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ordenanzas: "La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como
nosotros somos uno" (Juan 17:22).
Para proclamar esta doctrina del Padre y del Hijo, Jesús estableció su Iglesia en la
tierra; había entonces, como las hay hoy, muchas versiones de la verdad,
representadas por diferentes denominaciones religiosas. El Salvador no eligió a
ninguna de las iglesias establecidas por el hombre, ni cuando vivió en la tierra ni en
estos últimos días, sino que organizó su propia Iglesia con profetas y apóstoles, con
un plan del evangelio para la salvación y exaltación, y ésta fue la Iglesia de Jesucristo.
Jesús reconoció que las distintas sectas no contaban con la totalidad de la verdad
ni poseían la autoridad para administrar las ordenanzas de salvación. Cuando muchos
líderes religiosos se sintieron ofendidos por sus enseñanzas, Jesús apeló a las
parábolas para enseñar la mayoría de sus doctrinas. Esto dejó en claro ante aquellos
espiritualmente receptivos, que debe haber solamente "un rebaño y un pastor" (Juan
10: 16).
"De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las
ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.
Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre,
y las saca.
Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le
siguen, porque conocen su voz.
Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los
extraños." (Juan 10: 1-5.)
Cuando esta parábola no fue plenamente entendida, Jesús la explicó claramente
diciendo:
"Yo soy la puerta de las ovejas...
...el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve
venir al lobo y deja las ovejas y huye..." (Juan 10:7,9, 11-12.)
El testimonio de que Jesús era el Buen Pastor, resultaba una terminología a la que
estaban acostumbrados aquellos que desempeñaban esa labor en Palestina. Jesús
sabía que quienes le escuchaban estaban al tanto de la profecía de que un pastor le
había sido prometido a los hijos de Israel. David, el joven pastor que llegó a ser rey,
escribió el hermoso vigésimotercer salmo que comienza diciendo "El Señor mi pastor
es..." Isaías profetizó que cuando Dios descienda "como pastor apacentará su rebaño;
en su brazo llevará los corderos..." (Isaías 40: 11). No podía haber lugar a mala
interpretación en lo que Jesús decía. El era su Señor, el Mesías prometido.
Comparando a los falsos maestros con ladrones y truhanes a quienes les preocupaba
el dinero más que el rebaño, Jesús demostraba repudio hacia los engañadores. No
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podría imaginarse mayor acusación. Luego, para dejar su punto en claro y para que
nadie pudiera interpretarlo mal, declaró: "Habrá un rebaño, y un pastor" (Juan
10:16).
No reconoció entonces, ni tampoco lo ha hecho jamás, una multitud de rebaños
ni de pastores.
Cuando Jesús puso a los apóstoles a cargo de la Iglesia en la antigüedad, éstos
predicaron la misma doctrina y practicaron las mismas ordenanzas que El les había
dado. Aquellos apóstoles no eran siervos que se hubieran llamado a sí mismos, sino
que Jesús les dijo: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros..."
(Juan 15:16).
Eran ministros autorizados, llamados para enseñar y oficiar en las ordenanzas de
salvación del evangelio. Jesús les confirió la autoridad del sacerdocio y mientras
permanecieron sobre la tierra, actuando bajo la autoridad que El les había dado,
prevaleció la unidad de doctrina y la uniformidad en las ordenanzas. El mensaje del
evangelio que se les mandó llevar al mundo, era el mismo para todos, en todas
partes. No se les enseñaba diferentes evangelios a las personas para dejarles luego
elegir. Había sólo un plan para todos.
A causa de la universalidad de estos requisitos para lograr la salvación, el apóstol
Pablo dijo que hay "...un Señor, una fe, un bautismo" (Efesios 4:5). En otra ocasión
escribió:
"Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anuncie otro evangelio diferente del
que os hemos anunciado, sea anatema." (Gálatas 1:8.)
Una Iglesia, un ministerio autorizado, una doctrina ortodoxa del evangelio y un
Espíritu Santo, caracterizaron a la Iglesia de Jesucristo en los días en que El estuvo en
la tierra.
"Pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los
santos..." (1 Corintios 14:33.)
Así es que la revelación de Dios a los líderes de la Iglesia de Jesucristo fue siempre
razonable, consistente y unificada.
No fue sino hasta después de la muerte de los apóstoles de Cristo que cesó la
revelación; la doctrina pura que Cristo había predicado, se mezcló con la filosofía del
mundo, dando lugar a innovaciones profanas en las ordenanzas de la Iglesia.
Finalmente, aquello que una vez había sido claro y comprensible se tornó enredado y
confuso; y es precisamente en la confusión donde Satanás opera para hacer que la
humanidad se pierda. Jesús y sus apóstoles predijeron una "caída" la que finalmente
se verificó, y el cristianismo entró en una larga noche de obscuridad.
Hoy abundan multitud de iglesias y doctrinas, todas ellas asegurando tener origen
divino, afirmación ésta que desafía todo razonamiento, pues contradicen las
enseñanzas de Jesucristo y el modelo establecido por El. Aquel que busca
honestamente la verdad debe preguntar: "¿Cuál de todos los grupos cristianos está
en la verdad?" Para el que busca una guía, el apóstol Santiago escribió:
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"Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada." (Sant. 1:5.)
Si con honestidad ponéis a prueba esta promesa al buscar la luz y la verdad,
seréis recompensados al encontrarlas.
Moroni, un Profeta del Libro de Mormón, bosqueja una forma simple de saber
sobre la autenticidad del Evangelio de Cristo:
"Y cuando recibáis estas cosas... preguntad a Dios, el Eterno Padre, en el nombre
de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con
verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el
poder del Espíritu Santo;
Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas."
(Moroni 10:4-5.)
Puesto que es claro que Jesús es uno con el Padre, y que ambos aceptan sólo un
rebaño, o Iglesia, es esencial que todo aquel que busca la verdad reconozca los
rasgos que distinguen a la verdadera Iglesia. La Iglesia de Jesucristo siempre ha
contado y contará con características fáciles de identificar.
En la verdadera Iglesia de Jesucristo podréis encontrar líderes que puedan trazar
su línea de autoridad en el sacerdocio directamente hasta el Señor Jesucristo mismo.
Encontraréis en su Iglesia los mismos oficiales que tenía la que El estableció, a saber:
profetas, apóstoles, obispos, setentas, élderes o ancianos, presbíteros, maestros y
diáconos; su Iglesia tiene que ser dirigida por un Profeta de Dios aquí en la tierra y la
misión primordial de la misma debe ser hacer "discípulos a todas las naciones,
bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (véase Mateo
28:19); los mismos dones del Espíritu que prevalecieron en la Iglesia en la época de
Jesús, tienen que existir hoy. Algunos de estos dones son: revelación, sanidad,
milagros, profecía y muchos otros. La caridad, o sea, el amor puro de Cristo, serán
evidentes entre sus miembros.
El mismo poder que Jesús dio a sus apóstoles cuando les dijo: “...todo lo que
atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será
desatado en el cielo" (Mateo 18:18), también tiene que encontrarse en su Iglesia; en
ésta, los ministros autorizados por El tienen que conferir ordenanzas y bendiciones a
los miembros. Estos convenios y obligaciones, si se les acepta y obedece, se aplican
no solamente a esta vida, sino a toda la eternidad.
Todas las personas en la Iglesia del Señor tienen derecho a recibir conocimiento
en cuanto a la veracidad de la Iglesia, mediante revelación personal del Espíritu
Santo. La revelación personal es lo que da fortaleza a la Iglesia de Jesucristo en
cualquier época; debemos conocer la verdad de una forma segura y no tan sólo
suponiendo que estamos en lo correcto. Es nuestra responsabilidad saber, y
mediante la ayuda de las Escrituras y del Espíritu Santo, uno puede saber sin lugar a
dudas.
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