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HOMOPARENTALIDAD, PREJUICIOS Y NIÑOS

FELICES Sobre la polémica de la adopción gay


21 de abril de 2015 a las 02:06
Por: Diego Mercado

Cuando daba clases de psicología cultural solía contar a los estudiantes esta curiosidad antropológica: En
los Nuer de Sudán, algunos etnólogos constataron hace unos cincuenta años una forma de matrimonio
homosexual. Se trataba de mujeres que eran consideradas estériles, entonces se les otorgaban algunos
roles masculinos, incluso se podían casar con otra mujer y tener hijos. Los hijos eran engendrados por un
pasante. Tales mujeres desempeñaban el rol de maridos de sus compañeras y padres de esos niños.

Pensaba en que se trataba del primer matrimonio homosexual de la historia, y más curioso aun, por fuera
de Occidente. Pero también el primer modelo de familia homoparental en la tierra, quizá no en el único.
Me preguntaba qué pasaría con estos niños Nuer criados por dos mujeres ¿Acaso sufrirían un
traumatismo psicológico irreparable? ¿Desarrollarían alguna “patología” mental grave?
¿Devendrían homosexuales? ¿Cómo entenderían ellos ser el producto, aparentemente, de dos personas
del mismo sexo? Y, siguiendo la misma lógica, me preguntaba qué pasaría con las múltiples formas de
parentalidad que encontramos en nuestro vasto planeta. Con los niños de muchos pueblos en África
occidental, criados por el grupo de mujeres y no solo por su madre, o los niños crecidos en familias
poligámicas. Y si no nos vamos tan lejos podríamos hacernos las mismas preguntas por los niños criados
por padres o madres solteras, por padres separados, por aquellos criados por los abuelos, por una tía, por
un hermano mayor o por una persona con la que no tienen ningún lazo de sangre.

Los detractores de la adopción gay sacan como principal argumento que todos los niños tienen derecho a
un padre y a una madre. Pero esa no es la realidad de, quizá, la mayoría de niños del mundo y tampoco
es cierto que ello sea garante de una buena salud mental. Lo que nos enseñan los Nuer y los otros datos
transculturales citados, es algo elemental en psicología: lo que está en juego en la crianza exitosa de un
niño no es el sexo real de los padres ni el número de personas que lo críen; sino las funciones que éstos
desempeñen y cómo ejercen la parentalidad. Al decir padres incluso estoy usando un lenguaje ya
sesgado por la cultura en la que me crié, podría bien decir madre, o madres. Todos los niños y niñas,
como el famoso pequeño Hans"[1], se enfrentan al dilema de su origen, pero tarde que temprano, y
aunque puedan llegar a formarse ideas o teorías bastante delirantes al respecto (a los ojos de los adultos),
entenderán que, como seres biológicos, fueron el producto de un hombre y una mujer. Pero el
engendramiento de un individuo, de un ser psíquico, no lo es necesariamente. Lo importante es que estos
padres o madres provean al niño una estructura que favorezca su inculturación y por ende, su
humanización. En ello debe estar, entre otras tantas cosas, muy seguramente, el deseo de tener un hijo. Y
eso en la adopción está casi que garantizado, salvo en los casos en los que el padre adoptivo tenga un fin
perverso o egoísta, lo que también puede ocurrir. Pero tampoco deberíamos pronosticar la infelicidad de
aquellos hijos que fueron producto de un accidente, pues el deseo se puede construir en el curso del
embarazo o incluso después del nacimiento.
El otro argumento en contra sería el del orden natural que en tal caso sería pervertido. No hay que
preocuparse por ello, ya lo está, y para siempre, de manera irreversible. La cultura ha subvertido una
hipotética naturaleza humana y no hay vuelta atrás. Tal naturaleza no es más que una ficción pues no
podríamos imaginarnos un ser humano sin cultura. Tal ser, en caso de existir, no tendría, justamente,
nada de humano. La naturaleza humana no es más que una ficción decimonónica desmentida por toda la
evidencia antropológica del siglo veinte, por la importancia capital de la cultura en la estructuración del
psiquismo. Hay un salto cualitativo enorme del animal al humano que sólo un darwinismo ingenuo
puede ignorar. Y si tratáramos de sustentar tal hipótesis por la vía de lo biológico, tampoco es sostenible.
Pocas especies animales son monógamas, y las que lo son lejanas evolutivamente de la nuestra: los
pájaros. El modelo de papá, mamá e hijos no es frecuente en los mamíferos, quienes o son criados por
las hembras o viven en manadas, fratrías, harenes, etc. Los machos suelen estar ausentes o bien protegen
la manada, pero cumplen un rol tangencial en la crianza de los hijos. Es evidente que la idea de que solo
dos personas de diferente sexo pueden criar un niño es un prejuicio religioso, una idea que, sin embargo,
no puede ser impuesta a los demás en un mundo donde no todos profesan una religión.

Ahora que incluso prestigiosas universidades se van lanza en ristre contra la adopción homoparental y
pretenden maquillar sus prejuicios ideológicos con argumentos pseudocientíficos es bueno poner sobre
la mesa lo que se podría argumentar desde una perspectiva psicocultural. A las objeciones ya expuestas
ser suma que tales niños no tendrían sino un modelo de identificación homosexual, y por ello devendrían
homosexuales. Si fuera así, ello no tendría nada de malo, pues ser homosexual no es ningún defecto ni
enfermedad. Por otro lado, la ingenuidad de tal argumento reside en pensar que un ser humano sólo se
estructura psíquicamente en el seno familiar. La perspectiva transcultural cuestiona el concepto de
lengua materna, pues no se trata de la lengua que transmite la madre, sino toda una comunidad
lingüística. Del mismo modo, los padres, si bien son importantes, no son los únicos modelos de
identificación de una persona que en el transcurso de su vida va a insertarse en infinidad de contextos
sociales.

Otro argumento que alguien esgrimió es que ello condenaría a la humanidad a la extinción. Habría tantas
cosas que nos llevarían a la aniquilación de la raza humana y la adopción gay no sería ciertamente una
de ellas ¿A quién se le ocurrió semejante despropósito? A un político, a una persona que conduce
nuestros destinos. No hay diferencia, en términos poblacionales, en que una pareja homosexual adopte o
que lo haga una heterosexual. Por el contrario, se trata quizás de salvar una vida o hacerla menos infeliz.
Pero lo que refleja este argumento es el pánico que sienten muchas personas ante los cambios culturales
que son, sin embargo, inevitables. Toda sociedad evoluciona, incluso las mal llamadas tradicionales.
Cada una a su ritmo, a su modo, pero lo hace. La occidental se ha caracterizado por un ritmo vertiginoso
en el último tiempo. Lo que Freud denominaba el “malestar en la cultura” puede entenderse, en cierto
sentido, como esa tensión que sienten ciertos individuos con los valores dominantes, contradicción que
se expresa en prácticas que luego van transformando conciencias y mentalidades. Cuando se dice que
algo es “cultural” no quiere decir que sea inmutable ni sagrado. De lo contrario tendríamos que ser
tolerantes con prácticas culturales abominables como la lapidación o la mutilación genital.

Pensar que los cambios culturales redundarán en una especie de “crisis de valores” o de corrupción
moral es ver las cosas de una manera muy limitada. La religión fue importante en algún momento de la
historia de la humanidad para, como decía Freud, poner un dique a nuestros impulsos antisociales, pero
ya no es necesaria para ello. Una vida basada en la ética y el respeto por el otro puede ser llevada por
una persona religiosa, por un agnóstico o un ateo; así como ser religioso no es garantía de rectitud moral.
Los creyentes pueden y tienen el derecho a conservar sus creencias y ser coherentes en la práctica con
ellas; pero no es sano pretender que el resto de la humanidad se someta a los mismos principios y menos
que se legisle con base en ellos. Tenemos el ejemplo de las teocracias cuyas sociedades no se
caracterizan justamente por ser las más igualitarias ni las más respetuosas de los derechos humanos.

Muy a pesar de quienes se oponen a la adopción gay las familias homoparentales existen desde hace
tiempo ¿Cuál sería el perfil de una persona criada en estas condiciones? Lo ignoro. Me imagino que no
habrá uno, así como no lo hay para un individuo criado en una familia tradicional. Supongo que se
enfrentarán, como todo ser humano, a los desafíos de la existencia, encontrarán sus soluciones
particulares y tendrán alguno que otro conflicto psicológico; pero quizá serán también más tolerantes
que el promedio, abiertos de mente y solidarios con las minorías discriminadas. De lo que si estoy
seguro, es que si hay una dosis de sufrimiento psíquico no será por el hecho de haber sido criados por
dos papás o dos mamás, sino por la intolerancia de la que serán objeto, la discriminación o los prejuicios
que los rodean. Un pretendido daño psicológico no sería causado por sus padres, sino por aquellos que
hoy se rasgan las vestiduras y ven como una aberración a este tipo de familias.

No es un buen argumento en defensa de la adopción gay decir a los heterosexuales que “si no quieren
que los homosexuales adopten, no abandonen a sus hijos”. El derecho a la adopción de las parejas del
mismo sexo no debe considerarse como un castigo para los padres irresponsables. Debe verse como una
opción legítima y evaluarse como otras formas de adopción en las que debe primar la capacidad de dar
amor a ese niño y ofrecerle unas condiciones de vida dignas. Si reina el amor en esa pareja, muy
probablemente eso dará la confianza y seguridad necesarias a ese niño o niña para hacerle frente incluso
a la intolerancia y el prejuicio sociales para que así pueda llevar su cabeza muy en alto.

En un pasado no muy lejano se hablaba de niños bastardos y se criticaba con severidad a las madres
solteras, el término para los niños ha desaparecido y dichas madres hoy gozan de aceptación
generalizada ¿Cuánto nos faltará para cambiar nuestra mentalidad en cuanto a la homosexualidad?
¿Cuándo será que podemos quitarnos el velo de nuestros prejuicios para analizar y discutir estos temas
con argumentos más rigurosos? Esta reflexión acompaña mis últimos días en la República
Centroafricana. Dedicado a quienes tienen dos papás y dos mamás.

Bangui, 20/04/2015

[1] El pequeño Hans o “Juanito” fue el único caso infantil analizado por Freud a través del padre del
niño, en el transcurso entre sus tres y cinco años.

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