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Un Ensayo Inédito

sobre la Trinidad
por
Jonathan Edwards 1
Cuando hablamos de la Divina felicidad es común decir que Dios es
infinitamente feliz en el disfrute de Sí mismo, en la contemplación
perfecta y en amor infinito, y en el regocijo de Su propia esencia y
perfección. De acuerdo a esto, debe suponerse que Dios perpetua y
eternamente tiene la más perfecta idea de Sí mismo, como si fuera
una imagen y una representación de Si mismo siempre enfrente a
Si mismo y en real visión y de esto, en consecuencia, emana el más
puro y perfecto acto o energía de la deidad (naturaleza divina),
deidad que es amor divino, complacencia y gozo. El conocimiento o
vista que Dios tiene de Sí mismo debe ser concebido
necesariamente como algo distinto de Su mera y directa existencia.
Debe existir algo que devuelva nuestra reflexión. La reflexión, como
nosotros reflejamos nuestras propias mentes, porta algo de
imperfección en ella. Sin embargo, si Dios se contempla a Sí mismo
de forma tal que tiene complacencia y gozo en Sí mismo, el reflejo
es Su propio objeto. Debería existir una dualidad: está Dios y la idea
de Dios, si es apropiado denominar como una idea lo que es
puramente espiritual.

Si un hombre pudiera tener una idea absolutamente perfecta de


todo lo que sucede en su mente, y todas esa serie de ideas y
ejercicios fueran perfectas en lo que refiere a orden, grado,
circunstancia y para cada lapso particular del tiempo pasado
(suponga la hora recién pasada), para este hombre todos los
intentos y propósitos serían los que fueron en esa última hora. Si
fuera posible para un hombre la reverberación perfecta para
contemplar todo lo que está en su propia mente en una hora dada,
verse como es y al mismo tiempo estar allí en su primera y directa
existencia; y si un hombre, que es, tuviera un reflejo perfecto o idea
contemplativa de cada pensamiento en el mismo momento en que
ese pensamiento se produce y de cada maniobra que es en y
durante ese mismo tiempo en que ésta se desarrolla, y así durante
la hora completa, este hombre sería realmente dos durante ese
tiempo; sería en realidad doble. Sería dos veces en una. La idea
que tiene de sí mismo sería él mismo nuevamente.

Note que con tener un reflejo o idea contemplativa de lo que sucede


en nuestras mentes, no sólo me refiero a la conciencia. Hay una
gran diferencia entre un hombre teniendo una visión de sí mismo,
reflejo o idea contemplativa de sí mismo, como para deleitarse de
su propia belleza o excelencia, y la mera conciencia. O si nos
referimos a la conciencia a lo que está en nuestra propia mente,
cualquier cosa más que la simple y mera existencia en nuestras
mentes de lo que allí existe, eso no sería nada más que el poder de
la reverberación que nos permite ver o contemplar lo que sucede.

Por lo tanto, como Dios, con perfecta nitidez, plenitud y fortaleza, se


entiende a Sí mismo, observa su propia esencia (en la cual no
existe distinción entre materia y acción, sino que es completamente
materia y completamente acción), esa idea que Dios tiene de Sí
mismo es absolutamente Sí mismo. Esta representación de la
naturaleza y esencia divina son la naturaleza y esencia divina
mismas. Es, con certeza, que de este modo el pensamiento de Dios
sobre su Deidad debe ser generado. Aquí hay otra persona única,
hay otra Potestad Eterna e Infinita y santísima y el mismo Dios, la
mismísima naturaleza Divina.
Y esta Persona es la segunda persona de la Trinidad, el Unigénito y
Amado Hijo de Dios. Él es la idea eterna, necesaria, perfecta,
trascendental y personal que Dios tiene de Sí mismo.

Nada puede concordar más con los registros que nos entregan las
Escrituras sobre el Hijo de Dios, Su ser en la forma de Dios y Su
expresa y perfecta imagen y representación (2Cor 4:4) “para que no
les resplandezca la luz del evangelio glorioso de Cristo, quien es la
imagen de Dios” (Fil 2:6 “El cual siendo en forma de Dios”. Col 1:15
“Él es la imagen del Dios invisible”. Heb. 1:3, “el cual, siendo el
resplandor de su gloria, y la imagen misma de Su persona”).
A Cristo se le llama la cara de Dios (Exo 33:14)2: la palabra (A. V.
presencia) en el original significa cara, parecer, forma o apariencia.
Ahora qué puede ser denominado tan apropiada y adecuadamente
de esta forma con respecto a Dios sino la propia y perfecta idea que
Dios tiene de Sí mismo, por medio de la cual Él tiene en cada
preciso momento una visión de Su propia esencia. Esta idea es ese
“rostro de Dios” que Dios ve de Sí mismo, como el hombre que ve
su propia cara en el espejo. Esa es la forma o apariencia
dondequiera que Dios eternamente se aparece a Sí mismo. La raíz
de la palabra original viene del significado de cuidar y observar.
Ahora ¿qué es lo que Dios cuida u observa de manera tan suprema
como lo hace con Su propia idea o esa perfecta imagen de Sí
mismo, y que tiene ante Su vista? Esto es lo que está
eminentemente en la presencia de Dios y es llamado el ángel de la
presencia de Dios o rostro (Isa 63:9)3 . Es un asunto que está
expresamente revelado en la Palabra de Dios, que el Hijo de Dios
sea la perfecta y eterna idea de Dios mismo. En Ella, en primer
lugar, Cristo es llamado “la sabiduría de Dios”. Si se nos enseña en
la Escritura que Cristo es Uno con la sabiduría o conocimiento de
Dios, entonces eso quiere decirnos que Él es igual que la idea
eterna y perfecta de Dios. Ellos son lo mismo como lo hemos ya
observado y, supongo, nadie negará. Cristo es llamado la sabiduría
de Dios (1Cor 1:24 4, Luc 11:49 5, comparado con Mat 23.34 6) y
cuánto Cristo, en Proverbios, nos habla bajo el nombre de
Sabiduría, especialmente en el octavo capítulo.

La Deidad siendo de este modo unigénita por la idea de Dios


amándose a Sí mismo y desplegado en una materia o persona
distinta en esa idea. De ahí procede el más puro acto, una energía
infinita y santa que nace entre el Padre y el Hijo, en un amor y
deleite mutuos del uno por otro, porque su amor y gozo son mutuos
(Prov. 8:30 7) “Yo era Su delicia diariamente, deleitándome siempre
ante El”. Este es el eterno y más perfecto y esencial acto de la
Divina naturaleza, en que la Deidad actúa a un grado infinito y en la
más perfecta forma posible. La Deidad se vuelve todo acto. La
mismísima esencia Divina fluye y es como si fuera inspirada en
amor y gozo. Es así que la Deidad permanece en lo sucesivo y en
otra forma de existencia. Y desde allí procede la tercera Persona de
la Trinidad, el Espíritu Santo. A saber, la Deidad en acción, porque
no existe otra acción que la acción de la voluntad.

Podemos aprender por la Palabra de Dios que la Deidad o Divina


naturaleza y esencia subsiste en amor (1 Jn 4:8) “El que no ama, no
ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. Y en ese contexto,
pienso, es claramente cercano a nosotros, que el Espíritu Santo es
ese Amor, como se indica en los versículos 12 y 13: “Si nos
amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros”… “porque Él
nos ha dado Su Espíritu”. Es el mismo argumento en ambos
versículos. En el versículo 12, el apóstol argumenta que si tenemos
amor en nosotros, tenemos a Dios en nosotros, y en el versículo 13,
enfatiza la fuerza del argumento diciendo que ese amor es el
Espíritu de Dios. Viendo que tenemos el Espíritu de Dios en
nosotros, tenemos a Dios en (nosotros), suponiendo esto como una
cosa garantizada y permitida que el Espíritu de Dios es Dios. Esto
también es evidente cuando dice que Dios habitando en nosotros, y
Su amor y el amor que Él ha manifestado para ser en nosotros, son
una misma cosa. Lo mismo se expresa, de igual forma, en el último
versículo del capítulo mencionado. En los versículos precedentes, el
apóstol está hablando del amor como una señal segura de nuestra
sinceridad y de nuestra aceptación de Dios, comenzando con el
versículo 18, y de esta forma redondea el argumento en el último
versículo. De este modo, nosotros sabemos que Él habita en
nosotros por el Espíritu que nos ha dado.

En muchos lugares, la Escritura parece hablar del amor en los


cristianos como si fuera lo mismo que el Espíritu de Dios en ellos, o
al menos como el supremo y más natural aliento y acto del Espíritu
en el alma (Fil 2:1-2) “Por tanto, si hay alguna consolación en
Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu,
si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi
gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes,
sintiendo una misma cosa”. (2 Cor 6:6) “En bondad, en el Espíritu
Santo, en amor sincero”. (Rom. 15:30) Pero os ruego, hermanos,
por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu”. (Col 1:8)
“quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu.”
(Rom. 5:5) “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Gal 5:13-16)
“No uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por
amor los unos a los otros. Pero si os mordéis y os coméis unos a
otros, tomad cuidado que no os consumáis unos a otros. Esto digo
pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.”
El apóstol argumenta que la libertad del cristiano no es camino para
dejarse llevar por los deseos de la carne, en morderse y devorarse
unos a otros o lo similar, porque el principio de amor que estaba en
el cumplimiento de la ley lo evitaría. Y en el versículo 16, asevera la
misma cosa en otras palabras: “Esto digo entonces, caminad en el
Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne”.

El tercer y último oficio del Espíritu Santo es confortar y deleitar las


almas del pueblo de Dios. Es así que uno de Sus nombres es el
Consolador. De ese modo tenemos la frase “Gozo en el Espíritu
Santo” (1 Tes 1:6) “Habiendo recibido la Palabra con mucha
aflicción con el gozo del Espíritu santo”. (Rom 14:7) “El reino de
Dios es… justicia, y paz, y gozo en el Espíritu Santo”. (Hech 9:31)
“Caminando en el temor de Dios y en el consuelo del Espíritu
Santo”. Cuán bien concuerda esto con el Espíritu de Dios siendo el
gozo de Dios y su deleite. (Hech 13:52) “Y los discípulos estaban
llenos de gozo y con el Espíritu Santo” – dándose a entender, como
yo supongo, que ellos están llenos de gozo espiritual.

Esto es confirmado por el símbolo del Espíritu Santo, a saber, una


paloma, que es el emblema del amor o de un amante. Así es usado
en las Escrituras, y en forma especialmente frecuente en los
Cantares de Salomón (1:15) “Mira que eres justo, mi amor, mira que
eres justo, tienes ojos de paloma”, Ejemplo “Ojos de amor”, y luego
en 4:1, las mismas palabras, y luego en 5:12. Sus ojos son como
los ojos de las palomas” y en 5:2 “Mi amor, mi paloma”, y en 2:14 y
luego 6:9. Esto, creo yo, es la razón de que la paloma entre todos
los pájaros (excepto el gorrión en un caso de único de lepra) fue
designada para ser ofrecida en sacrificio debido a su inocencia y
porque es el emblema de amor, amor siendo el más aceptable
sacrificio a Dios. Fue bajo esta similitud que el Espíritu Santo
descendió del Padre sobre Cristo en su bautismo, significando el
infinito amor del Padre por el Hijo, quien es el verdadero David, o
amado, como dijimos anteriormente.
El mismo significado tuvo lo que el ojo vio con la aparición del
Espíritu Santo cuando descendió del Padre al Hijo en la forma de
una paloma. El mismo significado tuvo la voz en esa ocasión que
dijo “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia”.

Que el amor de Dios o Su amorosa bondad es la misma del Espíritu


Santo parece ser claro en Sal 36: 7-9 “Que excelente (o qué
preciosa como es en Hebreo) es tu amorosa bondad oh Dios, por lo
tanto los hijos de los hombres pusieron su confianza bajo la sombra
de Tus alas, serán abundantemente satisfechos (en hebreo,
“regados”) con la gordura de Tu casa y Tú los harás beber del río de
Tus placeres, porque Contigo es la fuente de vida y en Tu luz
veremos la luz”.

Sin duda que la preciosa y amorosa bondad y la gordura de la casa


de Dios y el río de Sus placeres y el agua de la fuente de vida y la
luz de Dios de la que hablamos, son la misma cosa. Por ella
aprendemos que el santo aceite consagrado, que era guardado en
la Casa de Dios y que es un tipo del Espíritu Santo, representaba el
amor de Dios; y que el Río de Agua viva mencionado en el capítulo
22 del Apocalipsis, que procede del trono de Dios y del Cordero, y
que es también la misma visión de Ezequiel de las aguas vivas y
dadoras de vida, es aquí , en el Salmo 36, llamada “Fuente de Vida
y río de los placeres de Dios”. Todo se refiere a la amorosa bondad
de Dios.

Es Cristo mismo quien expresamente nos enseña que las fuentes


espirituales y los ríos de agua de vida son el Espíritu Santo (Jn
4:14 8; 7:38,39 9). Que por el río de los placeres de Dios se
entiende la misma cosa que expresa el río puro de agua de vida
que se menciona en Apo 22:1. Se confirma más aún si lo
comparamos con esos versículos del Apocalipsis 21:23-24 10, 22:1-
5 11. Pienso que si nosotros comparamos estos versículos y los
sopesamos no podemos dudar de que se trata de la misma felicidad
que se manifiesta en el Salmo del que se habla allí.

Es así que esto concuerda bien con las similitudes y metáforas que
se utilizan para el Espíritu Santo en las Escrituras, tales como agua,
fuego, aliento, viento, aceite, vino, riachuelo, un río, un ser
derramado o que se derrama y un ser que se inspira. Puede
pensarse en alguna cosa espiritual o algo perteneciente a un ser
espiritual en que tal clase de metáforas lo/la representen tan
naturalmente, como lo es en lo relativo un Espíritu. El afecto, amor o
gozo puede decirse que fluyen como agua o ser inspirados como
aliento o viento. (No) sonaría tan bien decir que una idea o juicio
fluya o sea inspirado.
No es diferente decir que el afecto es cálido o comparar el amor con
fuego. Sin embargo no parecería natural decir lo mismo de la
percepción o la razón. En tanto parece natural decir que el alma se
vacía en afecto o que el amor o el placer se derraman ampliamente.
(Rom. 5:5 12) “El amor de Dios es derramado en nuestros
corazones”. Esta afirmación encaja sólo con algo perteneciente a un
ser espiritual.

Este es ese “río de agua de vida” al que se refiere el capítulo 22 del


Apocalipsis. Río de agua de vida que procede del trono del Padre y
del Hijo puesto que los ríos de agua viva o aguas de vida son el
Espíritu Santo. A lo mismo se refiere la propia interpretación del
apóstol, en Jn 7:38-39: “el Espíritu Santo siendo la delicia infinita y
el placer de Dios”. El río es llamado el río de los placeres de Dios
(Sal 36:8 13) y no el río de Dios de los placeres, lo que supongo
significa lo mismo que la grosura de la Casa de Dios, con los que
aquellos que confían en Dios serán bañados. Y por grosura de la
Casa de Dios, supongo, se quiere decir la misma cosa que el aceite
tipifica.

Es una confirmación que el Espíritu Santo es el amor y delicia de


Dios porque la santa comunión con Dios consiste en tomar parte
con el Espíritu Santo. La comunión de los santos tiene dos fines “Es
la comunión con Dios y la comunión los unos con los otros (1 Jn
1:3)”. “Que ustedes tengan comunión con nosotros, y nuestra
comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo”. La comunión es la participación con el bien, ya sea
excelencia o felicidad, de forma tal que cuando se dice que los
santos tienen comunión o camaradería con el Padre y con el Hijo,
su significado es que ellos participan con el Padre y el Hijo de su
bondad, que es su excelencia y su gloria (1 Ped 1:4. “Ustedes son
partícipes de la naturaleza divina”, Heb. 12:10 “Que podamos ser
partícipes de Su santidad”, Jn 17:22,23 “Y la Gloria que Tú me has
dado, Yo les daré a ellos; que ellos sean uno, así como nosotros
somos uno, Yo estoy en ellos y Tú en Mí”; o de su gozo y felicidad
(Jn 17:13) “Que tengan en ustedes, Mi gozo pleno”.

El Espíritu Santo siendo el amor y gozo de Dios es Su hermosura y


felicidad, y es en nuestra participación con el mismo Espíritu Santo
en que nuestra comunión con Dios reside (2 Cor 13:14) “La gracia
del Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la comunión del Espíritu
Santo, esté en todos ustedes. Amén”. No son diferentes sino los
mismos beneficios que el apóstol deseó, es decir, el Espíritu Santo.
En comunión con el Espíritu Santo, poseemos y disfrutamos del
amor y la gracia del Padre y del Hijo, ya que el Espíritu Santo es
ese amor y gracia y, por lo tanto, supongo, que es eso lo
mencionado en el versículo antes referido (1 Jn 1:3). Se nos dice
que tenemos hermandad con el Hijo y no con el Espíritu Santo
porque allí reside nuestra comunión con el Padre y el Hijo, al
compartir con ellos el Espíritu Santo.

En esto también consiste, eminentemente, nuestra comunión con el


Hijo, que bebamos del mismo espíritu. Esta es la excelencia común
y gozo y felicidad en la cual todos están unidos, Este es el vínculo
de perfección por el cual Ellos son uno en el Padre, el Hijo, así
como el Padre, en el Hijo.

No puedo pensar en ningún otro buen registro que aquel del apóstol
Pablo, en el comienzo de su epístola, deseando gracia y paz de
Dios el Padre y del Señor Jesucristo, sin nunca mencionar al
Espíritu Santo. Esto se repite en los saludos de sus trece epístolas
– a no ser que (por ejemplo… excepto) el Espíritu Santo sea el
mismo amor y gracia de Dios el Padre y el Señor Jesucristo. En su
bendición al final de su segunda carta a los Corintos, donde
menciona a las tres Personas y desea gracia y amor del Hijo y el
Padre (salvo que) en la comunión o en la participación del Espíritu
Santo, la bendición proviene del Padre y del Hijo en el Espíritu
Santo. La bendición del Espíritu Santo es Él mismo, la
comunicación de Él mismo. Cristo promete que Él y el Padre
amarán a los creyentes (Jn 14:21,23 14) pero no hace ninguna
mención al Espíritu Santo. El amor de Cristo y el amor del Padre, en
forma muy frecuente, son mencionados inequívocamente, pero
nunca se hace mención alguna al amor del Espíritu Santo.

(Yo supongo que esta es la razón del por qué no tenemos ningún
registro del amor del Espíritu Santo, tampoco del amor del Padre o
del Hijo, o del amor del Hijo o del Padre por el Espíritu Santo, o del
amor del Espíritu Santo a los santos. Aunque estas cosas sean tan
a menudo predicadas sobre las dos Personas de la Trinidad).
Y esa supongo es la bendita Trinidad que se nos muestra en las
Santas Escrituras. El Padre es la deidad subsistiendo en una
suprema, no creada y más absoluta forma, o la Deidad en su directa
existencia. El Hijo es la Deidad generada por el conocimiento de
Dios o la idea de Sí mismo y subsistiendo en esa idea. El Espíritu
Santo es la Deidad subsistiendo en los actos, o la Divina esencia
fluyendo o inspirándose en el infinito amor de Dios y deleite en Sí
mismo. Yo creo que la esencia divina completa subsiste verdadera
e inequívocamente en ambos, en la idea divina y en el amor divino y
que cada una de ellas son personas propiamente distintas.

Entre los teólogos, es una máxima decir que todo lo que está en
Dios es Dios, lo cual debe entenderse como atributos reales y no
como meras modalidades. Si un hombre dijera que la inmutabilidad
de Dios es Dios, o que la omnipresencia de Dios y autoridad de
Dios es Dios, yo no sería capaz de pensar en algún significado
racional de lo que esa persona está diciendo. Apenas me parece
apropiado decir que el Ser de Dios sin cambio es Dios o que el ser
de Dios estando en todas partes, es Dios o que Dios ejerciendo el
derecho de gobernar justamente a sus criaturas, es Dios.
No obstante si queremos decir que los atributos reales de Dios, es
decir, su entendimiento y amor son Dios, entonces lo que hemos
dicho podría, en alguna medida explicar cómo que es así, porque la
deidad subsiste en ellos distintivamente, así que son Personas
Divinas distintas.

Una de las principales objeciones que puedo pensar en contra de lo


que ha sido supuesto es concerniente a la Personalidad del Espíritu
Santo: este esquema de cosas no parece ser lo suficientemente
consistente con el hecho de que una persona es aquella que tiene
entendimiento y voluntad. Si los Tres en la Divinidad son Personas,
sin duda, cada una de ellas, tiene entendimiento, pero esto hace
posible entender a una persona dada y amar a otra. ¿Cómo,
entonces, puede este amor tener entendimiento? (Aquí, observaría
que los teólogos no han estado acostumbrados a suponer que estas
personas tienen tres formas distintivas de entendimiento, sino más
bien uno y un mismo entendimiento).

Para aclarar este tema consideremos que el Oficio completo de la


Divinidad -se supone –subsiste verdadera y apropiadamente en
cada uno de ellos tres. Concretamente, Dios y Su entendimiento y
Su amor, y que existe una unión tan maravillosa entre ellos, que son
-de una inefable e inconcebible manera- Uno en el Otro; de forma
tal que Uno tiene al Otro y que ellos tienen comunión el Uno en el
Otro y son como fueron predicados Uno del Otro. Como Cristo dijo
de Sí mismo y del Padre “Estoy en el Padre y el Padre en Mí”. En lo
relativo a todas las Personas de la Trinidad, en consecuencia,
podría decirse que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, el
Espíritu Santo está en el Padre, y el Padre en el Espíritu Santo, el
Espíritu Santo está en el Hijo y el Hijo en Espíritu Santo; y que el
Padre entiende porque el Hijo, que es el entendimiento Divino está
en Él. El padre ama a causa del Espíritu Santo que mora en Él y así
el Hijo ama porque el Espíritu Santo está en Él y procede de Él. De
esa forma el Espíritu Santo o la Divina esencia subsistiendo es
Divina y entiende porque el Hijo de la Idea Divina está en Él.
Del entendimiento de este amor pueden hacerse sermones porque
es el amor del conocimiento, ambos objetiva y subjetivamente. Dios
ama el conocimiento y ese conocimiento también se derrama en
amor, de forma tal que el conocimiento Divino está en la Deidad que
subsiste en amor. No es un amor ciego. Hasta en las criaturas
existe una conciencia, enraizada en la naturaleza misma de la
voluntad o acto del alma, y aunque quizá no tanto que pueda
decirse tan apropiadamente que esta es una visión o una poco
exigente voluntad. Sin embargo, puede ser verdadera y
apropiadamente dicho así de Dios, porque su manera de actuar es
infinitamente más perfecta, de forma que la esencia Divina completa
fluye y subsiste en este acto. Y el Hijo que está en el Espíritu Santo
aunque no procede de El por razón (de hecho) que el entendimiento
debe ser considerado como anterior en el orden de la naturaleza, a
la voluntad o al amor o al actuar, tanto en las criaturas como en el
Creador. El conocimiento es así en el Espíritu, y el Espíritu puede
ser conocido debido a que el Espíritu de Dios es verdadera y
perfectamente conocible, para buscar todas las cosas, aun las más
profundas de Dios.

(Los Tres son Personas porque tienen entendimiento y voluntad.


Hay entendimiento y voluntad en el Padre, y debido a que Hijo y en
el Espíritu Santo provienen de Él; hay entendimiento y voluntad en
el Hijo, y como Él es entendimiento, y como el Espíritu Santo que
está en El y procede de Él, existe también entendimiento y voluntad
en el Espíritu Santo. Este es la Divina voluntad puesto que el Hijo
está en El.

No debe tenerse por extraño o irracional que se hable de la Trinidad


como un ser que tiene conocimiento o amor por las otras personas
que subsisten en ella, porque los fundamentos que tenemos en las
Escrituras nos ayudan a concluir así respecto del Padre en su
sabiduría y conocimiento o razón que es por el Hijo siendo en Él.
Somos informados que Él es la sabiduría y razón y verdad de Dios,
y que Dios es sabio en Su propia sabiduría siendo en Sí mismo.
Conocimiento y sabiduría están en el Padre como en el Hijo, están
en Él y provienen de Él. Conocimiento hay en el Espíritu Santo
porque el Hijo está en Él; no proviene de Él pero fluyen por Él.

No pretendo explicar completamente cómo son estas cosas y soy


sensible al ciento de otras objeciones que puedan establecerse.
Dudas y preguntas que no puedo resolver. Estoy lejos de pretender
explicar la Trinidad como algo que no es un misterio. Pienso que
continúa siendo el más alto y profundo de todos los divinos
misterios, a pesar de cualquier cosa que se haya dicho o concebido
acerca de ella. No pretendo explicar la Trinidad. No obstante, las
Escrituras pueden conducirnos con fundamento a decir algo más de
lo que se ha dicho. Hay aún muchas cosas pertinentes a la Trinidad
que son incomprensibles.
Me parece a mí que lo que he supuesto aquí relativo a la Trinidad
es excesivamente análogo al esquema del Evangelio y concuerda
con el tenor completo del Nuevo Testamento, y que
abundantemente se ilustra en las doctrinas del Evangelio, como
podría ser demostrado en detalle si ello no excediera la extensión
de este discurso.

Sólo mostraré brevemente que las muchas cosas que han sido
dichas por teólogos ortodoxos sobre la Trinidad, se ilustran aquí.
Aquí vemos cómo el Padre es la fuente de la Divinidad y por qué
cuando se habla sobre Él en las Escrituras, Él es tan amenudo
llamado Dios, sin ninguna adición o distinción. Esto ha conducido a
algunos a pensar que Él era verdadera y esencialmente Dios. Aquí
podemos ver el por qué en la economía de las Personas de la
Trinidad , el Padre debe mantener la dignidad de la Deidad, que el
Padre debe tener como Su oficio defender y mantener los derechos
de la Deidad y debe ser Dios no solo por esencia, por así decirlo,
para Su oficio práctico.

Aquí se ilustra la doctrina del Espíritu Santo. Proveniente (de)


ambos, del Padre y del Hijo. Aquí vemos cómo es posible que el
Hijo sea Engendrado del Padre, y como el Espíritu Santo proviene
del Padre y el Hijo, y como todas las Personas son Coeternas. Aquí
podemos entender más claramente la igualdad de las personas
entre sí y que ellas son en su forma iguales en la sociedad o familia
de los tres.

Son iguales en honor. Además del honor que es común a todas


ellas; concretamente todas ellas son Dios; cada una tiene Su honor
particular en la sociedad o familia. No sólo son iguales en su
esencia sino en el honor del Padre que está en Ellas, quien -por
decirlo de algún modo- es el Autor de la sabiduría perfecta e infinita.
El honor del hijo está en que Él es la sabiduría perfecta y divina; es
la excelencia que nace del honor de ser el autor o generador de
ella. El honor del Padre y del Hijo es ese que ellos son infinitamente
excelentes, o que de ellos proviene la infinita excelencia. No
obstante el honor del Espíritu Santo es igual porque Él es esa
misma excelencia divina y belleza

El honor del Padre y del Hijo radica en que ellos son infinitamente
santos y son la fuente de santidad. En tanto que el honor del
Espíritu Santo es la santidad misma. El honor del Padre y del Hijos
está en que ellos son infinitamente felices y son la génesis y la
fuente de felicidad, y el honor del Espíritu Santo es igual puesto que
Él es la infinita felicidad y gozo mismos.
El honor del Padre es que Él es la fuente de la Deidad, de la cual
provienen ambas, la sabiduría divina y también la excelencia y la
felicidad. El honor del Hijo es igual ya que Él es la sabiduría divina y
de Él provienen la excelencia divina y felicidad. Y el honor del
Espíritu Santo es igual ya que es la belleza y felicidad de ambas
dos otras personas.

Por esto, también podemos comprender completamente la igualdad


de la preocupación de cada persona en el trabajo de la redención, y
la igualdad de la preocupación de los redimidos con ellos y su
dependencia de ellos; y la igualdad y el honor y la alabanza debida
a cada uno de ellos. La gloria pertenece al Padre y al Hijo porque
ellos amaron tan profundamente al mundo. La gloria al Padre
porque amó tanto que entregó a su Unigénito Hijo; al Hijo que amó
tanto al mundo que se dio Sí mismo.
Sin embargo hay una Gloria similar debida al Espíritu Santo porque
es el amor del Padre y del Hijo al mundo. Así tanto como las dos
primeras personas se glorifican a Sí mismas al mostrar la
sorprendente grandeza de su amor y gracia, así tanto es ese
maravilloso amor y gracia glorificados en quien es el Espíritu Santo.
Muestran la infinita dignidad y excelencia del Padre que el Hijo, con
su precioso y venerado honor y gloria, se haya inclinado
infinitamente por debajo de Su deidad que la salvación de los
hombres debe ser lesión de ese honor y gloria.

Eso mostró la excelencia infinita y el valor del Hijo y la satisfacción


del Padre por Él, que por Su bien estaba preparado para abandonar
Su ira y recibir en su favor a aquellos que merecieron infinito mal en
Sus manos, y lo que se ha hecho muestra cuán grande es la
excelencia y valor del Espíritu Santo. Éste es esa delicia que el
Padre y el Hijo tienen el uno con el otro, que muestra ser infinita.
Tan grande como el valor que tiene para cualquiera de nosotros una
cosa deliciosa; así de grande es el valor de esa delicia y gozo que
Él tiene en eso.

Dependemos igualitariamente de cada uno de estos oficios. El


Padre señala y provee al Redentor, quien, -en Sí mismo- acepta el
precio y garantiza la cosa comprada; el Hijo es el Redentor que se
ofrece a Sí mismo y es el precio; y el Espíritu Santo inmediatamente
comunica a nosotros la cosa comprada al comunicarse a Sí mismo.
Y Él es la cosa comprada. La suma de todo es que la cosa que
Cristo compró para los hombres es el Espíritu Santo (Gal
3:13,14 15) “Él fue hecho maldición por nosotros… para que
pudiéramos recibir la promesa del Espíritu por fe”.

Lo que Cristo compró para nosotros fue que tuviéramos comunión


con Dios (lo cual) es Su bien; bien que consiste en tener comunión
con el Espíritu Santo. Como hemos mostrado, toda la bendición del
Redentor consiste en su comunión con la llenura de Cristo, que a su
vez es la comunión con el Espíritu que nos es dado sin medida. El
aceite que es derramado en la cabeza de la Iglesia fluye hacia los
miembros de Su cuerpo y a las faldas de Su vestidura (Sal
133:2)16 . Cristo compró para nosotros el que tuviéramos el favor
de Dios y pudiéramos disfrutar de Su amor, pero ese amor es el
Espíritu Santo.

Cristo compró para nosotros la verdadera excelencia espiritual, la


gracia y la santidad, la suma de lo cual es amar a Dios, que no es
más que el Espíritu Santo habitando en el corazón. Cristo nos
compró el gozo espiritual y la complacencia que están en participar
del gozo de Dios y la felicidad. Júbilo y dicha que están en el
Espíritu Santo, como ha sido mostrado. El Espíritu Santo es la suma
de todas las cosas buenas. Las cosas buenas y el Espíritu Santo
son expresiones sinónimas en las Escrituras (Mat 7:11)17 “Cuánto
más el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a aquellos que lo
piden”. La suma de todo el bien espiritual, del cual los finitos tienen
en este mundo, es ese remanso de agua viva dentro de ellos, del
que leemos en Juan 4:10 18, y esos ríos de agua viva fluyen de
ellos, como nos indica en Juan 7:38-39 19. Esos ríos significan el
Espíritu Santo. La suma de toda la felicidad en el otro mundo es el
río de agua de vida que proviene del trono de Dios y del Cordero,
del cual leemos en Apo. 22:1 20 . Es el Río de los placeres de Dios,
y es el Espíritu Santo; y, por lo tanto, la suma de la invitación del
Evangelio para ir y tomar las aguas de vida (versículo 17) 21.
El Espíritu Santo es la posesión comprada y la herencia de los
santos, … esa pequeña parte de ella que los santos tienen en este
mundo dice ser la señal de esa posesión adquirida. (Efe 1:14 “…de
nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para
alabanza de su gloria”). Esa señal de la cual tendremos llenura de
aquí en adelante (2 Cor 1:22) 22. El Espíritu Santo es el gran objeto
de todas las promesas del evangelio y de ahí que sea llamado el
Espíritu de la promesa (Efe 1:13) 23 . Este es llamado la promesa
del Padre (Luc 24:49) 24 y lo mismo en otros versículos. (Si el
Espíritu Santo es la comprensión de todas las cosas buenas
prometidas en el evangelio, podemos fácilmente ver la fuerza del
argumento del apóstol (Gal 3:2) “Esto sólo quiero saber de vosotros:
¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”).
Es así que es de Dios de quien nuestro bien es adquirido y es Dios
quien lo compra y es Dios también la cosa comprada.

De este modo todas nuestras cosas buenas vienen de Dios y a


través de Dios y en Dios, como leemos en Rom 11:36: “Por Él, a
través de Él y en Él (o por medio de Él, como indica 1 Cor 8:6 25)
son todas las cosas”. “A Él sea la gloria por siempre”. Todo nuestro
bien está en Dios el Padre, Todo es a través de Dios el Hijo, y todo
es en el Espíritu Santo, como Él es en Sí mismo todo nuestro bien.
Dios es Él mismo la porción y herencia comprada para Su pueblo.
Dios es el Alfa y el Omega en este asunto de la redención.

Si suponemos no más que de lo que acostumbramos acerca del


Espíritu Santo, la preocupación del Espíritu Santo en el trabajo de la
redención no es igual que la del Padre y la del Hijo, tampoco existe
igual parte de gloria en el trabajo que le concierne: simplemente
aplicarse a nosotros, darnos inmediatamente o entregarnos la
bendición comprada, después de que fue comprada, como un
subordinado de las otras Dos Personas, porque eso es una cosa
pequeña si comparada a la compra de ella pagando un precio
infinito, como es Cristo ofreciéndose a Sí mismo en sacrifico para
procurarla. Y eso es una pequeña cosa comparada con Dios, el
Padre, dando a Su infinitamente amado Hijo para ser sacrificado por
nosotros y tras Su compra, otorgarnos todas las bendiciones que de
ella emanan.
Pero según esto existe una igualdad. Que el Espíritu Santo sea el
amor de Dios al mundo es tanto como el Padre y el Hijo hagan tanto
por amor al mundo, y ser la cosa comprada es tan valioso como ser
el precio pagado por ella. El precio y la cosa comprada a ese precio
son iguales. Y eso es tanto como estar en condiciones de pagar la
cosa comprada, porque la gloria que pertenece a Aquel que paga la
cosa comprada surge del valor de la cosa que compra y, en
consecuencia, es la misma gloria. La gloria de la cosa misma es su
propio valor y es también la gloria de Aquel que la pagó.

En la creación existen dos representaciones de la Trinidad que son


más excepcionales y asombrosas. Una es la creación espiritual, el
alma del hombre. Existe la mente, y el conocimiento o idea, y el
espíritu de la mente como es llamado en las Escrituras. Por
ejemplo, la disposición, la voluntad o afecto. La otra es la creación
visible, por ejemplo, el sol. El padre es como la sustancia del sol
(por sustancia no me refiero al sentido filosófico, sino al Sol en su
constitución interna). El Hijo es como el brillo y la gloria del círculo
del sol, o esa brillosa y gloriosa forma que se presenta ante
nuestros ojos. El Espíritu Santo es la acción del sol, que está dentro
del sol en su calor interno, y siendo difuso, alumbra, calienta, da
vida y conforta al mundo. El Espíritu, como es el amor infinito de
Dios hacia Sí mismo y felicidad en Sí mismo, es el calor interno del
sol, que es la forma en que Dios se comunica a Si mismo, como la
irradiación de la acción del sol o los rayos emitidos del sol.

Las varias clases de rayos solares y sus hermosos colores


representan bien al Espíritu. Representan bien el amor y la gracia
de Dios, y fueron hechos para este propósito, como en el arco iris
después de la lluvia, y supongo también en el arco iris que vio
Ezequiel alrededor del trono (Eze 1:28 26, Apo. 4:3 27) y el círculo
sobre la cabeza de Cristo que vio Juan (Apo. 10:1 28), o la afable
excelencia de Dios y las varias hermosas gracias y virtudes del
Espíritu. Esos hermosos colores de los rayos del sol fueron usados
en las Escrituras para este objetivo, a saber, para representar las
gracias del Espíritu, como en Sal 68:13 “Bien que fuisteis echados
entre los tiestos, seréis como alas de paloma cubiertas de plata, Y
sus plumas con amarillez de oro”, por ejemplo, como la luz
reflectada en varios hermosos colores de las plumas de una
paloma, colores que representan las gracias de la Paloma Celestial.

Lo mismo, supongo, se puede decir de los varios hermosos colores


reflectados de las preciosas piedras de pechera y esos ornamentos
espirituales de la Iglesia que son representados por los varios
colores de la fundación y puertas de la nueva Jerusalén (Apo.
21:10,11 29, Isa 54:11 30, etc.) y las piedras del Templo (1 Cro
29:2 31). Creo que la variedad que existe en los rayos del sol y sus
hermosos colores fue diseñada por el Creador con este propósito y
en verdad la creación visible completa, que no es más que la
sombra del ser así hecho y ordenado por Dios, es para tipificar y
representar las cosas espirituales, para las cuales podría dar
muchas razones. (No propongo esto meramente como una
hipótesis sino como una parte de la Verdad divina suficiente y
completamente establecida por la revelación que Dios ha hecho en
las Sagradas Escrituras).
Soy sensible a las objeciones que muchos están listos a realizar en
contra de lo que he dicho, a las dificultades que pueden ser
inmediatamente enunciadas: ¿Cómo puede ser esto? ¡Y Cómo esto
es verdad!

Estoy lejos de enfrentar esto como una explicación cualquiera a


este misterio – que se despliega y renueva – y su enigma y su
incomprensibilidad. Sin embargo, porque soy sensible a todo lo que
se ha dicho, es que algunas dificultades disminuyen y otras nuevas
aparecen y se aumenta el número de esas cosas que parecen
misteriosas, maravillosas e incomprensibles. Ofrezco esta
explicación sólo como una manifestación más de la verdad divina
que la Palabra de Dios exhibe a la vista de nuestras mentes
referente a este gran misterio.

Pienso que la Palabra de Dios nos enseña muchas más cosas


relativas a este misterio a las que debemos creer, más de lo que
generalmente se ha creído, y que ellas muestran muchas cosas
concernientes a la excesiva (por ejemplo, más) gloria y maravilla de
la que se haya tomado consideración, y sin duda, éstas revelan o
muestran muchos más maravillosos misterios de los que se haya
tomado nota; cuyos misterios han sido sobrevalorados y son cosas
incomprensibles y aun así han sido mostrados en la Palabra de
Dios. Ellos son una adición al número de misterios que están
contenidos en ella. No es de asombrarse que mientras más cosas
nos digan en relación a esto -que están infinitamente por sobre
nuestro alcance- en la misma medida se incremente el número de
misterios visibles.

Cuando le decimos a un niño un poco de Dios, ese niño no tiene ni


una centésima parte de los muchos misterios en vista de la
naturaleza y atributos de Dios y Sus obras en la creación y la
Providencia (como ese del que se habla tanto relativo a Dios en la
Escuela Dominical), y, sin embargo, ese niño sabrá mucho más de
Dios y tendrá un entendimiento más claro de las cosas de la
divinidad y será capaz de explicar claramente algunas cosas que
eran oscuras e incomprensibles para él. Humildemente comprendo
que las cosas que han sido observadas aumenta el número de
misterios visibles de la divinidad, porque a través de ellas
percibimos que Dios nos ha dicho mucho sobre esto, más de lo que
generalmente hemos visto.

A la Iglesia de Dios del Antiguo Testamento no se le enseñó sobre


mucho sobre la Trinidad como se enseña hoy. No obstante lo que el
Nuevo Testamento ha revelado, una visión más abierta de la
naturaleza de Dios, esto ha incrementado el número de misterios
visibles y, de este modo, éstos nos parecen excesivamente
maravillosos e incomprensibles. En la Iglesia neo-testamentaria se
enseña más sobre la encarnación y la satisfacción de Cristo y otras
doctrinas evangelistas.
Y esto es no sólo en las cosas divinas sino en las cosas naturales.
Aquel que mira una planta, o las partes de un cuerpo animal, o
cualquier otra obra de la naturaleza, a una gran distancia donde no
tiene sino una oscura visión de éstas, puede ver algo maravilloso
que está más allá de su comprensión en ellos. No obstante, si se
acerca y los ve con atención verdaderamente entiende más de
ellos, tiene una visión más clara y distintiva de ellos, y aun así el
número de cosas que descubre en ellos son mucho más
maravillosas y misteriosas que antes. Si las observa a través del
microscopio, el número de maravillas que ve es aún mayor porque
el microscopio le entrega un conocimiento más acabado de ellos.
Nunca se dice que Dios ame al Espíritu Santo tampoco hay
calificativos que anuncien que el amor sea dado a Él, como las
muchas cosas que se atribuyen al Hijo: como el Elegido de Dios, el
Amado, Aquel en que el alma de Dios se deleita, Aquel en que Dios
se complace, etc. Tales calificativos parecen estar adscritos al Hijo
como si fuera el objeto de amor exclusivo de todas las otras
personas; como si no hubiera otra persona con quien compartir el
amor del Padre con el Hijo. Por esto, evidentemente, es llamado el
Unigénito Hijo de Dios al mismo tiempo que se agrega “en Quien
Dios se complace”. No existe nada en las Escrituras que hable de
aceptación alguna del Espíritu Santo, o de alguna recompensa o
amistad mutua entre el Espíritu Santo y cualquiera de las otras
Personas de la Trinidad, o de algún mandato que nos impulse a
amar al Espíritu Santo, o a deleitarse o tener complacencia en Él;
aun cuando esos mandatos son frecuentes respecto de las otras
Dos Personas de la Trinidad.

Ese conocimiento o entendimiento en Dios que debemos concebir


primero es Su conocimiento de que todo es posible. Ese amor que
debe ser este conocimiento, es el que nosotros debemos concebir
como perteneciente a la esencia de la deidad en su primera
existencia. Luego viene un acto reflejo de conocimiento y Su visión
de Sí mismo, y conociéndose a Si mismo viene el conocimiento de
Su propio conocimiento y de ahí el Hijo Unigénito. En Dios existe el
conocimiento del conocimiento, una idea de una idea, que no puede
ser otra cosa más que la idea o conocimiento repetido.

El mundo fue hecho especialmente para el Hijo de Dios. Porque


Dios hizo el mundo como el fruto del amor a Sí mismo, Dios se ama
a Sí mismo en un acto reflejo. Se ve a Sí mismo y así Se ama a Sí
mismo. Hizo el mundo para Sí mismo, visto y reflejado. Y eso es lo
mismo con Si mismo repetido o unigénito con Su propia idea. Y eso
es Su hijo. Cuando Dios considera hacer cualquier cosa para Sí
mismo, se presenta Él ante Sí mismo y se ve a Sí mismo como Su
fin. Y ese verse a Sí mismo es lo mismo que reflejarse El mismo o
tener una idea de Sí mismo. Y hacer el mundo para la deidad, así
vista y entendida, es hacer el mundo para la deidad unigénita; es
hacer el mundo para el Hijo de Dios.
El amor de Dios, en su fluir hacia afuera ad extra, es
completamente determinado y dirigido por la sabiduría Divina, de
forma que aquellos que lo reciben son sólo los objetos que la
sabiduría Divina escoge. La creación del mundo es para gratificar al
amor divino y es ejercitada por la sabiduría divina en su totalidad.
Cristo es la sabiduría divina. El mundo fue creado para gratificar el
amor divino a través de Cristo, o para gratificar el amor que está en
el corazón de Cristo, o para proveer una esposa para Cristo. Esas
criaturas que la sabiduría escoge como objeto del Amor Divino

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Notas al pie

1. Jonathan Edwards (5 de octubre de 1703 – 22 de


marzo de 1758) Fue un teólogo, pastorcongregacional
y misionero para los nativo americanos durante la época colonial.
Es conocido como uno de los más grandes y profundos teólogos
protestantes en la historia de los Estados Unidos. Su obra tiene un
alcance muy amplio, pero suele ser a menudo asociada con su
defensa de la teologíacalvinista y el patrimonio puritano.

2. Exodo 33:14: Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré


descanso.

3. Isaías 63:9 En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el


ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió,
y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad.

4. 1 Cor 1:24: Mas para los llamados, así judíos como griegos,
Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.

5. Lucas 11:49 por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les


enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros
perseguirán.

6. Mateo 23:34 Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y


escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros
azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en
ciudad.
7. Prov. 8:30 Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia
de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo.

8. Juan 4:14 Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá
sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de
agua que salte para vida eterna.

9. Juan 7:38-39 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su


interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían
de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el
Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

10. Apo. 21:23-24 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna


que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero
es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a
la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella.

11. Apo. 22:1-5Después me mostró un río limpio de agua de vida,


resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del
Cordero. 2 En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del
río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada
mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las
naciones. 3 Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del
Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, 4 y verán su rostro,
y su nombre estará en sus frentes. 5 No habrá allí más noche; y no
tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el
Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.

12. Rom. 5:5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de


Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos fue dado.

13. Sal 36:8 Serán completamente saciados de la grosura de tu


casa, Y tú los abrevarás del torrente de tus delicias.

14. Juan 14: 21, 23 El que tiene mis mandamientos, y los guarda,
ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre,
y yo le amaré, y me manifestaré a él. 23 Respondió Jesús y le dijo:
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada con él.
15. Gal 3:13,14 13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el
que es colgado en un madero, 14 para que en Cristo Jesús la
bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la
fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

16. Sal 133:2 Es como el buen óleo sobre la cabeza, El cual


desciende sobre la barba, La barba de Aarón, Y baja hasta el borde
de sus vestiduras.

17. Mat 7:11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas
dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en
los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?

18. Jn 4:10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios,


y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría
agua viva.

19. Jn 7:38-39 38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su


interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que
habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido
el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

20. Apo 22:1 Después me mostró un río limpio de agua de vida,


resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del
Cordero.

21. Apo 22:17 Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye,


diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua
de la vida gratuitamente.

22. 2 Cor 1:11 el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las
arras del Espíritu en nuestros corazones.

23. Efe 1:13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de


verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él,
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.

24. Luc 24:49 He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre


vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta
que seáis investidos de poder desde lo alto.
25. 1 Cor 8:6 para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el
Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él;
y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y
nosotros por medio de él.

26. Eze 1:28 Como parece el arco iris que está en las nubes el día
que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la
visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me
postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba.

27. Apo 4:3 Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a
piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco
iris, semejante en aspecto a la esmeralda.

28. Apo 10:1 Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en
una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el
sol, y sus pies como columnas de fuego.

29. Apo 21: 10-11 Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y


alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía
del cielo, de Dios, 11 teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era
semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe,
diáfana como el cristal.

30. Isa 54:11 Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo; he


aquí que yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre zafiros
te fundaré.

31. 1 Cro 29:2 Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa
de mi Dios, oro para las cosas de oro, plata para las cosas de plata,
bronce para las de bronce, hierro para las de hierro, y madera para
las de madera; y piedras de ónice, piedras preciosas, piedras
negras, piedras de diversos colores, y toda clase de piedras
preciosas, y piedras de mármol en abundancia.

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