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HAGA LA PREGUNTA: DIOS, ¿ESTÁ EL SEÑOR ALLÍ?

Queridos hermano y hermana!


Me dedico aquí a comentar el primer punto de nuestra Regla de Vida, el objetivo es compartir
el mismo espíritu. Que el Señor, a través de su Espíritu Santo, nos dé “un corazón y una alma”.

Podemos definir nuestro carisma como la experiencia de la presencia de Dios. Todos


los demás elementos de nuestra vida están entrelazados con este profundo anhelo por
el corazón humano. Este camino espiritual apunta a una comprensión progresiva de
que Dios está en nosotros y que nosotros estamos en Dios. Tal gracia no se obtiene
por artificio humano. Nos sentimos rodeados de una presencia totalizadora que
comienza a abarcar toda nuestra existencia. Una pequeña gota sumergida en el mar,
así se define al contemplativo secular, sumergido en el inmenso mar de la misericordia
de Dios. Regla de vida I, SC.
Quizás la definición de carisma debería tenerse en cuenta desde el principio. El carisma es un
don especial del Espíritu Santo para que podamos realizar una misión que Dios nos encomienda. El
carisma penetra en la vida de la persona de tal manera que hay una identificación entre ella y el
carisma. Si, por un lado, el carisma es mayor y anterior a la persona, por otro lado, el carisma se
concreta en la experiencia práctica de la persona llamada a esa vocación. Aquí tenemos la conjugación
de lo divino con lo humano. El carisma es un don divino que se plasma en la experiencia humana.
Otro elemento importante a destacar es que el carisma llega al “ser” de la persona. Es una cuestión
ontológica y no meramente accidental. De tal manera que en el “hacer” se expresa el “ser”. Con esto
quiero decir que el “ser contemplativo secular” debe estar presente en todo lo que hacemos o, dicho
de otra manera, todo lo que hacemos debe expresar la identidad del contemplativo secular.
Teniendo esto en cuenta, pasemos al elemento central de nuestra vocación. La presencia de
Dios es algo que antecede a la existencia de todas las cosas creadas. Todo lo que Dios creó está
rodeado por su presencia. Como diría San Juan de la Cruz, “todo estaba cubierto de belleza”. La
cumbre de esa presencia es Jesús, el Verbo que se hizo carne y vino a vivir entre nosotros. De manera
especial para nuestro carisma, esta presencia se renueva en cada Eucaristía que participamos. Es la
culminación de nuestro día e incluso de nuestra existencia. En él participamos del misterio redentor
de toda la humanidad.
Si bien nuestra Regla de Vida define nuestro objetivo como “una conciencia progresiva”, aquí
no entendemos la “conciencia” como un artesano humano, mediante el cual rescatamos algo que antes
estaba en el inconsciente y que ahora nos hacemos conscientes. No se trata solo de recordar algo que
suele estar oculto u olvidado. Mucho más es experimentar a Dios siempre presente. Esta “vivencia
del Dios presente” requiere que tengamos una actitud contemplativa hacia todas las cosas. El
contemplativo es como el centinela que espera el amanecer y que es el primero en admirar el
esplendor de la luz del nuevo día.
Esta presencia de Dios es totalizadora, es decir, involucra todas las dimensiones de nuestra
vida. La vivencia diaria de nuestro carisma nos llevará a vivir desde esta verdad: Dios está en nosotros
(castillo interior), nosotros estamos en Dios (océano de amor). Todo lo demás es el resultado de esta
experiencia mística. La certeza de la presencia constante de Dios en nuestra existencia nos permitirá
vivir con gran confianza todos los acontecimientos de nuestra vida, incluso los más desafortunados.
Finalmente, comparamos nuestra identidad como “una pequeña gota de agua sumergida en el
mar”. Esta imagen evoca, al mismo tiempo, nuestra pequeñez y la grandeza de Dios en el que nos
involucramos. Es un misterio tal que es preferible guardar silencio y reverenciar. Qué pobres y
miserables somos, pero cómo Dios ha querido introducirnos en los insondables misterios de su amor.

** Haz tu momento de silencio y meditación **

SECULARES CONTEMPLATIVOS

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