinaciones, que invitan al recreo y al estudio.
Bautizamos este torreón con el nombre de Alcázar de la Reina Cristina, nombre que se ocurrió con la
mayor espontaneidad, no sabemos decir si por bonito, si por amor á la egregia madre España ó por que se
nos quería colar la idea, al recorrer tan nuevas tierras, de que éramos unos Colones... y puede ser que así
sea, si se escribe con minúscula y se fija bien el sentido del vocablo.
Subiendo siempre, se ofreció una segunda mole, de igual composición, de anchísima base y con el
frente buscando la salida del sol; bello y cándido como La Reina Cristina, el cual arranca desde el mismo río,
en la banda izquierda.
Johnson, Vallejo y dos más que iban adelante subieron á una galería extensa que hay allí, bastante
ancha además, como á 6 metros de la superficie de las aguas; al llegar los restantes á ese lugar, nos
sorprendieron los de vanguardia de modo muy agradable y de reír sin remedio. Se hallaron encaramados
allá, cantando La Tomasa, canción ligera y graciosa, muy en boga entonces, con aditamento de parte
bailada... Como fue de muy buen efecto la representación ¡un baile animadísimo á canilla limpia!, ¡una canción
bien ejecutada en el yermo!; y como había helechos hermosos decorando el borde del escenario, con
entradas y salidas; y como el golpe de vista era verdaderamente teatral, y como todo aquello estaba
suntuoso, designámos esta mole con el nombre gráfico de El Coliseo.
Concebimos allí mismo la idea de componer un Himno para la Expedición, la veces que ya contábamos
con local y buenas voces; himno que se ennoblecería con otros cantores, con el violín del Maestro Luna, y
con la música que él le buscara. Mientras tanto, el clarín que llevábamos y que sabían hacer sonar y la
Tomasa, saldrían á figurar en cada ocasión alegre que fuera presentándose...

***
... En El Coliseo abandonamos la idea de seguir despacio y la tornamos por empezar las observaciones
al revés, esto es: de arriba para abajo, en previsión de que pudiera atraparnos la noche sin llegar al punto
prefijado.
En esta virtud subimos con la mayor rapidez posible, siempre por agua, hasta la primera gruta, la cual
queda á ochenta metros debajo de la confluencia del Guardasol, en la banda derecha del Alicante.
Entramos á aquella y tal nos pareció, que fue preciso tocar el clarín, entonar La Tomasa y lanzar al aire
expresivas exclamaciones, revueltas con los sombreros... Mas como necesitábamos explorar el río, cazar y
pescar, descendimos nuevamente á él para desarrollar esos propósitos. Su tributario le sale casi en ángulo
recto, muy explayado y turbio, porque arriba se trabajan las minas Playachica, La Doncella y Franquidoncella,
minas de aluvión de pingües rendimientos y de aquilatado oro.
El Alicante llega allí perfectamente limpio, pero siempre estrecho y feo. Probable es que muy arriba se
encuentren algunas vegas, porque es inadmisible que antes del trabajo ciclópeo de aquellas aguas, sin duda
las que han tenido que taladrar mayor suma de rocas, no hayan dejado en su reposo, en el ensayo de sus
fuerzas y en la soberbia que necesitaron para salir de aquella opresión y buscar el descanso de los mares,
no hayan dejado, decimos, ancho campo y feraz llanura.
No podíamos buscar aquellos parajes porque teníamos derrotero fijo: hallar el “Cupiná”, hacer caer
sobre sus ondas, por la vez primera acaso, la mirada del hombre, estudiar su curso y sus riquezas y
compararlas con las de su rival.
A poco andar, previos cateos y estudios, registramos el seno del afamado Alicante con un taladro de
dinamita, y respondió á la injuria con cuatro doradas de inesperado tamaño; no quisimos más y pensamos en
la caza; como si hubieran sido invitadas, llegaron dos pavas á cantar, con toda confianza, sobre nuestras
cabezas, y el escopetero Francisco González las trajo pronto al morral.
Las 3 p.m. eran yá, estábamos pasmados de frío con haber batido agua siete horas, y nos dirigimos á
la cueva, muy contentos y con brío.
A tiempo que se preparaba la cena estudiábamos aquel paraje, con admiración y encanto. Precedidas
nuestras observaciones de un golpe de aguardiente “que partía el alma”, empezamos á anotar: lo primero
que llamó nuestra atención en los detalles, fue un bloqueo calcáreo de muchísima dureza, como tirado ó
abandonado en el pavimento, cerca á una columna que sirve de soporte al torreón.
Sin mucho esfuerzo del guía, el intemperante Fabriciano, convinimos Johnson, Calderón, Henao y yo, en
que aquello era un Nuestro Señor, descolgado de la Cruz, y medio cubierto con un sudario.
Lo contemplamos en decúbito dorsal, con el rostro un poco oculto, el brazo izquierdo extendido á lo
largo del costado, el derecho recogido sobre el codo y con la mano en el corazón. Tan bien expuestas las
rodillas y tan naturalmente plegadas, que le dieron raudo vuelo á la imaginación para crear un Cristo, con
algún recorte en los pies: esta es una faz del bloque considerado al través, como á 4 metros de distancia de
Norte á Sur.
Colocado el observador á los pies del Cristo, pues de percibir un gigante de dos metros, boca arriba,
oprimiendo bajo el brazo izquierdo y por el cuello á un hombrecito cuyas partes posteriores, muy bien
expuestas, vienen á ser las rodillas, medio recogidas, del Cristo.
Esto que ensayamos describir debe ser una gran estalactita desprendida de lo más alto de la bóveda,
estalactita que perdió la parte inferior en la caída.
Pudimos observar, fuera de lo indicado: una columna de siete metros de longitud, 4 de espesor y 5 de
alta, que tiende á figura oval. Parece que se encamina á aumentarse, aunque no se perciben ahora
filtraciones de la montaña, porque la superficie de ese conglomerado está adornada con racimos de roca
tallados, que muestran las desiguales y perezosas concreciones aludidas. La mentada columna tiene otras
muchas obras de talla, y profusión de cuevitas regulares y profundas, como si aquello hubiera sido un
armario de mujer secreteadora, ansiosa de escondrijos.
Al frente, contra el gran paredón, se miran dos columnas enanas que intentan meter el hombro á la
parte baja de la bóveda, cada una de las cuales mide dos metros de altura por uno de diámetro.
En medio de las dos brotó una estalactita que propone forma de campaña, y está pendiendo del palacio
con firmeza plena. Tiene seis metros de boca por uno y medio de altura, y dista de la superficie del suelo un
metro.
Más atrás hay como una secreta, pequeña sacristía ó diminuto escondedero de cacharros, donde en
vez de pender se levantan y yerguen las concreciones carbonatadas, con el gotear de las rocas calcáreas; y
forman un haz de pequeños bustos, alfileres, alambrados y huchas que hacen soñar, con juntar un momento
los párpados, en que hubo por allí un oratorio, y en que, de repente, quién sabe quiénes y por qué, dañaron
las puertas del templo, aterraron el Cristo que lo exornaba... y sólo escaparon á la desolación y la ruina,
algunas menudencias que se escondieron en esa sacristía chiquita; menudencias muy metidas á gente,
porque cuando las golpeábamos para recrear el oído, mostraban antojos de responder con dulce són,
conmovedor á la vez: “no nos divulguen, estamos escondidas”; pero golpeábamos nuevamente porque
cantaban muy bien.
Se entiende que esa gruta inmensa, pues le caben más de mil hombres, iluminada y seca como la
primera que hallamos, fue formada por el río, porque aunque de ella á la superficie de éste hay 14 metros,
los aluviones del piso y otras cavidades halladas más abajo, en el lecho del Alicante, denuncian la intromisión
del agua por aquellos pórticos.
Alguna semejanza se advierte entre este Alcázar del Cristo y la cueva de Tuluní, en Chaparral; y mayor
debió de ser su parecido antes de que el río volcara el Salto de 14 metros de altura que debió de haber allí,
porque entonces el Alicante, mucho más caudaloso que el río Tuluní, haría el papel de éste, dándole alma á la
cueva con el andar de sus ondas.
Más se acerca esa semejanza con la circunstancia de que en ambas cuevas se denuncian objetos
propios de los templos. También en Tuluní descuella el púlpito y el Angus Dei, que pende de la arcada más
alta que entolda sobre el propio lecho del río.
Al bajar de la gruta para seguir nuestra excursión, desde el borde de ella nos despedimos de aquellos
parajes, y convivimos en la dicha que allí podía encontrar un hombre acomodado, amante de la vida apacible
y de la soledad efectiva: fundar al frente del Alcázar un establecimiento agrícola; decorado interiormente y
hacerle divisiones de madera preparada; abocar un balconazo sobre el río para contemplarlo y tomarle, en
ocasiones, sus peces opulentos con sosiego y ademán de sibarita; eliminar toda otra habitación, á efecto de
vivir perpetuamente en aquel formidable palacio natural; tender mirada desdeñosa sobre el orbe bullicioso,
para entregarse al verdadero descanso... ¡Envidiable mansión!

MARZO 6

A las 7 a.m. descendimos del Alcázar del Cristo al río Alicante, y comenzamos á bajar por su cauce,
pues tenemos advertido que son inaccesibles sus laderas, especialmente en esta parte de los torreones,
cuya altura anda entre 70 y 80 metros.
A poco, y siempre á la derecha, tropezamos con otra mole calcárea con la cara al Occidente, la cual nos
dejó deslumbrados aunque no le daba el sol de la mañana. Nos detuvimos á contemplarla porque, aparte de
su altura y níveo color, quisimos jugar con las figuras que puede combinar cualquier alma aunque sea de
cántaro.
Se nos antojó que aquello era algún pedazo de Alambra, y surgieron ajimeces y arabescos pulidos,
profusos y trastornados como los han usado los agarenos... Pensamos que fue aquello estrellado de las
corrientes, en las grandes avenidas y en los pujantes embates del río cuando se abría camino, y vimos
fósiles, así animales como vegetales, en incontable muchedumbre. No hubo mínimo esfuerzo de la
imaginación para hacer descubrimientos, especialmente el de un león muerto que está como suspendido del
cuello y de la cola, con la boca entreabierta y las cuatro patas flojas, los ojos cerrados y sin brillo...
Contemplamos, sin esfuerzo también, un cornizón con estucados, el cual, con sus encajes y molduras,
sus borlas y gusanillos semeja un solio espléndido colocado en mitad de ese paredón, á bastante altura del
piso ó punto de estudio; un solio con todo lo menester para que llegue á él, no un rey, ni siquiera un príncipe
doncel, sino una reinita que acaba de celebrar esponsales y quiere retardar el deshoje de su cándida corona,
ante un dosel tan blanco como los azahares, y tan limpio como el cendal de la virgen.
El Trono se llamará este alcázar, exclamó uno de los entusiastas, y así se aprobó por unanimidad.
Este torreón es muy ancho y lo atraviesa, de Sur á Norte, una galería á 20 metros de la superficie de la
aguas, una galería angosta pero perfectamente horizontal y transitable. Hicimos que la recorriera uno de
nuestros compañeros, y seguimos los demás, por el río, estudiando los cimientos y desarrollo de aquella
maravilla, y admirando el conjunto, esto es: el torreón, las estalactitas, la cavidad que tiene hecha el río al pie
del gigante, y el vuelo que ha dado aquella montaña, allá muy arriba, para formar una bóveda que tapa la
vista del cielo.
En ese arranque hay dos cosas que cautivar:
La primera es un árbol de la ribera occidental, que creció hasta mucha altura; seguramente después de
su total desarrollo, la roca calcárea creció también por efecto de las secreciones ó concreciones de cal
carbonatada, y alcanzó al árbol más debajo de su copa, y siguió creciendo. El hecho es que se contempla
clara y distintamente, un árbol que perfora el cielo de una bóveda pétrea, y muestra arriba, al otro lado, su
copa fresca y abundante; ó una montaña de piedra blanca que va á caerse, y logra apoyarse en una columna
viva; y para no zafarse pone allí, en el cañón del árbol, un vómito de nieve perpetua que jamás licua el sol.
Es la segunda ésta: camina uno por el cauce del río ó por su banda izquierda, frente al mismo Trono, y
se verifica el desfile por debajo de las bóvedas, como por debajo de un edificio de piedra, con la diferencia de
que el pavimento tiene agua corriente, y tiene plantas, y árboles en absoluto y buen desarrollo.
Conviene ahora levantar al vista: lo primero que se ve es una profusión increíble de estalactitas
enormes –de tres metros cada una –todas haciendo ó desempeñando su oficio de filtros, en una permanente
gotear, y creciendo sin tregua. Hay allí tal actividad y sonidos, que se sienten funcionar las entrañas de la
mole, y se ven sus no interrumpidos alumbramientos, de mínimos tamaños pero de suma dureza y en
incalculable prolificación.
El techo artesonado ó vuelo del primer cuerpo del Alcázar, se halla como á once metros del suelo y es
del todo regular desde su base, que empieza en la superficie de las aguas, hasta más allá del árbol frondoso
que está argollado con la roca blanca.
Cuando nuestro compañero recorrió la cenefa ó galería, nos llamó así: “súbanse porque esto está muy
bonito”, y sin vacilar subimos, tomándola por el lado de abajo, es decir, de Norte á Sur. Allí entran en activo
juego las estalactitas con las estalagmitas, se topan con el decurso del tiempo, y formar bellas columnas, más
ó menos gruesas pero numerosas.
Hallamos una estalactitas como de dos metros, que en su forma afecta la trompa de un elefante; la
golpeamos con alguna fuerza, y se nos ocurrió descubrirnos: produjo un ruido metálico sonoro é imponente,
semejante –mucho –al que produce la campana mayor de la Catedral de Medellín cuando la golpean con su
badajo...
Tendimos la mirada horizontalmente, porque es ese el trazo del crucero, y contemplamos una arcada ó
sección de mampostería con columnas que le sirven de sostén, y con arañas y bombas elegantes como
embutidas en sacos de color gris, todas ellas uniformes y equidistantes. Tan magnífico estaba ese pedazo de
torreón, que lo bautizamos con el nombre de La Basílica, con aprobación de todos; y es tan grande ese
Alcázar, que resiste las dos divisiones y los dos nombres; en 65 metros de anchura bien caben aquellas
cosas, tanto más cuanto la reinita aquella que sentamos en el dosel, si ha de tornarse en esposa y madre, no
lo hará sin que se velen sus hechizos en este vecino Templo.
Siguió á la izquierda el torreón de La Aguja, notable por su altura, la cual, unida al color y á su
delgadez, presenta aire de suma elegancia.
Luego, y siempre á poco andar, se ofreció un Alcázar, acaso el de base más ancha, de muy buen ver
por consiguiente, coronado de bosque y exornado también al pie y en los flancos con monte común; porque
no obstante esto de que no haya en esa grieta del río otra cosa que escarpas, la vegetación es fuerte y
completa: con frecuencia se encuentran sobre una piedra de enormes dimensiones, piedra desprovista de
toda capa vegetal, árboles bien desarrollados y perfectamente vivos; quién sabe con qué se criaron y de qué
se alimentarán al presente!
Este Alcázar recibió el nombre de Giraldo y Viana, en pago de la protección que este Gobernante
dispensó á la Empresa exploradora, cuando puso á su disposición todo lo que pudiéramos necesitar y se
encontrara en la Intendencia General del Ejército y en el Parque departamental: toldas, armas con suficiente
dotación, botica, etc. etc.
Hoy al poner en limpia este diario, para publicarlo, á tiempo en que se nos oprime de color el alma al
ver que en hora inesperada la muerte apretó con mano fría el bello y nobilísimo corazón de Rafael Giraldo, no
es muy grato recordar que le dedicamos puesto preferente en nuestros viajes; y ese recuerdo durará sin
duda, porque se ha grabado en una roca y en un libro; y los libros y las rocas están destinados á vivir por los
siglos de los siglos.
Bajando siempre, pero en la ribera derecha, topamos con una cueva bajam de alguna profundidad y
varios departamentos, con formaciones calcáreas de mucha estima: de ella tomamos la más fina y blanca
estalagmita que pueda hallarse, de la cual pudimos desprender la porción principal y traerla con nosotros.
Volvimos á entrar á La Reina Cristina con el objeto de tomar una vista fotográfica, pues igual cosa
habíamos hecho en El Cristo.
La hora de almorzar se afanaba por sonar y decidimos oírla, en muy buena parte: al frente de un
torreón en el cual no fijamos las miradas al subir, torreón más chico que los otros; pero de iguales
condiciones en todo: lo designamos con el nombre de Balcázar, en memoria del modesto, laborioso é
infortunado Ingeniero (Benito A.), quien tánto trabajo por esos lados en busca de una vía hasta el
Magdalena.
La precendente mala é incompleta descripción de los “Alcázares del Alicante” dará, tal vez, alguna idea
de lo que es el pedazo de río comprendido entre la desembocadura del Guardasol y la del arroyo Las Torres
(dos leguas próximamente), porción verdaderamente hermosa por los siete torreones que la decoran, y que
pueden constituír una ingente riqueza el día en que puedan utilizarse sus formaciones, bien por su material,
que parece inacabable; bien porque su grácil belleza atraiga turista y capitales de otro mundo.
Acaso tengan aquellas escarpas maderas y substancias vegetales ó plantas que puedan alcanzar algún
valor, la agricultura allí sería imposible; ni el oro de los aluviones, que sí hay, podría extraerse por los
sistemas hasta ahora conocidos en el País, á causa de que no pueden montarse aguas confluentes porque
no existen, y porque sería menester fuerza sansónica para abriles corredero por entre aquel laberinto de
rocas que guarnecen ese río.
En todo curso de éste, y especialmente al juntarse con Las Torres, se contemplan gruesas capas de
fósiles vegetales (2 ó 3 metros de espesor), donde resaltan, con muy buen efecto, maderas de diferentes
colores muertas, pero abrazadas entre sí; hay otras fosilizaciones extensas y uniformes que semejan, como
acertadamente lo dijo un compañero, grandes almacenes de cueros bien prensados, en buen orden y estricta
conservación; el color es también característico.
Parece que el Alicante tuvo qué librar muy recia lid con estas formaciones, para abrirse paso por entre
ellas; y que tal obra ha sido muy larga, y acaso continúa; se funda uno al creerlo así, en que su corredero es
una cuenca estrechísima; en que son altas y pétreas las orillas; y en que lo que venimos llamando grutas, que
están hoy á mucha altura, han sido viejos lechos de las aguas.
Llama la atención la ocurrencia de que habiéndose presentado tanto obstáculo para el correr de ese
río, no dejara valles ó señales de descanso, pues no hay noticia de que arriba se encuentre una vega ó
llanura que responda del estancamiento á que debió estar sujeto.
En resumen: la parte referida y que queremos distinguir con el nombre de Alcázares de Alicante es nula
para trabajos agrícolas de cualquiera clase que sean; y bellísima, imponderable, para cualquier espíritu
observador...

7 DE MARZO

A las 5 a.m. se tocó diana y entramos á arreglar la marcha; se hacía mas penosa cada día porque era
forzoso llevar con nosotros el mayor número posible de provisiones. No bastaron los peones terciadores
para alzar con todo lo menester; de modo que el mismísimo Ingeniero hubo de terciarse una paila; y el Sr.
Cronista la ración del día: sólo Calderón y Vallejo, que hacen oficio de cazadores, quedaron exentos de la
nueva fatiga; pero ni un mal gesto, ni palabra indicativa de cansancio ó repugnancia.
A las 11 a.m. llegamos á un arroyo de 100 pulgadas mineras, y allí abrimos el almuerzo. Dicho arroyo
lo nombraron Tinajitas, nombre que nos pareció feo é ilegítimo, pues viene de que al frente, y en la banda
oriental del Alicante, baja otra quebrada bautizada así, desde que Johnson, padre, y Balcázar bregaban con
el camino que por allí habían de ponernos en comunicación con el Magdalena, en tiempos del Gobernante
Berrío, que de gloria y de Dios goce. Allí no más están la banca y el alto legendario de Alicante.
Aquel nombre debía cambiarse, y se cambió en efecto por el de La Reunión, inspirado en la
circunstancia de que cuando almorzáramos llegaron dos últimos é interesantes compañeros, Cardona y
Zoluaga. Este alcance fue asunto de justa alegría por múltiples causas: los dos son aguerridos en montería,
inteligentes, briosos y buenos amigos.
Al probar las aguas las hallamos tan acres é impotables, que fue preciso bajar al río á mitigar la sed.
Aquel arroyo tan cristalino y vívido, y con aguas de ese sabor, llamó nuestra atención. Dos de nuestros
compañeros subieron gran trecho por el arroyo y se guardaron lo que vieron; pero más tarde hicimos por allí
descubrimientos de la mayor importancia, entre otros, el de una mina de oro filón ( denunciada yá) la cual
nos da derecho preferente á hacernos adjudicar, en ese lugar, 500 hectáreas de terreno baldío, de acuerdo
con el Art. 10, Ley 754 de 1887; y denunciamos también una mina de oro de aluvión, en la misma hoya.
A las tres p.m. caímos á un lindo paraje, ladera pequeña del Alicante, y acampamos. Mientras yo
escribía, Johnson organizaba y los peones levantaban tolda, se destacaron los cazadores Orrego y González,
Calderón y Vallejo. Estas comisiones eran ineludibles porque nuestros dignos peones ya no comían carne de
res curada; y como en el día anterior habían echado á la paila dos gallinetas y una pava, les pareció bien
seguir ingiriendo carne fresca, de aves nobles y de peso.
Por suerte, y como hemos venido protegidos de visible modo por Dios, unos trajeron una mica
marimonda, y otros un paujil pomposo; ¡qué vistosas barbas azules, y qué lindo airón negro y rizado usaría
cuando estaba vivo!... quedaba asegurado el almuerzo del siguiente día; pero magnífico almuerzo...

DESCUBRIMIENTO DEL RÍO CUPINÁ

A las 5 a.m. estábamos en pie, se había tocado diana y arreglábamos los tercios; luego, á batir agua,
esto es á viajar por el lecho de este maldito río, decorado ricamente con piedras colosales, y siempre
correntoso y hondo.
Al partir se tomó una vista del campamento, para trasladarla al lienzo, y se grabó en la carta y en la
memoria con el nombre de La Dorada, bonito nombre que correspondía á la belleza del paisaje y á la pesca
del día precedente.
Bajamos sin parar un instante hasta muy avanzado el día, sin hallar cosa notable, pues los hermosos
taguales quedan citador atrás; sin hallar siquiera aguas afluentes porque hay de ellas grande escasez. Por
todo vimos un arroyuelo á ka izquierda, tan pequeño que apenas se menea; y otro á la derecha, tarde yá.
Señalóse aquél con el nombre de La Molienda por haber encontrado en él una magnífica piedra de moler,
obra indígena; el otro con el de Prisionero, á causa de que siendo pequeño y vivísimo, en más de cien metros
se presenta ancho, profundo, muerto de inanición por la represa del río.
Se acercaban las tres y comenzaron á flaquear los peones terciadores; ordené que un guía saltara á la
banda derecha, á cortar direcciones, y lo seguí con toda la fuerza pesada. Los demás seguirían por el río,
con desembarques á la izquierda, presidios por Johnson.
Aunque acariciábamos la esperanza de dar con el ignorado Cupiná al siguiente día, y aquella esperanza
era un ariete poderoso para avanzar, no era posible ir más lejos; y menos cuando faltaba algún presumido
que nos recetara de 4 á 7 días de camino para llegar hasta allá.
A una hora más, y verdaderamente rendidos, mandé hacer alto y toldar, una vez que nuevamente
habíamos caído al río. Dije á los de enfrente que lo repasaran, que era preciso acampar. No pudieron
verificarlo en el acto porque no había buen vado en aquel paraje, y siguieron á buscarlo más abajo, para
luego subir por la derecha á juntarse con nosotros. Se había destacado de entre ellos el brioso Fabriciano y
acababa de herir un paujil, al cual perseguía con firme empeño; me preparaba á socolar monte para levantar
nuestra tolda de campaña cuando, repitiendo lo que decía el cazador, exclamaban á grito pelado los de la
izquierda: ¡El Cupiná! ... ¡El Cupiná!
Con semejante anuncio renacieron los posibles bríos de la economía humana, y arrancámos á correr y
hasta volamos, son consideración por la malezas y tropiezos que en el trayecto encontrábamos. Llegamos á
las propias juntas de los ríos, y yá los heraldos estaban de pies sobre una piedra que queda en el ángulo
superior de los dos salvajes rivales.
Botamos los sombreros, se conmovió el aire con gritos de entusiastas saludos, y nos dimos la más
férvida y dulce enhorabuena. Yá había dejado oír su voz timbrada nuestro querido clarín, diciendo la Diana; y
el Maestro Luna ayudó al violín á completar nuestra inocente y legítima alegría, ejecutando, con su
privilegiada habilidad, el Himno Colombiano, y dos escogidos trozos de música que cuadraban á la ocasión...
Es indecible el encanto que nos inundaba; no hay palabras para expresar los movimientos de goce, y
hasta de orgullo, que culebreaban por entre todas nuestras carnes... de forma que es preferible poner punto
á esa expansión, y seguir.
Como estaban amenazados para oír un himno de la Expedición, que habían de cantar en cada lance
grato como éste, á fin de eliminar la vívida Tomasa, que venían siendo la manifestación de nuestro contento
hasta allí, y el público exigió el cumplimiento de aquella amenaza; y hube de cumplirla, porque era claro que
no cabía apelación, allá donde no alcanza la acción de la ley, y donde no podía contar con las garantías á
que es acreedor todo aquel á quien se lo pide un imposible.
Inmediatamente me sentaron á escribir, y escribí:

Compañeros, no haya miedo;


Somos muchos y valientes,
Y en estas agrias vertientes
Se aquilata el monteador.
Adelante, compeñeros!
Si los dollars son esquivos,
Tenemos otros motivos
Para esta grata excursión.

No es el oro nuestra meta,


Que hasta el oro guarda escoria:
Es más límpida la gloria
De una empresa varonil;
Y la gloria es alimento
De las almas que se empinan;
Y á la gloria ni la arruinan,
Ni la roban, ni es servil.

Al regreso, si llevamos
En vez de oro cicatrices,
No serán las meretrices
Las que besen nuestra sien.
Harán otras el recibo:
Las matronas, las virtuosas,
Las amadas, las esposas,
Las que dicen: “así vén”.

Pero en todo caso habremos


El placer del hombre bravo,
De que tiene yá de esclavo
A este mundo sin señor...
Y el ignoto Cupiná,
Y el intrépido Alicante
No dirán en adelante
Que apenas los mira el Sol!...

Las palmadas y vivas propios de quienes en tales momentos sienten afectos y alegrías, no se hicieron
esperar; y se hubieran prolongado si no restablezco el orden con esta pregunta, hecha en tono que soñó de
puro seco:
¿Quién les asegura que es éste el Cupiná?...
Sí es! Sí es! Vociferaron después de penosa pausa, por la cual se asomaba un desengaño. Sí es!
protesté con fe encendida; y apuntamos y acentuamos ese sí, con muchas y variadas consideraciones:
1ª. No hay por allí, y hacía mucho que veníamos notándolo –absolutamente no hay –señal ó huella
reveladora de que en algún tiempo llegó el hombre á aquel lugar. Cuando él recorre una selva virgen corta
una rama, pica un árbol, rompe un bejuco, clava una estaca, prende candela, etc., etc.; alguna prueba deja
de su paso, aunque procure ocultarlo, y no escapa ella al ojo del monteador aguerrido.
2ª. Se sabía, por datos geográficos, por mapas y por tradición, que el Cupiná es el único afluente de
importancia que le cae al Alicante, y no se ignoraba que le sale á la izquierda.
3ª. Comprendimos que el San Bartolomé no debía de estar lejos de estos encuentros, y no cabía en ese
espacio, por lo que indicaban las montañas, un río como el hallado, ó acaso mayor.
La última comprobación habíamos de tenerla pronto, según nuestros derroteros.

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Concertamos estacionarios allí 4 días para acometer excursiones parciales en forma. El campamento se
levantó en una hermosa sobresabana, frente á la desembocadura del Cupiná, el cual no forma vega al salir:
es una desembocadura sin amplitud, estrecha pero despejada y linda.
En esta parte el Alicante forma una barra ó remanso de bastante extensión, 240 metros, producida por
el tope del Cupiná y por un cabezón que formaron las dos corrientes, amén de una isla que allí mismo ha
quedado. El Cupiná es más chico ó menos grande que el Alicante, y no es fácil vadearlo porque forma á
menudo profundas moyas ó charcos, y porque es un poco despedido.
Al mezclar sus aguas con su confluente, avanza poco en la barra y se vuelve á formar lecho aparte; el
Alicante no lo ataca, y antes se retira y abre cauce á la derecha; y ambos tornan á encontrarse al formar la
isla mencionada: el abrazo allí es de íntima unión, sin línea divisoria, y corren sin afán en pos del San
Bartolomé, que los espera á 15,000 metros.
La profundidad de las aguas aquí en Juntas es muy notable, y en la mitad alcanza 5 metros; para evitar
un rodeo penosísimo y largo, al comunicarnos del Campamento con la desembocadura del tributario, ó por
evitar la natación, ha sido forzoso construír una balsa con resistencia para dos personas.
En la misma tarde le esculcamos un charco al Cupiná con medio taladro de dinamita, y cogimos siete
peces: doradas, patalóes y bocachicos, todos grandes y hermosos.
La pesca se hace con más facilidad en él, porque aunque sus aguas tienen el color de las que vienen
de los páramos ó tierras frías, color del agua de panela, son siempre transparentes y permiten ver los peces
que se asientan, muertes, después de la explosión.
Pensamos, al contemplar la extraordinaria riqueza del río, en armar una barbacoa para coger los peces
sin gasto ni pérdida de tiempo. Buscamos, por tanto, un cabezón, clavamos seis estacas y se hizo un tendido
sobre ellas, tendido que comenzaba en el agua y acababa en zarzo ó enrejado seco, cubierto por encima á
manera de jaula, para que no escapen los peces que tomen la corriente y empalmen en el camino de la
perdición.
Ya no habría hambre, cerca á esos ríos, porque sobre ser opulentos en variedad de peces, habíamos á
la mano estos modos de cogerlos: anzuelo, atarraya, corral, barbacoa, la estúpida dinamita y el uso de la
escopeta.
Fue muy común el procedimiento de llegar á la orilla de los ríos, y salir como á recibirnos un cardumen
numeroso: de allí el afán de coger parte de él, aunque no lo exigiera la necesidad.
¿Cómo atenuar el apetito de los compañeros que justamente deseaban apoderarse de un tipo siquiera
de aquella muchedumbre?
Permitir que, después de elegir el más grande y airoso, mataran uno con la escopeta; hecho el disparo,
viene á la superficie con el vientre blanquísimo asomado al aire, muerto el pez pero sin ninguna herida; luego
lo recogíamos en la mochila, y más tarde en nuestro vientre.
Las variedades más abundantes son: dorada, pataló (jetudo), picuda, mojarra (mula), paloma, corunta
y bocachico; todas ellas muy apreciables por su tamaño, agradabilidad y escasez ó grosor de la espinas.
Parece que la mayor parte de esos animalejos sube, desde las aguas reposadas del bajo Magdalena,
en completo desarrollo, y regresa á la red de caños, estanques y lagunas de Departamento de aquel nombre
á devorar, y á atender al servicio de su inaudita multiplicación.
Así debe ser, porque no se encuentran peces pequeños de las clases nóbiles, ni hembras en estado
prolífico, ni semillas fuera de su seno natural.
Las clases que dejamos mencionadas, deben ser sumamente fuertes y emigradoras, porque van hasta
partes muy altas de aquellos ríos correntosos.

9 DE MARZO

Amaneció Dios y nos dimos felices días, pues la noche fue magnífica, risueña por muchos motivos:
gozábamos de salud cabal, habíamos llegado á la meta de nuestras primeras aspiraciones y no mirábamos
delante ningún obstáculo.
Con ponernos en pie dominábamos toda la pintoresca desembocadura del Cupiná, el de la fama de
esquivo, y á quien bastante habíamos ajado la tarde precedente.
Tan domesticado y razonable lo consideraron algunos de nuestros compañeros, que el primero que se
levantó hubo de decirle:
-“Buenos días, Cupiná”: y agregó y amontonó tal suma de disparates, en conversación ficticia, que nos
hacía tender de risa, sobre todo al ver las muecas y al oír las variantes de voz con que el incansable
Fabriciano apostrofaba al río; y tengo que dejar recuerdo de parte de sus dichos, porque lo exigen así mis
compañeros. Seguía:
-“Yo bien, Cupiná, gracias. Si que estaban sabrosas las doradas de ayer, tenés más?
-Pues no te enojés por eso, porque hoy te metemos barbacoa y te buscamos la pinta; por allá dicen
que sos muy rico, y que por eso no te has dejado descubrir. Estáte con nosotros bien formal, y si no, hasta
te prendemos candela...
-¿Qué no sea intrigante?...
-No soy yo, Cupinacito; es que vienen unos dotores de Medellín que se comen hasta la muchachita........
¿Querés que seamos amigos?
-Bueno, hasta luego, si te quedás tan callado: aprevenite para mañana.
-¿Qué qué?
-Convenido: nos vamos apenitas acabemos con todos los primores que nos estás escondiendo, y
adiós”.
Convinimos en que Johnson, Calderón, Henao, Orrego y el terciador Lázaro Londoño continuarían río
abajo, con término de dos días para regresar; Vallejo y Cardona con dos mineros, harían cateos á buenas
distancias; Ruiz prepararía lo menester para un rancho durable; Luna haría los paisajes del contorno; yo
escribiría diarios muy atrasados, y con los restantes socolaba el monte para dejar una abertura que de una
vez nos diera derecho preferente á enseñorear estos lugares, mientras alcanzamos una adjudicación liberal
por parte del Gobierno nacional y del de Bogotá, que no habrán de negarnos un galardón por nuestros
trabajos actuales y por los datos precisos y científicos con que habremos de enriquecer la geografía patria.
Todo se puso en práctica y alcanzó resultados completos.
Los mineros trajeron noticia de haber descubierto algunos aluviones, y en prueba de que son ricos
presentaron brillantes granos de oro de muy buena ley. Trajeron también algunas piezas muertas para
refuerzo de vituallas, y entre ellas una mica, de donde ibamos deduciendo que no careceríamos de carnes en
ningún momento.

MARZO 10
Cayeron en la barbacoa tres patalóes, dos reinas, una dorada y una mula ó mojarra, de gran tamaño
todos; y antes de comenzar las tareas del día se dio muerte á una mica, un paujil, dos gallinetas y una pava,
raciones carnales y abundantes que nos obligaron á hacer cesar los fuegos porque un día para otro es
común que la caza y la pesca se corrompan, á causa del calor, sin duda.
El termómetro marca por la mañana 22º de centígrado; y hasta 33º á la una p.m., pendiente de un
árbol de la selva umbría.
Desde el día anterior habíamos hecho devolver cuatro peones por víveres que escalonamos en Las
Torres y en casa de Orrego; allí habían quedado también las sirvientas, preparando aquello que exige piedra
de moler, con orden de no moverse de ese punto, porque eran innecesarias; y porque al pasar y repasar el
Alicante, y al trasmontar cordilleras y espolones, habrían de sufrir mucho, y se mojarían los trapos si no
hacían otra cosa peor con ellos.
A pesar de todo eso se vinieron. Y qué hacer? Recibirlas con agrado, pues tenían deseo de
acompañarnos y, en todo caso con valerosas y abnegadas. Allá se los hayan ellas, en los casos de pudor,
cuando los señores manantiales manden que se descubra el viandante más allá del tobillo.
Conste, sin embargo, que las mujeres son un inconveniente palpable en esta clase de empresas...
Nos atormenta un chocante incidente: la comisión del río abajo no parece, a pesar de que les
notificamos que si no venían el 9, nos harían entrar en zozobra y en verdadera inquietud. Estamos todos
mortificados... Creemos á veces que han hecho gran fortuna; otras, que olfateaban seductores
descubrimientos; pero eso no alivia el delicado celo que guarda uno en estos mundos para abrigar á sus
heroicos compañeros...

MARZO 11

No fue activo el trabajo hoy en el campamento porque el personal no se prestaba. Se abrió una
excursión para la minas y fue feliz. Terminamos un muelle ¡qué osadía! Comenzado el día anterior, y que
consiste en un volado de madera, triangular y fuerte, recostado á un árbol y adecuado para dormir la siesta,
para hacer inspecciones y para desembarcar lo que baje por los ríos, cuando se eleven á 4 metros más
sobre el nivel ordinario...
Desembarcar!......Conozco muchas porciones de agua, menores que estos ríos y, por lo menos en las
crecientes, se prestan á algún sistema de navegación; siquiera para trasladar maderas en balsas; aquí no:
bien puede una avenida petrificar madera, delinear minaretes, echarle vaho al cielo y refrescar los cimientos
de Java, y nunca nos hará el bien de transportar cosa alguna sobre sus olas.
Los paujiles, pavas y dorada que cayeron en este día á la despensa, fueron tantos que desisto de
contarlos; y esta vez para todas dejo constancia de que la caza de volatería aquí es segura y abundante; no
así la de pelo, á pesar de que hay muchísimos venados, guaguas, nutrias y guatines. Los pobres micos han
prestado gran contingente de sabrosa carne, con una circunstancia casi humana, y es que en 16 individuos
han muerto hasta hoy quince micas y sólo un mico......
No hemos hallado tigres, ni osos, ni leones, pero se han visto huellas de todos esos tipos, y sólo con
perros pueden ser cazados; entre muchas de ellas, vimos una de tigre, descomunal y soberbia. La danta es
por aquí muy abundante; pero nosotros una vez sola hemos encontrado señal de su existencia.
Pasada la hora del almuerzo llegó la comisión que buscaba el San Bartolomé. Fue recibida con las más
vivas muestras de cariño y de alegría, y con mucho qué comer.
Aportó las siguientes interesantes noticias: hallazgo del indicado río, á 15,000 metros distante de
nuestra mansión; descubrimiento de una fuente salada á 1º de saturación (areómetro de Baumé), cogida el
agua sobre el capote; encuentro de aventaderos y minas de aluvión, de efectiva esperanza; y presencia de
territorios feraces y hermosos. Ninguna novedad alcanzó á los expedicionistas, fuera del susto que tuvieron
por haber tropezado con dos enormes culebras, una yore y una toche, capaz ésta de poner hielo en la
sangre, aunque no hace verter una gota, porque no sabe morder no es venenosa; y fuera de la bomba que
les produjo la contemplación del rastro, mojado aún, de tigre disforme, inaudito.
Consideramos muy al redondear la empresa acometida, por esta parte, y fijamos el derrotero sobre la
hoya del Cupiná, una vez que es imposible buscar un cacaotal que perseguimos, porque no es éste el
camino.
Como hasta cierto punto habíamos sido víctimas de alguna medida ambiciosa por parte de algunos
vecinos de Maceo, y andaba con nosotros persona sospechosa, nos apresuramos á despachar á uno de
nuestros consocios, D. Manuel Henao, á que avisara 17 minas de filón y de manto, que consideramos haber,
descubierto, ya directamente, ya por medio de González y Duque, como consta en los avisos remitidos.
Sabemos que algunas de ellas están avisadas y denunciadas por los supradichos señores. Mas como es
evidente que nunca han llegado á estos lugares y que las quieren hacer suyas de memoria, y con el mero
ariete de la ambición desordenada, libraremos una lid judicial en la cual hemos de ver cuál es arma de mejor
temple: si aquel ariete execrable, ó el pico con que abrimos campo para meter la batea y catear unas minas
sobre las cuales pusimos el pie desnudo y llagado...
.............................................................................................................................
Casi olvido contar que nuestros compañeros de San Bartolomé hicieron abertura inicial para asegurar la
salida de San Rafael, que así se llama y que dejaremos allí mismo una pequeña colonia para que confirme el
pleno señorío de aquélla.
Hubo un momento en que se pensó en seguir todos al puerto de Regla, y subir por el Magdalena á
Puerto Berrío, en un vapor que no faltaría; pero eso fue inaceptable porque se perdía el estudio del Cupiná, y
se hacía, con el precio del pasaje, muy cara la maniobra; nos privábamos, por último, de la recolección de
datos indispensables para levantar los planos que hemos menester para futuras empresas.
Y hurtábamos el bulto á este otro requiebro de varones: el caminar con las piernas que naturaleza nos
dio, y cambiar el camarote por las bambas de un árbol de la selva; y el afeminado movimiento del buque por
la rodada sobre la espalda eriza de un peñón brutal y feo.
¡Cómo habríamos de reírnos con la costillada de un compañero, de esos que quisieran volver al hogar
con los pies son hormiguillo y bien tersos!................
Lo siento sólo por Luna, que los tiene lastimosamente hinchados, y que realmente ha padecido golpes
dolorosos.
Hoy quería adelantarse el ingrato! Pero cambió de opinión, porque tiene mucha é interesante labor y
porque, si es preciso, le quemaremos las naves, esto es, lo cogeremos de violín para que no se nos vaya, y
le privaremos de bastimentos.
Por la noche hubo, después del rosario en coro, ensayo especial del Himno de la Expedición, con
acompañamiento de música bellísima.......

MARZO 13

Hoy levantamos el campo de las Juntas, después de haber plantado un buen rancho, terminado la
abertura, puesto los autógrafos en la cara pulimentada de un árbol que dio bella tez, al pie los autógrafos de
un dibujo de nuestra Colonia, que así se llama aquella fundación. Un dibujo, un paisaje de tope de los ríos en
un árbol, y suscrito por muchos, y hecho por Luna... y en medio de dulces frases, purificadas con purísimas
notas musicales...
¿Pues no es éste el colmo del placer, y de la civilización y del orgullo?
Partí adelante con dos mineros para hacer el estudio aurífero del Cupiná; y sentí pesar, pero no fue mi
pesar semejante ni igual al de muchos de mis compañeros.
Qué cosa más curiosa!!!...
En tres días habíamos abierto campo en el corazón, para aquel campito que se había tornado hermoso
con nuestro paternal favor.
A medida que lo abríamos, como que se le iba ensanchando el deseo de ser nuestro, y así se iba
extendiendo en vegas absolutamente planas, vestidas de tagua y con árboles hermosos, donde no hallamos
ni una culebra. Afinaba en sus deseos, con la carne de pelo y de vuelo que nos suministraba; con la vista
encantadora del Cupiná, que estaba al frente y más abajo; con la brisa tranquila y amplia y larga... Aquel
campito parecía decirnos: “No se vayan todavía... Déjenme más arreglado, quiero ser de ustedes. Don Luis,
cójame las medidas; Dr. Ramírez, descríbame; Don Luna, lléveme para Medellín, que quiero vivir entre la
gente, y si no me lleva, retráteme para que al conocerme allá se venga á buscarme!”
El Cupiná se presentía un poco abierto al principio y en el cauce. El lecho está tendido con piedra
mulata y es transitable porque se extiende bastante.
Tiene buena pinta de aluvión. Durante el día no hallamos como afluente más que un infeliz
amagamiento que le sale á la izquierda. El cauce se fue estrechando y asimismo sus laderas, de suerte y
modo que como á las 3, hora de acampar, se estaba haciendo difícil hallar un plano para extender nuestra
tolda de campaña.
La levantamos á 15 metros del río, en un arenal vestido de gramíneas, y como habíamos dado muerte á
una mica marimonda, los grandes aficionados á la pesca se entregaron á ese placer.
El paisajista era de los más decididos, y cogió un animal con anzuelo; valiera más que no lo hubiera
cogido, porque cuando eso hizo, comenzó á pedir socorro con angustiado afán; y como pescaba en unos
rápidos peligrosos que por allí tiene el río, consideramos, al oírlo, ó que se ahogaba ó que alguna culebra le
había mordido; corrimos en auxilio del cuitado, con verdadero temor. Cuando lo descubrimos, lo hallamos de
rodillas oprimiendo una enorme dorada, y tan sobreexcitado, que ni con un tejo de oro........................
La noche fue feliz, y al partir el día siguiente bautizamos el paisajito con el nombre de “Mi socorro”, el
cual quedó inscrito en un árbol, al pie de un pez bien dibujado.
..................................................................... ................................................
Partimos, como de costumbre, á las 7 a.m., en el orden del día precedente. Empezaron á una cuadra
unos riscos y cerrazones tan crueles, y hallamos el río tan estrecho y profundo, que tuvimos que extraviar y
trepar por lugares casi inaccesibles, y descender luego al río por voladeros peligrosísimos. Era asunto de
emplear dos horas en cortar dos cuadras de río.
De muy buena fe juzgamos todos que no saldríamos de allí sin uno ó dos muertos: no creo exagerar, si
dejo aquí constancia de que no habrá en Colombia paso obligado más erizado de rocas y de peligros. No
consistían éstos meramente en la posibilidad de rodar á 40 ó 50 metros de altura, y volvemos añicos, sino
también en que había muchas piedras sueltas, las cuales se desprendían y volaban á la sima, con inminente
riesgo de que los de atrás fueran con ellas al lecho del río, el cual tiene allí charcos negros é insondables.
El destrozo de piernas fue muy común, y todos quedamos acardenalados y aun heridos, como herido
quedó el minero Villa, quien sufrió una lesión con el filo de una piedra, y perdió tanta sangre que puso en
riesgo la marcha.
Encontramos en la cuenca de un pedrón una colmena, rica en cera y miel; tan rico en esto último, que
satisfizo el apetito de tres colmeneros, y siguió corriendo parte de ella por sobre el peñón desnudo.
No pudimos clasificar la abeja, pero sí podemos dejar constancia de que es mansa y de magnífica
calidad para el cultivo. Para no ser sordos al regalo, le fijamos á esta parte del río el nombre de “Los
panales”.
En ocho horas de camino, sin descanso, avanzamos apenas 5,000 metros. Condenado río!....
Si así se ha portado en verano excepcional, ¿cómo será en invierno? Muy curioso también es eso de
que cuanto más se sube, parece más grande y presenta moyas más profundas.
En todo el trayecto no encontramos sino dos pequeños afluentes, uno á la derecha y otro á la
izquierda; pero tan pequeños y pobres que no merecieron nombre.
Encontramos en compensación 3 minas de filón que nos ofrecen alguna esperanza, fuera de las de
aluvión que, desde luego, las reputábamos descubiertas por todo el lecho del río.
El almuerzo fue malo y á todo andar: un pedazo de mica y otro de panela, pues no había tiempo para
más. La fatiga nos forzó á acampar las tres; y des`pués de la cena nos recogimos bajo la tolda: ni música, ni
juego de naipes, ni cuentos, ni cosa que animara el espíritu y la carne, porque ambos estaba ansiosos de
descanso.

MARZO 15

Madrugamos más que de costumbre porque para el almuerzo era ineludible cazar y pescar; apenas
había un paujil para meter en la olla. Mientras conversábamos los jefes en la pequeña encimada donde
levantamos la tolda, veíamos en la playa á las dos cocineras rodeadas de todos los peones, cerca al fogón
donde se preparaba el desayuno. Sentado en las piedras, con índole ademán, se parecían tánto á esos
errebundos, chanchirosos y tristes españoles que andan con mil innobles cacharros y bichos medio
educados, que á moción de Johnson, le grabamos á este campamento el nombre de “Los gitanos”.
Partieron dos comisiones á verificar la caza, y yo tomé el río arriba, con cinco más á buscar un punto
adecuado para lanzar un taladro. Cosa de un cuarto de legua ascendimos sin hallar charco apropiado, y
tuvimos que arrojar el torpedo en una moya oscura que nada prometía. Logramos matar dos doradas; pero
una de tan considerable tamaño, que la declaramos reina y madre de todas la otras, no obstante que hay
tantas y tan acuerpadas.
Devolví los compañeros á “Los gitanos” y me quedé sólo, escribiendo y monteando algo, mientras se
juntaba conmigo la caravana entera. No ha llegado y son las 11,20 a.m., cierro el cuaderno y me pongo á
carear un árbol para escribir, como en otros muchos lo hemos hecho: “La Expedición 1903”, y el nombre del
paraje, que es ahora “La Soledad”.
Llegaron los compañeros á la 1 p.m., y dispusimos batir agua hasta las 4, hora en que se toldaría.
Encontramos dos arroyos: el de “Los Perritos”, á la derecha del río, pobre de aguas y de oro. No así el
Cupìná, que no da forma de disminuir su caudal, y que muestra oro en cualquiera de las raíces de gramíneas
que viven en sus orillas y en sus isletas.
Este nombre de “Los Perritos” proviene de que en aquel paraje hallamos dos, latiendo mucho y como
en trabajo de caza, circunstancia que nos hizo creer que hallaríamos cerca abertura y habitaciones. Las
buscamos inútilmente, y jamás las hubiéramos encontrados, pues no las hay, ni las habrá en muchos años...
El segundo arroyo, que vierte á la izquierda, es un poco grande y tiene buen lecho, esto es, tiene
buena carga, de esa que usan las corrientes auríferas: piedra mulata y huevo de pato.
Lo bautizamos con el nombre de “El Extravío”, por una dolorosa circunstancia, y fue la siguiente: allí
encontramos á un hombre llamado Pascasio Patiño, el dueño de los perros, desesperado, en busca de un
muchacho que se le había perdido hacía tres días, viniendo de San Bartolomé á un trabajadero de un mina
que ha establecido, no supimos dónde, pero lejos de allí. El hecho fue que salieron juntos de la casa, Patiño
adelante y el compañero (de 16 años de edad) detrás y á muy corta distancia, cargados ambos con tercios
de víveres.
Notó el hombre que el muchacho no lo seguía, en un momento dado; lo llamó, lo gritó, trasegó monte, y
todo en vano. Extendió hasta muy lejos sus pesquisas, acompañado de aquellos dos perros que recorrían el
monte á prisa y latiendo, como si entendieran que de ese modo podían atraer al extraviado.......................
Fue inmenso el desconsuelo del cuitado cuando le informamos que en las riberas del río, que las
traíamos batidas, no habíamos encontrado huella humana.
Nos despedimos, después de ofrecerle algunos recursos, y seguíamos: nosotros arriba,
compadeciéndolo; y él agua abajo, llorando ...............................................................................................
A las 4 p.m. acampamos en un paraje feo, el cual quedó tiznado con el repulsivo nombre de “Los
Alacranes”, porque á Luna y á Ruiz los picaron dos.
En ese lugar hay unas gradas ó escalas que dan al río, bastante curiosas; y tanto, que ellas y los
alacranes se disputaron el nombre.

16 DE MARZO

No había nada de carne ni habíamos tomado afán por conseguirla, porque en el día anterior
contrajimos los trabajos en otro sentido; y porque arroz, galletas, chocolate y frísoles también se comen; se
destacaron 7 individuos á pescar, y seguimos haciendo cateos y estudiando algo de todo.
La función de pescar no era animada, con motivo de que habiendo ascendido mucho a nivel del agua,
con rápidos, y saltos, y chorros, el pescado sería escaso.
Pudimos, pues, detenernos delante de un curiosísimo incidente: un costal nuevo, yá deshecho, con dos
esqueletos de mico adentro; y allí cerca de una gran sarta de pescados reducidos á espinas.
Verdaderamente intrigados, con mudo movimiento nos preguntamos ¿qué significa esto?
Los esqueletos estaban enteros, las espinas ordenadas y el costal se descompuso cuando quisimos
cogerlo.
Como éramos muchos, los conceptos se fueron ofreciendo sin esfuerzo; pero con recelo, porque estaba
la mayoría impresionada desde el día anterior, y la mayoría era iliterata.
Purificado un poquito el hablar, quedamos en discusiones que sirvieron para dar salida á cada opinión;
mas quedó siempre sin solución el problema.
-El hombre que conducía estas micas y estas sabaletas, dijo uno, tuvo aquí un susto muy grande y botó
la carga para correr.
-A ese hombre no le daba miedo, puesto que se aventuró solo por este monte, y llevaba arma de fuego,
le replicaron.
-Entonces, fue que dejó aquí estos animales para coger otros.
-Pero qué más quería? Ni podía cargarlos siquiera.
-Verdad! Entonces fue que se lo comió el tigre, ó algún otro animal grande.
-Los tigres de esta tierra no atacan al hombre voluntariamente, y antes le huyen y temen.
-Se ahogaría? –Se hubiera ahogado con el tercio; y si era que estaba bañándose, estaría la ropa con el
morral.
-pero ¿qué le sucedió, pues?
-Cansancio no pudo ser, porque en ese caso se hubiera llevado siquiera el costal vacío, que estaba
nuevo y que por aquí hace mucha falta para varios usos.
-Yo creo, dijo el Cronista, que ese hombre fue mordido por una culebra, y hubo de correr en pos de
recursos y por ahí murió; ó bien, andaban dos, disputaron, uno de ellos murió y el otro no podía tener interés
en llevar esto consigo.
Los peones no tuvieron duda sobre que una fiera (la Madremonte, la Patasola, la Patetarro ó el Mohan)
se habían llevado al infeliz; y que eso mismo le había pasado al muchacho de Pascasio.
Y de allí era imposible sacarlos.
Tuvimos deseo de trasegar un poco de monte, para ver si lográbamos salir de dudas; pero no había
tiempo no fuerzas...; además, como la exposición ó abandono de aquellos objetos no podía tener menos de
ocho meses, no había estímulo para inquirir.
En esto reventó el taco de dinamita que entre un gran charco buscaba el almuerzo; corrimos creyendo
que allí no más estaba; mas no fue así y tuvimos que salvar un gran trecho del río, pues no recordábamos
que el agua es un buen conductor del ruido; y cuando llegamos al lugar de la explosión volvimos á
admirarnos al ver la calidad de picudas y doradas que murieron: eran 24 y pesaban 4 arrobas!
Prendimos candela sur le champ y entramos á preparar, de varios modos el pescado, amén de algunos
artículos de bucólica. Escogimos también variados tipos extraordinarios para ver si podían llegar á Medellín
en buen estado, cosa bastante difícil, porque el pescado que se coge con dinamita se acarroña con facilidad;
además el calor, la distancia y la falta de aire lo predisponen á la putrefacción.
(No obstante, alcanzamos á traer doradas en perfecto buen estado á esta ciudad.)
Ingerido un gran almuerzo, tomamos briosamente el río, porque era indispensable dejarlo al día
siguiente y llegar en tres á Maceo: ni los peones resistían más tiempo. Esto último es muy grave, porque yá
han enfermado cuatro y todos se hallan destrozados de fatiga y desaliento; á pesar de que escogimos los
más afamados por su fortaleza y pericia en montear con grandes pesos, y á pesar de que los remuneramos
muy bien, han cedido á la bárbara inclemencia del camino. Ciertos estamos de que al durar la expedición
cinco días más, no quedaría un solo peón de servir; y eso que los climas recorridos no nos parecen
malsanos, que ha habido alimentación abundante y algo también de aguardiente; fuera de que no ha habido
plagas de ninguna clase, ni una sola lluvia posterior á la espantosa del día 3.
Llegamos á un paraje recientemente conocido por dos de nuestros compañeros de Maceo, llamado La
Susana, desde donde podemos tomar vía terrestre, porque ya no es necesario, ni económica no
geográficamente, remontar más este ingrato manantial.
Mientras toldábamos se concedió á los peones permiso para pescar por su cuenta, con dinamita y por
la última vez. Quede constancia de que sentí dolor cada vez que era preciso pescar con pólvora, á pesar de
que lo hacíamos á más de 40 leguas de Medellín, en lugares inhabitados y contra peces emigradores y sin
prole: ¡cuán bárbaro parecerá ese procedimiento cuando se emplea cerca de las poblaciones y contra
nuestros agotados peces indígenas!...
Los pescadores obtuvieron buen resultado, pues cogieron una dorada y treinta palomas. La paloma es
semejante á la sabaleta, pero de mayor tamaño, más blanca y sin brillo metálico; parece ser de la familia de
la corunta y de la tolomba, aunque más grande también; y como sólo la hallamos en esta parte del río, es
posible que sea indígena.
Cuando reventó el taladro y gritaron los peones en señal de triunfo, acudimos Vallejo y yo al lugar del
éxito. Advirtieron entonces los pescadores que en el peñasco donde se pescaba había una culebra, y uno de
ello quiso matarla, pero marró el golpe y el animal partió como una flecha hacia nosotros; se acercó tanto y
estábamos tan manivacíos que salimos corriendo y gritando, medrosamente, como quienes piden socorro;
por fortuna el ofidio se desvió cuando se acabó el peñasco, y alcanzó el monte. Así nos lo avisaron los
peones, y entonces volvimos provistos de piedras, y logramos acertarle con una. La culebra ya rota por la
mitad se deslizó al río, y entre pedradas é inmersión en el agua, dejó de existir con mucho gusto de los que
sentían algo como vergüenza por la carrera y chillidos que dieron. El bochorno fue mayor cuando
reconocimos que la tal era una pitorá, culebra muy viva y herbolaria; pero que no muerde no es venenosa...
pero eran tan grande!
......................................................................................................... ...............
Este río Cupiná es generalmente feo, no forma vegas, y por todas sus laderas anuncia que el terreno es
desigual, aunque de buena calidad. Todo el lecho es aurífero, y puede mirarse como raro el caso en que no
brillen granitos de oro en cada cateo que se hace.
No pudimos averiguar la riqueza de la fauna y de la flora de esta cuenca hidrográfica, porque entramos
pocas veces al monte; no hay abundancia de flores ni de plantas que despierten interés, bien que en punto á
botánica todos somos enteramente ignorantes. Es de notar, eso sí, que en la correría general recogimos
resinas muy apreciables, que oportunamente haremos ensayar.
El nombre “Cupiná” es indígena, sin duda alguna, y responde su acentuación á la que generalmente
empleaban las tribus que habitaban el nordeste del Departamento. (Utú, Ité, Munduá, Patiburrú &. &.)
“Alicante” es nombre enteramente español, aunque parece cierto que los conquistadores no
anduvieron por las partes bajas de ese río. Es de creerse que ellos conocieron en sus nacimientos, y que por
allá lo bautizaron cuando cruzaban aquel territorio, según estos datos: debieron ascender á la cima de la
loma de Patiburrú, en dirección Sur, hasta llegar á Nare, arriba de Islitas, donde han aparecido huellas
precisas de aquellos indomables castellanos. Confirma esta opinión el hecho de haber encontrado, cerca á
los encuentros del Cenizo y Cenicito, una herradura de aquellas que guarnecían el casco de sus enormes
caballos.
De la raza autóctona no encontramos otra señal que algunas piedras que, se comprende, guardan
señales de haber sido tocadas por la mano del hombre; y los sepulcros ó patios de indios que por allá se
encuentran, y que pueden ser ricos santuarios; así permite creerlo la circunstancia de que toda esa región es
aurífera, como que la bañan los ríos Nare, Nus, San Bartolomé, Alicante, Cupiná, Guardasol, San Juan, Cruz de
Oro, Doñana y vertientes de todos esos manantiales. No llevamos guaquero graduado; pero entre los
excursionistas se encontraban individuos conocedores de sepulcros indígenas, aunque ni ellos ni nadie puede
asegurar la riqueza de cada cual. En eso de indios muertos sucedía que á cada uno lo enterraban con sus
riquezas, de la misma manera con que nos sepultan á nosotros con todos nuestros escapularios, camándulas
y demás piadosos adminículos.
Si el indio era rico y se da con su sepultura, hará uno buena suerte; si era pobre, habrá de contentarse
el exhumador con los cántaros y objetos de cerámica que nunca le faltaban.
No vacilo en afirmar, por lo que vi, que la guaquería puede ser buena remuneradora del trabajo que se
le aplique, en esas regiones.
Y termino, aunque quedan detalles y diarios, porque no deben publicarse ahora.
Antes daré cuenta de lo que últimamente se ha hecho, previa manifestación de que en el momento en
que se arreglen definitivamente los asuntos que hay pendientes, sobre auxilios del Gobierno Nacional y del
Departamento, se procederá á la formal organización de la Colonia.
A ella podrán ir personas y familias sanas, trabajadoras y sin vicios; se les auxiliará con algún dinero,
herramientas y semillas; se las señalará regular porción de terreno en lo que corresponde al área de
población, amén del que pueden abarcar en los baldíos como cultivadores... Lo demás lo dirán los
Reglamentos respectivos.
Se dará preferencia al cultivo del cacao, algodón, caña de azúcar y café de Liberia, propio de la zona
ardiente. En este último hay la ventaja de que aquel lugar queda cerca de río navegable, lo cual produce una
ganancia inicial indiscutible, cualquiera que sea el precio de aquel grano en el exterior.
Aquella región es evidentemente apropiada para esas empresas; y como la industria pecuaria tiene allí
un gran porvenir, se le buscará desarrollo, empezando por propagar el magnífico pasto de la India, nutritivo,
de fácil ó sencillísima propagación, y propio hasta de las más ingratas tierras.

Después de la primera Expedición que dejamos descrita en parte, han tenido lugar cuatro más, la última
á cargo del apreciable caballero Manuel Botero E., encargado con especialidad de la parte Botánica que falta,
y cuyo regreso se espera.
En las expediciones intermedias, á cargo del respetable ciudadano Joaquín Zoluaga, se hicieron
importantes descubrimientos en minas y en salados, y se confirmaron otros; tenemos denunciadas más de
30 minas, y descubiertas y ensayadas algunas fuentes saladas, de buena calidad, compuesta así:

PARTE SOLUBLE
Cloruro de sodio (sal de cocina) 65.4
Sulfato de cal (yeso) 2.9
Cloruro de calcio 2.4
Cloruro de magnesio 3.4
Agua hidroscópica 23.4

PARTE INSOLUBLE
Carbonatos de cal y de magnesio 2.9
--------
100

Bien elaborada esta agua-sal y dejándola escurrir ó purgar, produce sal de mesa, blanca y de buen
grano.
Ya dejamos dicho que el agua se recogió en su brote espontáneo, sin entamborar la fuente, y sin
preparación de ningún género.
Parece que algunos vecinos de Puerto Berrío, San Roque y Yolombó se ha apresurado á disputar
algunos de nuestros descubrimientos; pero confiamos en que ese amago será vano, por razones de Derecho
y de Justicia. Eso de que vayan por allí muchos hombres valerosos y emprendedores, es para nuestra
Sociedad asunto de muchísimo placer, porque así se va propagando más y más la idea de colonizar aquella
región, que es nuestro mayor anhelo.
La publicación de este folleto tiende á algo parecido: á que vayan á ese monte muchas gentes; á que
inmigren á él los capitales inútiles que vagan de mano en mano, sin provecho; á que el público mire la
Empresa con el cariño que ella merece, y á que el Gobierno le tienda mano protectora.
Ya la Asamblea Departamental expidió una Ordenanza que autoriza al Sr. Gobernador para que ceda á
la Sociedad algunos terrenos baldíos, de los que tenga en aquella región, en cambio de interesantes trabajos
que aquella ejecutará; y para que la auxilie con la suma de $2,000 oro para fomento de la colonización.
Mas como ésta exige grandes gastos, si hemos de agregar á los colonos del interior los extranjeros que
quieran venir (previa adquisición de carta ciudadanía), y los antioqueños que quieran repatriarse, es claro
que la Empresa necesita mayores auxilios que los enumerados, leyes que la fomenten y esfuerzo metálico,
intelectual y moral por parte de los que la impulsan, como miembros de la Sociedad.
De otro modo esa interesante obra no andará tan á prisa como nosotros quisiéramos y ella merece.
Al actual Congreso se elevó ya una petición que razona sobre ese punto, y juzgamos que no la
desatenderá, porque no sólo de esa manera se procura vida y desarrollo á un patriótico movimiento
industrial, sino que así tiende á remunerar los trabajos científicos y materiales que hemos verificado y
completaremos en el momento en que se exija.

***

EXPEDICIONARIOS

Enrique Ramírez G., Director y Cronistas. Luis G. Johnson, Ingeniero. Ignacio Luna, Paisajista. Marco A.
Cardona, accionista. Joaquín Zoluaga, íd. Manuel Henao, íd. Indalecio Ruíz, íd. Martín Orrego, íd. José María
Calderón, íd. Fabriciano Vallejo, íd. Francisco González, íd. Lázaro Londoño, terciador. David Ochoa, íd. José
Segundo Martínez, íd. Alejandro Girón, íd. Isidoro Tejada, íd. Raimundo Ochoa, íd. Antonio Castañeda, íd.
Francisco Villa, Minero. José N. Duque, íd. Paulina Isaza, Cocinera. Irene Alvarez, íd.

ACCIONISTAS POR $ 250,000


Sr. Enrique Ramíez G, Luis G. Johnson, Pbro Jesús Ma. Ospina, Manuel Botero E., Lázaro M. Gaviria,
Benito Uribe G., Manuel A. Isaza, José Ma. Arango B., Juan C. Sencial, Juan C. Barrientos, Eduardo Isaza M.,
Francisco H. Parra, Roberto Calle, José M. Calderón, Marco A. Cardona, Manuel Henao, Arturo Restrepo,
Eduardo Jaramillo, Julio Jaramillo, Justiniano Jaramillo, Enrique Vélez R., Manuel José Vidal, Enrique Sanín, Luis
N. Botero E., Manuel Tiberio Toro, Mariano Restrepo, Dr. Carlos Mejía V., Efrén Jaramillo, Natalio Sánchez,
Ernesto de Bedout, Juan Pablo Gómez, Fructuoso A. Barco, Juan de D. Arias, Indalecio Ruiz, José J. Castaño,
Francisco Isaza, J. T. O´Brian, José Ma. Echavarría, Francisco González, Ignacio Luna, Ignacio Cabo, Solina
Moreno, Dolores Calle, Juan C. Muñoz, Juan N. Gaviria, William Gordon, Dr. Jorge Tobón, Antonio Vélez C.,
César García, Cándida R. de Barrientos, Jesús M. Montoya, Manuel A. Trujillo, Francisco Navech, Enrique
Gaviria, Rafael Mesa P., R. Emilio Escobar, Manuel A. Jaramillo, Francisco Restrepo, Joaquín Jaramillo V.,
Tobón & Gaviria, José J. Jaramillo, Fidelia Ramírez de M., Zoraida Gallego de J., Ramón Ma. Rendón, Heloisa
Ramírez de P.

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