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Glosario Historia Actual 1989
Glosario Historia Actual 1989
Juan Avilés
2010
La denominación de Grupo del Banco Mundial designa desde 2007 a un conjunto de cinco
instituciones, la más importante de las cuales es el Banco Internacional de Reconstrucción y
Fomento, fundado en 1945 sobre la base de los acuerdos tomados en la conferencia de Bretton
Woods de julio de 1944, de los que surgió también el Fondo Monetario Internacional. Su objetivo
inicial fue el de favorecer la reconstrucción de los países devastados por la Segunda Guerra
Mundial y el primer crédito que concedió fue destinado a Francia en 1947, pero a partir de los años
sesenta se ha especializado en la ayuda a los países en desarrollo. Forma parte de las instituciones
especializadas del sistema de Naciones Unidas.
Se trata de una organización intergubernamental, con sede en Washington, que actualmente cuenta
con 187 países miembros. Concede créditos a tasas de interés preferentes a aquellos de sus
miembros que se encuentran en dificultades, a quienes plantea para ello la exigencia de ajustes
estructurales, tales como la reducción del déficit público o la lucha contra la corrupción. En los
últimos años, en parte como respuesta a las críticas recibidas, su objetivo no es sólo promover el
crecimiento económico sino también la reducción de la pobreza. Sus principales proveedores de
fondos son hoy Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania y Francia, que en conjunto le
proporcionan más de la mitad, mientras que el resto viene de las contribuciones de otros cuarenta
países, incluidos China y Sudáfrica. Los principales receptores de créditos han sido últimamente
India, Pakistán, Nigeria, Vietnam y Etiopía.
El comunismo es una ideología política que propugna el establecimiento de una sociedad sin clases
basada en la propiedad colectiva de los medios de producción. Los primeros partidarios del
comunismo se dieron a conocer en Europa en los años cuarenta del siglo XIX y el documento más
importante de sus primeros tiempos fue el Manifiesto comunista, publicado por los alemanes Kart
Marx y Friedrich Engels en 1848, en cuya doctrina se basaron todos los Estados comunistas del
siglo XX. Hasta la revolución rusa de 1917 los términos comunista, socialista y socialdemócrata se
utilizaban casi como sinónimos y el de comunista era el menos utilizado, pues los partidos que se
inspiraban en la doctrina marxista solían denominarse socialistas o socialdemócratas. Pero cuando
tras la revolución de 1917 el ala llamada bolchevique del Partido Socialdemócrata Ruso,
encabezada por Lenin, estableció su dictadura, adoptó la denominación de Partido Comunista,
reutilizando el término empleado por Marx y Engels en 1848. A partir de ahí se produjo una
escisión en el movimiento socialista internacional y los sectores favorables a las tesis de Lenin se
agruparon en partidos comunistas nacionales.
La doctrina elaborada por Marx y Engels, conocida como marxismo, se presentaba no como una
propuesta de acción política, sino como el descubrimiento científico de las leyes en las que se
basaba el desarrollo histórico, la principal de las cuales era la de la lucha de clases. Marx y Engels
sostenían que el capitalismo había promovido una enorme expansión de la capacidad productiva,
pero era incapaz de gestionarla, porque se basaba en el choque de las iniciativas privadas, y
conducía por ello a repetidas crisis económicas y al empobrecimiento de la mayoría de la población,
relegada a la condición de un proletariado carente de toda propiedad que no fuera su propia
capacidad de trabajo. Pero por efecto de las leyes inexorables de la historia, que ellos creían haber
descubierto, el proletariado derrocaría el poder de la burguesía mediante una revolución violenta e
impondría su propia dictadura. El capitalismo daría paso a la propiedad colectiva de los medios de
producción, que aseguraría le desaparición de las diferencias de clases y el nacimiento de una
sociedad comunista, próspera y libre. Sin embargo Marx y Engels nunca describieron ni siquiera los
mínimos fundamentos de cómo suponían que iba a funcionar la sociedad comunista del futuro. Se
limitaron a afirmar que la desaparición de las diferencias de clases llevaría a la desaparición del
Estado, que no era sino el órgano de una clase para oprimir a otra. Así es que la fase final del
comunismo se llegaría a un modelo de sociedad similar a la que propugnaban los anarquistas,
aunque para estos la destrucción del Estado representaba el primer paso de la revolución, mientras
que los marxistas planteaban como primer paso la conquista del Estado por el proletariado.
La doctrina oficial de todos los Estados comunistas del siglo XX ha sido el marxismo-leninismo o
sus derivados, como el maoísmo en China, oficialmente denominado marxismo-leninismo-
pensamiento de Mao Zedong. La premisa del marxismo-leninismo, que fue codificado por Stalin,
era que las afirmaciones de Marx, Engels, Lenin y luego el propio Stalin o, en el caso de China,
Mao, eran verdades científicas indiscutibles. La principal aportación del propio Lenin fue el
concepto de que la revolución debía ser guiada por la “vanguardia del proletariado” organizada en
un partido disciplinado, el partido comunista. Lenin mantuvo la idea marxista de la desaparición
final del Estado, pero fundó de hecho un Estado muy autoritario, el primer ejemplo de lo que
algunos politólogos denominan Estado totalitario. Ello se debió a que transformó el vago concepto
de dictadura del proletariado, que Marx y Engels nunca precisaron, en el concepto muy claro de la
dictadura de un partido centralizado.
A partir de Lenin los términos socialista y comunista adoptaron significados nuevos. Por un lado se
produjo una escisión permanente en el movimiento socialista intencional, que se dividió en partidos
socialistas y comunistas, con la particularidad de que para los comunistas los socialistas no eran
sino renegados. Por otra parte en la terminología leninista se denominaba socialista a la sociedad
surgida en la primera fase revolucionaria, reservando la calificación de comunista a la sociedad
futura, en la que el Estado desaparecería. Eso significa que ninguno de los Estados comunistas del
siglo XX llegó a entrar en la fase que según su propia definición sería el comunismo. Por eso la
denominación oficial que el Estado creado por Lenin mantuvo hasta su desaparición fue la de Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nótese: socialistas y no comunistas.
En la práctica los rasgos fundamentales de todos los Estados comunistas del siglo XX fueron la
propiedad estatal de los medios de producción, la planificación económica y la dictadura de partido
único, que en muchos casos se convirtió en dictadura personal del líder supremo: Stalin en la Unión
Soviética, Mao en China, Kim Ilsung en Corea, Castro en Cuba. La desaparición del sistema
comunista ha sido sorprendentemente rápida. Entre 1989 y 1991 el comunismo desapareció en toda
Europa central y oriental, en la propia Unión Soviética y en Mongolia. En China y en Vietnam el
mantenimiento de la dictadura del Partido Comunista se ha combinado con una rápida transición
hacia la economía de mercado, con notable éxito. A la altura de 2010 el sistema comunista sólo
pervive en pequeños rincones como Corea del Norte y Cuba.
Se llama correlación a cualquier tipo de relación estadística entre dos conjuntos de datos,
denominados variables, por ejemplo la formación académica y los ingresos anuales de una muestra
de ciudadanos, o su nivel de práctica religiosa y su intención de voto. Sin embargo la correlación
estadística no implica por sí misma una relación de causalidad. Por ejemplo, de la constatación de
que los votantes de determinado partido tienen un nivel de práctica religiosa superior a la media no
podemos deducir sin más que el sentido de su voto se debe a sus creencias religiosas.
Existen diferentes medios de calcular el grado de correlación existente entre dos variables, que se
denominan coeficientes de correlación y se suelen designar mediante el símbolo r. El más utilizado
es el coeficiente de correlación de Pearson, en el que r = 1 indica la máxima correlación directa
entre dos variables, es decir que cuanto mayor es el valor de x mayor es el valor de y, mientras que r
= -1 indica la máxima correlación inversa, es decir que cuanto mayor es el valor de x menor es el de
y. Cuando las dos variables son independientes una de otra, el coeficiente es 0.
El interés de las correlaciones estadísticas estriba en que, si bien no permiten deducir por si mismas
relaciones causales, sí indican la posibilidad de relaciones de causalidad, cuya identificación puede
requerir el análisis de otras variables. Por ejemplo, se puede establecer que en el mundo actual
existe una correlación estadística entre el grado de desarrollo económico y el grado de libertad
política de los países, pero la explicación de este vínculo es compleja. Puede que el desarrollo
económico favorezca el establecimiento de un sistema político libre, puede que un sistema político
libre favorezca el desarrollo, puede que ambas variables sean dependientes de otras y puede que las
tres afirmaciones sean ciertas. En todo caso habrá que investigar cómo influyen unas variables en
otras, pero el hecho de que exista una correlación estadística sugiere al menos una posible línea de
análisis.
Se denomina déficit público a la diferencia entre los gastos y los ingresos de un Estado. Cuando por
el contrario los ingresos son superiores a los gastos se produce un superávit. Dentro del déficit
público se incluyen el del Estado central o federal, el de los Estados federados o comunidades
autónomas y el de los municipios. El déficit se expresa en porcentaje del PIB. El déficit se financia
mediante el recurso al crédito, ya sea mediante emisiones de títulos de deuda ofrecidas a inversores
privados o mediante créditos concedidos por instituciones internacionales u otros gobiernos. Si el
déficit se prolonga se va acumulando la deuda pública, que suele expresarse en porcentaje del PIB
del país. Así, por ejemplo, si la deuda pública de un Estado representa el 50 % del PIB, esto supone
que la deuda acumulada por el Estado representa la mitad de la producción total del país durante un
año. Puesto que la deuda pública es la deuda de un Estado soberano, se le denomina también deuda
soberana.
Parte de la deuda pública es adquirida por inversores nacionales (deuda interior) y parte es exterior.
La deuda exterior es la deuda contraída por un país respecto a instituciones internacionales, otros
Estados e inversores extranjeros privados, e incluye tanto deuda pública como deuda privada.
Los Estados pagan un interés por su deuda y si la deuda es elevada el pago de intereses se convierte
a su vez en un componente importante del gasto público y por tanto del déficit. La tasa de interés es
más baja cuanto mayor es la confianza en que el Estado que emite los títulos de deuda está en
disposición de pagar los intereses ofrecidos y se eleva en la medida que aumenta el riesgo percibido
por los inversores. Se denomina por ello prima de riesgo al incremento de la tasa de interés de las
emisiones de deuda pública debido a la desconfianza de los mercados. En Europa la deuda alemana
es la que inspira más confianza y por ello la prima de riesgo se mide por la diferencia entre la tasa
de interés que un país se ve obligado a ofrecer al realizar una emisión de deuda y la que ofrece
Alemania. Así, por ejemplo, si el bono español a diez años se emite a un interés del 2,55 % y el
alemán al 0,75 % se dice que el diferencial que expresa la prima de riesgo es de 180 puntos básicos.
Si un Estado se ve imposibilitado para pagar los intereses de su deuda recurre a la reestructuración
de la deuda, que implica una negociación con grandes inversores institucionales y privados para
conseguir una reducción de los intereses y de los plazos de pago. El temor a una reestructuración
hace subir en gran medida las tasas de interés que se han de ofrecer al emitir deuda. Es decir que
cuanto más aumenta el déficit público más aumenta la deuda pública y más disminuye la confianza
de los inversores, lo que a su vez se traduce en un aumento de las tasas de interés y un mayor déficit
público. Para evitar ese círculo vicioso los Estados han de ajustar su presupuesto, recurriendo a la
elevación de los impuestos y a la reducción de los gastos.
El déficit público está condicionado por las fluctuaciones del ciclo económico. En momentos de
crisis se reducen los ingresos públicos, porque los impuestos rinden menos, y se elevan los gastos
sociales, especialmente las prestaciones por desempleo. Por otra parte, como destacan los
economistas de la escuela keynesiana, en circunstancias de crisis el déficit público resulta necesario
para estimular la demanda y reactivar la economía. El intento de eliminar el déficit en plena crisis,
incrementando los impuestos y/o reduciendo los gastos sociales, puede resultar contraproducente, al
reducir aún más la demanda. A la vez, la necesidad de evitar la espiral de aumento de la deuda,
desconfianza de los mercados e incremento de la prima de riesgo implica la necesidad de ajustes
para reducir el déficit público. Por ello en los momentos de crisis aguda, como la Gran Recesión
iniciada en 2008, los gobiernos se encuentran ante la dificultad de ajustar el presupuesto para
recuperar la confianza de los mercados y al mismo tiempo evitar que el ajuste sea tan duro que
implique una caída del consumo perjudicial para la reactivación económica.
El término democracia procede del griego y significa gobierno del pueblo. Los primeros
ejemplos de gobierno democrático conocidos son los de las antiguas ciudades-estado griegas, en las
que se practicaba una forma de democracia directa, mediante la participación de los ciudadanos en
asambleas populares. La democracia moderna es en cambio representativa, es decir que son los
representantes elegidos por el pueblo quienes deliberan acerca de as principales decisiones a tomar.
El punto de arranque de la democracia moderna fueron las revoluciones americana y francesa de
fines del siglo XVIII, pero el momento preciso en que se estableció la primera democracia depende
de la definición exacta que se adopte
Las definiciones clásicas se han centrado en la fuente de legitimidad del gobierno (la
soberanía popular), en el propósito del gobierno (el bien común) y en el procedimiento para formar
el gobierno (mediante la decisión de los representantes del pueblo). Este último fue el aspecto
destacado por Joseph Schumpeter en su libro de 1942, Capitalismo, socialismo y democracia, en el
que criticó la validez de las definiciones basadas en la fuente de legitimidad y el propósito del
gobierno y propuso definirla en términos de procedimiento, es decir en la competencia por el voto
del pueblo entre quienes aspiran a gobernar. En esa misma línea y en un libro publicado en 1991,
La tercera ola, Samuel Huntington ha definido el sistema democrático como aquel en que el poder
se basa en elecciones “limpias, honestas y periódicas” en las que los candidatos compiten
libremente por los votos y virtualmente toda la población adulta tiene derecho al voto, lo cual
implica la existencia de libertades de expresión, reunión y asociación que hagan posible el debate
político y permitan la organización de campañas electorales.
Una definición basada en el procedimientos tiene la ventaja de que permite identificar si un
sistema es democrático mediante el análisis de aspectos como la limpieza electoral y el control
parlamentario del gobierno, pero en último término una democracia implica también un consenso
general sobre unos principios éticos fundamentales, que se pueden resumir en una concepción de la
dignidad humana que postula la libertad y la igualdad de todos los hombres y mujeres. La
declaración de independencia de los Estados Unidos de América lo planteó así en 1776, al afirmar
que “todos los hombres son creados en la igualdad, y dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, y que para
asegurar esos derechos crean los hombres gobiernos “que derivan sus justos poderes del
consentimiento de los gobernados”. Más de dos siglos después Ronald Dworkin, en su libro La
democracia posible (2006), ha definido los dos principios básicos de la dignidad humana en los que
se basa el consenso democrático como el “principio del valor intrínseco” y el “principio de la
responsabilidad personal”. El primero, que responde al ideal de igualdad, implica que todas las
vidas humanas tienen un valor y que es importante que todas las personas tengan la oportunidad de
desarrollar su potencialidad. El segundo, que responde al ideal de libertad, implica que corresponde
a cada persona la responsabilidad de desarrollar su propia potencialidad, de acuerdo con sus propios
valores personales.
En su libro de 1991, La tercera ola, Huntington ha propuesto una periodización de la
historia de la democracia basada en tres periodos de avance, que denomina olas, separados por dos
de retroceso. La primera ola, que arrancó de las revoluciones americana y francesa de fines del siglo
XVIII, condujo a mediados del siglo XIX a la aparición de los primeros sistemas políticos que
satisfacían los criterios mínimos de la democracia, definidos como un gobierno responsable ante un
parlamento que a su vez es elegido periódicamente por un cuerpo electoral suficientemente amplio.
La derrota de los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial condujo al punto más alto de esta
primera ola y el retroceso se inició poco después con el establecimiento del régimen fascista en
Italia. A partir de entonces se produjo el auge de las dictaduras, que llegó a su ápice con la
conquista alemana de gran parte de Europa en la II Guerra Mundial. La derrota del Eje dio inicio
una segunda ola democratizadora, que se vio potenciada por la descolonización, pero esta segunda
ola fue de breve duración, pues el reflujo se inició a comienzos de los años sesenta, con el avance
de las dictaduras en Asia, África y América latina. La tercera ola democratizadora se produjo en el
último cuarto del siglo XX. Su inicio se produjo con la caída de las dictaduras de la Europa
mediterránea y su momento culminante fue el hundimiento del comunismo, que desde 1945 había
representado la gran ideología que rivalizaba con la democracia.
El concepto de desarrollo humano representa un esfuerzo para medir no sólo el incremento de las
magnitudes económicas reflejadas en la renta nacional, sino el grado de satisfacción de las
necesidades humanas básicas. Su concreción estadística se halla en el Índice de Desarrollo Humano
(IDH) que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elabora y publica desde
1990 en su informe anual sobre el desarrollo humano.
El concepto de desarrollo humano se basa en las investigaciones del economista indio Amartya Sen,
pero la iniciativa de concretarlo en un índice estadístico le correspondió al pakistaní Mahbub ul Haq,
quien diseñó el IDH con el propósito de que el análisis del desarrollo trasladara su enfoque del
crecimiento de la renta nacional a la mejora del bienestar. El IDH es un índice estadístico que
combina datos relativos a la esperanza de vida, el nivel educativo (medido a través de la tasa de
alfabetización y de la tasa de escolarización primaria, secundaria y terciaria) y el PIB por habitante
(medido según la paridad de poder adquisitivo). De acuerdo con el IDH los países se clasifican en
tres grandes grupos, los de alto, medio y bajo desarrollo humano. Su utilidad principal es la de
medir los progresos que se producen en los países de medio y bajo desarrollo.
El IDH ha sido criticado por no haber tomado en consideración aspectos importantes de la vida,
como los ecológicos o los morales pero ningún otro índice de desarrollo, salvo el Producto Interior
Bruto por habitante, ha adquirido una difusión semejante.
Se denomina Estado del bienestar a un tipo de gobierno que asume la función de garantizar un
bienestar básico a todos los ciudadanos, a través de sistemas de seguridad social y de transferencias
de dinero público. En términos generales la combinación de democracia política, economía de
mercado y Estado del bienestar se ha extendido por todos los países más desarrollados, aunque el
Estado del bienestar ha alcanzado en Europa occidental una cobertura especialmente amplia,
mientras que en Estados Unidos es menor, debido a una mayor confianza en la iniciativa privada.
Cabe observar que las medidas de protección social pueden ser también impulsadas desde el sector
no gubernamental, a través de fundaciones y organizaciones caritativas.
Los principios básicos del Estado del bienestar son la garantía de la igualdad de oportunidades, la
promoción de una distribución más equitativa de la riqueza y la responsabilidad colectiva respecto a
aquellos que no son capaces de garantizarse por si mismos, por motivos de edad, enfermedad o
desempleo, un nivel mínimo de ingresos. Sus orígenes se encuentran en las políticas de gasto social
que se iniciaron en algunos Estados europeos a finales del siglo XIX, especialmente en la Alemania
de Bismarck, y se ampliaron durante los años treinta en respuesta a la Gran Depresión. El sistema se
desarrolló tempranamente en Suecia, a partir de 1936, quedó definido en un importante documento
del gobierno británico en 1942, el informe Beveridge, y se generalizó en Europa occidental tras la
Segunda Guerra Mundial.
Aunque la necesidad de un sistema básico de protección social no es discutida por ninguna fuerza
política significativa del mundo desarrollado, existe un gran debate acerca de los límites del Estado
del bienestar. Su ampliación ha exigido una elevación del gasto público y por tanto del nivel de los
impuestos, que en algunos países de la Europa septentrional se sitúan en torno al 50 % del PIB, y
ello es objeto de críticas por parte de sectores liberales conservadores. Estos arguyen que ese
elevado nivel de gasto público reduce la flexibilidad de la economía de mercado y resulta por ello
perjudicial para el progreso económico. Quienes defienden esta tesis argumentan que los Estados
Unidos, donde el gasto social es menor, han demostrado en las últimas décadas un mayor capacidad
de generar riqueza y empleo, mientras que los defensores del Estado de bienestar arguyen que el
caso de los países escandinavos demuestra que es posible combinar eficacia económica y protección
social. Las grandes potencias emergentes del siglo XXI, China e India, no son todavía
suficientemente prosperas como para haber creado un amplio Estado del bienestar.
Una etnia o grupo étnico es un grupo humano que cree provenir de unos antepasados comunes,
tiene una tradición cultural común y afirma un sentido de identidad diferenciado. El término
procede de la palabra griega ethnos, que suele traducirse por nación. Durante el período colonial fue
aplicado por los europeos a los diversos grupos indígenas que convivían en los territorios
colonizados y más tarde se ha aplicado a los grupos de inmigrantes que mantenían rasgos culturales
diferenciados en el seno del país en que se habían establecido.
No es sencilla la distinción en el uso de los términos etnia y nación, Ambos pueden ser
intercambiables cuando por nación se entiende un grupo humano diferenciado por su tradición
cultural, pero el término nación se utiliza también para definir a un grupo humano que constituye un
Estado soberano, mientras que etnia nunca se emplea en ese sentido. Cuando en un mismo Estado
nacional conviven grupos con tradiciones culturales diferenciadas se puede decir que se trata de un
Estado multiétnico. El término nacional suele tener un contenido político más fuerte que el término
étnico, así es que si un grupo humano se define a sí mismo como nación está proclamando con ello
su aspiración a algún tipo de autogobierno, mientras que no ocurre lo mismo con un grupo que se
percibe como étnico, en parte porque, a diferencia de los grupos nacionales, los grupos étnicos no
siempre ocupan un territorio diferenciado. En los últimos tiempos, sin embargo, han surgido
movimientos que reivindican derechos específicos en función la identidad diferenciada de su
respectivo grupo étnico. De ello ha surgido el debate sobre el multiculturalismo.
En el uso habitual el término étnico se emplea sobre todo para grupos humanos de origen no
europeo. En Gran Bretaña, por ejemplo, puede hablarse de minorías étnicas para referirse a los
grupos caribeños o pakistaníes procedentes de la inmigración, pero resultaría raro aplicar el término
a los escoceses o los galeses. En las ciencias sociales el término se utiliza en cambio con un alcance
más general. Uno de los primeros sociólogos en emplearlo fue Max Weber, quien definió como
grupos étnicos a aquellos grupos humanos que mantienen la creencia subjetiva de descender de
unos antepasados comunes, debido a sus rasgos físicos, sus costumbres o sus memorias de pasadas
migraciones o colonizaciones, independientemente de que dicha creencia tenga o no bases reales.
En contra de una percepción bastante extendida, los grupos étnicos no son entidades estables, sino
que se remodelan, aparecen y desaparecen en función de todo tipo de interrelaciones entre las
poblaciones humanas. Al proceso por el cual llega a formarse un grupo étnico se le denomina
etnogénesis. Por otra parte los límites de un grupo étnico no son siempre nítidos, por lo que a
menudo resulta imposible identificar objetivamente el número de etnias que conviven en un
territorio. La utilización política de la identidad étnica puede llevar a la imposición de identidades
arbitrarias y conflictos violentos. El término limpieza étnica se emplea para referirse a la expulsión
violenta de un grupo étnico de un territorio. Las matanzas y otras acciones encaminadas al
exterminio de un grupo nacional, étnico, racial o religioso se engloban en el delito de genocidio,
definido en el derecho internacional a partir de la convención de Naciones Unidas de 1948.
Hace un siglo etnia y raza tendían a identificarse, es decir que se pretendía asociar los rasgos
culturales propios de una etnia con determinados rasgos físicos hereditarios, pero este enfoque ha
quedado desacreditado, tanto por los avances de la investigación científica como por el rechazo de
todas las doctrinas racistas que se produjo tras los horrores del nazismo. Un paso decisivo se dio
con la declaración de la UNESCO sobre la cuestión racial de 1950. en la que destacados
antropólogos afirmaron que los grupos nacionales, religiosos, geográficos, lingüísticos y culturales
no coincidían necesariamente con grupos raciales y que sus rasgos culturales no tenían conexión
genética demostrada con rasgos raciales, por lo que para evitar errores era deseable prescindir del
término raza y referirse a tales grupos como étnicos.
El Fondo Monetario Internacional es, al igual que el Banco Mundial, una institución
intergubernamental fundada en 1945 sobre la base de los acuerdos tomados en la conferencia de
Bretton Woods de julio de 1944. Inicialmente contaba con 45 países miembros, que hoy son 187.
Su objetivo ha sido estabilizar las tasas de cambio de las monedas y contribuir así a la estabilidad
del sistema económico mundial, evitando así una repetición del colapso del comercio internacional
que se había producido en los años treinta. Los países miembros pagan unas cuotas para sostener
un fondo que concede créditos a aquellos que encuentran dificultades temporales en sus balanzas de
pagos. Forma parte del sistema de instituciones especializadas de Naciones Unidas.
Su dirección ejecutiva la integran veinticuatro directores, de los que cinco son nombrados por los
cinco países que suministran las mayores cuotas y diecinueve son elegidos por los restantes países
miembros. El gobernador, elegido por todos los países miembros, es tradicionalmente un europeo,
mientras que el del Banco Mundial es tradicionalmente un estadounidense. Su sede se halla en
Washington.
Los mayores contribuyentes y por tanto los países con mayor voto ponderado son Estados Unidos,
Japón, Alemania, Reino Unido y Francia, mientras que China, que ocupa la sexta posición, no ha
logrado hasta ahora incrementar su participación, como desea, Las principales decisiones exigen
una mayoría cualificada del 85%, lo que implica en la práctica el derecho al veto de Estados Unidos,
que proporciona el 17,2 % de las cuotas y tiene un voto ponderado del 16,7 %. Últimamente los
países que han recibido los mayores créditos son Rumania, Ucrania y Hungría.
El término globalización describe el proceso de creciente interacción entre los distintos países del
mundo en el plano económico, social, político, cultural e incluso biológico (difusión de especies
útiles y también de gérmenes patógenos). En particular se aplica a la integración de la economía
mundial en las últimas décadas como resultado del avance tecnológico, en particular en el campo de
las tecnologías de la información y la comunicación, y de la supresión de las barreras al libre
comercio. El término comenzó a ser usado por economistas y otros estudiosos en los años sesenta
del siglo XX y ha alcanzado una gran difusión desde finales de los años ochenta.
La globalización económica puede medirse a través del incremento del comercio internacional, de
la difusión de los avances tecnológicos (por ejemplo el uso de teléfonos móviles), de los flujos de
capital y de la movilidad de los trabajadores. Pero no menos importante es la difusión de las ideas,
de los conocimientos y de la cultura popular, a través de congresos científicos, medios de
comunicación, incluido Internet, y grandes eventos deportivos: las olimpiadas y los campeonatos
mundiales de fútbol son excelentes símbolos de la globalización por las inmensas audiencias que
obtienen en todos los continentes.
Los orígenes del proceso de globalización se hallan en los grandes viajes de descubrimiento de los
siglos XV y XVI, que condujeron al establecimiento por primera vez en la historia al
establecimiento de redes de tráfico marítimo que enlazaban a Europa, América, África y Asia. En el
siglo XIX la globalización dio un gran paso adelante debido a los avances tecnológicos, el triunfo
del liberalismo económico, las migraciones ultramarinas y la expansión colonial europea. El
periodo entre las dos guerras mundiales supuso en cambio un período de retroceso de la
globalización, debido al cierre de los mercados. La convicción de que la ausencia de una respuesta
internacional coordinada había contribuido a que se agravara la Gran Depresión e incluso,
indirectamente, a que estallara la Segunda Guerra Mundial, condujo a que tras la victoria aliada los
gobiernos de las potencias democráticas pusieran especial empeño en potenciar el libre comercio
internacional. La conferencia de Bretton Woods de 1944 supuso un paso decisivo para impulsar un
marco de estabilidad económica y monetaria y de eliminación de las barreras al libre comercio, por
lo que constituye el antecedente directo de la actual fase de la globalización. En el plano comercial
su principal resultado fue el establecimiento del Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas,
denominado GATT por sus siglas en inglés. Las sucesivas rondas de negociación que se han
sucedido en el marco del GATT y de su sucesora, la Organización Mundial de Comercio, han
conducido a la reducción de las tarifas aduaneras, de los costes del transporte marítimo, de los
controles para el movimiento de capital y de los subsidios a los productores locales, y al
reconocimiento internacional de los derechos de propiedad intelectual, todo lo cual ha propiciado
una enorme expansión del comercio, A su vez ello ha contribuido al crecimiento económico
mundial, de acuerdo con el principio de las ventajas comparativas, analizado por los economistas
clásicos, según el cual el comercio internacional es en términos generales, beneficioso para todos
los participantes, porque les permite especializarse en aquellas actividades en que pueden obtener
mayor eficacia comparativa.
El gran avance de la globalización se ha producido a lo largo de los últimos veinte años, debido al
espectacular desarrollo tecnológico que tiene en Internet a su mejor símbolo, a la consiguiente
reducción en los costes de comunicación y transporte, y al convencimiento general acerca de las
ventajas de la apertura económica el exterior, que ha conducido la integración en el mercado
mundial de los antiguos países comunistas europeos, de China y de la hasta entonces muy
proteccionista India. Ello también ha dado lugar a un gran número de críticas a la globalización, por
sus supuestas consecuencias perniciosas.
La globalización es en parte resultado del progreso tecnológico, pero es también resultado de una
opción política de los gobiernos, que han decidido abrir sus economías. Así es que la globalización
tiene un componente casi irreversible, como es el progreso tecnológico, y otro que no lo es, ya que
los gobiernos podrían renunciar a la apertura de sus economías a la competencia internacional en
caso de que llegaran a considerarla perjudicial para los intereses nacionales. La Gran Recesión
iniciada en 2008 no ha provocado sin embargo una vuelta al proteccionismo, sino que se le ha
hecho frente a través de una cooperación internacional que contrasta con las respuestas nacionales
contrapuestas que se dieron durante la Gran Depresión de los años treinta. La expansión de las
nuevas economías emergentes, menos afectadas por la recesión, ha evitado la reducción del
comercio mundial.
El término liberalismo puede emplearse en sentido general para referirse a la corriente ideológica
que ha conducido al surgimiento de las democracias liberales y cuyos principios básicos son
compartidas por todas las fuerzas políticas que se identifican con la democracia. En sentido más
específico se aplica a aquellas corrientes políticas que ponen especial énfasis en la libertad de los
individuos frente a la interferencia del Estado. Su etimología se remonta al término latino liber
(libre) pero su utilización para designar a una corriente política se remonta tan sólo a comienzos del
siglo XIX. Los liberales españoles, defensores de la Constitución de 1812 fueron los primeros en
adoptar esa denominación, que a mediados de aquel siglo era ya comúnmente usada en toda Europa
y América.
Los principios liberales básicos, según el filósofo John Gray, son el individualismo, el
igualitarismo, el progresismo y el universalismo. Es decir que los liberales defienden los derechos
del individuo frente a las presiones colectivas, afirman la igualdad de derechos de todos los seres
humanos, confían en un progresivo avance político y social y afirman la primacía de los valores
humanos universales frente a las diferentes tradiciones culturales. Los liberales defienden la
propiedad privada, la libertad económica, el gobierno representativo, la separación de la Iglesia y el
Estado y el pluralismo político. Se suele considerar como “padre del liberalismo” al filósofo John
Locke, quien tras el triunfo definitivo del parlamentarismo en Inglaterra con la “gloriosa
revolución” de 1688 defendió el gobierno basado en el consentimiento de los gobernados. Un siglo
después las revoluciones americana y francesa dieron un gran impulso a la idea de libertad.
El liberalismo clásico, que se desarrolló en Europa y América en el siglo XIX, promovió los
derechos individuales y el gobierno representativo. Su concepto de libertad se basaba en la llamada
libertad negativa, es decir la libertad del individuo frente a toda coacción exterior, del Estado, de la
Iglesia o de cualquier otra fuerza colectiva, incluida la posible tiranía de la mayoría. De acuerdo con
la doctrina de los economistas clásicos, expuesta por primera vez por Adam Smith en La riqueza de
las naciones (1776), defendió la libertad de mercado frente a las interferencias estatales y el libre
comercio internacional frente a las medidas proteccionistas. En todo ello el modelo británico resulto
particularmente influyente. John Stuart Mill, el más influyente filósofo liberal británico del siglo
XIX resumió el concepto clásico de la libertad al afirmar que esta consiste en que cada uno persiga
su propio bien a su propio modo.
Desde comienzos del siglo XX el liberalismo clásico fue en parte reemplazado por el llamado
nuevo liberalismo o liberalismo social, que destacaba las obligaciones sociales del Estado y fue una
de las corrientes que contribuyó al surgimiento del Estado del Bienestar. Surgió así el concepto de
libertad positiva, desarrollado en primer término por el filósofo británico Thomas H. Green, que
destacaba la necesidad de instituciones sociales y políticas que proporcionaran a los individuos las
condiciones necesarias para ejercer su libertad. Si de acuerdo con el concepto de libertad negativa la
misión del Estado es dejar hacer, de acuerdo con el concepto de libertad positiva el Estado debe
garantizar las condiciones de bienestar mínimas para que todos puedan ejercer su libertad.
La Gran Depresión de los años treinta contribuyó a una perdida de confianza en la capacidad del
libre mercado para regularse de manera autónoma y a una mayor intervención del Estado, que
encontró su inspiración en la nueva doctrina económica de John Maynard Keynes. Por el contrario,
a partir de la crisis de 1973 y de los gobiernos de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald
Reagan en Estados Unidos, se ha producido un retorno a los principios del liberalismo clásico, a
veces denominado neoliberalismo, que se ha difundido por el mundo con el avance de la
globalización.
En la actualidad los principios liberales básicos han sido asumidos por todos los partidos
identificados con la democracia, pero la herencia del liberalismo clásico la mantienen sobre todo los
diversos partidos liberales, de orientación en general centrista, que forman la Internacional Liberal y
que en el Parlamento Europeo se agrupan en la Alianza de Liberales.
El libre comercio es un tipo de política comercial que permite los intercambios internacionales sin
interferencia estatal. La política opuesta es el proteccionismo, que trata de proteger a los
productores nacionales de la competencia extranjera mediante tarifas aduaneras, cuotas de
importaciones, otras medidas administrativas que restrinjan las importaciones (incluidas medidas
para proteger la seguridad alimenticia o proteger el medio ambiente) o subsidios a la producción
nacional.
El argumento fundamental a favor del libre comercio es el principio de las ventajas comparativas,
cuya demostración clásica fue expuesta en 1817 por el economista británico David Ricardo. Este
principio explica por qué el comercio resulta ventajoso para las dos partes incluso en el caso de que
uno de los países pudiera producir más barata la mercancía que importa. El ejemplo de Ricardo se
refería al comercio de vino y tejidos entre Inglaterra y Portugal. Los costes absolutos de producir
ambas mercancías eran por entonces más bajos en Portugal, pero la diferencia era mayor en el caso
del vino, así es que a Portugal le resultaba rentable dedicar recursos a la producción de vino a
expensas de la producción de tejidos e importar estos de Inglaterra. A su vez a Inglaterra le resultaba
rentable especializarse en los tejidos, porque sus costes relativos (es decir en comparación con los
costes portugueses) eran más bajos que en el caso del vino. La conclusión es que todo país saldrá
beneficiado en la medida en que se especialice en la producción de aquellas mercancías para las que
sus costes relativos son menores.
La aplicación práctica de este principio da lugar a muchos debates, pero su validez general es
apoyada por una abrumadora mayoría de los economistas profesionales. De manera muy gráfica, el
prestigioso economista Paul Krugman ha afirmado que si su profesión tuviera un credo, éste
contendría sin duda los dos artículos siguientes: “entiendo el principio de las ventajas
comparativas” y “apoyo el libre comercio”. A los consumidores les perjudica el proteccionismo
porque las barreras a las importaciones encarecen los precios que pagan. Y se ha comprobado que
aquellos países que se han orientado hacia la exportación han tenido en las últimas décadas un
desarrollo significativamente más elevado que los que adoptaron una política de substitución de
importaciones que reservara el mercado nacional a los productores nacionales
Sin embargo cierto grado de proteccionismo se da en todos los países. Uno de los motivos es que
siempre existen sectores productivos nacionales a los que el libre comercio les perjudica: en el
ejemplo de Ricardo serían el sector vitivinícola inglés y el sector textil portugués. Tampoco
resultaba sencillo vender la fábrica de paños para comprar una viña, ni deseable perder el empleo en
el sector textil para irse a trabajar a otro. Desde el punto de vista político resulta además importante
que el libre comercio beneficie al conjunto de los consumidores de manera poco visible, mientras
que puede dañar de manera muy obvia a un sector concreto, que presionará en contra.
Además de la defensa de intereses particulares, el proteccionismo puede apoyarse en argumentos
más amplios. Un argumento muy sólido es el relativo a los sectores productivos nacientes, que no
han alcanzado las economías de escala necesarias para reducir los precios, pero que tras una etapa
de protección estarán en condiciones de afrontar la competencia exterior. En tales casos los
economistas recomiendan unas tarifas aduaneras moderadas. Menos justificación teórica pero
mucho apoyo político tiene la protección de ciertos sectores en declive, como es notoriamente el
caso del sector agrario de muchos países muy desarrollados. La política agraria común europea, por
ejemplo, es muy proteccionista. Otros argumentos se basan en la protección de la independencia
nacional, que ciertos sectores temen se vea comprometida si el país depende del exterior para su
prosperidad económica, aunque ello resulta en nuestros días inevitable, a no ser que se admita el
drástico declive del nivel de vida que implicaría una política autárquica. Los sindicatos de los países
desarrollados se sienten amenazados por la competencia de los países con un nivel salarial más
bajo, a los que se traslada la producción industrial de ciertos sectores (deslocalización). A un nivel
más general, sectores de opinión de los países más desarrollados temen que la competencia
internacional lleve a poner en cuestión sus niveles de protección social o de protección al medio
ambiente. Y también hay críticos que ven en el libre comercio uno de los instrumentos
fundamentales de la globalización y ven en ésta una amenaza a la diversidad cultural del mundo.
Nación.
El término nación, derivado del latín natio, se emplea para referirse a un grupo humano que
presenta ciertos rasgos culturales comunes y posee o aspira a algún tipo de autogobierno. Aunque a
menudo se emplea como sinónimo de país o de Estado, en principio no es difícil establecer una
distinción, pues el término país se refiere básicamente a un territorio, mientras que el término
Estado designa una entidad política soberana. Más difícil es establecer la distinción respecto a
términos como pueblo o etnia, salvo que el término nación tiene una carga política más fuerte: si un
grupo humano se define a sí mismo como nación manifiesta con ello su derecho al autogobierno.
Por otra parte el término nación se emplea muy a menudo como equivalente a Estado en el ámbito
internacional: un tratado internacional es en realidad un tratado entre Estados y Naciones Unidas es
una organización formada por Estados.
El término nación se aplica tanto a la nación-estado como a la nación cultural. Una nación-estado es
un Estado que se presenta como la expresión soberana de una comunidad nacional, mientras que
una nación cultural es una comunidad que se siente vinculada por unos rasgos culturales
compartidos, aunque no posea un Estado propio. Este segundo concepto resulta más problemático
que el de nación-estado, ya que no existe un consenso acerca de los rasgos que definen a una nación
cultural. El requisito indispensable es que los miembros que constituyen esa comunidad sientan la
existencia de un vínculo entre ellos basado en factores como la historia, la lengua, la religión y otras
tradiciones culturales. De acuerdo con la interpretación primordial de las naciones, común ente los
militantes nacionalistas, las naciones son comunidades naturales en las que se subdivide la especie
humana y tienen profundas raíces históricas, mientras que los Estados multinacionales son
construcciones artificiales. En cambio hay estudiosos que conciben a las naciones como
construcciones sociales, es decir como producto de una acción voluntaria y consciente encaminada
a su creación. Ernest Gellner, por ejemplo, ha afirmado que son los nacionalismos los que
engendran a las naciones y no viceversa.
Hay casos en que los ciudadanos de un Estado se sienten miembros de una misma nación debido a
su historia común, a pesar de sus diferencias étnicas o lingüísticas. En Europa el caso más evidente
es el de Suiza, un Estado en el que se hablan cuatro lenguas y cuyos ciudadanos se sienten
integrados en una Willensnation, es decir una nación basada en la voluntad. Un caso similar es el de
aquellas naciones surgidas de la colonización y la inmigración, en la que la diversidad de los
orígenes de sus ciudadanos no ha impedido el surgimiento de un fuerte sentido de la identidad
nacional basado en su tradición histórica, como ocurre en Estados Unidos o en Argentina.
La concepción de la nación como resultado de la voluntad colectiva tiene su más famosa expresión
en las palabras del escritor francés Ernest Renan quien en 1882 afirmó que una nación es “un
plebiscito cotidiano”, es decir que existe porque sus miembros quieren que exista. Frente a la
concepción primordial alemana según la cual la lengua y la tradición cultural eran la base de la
nación y por tanto Alsacia y Lorena eran alemanas, para los franceses lo decisivo era la voluntad
popular y por tanto Alsacia y Lorena eran francesas. Renan afirmó también que una nación era un
grupo humano que había hecho grandes cosas en común y quería seguir haciéndolas. En contraste
con esta afirmación optimista cabe citar la definición humorística, cínica pero no del todo
desencaminada, que dio el deán Inge, profesor de teología en Cambridge, a mediados del siglo XX:
“una nación es una sociedad que comparte un misma engaño acerca de sus antepasados y un mismo
odio frente sus vecinos”.
El término nacionalismo se puede utilizar en dos sentidos, el primero muy amplio y el segundo más
estricto. Por un lado para referirse a todas las manifestaciones culturales y políticas que se basan en
el sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos de un Estado y de adhesión a los valores que
dicho Estado representa, es decir como sinónimo de sentimiento patriótico. En ese sentido el
nacionalismo está presente en todas las democracias, ya que el consenso democrático resulta difícil
si los ciudadanos no se sienten partícipes en un proyecto común, algo que habitualmente se
denomina patriotismo. Y por otro para referirse a una doctrina política cuyo núcleo central es la
convicción de que la humanidad está dividida naturalmente en un tipo peculiar de comunidades
básicas, denominadas naciones, a cada una de las cuales corresponde la soberanía sobre
determinado territorio.
El nacionalismo en sentido estricto es una doctrina que surgió a fines del siglo XVIII por obra de
pensadores como el alemán Johann Gotfried Herder y que ha tenido una gran influencia a lo largo
de los siglos XIX y XX. Sus orígenes temporales coinciden pues con los de la democracia y no es
extraño que así sea. Cuando la soberanía se atribuía a los monarcas, la identidad de sus súbditos no
tenía trascendencia política y de hecho las ciudades y territorios podían pasar de una soberanía a
otra al azar de las herencias dinásticas y de las guerras. La democracia parte sin embargo del
principio de soberanía popular y a partir de ahí la identidad nacional de los ciudadanos adquiere una
mayor relevancia política. Históricamente se han seguido dos vías hacia el nacionalismo. La
primera ha sido la de identificar a la nación, sujeto de la soberanía nacional, como el conjunto de los
habitantes de un determinado Estado, que a veces es de origen dinástico, como en los casos de
Francia, España, China o Japón, y otras veces tiene un origen colonial, como ocurre con la mayoría
de los estados americanos o africanos. La segunda sido la de atribuir esa soberanía a una nación
cultural, es decir a una nación definida por unos rasgos culturales específicos, cuyo territorio puede
no coincidir con el de un Estado ya existente, sino estar englobado en un Estado más amplio (como
Irlanda en el Reino Unido) o dividido entre varios Estados (como Alemania, Italia o Polonia). En el
primer caso la nación queda delimitada por unas fronteras que son el resultado de una sucesión de
azares históricos, como uniones dinásticas o victorias militares, mientras que en el segundo es el
propio movimiento nacionalista el que se arroga la capacidad de identificar los límites de la nación
soberana.
Cuando la nación identificada por los nacionalistas coincide con un Estado preexistente, su objetivo
será reforzar los rasgos culturales comunes que diferencian a ese Estado respecto a sus vecinos, es
decir esforzarse a crear una identidad cultural diferenciada, y a su vez promover la homogeneidad
cultural en el interior de sus fronteras. Cuando la nación identificada por los nacionalistas resulta en
cambio estar dividida en varios estados o sometida a estados que los nacionalistas consideran
extranjeros, el movimiento nacionalista ha de plantearse necesariamente tres cuestiones: cuáles son
las fronteras de su nación, cuales son los rasgos culturales que diferencian a los miembros de esa
nación respecto a sus vecinos y cual es el grado de autogobierno político que desean para su nación.
El término neoliberalismo tiene una fuerte carga polémica, porque lo emplean sobre todo los
críticos de la liberalización económica para desacreditar las políticas que denuncian. Su uso
comenzó a extenderse en los años setenta del siglo XX, especialmente en América Latina, donde se
aplicó a la política económica de Pinochet en Chile, y su contenido se precisó cuando en 1990 Johm
Williamson forjó la expresión “consenso de Washington” para referirse a las meidas “neoliberales”
impulsadas en todo el mundo por dos instituciones internacionales con sede en Washington, el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Según Williamson, los diez elementos del “consenso de Washington” son;
Una política fiscal que evite el déficit público, salvo transitoriamente en circunstancias de
crisis.
Una reorientación del gasto público que reduzca los subsidios directos indiscriminados y se
centre en la educación primaria, la sanidad básica y la inversión en infraestructuras.
Una reducción de la presión fiscal excesiva, para estimular la innovación y la eficiencia.
Unas tasas de interés acordes con la situación del mercado, positivas en términos reales pero
moderadas.
Libre fluctuación de las tasas d cambio de la moneda.
Liberalización del comercio exterior.
Liberalización de los flujos internacionales de capital.
Privatización de empresas públicas.
Desregulación, es decir eliminación de las medidas que restringen la libre competencia,
salvo las requeridas por motivos de seguridad, protección del medio ambiente y protección
de los consumidores,
Garantía jurídica de los derechos de propiedad.
Desarrollo del sistema bancario.
A pesar de su carga polémica, el término neoliberalismo resulta útil para destacar que durante las
tres últimas décadas el período de intervencionismo estatal que se inició en los años treinta y se
inspiró en Keynes ha dado paso a un regreso de los principios del liberalismo clásico, aunque ello
no ha supuesto una renuncia al Estado del bienestar. La Gran Recesión iniciada en 2008 ha
planteado la necesidad de una regulación más adecuada de ciertas prácticas financieras, pero no ha
puesto en cuestión la confianza general en el libre funcionamiento de la economía de mercado.
Por su parte, los críticos del neoliberalismo argumentan que reduce la soberanía económica de los
Estados, cuya política se ve condicionada por la respuesta de los mercados internacionales,
incrementa la desigualdad social y reduce el poder negociador de los trabajadores.
Para las comparaciones internacionales es necesario utilizar una tasa de cambio de las monedas y
para ello se utilizan dos métodos. El primero es utilizar la tasa de cambio del mercado internacional,
mientras que el segundo modifica esta tasa teniendo en cuenta la paridad de poder adquisitivo de
las monedas, es decir el precio que hay que pagar por la misma cesta de productos en distintos
países. Puesto que los precios son más altos en los países más ricos este segundo método, que
refleja con mayor exactitud el nivel de vida relativo, muestra una menor diferencia entre el PIB de
los países más desarrollados y de los países en desarrollo.
El término socialdemocracia se aplica a una corriente política que durante su existencia de más de
un siglo ha experimentado un considerable cambio en sus objetivos, al tiempo que mantenía una
notable continuidad en sus organizaciones, en su apoyo social e incluso en sus principios básicos,
que pueden resumirse en la aspiración a un sistema económico y social más favorable a los
ciudadanos y ciudadanas comunes.
En una primera etapa los socialdemócratas o socialistas, ambos términos eran intercambiables,
pretendían sustituir el sistema capitalista por otro basado en la propiedad colectiva de los medios de
producción y se inspiraban en gran medida en la doctrina de Marx. Posteriormente algunos de ellos,
entre los que destacó Eduard Bernstein emprendieron una revisión de algunos aspectos del
marxismo y esta tendencia se fue acentuando tras la ruptura entre comunistas y socialistas que se
produjo a partir de la revolución bolchevique. En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial los socialdemócratas de Europa occidental jugaron un gran papel en la creación del Estado
del bienestar y se orientaron hacia la reforma del capitalismo más que hacia su abolición. Ello
condujo a su identificación práctica con el sistema basado en la combinación de la economía de
mercado e intervencionismo estatal dominante en Europa en aquel periodo. Pero el retorno al
liberalismo económico que se produjo a partir de los años setenta llevó gradualmente a los partidos
socialdemócratas a modificar sus planteamientos y a apoyar un modelo económico más flexible y
abierto. Esto ha conducido a que a comienzos del siglo XXI las políticas económicas de los
gobiernos socialdemócratas no sean en muchos aspectos contrapuestas a las de gobiernos más
conservadores, al tiempo que la socialdemocracia se mantiene como la principal fuerza política en
el campo de la izquierda.
El primer partido socialdemócrata fue el alemán, que surgió en el congreso de Gotha de 1875 de la
fusión de dos partidos preexistentes y se basó en gran medida, pero no de forma exclusiva, en la
doctrina de Marx. En los años siguientes surgieron nuevos partidos de semejante orientación, que
adoptaron la denominación de socialistas o socialdemócratas, y en 1889 se fundó la Internacional
Socialista, también conocida como Segunda Internacional, que actuó como órgano de enlace entre
ellos. Fue en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán donde surgió la corriente revisionista del
marxismo en la que se encuentra el origen de la socialdemocracia actual,. Su principal impulsor, a
partir de 1898, fue Eduard Berstein, quien criticó el determinismo económico de Marx y su creencia
en el empobrecimiento creciente de los trabajadores, en el inevitable hundimiento del capitalismo,
en la división de la sociedad en dos clases antagónicas y en la necesidad de la dictadura del
proletariado. Por el contrario propuso que la socialdemocracia colaborara con otros partidos
democráticos de izquierda para impulsar reformas sociales y políticas graduales por medios
pacíficos. Los novedosos planteamientos de Berstein fueron mayoritariamente rechazados por el
movimiento socialista internacional, pero sus ideas terminaron por imponerse en la práctica. A
partir de la revolución rusa de 1917 y de la escisión comunista, la mayor parte de los partidos
socialistas rechazaron el marxismo dogmático y la dictadura de partido y asumieron la defensa de
las libertades democráticas. Tras la turbulenta era de los fascismos y de la Segunda Guerra Mundial
esa fue la tendencia que se impuso en la socialdemocracia europea.
La nueva Internacional Socialista, fundada en 1951, denunció en su documento fundacional, la
declaración de Frankfurt, denunció tanto el capitalismo como el comunismo. Los partidos que la
integraban asumieron la defensa de los principios liberales en que se basaban las democracias
occidentales al tiempo que impulsaban, junto a otros partidos, el desarrollo del Estado del Bienestar.
En 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán abandonó en su congreso de Godesberg el marxismo y
el concepto de la lucha de clases.
El triunfo del Estado del bienestar, tanto en Europa como en otros lugares, incluido Estados Unidos,
que carece de una tradición socialdemócrata, ha restado especificidad a los partidos
socialdemócratas. Puesto que la sustitución de la economía de mercado ya no se plantea y los rasgos
básicos del Estado del bienestar no son discutidos por ninguna corriente política importante, el
programa socialdemócrata básico se ha convertido en parte del consenso democrático. Por otra parte
la necesidad de combinar el mantenimiento del Estado del bienestar con la promoción de la eficacia
económica, en una etapa de creciente competencia a nivel global y de declive demográfico, ha
obligado a los gobiernos socialdemócratas a tomar medidas de liberalización económica contrarias a
su tradición.
Podemos definir el terrorismo como un conjunto de actos de violencia premeditada, ejecutados por
una organización clandestina o por agentes encubiertos de un gobierno, cuyas víctimas son personas
no combatientes y cuyo propósito es político. Esta definición no es universalmente aceptada y el
propio término resulta polémico, debido a la fuerte connotación negativa que posee, por lo que
existe una reticencia a aplicarlo a los actos de quienes luchan por una causa considerada justa. De
acuerdo con una observación cínica, quienes para unos son terroristas, para otros son luchadores por
la libertad.
Existen sin embargo documentos internacionales relevantes que respaldan el empleo del término en
el sentido aquí apuntado. En 1995 a una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas
definió los atentados terroristas como “actos criminales con fines políticos concebidos o planeados
para provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en personas
determinadas” y afirmó que resultaban “injustificables en todas las circunstancias, cualesquiera sean
las consideraciones políticas, filosóficas, ideológicas, raciales, étnicas, religiosas o de cualquier otra
índole que se hagan valer para justificarlos”. Una resolución de la Asamblea General, a pesar de su
importancia simbólica, no implica sin embargo ninguna obligación legal para los Estados miembros.
En cambio un convenio internacional representa un compromiso obligatorio para todos los Estados
que lo suscriben. De ahí la importancia de que se incluyera una definición del acto terrorista en la
Convención Internacional para la Supresión de la Financiación del Terrorismo, adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 y que entró en vigor en 2002. De acuerdo con
ella se considera terrorista cualquier acto “destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves
a un civil o a cualquier otra persona que no participe directamente en las hostilidades en una
situación de conflicto armado, cuando, el propósito de dicho acto, por su naturaleza ó contexto, sea
intimidar a una población u obligar a un gobierno o a una organización internacional a realizar un
acto o a abstenerse de hacerlo”.
Puesto que los intentos posteriores de que Naciones Unidas adoptara una convención global contra
el terrorismo no han tenido éxito, esta definición de 1999 sigue siendo la de mayor validez en el
ámbito del derecho internacional. Conviene por ello analizarla con precisión los dos elementos que
la integran. El primero define el acto terrorista en relación con sus víctimas, que han de ser civiles o,
en términos más generales, personas que no están combatiendo en un conflicto armado. Es decir
que, de acuerdo con esta definición un atentado contra un militar en una situación de paz constituye
un acto terrorista, pero no ocurre lo mismo con un ataque realizado contra una patrulla militar en
una situación de conflicto armado. El segundo lo define en relación con su propósito, que ha de ser
el de atemorizar a una población o de forzar la voluntad de un gobierno o de una organización
internacional. De hecho el término terrorismo deriva de ese propósito de aterrorizar a una población:
el terrorista no mata sólo para eliminar a su víctima, sino para crear un sentimiento generalizado de
temor favorable a sus propósitos políticos.
Otra definición resulta particularmente importante a efectos estadísticos. Puesto que la
administración de los Estados Unidos es la que mayor empeño pone en recopilar y publicar
información sobre los atentados que se cometen anualmente en todo el mundo, debe tenerse en
cuenta que a tales efectos el Código de los Estados Unidos afirma que el terrorismo consiste en una
“violencia premeditada, con motivación política, perpetrada contra objetivos no combatientes por
grupos no estatales o por agentes clandestinos”. Como puede verse esta definición contiene dos
elementos que también figuran en la de Naciones Unidas, aunque expresados de manera más
concisa: las víctimas han de ser personas no combatientes y el propósito ha de ser político. Añade
además el carácter premeditado de los actos terroristas y que el sujeto terrorista ha de ser un grupo
no estatal o un agente clandestino. Esto implica que los actos de violencia contra personas no
combatientes promovidos por un Estado sólo entran en la definición de terroristas si se ejercen de
manera clandestina.
En realidad, la imagen habitual de un acto terrorista implica un acto clandestino, no una violencia
ejercida por agentes que se dan a conocer abiertamente. Por otra parte es innecesario englobar los
actos no clandestinos de terror estatal en el concepto de terrorismo, porque los crímenes contra la
población civil realizados por gobiernos están muy claramente definidos por el derecho
internacional. El estatuto de la Corte Penal Internacional, aprobado por la conferencia de Roma en
1998 y que tras haber sido firmado por 139 estados entró en vigor en 2002, declara en su artículo 7
que son "crímenes de lesa humanidad" aquellos que se cometen "como parte de un ataque
generalizado o sistemático contra una población civil" y "de conformidad con la política de un
Estado o de una organización". Y en su artículo 8 incluye entre los crímenes de guerra el de "dirigir
intencionadamente ataques contra la población civil en cuanto tal o contra civiles que no participen
directamente en las hostilidades".
A pesar de su especificidad, el terrorismo presenta algunas similitudes con otras formas de violencia
como la guerra convencional y la guerra irregular o de guerrillas. En los tres casos se emplea la
fuerza para lograr un objetivo político. En ese contexto el terrorismo representa una forma de
estrategia asimétrica, es decir de una estrategia que permite a quien la utiliza compensar la gran
desproporción existente entre sus limitadas fuerzas y las de su enemigo, pues es evidente que un
grupo terrorista no está en condiciones de desafiar a un Estado en enfrentamientos abiertos. Por otra
parte, los terroristas ignoran todas las regulaciones con las que el derecho internacional ha tratado
de limitar la barbarie de la guerra, especialmente las convenciones de La Haya y Ginebra que
imponen a los combatientes, incluso irregulares, las reglas mínimas de llevar distintivos, portar
armas abiertamente y conducir sus operaciones “de acuerdo con las leyes y costumbres de la
guerra”, especialmente aquellas que excluyen el ataque deliberado contra poblaciones civiles.