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Pero ahora sentía allí en la cama con las ojeras que le conferían un rostro romántico, desvelado,

con cierto encanto decadente, que sin duda su incapacidad para desgarrar la hoja, para acuchillar
el silencio y esgrimir algunas putas y tibias palabras en la tiniebla fría que es el mundo y la sordera
ciega que lo compone, sin duda estaba conectado con su falta de vida anterior. Con su falta de
experiencia, su falta de impulso y vigor, su haber vivido dormido larguísimos años, hipnotizado,
fijado a una vida quieta y eternamente igual, jugando ¿12, 13? Horas seguidas de lineage II, de c1 a
epílogue, su fascinación absoluta y carnal relación directa con su pj, una elfa de la luz, healer, que
vestía sus carnes blancas y cabellos rubios y ojos celestes agua en túnicas azules y blancas
llamadas “Blue Wolf tunic (robe)”. Sin duda esta vida miserable y dedicada a algo tan inútil como
los videojuegos le había hecho adicto. Adicto, un verdadero preso de lo online, adicto a lo inútil, a
lo infértil, a lo que lo entretenía y lo mataba tan furtivamente y con lentitud, adicto a su propia
muerte, un monje loco que ingería veneno tomandolo por agua sagrada, pero incluso ahora se
seguía preguntado si acaso no fue lo mejor que le pasó en la vida, y que dejar de ser una
marioneta boba que “vivía” conforme con la fanfarria dorada de plástico bonito de internet y
empezar a abrir los ojos y sentir el dolor caliente de un sol arenoso apuntandole a las pupilas, ¿no
es sin duda un precio demasiado alto por algo que se busca irremediablemente sin saber qué es, y
que en definitiva, no parece ser más que melancolía? Por suerte estaba el deseo, la pasión
irrefrenable por celebrar la vida (Dramatismo y Dionisio), Pero la adicción simple y llana a la
computadora no venía sola, venía, como las verdaderas adicciones: con silencio. Con un halo de
vacío silencioso en donde se gestaba su deseo irrefrenable de “viciar” toda la noche hasta
dormirse con la cara sobre el teclado. Y esto es exageradamente cierto, patéticamente verdadero
–pensaba. Su vida social era (y es) muy pobre, lo cual nunca le afectó en lo más mínimo. Su
premeditación excesiva y su cuidado obsesivo en el hablar en alguna reunión patética en la que
sentía que perdía tiempo y que no tenía sentido. Aunque no eran muchas las ocasiones en que se
sentaba a compartir algo con humanos próximos, había una reunión obligatoria: la escuela. No
veía la hora de poder no ir a la escuela y viciar. Incluso llegó a escaparse (ratearse) dos semanas
seguidas y correr frenético y desesperado al cyber en el que era un habitué. Allí conoció el placer
del pecado, el goce exquisito y lascivo de no hacer lo que dicta el deber y seguir un deseo inútil.
Como era inteligente e hijo de médicos reconocidos no tenía demasiados problemas; ni siquiera
telefonearon para saber si le había pasado algo, él sabía que la madre sabía, ella no sabía que el
sabía, y actuaba como si nada. Estaba alejado de cualquier cosa que no sea poder subir de nivel y
craftear (crear) esos benditos récipes que tanto le había costado conseguir, horas y horas fajando
monstruos no era en vano en su banal vida. Y ahora sentía el horror de tanta sumisión a algo tan
tonto, su entrega absoluta a la inactividad. Su escape fue su segundo refugio que fue desde
siempre el arte. Signado con la lectura desde que tenía memoria, había sido su refugio anterior a
la computadora, con fábulas, los hermanos Grimm, Narnia, Harry Potter; fue también luego su
escape cuando se sumaron lecturas más <atrevidas> que el placer intelectual que le supieron
prodigar obras tan finas como el sabueso de los baskervilles, o las novelas de piratas. Pero antes
de reconocerse perdido y hablado en Artaud, en Genet, antes de encontrar los nombres para su
deseo en el lirismo de la decadencia y la libertad, se vio encapsulado años enteros en una silla
mirando fijo el monitor. Lo único que persistía manera tragicómica era su aversión a las grandes
reuniones sociales (¿de allí su pasión casi snoob por Hesse, por su Demian y Lobo Estepario, por
esa Castalia que se disponía permanentemente a construir y habitar?), esa incomodidad que le
pareció que lo acometía desde siempre cuando se está rodeado de idiotas;
Aquí se detalla cómo podía estar en una reunión y ni siquiera notaban su presencia hasta que se
iba

El colmo fue

afortunadamente pasó de estar rodeado de sordos que nunca lo reconocieron -y el no lucho por
hacerse reconocer ni escuchar, sino que escuchaba pasivamente a todo cuanto tuvieran para decir
esas tiranas bestias que hablaban y hablaban sin parar un minuto- a empezar hablar. Es que se
sentía tan desconcertado antes, tan invisible. Y ahora se sabía invisible, entonces hablaba y gritaba
como si estuviera solo, solo que los demás ahora si podían oírlo, y no se sentía entonces tan “banal
como un ratón” cuando pasaba tiempo rodeado de gente. Los amigos lo nutrían, lo
transformaban, y había llegado a conclusiones certeras, -se está bien con la gente que lo hacen
reír, o uno se angustia. Y así sentía, o se reía o se angustiaba.

su vivir por vivir, y ese contraste paradójico y fatal, ese opuesto entre la vida en sociedad formal,

“For most people they don't get to experience nothin at all very often. People are consumed with
thoughts, worries, preoccupations, people are running around back and forth trying to do this or
that, it is very rare for people to just live in nothingness, the bliss that comes from being nowhere,
doing nothing. Its doesn't matter if your a bum or a working class hero, nothingness is bliss of the
mind and is available when ever you want, you just have to know it to become like nothing. Search
"Truth Contest" and read the top entry called The Present and see what nothingness can do for
you.”

el pasaje entre el ser neurótico que lo cuidaba y esa liberación de Lou Reed en que uno es un
borracho iluminado, un sabio tonto, un iluso, loco, libre y estúpido, un iluso, mago y artista,
ilusionista, un pobre imbécil que no tenía nada y se cagaba de frío, pero que sonreía y escribía
algunos cuantos versos, tiritando.

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