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AGRICULTURA ORGÁNICA
Los productos orgánicos, aquellos que se producen bajo una serie de procedimientos
libres de sintéticos, pesticidas, herbicidas y fertilizantes artificiales, se han convertido
en un trending topic de la alimentación. Empezó en 1940 como un movimiento de
agricultura orgánica como respuesta a la industrialización de la producción agrícola
que se le llamó como “Revolución verde”; y continuó como una industria fuertemente
regulada para la rotación de cultivo en el suelo para fortalecer la riqueza del suelo y
sus alimentos.
En México la comida orgánica ha ganado cierta popularidad, principalmente en zonas
metropolitanas y en medios sociales que buscan un bienestar general mediante la
alimentación. De hecho, los productos orgánicos, tanto en supermercados como
restaurantes, se presentan con mayor prestigio gracias a sus beneficios para la salud y
el medio ambiente. Y es realmente gracias a esta creciente fama que alrededor de 500
000 hectáreas y más de 240 000 trabajadores mexicanos se
consagran exclusivamente a producir este tipo industria agrícola.
El cambio a la agricultura orgánica puede ser más fácil y más rentable para algunos
productores, dependiendo de algunos factores tales como, por ejemplo, si el agricultor
utiliza agroquímicos sintéticos de forma intensiva o no, si tiene acceso a mano de obra
(la producción orgánica suele requerir más mano de obra), si tiene acceso a
fertilizantes orgánicos y a otros insumos permitidos, y si es propietario de su tierra, etc.
Por lo general, en Centroamérica los productos orgánicos se venden en las ferias del
agricultor y, más recientemente, en supermercados. A pesar de la creciente demanda
nacional, los principales mercados para los productos orgánicos centroamericanos son
Norteamérica, Europa y Japón. En un principio, la agricultura orgánica le interesaba
sobre todo a los pequeños productores, hombres y mujeres, pero con el crecimiento
del mercado, algunos grandes productores han empezado a producir de manera
orgánica. Esto ha creado una mayor presión competitiva sobre los precios y la calidad
de los productos
En muchos países, la agricultura es la principal forma de uso del suelo y los hábitats
en tierras cultivadas representan un importante porcentaje de los hábitats naturales.
Las zonas protegidas resultan insuficientes para la conservación de la naturaleza,
especialmente para las especies migratorias (por ejemplo, los pájaros) porque los
hábitats circundantes son tierras cultivadas que con frecuencia generan un efecto
negativo. La agricultura, especialmente en su forma más extrema de monocultivo
industrializado, altera el paisaje y daña los productos y servicios del ecosistema,
incluyendo la biodiversidad en todos sus niveles. Tanto la invasión agrícola de los
territorios, como la contaminación y la intensificación contribuyen a la degradación de
los suelos y las aguas y también a la extinción de la biodiversidad.
En muchos cultivos es posible mantener por debajo del nivel de daño económico
una cantidad de plagas no específicas, que son económicamente perjudiciales para
éstos, como por ejemplo el pulgón, el piojillo, la mosca blanca o los ácaros, mediante
el uso de predadores y parasitoides que aparecen de manera natural o son
introducidos intencionalmente. Los que aparecen naturalmente son productos y
servicios directos de cercos vivos, de perímetros botánicamente diversos, de cultivos
combinados o de malezas naturales; los segundos funcionan mejor cuando se
introducen en hábitats enriquecidos botánica y ecológicamente.
La única forma de combatir las plagas y enfermedades del suelo en la agricultura
orgánica es mediante una amplia rotación de los cultivos, combinando plantaciones
botánicamente diferentes. Es de primordial importancia respetar dichas rotaciones y
así lograr la diversidad del agroecosistema.
Principio 1: Los objetivos del manejo de la tierra, del agua y de los recursos vivos son
una cuestión de elección social.
Principio 2: El manejo debe estar descentralizado al nivel más bajo posible.
Principio 4: Al reconocer los beneficios potenciales del manejo, resulta necesario
comprender y administrar el ecosistema en un contexto económico. Los programas de
manejo de tales ecosistemas deben: a) reducir aquellas distorsiones de mercado que
afectan negativamente a la diversidad biológica; b) adaptar los incentivos para
fomentar la conservación de la biodiversidad y la práctica sostenible; c) dentro de lo
posible, incorporar los costos y beneficios a ese ecosistema específico.
Principio 6: El manejo de los ecosistemas debe mantenerse dentro de los límites de
su funcionamiento.
Principio 12: El enfoque ecosistémico debe convocar a todos los sectores relevantes
de la sociedad y las disciplinas científicas.
El valor económico directo que las funciones del ecosistema brindan a los agricultores
orgánicos es un buen ejemplo del «beneficio compartido». Es primordial realizar un
manejo flexible para lograr el dominio de las funciones del ecosistema y obtener
rendimientos razonables de excelente calidad. Las condiciones de desarrollo en la
agricultura orgánica no son óptimas, ni estáticas, ni previsibles. Los agricultores deben
ser excelentes observadores y estar entrenados para reaccionar de manera flexible,
actuando con intuición y de acuerdo con el contexto local. Por el contrario, otros
sistemas de producción tratan de condicionar el medio ambiente de las plantas
mediante el uso de una variedad de insumos para lograr un crecimiento óptimo.
Además, la mayoría de las recomendaciones para agricultores convencionales y los
programas de fertilización y fumigación están muy estandarizados y no son específicos
para cada zona.