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EL CUERPO Y LA PALABRA:
APUNTES PARA COMPRENDER LA MÍSTICA
FEMENINA DE LA EDAD MEDIA*
Hadewijch de Amberes
E
l uso más temprano de la palabra “mís-
tica” se relaciona con los ritos iniciáticos
de los cultos mistéricos de la antigua
religión griega; alude a la condición de secreto y de silencio que los ro-
deaba, así como a la exigencia de que el iniciado literalmente cerrase la
boca al respecto. En los principios del cristianismo y en una tendencia
progresiva en la Edad Media, se hablará, sin embargo, del “sentido mís-
tico de la Escritura”.1 Ha habido un desplazamiento que va desde atribuir
el término místico a la descripción de lo que pasa en un ritual de inicia-
ción, hasta atribuirlo a una cierta manera de leer los textos sagrados.
Vid. Louis Bouyer, “Mysticism: an Essay on the History of the Word”, en Richard
2
Woods [ed.], Understanding Mysticism, Nueva York, Doubleday Image Books, 1980,
pp. 42-55. Para profundizar en la argumentación histórica que localiza la emergencia
del sustantivo en el siglo xvii, cfr. Michel de Certeau, “Mystique au XVIIe siècle: Le
problème de langage mystique”, en L’homme devant Dieu: Mélanges offerts au Père
Henri de Lubac, París, Aubier, 1964, pp. 279-291.
3 Vid. Victoria Cirlot y Blanca Garí, La mirada interior: escritoras místicas y vi-
sionarias en la Edad Media, Barcelona, Martínez Roca, 1999. También Adelina Sarrión,
Beatas y endemoniadas. Mujeres heterodoxas ante la Inquisición, Madrid, Alianza,
2003.
4 Vid. Giulia Sissa, “Filosofías del género: Platón, Aristóteles y la diferencia sexual”,
en Duby et al. [eds.], Historia de las mujeres I, Madrid, Taurus, 1993; cfr. también,
Claude Thomasset, “La naturaleza de la mujer”, en Duby et al. [eds.], Historia de las
mujeres II, Madrid, Taurus, 2000.
5 Vid. Caroline Walker Bynum, Holy Feast and Holy Fast, University of California
Press, 1987; Fragmentation and Redemption, Nueva York, Zone Books, 1991; The
Resurrection of the Body in Western Christianity 200-1336, Nueva York, Columbia
University Press, 1995.
6 Marguerite Porete fue condenada a morir quemada por hereje en 1310. Afortu-
del mismo autor, The Flowering of Mysticism. Men and Women in the New Mysticism,
1200-1350, Nueva York, Crossroad, 1998.
8 Vid. Grace M. Jantzen, Power, Gender and Christian Mysticism, Cambridge
9 Las beguinas fueron comunidades de mujeres que, desde finales del siglo xii,
se agruparon sin estar ligadas de por vida por votos monásticos; es decir, podían
decidir si su permanencia en dichas comunidades era temporal o definitiva. Vivían de
limosnas y del trabajo manual. Muchas fueron maestras y llevaron una vida errante.
Habitan desde Flandes hasta los Países Bajos y fueron brutalmente perseguidas, acu-
sadas de herejía y obligadas a ingresar en diversos monasterios.
10 Puesto que no hay traducción al castellano de la Vida de Beatriz de Nazareth,
14 Es cierto que parece haber una jerarquía implícita de modos de amar y que la
metáfora del ascenso es utilizada, sin embargo, la dialéctica de presencia/ausencia que
fluye a lo largo del texto interrumpe cualquier intento de encontrar y fijar un patrón.
Cfr. Michael Sells, Mystical Languages of Unsaying, Chicago,University of Chicago Press,
1996, pp. 116-145.
15 Siete formas de amor, “Sexta forma de amor”, 288-292. Cfr. V. Cirlot y B. Garí,
tra en los signos impresos de su cuerpo: “se trataba de una forma de vida
infernal que la hacía morir viviendo, permaneciendo en gran tribulación
del corazón y enfermedad del cuerpo”.21 Este movimiento hagiográfico
implica una somatización de la mística que se torna más señalada en el
cuarto modo, según se aprecia en la comparación de ambos textos:
Tratado:
Cuando (el alma) siente esta abundancia de delicias y esta plenitud de cora-
zón, su espíritu se abisma completamente en el amor, su cuerpo desfallece,
su corazón se derrite y sus fuerzas la abandonan. Ella está dominada de tal
manera por el amor que apenas puede tenerse: a menudo pierde el uso de
sus miembros y sus sentidos. Como un vaso colmado se derrama al menor
movimiento, así se siente de repente tocada y vencida por la gran plenitud
de su corazón, y a menudo pierde por nada el dominio de sí misma.22
Vida:
En este estado el afecto de la santa mujer era tan tierno que a menudo se
empapaba en el torrente de lágrimas de su derretido corazón, y a veces,
causa excesiva de su deleite espiritual languidecía y yacía en cama, privada
de todas sus fuerzas. [...] Como una vasija llena de líquido vierte lo que con-
tiene cuando se la empuja, un poco así sucedía frecuentemente que ella al
ser empujada vertía abundantes signos de santo amor que sentía en su inte-
rior; o incluso experimentaba una especie de parálisis temblorosa o sufría
alguna otra enfermedad o dolor.23
Tratado:
Vida:
28 Vid. V. Cirlot y B. Garí, op. cit, capítulo 4. Afortunadamente hay una traducción