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Enero - junio de 2012, Bogotá, Colombia
Resumen
El presente trabajo establece un vínculo entre filosofía y literatura, estudiando
algunas consideraciones sobre la muerte que se presentan en La Ilíada y
mostrando, principalmente, que la virtud y el carácter del guerrero se manifiesta
diáfanamente en contraste con ella. Así pues, mostraré que el guerrero virtuoso,
producto de su carácter esforzado y su conocimiento del ideal de hombre que es
digno alcanzar, afronta su propia muerte no sólo con la tranquilidad que le otorga
saber que ésta es un fenómeno más en la physis sino con la plena consciencia que
frente a ella arriesga el más elevado tributo que puede ofrecer para alcanzar la
virtud y la gloria; su propia vida.
Tratar de comprender las raíces de una cultura como la griega es una tarea compleja
debido a factores ineludibles como la distancia temporal, el idioma y la poca cantidad
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de fuentes históricas y de vestigios materiales existentes, entre otros. Uno de los medios
más utilizados para acercarse a los orígenes del paradigma de pensamiento griego —y
en general, cualquier paradigma de pensamiento—, es la exploración del entramado
mítico que rodea y constituye la identidad cultural de determinada civilización. En este
sentido cobran gran relevancia textos como La Ilíada y la Odisea, por no pocas razones,
entre las que pueden contarse: 1) son los textos que inauguran la literatura occidental;
datan de finales de un periodo denominado por los historiadores como la Edad Oscura,
de tal suerte que su escritura se convierte en una preciada y compleja fuente de
referencias históricas; 2) “tampoco son, ni La Ilíada ni la Odisea, meras ficciones
poéticas. La sociedad en ella retratada y las maneras de pensar allí reflejadas son
históricas, cosa que añade una importante dimensión a [estos] mudos restos
materiales”1. De modo que si bien estos poemas reposan en toda una tradición mítica, es
posible ver a través de ellos los rasgos de una sociedad; es posible observar toda una
postura ante la vida misma y lo que la constituye: la guerra, los dioses, la amistad y la
muerte.
1 FINLEY, MOSES. Los griegos de la antigüedad. Ed. Labor, Barcelona (España), 1966. p. 26.
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logran acoplar hombre y mundo en la Grecia homérica (S. VII – VIII AEC.) es a través
del mito, de modo que en muchos de estos podemos encontrar una explicación de la
condición humana y de la naturaleza que se remonta al origen de los dioses. Así pues,
debido a que La Ilíada reposa sobre todo en una tradición mítica que había sido
trasmitida oralmente por los bardos, en ella es posible leer unas finas consideraciones
acerca de la naturaleza humana y sus límites implícitos, los que, precisamente,
establecen una clara separación entre los hombres y los dioses. En este sentido
encontramos que la mortalidad es una de las más grandes diferencias; no es extraño que
en La Ilíada se usen expresiones como: “los inmortales que viven en olímpicos
palacios” (Cfr. Il., I, 18), las cuales, se encargan de reforzar las pocas y contundentes
diferencias que hay entre hombres y dioses. Sin embargo, la mortalidad aparece como
un fenómeno natural, necesario e ineludible en el orden del mundo, de tal suerte que
todo hombre se ve enfrentado a ella.
De alguna manera el hombre reconoce que tiene un destino marcado y que el límite en
que éste se cumple de manera irreversible es la muerte. Por ejemplo, notamos que
Héctor se enfrenta a Aquiles consciente de que los dioses ya no lo favorecían y que sólo
le esperaba la muerte, de modo que expresa: “cercana tengo la perniciosa muerte, que ni
tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde hace tiempo, a Zeus y a
su hijo, el que hiere de lejos, los cuales, benévolos para conmigo, me salvaban de los
peligros. Ya la parca me ha cogido” (Il., XXII, 297-304. Énfasis mío).
2 Existen pocos casos en los que los dioses por voluntad propia ocultan su participación en los
asuntos humanos engañando así a los hombres. Sin embargo, si bien los dioses engañan o se
ocultan, más adelante se revela su participación, mostrando también que la intervención divina en
los asuntos humanos es algo natural y, por demás, común. Los dos casos más notables de esto son:
el engaño de Zeus a Agamenón por medio del sueño (Il., II, 8-35) y el engaño por parte de Atenea a
Héctor, en el que se hace pasar por su hermano Deífobo, para que, confiado con su compañía, le
hiciera frente a Aquiles (Véase Il., XXII, 168-306).
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siendo además el único ámbito donde cobra valor y se justifica su misma existencia. En
esta vía expresa Sarpedón a Glauco:
3 A pesar la omnipotencia de los dioses se puede evidenciar en ellos una extraña paradoja, si bien
controlan y manejan los hilos de la vida del hombre (recuérdese, por ejemplo, el primer verso de la
Ilíada “Cumplíase así la voluntad de Zeus”), no pueden escapar al destino, a la Moira. Ni siquiera el
mismo Zeus, el más poderoso de todos los inmortales, puede hacerlo. Un claro ejemplo de esta
lectura, se encuentra en la misma mitología griega y lo presenta la figura de Cronos, quien a pesar
de comerse a sus hijos no pudo evitar que se cumpliera lo que su destino señalaba, esto es, que uno
de sus hijos habría de derrocarlo (Zeus con ayuda de Rea, Poseidón y Hades).
4 Muestra clara de esto es el sueño de Aquiles en el que el fantasma de Patroclo le dice: “pues me
devoró la odiosa muerte que el hado, cuando nací me daparara” (Il., XXIII, 80-81)
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muertos, unos en pos de otros” (Il., XVII, 361-362). No obstante, es precisamente ante
esa situación precaria del combate donde el carácter y la virtud del guerrero alumbran,
de modo que con la ayuda de los dioses —que muestran sus afectos principalmente por
los más poderosos y fuertes— quienes lo hacen más vigoroso y seguro de sí mismo,
descuella sobre los demás guerreros. Sólo un hombre valiente es capaz de resistir a la
rudeza y hostilidad del mundo que se presenta en La Ilíada. De esta forma, los héroes
son considerados como tales en la medida en que se sobreponen a sus dudas y se
enfrentan valerosamente a la muerte sin desconocer que lo que está en juego es su
existencia y su fuerza vital, la cual es el más marcado rasgo de divinidad que hay en el
hombre.
Entonces Palas Atenea infundió a Diomedes Tidida valor y audacia para que
brillara entre todos los argivos y alcanzase inmensa gloria, e hizo salir de su
casco y de su escudo una incesante llama parecida al astro que en otoño luce
y centellea después de bañarse en el Océano. Tal resplandor despedían la
cabeza y los hombros del héroe, cuando Atenea lo llevó al centro de la
batalla allí donde era mayor el número de guerreros que tumultuosamente se
agitaban (Il., V, 1-9).
La existencia de la fuerza vital está dada por la presencia del alma (ψυχὴ) en los
miembros del hombre 5 (γυῖα — µελέων), al cual le imprime vitalidad. Si bien la
5
Utilizo γυῖα y μελέων, en lugar de σῶμα, puesto que ésta última designa en Homero el cadáver del
hombre y no el cuerpo vivo, mientras que “gya (γυῖα) son los miembros en tanto que movidos por
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presencia del alma en el cuerpo es condición necesaria para que exista la fuerza vital —
es decir, para que el cuerpo esté animado y pueda tanto ejecutar acciones como
recibirlas—. Identificar enteramente la fuerza vital con el alma (ψυχή) es un error,
puesto que en el momento de la muerte del hombre la fuerza vital desaparece por
completo mientras que el alma va hacía el Hades. Esto lo revela claramente Aquiles
cuando señala: “¡Oh dioses! cierto es que en la morada del Hades quedan el alma y la
imagen (ψυχὴ καὶ εἴδωλον) de los que mueren, pero la fuerza vital (φρένες) desaparece
por entero” (Il., XXIII, 104-105). Ahora bien, la palabra frén (φρέν) de la que deriva
frénes (φρένες) y que es traducida por “fuerza vital”, hace referencia a las vísceras,
diafragma, pecho, y especialmente al corazón en un sentido físico; no obstante, tal
traducción es posible puesto que se da la identificación de un órgano (corazón) con un
punto que es sede tanto de la pasión, como desde el que se generan la mayor parte de los
impulsos (ímpetus) y la energía para actuar.
las articulaciones; melea (μελέων) son los miembros en tanto que reciben la fuerza de los
músculos” (SNELL 2007: 24). Al respecto pueden observarse algunos pasajes; sobre el σῶμα véase
por ejemplo: “ὥς τε λέωνἐχάρη μεγάλῳ ἐπὶ σώματι κύρσας (como el león hambriento que ha
encontrado un gran cuerpo)” (Il., III, 23).
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6 Amor fati es una frase que señala “amor al destino” o “amor al fatum”. Habría que recordar que en
el mundo griego arcaico, la “moîra” (μοῖρα) señala el destino o designio que cada uno tiene
deparado desde el nacimiento. Sobre lo anterior habla de manera clara Héctor con Andrómaca
cuando dice: “¡Desdichada! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviara al Hades
antes que lo dispuesto por el destino (μοῖραν); y de su muerte, ningún hombre, sea cobarde o
valiente, puede librarse una vez nacido” (Ilíada VI, 486-450).
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alimentará una leyenda que lo mantendrá vivo en el espíritu de los hombres cuando se
canten sus gloriosas gestas. De modo que “la muerte es terrible para aquellos con cuya
vida todo se extingue, no para aquellos cuya gloria no puede morir (Mors terribilis iss
quorum cum vita omnia exstinguuntur, non iis quorum laus emori non potest)”
(CICERÓN Paradoxa, II, 18: 9)7.
Referencias Bibliográficas
CICERÓN, MARCO TULIO.
FINLEY, MOSES.
HOMERO.
SÉNECA.
SNELL, BRUNO.