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«Trump es un paso hacia

nuestro objetivo, pero es


insuficiente»

Aleksandr Dugin (Moscú, 1962) es uno de los teóricos de


relaciones internacionales más controvertidos del
planeta, compitiendo tal vez solo con Henry Kissinger.
Una notoriedad que, como la de su homólogo
estadounidense, no se ha ganado tanto por su obra como
por su actividad política. A Dugin y sus ideas sobre la
multipolaridad y el Eurasianismo se les atribuye una
influencia considerable sobre Vladímir Putin, en especial
tras el giro euroasiático emprendido por Moscú en 2014.
También es referencia para figuras de la derecha radical
estadounidense, como Steven Bannon, y ha mediado por
Moscú en crisis geopolíticas como la que tuvo lugar a
finales de 2015, cuando Turquía derribó un caza ruso.

Enemigo declarado de la Modernidad, Dugin defiende


adoptar valores morales conservadores y políticas
económicas redistributivas. Una “Cuarta Teoría Política”
capaz de superar a las tres ideologías que caracterizaron
la Modernidad: liberalismo, comunismo y fascismo. A
juzgar por la composición de su audiencia, no obstante,
sus simpatizantes provienen casi exclusivamente de las
última de estas tres tradiciones. Dugin ha visitado Madrid
a mediados de noviembre para hablar en un acto
convocado por organizaciones de extrema derecha y la
editorial Fides, que edita sus obras en España.

La entrevista se divide en dos bloques. El primero se


centra en las posiciones de Dugin en política exterior,
atendiendo a los retos a los que actualmente hacen
frente Rusia y Putin. En el segundo bloque se aborda la
filosofía política de Dugin, así como su relación con
figuras de la derecha radical estadounidense y europea,
como Donald Trump y Matteo Salvini. El magnetismo que
Dugin ejerce sobre sus audiencias tal vez radica en los
contrastes que encarna: lector de René Guénon, Julius
Evola y Karl Marx; fascinado por los imperios antiguos y
post-modernos; ruso ortodoxo que realiza esta entrevista
en un castellano excelente, con un leve deje italiano… el
«Rasputin del Kremlin», como se le apoda, emplea un
discurso culto y deferente para defender a gobiernos que
en la práctica se comportan de manera brutal.
Política Exterior (PE): Usted adquirió fama
internacional en 2014, cuando Putin replantea su
relación con Europa y proclama un giro de Rusia hacia
Eurasia. Es frecuente escuchar que éste siempre fue
su proyecto, pero durante su presidencia ha virado
repetidamente. Tras los atentados del 11 de
septiembre, Putin se presenta como un socio
estratégico para Occidente. Incluso después de la
guerra en Georgia, durante el “reinicio” con la
administración Obama, colabora con Estados Unidos.
De 2013 en adelante, se plantea un distanciamiento
más claro, pero que parece seguir una lógica
instrumental antes que ideológica. ¿Cómo valora este
viraje y la figura del presidente?

Aleksandr Dugin (AD): Con el fin del comunismo, el


Estado profundo ruso perdió la posibilidad de entender la
política internacional. En esa época, introduje mis ideas
de geopolítica en el Estado mayor ruso. Para los militares
rusos, la geopolítica empezó a servir para entender lo
que pasaba en las relaciones internacionales. Putin era el
representante de ese Estado profundo –militar,
procedente de los servicios secretos– y fue influenciado
por estas ideas. La noción de una Unión Euroasiática la
declaró por primera vez el presidente de Kazajistán,
Nursultán Nazarbayev, en los años 90. Yeltsin no la
aceptó, pero tampoco la rechazó. A Putin, que
ideológicamente es menos liberal, esta concepción de la
geopolítica le era mucho más natural. Esto explica
algunos aspectos de su política desde el inicio. Los
virajes existían, pero también un marco general
euroasiático.

Podemos entender bien la política exterior de Putin si


comprendemos que es realista: no es liberal, cree en la
soberanía como un valor que está amenazado y no debe
desaparecer. El eurasianismo como contexto geopolítico
y el realismo como defensa de la soberanía son dos llaves
para comprender a Putin. En algunos momentos es más
realista que eurasianista: por ejemplo, con Afganistán tras
el 11 de septiembre, cuando intenta colaborar en base a
intereses compartidos. Putin pensaba que como los
talibanes son salafistas, igual que quienes atacaban al
Estado ruso en Chechenia, sería posible convencer a los
estadounidenses de que se trataba de un enemigo
común. Pero como señaló Zbigniew Brzeziński, los
musulmanes que luchan contra los rusos son freedom
fighters, no terroristas. Un doble rasero.

Los virajes que usted señala se explican por la


superposición del realismo de Putin, que no está a priori
contra Occidente y es absolutamente pragmático: los
valores nada tienen que ver con los intereses. Pero el
Estado profundo está programado con nociones
euroasiáticas, así que reemerge cuando ese realismo,
bastante limitado, se topa con la oposición de una
geopolítica atlantista más coherente y consecuente.
Podemos trazar una ritmo de acercamientos y
alejamientos consecutivos gracias a esta superposición
de realismo y eurasianismo, que no son conceptos
idénticos.

«Putin no es ideal. En las relaciones


internacionales es mucho mejor que
Yeltsin, pero su comprensión de la
sociedad es terrible»
PE: También escribe que para que exista un bloque
euroasiático es imprescindible la cohesión entre
Rusia, Bielorrusia y Ucrania, y que su teoría del
multipolarismo permite abordar esa alianza “con
delicadeza”. En 2013 estalla el conflicto en Ucrania y
la respuesta rusa es contundente, pero no delicada.
Hoy el país está partido en dos. Y las dos fuentes de
influencia que usted atribuye a Rusia en Europa –una
étnica, basada en el pan-eslavismo, y una religiosa
basada en la fe ortodoxa–, no han servido en Ucrania,
donde ha tenido lugar un cisma entre iglesias
ortodoxas y muchos ciudadanos de origen eslavo no
sienten afinidad por Rusia. La identificación con el
Estado-nación parece pesar más.

AD: La multipolaridad defiende la existencia de polos que


contrarresten el unilateralismo de Estados Unidos. No
pueden ser solo dos, como en la Guerra fría: también
está China, India, una Europea independiente de EEUU…
Para llegar a eso no bastan los Estados, necesitamos
grandes espacios. No es suficiente Francia o Alemania,
hace falta una Europa integrada. Lo mismo ocurre con
Rusia, necesitamos unificar a los países que pertenecen
a una civilización del mismo tipo. La integración del
espacio post-soviético es la condición sine qua non para
llegar a la multipolaridad. Los atlantistas dicen lo mismo:
no hay que dejar que Rusia organice ese espacio, para
evitar que aparezca en Eurasia una potencia que limitase
el poder estadounidense.

Con Ucrania la cuestión no es el Estado nacional, sino


utilizar el nacionalismo ucraniano en el contexto de la
geopolítica atlantista. Ucrania es un país que no existía en
las fronteras actuales, es una creación artificial tras la
destrucción de la Unión Soviética. En las tierras
ucranianas hay dos pueblos: ambos eslavos, ambos
ortodoxos, ambos hablan ruso y ucraniano, pero poseen
conciencias históricas e identidades diferentes. La mitad
occidental piensan que son los europeos de Europa
oriental, que Hitler les liberó de la ocupación de los judíos
soviéticos moscovitas –no era un héroe, pero tampoco un
dictador–. La mitad que se llama Nueva Rusia considera a
Stalin como un héroe y fue liberada de los otomanos por
los rusos moscovitas. Cuando miramos las elecciones en
Ucrania, siempre hay una división geográfica entre esas
dos partes.

PE: Existiendo esa división, la intervención rusa ha


creado una zanja difícil de sobrepasar entre ellas. Una
parte permanece bajo la influencia rusa, pero la otra
muy difícilmente se reintegrará en ningún proyecto
euroasiático. Aquella respuesta no produjo un
acercamiento ni presenta una solución para la mitad
que se aleja de Moscú.

AD: Dos pueblos teóricamente pueden convivir en un


Estado común. Para entender el problema, tomemos el
ejemplo de Bélgica. Si insistiésemos en que Bélgica es
flamenca, los valones se rebelarían con el apoyo de
Francia. Si los valones impusiesen su poder sobre los
flamencos, estos se rebelarían con apoyo de Holanda. Lo
mismo ocurrió cuando los occidentales apoyaron la
revolución contra Viktor Yanukovich. Era un apoyo
unidimensional contra una parte del pueblo, orientado
contra la otra mitad de Ucrania. Putin cometió un gran
error al no comprender la importancia geopolítica del país
antes. Dejó que esta situación se desarrollase.
Yanukovich no era prorruso: era totalmente corrupto,
pero pragmático y menos pro-occidental que la
oposición. Rusia debía haber apoyado a Yanukovich.
Cuando los pro-occidentales –los valones en nuestra
parábola– amenazaron con crear una dictadura contra los
flamencos, Rusia promovió un referéndum en Crimea y
en menor medida apoyó al Donbass. Pero Putin declaró
que salvaría a los rusos en el este de Ucrania y después
traicionó a esta parte del país. Dejó a muchos millones de
flamencos que hoy están bajo el control de los valones.

PE: Pero forzar esa confrontación solo hubiese


exacerbado la dinámica que describe.
AD: Putin desperdició la ocasión cuando Yanukovich
perdió el poder y Rusia aún no había reconocido a Petro
Poroschenko. Era el momento concreto para que el
Ejército ruso invadiese Ucrania oriental. Ucrania hubiese
sido separada, los valones por una parte y los flamencos
por otra.

PE: Su opinión sobre China es mixta. También lo


describe como un país dividido, en este caso entre
una mitad continental y otra orientada al mar y la
globalización. Propone que China es necesaria como
contrapeso a EEUU, pero menciona dos puntos de
fricción con Rusia: la presión demográfica en el
Lejano Oriente ruso y su creciente influencia en
Kazajistán. Son dos tendencias que se intensifican:
por ejemplo, la Ruta de la Seda atravesará las
repúblicas de Asia Central, pero ignora Rusia. ¿No
representa China un reto mayor para la consolidación
de un espacio eurasiático que Occidente?

AD: Describo a China como ambivalente respecto a su


identidad geopolítica y su relación con Rusia y el
proyecto eurasiático. No es porque tenga dudas, sino por
la posición del país entre dos polos: uno continental,
representado por el interior agrario y el ala conservadora
del Partido Comunista de China (PCCh); otro costero,
representado por los reformistas y una economía
capitalista. Esta doble naturaleza define su posición. En
cuanto a la hegemonía Occidental, China representa un
poder luchando por la multipolaridad. Esto la convierte en
un aliado natural para Rusia y todas las fuerzas anti-
hegemónicas. El otro bando empuja el país hacia
Occidente, la economía liberal y la estrategia globalista.

La geopolítica regional añade otras dimensiones. La Ruta


de la Seda también es ambivalente. No hay problema con
Eurasia en lo que concierne los mares del sur y el
Pacífico, pero se convierte en una amenaza cuando se
orienta hacia el norte. La Ruta puede ser parte de una
visión de integración euroasiática, pero se concibió por
liberales y la facción globalista del PCCh, como una
herramienta geopolítica para enlazar el este de Asia con
Europa evitando territorio controlado por los rusos.

PE: Pasamos al bloque de preguntas sobre su teoría


política. Cuando usted habla del enemigo opuesto a
su cosmovisión eurasianista, a veces se refiere al
liberalismo como una ideología política y económica
apoyada en el individuo moderno; otras, personaliza
en élites con nombres y apellidos, como George
Soros. ¿Cómo se explica entonces el capitalismo
moderno? ¿Es una élite que gobierna el mundo, o una
estructura impersonal?

AD: Ciertamente es una estructura. No se trata de una


conspiración o conjura de algunos personajes malvados.
Soros es un símbolo, no un autor. El liberalismo es una
ideología del capitalismo: hoy, no las ideas, las cosas
mismas son liberales. Coincido con el análisis de
Gramsci, de la izquierda, mucho más que con teorías de
la conspiración. El liberalismo representa para mí la
liberación del ser humano de todas las formas de
identidad colectiva: empezó con la religión, los
estamentos, las naciones, el género y, en su última fase,
la liberación del ser humano de sí mismo como identidad
colectiva, a través del posthumanismo y la inteligencia
artificial.

En este sentido, creo que la lucha contra el liberalismo no


pasa por ser de izquierdas o de derechas, sino por
constituir un bloque contra-hegemónico apoyado en la
noción de ser humano. Es la última lucha de la
humanidad orgánica, en sentido propio, contra la
alienación. Creo que la crítica estructural de la izquierda
al capital es una parte muy importante de esta lucha;
pero concuerdo con John Hobson, autor de The
Eurocentric Conception of World Politics, cuando
muestra que el marxismo también es etnocéntrico,
porque cree en el progreso y en Occidente como ejemplo
universal. En este aspecto, sigo la línea de la antropología
actual de Viveiros de Castro, Descola, Eduardo Kohn…
que critican este etnocentrismo racista del ser humano
occidental.

PE: Usted afirma que no existen valores universales


porque cada civilización tiene valores diferentes.
Distingue así entre Occidente, basado en los
derechos humanos, el individualismo, el libre
mercado, el feminismo o los movimientos LGTBI, y la
civilización oriental, representada por Rusia, que no
comparte esos valores. Pero en el caso de Rusia, el
colapso de la URSS y la destrucción del tejido social
que supuso dejó como resultado lo que Yuri Levada
llamó el “homo sovieticus”: personalidades aisladas,
temerosas, amantes de la autoridad. Es la
destrucción de las relaciones colectivas que también
narra Carrère en Limónov. ¿Cómo se puede construir
una “civilización rusa” cuando, debido a la historia de
la región, el tejido antropológico ha quedado tan
dañado? No preguntamos aquí por el Estado o Putin,
sino por la sociedad.

AD: Es una pregunta muy, muy difícil. Putin no es ideal.


En las relaciones internacionales es mucho mejor que
Yeltsin, pero su comprensión de la sociedad es terrible.
No comprende nada. La cultura hoy está orgánicamente,
emocionalmente a favor de cierto conservadurismo, pero
no es suficiente para resolver el problema que usted
evoca. Este tejido social fue dañado por los bolcheviques
y finalmente destruido por los liberales en los años 90.
Creo que, a pesar de esta tragedia y trauma profundo,
vemos que resurge la Iglesia rusa. El cristianismo vive, a
pesar del vacío ideológico y cultural de los valores, de las
relaciones colectivas. Todo ello fue destruido, pero con la
Iglesia vemos que no todo se ha perdido. Después de una
aniquilación total del espíritu y la aniquilación de lo
trascendente en los corazones de la gente, Rusia vivía en
una prisión materialista, como en un manicomio. Y sin
embargo la tradición, el pueblo en sus raíces orgánicas
puede resurgir.

Para explicar cómo es posible esta resurrección del


pueblo, recurro al concepto heideggeriano de Dasein
[ser-ahí]. La sociedad puede desaparecer o
desagregarse totalmente, pero el pueblo es una entidad
existencial. Es “ser-ahí”. Si eso es así, al menos
teóricamente es posible cambiar el régimen de existencia
del ser-ahí, como decía Heidegger, y volver a un régimen
auténtico. Es una decisión: el despertar o no despertar
depende una decisión profunda. Según Heidegger,
Occidente ha tomado ya esta decisión, y ha decidido no
ser. Yo no creo que el pueblo ruso haya tomado esta
decisión. Con Putin esta decisión no es posible, es
demasiado limitado. Después de Putin llegará el
momento de tomar esta decisión; y puede ser,
teóricamente, una decisión a favor del despertar, como
en el caso de la Iglesia.
Alexandr Dugin en un acto reciente en Madrid. Fotografía
de José Luis Vázquez.

PE: En Europa occidental, usted identifica toda la


historia de la Modernidad con el liberalismo. No
parece considerar que puede haber un resurgir desde
la tradición de la democracia, que viene desde la polis
griega. En nuestra Modernidad –es la distinción que
hace Carl Schmitt– conviven un hilo liberal y otro
democrático. ¿Puede Occidente recuperar esa visión
colectiva, donde se cruzar lo nacional y lo popular,
según se inauguró con la Revolución Francesa?
¿Podría ser esta tradición popular, cívica, republicana
en algún sentido equivalente al papel que considera
que juega la Iglesia en Rusia?

AD: Creo que el liberalismo es la esencia de la


Modernidad; el comunismo y nacionalismo, que son anti-
liberales, pertenecen también a la Modernidad, pero
representan su tendencia menos moderna. Al mismo
tiempo, creo que es posible una revolución estructural
contra el liberalismo: se está realizando con el populismo.
Un análisis un poco más profundo muestra que el
populismo no es un fenómeno moderno. El concepto de
pueblo como sujeto de la política está ausente en todas
las formas de la política moderna. El liberalismo opera
con el individuo; el comunismo, con la clase. Para los
representantes de la tercera vía, existe la raza y la nación
compuesta de ciudadanos. El ciudadano es el burgués, el
hombre o mujer que vive en la ciudad. Esto es importante
porque en la tradición europea y la tradición rusa no es
en la ciudad, sino en pequeñas poblaciones, donde el
modo de vida es campesino. La nación representó la
muerte de los campesinos: los campesinos son el pueblo
premoderno. Yo creo que el pueblo son los campesinos.

PE: Sin embargo, la Revolución Francesa es un buen


ejemplo de régimen que supo incorporar al pequeño
campesinado.

AD: No, los campesinos fueron aniquilados durante la


Revolución Francesa, que comprendía la democracia sólo
como ciudadanía. El campesino era el héroe de la
Vendée, defendiendo la tradición: familia, patria,
catolicismo, Rey. Luchaba contra la ciudad. Creo que la
ciudad es la Bestia, el Anticristo: el capitalismo. Todos los
vínculos naturales, las relaciones personales orgánicas
que son posibles en la vida del campesino se destruyen
en la ciudad. En este sentido simpatizo con Proudhon,
Bakunin o los naródniki. El populismo actual es la
resurrección precisamente del pueblo olvidado bajo los
conceptos de la Modernidad. Por eso soy también post-
moderno, no como continuación de la Modernidad liberal,
sino como anti-moderno.

«La Lega y el Movimiento 5 Estrellas


son la derecha moral y la izquierda
social. Esto es la imagen de la
esperanza del futuro»
PE: Volviendo a la actualidad. En las fuerzas de
derecha radical o iliberal, hay dos líneas muy
distintas. Por una parte, una línea conservadora-
identitaria, heredera del conservadurismo europeo,
anti-liberal, que emplea un discurso social,
representada por algunas facciones del Frente
Nacional. Por otra, una línea que conjuga valores
morales conservadores –anti-feminismo, anti-aborto–
con el libre mercado y la desregulación en lo
económico, como hizo el Tea Party en EEUU. Sería la
línea de Bolsonaro, Orbán o Trump, que Steve Bannon
intenta traer a Europa. Usted elogia a Trump por ser
un muro de contención frente a la globalización.
¿Cómo valora estas tendencias? Parece existir el
peligro de, por aferrarse a valores morales
reaccionarios, venderse a fuerzas que son
neoliberales pese a su estatismo y autoritarismo.

AD: La pregunta es hermosa. Bernanos decía: “La


burguesía es de izquierdas o de derechas; el pueblo no”.
Hoy, la burguesía no es ya de derechas o de izquierdas:
es liberal. El liberalismo hoy es económicamente de
derechas y moralmente de izquierdas. Aborto,
progresismo y gran capital. Eso es precisamente la
globalización: Hillary Clinton, la Unión Europea… El
populismo por el que abogo es precisamente lo opuesto:
económicamente a la izquierda, unido a valores
conservadores tradicionales. Estos dos aspectos han
sido abandonados por los liberales. En la Modernidad, la
izquierda era progresismo cultural unido a justicia social,
y la derecha tradicionalismo y libre mercado. Con el
liberalismo actual, la parte tradicionalista y la justicia
social se abandonan y demonizan. El establishment no
reconoce a la derecha tradicional de los valores, que
demoniza como fascismo; tampoco la lucha por la justicia
social, que demoniza como estalinismo. El populismo
debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la
justicia social y el anticapitalismo. Es la posición de mi
Cuarta Teoría Política, de mi propuesta de “populismo
integral”.

PE: ¿Cree que hay algún partido actual en Europa


occidental que lo lleve a cabo?

AD: Sí, el gobierno italiano.


PE: ¿Matteo Salvini?

AD: No Salvini; Salvini y Di Maio. La Lega y el Movimento


5 Stelle (M5S) son la derecha moral y la izquierda social.
Esto es la imagen de la esperanza del futuro. Conozco
personalmente a Salvini, he hablado con él sobre esto y
está de acuerdo: se define como populista de derecha. Di
Maio es un populista de izquierda. Cuando se unifican
política y prácticamente, es un paso hacia la superación,
hacia el populismo integral.

A diferencia de esto, Trump es la derecha. No es liberal,


porque une la derecha económica y la derecha política.
Lo segundo es positivo, lo primero negativo. Bolsonaro es
una marioneta, un simulacro de populismo, un dictador
liberal como Pinochet. Habría que acabar con personajes
como Bolsonaro. Bannon es otra cosa. Siendo económica
y geopolíticamente americano, está a favor del populismo
integral, habla elogiosamente de Bernie Sanders,
propone a Marine Le Pen acercarse a Jean-Luc
Mélenchon, ha leído a Julius Evola… No es ideal, pero es
una rareza, un político de alto nivel, mejor que todos los
políticos americanos de los últimos 200 años. Es posible
hablar con él, discutir conceptos. Trump es útil, porque
crea una posición en torno al polo de la derecha. Es un
paso hacia nuestro objetivo, pero solo uno, todavía
insuficiente. Putin está a favor de valores tradicionales,
pero no es intelectualmente antiliberal como lo es el
populismo, la Cuarta Teoría Política o el Eurasianismo.
Esto es importante para comprender los límites de
Trump, Orbán o de Putin: los límites de las figuras
pragmáticas.

Pero, en todo caso, creo que el que haya hoy tantos


ejemplos para ilustrar los ejemplos que discutimos sería
impensable hace 10 años: está claro que algo está
cambiando, que al menos la posibilidad de la decisión
existencial de los pueblos contra las élites existe. Es
difícil porque el enemigo es muy fuerte, omnipresente.
Por ejemplo, vuestro país está bajo el control absoluto
liberal de Bruselas. Creo que el momento del populismo
español debe llegar. El pueblo español está vivo, no
puede ser la víctima sin oposición ni agonía contra esta
dictadura. Comparado con otros países europeos como
Francia, Italia, Alemania o Reino Unido, la situación es
mala. Pero creo que en España la salvación tal vez llegará
desde la izquierda.

PE: ¿Se refiere a Podemos?

AD: Podemos tiene algunos elementos populistas de


izquierda, de ahí su éxito; pero, tal y como es hoy -quizás
me equivoque-, está bajo control de los liberales y
globalistas, de figuras como Soros. Si Podemos siguiera
el ejemplo del M5S, podría transformarse en un
populismo original y revolucionario. Para llegar a este
objetivo, hay que repensar la relación con la derecha
antiliberal. Hoy, anticomunismo y antifascismo sirven a
los liberales: son criminales porque distraen nuestra
atención de la verdadera dictadura, que es la liberal. Nos
dividen y nos hacen luchar contra los elementos
revolucionarios que quieren liberarse de esta dictadura
en vez de luchar juntos.

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