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Origen y caída del Monagato y la prospectiva histórica

Al recurrir comparativamente al régimen del “Monagato”, que dominó y arruinó a Venezuela entre
los años de 1846 y 1858, podremos obtener algunas lecciones que, sin ser leyes de exactitud, sí
contribuyen a construir una orientación a la formación de la actual conciencia histórica, si es que
nos atrevemos a darle una prospectiva histórica a tales enseñanzas del pasado. En primer lugar, el
régimen de los Monagas (José Tadeo y José Gregorio) no surgió de la nada ni de la simple avidez
nepótica y autocrática de tales caudillos, pues ya el régimen anterior, controlado por el general
José Antonio Páez entre 1830 y 1846, conocido por la denominación del maestro José Gil Fortoul
como la “oligarquía conservadora”, había preparado las condiciones negativas necesarias para
arruinar los avances sociales y económicos, así como la estabilidad política de aquella “república
deliberativa” (A. Mijares), por desgracia, el general Páez, en lugar de negociar con el creciente
movimiento Liberal, encabezado por líderes populares como Antonio Leocadio Guzmán, y lograr
una transición hacia una democracia liberal más compleja, prefirió pactar la transición hacia la
incertidumbre del liderazgo de una caudillo ávido de riquezas y poder, para sí, sus familiares y sus
amigos, fundándose la autocracia más corrupta del siglo XIX, denominada también por Gil Fortoul
como “la oligarquía liberal”. Régimen que desmontó la funcionalidad de la nación y la puso a las
puertas de la ingobernabilidad y la Guerra Federal iniciada en 1859.

Del mismo modo, pero en nuestros tiempos de fines del siglo XX, la clase dirigente, entre partidos,
empresarios y figuras que se autodenominaban como “notables”, no fueron capaces de garantizar
el relevo generacional necesario para replantearse un nuevo pacto democrático, que superase al
ya agotado de “Puntofijo”; en lugar de plantearse una transición social democrática y ejecutar una
reforma del Estado (que ya venía trabajándose desde el gobierno del presidente Lusinchi), se cayó
en un sistema de luchas internas entre los sectores democráticos que, a partir del “sacudón” o
Caracazo de 1989, sacó a la calle a dos actores políticos que aún hoy permanecen dominando las
variables funcionales del sistema político: los militares para garantizar el orden y las masas
anómicas que buscaban garantizar su supervivencia por la vía de la protesta permanente, la
informalidad socioeconómica y las actividades delictivas. Luego del derrumbe del segundo
gobierno del presidente Pérez distanciado operativamente de su partido AD, la cultura política
populista impuso en unas problemáticas elecciones de 1993 el segundo gobierno de más
orientación geriátrica que democrática del Dr. Rafael Caldera (quien también liquidó a su partido
Copei), en el que se profundizaron todos los problemas que arrastrábamos desde la década
anterior. Ese mismo populismo hermanado en una mutua comprensión entre las masas anómicas
y los uniformados autorizados desde 1989 y 1992 para garantizar el orden, produjeron la situación
de gradual descomposición disfuncional y distópica que observamos desde 1998, aunque los
enormes ingresos petroleros adormecieron buena parte de la visión crítica para percibir esta
problemática durante los primeros años del siglo XXI.
Finalmente, y enfocándonos ahora más hacia lo prospectivo que a lo comparativo, observamos
que las salidas o transiciones que se pueden ofrecer ante panoramas tan negativos, tanto en aquel
siglo XIX, como en nuestro tiempo contemporáneo; pueden resultar positivas si los acuerdos y
acciones políticas apuntan hacia la evolución republicana y democrática, como lo pudo lograr
aquella Revolución de Marzo de 1858, que por la “fusión” de liberales y conservadores pudo
derrocar la autocracia nepótica y corrupta de los Monagas o también puede ocurrir, como de
hecho ocurrió, en el caer nuevamente en la tentación de mantener o retornar el orden autocrático
que llevó a la dictadura del general Páez y la Guerra Federal entre 1859 y 1863, propiciando luego
la nueva autocracia correctiva y modernizadora de Antonio Guzmán Blanco desde 1870 hasta
1888. De la misma manera los venezolanos de hoy se enfrentan a la encrucijada entre profundizar
el caos de la ingobernabilidad en una sociedad fallida generadora de un Estado orgánica y
premeditadamente disfuncional o de refundar el proyecto nacional republicano, sobre la base de
un nuevo pacto de gobernabilidad que incluya todos los sectores capaces de asumir un programa
mínimo de restitución de la democracia, así como la reconstrucción del tejido social en una cultura
del trabajo que deseche la actual disociación entre el esfuerzo y el logro, el delito y la impunidad.
En una transición de intereses plurales, pero de “suave mano dura” que con “calma y cordura”,
como lo hizo López Contreras, garantice la restitución de la república y la viabilidad de nuestro
proyecto como nación. De no hacerlo nosotros, los venezolanos de todas las tendencias, entonces
solo profundizaremos el carácter fallido de la sociedad y del Estado, con lo que, al estilo africano,
serán la fuerzas de la ONU y de algunas potencias las que vendrán a repartir alimentos, medicinas
y la cantidad de balas necesarias para, al menos, estabilizar nuestra sociedad y nuestro territorio.
Casi nadie desea esta última opción, pero al fin y al cabo en una de las opciones que están sobre la
mesa y que no se había planteado para Venezuela desde el bloqueo realizado por las potencias en
1902.

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