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Capítulo primero

C ausas que p ro v o ca ro n el nacim iento


de la R eform a

El pioblema de las causas de la Reforma es complejo 1. Para inten­


tar resolverlo es necesario ir directamente a lo esencial. El protestan­
tismo se apoyó en tres doctrinas principales: la de la justificación por
la fe, la del sacerdocio universal 2 y la de la infalibilidad basada tan
sólo en la Biblia. Ciertamente, estas innovaciones teológicas respondían
a las necesidades religiosas de la época, ya que de otro modo la
Reforma no hubiese logrado el éxito que alcanzó.
Es. poco convincente la tesis que afirma que los reformadores aban­
donaron la Iglesia romana porque ésta estaba corrompida por el liber­
tinaje y dominada por la impureza. En tiempos de Gregorio VII y de
San Bernardo, probablemente se dieron en la Iglesia tantos abusos
como en la época de la Reforma, y sin embargo no se produjo una
ruptura comparable a la provocada por el protestantismo. Otro hecho
también revelador es la conducta de Erasmo en relación con la Iglesia
de Rom a: en el E logio de la locura (1511) atacó duramente a los sacer­
dotes, a los monjes, a los obispos y a los papas de su época, aunque
sin embargo, no se adhirió a la Reforma. Y, en sentido inverso, cuando
en el siglo XVII la Iglesia católica ya había corregido la mayor parte
de las debilidades disciplinarias de que se la acusaba en el siglo anterior,
las diversas confesiones reformadas no volvieron a la obediencia de Roma.
Esto nos demuestra que las causas que provocaron el nacimiento de la
Reforma fueron más profundas «que los desórdenes de los canónigos
epicúreos o los excesos temperamentales de las monjas de Poissy» .
En la C onfesión de Angsburgo, cuando se trató de los abusos, no
se discutió sobre las costumbres de los monjes, sino sobre la «comunión
bajo una sola especie, de la misa erigida en sacrificio, del celiba o
bajo _una tos religiosos y de los ayunos y abstinencias exigidos
r l o X í ^ r f i j a d o s en 1534 en la misma puerta de las
habitacfcrnes de Francisco I d e s a n c la causaron un enorme escanda.»,

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católica de la misa. Y, s¡„ ,.In,
atacaban la coiieci’ disciplina había Lomado pronó ^ ^
p e s t e * - - - *• ü a s
M W'l,líI,,le s son tan públicos
Nu^ÍZadores mercaderes y artesanos

, desórdenes determinan una conmoción mucho más genera|


Pero estos dcsoioe , ¿ e ]as estructuras tradicionales.
de las conciencias individúale >

El pecado personal? hacia la justificación por la fe


A.
i D esgracias de la época
P resencia de la muerte y sen tim ien to de culpabilidad

En primer lugar, la Reforma fue una respuesta religiosa a la gran


amnistía de fines de la Edad Media, cuando toda una serie de catas­
tróficos acontecimientos sacudieron y desorientaron las almas: la guerra
de los Cien Años: la peste negra; hambres frecuentes: el Cisma de
Occidente, que se prolongó durante treinta y nueve años ante la indignada
sorpresa del mundo cristiano; el fracaso del gran estado de Borgoña
con la trágica muerte de Carlos el Temerario; la guerra de las Dos
Rosas; las guerras husitas y la creciente amenaza turca, contra la que se
rogaba diariamente recitando el ángelus. Los individuos y las sociedades
tomaron conciencia de su maldad, se sintieron culpables y pensaron que
sólo el pecado podía ser causa de tantas desgracias. Sin duda los cris­
tianos de entonces se vieron reflejados en las figuras odiosas y Bou-
queantes que Jerónimo Bosch pintó alrededor del Cristo doliente, i ero
nadie tiende más al pecado que el que se siente pecador. No solo os
grandes personajes, sino también la gente humilde juró fervorosamente
no volver a pecar. Sus juramentos sólo «podían brotar, en aquella época?
de una profunda fe» °. La narración de algunos crímenes espectacu am
corrió de boca en boca: asesinatos del duque de Orleáns, de Juan *
Miedo, de los hijos de Eduardo IV, la emboscada de Sinigagha oId
zada por César Borgia. A fines del siglo xv se difundió la creencia e
nadie entraría en el Paraíso después del Cisma de Occidente. re j e]
dores y teólogos insistieron en el tema de la gravedad ontologH^
peca o, y se consideró que la falta más pequeña era una herida in ^
a todo el universo. Dionisio el Cartujo afirmó que nadie P°ü ‘ e]e-
j r /<Ca Sravedad del pecado: los santos, las esfeias; caStig°
del ? S mf mos seres inanimados claman a Dios pidiemd° c0n-
Cl pecador. Así, contrariamente a la doctrina tomista, la f*lta 8

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ver lía en nuil posilivo. En csia atmósfera de pesimismo e inquietud, se
tendió Inicia un cierto inaniqueísmo, y la justicia de los hombres se hizo
más dura que nunca, por !o que, enfebrecida, buscó y castigó los delitos,
tanto los verdaderos como los falsos. El horror religioso al pecado y
la casi total ausencia de noción de las «circunstancias atenuantes»
hicieron que los Últimos siglos de la Edad Media fueran la época de la
crueldad judicial. En aquellos tiempos de generalizada superstición, se
creyó en la realidad de los aquelarres diabólicos y en los vuelos de las
brujas. La bula Summis dcsideranles, de Inocencio VIH (1484), y toda
una siniestra literatura, cuyo ejemplo más afrentoso es el M alleus ma-
leficaru m -—el M artillo de las brujas (1487)-—, fomentaron la búsqueda
y castigo de las personas de quienes se sospechaban que estaban entre­
gadas a Satán T.
Precisamente porque la gente había visto ya muchas calamidades,
esperaba que llegaran males peores. Gerson creía que el mundo tocaba
a su fin y lo comparaba a un viejo delirante y titubeante, víctima de
quimeras e ilusiones. Predicadores exaltados, y generalmente sospechosos,
hablaban a las multitudes de la próxima ruina de Roma y de la Iglesia,
y les hacían entrever espantosas catástrofes. La venida del Anticristo,
tantas veces anunciada, parecía inminente. San Vicente Ferrer y Savona-
rola la anunciaron en sus vehementes prédicas, y Lúea Signorelli pintó el
célebre fresco de las fechorías del Anticristo en los muros de la catedral
de Orvieto. Hacia 1500 se publicaron Vidas del Anticristo en diversos
lugares, tanto de Alemania y Francia como de España. En la creencia
popular, el reino de este enemigo de Dios y del género humano sería la
antesala del Juicio final. Los artistas representaron profusamente el tema
del Juicio final del mundo pecador en la piedra y en los libros, en los
tapices y en las vidrieras. El A pocalipsis conservado en Angers (segunda
mitad del siglo Xiv), el de Durero (1498), el Giudizio universale de
Signorelli, en Orvieto (terminado hacia 1504), son tres testimonios,
entre otros muchos, de la angustia que dominaba a las masas y a los
dirigentes a fines de la Edad Media.
A propósito de Durero, E. Delaruelle escribe que aquél, en su interpretación del
Apocalipsis se revela como «gran inventor de gestos trágicos», mientras que des­
cuida los episodios luminosos y más suaves de la obra en beneficio de los pasajes
más violentoss.
Es cierto que antes de 1350 se había representado también la escena
del Juicio final en los tímpanos y los muros de las iglesias, pero el
infierno se representaba sin estridencias. A partir de la peste negra, los
artistas se deleitaron mórbida y complacientemente detallando la gran
variedad de los suplicios del infierno. En un T ratado d e las penas del
infierno y d el purgatorio, publicado en París en 1492, se ve a los envi­
diosos precipitados en un gran estanque, que se esfueizan inuti men e
7

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7 ' 11 Z" ’ s<'’ l""'r 1,1 1>CS<> de sus cuerpos y el „ ,
;m.cvo ™ « 1 «B>« infernal; una multitud d?" ^ P c r o ,
i ‘ ' "u " 1UCr< ° a los Perezosos; diablos armadn*S<irpieme>> v ’’ su'n.„
,} t ol»sos a tragarse enormes sapos,J En el I de tr>dcm,5 ’n',ristri':':
f e sc convierte en un monstruo l ¿ant? * ^
4 Y (ln los condenados. g a te s c o que SfJ L du<]Ur}
.
U muerte fue el eran teína , u í „__ .. A Hütrr. A Üt-"
J‘ulrt de
Media, y a ella se di \ gran tcj™ ¿c la iconografía A "
«Resuena sin ces ar Ta“ 10 mas importancia que alal JuW icio1 ? " * 6, la baja t ,
a Mamada del mement.n ___- , ó ^nal v al ;..r. E *ad
ios frescos, en la literatura, en las P durante J ‘ .'.‘"Üen,,
m uerte es el gran personaje de la época " 1 ‘ ° 5 lib™s d é ^ "• Ee
«nciano siniestro, portad or de un reí .i d’ epresem ada en f0 bora3> la
de D urero, en form a de arp ía con a l-id l ° a re n a i °°m o en , 113 de un
^anto de Pisa, o bajo la ap arien cia de u n T ^ ® 0 ’ ^ m o e„
con una guadaña, o con una S a
b arroco tirado p or hueves A
de los T res
V
m u llo s y l
* eSqU elct0 gesticulan, ? * P *
, y a veces montado
' SÍgl° XI»
s'tlT
armad,>

dos se encuentran Krn« m v o s : tres jóvenes noble- r* ^ e tenia


gusanos, quienes les h a b l a ^ d e t e a s a d a 8 " " T " 8’ jT ^ T f
íes su próximo fin En el «i~u P da grandeza y anuncian » 1P -- °s
en el siglo xv se multiplicaron las d a n z a ^ 16 u palabra « n a c i S r t
Tierra T T ™ Y U'eg0 e “ SU “ i g e n X U
\ierra, se lleva consigo, en su ronda l La niuerte: reina de la
villanos, clérigos y laicos, prudentes e papas y reyes, "obles v
“ eIla aParece ridiculizado, y en estoT T ^ quiere resistirse
encuentros imprevistos entre le re s a l ? Slde, el humor negro de esos
Clones y placeres y la horrible sobe.!, ’ deseanan Prolongar sus ocupa­
bas danzas m acabras no evocaban J i " qT n no se des°bedece jamás,
también la igualdad ante la mi t • amente repentino del óbito, sino
ron entre el pueblo Hasta la n"! " V j Cf 10 expMca el éxito que alcanza­
dos danzas de la muerte da 1„ ' r a M a d Se lian encontrado cincuenta y
ninguna de ellas es «mprír* ° S1S!§ Í ° S Xv ^ XVI en Europa occidental, v
? ue decoraba l“ E « F ran cia, la más célebre fue la
había sido pintada en i / o - 6 . ^eiTleJlter^° de los Inocentes, en París, que
personas tomaron este n * ^ *Ue ” ^styuida en el siglo xv n . Millares de
mecerse frente a <?iínc Sano P ° r objetivo de sus paseos; acudían a estre­
ne viejo maestro de sardesca y burlona, con el andar ampuloso
cualquier profesión arrastrab a en pos de sí a la gente f
imprimió una n
ra
D " , ‘{) e im presor parisiense Guyot Marc a
de los Inocentes p 1 al Pa racer inspirada en la del cementen
Publicar a contin, U,V0 un gran éxito, lo que animó al e^íta^ra
Se limitó a representa°n Una P anza ^e ¿as m u jeres, ya que en la e|
autor de los versos d r ^na ^anza Hombres. M artial d Auvergn
S° S de esta uHima, a la que pertenecen los sile n te s-
«

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xD
ad^ a dji

^(/í-os, pastores y pastorcillas,


y los bellos cam pos qu e Dios hace c rec er;
A diós, flores y rosas en carn adas;
es n ecesario qu e todos obedezcam os al señor 11.

La danza macabra no sólo fue tema para pinturas y grabados, sino


también para representaciones dramáticas: el duque de Borgoña la hizo
representar en 1449 en su palacio de Brujas.
Había algo de sensual y de poco cristiano en esa atención excesiva
que se concedía a la destrucción del cuerpo y a la metamorfosis de la
belleza en podredumbre. En una sociedad obsesionada por el temor a
la muerte, la Iglesia se esforzó en destacar el momento en que se libraba
el último combate de la vida terrena y en el que se decidía la suerte eterna
del alma. Esto explica las numerosas ediciones (un centenar entre 1465
y 1500) del Ars moriendi, compuesto por un autor anónimo a principios-
del siglo XV, que se inspiró probablemente en una obra de Gerson. En
el Ars m oriendi, el agonizante aparecía rodeado de ángeles y demonios,
que se movían desenfrenados alrededor del desfallecido moribundo, a
quien querían hacer dudar, inducir al desespero, ligar por última vez;
a las fugitivas riquezas, persuadir a que blasfemara y, en último término,
hacer que se refugiara en la soberbia y el orgullo; pero los ángeles
ayudaban al paciente a resistir estas cinco tentaciones.
El éxito del Ars m oriendi demuestra de una manera evidente hasta
qué punto se preocupaban por la salvación personal. Hasta el siglo Xin
se había vivido según una concepción más comunitaria de k Iglesia,.
que daba m ayor im portancia a la salvación colectiva que a la individual;
u cio durante los últim os siglos de la Edad Media cada fiel se preguntaba,
pero
angustiado cóm o podría escapar a los tormentos eternos. Se podría recu­
rrir al D ios hecho hombre venido a expiar los pecados del mundo y
así pintores escultores, grabadores y vidrieros representaron insistente­
mente la pasión de Cristo, los u ltrajes y la flagelación que padeció,
mente la pas rA1 t Tesús expirando, el descendimiento de-
la cruz alzada en el en ^ rodülas de 5U madre
la cruz y el ac o P catedrales del siglo XIII no había representa-
d olorosa E n “ b o r T ru o lfica d o , n i 'de la era la época del «D ios
Clones del S a v xy s0 a esta imagen la del Cristo atado.
B e llo » de A m iens. g S a j nt.]) izier L a pasión del Señor hizo casi
flagelado y lamentable de Sai MaiUard afirm6 qUe
olvidar la resurrección. P fin(relación La dramática cruci-
Jesús había recibido 5.475 azotes en su la dc Miguel
fixión de Griineivald Píela* V f l m n ^ 1 céleb?e sepulcro de
Angel, la Lamentación de Cristo de Dure , ^ w70 u 90) nos recuer-
mes v el primer calvario bretón e ^ ’ Virgen del dolor era
dan L e S culto por la pasión de J e s u ^ por^a lAris,¡andad había
venera] en Occidente en las vísperas de la Ke
O

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i7le 'Id a , y se,lo«í.r “ luBril,m s»- l'» e ex a lta d a la sun„ „ .
iflindio el tema del la g a r m ístico Je »ús, f,„
SI
«le- Arno.il (.rebatí, fue el más célebre de lodos l f 7 ° de lu 'ns
contados hasta entonces. s ^r^sterio* ,l'

~ Baluautes c° nt« a la muerte terrena y la muerte f -


hn aquella época de calamidades pareció más n ' lhUNA
buscar refugio en la dulce madre del S alv .d « necesa n 0 qUe
esta vida y protegía del infierno. La colecebk, T S 11)3 ,os m a í ¿ 7
. m o r a de Jean Miélot, secretario de Felipe el Ri 1 a8 r°s de Nucstr
en gran medida a difundir el culto l U \ r B1Ueno (1 4 5 6 ), c o n t r i ? ?
sentada frecuentemente en ademán de nr ^ la M isericordia r . Uy°
■afligidos humanos. Se la llamó Nuestra ^ e ñ ^ ?u ampH° m a n t o ^
Señora del Buen Socorro M atar ? .Stra Senora de la Gracia N °S
dedicadas a s u d e vo j ó n a l ° ™ ^ e a r o n innumerables " T *

a s - 1■« s=áSre5« «

contra el ProleSía de la peste- Santa i® -día’ la “ «erte


en esnec i de mueIas- etc. Parecía mte b Apoloma era invocada
" rSP eCla 3 traV & de1 « ' “ o a lo s ca tó m e “ “ r e n a c e r e l Politeísm o
L o s san to s p ro teg ían n o s ó l n / i . nt os a u x ilia r e s .

?eHqu ts any coemá - «garaMías» « u S ^ i r V de U *»


ganar indíd !" as motiv° las devociones a T La veneración de sus
Edad Med gesnClaS’ que tuvieron un e\b„ l 6™3 l 3 la VirSen, hacían
™ i m i f ? , Se P,ensaba que el pecador no eXtra.ordina™ a fines de la

» * = = . -— « • ' V7 s : j . í n r r r ; ± “
historiador ha estnKl^- i
^ c a ' d e t l r r o ^ ^ ^ , “ e. 7 * *“ — ■«. «elación entre la
euentas establecido s.ena^acio que «esta iv,I>at,0, en1 as ferias practicado en la
5 da por la Iglesia ronu?! ¿ f nca de dePÓsitos y transferencias de
10 re e* tesoro de las gracias de Cristo

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i sanios, cámara de compensación de los excedentes de pecado y de los
y ^l' " ,s (jc santidad, concebida sobre el modelo de pago en las ferias, ponía en
j xccdcn (j-ji ^ UH|0 (.| ¡lnpCr¡Uf por intermedio de los Fiiggcr, sus cupones de
v ‘».,íJ '"i ,|c* redención en el más allá»12. Cristóbal Colón dijo un «lia: «Id oro
‘1¡VU1 ¡'«oro y quien lo posee tiene todo lo que necesita en este mundo, como tiene
t iábicn el me*lio de rescatar las almas del purgatorio y de enviarlas al cielo» ' .
Ciertamente la Iglesia enseñaba que era necesario confesar y comulgar
, ua obtener indulgencias, y además no señalaba como condición única
v necesaria para conseguirlas la entrega de una limosna. Pero, sin duda
alguna, los pueblos del Occidente medieval, temerosos, exaltados, igno­
rantes, que vivían, en algunos casos, al borde de la desesperación, ere
yeron que podían «comprar» su salvación, o al menos trataron de creer
que tal trueque era posible. Sin embargo, los pueblos conservaron una
duda, y esta duda constituyó la angustia de fines de la Edad Media, que
explica el éxito de Lutero. Es cierto que la anciana madre de Vil Ion, aun
sabiéndose gran pecadora, estaba segura de su salvación, ya que poma
toda la confianza en los méritos de la Virgen:
Señora de los cielos, regente de la tierra,
emperatriz de las infernales lagunas,
recibid a vuestra humilde cristiana,
que sea contada entre vuestros elegidos,
a pesar de que nada vale.
Vuestros bienes, mi Señora y Dueña,
son mayores que mis pecados;
sin aquéllos el alma no puede merecer
ni alcanzar el cielo 14.
Pero este optimismo aislado queda desmentido, en el plano socio­
lógico, por la fiebre con que Luis XI, dominado por el pánico a la
muerte, acumulaba medallas piadosas, reliquias e indulgencias, y por
el gran canto fúnebre de aquella época, el Dies Irae, compuesto a fines
del siglo X I V :
¡Qué pavor para el pecador,
cuando sobrevendrá nuestro Señor
para escrutarle todo con rigor!
¡Ay! ¿Qué excusa alegar?
¿Para mí, qué patrón invocar
cuando los más santos deberán temblar?
¡Día formidable el que el hombre en duelo
se levantará de su féretro
para el proceso de su orgullo!
En el Dies Irae el hombre aparece absolutamente solo frente a su
Juez v ni la Virgen ni los santos acuden a ayudarle. La doctrina lute­
rana de la justificación por la fe fue la respuesta a este poema desga­
rrador. Posiblemente el hermano Martín encontró en las Sentencias de
Pedro Lombardo elementos para esta respuesta, que deseaba también
toda la corriente agustiniana (a la que pertenecían Bradwardine, W yelif

11

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> I m-ix m i L Sin l'lilUl 1i; m. 1¡< i i'sjnu'sln yji
misino l)¡,\s h m SÍ(¡,,
<‘X| >it
' ,1
Jn, / pavoroso, Señor nlisolmo '■n
M icc ió n m u ,'ira para tus elegido*
I Heme de amor, sé mi salvación » ’
1 lOf Muo teimun el infierno. Lulero les diio- .n .* . ,

Laa de
L (l(,smflnmrin „ a ____-- i __ <lLadf
^ o rd e n a d a a d o ra c ió n p o r la V irg e n y l os
r e fle ja n el d e sa rro llo relim - •o soAd * y ios santnc . i
1 . ,7 ^ i
O ccid en te y Igioso de fines de la Edad Media’ F, Z s /r“S
>’ 1las o tra s c a la m id a d e s de 1 __ . 1 LlSlna V
fieles la necesidad de c r Z 7 Z l Z ,a. epoca « iv a to n aún m ;15®8 ^
sostenidos, e incluso abandonados p o T lT l ^ Slnti?t0n desligados6" '°S
numero de sacerdotes, y sin e m b a Z I £ Es,a c° " t aW , pM»
multiplicación de L,c J -u m„arS° habia falta de ello* graa

n í a . í £ o “: t ' r £ z m “ i : s ~ T .ú e
térro parroquial en manos de capellanes m e d ^ abandono del minis°

f-s i
que desorientaban y alarm aba! a los p J wos T ^ f °t0 tras interdicto,
excomuniones, porque los in te rd i^ ! n i cu tian o s más qUe las
temporal del cuf,o. Durante . H n -T ^ la
tres anos el interdicto; Zurich, diez - T j l m Z ^ S1f '° XIV’ Evfurt s«fn6
Alejandro V I consiguió vencer h U Z ’ T L Francfort>veintiocho,
gar un interdicto contra Florencia Tal de Savonarola al promul-
lorizar los sacramentos. Una de ’ l Z , ! — eS°? contrilray « o n a desva-
piedad del siglo xv fue la tendencia a '^ “ “ P3 '65 cayacledsticas de la
a preferir las procesiones a la misa e l L V ^ * ' ltUr^la tradicional,
ostentaciones de flagelantes a la »enT ni 0 a *a comunión y las
ser de otro modo sí los fieles i T1 ^ ea Parrocinial. Pero ¿cómo podía
hallaban lejos y separados del * mCn° S en laS PrinciPales iglesias, se
si se decía la misa en latín leirnua aue r^ aS ° P° r U" a tribuna elevoda>
que nadie explicaba a quienes no Z ™Uy P,?Cas Personas entendían y
a seguirla? Al escuchar n lnc - r cornPrendian, ni nadie los ayudaba
nos de entonces se sentía " r procllcadores más vehementes, los cristia-
generosidades, las conversiones, a todas las
pueblo presenHab-q i • J SOS5 y, sm embargo, ¿no es cierto que el
& ta lesV teresara /v e'miSa ° ° ? , lndif“ a ? Y aun en el caso de que
, 6 vcían en ella algo más que una ceremonia mágica?

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purldo cristiiijio ilm a la deriva >■. Para que se apaciguara su an garia,
prosa tía poi el Utos ¡rae, ora necesario tpio los cristianos csiuvieran
guiados por mano firme, La Reforma protestante primero, y la Contra-
rreiorina católica poco mas tarde, se esforzaron, cada una a su manera
en responder a esta necesidad.

o- Hacia el sacerdocio universal


I. P rogresos del individualismo y del espíritu laico
Lia normal que el pecador se sintiera a veces solo frente a Dios, en
una época en que el individualismo, en sus múltiples formas, estaba en
vías de desarrollarse. Las naciones manifestaban cada vez más clara­
mente su personalidad combatiendo unas contra otras, con lo que hacían
estallar la nebulosa cristiana. Los nuevos y poderosos comerciantes
— Francesco Datiní, los Médicis, Jacques Coeur y Jacob Fugger, apo­
dado «el rico»— osaban encarnar, frente a la moral de la Iglesia, el
pecado por antonomasia de aquellos nuevos tiempos: el de la codicia.
Dentro de la ciudad cristiana, protegidas cada una de ellas por un santo
diferente, se m ultiplicaban las cofradías, que deseaban tener cada una
su capilla particular, y eran rivales las unas de las otras. Nobles y
burgueses adinerados hicieron construir santuarios privados, en los que
se rogaba especialmente por los muertos de la propia familia. En las
vidrieras y en los retablos figuraba siempre el retrato del donante: se
erigieron sepulcros fastuosos para perpetuar el recuerdo de los grandes
de esta tie rra : Felipe el Atrevido, el senescal Felipe Pot, Francisco II de
Bretaña, Ju lio II, etc.
Un individualismo de este tipo había de ser evidentemente solidario
de una cierta afirmación del espíritu laico. En el plano teológico, el
sistema de Guillermo de Occam (1270-1347) fue la manifestación más
notable de este deseo de emancipación, ya que el franciscano inglés
declaró que la razón era incapaz de comprender a Dios, y que solamente
la revelación permitía acercarse a Él, y que, por lo tanto, existían dos
campos radicalmente separados: el divino, en el que no entraba la razón,
y el de los fenómenos terrestres, susceptibles de ser interpretados cien­
tíficamente. El primero sólo podía ser explorado por la teología; en
cambio el segundo debía ser autónomo y, en consecuencia, debía quedar
al margen de la inquisición de la Iglesia. Occam indico ademas que el
hombre no era imagen de Dios, Ser absolutamente libre e incompren­
sible con lo que hizo tambalear los fundamentos de la armoniosa cate-
d ra l'intelectual construida por Santo Tomás de Aqumo
destacado el acuerdo existente entre la razón y la revel
aue en sentido contrario, el franciscano ingles anulo el paso de la una
a la otra al situar a Dios en un universo lejano y al esforzarse en amp lar
13

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li,s *1«mirras de un mundo lmmnno nutúnumo. ¿ q - s
Oivmu previo una separación sin fricciones e n tre V -n '0 íi9tü der­
iva 1¡dad. quiso aumentar deliberadamente la imno-ro 18.dos
on la Iglesia, en una época en que todos Jos actos dc l»s |. "
mi significado religioso. ' a So<dedad
l‘d historiador debe esclarecer también otra fo n m i • " Uln
que aparece frente al individualismo la ico : el aue ^ lndividualiStv
pim ad personal. Geert Grool recomendaba a sus herm-n ° r ij SI)0nde a t°
esta piedad personal, que impregnó la obra cumbre dV ? C017 l«nidaS
u igiosa de la ép oca: la Im ita ció n . L a expresión más Vpl ' a ilefatura
forma de vivir la religión dio lugar al m isticism o. Los de e*a
l t l° ~ T 611 eSpCCÍai Ruysbroeck> Dionisio e S 05 la^ c o s
E ckart y I ’au ícr— entraron directamente en contacto con V ^ Mñestro
divinidad al apartarse de los cam inos de la teología r a e i S i 1T}sondable
al negarse a seguir viviendo conform e a la imagen relim o! ytdeductiva,
> al superar los medios sacram entales ordinarios A tradlcional
con Dios. rios de comunicación

■ D‘? " 1S1° eI Cartujo imaginaba la divinidad «como un rU ■ -


S f e 8 e C™zah en el verdaderamente pfadTso T * * * 1Uno>
\mrse > se extravia sin errar, se hunde con deleite v °'V yerra sin extra’
hundirse». Para el Maestro Eckart el alma no alcanzaba V aT eam ^ l ^ marcha sin
que «hundiéndose en la divinidad desértica, en la que no e i n,ás
> que se pierda y zozobre en el desierto»; mientras que Tauler ~ ° ’ra V lmaSetl-
amo Lutero, escribía: «En este abismo se pierde el mismo í u n yaS obras tam0
cíente ni de Dios ni de sí mismo, ni de las semejanzas ni de \ y n° es cons'
cosas existentes, ya que se ha abismado en la unidad d m laS d!ferencias de las
idea de diferenciación» 15. Unidad de Dl°s y ha perdido toda

EnT odo caso,


Ln todo cna t ÍCham0 ^
^ señalar que
hay que Lutero fue discípulo de los místicos
se^iahT eS’ 1 <|Ue 611 a The° l° g ia deutsch, que leyó en el convento, no
se habla m de los sacramentos, ni de la Virgen, ni de los santos.
. o poc emos ejar de referirnos aquí a la experiencia mística de
Juana cic Arco. A sus diecinueve años prefirió una muerte atroz en la
hoguera antes que renegar de sus «voces». Es cierto que al recusar a sus
jueces ape o al 1 apa, pero también lo es que fue enviada ante un tribunal
presidido por un obispo, en el que figuraban teólogos de París, y que
ue condenada por «herética, cismática, idólatra, invocadora del dia-
o...». lora b ien : desde 1456 fue rehabilitada su memoria, con lo que
un aico “—una sencilla muchacha— llevó razón en materia religiosa fren­
te a un ti i mnal de la Iglesia. Ella era la santa. Juana de Arco, p01 slj
pureza, rectitud y piedad, por el respeto del que supo rodearse en e

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i'jrivito, por las sorprendentes victorias militares de f.
(linaria carrera y ,u>r su inteligencia, es el
coimKnedoi del i mal de la Edad Media. Pero que tan singular destino
lKtva podido producirse en Francia y en la Iglesia del siglo xv es también
señal evidente del resquebrajamiento de las estructuras y de la profunda
división de los espíritus.

2. D e s p r e s t ig io del sacerdocio

La sociedad íural de la alta Edad Media había permitido el floreci­


miento de una cristiandad comunitaria dominada por la jerarquía
eclesiástica y las abadías. Por el contrario, el ascenso de la burguesía
) de los ai tésanos, y más en general del elemento laico, la creación de una
ch i lización urbana, la aparición del lujo, la afirmación de un cierto
sentimiento nacional, el desorden general de los espíritus en un clima de
inseguridad y, en fin, los defectos de la Iglesia engendraron a fines de la
Edad Media una especie de anarquismo cristiano. En aquella atmósfera
de confusión de jerarquías y de valores, los fieles ya no eran capaces de
distinguir con la claridad de antaño entre lo sagrado y lo profano, y
entre el sacerdote y el laico.
Se había llegado a tratar a Dios, en la vida cotidiana, con una fami­
liaridad contra la que el protestantismo reaccionó enérgicamente. Un
refrán decía así: «Dejad hacer a Dios lo que quiera, que es hombre de
edad», y Froissart afirmaba: «Dios, que es persona tan encumbrada».
Los mismos clérigos se permitían extrañas confianzas: el obispo de
Chalón, Jean Germain. comparó a Juan Sin Miedo con el Cordero de Dios.
Teólogos y predicadores sentían una curiosidad no muy pertinente sobre
la castidad y edad de la Virgen y San José. Agnés Sorel, amante de
Carlos V II, prestó quizá sus facciones a la Madon a de Fouquet que estuvo
antaño en Melun 19. De todas maneras, no podemos menos de conside­
rarla. con Huizinga, como una «mujer de la moda de aquel tiempo, con
la frente abombada y depilada, de senos redondos y de cintura alta y
delgada» 20. En los lugares de peregrinación, e incluso en las iglesias,
las prostitutas buscaban a sus clientes y las alcahuetas encontraban un
ambiente adecuado para sus protegidas. En algunas ufas se ofrecían
indulgencias de premio. Un narrador, en las Cien nuevas n oticias, liace
aparecer un sacerdote que sepulta a su perro en licita sagiada. En las
canciones profanas se mezclaban palabras litúrgicas, y se componían
misas con temas de canciones profanas. En las vísperas de fiestas se
bailaba en las iglesias. Jean M ichel, que narró en 65.000 versos el
segundo y tercer día de L a P asió n de Gréban, no tuvo inconveniente en
introducir, para atraer la atención del público, escenas cómicas y
realistas, tales como las de los amores de Judas o las de la vida mundanaI
U\

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d¡ ' Il,ri¡' Magdalena. K1 dominio de la le era asaltarlo por Un:, ,,1 ,
l>r®f»nos. Por otra parle, esta invasión, de la “ „“da d<=
' 1,1,1 1"■’ laciamente conscientes, sólo podía j)rodncirsc en inri o^J-0?08
>atnrada de preocupaciones religiosas; pero ¿podía la figura del ®d
srut*'su0 fnerza V * " ' M C' im" * " or¡S inalidad >' cl llal° dc s o le d a d " ,^
Nxto 1\, obrando como cualquier otro príncipe secular se
la conspiración de los Pazzi; Inocencio VIH y Alejandró VI ^£
JOS naturales; Julio II no se contentaba con declarar la guerra sin*
<iue cl mismo, con casco y armadura, la dirigía en el campo de batallé
-con \ era mas aficionado al teatro que muchos laicos. Bastantes obis.
,H,'_ 'ij>an en las cortes y se dedicaban a la caza. Cuando David de Brí
P "ia , hijo natural dc Felipe cl Bueno, fue nombrado obispo, se presentó
en la catedral con armadura, «como un conquistador, como si fuese im
])nnc,pe secular» (Chastellain« ) . Los obispos de Estrasburgo habían
pcidic o la costumbre de llevar la mitra y el báculo. Muchos prelados
o decían misa en raras ocasiones. Gran número de sacerdotes, en el
ajo clero, vivían en concubinato y tenían hijos bastardos, cosa que
por otra parte no significaba que llevaran una vida disoluta. Vestido^
como el resto del pueblo, jugaban a los bolos con sus feligreses, iban a
a taberna y tomaban parte en los bailes pueblerinos. Poco antes de la
x 'forma, el obispo de Basilea, Cristóbal Von Huttenheim, recomendaba
^ los sacerdotes de su diócesis «que no se rizaran el pelo, que no comer-
• mían en las iglesias, que no provocaran escándalo, que no vendieran
licores, que no se dedicaran a la compraventa de caballos y que no
adquirieran objetos robados» 22. 3 4
Las ordenes mendicantes contribuyeron también a desacreditar al clero
secular. En 1516 un fraile jacobino 23 de París hablaba así;

íraiIes menores y los predicadores... son los verdaderos sacerdotes v los


auténticos presbíteros, y son antes que los párrocos va ciue han ciHn fnn„w ’i
instituidos por privilegio del P ap a.y los párrocos.!.' s L ’ p o r e í o b L ^ w í l o s
pueden absolver muchos pecados que no pueden absolver los párrocos?»."
Se puede leer también, en un Coloquio de Erasmo, el siguiente diálogo entre un
sacerdote y unos hermanos predicadores que discuten junto a un moribundo-
tro» ' ° , me r teneCe>>’- dV° Un° ’ <<No>>’ contestaron los otros, ¿es nues­
tro» «No teneis derecho a engañarle y oír su confesión». «Vuelve con tus bas­
tardos». «Sois unos sinvergüenzas, y no os permitiré predicar en mi iglesia» «Somos
bachilleres en teología y estamos preparando la licenciatura». «Vuestro fundador
o sabia quien era Escoto ni tampoco sabía gramática»25. Finalmente el moribundo
tuvo que aplacarlos y confesarse de nuevo con el cura de su parroquia.

Se sabe también que en L rancia y en Alemania sobre todo, el bajo


clero vivía a fines del siglo xv en unas condiciones económicas muy pre­
can as, ya que muchos sacerdotes titulares no residían en sus puestos y
eran reemplazados por capellanes que constituían una especie de prole-

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ii,i iit' **. • I" ■I.ntu. m** *1 l’.i ni i'iiii i \ la rnnfr»ión S \i ?rl»£i«.n llalli»
• ,," U , -‘ l • »rno no ib.; , P , , ;tu . u
fig,,ra drl ^ w rdo,V >r caréctrr ^ r .i .l o 1 , ,|pt,no..n
*" y a como lo at^timian U ,
M,|,|r\m unir- «Ir \\ \cI»I \ Juan llu--.
Wx r l . í . ni m. admitir lo* sacrmnmto**. niega también la \ a \c m a
j r r a r q m r a . l-o* sacrrclotr.'* - que dehrn sor todo* iguala sólo serian
1°“ d.-pninml.im, ,lr )a |,a1“l»ra, poro es Dios quien obra en nosotros al
cnlrogiirnos su doctrina on la Biblia. Pocos años después Juan l l u -
|ii< di' .i q»M on . .icr rdf>i< « n pecado mortal no p> un \erdarlero sacerdote,
afirmación que es extensible a los obispos y al Papa:
|,,h .arerdotes que viven bajo cualquier forma de vicio mancillan el »n«b*r <a«*.*r
dotal, y como hijo» infieles juzgan erróneamente acerca de los siete sacramentos
di I* Igjcsi** «« *as ,,aves* deJ o s oficios, de la^ censuras, de las costumbres, de la
ceremonia**, de las cosas sagradas «le la Iglesia. <b*l culto «le las reliquias «le la* imlnl-
grnrins, «le las onioncs...
Nn.lif «s representante «le Cristo o de Pe.Iro si no imita también sU< ros.
lumbres...» ‘

Juan IIuss su sublevó también contra el sistema eclesiástico n pidió


para los fieles la comunión bajo las dos especies, que basta entonces
estaba reservada a los sacerdotes. El reformador checo murió en la
hoguera y se cm pielidieron «cruzadas» contra los busitas. Sin embargo,
el concilio de Basilea concedió la comunión bajo las dos especies a los
«utraquistas». blie ésta lina victoria limitada, pero auténtica, del sacer­
docio universal.
Eos esfuerzos que la Iglesia romana tuvo que efectuar más tarde
— fines del siglo XVI y totalidad del siglo XVII— para revalorizar la
función sacerdotal son una prueba suplementaria del descrédito en que
estuvo sumida durante el Renacimiento. La creación de los seminarios,
la de los O ratorios de Felipe Neri en Italia y el Oratorio de Bérulle en
Francia, los diez años de noviciado impuesto a los futuros jesuítas, las
conferencias organizadas en San Lázaro por San Vicente de Paul para
los ordenandos, la austera y noble disciplina de San Sulpicio, fueron me­
dios con los que se consiguió que prim ero los propios sacerdotes, y luego
las masas, que seguían siendo católicas, com prendieran la eminente digni­
dad del sacerd ocio.

3. L o s LAICOS EN AYUDA DE LA IGLESIA

El que la sociedad laica haya chocado frecuentemente con la sociedad


eclesiástica, en los ú ltim os siglos de la Ed ad M edia, no invalida naca e
lo (pie se ha (licito sobre la crecien te confusión entre lo sagrado y o
profano y la m ulita in flu en cia entre am bos dominios, religioso y ci\ •

17

D iiu m i .au: La Reforma.

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1 '! ' n ,ll/’"’u,n <i’’ 1,1 *'**1 repitámoslo, demasiado nrofuml«
" 1,1,1 Pnru *||11’ lu Iglesia y el Estado pudieran delim itar -,r* •,tl( 1|,,;
dominios. O bien la Iglesia tendía a s o m e ^ T "
■ secular, cuino ocurrió en tiempos de Inocencio I I I , \
I r" )riiin(,s 'raliilian de imponer su propia dominación a |a Im ,,’-11
' * , ,11 ^on'lacio
........ ........ . \' I I I frente
"uno- a Felipe
v cupe el
ei Hermoso, la larua
lar^a (w.r.
n< 1
a sede n ..n Si,',i;n« .... ..i • • «• P Perm a-
r'.' ’ l' r " s,:,Ir “I-OSK'-Iiüa en Aviñón bajo el dominio cfectfvo , l e T
l?.y„ v v ,V ‘,ní.,a’ 0 resisl0" ci“ 'lo Lili* IV «le lloviera, excomulgado .
X X finalmente el Cisma «lo Occidente, disminuyeron el p restí?'
"?firiul° VIO»»" Cristo. Dante, Marsilio «le Padua y Guille™^? °
><am exaltaron las funciones «lcl emperador como legislador humano ?
pumo '(.'guiador «le la sociedad cristiana, que sólo podia «er rosno'
cchle am e D.os, Por su parte, Juan Huss afirmó: P° n-

«leí poder ‘Imperial’?1» ' M Cm‘,cr* 'k,r y la l,rin,oc¡a « ¡ " « ¡ ‘ uciSn (lcl papa,!».

E l con cilio de Constanza declaró herética esta proposición «ti


f U 'S °« cuando la cristiandad estaba dividida entre tres D a ñ a s f ¡
.m iro em perador, el rey de romanos Segism undo, q u t n c o n K s i s t c ?
'ogro la reunión de este concilio que puso fin ni «
apareció entonces como un salvador. ‘ ‘ L eS lsm™ do
De esta manera, la intromisión del Estado en ln Tcriocía 0 ,
mas evidente. Durante el cisma, los
C 1 general, a su gobierno en su obediencia a tal o cual nana T . T ’
T t o dePai 5 ? 6 T U? . j n ,™ ment.° » — de e c Z

an,e t hab!a

con frecu en cia com o p rín cip es las autoridad ° S P.ap as se com p ortaban

^•Ts^T¿¿•t*SSvaa.‘3s r a
z ;:z h: > "* s “ ; " ¿ s r t ,*

“ S a s ta” i 4“ i

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Ames nu'liiso del (.oiiconlnto ilo 1f>1(>: «El consejo <1.1 rry (.Ir Francia) «l.rcidc
iUMivii «l.1 i. mIo : i-roa, uno o sopara lus cargos eclesiásticos, se pronuncia sohro las
fundaciones y los legados, arbitra las competencias en las elecciones; el rey .la
fuerza ejecutiva a los cánones, los quebranta, ordena la proclamación de los con­
cilios. Conseguida una conquista judicial paralela a esta conquista administrativa,
el Parlamento ha llegado a ser «competencia en último extremo», incluso en materia
eclesiástica, juzga sobre los cargos clericales, sobre las obras en lo> templos, sobre
las \otacioncs de los capítulos, sobre los estatutos de los sínodos; condena a los
obispos a pagar multas, retira las censuras puestas por ellos, supervisa indulgencias
V confesores, autentifica las reliquias e interviene en la redacción de los breviarios.
Es un «cuerpo místico» cuyos oficiales no pueden ser alcanzados por la excomunión.
Es cierto que esta compuesto de eclesiásticos y laicos, pero el número de los primeros
va decreciendo y por otra parte su lealtad no tiene nada que envidiar a la de los
miembros laicos»28.

Ln muchas ocasiones, durante los años 1498-1499, el Parlamento de


lonlouse intervino para obligar a los obispos del Languedoc a que entre­
garan al menos un tercio de sus ingresos a su diócesis. En 1510 un abo­
gado del rey actuó en el mismo sentido contra el arzobispo de Bourges.
En el siglo que precedió a la Reforma múltiples cofradías, por no
hablar de las órdenes terceras, construyeron hospicios y hospitales, como
por ejemplo el Ospedale de San Rocco en Florencia. Esto probaba que
ni las órdenes religiosas ni los cabildos se preocupaban del cuidado de
los enfermos con el celo de los tiempos anteriores. Los laicos venían a
sustituirlos. Es sintomático que el célebre hospicio de Beanne fuera
edificado a expensas de un hombre que no era de la Iglesia, el canciller
Rolin. En 144-9, Domingo de Cataluña convenció, no a los religiosos, sino
a los habitantes de Pavía, para que construyeran un hospital. De hecho,
en muchas ocasiones la administración de los hospitales por los religiosos
levantaba tales protestas que las autoridades civiles se veían obligadas
a encardarse de la dirección de estos establecimientos. En 1505 fue secu­
larizado" el Hótel-Dieu de París. En los años siguientes se tomaron
/ muchas decisiones análogas. Las anteriores consideraciones permiten sin
duda com prender m ejor cómo y en qué medida los «defectos» de la
Iglesia han podido ser una de las causas de la Reforma. Los malos mon­
jes a los que no se respetaba, las riquezas de la Iglesia que podían
parecer excesivas y parcialmente inútiles, los obispos y los curas que
no residían en sus lugares de apostolado pero que acumulaban los cargos
eclesiásticos, los papas que se comportaban como principes seculares y
que ñor ello tenían cada vez menos influencia — espiritualmente ha­
blando— sobre los soberanos, el dinero de los cristianos, utilizado por
Rom a con fines puramente terrenales, las excomuniones lanzadas a veces
sin otro motivo que proteger intereses materiales muy concretos contri­
buyeron a desprestigiar al sacerdote y a a rro ja r sobre el «o »
descrédito, sino también la duda, lo que es mucho grave P u esm q ^
se advertía que «los laicos eran mejores que os " o '
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c.,oro fIl,icn «firmaba esto en los Estados Generales ,\ t
V . " • *'no resultaba fácil llegar a la conclusión de que un 1 • Uri
' M,l s,m,a r,Si un sacerdote más verdadero que un mal eclesiástico1? 0 df;
b» noviembre ,le 1431. durante el concilio de Ba=Uea. los husitas fijaron
i *' |pl,‘s,n de aquella ciudad un manifiesto en que c*. leía- r> en la
. a hacer D.o, más caso t|c las oraciones de los clérigo, v su rostro r ' o n ¿ .- r ^
1 " sus suntuosas vestimentas, o por su avaricia y su lujuria?»». 8

Un siglo antes, Guillermo de Occam había compuesto la relariñr, i


o s orechos espirituales que reivindicaba para los laico?. En cPn(1 d.e
a finales de la Edad Media podía preguntarse si la Iglesia que baK '’
cuido (lo s o tres papas al mismo tiempo durante el Cisma d e ^ c c i d ^
y que había quemado personajes tan santos como Juan Huss Ju a n a * *
reo \ Savonarola, seguía manteniendo la Verdad. ¿D ebían pa=ar n / 6
sanam ente por esta institución pletórica y cansada el d iá lo ^ e n t r e DhT
el hombre y la salvación de las alm as? Estas preguntas "estallaron
«i época de la Reform a, pero el progreso del elemento laico en la ^ocP
le n ta s fI° rCCimienl« del individualismo bajo las más variadas forma" Ta
lenta y progresiva degradación del sacerdocio, y el consiguiente de=nrt
igo de los sacramentos habían estado madurándola? durante mnch*
tiempo. No fue en 1517, fecha en que afirmó sus t ^ “contraTa?Tnd 1°
gencias smo en junio de 1519, con ocasión de la controversia de Leipzfc
cuando Lulero rompio con el catolicismo. Fue entonces cuando j 3’
a preguntas, se negó a aprobar las condenas del concilio de Con tam°
— Ju«„ Huss. Un cristiano aisIad0 _ fuera sacerdote o n ^ - pod
llevar raz° n fronte a un concilio, si Dios le iluminaba. Poco. m eó .
t espues descubrió en la Epístola Primera de San Pedro la justificación
su actitud; la doctrina del sacerdocio universal.

C. L a B ib lia. H u m an ism o y R e fo rm a
1. L a aparición del libro

de anova'rse’en ^ u T V V T ^ f . " uÍ6™ 11 más necesidad que nunca


• f ?u °rj ! \ autoridad infalible. Pero, ¿dónde encontrar esta
desembararadó'ÓÍd°l “ í ud\ del sa.“ rdote? Únicamente en Dios, en Dios
ofertes almas r n t - r¿ A oC aS0 110 bablaba directamente con
f io , evan^el- T?T pP .™ legIadas? ¿.N° llab!a confiado su
también P * aS j£1 1 l a ,se convert*a así en el último recurso, pero
* í , 3 ro.ca C,Uf no c<;cba ante las tempestades humanas. Resultan
mprensibles ahora las palabras de Lefévre d'Étaples: «No se debe
alirm ar de Dtos na<U más que lo que hemos aprendido de El por las
i uras». e a licita que las masas no leían, pero la clase selecta que
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' CUI r r ^ l ^ '

d.irigí¡i lt* siMjicdnd sabía leer y se apasionaba cada vez más por la
palabra escrita.
Petrarca y ISficolás de Cusa buscaron y descubrieron manuscritos de
obras antiguas, liessarion dio a conocer Platón a Occidente. Esta pasión
por la palabra escrita, que es la fuente del humanismo, fue reforzada y
difundida gracias al descubrimiento de la imprenta. Desde un punto c
vista religioso, la aparición del libro impreso produjo una verdadera
revolución con relación a las necesidades espirituales de la época.

Adolfo Occo, médico del arzobispo de Augsburgo, escribió en 1487: «La imprenta
lia iluminado este siglo gracias a la misericordia del Todopoderoso, Este descu n
miento permite (a la Iglesia) ir al encuentro de su esposo adornada ma^ rica
mente» ,1>.

Se estima que un 75 por ciento de la producción tipográfica de 1455


a 1520 correspondió a obras religiosas. La Imitación, las Biblias de los
pobres, el Espejo de la humana salvación, el Ars moriendi, la v ita
Chrisli de Rodolfo el Cartujo, y gran cantidad de obras piadosas, cono­
cidas ya en manuscritos, alcanzaron repentinamente una extraordinaua
difusión. La Imitación fue impresa, antes de 1500, en diversas lenguas,
sesenta veces. Gracias a la imprenta, la Biblia se extendió más amplia­
mente, antes de la revolución luterana, en el público letrado. Entre
1475 y 1517 se han catalogado al menos dieciséis ediciones de la Vulgata
en París. En España, la célebre Biblia políglota de Alcalá (textos latino,
«riego y hebreo) apareció en 1514. Erasmo publicaba dos años después
su Novum Testamentum. En general, desde la invención de la imprenta
hasta 1520, no se conocen menos de 156 ediciones latinas completas de los
libros sagrados»31. Para los que sabían leer, pero ignoraban el latín,
las Escrituras traducidas a lenguas vulgares fueron más accesibles que
antes Entre 1466 y 1520 aparecieron 22 versiones alemanas de la Biblia.
La primera traducción italiana se realizó en 1471 y la primera holandesa
en 1477 En París, el mismo rey de Francia pidió — significativa iniciativa
por parte de un laico 32— a su confesor Rély que imprimiera la primera
Biblia francesa completa, que apareció en 1487. En España se imprimió
la primera traducción castellana en Zaragoza en 1485 y una segunda,
más exacta, debida a Montesinos, fue publicada en Toledo en 1512. Lsta
última edición fue reeditada varias veces en España y Portugal, hasta la
prohibición de 1559 33. En materia de piedad, el libro favorecía el indi­
vidualismo. La obra impresa hacía menos necesario al sacerdote y per­
mitía una meditación personal. Cuando ese libro era la Biblia, todo eL
mundo podía entender a Dios, hablarle y exponerse a interpretar a su
manera el mensaje divino. Ya antes de Lulero la difusión de los libros
religiosos estaba en vías de trastornar las creencias, de lo que es testi­
monio Séb. Brant, en su N ave d e los locos (1494) :

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1 Vh-maiiia rf-1»*•- .-» «h> Biblia*. ,]«• doctrina* ^\ur U i
dr 1 !’»'!» ' <i. I¡tm>s >rnn'jantf>. S- l.nn lleca,], , Snlvnc,°». dft r(!i
v ’ >l ,l'1 Vu«^»s y más vueltas a la Biblia, hTha* xU "*
£ ... ¡,,l,S' • e , pone * » « " peligro la fe y la Biblia, que es eM ’ L ' r V'
muchn, ,'iilnvio^ r \r ‘,S c,,atro 7 ítf do5 in l,ar,'a (it: l’edra. n iy"Í!,,f,':,ll(' «t
vcrdvl In s > caiastrofcs, vn que desde ahora no podrá saberse , u T ^IX'rn.
ro o i ; r ,1,ia, Lr r ,.ura l,0r l]prir,n vuelta d d r S :
« a .n lS e V : ,a vw* dc .,a dí™ verdad. H i , » * . al
lorio pi pa[. , na ? ■ Hn ^nviacio a.?u mensajero para que difunda la mem **•
en i™ ¿ P'i “ MM n,n“ ,U - " " a ,IoC,r,na dc « « re s p e n é u T S * ! '

sa era do ’ f 0r,madores no han «dado», pues, a Jos cristianos los lh


‘ . s traducidos en lengua vulgar que la l"losio. los L i - lbf(>s
: T : T ' ^ ¡ - 56 ’la >)roducido -C a m e n te lo contrario f e ^
108 dc Ia Blblla empezaban a divulgarse y mitigaban la sed m, ? durccio-
sentían por las Escrituras. Así, la necesidad eram uy 'u n e l T a ° S
-ada edición variaba entre los 250 y los 1.600 ejemplares v e ^ ÍS f-
■a na unos 6.600 ejemplares de la Biblia alemana e n ’ ¿ f e ? 0

.m l i M .:',, ¡ . . ' i " * ™ h............. .. " ■ '« » * ■ = . » n ','“ 2

2- L a solución humanista a los males de la I glesia


LJ mensaje divino puede ser deformado por las palabras en ™
expresa, sr éstas son inadecuadas. El humanismo L s o purificar ri
lenguaje en que se transmite ia Palabra cierna, liberar a la Escritura A
escorias y presentarla bajo una luz nueva. Con ello c o n trib u í a t
Reforma, poniendo en duda la autoridad de la Vulrnla v cn ln L i
las ciencias Biológicas por encima de lodo m agisíerioL ntrod t io° el
método critico en las ciencias religiosas b ' Ü j el

Erasm o 1 n T w “ 'íat N ° VU,\ T csla"1™ 1™ , publicadas


Z
de San ¿ 2 £ La h ^ eV d “
resnbndn ni ql^inv o i I- 1 , bties ° y Cl hcbieo dio como
. ? j lcjar a ]os crudlLos de la traducción latina ciue se había
acopiado hasta entonces. Pico dc la M irándola llegó a pensar que la
f ó e 'a r T ' T n “" f ¡an0S dc su e™ incompleta y que la
a la ired iel' nl °l I^n?'tan ^ - ? arle , n reveL eió n divina. Se relevía
/ ■/ ' . U!n !>ra J' ldla i° ' a ,n!'r'> rI,u; está recogida por escrito en los
tltmmn 1 p-S<raS'd ° S .hum1anistas cn conjunto, e incluso Reuchlin,
ron nn í ,C° y <<Ií r !nClpC <lc Ios hebraizant.es de su tiempo», no llega­
- lejos como el joven sabio italiano. En cambio, LcCebre d’Étaples,
22

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Navuni Tcslamcnltini, no
t,n ,.| ( iu in c u p lc x ¡\ sallcriuni, y Erasm o, en el
lindaron en co rreg ir o ignorar la / ulgata-

*/7 Yonirn Testamentum de 1516 —escribe ButaiUon . Pr«J< "¡^ an ti^ eltá «sia-
Si, razón de ser es la reconstrucción deí texto gricg . ^ manuscrito ninti-
lileeido con mediocre cuidado, ya que Li asmo, que ■ Vuleata los versículos
a,lo del Apocalipsis, no duda en traducir al griego segu r la
' ‘ le faltan. Al texto se le añade una nueva traducción launa, c n P ^
-instituir a la Vulguta, pero que es profundamente rev®.j®,0',“" ’ como si hubiesen
que tiende a hacer vivir las palabra# divinas con " ^ í c consagrada por el
.'stailo demasiado tiempo prisioneras de una traducción % ’
uso secular en liturgia y teología»
Siguiendo en esto el ejemplo y los métodos de Erasmo V ^
Latero profundizó sus conocimientos de griego y hebreo p<
la Biblia al alemán.
El humanismo, en conjunto, ha sido mucho
,
mas ic í g i ^
A
Atiíornn
, e
jas
Jlil liuillcuixaiiiw, cu *— ------- --- i , , ' v(- n
se ha sostenido durante mucho tiempo. Cierto es que se P J
extravagancias de la «Academia romana» y las genuflexiones de Fom
ponio Leto ante un altar dedicado a Rómulo. Ha habido cosas inas g ’
como la obra materialista de Pomponazzi, ^^(15X6)
V sobre todo, el gran libro anticristiano de aquellos agitados tiei i ,
h príncipe, de Maquiavelo (1516). En conjunto, s.n embargo, los
humanistas fueron religiosos, pero independientes.
Redescubrieron la Antigüedad y enlazaron con el verdadero A
tóteles fueron lectores de Platón y Plotino, y encontraron un gusto
especial en sumergirse en los escritos esotéricos atribuidos a Hermes
Trimegisto. Evolucionaron hacia una concepción optimista del hombre,
m,e fue común a Nicolás de Cusa, a Marsilio Ficino, a Pico de la Miran-
dola a Tomás Moro, a Erasmo y a Rabelais. Descubrieron cu e a ni
humana una aspiración natural hacia Dios y hallaron en cada religión
, á manifestación al menos parcialmente válida de este impulso hacia
i A’ -*nn F1 Congreso de todos los sabios de la Tierra, preconizado por
N icolás de Cusa en su De p a cefid ei3\ la Teología platónica “ de Marsilio
Ficino el intento de conciliación efectuado por Pico de la Mirándola
entre ías enseñanzas de la Iglesia y las doctrinas que según, el, habían
precedido al cristianismo, incluida la Cúbala, el celebre Discurso del
mismo autor sobre la dignidad del hombre, el deísmo ampliamente tole­
rante de los habitantes de la topía«, son otras tantas
U
sentimientos optimistas de los humanistas.

Erasmo decíai «Hay una razón en todo hombre y en toda dSSSS


hacia el bien». Y añadía: «El perro nace para cazar el y lai
buenas°olmas»! Í T - t ó S hombre es «una inclinación, una propensión pro
fundamente instintiva hacia el bien» .

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. ,|;||l(l<* i» Suil a,;° nS;,‘jÓ
.«•levre «1 ■ a., ‘I11M.Htras
miesl ras obras, <l»ecS insig.
i— - ........■£*
*1 mentó ¡oSj qiu. |<> es todo». Pero
la gracia <« ’ or de Lotero, no daba
,r - .r r d c s lin a c )o n st.
I.rfevre, ni q««™ «c ,ia soluto. Kcchawibo la prcci y x
a esta afirmación im valor a , ¡])rc albedrío.
esforzaba en conciliar la g>‘» « - „ o„.iginal,
,Q r‘ pero en general no
Los humanistas no niega» el pe r c|
, camino de la desesperación,
insisten sobre él. No iban ha^ a P ' f crédito al hombre para aceptar,
co.no Lulero. Concedían d" Y d o c .r i n a protestante de la predes-
cuando llegó la hora de la elección, I <]c desaprobaban la

lililí? 1IUUIUIVO '-«v.a , • «l,|cn — . -


Moro, Erasmo, lindé, liabf “m-T Molanchton y Zuinglió fueron más bien
pasarse al campo de la Rcfotn . . • .y j os otros humanistas,
excepciones. Se comprende amb.en por que a g encontraron a dis.
cotuo Fraude, Scrvet, Cas,el ton evolucionaron hacia posi-
«rnsin dentro de las ortodoxias protestantes y evoiutiui }
dones cada vez más disidentes. Se erigieron en campeones del libre
albedrío del nn.¡dogmatismo y de la tolerancia El luteramsmo y el
calvinismo fueron, en su fondo doctrinal, un antihumamsmo.
¿Quiere decir esto que el humanismo únicamente podía ser integrado
por la teología católica de su tiempo? Hay que hacer aquí ciertas distin­
ciones. L. Febvre ha escrito que no hubo un Renacimiento, sino Renaci­
mientos. Habría que decir lo mismo del humanismo: el plural es más
adecuado que el singular. Fisher y Moro fueron m artirizados porque
permanecieron fieles a la Iglesia romana. Sadolet fue nombrado cardenal.
Pero Erasmo se negó a serlo y murió sin el auxilio de los sacramentos.
Lefévre d'ÉtapIes no se adhirió a la Reforma y murió en 1 5 3 6 refugiado
en Nérac, donde no se hacía profesión de ortodoxia. Dieciesiete años
antes, el gran humanista inglés John Colet había olvidado en su testa
mentó las oraciones habituales a la Virgen y a los santos, y no habí¡
dejado dinero para sus misas. Los humanistas, al redescubrir la Escri
tura y limpiarla, como un cuadro, de las impurezas que la deformaba]
e ? ira aue 1 T T d Í T Y VÍVÍd,a ’ con pocos dogma.
zón en , / ¡ r " l T ' - Y busCado >’ « c o n tr a d o la paz del con
zon en la imitación de Jesús. Las ceremonias supersticiosas o firisnicr
” , - «*» p > ««. j s z

caridad. Com entando^^s^ltTrYrCr'T ^ V r ' " insislido' en principio, en


«Ml >'“p es dulce», E r S o escribia A " ' , Cl, EvangclÍ0 da Sa" Mateo íXI. 30
no™] abíe Sl las pequeñas instituciones lint trí a(leramente el yugo de Cristo ser
"on en ,mPT ° . No nos ha peditlo mi ! , , “ “° añad¡cran nada al que él mis..
" C° nVer,,daS P° r la « * £ « <a* — más antarg
24 " '

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IVro, ¡i fuerza de puriíicar e interiorizar la religión, ¿no corrían
ciertos Uunmnislas, especialmente Erasmo, el riesgo de desencarnarla?
Mejor dicho: esta «filosofía de Cristo» de la que ya hablaba Petrarca
y a la <iiie Erasmo y líabelais se adhirieron, ¿seguía siendo una religión?
¿Debía mantenerse una liturgia? ¿No se veían comprometidas con esto
las creencias fundamentales del cristianismo?
En el coloquio El náufrago, Erasmo pone en boca de lino de los interlocutores
la siguiente broma de singular audacia: «Antes era Venus quien protegía a los
marineros. Decíase que babia nacido de la mar. Ahora han cesado sus funciones.
En lugar de esta madre que no era virgen, lian puesto una Virgen que era madre» .
En realidad, para Erasmo, había un importante aspecto mitológico
en el cristianismo. ¿Creía en la divinidad de Cristo y en la presencia
real en la Eucaristía? Anunciaba ya la crisis de la Encarnación que
señaló el siglo XVIII, La religión de Jesús, según expresa en una de sus­
cartas, «no era otra cosa que una verdadera y perfecta amistad» 4L
Así, el humanismo preparó la Reforma en dos sentidos: contribuyó
a este retorno a la Biblia, que era una aspiración de la época, e insistió
en la religión interior desvalorizando la jerarquía, el culto de los santos
v las ceremonias. Pero su concepción del hombre coincidía más con
el catolicismo — al menos con el del siglo xx, que repudió al jansenis­
mo—- que con el pesimismo luterano y calvinista. «Demonial Calvino,
impostor de Ginebra, engendro de Antifisia», exclamó Rabelais. Sin
embargo, en su filosofía más profunda, el humanismo era adogmático
y llevaba a lina denegación de la teología: contra esto reaccionaron Ios-
ortodoxos protestantes y la Reforma católica. El deísmo del siglo de
las luces tiene sus raíces en Castellion, Servet y los socinianos.
Erasmo y sus amigos aportaron una solución insuficiente a las angus­
tias de su tiempo. Tal vez el moralismo que preconizaban pudiera con­
venir a algunas almas selectas y apaciguar a eruditos, pero no bastaba
a las masas, que tenían una aguda conciencia del pecado y que, sin
embargo, se veían incapaces de redimirse. La solución humanista suponía
una gran fuerza interior en cada uno de los fieles, esta «generosidad»
casi estoica que Descartes alabará en el siglo siguiente. Pero si los hom­
bres del Renacimiento eran capaces, en el terreno de la acción, de los
mayores heroísmos, nada les era mas extraño que la paciente conquista
de sí mismos. Era necesario, pues, que la teología viniera en su ayuda,
ya mediante los sacramentos de la Iglesia romana, o con la justificación
por la fe de la Reforma luterana. Melanchton fue a este respecto un
testigo de admirable lucidez cuando escribió:
«Pedimos dos cosas a la teología: consuelo contra la muerte y contra el Juicio
final. Lutero nos las da. La enseñanza moral y civil es cosa de Erasmo» .
En la B iblia, muchos humanistas buscaban y descubrían ante todo
una moral, pero los acongojados cristianos de comienzos del siglo xvi
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tenían sobre todo necesidad de una fe. Pero la duda so 1 e-
en las mentes, y osla duda afectaba a la teología católi inirfal, -
sacerdote. ¿Debía uno aferrarse a los sacramentos o * 7 *a
misa o a los viacrucis, a Dios o a los santos? ¿Dónde esn l r° Sari<ó V ?
y dónde el laico? ¿A quién había que creer: al Pam ^ Sücer,i a
Aviñó,,? ¿A juana de Arco o a los inquisidores?T a , Ron* « h
Concilio? ¿Al piadoso Savonarola o al sim oníaco'Aleiam T « íi
Concilio de Tremo los obispos italianos, al menos los que n ' ' Etl el
clero secular se sorprendieron al comprobar que no slbían ? íat><M
■sobre la justificación por la fe 4G. an cIUe Pensat

i;

Se comprende abora la insuficiencia de las meioras i


produjeron en la Iglesia durante el siglo que precedió a l» n ,?Uc *
Lutero. Es interminable la lisia de los esfuerzos emprendidos''10" de
sentido. La labor desarrollada por Nicolás de Cusa enA l ■ en este
todavía la que emprendió Cisneros (1436-1517) en EsDañ?3”? ’ V '"k
1 7 ly s la más e*rioto de los agustinos de Alemania y dAlos 1 7 ° ' ' “
J e la Congregación de Holanda, la benefactora T í ®
manos de la vida común, la creación de los Montes de Piedad 7 V
c o n del Oratorio del amor divino en Genova y luego en Roma’ t 1
naciones de V.eente Ferrer, la legendaria santidaddeFrancesco de7 ' t
todo esto es anterior a Lutero y Rums - i ancisc° de Paula:
■que vivieron entre 1400 y 1520 Di * nonizado a noventa personas
mas, pero no una R e fo L a pom úe" f Ü P,erÍOd° hub° ’ E" es’ rat«-
Únicamente la conmoción deí cism\ p ro te Z ^ o b lT g ó T p ^ C™tI0'
•siderar su teología, a clarificar mi d L t * L bhg° a Roma a recon-
y los sacramentos. Lutero A l ¿ 7 7 ? revalorizar el sacerdote
convencidos de la irremediable d e cV e n d fd e ^ a U ™ 10® eS,atan
■que se equivocaron por comnleto F1 . . cs!la romana, en lo
" " I " entino rim aría. En n . , l q„ ¡ „ S ‘“ “

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'O A .O .Ü O

NOTAS AL CAPÍTULO I

1 . Sobre las discusiones relativas a esta cuestión, véanse páginas posteriores.


2. Del sacerdocio universal se deriva el derecho al libre examen de las Escrituras.
3. [273] L. F ebvre , A u cocut religicux..., pág. 20.
4. [10] C ristiani , «D. T. C.», art. «Reforme» col. 2023;
5. Citado por L. F ebvr e (273), A u cocu r relig ic u x ..., pág. 119. n .
ó. H uizinga, E l O toño d e la E d a d M edia. Trad. José Gaos, Ed. Rev. de cci-
dente, Madrid. . .
7. La tesis de Huizinga ha sido naturalmente discutida, vease la obra recien
de B. G uenée , T ribu n au x et gens d e ju slic e dans le b a illia g e d e Sentís 1 aris.
1963. No obstante, el éxito de la doctrina de la justificación por la e nos
parece una confirmación del punto de vista de Huizinga.
8 . [2 7 1 ] C oll. d ’hist. reí. (Lyon, 1963), pág. 26. , „ ,
9. A. T e NENTX, L a v ie et la m ort a travers Fart dit A f 'c S ie c le , 1 aris, 19. , pa
ginas 46-48. _
10. J. H uizinga, E l O toñ o...
11. J. H uizinga, E l O to ñ o ... ,
12 . [5 4 9 ] H. L üthy , L a b a n q u e protestan te..., II, pag. í63.
13.
Citado por W. R aí.etgh, T h e E n g lish V oyages o f th e S ix te e n th L en tu ry ,
Londres, 1910, pág. 28. , . ... , v . 1QrQ T- toag
14.
T. Chastel y L. Monfrin, T resors d e la p o e s ie m ed iev a le, París, 1959, pa0. l¿4b.
15.
Fundaciones de misas (para el eterno descanso del alma del fundador).
Véase a este respecto el libro fundamental [348] de J. T oussaert , L e sen-
L6.
tim e n t r e lig ic u x ..., principalmente págs. 89 ss.
Todas
L7. El cuadro estas citas en H uizinga, E l O to n o ...
se encuentra ahora en el Museo de Bellas Artes de Amberes.
L8.
L9. J. H uizinga, E l O to ñ o ...
:o.
C¡tadoZ miAvf^Ib H. G reen , R e n a is s a n c e an d R e fo r m a t io n , Londres, 1952,
!1 .

2. Jatado* en13Í277] I mbart de la T our , II, págs. 209-210.


-B P ineal ?, É r a s m e , s a p e r n e e r e lig ic u s e París, 1924, pag. 207 (Col. «Fu“us»L
3.
Proposiciones extraídas de los escritos de Hiiss, según la Bula de Martin ,
4.
del 22 de julio de 1418, en V an der H ardt, M a g n u m o e c u m e m c u m C on stan -
tiense c o m i l i t ó n , tomo II, págs. 518 ss., §§ 8 y 12
5. Igual referencia que en la pagina anterior n. 1, § A
5. [308] A. L atreille, H istoircju cathohcisme l) , pa|■
7. Citado por dJ.• L e Goff7, L e M o je nJ A gf e , 1Parts,
Vj UÜUU A
1962, paD. 28 .
L [295] J. J anssen, V A lle m a g n c ..., 1, pag. 10. ^ 95.
l [256] E. de M oreau, L a c r is e r e lig ic u s e ..., p e terreno.
0. Compárese con la que tendrá Enrique VIII mas ¿ * lauuelle , pág. 17, da la
Véase [271] C o l!, d'hist. reí. (Lyon, l.9 ), * . a 1520 de la Biblia
estadística siguiente: Número de impresio í -
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Ii,i iilt rnó». ™ '"" '¡“i" «Iciníii ,

' ’t ' S?W1“ ír" r , “ 'n.án. 37; en hnUmlée. 17; en francé


'"rivnitenciales y -le Salmos . « v e ^2 ij I * , ?
» <1- tZl Ep ístolas y Eyangelios .............
kva"P;lio; ' “ ’FN Ilcm
L ’A e-, , l>“fc-
agn
rór . í f rcl. (í^yó*1’
(l.vún, 1963), 1png-
? 18.

" e ’a t0ma dC ^ S ,
Redactado entre J y concIenadas en 1487.
Trece de sus 9UU tes .

£ > « * » « 1529, lrad- L p« w 127.


, C d Ú cc tó ifd fX X m te i 'ífie s orig in es d e la
r"C I,
[274] L^F ebvre, L e problém e d e V i n c r o y a n c e pág. 342.
¿ Citado en riw/., pág. 347.
i. Citado en ibíd., pág. 352. . . . . . 7 r ...
. Véanse G. Alberico, I vescovi ita h a m al C o n cilio d i Trento, Florencia le
V;l
páginas 337 ss

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