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Yo Quiero Ser Como El Centauro de Las Vilcas
Yo Quiero Ser Como El Centauro de Las Vilcas
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Pero quién era este señor que poco a poco estaba en boca de todos aquí
en el pueblo, ¿será que tiene algo que ver con ese tal Centauro de las
Vilcas? ¡Con su sable corta las cabezas del enemigo! ¡Algunos afirman
haberlo visto en dos lugares al mismo tiempo! ¡Su caballo es más rápido
que el viento!, fueron algunas declaraciones de los mismos pobladores
que no tardaban en correr la voz y acrecentar la fama del tal Albarracín.
Todos mis amigos se miraron las caras horrorizados por lo que había
dicho, nadie atinó a decir nada, después de un par de minutos empezó
la discusión: ¿Quién es Albarracín?, me preguntaban, ¡nadie lo conoce!,
se decían entre ellos. Un hacendado quien había escuchado nuestra
conversación, nos interrumpe para decirnos que Gregorio Albarracín era
el temible Centauro de las Vilcas.
Tenía que ser cauteloso, hacer cosas buenas y obedecer a papá eran mi
primera línea de defensa, contra este gigante que gusta arrancar
cabezas, la mía era pequeña por lo que un cuchillo basta para sacármela
del cuerpo. Me sentía una presa fácil.
Sin embargo, los juegos hacen olvidar estos malos momentos y por no
quedar en el olvido siendo un simple soldadito, afirmo ser nuevamente
Gregorio Albarracín, el terrible Centauro de las Vilcas, nombre que causa
terror en mis amigos, haciéndome de una posición importante en el
juego.
Pasaron los días y tanto exclamé ser el temible centauro, que un día
jugando como siempre a ser un defensor del Perú, el jinete fantasma
llega al pueblo, generando el más grande de los respetos y una profunda
admiración. Mientras que muchos vecinos optaban por hacer reverencias
y descubrirse la cabeza ante un defensor del Perú, que había participado
incluso en el Combate del 2 de Mayo frente a España, yo seguía en lo
mío gritándole a la gente y a mis amigos que era el Centauro de las
Vilcas.
En ese momento cuando estuve a punto de botar una lágrima del susto
le dije: ¿me va a cortar la cabeza, señor? ¿Tú qué crees?, me preguntó.
Creo que si me deja vivir cuando crezca le puedo ser muy útil en la
defensa del Perú, le comenté. Gregorio Albarracín se baja del caballo y
con una tierna sonrisa me toma del hombro y me dice, seguro que sí.