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Arqueología del género

Arqueología del género

La problemática del cuerpo sexuado

La problemática de la sexualización

Referencias
LECCIÓN 1 de 4

Arqueología del género

En la unidad anterior, planteamos las rupturas y debates entre el feminismo de la segunda ola y el de la tercera ola
con relación al concepto de género. Retomamos este debate para dar cuenta de los movimientos que el concepto ha
tenido a lo largo del desarrollo del pensamiento feminista y por la diversidad sexual.

Una niña trans de 6 años le dice a su mamá: “Yo no soy lo que vos decís mamá”, ella se dibujaba a sí misma con pelo
largo y vestido, nunca se saca sus disfraces de princesa y es fanática de los unicornios (Braconi, 2019).

Su mamá se enfrenta a la situación de volver a repensar todo aquello que daba por sentado, y repensar todo aquello
que entendía como normal. En esta lectura, volveremos sobre la problemática de los cuerpos sexuados, para indagar
ahora aquello que el género le hace al sexo a partir de la temática de las infancias trans.

Figura 1: Asociación Infancias Libres


Fuente: Asociación Infancias Libres, s. f., https://bit.ly/36RoOkP

La Asociación Infancias Libres es una organización que enmarca la lucha de las familias por defender la identidad de
sus niños y niñas trans. Agrupa a más de 55 familias con el fin de brindar un espacio de acompañamiento y
actividades que ayuden a aumentar la autoestima y la aceptación del cuerpo, especialmente de esos cuerpos que
cultural y biológicamente son rechazados. La fundadora de esta asociación, Gabriela Mansilla, es madre de Luana, la
primera niña en el mundo en cambiar su DNI a los 6 años por el nombre que responde a su identidad de género

autopercibida a partir de la Ley de Identidad de Género1.

[1] Ley N.° 26.743. (2012). Ley de identidad de género. Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Secretaría

de Derechos Humanos. Recuperado de http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/195000-

199999/197860/norma.htm

La importancia de estas organizaciones, y de los estudios y de las luchas


llevadas adelante, es justamente construir una sociedad más libre y
respetuosa de las identidades de cada persona. Luana, a los 18 meses,
apenas cuando pudo expresarse dijo: “Yo nena mamá, yo princesa”, y
cada vez son más los niños y las niñas que manifiestan una identidad de
género distinta a la asignada al nacer desde una edad muy temprana,
entre los 3 y 6 años.
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La problemática del cuerpo sexuado

Explicamos anteriormente que el concepto de género fue adoptado por el feminismo de los años 60 y 70, a partir de
los trabajos realizados por el paradigma médico sobre la investigación de la adecuación anatómico-genital de las
personas intersex a los parámetros de cuerpos macho y hembra. El origen de la formulación del género como un
concepto diferente del sexo proviene del paradigma biomédico y de los estudios llevados a cabo, en un principio,
sobre los cuerpos de personas intersex y, posteriormente, de personas trans.

 Dorlin, E. (2009). Nuestros cuerpos, nosotros mismos. En Sexo, género y sexualidades:


Introducción a la teoría feminista. Buenos Aires: Claves, pp. 49-66.

Robert Stoller y John Money, cada uno desde su disciplina, fueron quienes comenzaron a fundamentar que existía
una diferencia entre el sexo que presentaba un cuerpo y el género, el que respondía a la vivencia íntima de identidad
sexual a través de los roles sociales y sexuales. El problema que para ellos evidenciaban las personas intersex (el
proceso fisiológico de sexuación funcionó, pero funcionó mal) los llevó a considerar que el cuerpo sexuado
presentaba una plasticidad frente a los roles de género y de identidad sexual, como posibilidad de llevar adelante
procedimientos para reasignar(le) un sexo correcto a quien presentaba un sexo anómalo.

La idea de reasignar un sexo correcto se movía dentro de la comprensión de la normalidad de un cuerpo macho o
hembra frente a la anomalía de un cuerpo intersex. Por lo tanto, los protocolos de reasignación genital buscaban
lograr órganos genitales (cosméticamente aptos) que pudieran encarnar la diferenciación sexual a través de los roles
de género masculino/femenino de oposición, en el marco de una identidad sexual estable representada por la
heterosexualidad compulsiva. El movimiento de estas teorías se da en el horizonte de comprensión de la binariedad
de las identidades sexuales: un varón biológico no puede tener una identidad normal de género ni sexual sin un
órgano sexo-genital (pene) normal, acorde para la penetración. Por lo que, en esta relación, advierten que el sexo
biológico referencia con mayor ímpetu los roles y comportamientos sexuales y de género que el proceso biológico de
sexuación del cuerpo (Dorlin, 2009).

Las motivaciones de Money muestran que lo que nosotros llamamos “sexo”, biológico, estable,
evidente, siempre implica un excedente respecto de la sexuación de los cuerpos. Lo que llamamos
entonces “el sexo de los individuos”, vale decir, la bicategorización sexual de los individuos en
“machos” y “hembras” sería más producto de factores exógenos que de una determinación
endógena. (Dorlin, 2009, p. 34).

Así, las feministas de la segunda ola retomaron esta diferenciación entre sexo y género para dar cuenta de la
arbitrariedad no natural de los roles y comportamientos que marcaban la normatividad sobre lo femenino y lo
masculino, como producto de la historización y culturalización de los cuerpos sexuados. El problema de esta
utilización es que, al subsumir en el concepto del género a todas las categorizaciones normativas sobre lo femenino y
masculino, el sexo quedó esencializado como una categoría ahistórica, con un papel anatómico, biológico e
inmutable, que se inscribía sobre un cuerpo sexuado de antemano. Es decir, no se alcanzaba a ver el excedente que el
género mismo constituía en la sexuación del cuerpo. La búsqueda se enfocó en desencializar las normas arbitrarias
sobre los roles masculinos y femeninos, las relaciones de dominación que propiciaban y la construcción de la mujer
como lo otro, para lo cual se terminó por recurrir a otra esencialización (igual de arbitraria) que el género reposaba,
sin ser lo mismo, en una inscripción corporal anterior (el sexo).

La distinción entre el sexo y género encuentra así su límite en el hecho de que la


desnaturalización de los atributos de lo femenino y lo masculino, al mismo tiempo, volvió a
delimitar y de tal modo reafirmó las fronteras de la naturaleza. Al desnaturalizar el género
también se cosificó la naturalidad del sexo. Al privilegiar la distinción entre sexo y género se
descuidó totalmente la distinción entre “sexuación” y “sexo” entre un proceso biológico y su
reducción categorial a los sexos “macho”, “hembra”, la cual consiste en la naturalización de una
relación social [negritas añadidas]. (Dorlin, 2009, p. 36).

Esta crítica a la que fue sometida la utilización del concepto de género hacia fines de los años 80 y comienzos de los
90 inauguró dentro de las filas del mismo feminismo el estudio sobre la historización de la representaciones y
conceptualizaciones del sexo, la problematización sobre los conceptos científicos naturalizantes del sexo y sus
aplicaciones políticas, epistémicas y sociales. Se historizó sobre la relación de saber/poder en la construcción del
sistema bicategorial del sexo y los esquemas clasificatorios que fueron dispuestos a partir de las ciencias médicas
para comprenderlo, basados en la exposición bicategórica del sexo en diferentes manifestaciones relativas al
temperamento, la anatomía genital y gonadal, la diferencia hormonal y, posteriormente, la genética. Se fue
conformando una representación científica de correlación causal entre: a) el temperamento de los sujetos (sexo
humoral); b) la morfología genital y gonadal: pene-vagina/testículos-ovarios (sexo gonádico); c) las hormonas
femeninas y masculinas (sexo hormonal); y d) los cromosomas XX, XY (sexo genético), para dar explicación a los
procesos de sexuación en cuerpos masculinos y femeninos.

 Dorlin, E. (2009). La historicidad del sexo. En Sexo, género y sexualidades: Introducción a la


teoría feminista. Buenos Aires: Claves[VY1] , pp. 31-47.

A pesar de los esfuerzos de estas relaciones de saber/poder por demostrar acabadamente la reducción del cuerpo a
dos procesos de sexuación diferenciados, la realidad rebasaba los mismos instrumentos de estudio de la sexuación en
más de las dos categorías fundamentalmente aceptadas, lo que llevó a que las siguientes investigaciones empezaran a
considerar que reforzar la incólume bicategorización sexual se convertía en un obstáculo epistemológico para la
compresión de los procesos de sexuación que existen más allá de lo macho y lo hembra (Dorlin, 2009).

En esta perspectiva, el género no es pensado ya como el “contenido” cambiante de un


“continente” inmutable que sería el sexo, sino como un concepto crítico, una “categoría de
análisis histórico”, que inicia “una marcha deliberadamente agnóstica que suspende
provisionalmente lo que “ya se sabe”: el hecho de que hay dos sexos. (Dorlin, 2009, p. 37).

El trabajo sobre los protocolos médicos de reasignación genital de las personas intersex ayuda a demostrar el colapso
de la indiscutible bicategorización sexual. El hecho de que las que intervenciones realizadas tengan en sí fines
cosméticos de adecuación genital a un imaginario dimórfico implica la intervención sobre cuerpos sanos, que no
presentan ningún problema médico más que la “anomalía” pensada desde la binariedad. Y no cualquier binariedad,
sino la que se establece a la vez dentro de patrones heterosexualizantes de las normas sociales sobre el género, es
decir, las formas en la que correctamente se podrá encarnar una feminidad o masculinidad en cuerpos aptos para el
encuentro sexual heteronormativo de oposición y penetración. Penes pequeños que no superan un determinado
tamaño (en las reglas heteronormativas de virilidad y genitalidad de lo masculino) son transformados en vaginas,
cuya funcionalidad se reduce a ser aptas para la penetración, anulando cualquier posibilidad orgásmica que la
persona pudiera tener. Lo expuesto permite comprender el carácter político y social del sostenimiento de la
bicategorización sexual, pues descansa en ella la encarnación de la heterosexualidad compulsiva, y como tal, la
estabilidad de todo el orden de intercambio en las relaciones normativas de la división sexual social.

Parece que si aplicamos todos los criterios normativos relativos a los factores biológicos de
sexuación (gonádicos, hormonales, cromosómicos), tenemos total interés en hablar de
idiosincrasias sexuales, cuya sola polarización posible es la aptitud para la reproducción (sabiendo
que existen cantidad de individuos típicamente “hembra” o “macho” que son estériles y cantidad
de individuos intersexos fecundos, por ejemplo.) Pero hay que conservar como barrera crítica que
la “aptitud para la reproducción” jamás existe en sí, que siempre es objeto de una división social
del trabajo sexual reproductivo. (Dorlin, 2009, p. 44).

Es por todos estos motivos que el concepto de género como la representación cultural de los cuerpos sexuados es
puesto en crisis y explicado como una relación de poder que presenta histórica, política y culturalmente la capacidad
de gobierno sobre los cuerpos a los que se adosa.

Valeria Silva relata a Infobae que a los 7 años lo preguntó a su mamá por primera vez qué le pasaba: “Mirando mi
cuerpo me di cuenta de que era distinto al de los demás” (Zanellato, 2019, https://bit.ly/2RYtelC), y ella le respondió
que era hermafrodita (así se nombraba en aquella época) y le encomendó que no tenía que decírselo a nadie para que
no la discriminaran. Al nacer, desde el hospital, les indicaron a sus padres que debían “corregir” la genitalidad, ya
que no se correspondía con los parámetros normales (Zanellato, 2019). Corregir en este contexto, y para las personas
intersex, significa mutilar los genitales para que luzcan “normales” o completar “lo que les falta”. Tal como lo relata
Valeria, sus padres no accedieron al pedido, por lo tanto, ella cuenta su historia como la historia de un cuerpo en
libertad.

La violencia contra la que luchan los movimientos de personas intersex se despliega contra el mecanismo que opera
en el sistema médico tradicional, donde se le asigna un sexo mediante una cirugía al cuerpo de una persona. Es decir,
se busca asignar un sexo “normal” a través de una cirugía que interviene sobre la genitalidad de una persona sana,
para cumplir con el parámetro que representa “la normalidad del sexo” que se espera que encarne. Esta genitalidad
“normal” responde a heterosexualidad compulsiva, ya que se comprende como un sexo binario y de oposición. Estas
intervenciones suelen comenzar en los primeros meses y años de vida, con bebés que no pueden dar su
consentimiento, ni autopercibirse como varón o mujer.

Por lo tanto, el colectivo de personas intersex lucha contra la mutilación genital y disputa la obligación violenta de
“normalidad” que busca adecuar los cuerpos para ser aceptados como varón o mujer. Por ende, es importante resaltar
la diferencia entre intersexualidad e identidad de género, tal como lo explica Silva para Infobae:

La intersexualidad no es una identidad de género. El género es una construcción social y personal,


cualquiera puede definirse como no binarie o trans y desde ahí performatear (modificar) su
cuerpo, pero lo nuestro es una diversidad corporal, no lo elegimos, es lo que nos toca al nacer y
es lo que nos dicen que está mal. El sistema médico nos obliga a modificarnos para ser como un
varón o una mujer deben ser”. (Zanellato, 2019, https://bit.ly/2RYtelC).
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La problemática de la sexualización

Ahora bien, si el género es utilizado bicategorialmente para condicionar las posibilidades polifónicas del proceso de
sexuación de los cuerpos, cabe preguntarnos a la vez cómo la sexualidad interactúa con el género. En este sentido, se
apunta a que “el concepto de género es a su vez, determinado por la sexualidad, comprendida como sistema político,
para el caso la heterosexualidad reproductiva, que define lo femenino y lo masculino por la polarización sexual
socialmente organizada de los cuerpos” (Dorlin, 2009, p. 49).

Por ello, se afirma que puede desestabilizarse el orden natural del sexo sin resquebrajar por ello el orden simbólico
que en ciertos discursos presenta la heterosexualidad, como paso a través del cual los individuos adquieren la
categoría de sujetos. Es decir, sin resquebrajar una forma de gobierno sobre la sexualidad, que requiere de las
identidades la coherencia biológica, de género y sexual, que posibilita la heterosexualidad como norma y como ley
simbólica de construcción del orden social.

Al formular la existencia de dos sexos y, según un razonamiento finalista, pensando la


reproducción con el fin de la sexualidad, se suponía que los dos sexos estaban necesariamente
sometidos a una ley de la atracción sexual donde el Mismo es atraído por el Otro, e
inversamente… La disposición jerárquica de los órganos genitales machos y hembras proviene de
las definiciones de la situación: la regla de la heterosexualidad obligatoria y la asignación de las
mujeres a los hombres… Hombre y mujer, pues, no son sino significantes que adquieren cuerpo
por y en la instauración del orden heterosexual reproductivo. (Dorlin, 2009, pp. 52-54).

La norma dominante de la masculinidad


Un tema que fue recurrentemente olvidado en los trabajos iniciales del género fue la cuestión relativa a la
masculinidad.

En este sentido, en los últimos tiempos y a partir de la desencialización del género, del sexo y de la sexualidad, se ha
comenzado a trabajar en la normatividad sobre la masculinidad, que implica que las cuestiones de género no se
reducen, como hemos visto, al estudio único de las normativas sobre la feminidad.

El estudio y conceptualización de la masculinidad y, principalmente, el trabajo de realizar una historicidad de la


masculinidad hegemónica, permiten un acercamiento más completo a los mecanismos y dispositivos de poder en las
relaciones de género bicategoriales. Esta tarea enfrenta determinados obstáculos por superar, pues la masculinidad
hegemónica es “difícilmente perceptible en su historicidad” (Dorlin, 2009, p. 82), en cuanto representa al hombre
que, a través del sistema patriarcal y del conocimiento andro- y heterocentrado, se ha convertido en la medida de la
humanidad: “Despojado de todas sus determinaciones de género, de color o de clase, el Sujeto se emparenta con una
identidad formal que se plantea como universal, neutra”(Dorlin, 2009, p. 82).

Pero la constitución de esta representación del sujeto de la humanidad no puede ser leída por fuera de los sistemas
políticos de dominación de género, raza y clase, pues la norma de la masculinidad hegemónica no puede ser
encarnada por cualquier hombre individual, sino que existe un tamiz de poder racial y de clase que construye la
virilidad y masculinidad del género dominante. De acuerdo con Dorlin (2009), tanto a través de los procesos
esclavistas como de los procesos de colonización la construcción mítica de las racialidades y del poderío
sociocultural a ellas asociado fue marcando una reinterpretación de otros hombres (extraños al hombre blanco,
europeo y de clase acomodada) en un extremo entre la feminización y la barbarie. Así, las representaciones de
masculinidad de los colonizados o de los esclavizados alternaron entre un deseo de dominación, por un lado, y una
pulsión interior de barbarie que venía a ser civilizada, por otro.

Los “negros” y de manera relativamente comparable los “árabes” en el siglo XIX son
simultáneamente infantilizados, afeminados y bestializados. La medicina esclavista y colonial
contribuyó en producir una mitología sobre los cuerpos serviles o indígenas que los excluye
doblemente de la masculinidad blanca dominante: de una forma de masculinidad refinada y
esclarecida. (Dorlin, 2009, p. 83).

Sea por la predisposición al servilismo que los colonos consideraban que estos poseían, que los volvía cobardes,
infantiles o poco aptos, se creó a la par un idea de los esclavos como seres absolutamente libidinales, sin control
sobre sus impulsos sexuales, un riesgo potencial permanente para las mujeres blancas, y debido a sus conductas
sexuales fueron quienes encarnaron los marcos de la perversión y propensión a la homosexualidad. De esta forma, a
través de la construcción histórica de su otro, la normatividad hegemónica de la masculinidad se asentó en el hombre
blanco, heterosexual, burgués, quien, como explica Elsa Dorlin (2009), se presentaba como el punto de equilibrio y
racionalidad, el término medio entre la masculinidad feminizada (desvirilizada) y la masculinidad bestializada
(sobrevirilizada).

La constitución de una masculinidad hegemónica no solo hace difícil su


historización, sino también la ejemplificación de las normas de género y
sexuales que a esta se le imponen. Al ser la medida de lo humano, la marca
de la normalidad y de la moral sexual, la exposición de su regulación
coercitiva se ve oscurecida a través de la constitución expresa de los
privilegios masculinos (y no de todos los hombres).

El padre, el falo y su poder separador original no es otra cosa sino un dispositivo histórico por el
cual se intentan mantener la “diferencia de los sexos y las generaciones”, es decir, el
sometimiento de las mujeres, la heterosexualización del deseo y el monopolio de la violencia
familiar legítima. Es también un dispositivo histórico colonial el que participó –el que participa–
en el mantenimiento de la “diferencia de las razas y los pueblos”. (Dorlin, 2009, p. 87).

El entrelazamiento de las relaciones de poder del género, el disciplinamiento de la sexualidad y la normativa de


sexuación del cuerpo adquieren en la norma de la masculinidad hegemónica dimensiones propias y características
que nos permiten comprender por qué resulta tan difícil su deconstrucción. No remite solamente a siglos de
imaginarios de construcción del sujeto medida de lo humano, sino que en ella descansa la moralidad social, sexual y
la medida del orden político de dominación de la subalternidad. Podemos en este contexto entender cómo se
accionan las fuertes resistencias a la deconstrucción del sistema sexo/género/sexualidad como el fin del equilibrio
social y psíquico que afectará fundamentalmente a los niños.

Al arraigar esa decadencia en los movimientos de libración de las mujeres, y más generalmente
sexual, claman contra un afeminamiento tendencial de la sociedad “occidental”, de lo que da fe
cierta indiferenciación de los roles sexuales y parentales: los hombres se habrían vuelto sensibles,
hasta cobardes, los padres “papás gallinas”, la norma de la masculinidad homosexual
dominante… Esta visión oculta eficazmente la manera en que una gubernamentalidad utiliza una
norma de masculinidad paternalista y virilista, so capa de una psicologización del orden
político… Es en la trascendencia de esta masculinidad, virlista y racista a la vez, donde hay que
encontrar un punto de convergencia entre el pensamiento y los movimientos feministas… (Dorlin,
2009, p. 87).
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Referencias

Asociación Infancias Libres. (s. f.). Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/sociedad/infancias-trans-lucha-


familias-defender-identidad-sus-nid2223242

Braconi, C. (2019, 26 de febrero). Infancias trans: la lucha de las familias por defender la identidad de sus hijos. La
Nación [En línea]. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/sociedad/infancias-trans-lucha-familias-defender-
identidad-sus-nid2223242

Dorlin, E. (2009). Sexo, género y sexualidades: Introducción a la teoría feminista. Buenos Aires, AR: Claves.

Ley N.° 26.743. (2012). Ley de identidad de género. Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
Secretaría de Derechos Humanos. Recuperado de http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/195000-
199999/197860/norma.htm

Zanellato, R. (2019, 12 de octubre). Soy una mujer intersexual: un silencio que se rompe y un tema que llega por
primera vez al Encuentro Nacional de Mujeres. Infobae. Recuperado de
https://www.infobae.com/sociedad/2019/10/12/soy-una-mujer-intersexual-un-silencio-que-se-rompe-y-un-tema-que-
llega-por-primera-vez-al-encuentro-nacional-de-mujeres/).

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