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El ClubDe La Rosa

Members Only 01: RX for Pleasure


Sólo Miembros 01: RX para el placer
El ClubDe La Rosa

Ann Jacobs – RX para el placer

Ann Jacobs
Advertencia:

Este archivo es un libro que contiene escenas de sexo explícito y lenguaje


para adultos, que algunos podrían considerar ofensivo y que no es apropiado
para un público joven. Changeling Press EBooksare vende exclusivamente para
adultos, solamente, según lo definido por las leyes del país donde haya
realizado su compra. Por favor, guarde sus archivos con prudencia, donde no
puedan acceder los lectores menores de edad.

Acerca del Autor

Ann Jacobs, cuyos pseudónimos son también Ann


Josephson y Sara Jarrod, es una autora de romance erótico
con lujuriosos héroes Alfa y finales felices. El romance
erótico, para ella, es la combinación perfecta de sexo y
sensualidad, la implicación emocional profunda y el
permanente compromiso de las fantasías de las mujeres
que con frecuencia son difíciles de alcanzar.
Publicó por primera vez en 1996, a partir de ahí Jacobs
ha vendido más de cincuenta libros y novelas. Actualmente está nominada para
el Romantic Times por su excelencia en el romance erótico. Tres de sus libros
han sido traducidos y vendidos en varios países europeos.
Es una ex gerente financiera que ahora escribe a tiempo completo, con la
ayuda de Mr. Blue, el gato de la familia que a veces gusta posar en lo alto de la
silla del escritorio para expresar su sabio consejo. Le encanta escuchar a sus
lectores.

TRADUCCIÓN EXCLUSIVA DEL CLUB DE LA ROSA


María SoLo
El ClubDe La Rosa

Ann Jacobs – RX para el placer

Argumento:
Las subs de “Sólo Miembros” ya no satisfacen las necesidades del
famoso Dom Dr. X. Él quiere la única que no puede tener - Margaret Berman, su
colega y compañera. Ella es una profesional, siempre en control. ¿Alguna vez
aceptara renunciar a ese control en el dormitorio?
Margaret quiere un nuevo Maestro. Cade es todo lo que siempre quiso,
fuerte, seguro de sí mismo, aún así debe ir con cuidado, él podría dominarla
como ningún otro hombre. Él sería perfecto, si tan sólo no deseara su corazón y
deseara sólo su cuerpo.

Prólogo
El cirujano de traumatología Cade Calhoun sofocó la necesidad que casi
le quitó el aliento mientras se dirigía con su amiga y colega cirujano Margaret
Berman a la puerta de su apartamento. La cirugía arriesgada que habían
terminado hacía un rato parecía que la había drenado. Parecía vulnerable, como
si necesitara alguien para abrazarla. Ella se estremeció cuando una ráfaga de
viento fresco alboroto sus cortos rizos castaños, descubriendo sus pequeñas y
delicadas orejas y la columna casi frágil de su cuello. Se veía tan agotada, que
quiso abrazarla. Si lo hiciera, sin embargo, tendría que acariciarla, probarla,
averiguar si podría retorcerse de placer con su toque. Se las arregló para resistir.
De ninguna manera la residente principal Margaret Berman iba a transformarse
en la sumisa de sus fantasías más salvajes.
- Dulces sueños, Maggie - dijo y como había hecho cientos de veces antes,
inclinó la cabeza, intentando una caricia amistosa en la mejilla. Esta noche, sin
embargo, Margaret respondió como si estuviera hambrienta de su toque. La
sangre se estrelló contra su polla cuando ella le pasó la lengua por la comisura
de los labios y luego se rozó con él cuando le dejó espacio para entrar.
Como sorprendida por la tensión sexual que crujió entre ellos, ella se
apartó y abrió la puerta.

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María SoLo
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-Buenas noches, Cade.


Mucho tiempo después de que ella entrara en la casa, Cade se quedó
mirando la puerta cerrada. ¿Cómo había podido leer a su compañera mal todo
este tiempo, pensar que era una fría obsesa del control? Ella seguro como el
infierno que daba esa impresión a todo el mundo en el hospital. Estaba bastante
seguro de que ninguna mujer que sondeara la garganta de un hombre de la
manera en que ella lo acababa de hacer era glacial - especialmente una que tenía
un piercing en la lengua.

Capítulo Uno
Esta noche, en su primera noche fuera de la convocatoria de la semana,
Cade Calhoun era el doctor X, un misterioso Dom enmascarado en la mazmorra
de alto nivel en la que de vez en cuando sacaba fuera las frustraciones de su
profesión. Donde podía estar seguro de mantener el control sobre una sumisa
como la belleza enmascarada ahora de rodillas ante él. Por una vez, estaba
teniendo problemas para dejar de lado al otro Cade, el que acababa de perder
una batalla de un tipo diferente ante un guerrero más poderoso que él.
Odiaba perder el control, y lo había perdido a lo grande en el quirófano.
Elton Gaskins no debió morir. Lo había hecho, sin embargo, a pesar de que
Cade había hecho todo lo posible para mantenerlo con vida, solo tenía cuarenta
años y era padre de cuatro hijos. Había tenido que golpear las lágrimas de sus
ojos cuando se había enfrentado a la esposa de Gaskins unos minutos más tarde
para decirle que su marido estaba muerto. Los hombres fuertes no lloran. Cade no
lo hacía. No en ese momento. Él había sostenido sus emociones bajo control,
fingiendo fortaleza ante las lágrimas de la viuda. Más tarde se había encerrado
en una ducha en la sala de los cirujanos, fingiendo que el goteo caliente de
líquido salado por sus mejillas era gotas errantes de la ducha.
Después había venido aquí, huyendo de sí mismo y había elegido una
pareja a la que había llevado inmediatamente al placer con las manos y la boca.
Sin juguetes, sin restricciones. Sólo la sensación cruda. La entrega de
satisfacción a otro ser humano, la misma liberación física que ahora estaba
tratando de conseguir para él. Cade cerró los ojos, tratando de concentrarse en
el calor excitante de la boca de su pareja en su polla, el cosquilleo de su aliento

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húmedo contra su ingle, la suavidad de sus dedos cuando ella exploró sus
testículos.
Algo no estaba bien. En lugar de una imagen mental de la mujer que
tenía delante, las imágenes de muerte y moribundos - de duelo y vacío -
llenaron sus ojos sin vida.
-Más - gruñó él, enredando sus manos en los sedosos mechones de su
cabello y animándola a llevarlo más profundo en su garganta.
Él estaba cerca. El creciente entusiasmo de ella alzó la cuenta.
- Eso es todo. Haz que me corra.
El pitido salió del bolsillo de su camisa, su vibración silenciosa
inmediatamente girando su mente de la sub que él había escogido para la
noche.
-Stop, cariño. El deber me llama.
Justo así. Su corazón no estaba en el juego. No sólo porque no podía dejar
de pensar en ese hombre, en su viuda frágil y esos cuatro hijos sin padre. No
había estado "on" con sus parejas sexuales por un tiempo. No desde el día en
que Margaret Berman lo había besado y había despertado lo que seguramente
eran fantasías inútiles. Cade arrojó la parafernalia del doctor X y se fusionó en la
noche en Dallas.

***
Ella podía hacer esto. Tenía que hacerlo. ¿Dónde estaba Cade? ¿Y dónde
estaba la enfermera quirúrgica? Margaret parpadeó.
-¡Limpie! - dijo bruscamente mientras el sudor rodó de su frente hacia los
ojos. - Necesito más retracción.
Apenas podía ver el desgarro del pericardio por la piscina de sangre que
oscurecía rápidamente, no tenía idea de hasta qué punto la bala había
penetrado en el corazón de la víctima.
-Parada cardíaca - la voz del anestesista llevaba más terror controlado de
que habitualmente acompañaba las crisis imprevistas en cirugía.
Margaret se apartó de la mesa de operaciones al tiempo que Cade se
acercó con las palas en la mano.

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-Tranquila, muchacha. Ya lo tengo. ¡Mantente alejada! - una vez, dos


veces, tres veces, él golpeó con las palas el corazón del paciente.
Nada.
El pulso de Margaret giró rápidamente. Su respiración se hizo tan
errática como la lectura que salía de la máquina de ECG. Se quedó mirando a la
víctima del tiroteo, vio como el cuerpo se estremecía con cada sacudida de la
electricidad. Lo he matado. Tan seguro como si yo hubiera puesto esa bala en su pecho.
Cade sacudió la cabeza, retrocediendo de la mesa.
"Tiempo de la muerte, 11:41 AM," dijo el anestesista, mirando el reloj
blanco inmaculado que colgaba sobre la pared de azulejos verde pálido.
-Lo siento, es cierto Maggie, muchacha. Hiciste lo que pudiste.
Entumecida, Margaret siguió a Cade fuera del quirófano, dejando al
personal para llevar a cabo el triste deber de preparar el cuerpo para la morgue.
Mecánicamente ella se quitó la bata y los guantes ensangrentados, se
duchó y se puso el traje que llevaba cuando recibió la llamada de emergencia.
Comenzó a encogerse de hombros para ponerse una bata de laboratorio limpia,
pero cambió de idea. Por esta noche, al menos, había tenido bastante de
hospitales, de muerte y de morir.
Vamos, Margaret. Hiciste lo que pudiste.
Todo lo posible no había sido suficiente.
-Se podría haber salvado si hubieras estado aquí - dijo a Cade cuando
casi chocaron en la sala de cirujanos.
-Lo dudo. No hiciste nada mal. Vamos. Hicimos todo lo que pudimos. Te
invito a una bebida. Te ves como si lo necesitaras.
Margaret necesitaba más que una bebida. Necesitaba...
-Muy bien - no tenía ganas de repetir en su mente la operación, era inútil,
pero podría intentar olvidarla con una copa y un par de horas con su cirujano
jefe quién era lo más parecido que tenía a un mejor amigo. A decir verdad, ella
podría utilizar a un hombre... el tipo adecuado de hombre. Tal vez esta noche si
Cade sugería nuevamente que compartieran un rollo amistoso en la cama, le
diría que aceptaba. Tenía la extraña sensación de que a diferencia de la mayoría
de los hombres con los que había salido desde la ruptura con su amo el año
anterior, él podría ser capaz de hacerla correrse.

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***
“El Abrevadero”. Algunas veces desde su llegada a Dallas y desde que se
unió al equipo de trauma del Hospital Metropolitano, ella había estado parando
allí a por las quesadillas saladas de pollo de Geraldo y por bebidas tras un largo
día en cirugía. Situado frente al hospital, el pub atraía a médicos, empleados del
hospital, y policía ocasionales o detectives que tenían un paciente para guardar
o proteger. Una ráfaga de aire fresco recibió a Margaret cuando ella y Cade
atravesaron con dificultad las puertas de vaivén forradas en tablones de pino
del bar. Las velas parpadearon en sus soportes de hierro forjado en las mesas
redondas del centro de la habitación.
-Por allí.
Cade la condujo por el laberinto de mesas principalmente vacías hacia la
mesa del rincón poco iluminada que siempre elegía cuando no estaba ya
ocupada.
- Se necesita un poco de paz y tranquilidad después de un día en el
infierno, ¿no? - le preguntó después de que Margaret se deslizara hacia la parte
trasera del asiento de cuero color canela en forma de herradura y dejara escapar
un suspiro.
Maldita sea, su aftershave olía muy bien. No recordaba haberse dado
cuenta antes.
-Por supuesto.
La esfera de oro chisporroteante en un anuncio de neón de cerveza detrás
de él creó un interesante patrón de luz en su pelo oscuro. Excepto por la bata de
laboratorio que parecía que en realidad no le perteneciera encima de sus
enormes hombros, Cade podría haber sido un trabajador portuario... un
luchador profesional... todo menos el cirujano altamente respetado que era. En
cierto modo, él le recordaba a Margaret a su antiguo maestro. A la caliente
relación de compromiso que había terminado hacía un año porque ella se negó
a renunciar a su trabajo y seguirlo cuando su empresa le había transferido a
Houston.
Recordaba los orgasmos que no había tenido con su último amante, un
ejecutivo de negocios local. Él había acabado enojándose e insistiendo en que
era frígida. Poco sabía cuánto había tratado de encontrar la liberación cuando

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follaban de esa manera vainilla que la dejaba fría - o la frustración producida


por su fracaso para hacerla correrse.
El idiota nunca la habría creído si le hubiera contado cómo había sido de
salvaje con hombres que apenas habrían sido consortes aptos para la respetable,
e imperturbable Margaret Berman. Duros, tipos machistas que nunca se
atreverían a presentarse con ella en las funciones del personal del hospital, por
temor a que los administradores del hospital pudieran desplomarse del shock.
Hombres que tomaban el control de su cuerpo de una manera que ella nunca
permitiría en su vida profesional.
Hombres con bordes peligrosos, oscuros. Hombres dominantes. Hubo un
tiempo en que había pensado que Cade podría ser un Dom, pero nunca le había
dado ninguna señal manifiesta. ¿Podría serlo?
No, debió ser una ilusión. Era sólo un colega y amigo cuya necesidad de
controlar encajaba con su necesidad de renunciar al control. Sin embargo,
cuando Cade le puso una mano en el muslo, no pudo evitar imaginarlo...
Él, desnudándola en la sala de cirugía. Usando un poco de ese material de
vendaje de gasa elástica para unir sus brazos... sus pechos. Dejándola indefensa a su
ataque sensual. Sus pezones hormigueando mientras él inclinaba la cabeza oscura para
alcanzar una punta esforzándose. Dios, sólo de pensar en él haciéndole ceder a su
voluntad, para su propio placer, hacía que sus jugos empezaran a fluir. Cade
era un buen hombre, uno que ella podría amar fácilmente - si resultaba la mitad
de bueno teniendo el mando en la cama como cuando estaba en el quirófano.
-¿Adónde fuiste, amiga mía?
Margaret parpadeó, con la esperanza de que sus mejillas no estuvieran
tan encendidas como se sentían.
-Sólo estaba pensando.
-¿Preocupada por el caso? No lo hagas. Nadie podría haberlo salvado.
Él inclinó la cabeza hacia atrás y la miró a los ojos.
-Vas camino de convertirte en uno de los mejores cirujanos de trauma de
los alrededores. No lo dudes ni por un minuto. Ni por uno sólo.
Ojalá sólo hubiera estado pensando en el trabajo y no en la forma en que
sus grandes y largos dedos se sentirían deslizándose sobre sus lugares más
necesitados... o lo que él le haría si ella soltara todas sus inhibiciones, liberando
la necesidad reprimida que la atenazaba.

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-Intentaré no hacerlo - dijo ella, forzando una sonrisa y levantando la


margarita helada que el camarero había deslizado frente a ella, eliminando otra
vacía al mismo tiempo.
Mientras ella despachó la segunda copa, Cade bebió un sorbo del whisky
con hielo.
-¿Vamos a pedir algo de comer? - preguntó Cade cuando pareció que ya
habían dicho todo lo que se podía decir sobre los acontecimientos del día.
El estómago de Margaret, asaltado por las margaritas, se rebeló ante la
idea de comer.
-No creo que quiera comer, pero me vendría bien algo...- ella no se
atrevió a decir lo que realmente necesitaba. - ... un café.
-Necesitas más que eso. Necesitas relajarte. Relax.
¿Estaba equivocada, o él tenía en la voz un tono de mando?
Los pezones de Margaret se endurecieron y su coño se apretó cuando lo
imaginó tomándola, haciéndola someterse de la forma que nadie había hecho
hacía demasiado tiempo. En las últimas semanas, a menudo había insinuado
que le gustaría follarla. Si ella lo había leído bien, él había ligado con ella incluso
con algo más que sutiles invitaciones.
-Relajarme, ¿cómo?
-En la cama.
Eso salió como un ruido sordo, y él retiró su mano para llevarla a su
regazo y acomodarla sobre el bulto de su polla medio-dura antes de dispararle
una sonrisa depredadora, mostrando una ordenada fila de dientes blancos y
rectos. Él lucía una sombra de barba que imaginaba rasparía deliciosamente por
su piel más tierna, y sus ojos brillaban convincentes, con la promesa de lo que
ella realmente esperaba que pudiera ofrecer.
Dominio.
¡Como necesitaba Margaret ser dominada por un fuerte y dominante
hombre! La testosterona prácticamente rezumaba de Cade, aunque él vistiera
los símbolos de un cirujano típico tras un caso de emergencia - un pijama de
quirófano verde con una bata blanca arrugada encima. El pijama ajustado como
un traje de baño hacía poco para disimular sus anchos hombros y su enorme
pecho. Sin la ropa, tendría prácticamente todo lo necesario para transformarla
en un trozo indefenso de sumisión erótica. Él podría no ser un Dom, pero hacía
que ella deseara someterse, y eso era todo lo que importaba de momento.

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Sonriendo, ella apretó la polla palpitante a través de las capas de su ropa. El


apretón de represalia sobre su parte superior del muslo y la mirada desafiante
en sus ojos dejó entrever que él sabía que tenía lo que ella quería y contaba con
las herramientas necesarias para tomarla y hacerla disfrutar. Si ella fuera
realmente afortunada, incluso podría ser un verdadero Dom buscando una
nueva sub.
El coño de Margaret lloró, empapando sus bragas. Cuando imaginó a
Cade restringiéndola con sus musculosos brazos de hierro, arrastrando su
cabeza hasta su entrepierna y haciéndola tragar su carne masculina caliente,
apenas pudo mantenerse sin retorcerse contra el asiento tapizado de cuero. Por
su tacto a través de sus pantalones, su pene era largo y grueso. Su cuerpo entero
se estremeció con codiciosa anticipación. Anticipación por él llegando en su
boca, el líquido espeso y resbaladizo deslizándose por su garganta. Él dejándose
ir sin reservas, gritando su satisfacción.
Él no se contentaría con correrse una vez. Su coño se contrajo cuando lo
imaginó sujetándola contra el colchón, follando hasta que ella implorara
misericordia. Él la haría correrse. Ella lo sabía. Tomaría lo que quisiera, y al
hacerlo le traería su propio placer. Si. Cade podría hacerle gozar. No tenía
ninguna duda. El problema era que tendría que despojarla del autocontrol por
el que había trabajado tan duro. Y no sólo conquistar su cuerpo, sino también su
mente. Sus pezones se apretaron, sus puntas sensibles apretándose contra el
encaje de su sostén push-up. Olvidada la capa de auto-contención que ella había
formado para su imagen como un cirujano respetado. Tendría que recuperarlo
por la mañana.
-¿Por qué no me llevas a casa? - preguntó ella, dándole a su polla un
apretón juguetón.

Capítulo Dos
Después de hacer proposiciones deshonestas a Margaret varias veces
para después haber sido rechazado fríamente, Cade casi no pudo creer su suerte
esta noche. Él no iba a cuestionar su decisión, o preguntar qué se había
apoderado de ella cuando había pellizcado su polla en el Abrevadero. De

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ninguna manera iba a rechazar la oferta silenciosa que hizo cuando le entregó la
llave de su apartamento y lo invitó a entrar.
Su casa no daba pistas sobre quién y qué era. Eso lo sorprendió. Los
muebles beige y negro le recordaron una suite de hotel de tres estrellas.
Apostaría que incluso las pocas fotos en sus marcos negros habían venido con la
casa. Ciertamente no reflejaban el gusto de la Margaret que él conocía. El lugar
era malditamente frío. Y también organizado para sentirse cómodo. Como
Margaret misma. O como él había pensado que era antes de ese beso...
Cade quiso destrozar la habitación del mismo modo en que pretendía
destruir la fachada fría que ella siempre le había mostrado, demonios, cada vez
que lo había rechazado cuando había sugerido algo más que una copa o una
comida agradable y una película.
No había habido nada frío o tranquilo en la forma en que había
acariciado su polla debajo de la mesa del bar, o en el beso que lo había
mantenido en ascuas desde hacía unas semanas. Ella le había mostrado
destellos de la mujer de sangre caliente que sospechaba yacía bajo la superficie
frágil y controlada, una superficie que él intuía estaba cerca de caer en pedazos.
-¿Cómo soportas vivir así? - le preguntó, señalando e incluyendo la
insipidez a su alrededor que ofendía su necesidad de color y caos.
Ella se encogió de hombros.
-Este es el modo en que estaba cuando lo alquilé. Vamos. El dormitorio es
más acogedor.
Lo sería, pero sólo porque ella estaría dentro. Su movimiento
deliberadamente llamó su atención hacia los pequeños pezones endurecidos
esbozados contra la seda de color verde pálido de su blusa, y hacia la sombra
oscura en el vértice de sus muslos que mostró en un descuido cuando la falda
se deslizó por sus piernas.
Primero colgó su chaqueta cuidadosamente en el armario. A
continuación, la falda de color marrón oscuro que había rozado sus rodillas se le
unió entre un montón de trajes de colores igualmente sombríos. Deslizó la blusa
por sus hombros, dándole en un descuido una visión de encaje color crema
antes de caer sobre los zapatos y retorcer sus dedos contra la alfombra de felpa
color beige.

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Desvistiéndose para tener sexo. Lo había hecho metódicamente, con una


singular falta de pasión que perturbó a Cade. ¿Estaba tratando de decirle que
quería correrse, pero que no pensaba poner sus sentimientos en el acto?
Por lo general, no le importaba. Pero por lo general sus sentimientos por
sus parejas sexuales eran puramente físicos. Con Maggie, la lujuria estaba
mezclada con la amistad y el respeto por el médico atento y ser humano que
era. Maldita sea, él no le permitiría retirarse emocionalmente. Ella no era sólo
otra follada, y él no iba a dejar que lo utilizara sólo para rascarse la picazón
entre sus piernas.
-Mírame, Maggie.
Cuando lo hizo, él leyó vacilación, tal vez incluso había un poco de temor
en su expresión. El deseo brillaba en sus ojos, sin embargo.
-¿Me quieres a mí o serviría cualquier polla dura?
-Te quiero a ti. Por favor.
Dios sabía que él la quería demasiado. Su polla estaba a punto de
estallar.
Estaba desnuda ahora salvo por las medias transparentes y pantaletas de
seda que envolvían su coño misterioso. Viendo sus pechos, maduros y llenos,
sus pezones fruncidos por la excitación, la boca de Cade se secó. Cuando ella
enganchó los pulgares en la cinturilla de sus bragas y las deslizó hacia abajo, la
sangre golpeó contra su polla tan rápido que lo dejó sin aliento.
La parte superior de encaje de sus medias rodeaba sus firmes y delgados
muslos, atrayendo su atención hacia su coño cuidadosamente recortado. Ella
tenía que ser consciente de la imagen que daba, pero aún así se quedó allí. En
calma, tranquila, como esperando a que él hiciera el primer movimiento.
Cade podía imaginarse cavando con sus dedos a través de los rizos
castaños de Margaret, desordenando su ordenado peinado. Ella se veía tan
perfecta, tan perfecta que él seguramente saldría herido si agarraba un mechón
de pelo y lo utilizaba para arrastrarla hasta el suelo, invitando a su boca a bajar
hacia su polla hinchada. No pudo resistir evaluarla completamente, fijando
cada faceta de ella firmemente en su mente.
Ella tenía cejas arqueadas, delgadas encima de unos grandes ojos verdes
de gato. Una modesta nariz respingona. Si ella llevaba algo de maquillaje, él no
lo sabía. La columna de su garganta parecía hecha para besar y para llevar un
collar. Le gustaba su cuerpo, delgado y atlético pero sorprendentemente lleno,

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pechos firmes, cremosos, con algunas pecas apenas perceptibles que salpicaban
sus hombros y sus brazos.
A él le gustaban los coños afeitados, y el suyo no lo era. Los rizos caoba
cuidadosamente recortados atrajeron su mirada sin embargo, porque se veían
muy suaves. Su polla tembló cuando se imaginó apretando los muslos firmes
alrededor de sus mejillas, bloqueando la cara en su coño, calentando sus orejas
mientras mordisqueaba su clítoris.
Sus pelotas se apretaron dolorosamente.
Él tenía que romper ese aterrador autocontrol suyo. Hacer que se soltara.
Hacer que ella no sólo llegara una vez sino una y otra vez, hasta destrozar las
defensas que él intuía que deliberadamente había erigido alrededor de sus
sentimientos.
-¿Bien? - preguntó, con un tono desafiante.
Maldición. Ella no pudo haber evitado notarlo mirando fijamente el coño
como un adolescente hambriento de amor.
-¿Mi turno? - preguntó él, recorriendo su cuerpo desnudo con su mirada
una vez más antes de empezar a quitarse la ropa, echando la bata de laboratorio
y el uniforme de quirófano descuidadamente al suelo.
Burlándose de ella, vio sus ojos brillar intensamente con la misma
anticipación que él sentía.
Él hizo un revuelo innecesario y complejo al desatar el nudo de sus
pantalones verdes holgados permitiendo que quedaran a la deriva bajo sus pies.
-¿Quieres ver el resto? - dijo levemente preocupado porque su
perforación pudiera hacer que se echara atrás.
-No seas tímido ahora.
Ella le sostuvo la mirada lanzando su propio desafío.
Margaret jadeó cuando él bajó los calzoncillos hasta los tobillos. Sus ojos
se agrandaron y su boca se abrió, pero no dijo una palabra.
-Bueno, doctora. Nunca me imaginé que la visión de un hombre desnudo
te provocaría una reacción así. Si lo hubiera sabido, lo habría hecho hace mucho
tiempo.
- Quizás deberías haberlo hecho - Margaret no podía apartar la mirada de
él.
El hombre tenía una estupenda musculatura en sus muslos y... tragó
convulsivamente cuando lo vio: una barra brillante y pesada de oro

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asomándose desde ambos lados de la cabeza de su pene. El más grande y más


grueso pene que hubiera visto nunca. Estaba totalmente erecto, rígido y
excitado, un símbolo rampante del poder masculino, su abultada cabeza
púrpura en claro contraste con el tenso y bronceado vientre. La perforación era
un Ampellang1, que según decían mejoraba la experiencia sexual incluso más
que el piercing de pene más frecuente, el Príncipe Albert.
Su boca se hizo agua. No deseó nada más que degustar la deliciosa
cabeza de su polla. Ni un pelo estropeaba su cuerpo bronceado, excepto el
crecimiento oscuro y sedoso sobre su cabeza, los arcos amplios de sus cejas y
pestañas que rodeaban sus inusuales ojos gris-azulado y el nido limpio y negro
que acolchaba su sexo.
Sólo mirarlo la tenía lista. Más que lista.
¡Qué Dom que haría! , si estuviera dentro ese estilo de vida. Tal vez lo
estuviera. Estaba lista, más que preparada para someterse a sus exigencias
sensuales.
-Siéntate.
Su orden escueta no dejó ninguna duda de que esperaba que ella
obedeciera.
¡Oh, dios mío! Era un Dom. Sin salir del armario aún, tal vez, pero aún
así era un Dom. Ella debería estar emocionada. Debería estar aterrorizada de
que él quisiera extender su dominio mucho más allá de la habitación. La verdad
era que ella lo estaba todo a la vez, muy emocionada y asustada. Por el
momento, se quedaría con la parte emocionada, sin embargo. Escuchar el tono
de mando claramente definido en su voz y mirar su hermosa polla y sus
grandes bolas la había dejado sin palabras con la anticipación por el placer que
sentía que él le daría. Su coño se apretó, y sus jugos llovieron por la parte
interior de sus muslos. Sus pezones se apretaron y hormiguearon.
Con los ojos brillantes, tomó un paso más cerca.
-Yo dije, “siéntate" Quiero hacerte sentir bien - Él tenía los puños
apretados, como si ella pusiera a prueba su paciencia con su vacilación.
Sin lugar a dudas. Iba a hacerle renunciar al control por el que ella
luchaba tan duro... y deseaba que lo hiciera.

1
Ampellang: El ampallang es un piercing genital masculino que penetra
horizontalmente a través de todo el glande del pene.
Foto: http://en.wikipedia.org/wiki/Ampallang

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No, no lo hacía.
No se atrevía a dar el paso definitivo. Sin embargo él no le dejó otra
opción, porque su cuerpo gritaba por su toque, por su dominio. Ella se sentó en
el borde de su cama extra grande, sin molestarse en dar la vuelta al edredón con
su cubierta acolchada.
-Túmbate - Sin esperar su respuesta, él fue sobre sus rodillas y le abrió
las piernas.
-Sí, Maestro - Debía tener alguna parte lo suficientemente perversa que
quería que él se diera cuenta de que había encontrado una sub secreta, un
cuerpo para tomar a su cargo, esa clase de mujer. Esa fue la única explicación
que se le ocurrió por las palabras que acababan de escaparse de su boca.
Ella no podía resistirse, no ahora. Cada célula de su cuerpo gritaba por
que la tomara. Que la moldeara a su voluntad. Su aliento caliente y húmedo en
su coño afiló su anticipación llevándola a un punto álgido, y cuando él separó
sus labios vaginales y tocó con su lengua su clítoris hinchado, ella se convirtió
en una complaciente esclava sexual.
Él probó su miel, haciendo movimientos largos y perezosos con la lengua
a lo largo de su hendidura, volviéndola loca por tenerlo, por tomarlo, por
correrse. Entonces apretó la boca sobre su clítoris sensibilizado y chupó
mientras ella separaba las piernas más ampliamente y cerraba sus tobillos
detrás de su enorme cuello. El olor almizclado del sexo los rodeó, llevándose los
últimos vestigios de la razón.
Medio temiendo un reproche, aferró la parte superior de su cabeza
perfectamente formada, haciendo un túnel con los dedos en su pelo corto bien
tallado, tan suave en comparación con la textura de papel de lija de sus mejillas
contra sus labios hinchados. Pero él sólo rozó su clítoris con la lengua y lo
succionó profundamente en su boca. Luego sopló sobre su clítoris una vez más
y se echó a reír.
-Te gusta, ¿verdad? - sus palabras profundamente sonoras rebotaron en
su piel sensibilizada.
Y una tensión deliciosa se acumuló en su vientre, en sus pezones, en su
coño hinchado.
-Oh, sí. Gracias.
Él la miró, al mismo tiempo, pellizcó el tejido sensible de su clítoris
bruscamente entre el pulgar y el índice.

TRADUCCIÓN EXCLUSIVA DEL CLUB DE LA ROSA


María SoLo
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-Gracias, ¿qué?
-Gracias, Maestro.
En una ocasión se había prometido a sí misma no volver a darle a otro
hombre tanto control sobre ella, pero en ese momento era lo que quería, no, era
lo que necesitaba, ser el juguete sexual de Cade.
Él la miró, sus ojos brillaron con lujuria inconfundible, a continuación,
usó su lengua para lamer los jugos cremosos de sus labios y mentón. Con
sorprendente delicadeza, exploró su hendidura, deslizando un dedo en su coño
antes de moverlo hacia atrás, rodeando su ano.
-Voy a follarte por aquí también.
Su enorme polla perforada la partiría por la mitad. Él nunca haría eso.
-Eres demasiado grande.
Él metió un dedo dentro, sólo lo suficiente para apoyarlo en el apretado
esfínter anal.
-Seré muy cuidadoso bebé. Relájate. Te va a encantar - moviéndose, él
extendió su musculoso cuerpo sobre el de ella y tomó su boca.
Él sabía igual que sus jugos de amor, salado y resbaladizo. El olor
característico le recordaba que él acababa de tener su cabeza entre sus piernas,
lamiéndola hasta que ella apenas pudo esperar a que la tomara. Haciéndole
darse cuenta de lo mucho que necesitaba correrse y correrse y volver a correrse,
de un modo que no había hecho desde la última vez con su antiguo maestro.
Y la única forma en que podría llegar así era cuando su amante le hacía
sentirse indefensa, de hecho, incapaz de resistirse a su mando.
Sus lenguas se enredaron. El profundo beso robando el aliento, y sus
pezones palpitaron por el contacto con la piel sedosa que se extendía a través de
su duro y musculoso pecho lampiño.
Maldición. Lo necesitaba, pero él no parecía tener mucha prisa. Deseaba
que él la tomara, que se hiciera cargo de su voluntad y la dejara indefensa ante
sus demandas. Extendió un brazo, abrió el cajón de su mesilla de noche.
Ella arrancó sus labios de los de él.
-Por favor. Mira en el cajón. Usa lo que quieras- sin moverse, porque él
no había dicho que pudiera hacerlo, miró hacia los juguetes que nunca había
sido capaz de obligarse a tirar a la basura junto con su antiguo maestro.
De repente él se dio la vuelta y se levantó. La arrastró a sus pies al lado de la
cama, y luego la obligó a arrodillarse y cogió un puñado de su pelo.

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-Juega con mis juguetes mientras hecho un vistazo a los tuyos - con eso,
él la alimentó acercándola a la cabeza hinchada de su enorme polla.
-Rueda la barra un poco con la lengua. Mmm… Dale a la gran cabeza.
Continua. Exprime mis bolas también. Fácil. No quiero correrme demasiado
pronto.
¿Qué elegiría él? ¿Las esposas? ¿Las ataduras que podrían fijarla a los
cuatro postes de la cama para su embeleso? ¿Uno de los consoladores con los
que su antiguo amo se había burlado de ella? Oyó el cierre del cajón, y la cama
tembló un poco cuando arrojó algunos artículos sobre ella.
Él estaba cerca.
Ella podía decirlo por la marea, por la lubricación salada que brotaba de
la ranura de su polla. Ella la sacó casi fuera y luego se lanzó, chupándolo,
metiendo como pudo la punta de su polla hasta su garganta. Dios, ella quería
que él se viniera. Quería servir para su placer y llegar al suyo propio
aumentando el de él. Cuando él le quitó la polla y se puso en pie, tuvo que
tragarse una protesta.
-Acuéstate boca abajo en la cama y extiende las piernas - le ordenó con
voz ronca en un susurro.
Con un toque suave, le colocó una almohada redonda apoyada bajo sus
caderas, luego envolvió las restricciones de velcro alrededor de cada tobillo,
asegurando las cuerdas de nylon en los postes opuestos de la cama.
Sí, pensó. Era un Dom y uno bueno, que sabía cómo tomarse su tiempo y
su deseo de construir un punto álgido.
Después de asegurar las cuerdas, lamió y besó y mordisqueó el camino
de regreso a su coño húmedo. Ella yacía retorciéndose, a punto de llegar,
mientras que él enganchó las pinzas en sus labios vaginales y los fijó a las
bandas de velcro alrededor de los muslos. Ahora ella estaba indefensa, su coño
y ano expuestos a su mirada, a sus manos, a su boca.
-Dame tus manos - Cade se arrodilló entre sus piernas y frotó su polla
contra su coño mojado.
Confundida, ella hizo lo que le ordenó, y se agarró a sus dos muñecas.
-Qué quieres, Maggie?
-¿Querer?
-¿Quieres que sea tu maestro? ¿Quieres que te folle así?

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-Por favor, Maestro. Fóllame. Follamé si eso es lo que deseas - Su coño se


apretó cuando él la esposó primero una mano y luego la otra, la aseguró a los
postes de la cama y se tumbó encima de ella.
Ella yacía indefensa... sumisa.
Por todas partes su poderoso cuerpo la tocaba, su piel caliente se
estremeció.
Ella amó cada respiración caliente y húmeda que él tomó mientras hacía
un camino por su mejilla, su cuello. La piel sensible de su espalda se erizó
cuando él lamió y mordisqueó su camino hacia sus nalgas, sus grandes manos
siguiendo el rastro que había inflamado con los dientes y la lengua.
Exquisitamente suave pero inequívocamente controlado, la hizo arder.
Sus pechos dolían por su atención, pero quedaron fuera de su alcance cuando se
sentó en cuclillas entre sus piernas extendidas, su polla palpitante apoyada en la
raja de su culo.
-Ahora que sé que eres una sub, te llevaré a mi mazmorra privada - dijo,
su voz fue un gruñido gutural - Relájate.
Cuando se sentó, la repentina ráfaga de aire frío trajo piel de gallina por
su coño mojado e hinchado. Entonces lo sintió. Algo frío, húmedo y rígido se
abrió camino a lo largo de su raja. Sus dedos cálidos y suaves que se habían
masajeado la piel alrededor de su ano se apartaron.
-Imagina que tengo dos pollas, bebé. Ésta está a punto de cogerte por el
culo. Relájate y déjame entrar.
Su esfínter anal se apretó, y luego dio paso a la presión implacable de un
tapón metálico gran esculpido que había sido un regalo de despedida de su
antiguo maestro. La extendió casi insoportablemente, este invasor frío que
nunca había querido utilizar para encontrar su propia liberación.
-Puedes tomarlo. Tu coño se siente caliente, húmedo e hinchado.
Después de follarte voy a lamer cada gota de esa dulce miel.
Mientras Cade trabajaba el tapón anal más profundamente, su polla latió
contra su muslo. Dios, como quería que la follara. Los jugos calientes y
resbaladizos que goteaban sobre su clítoris la estaban volviendo tan salvaje, que
casi se olvidó del dolor helado del objeto extraño invadiendo su culo. Entonces
el tapón comenzó a calentarse, y el dolor dio paso al placer. Él había trabajado
en su ano hasta que su borde llameó yaciendo al ras contra su cuerpo. Cade se

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movió, estirándose a lo largo de su cuerpo boca abajo, su polla dura como una
roca preparada a la entrada de su coño hinchado.
-Por favor, Maestro. Fóllame ahora.
-Dime qué quieres mi polla en tu coño - Se frotó a lo largo de su raja
goteando, haciendo una pausa para masajear su clítoris - Dilo.
-¡Sí! Quiero tu polla en mi coño. Por favor, Maestro - Trató de levantar las
caderas, para succionarlo en su interior, pero las ataduras la habían rendido
deliciosamente dejándola sin poder para controlar o frenar sus propias
emociones fuera de control.
-Sólo un segundo. Déjame ponerme este condón - Entonces se sumergió
en su coño necesitado con un movimiento seguro y suave.
Cuando él comenzó a moverse, lo hizo a cámara lenta, extendiéndola
para aceptar cada delicioso centímetro. Con cada impulso hacia adentro golpeó
su punto G. Con cada embestida sedosa presionó más profundo, hasta que
finalmente pulsó contra la apertura de su vientre y el escroto pesado de su polla
rebotó contra la carne sensibilizada de su clítoris con cada empuje.
Su piel caliente quemó su espalda, sus manos se deslizaron bajo ella por
sus pechos doloridos. Con cuidado al principio, luego con más fuerza después
de que ella gimió por más, hizo rodar sus pezones entre sus dedos pulgar e
índice. Las sensaciones se hicieron más fuertes convirtiéndose en una
embriagadora mezcla de placer y dolor. Los sentimientos de plenitud que
habían comenzado en su culo y coño se extendieron rápidamente a sus pechos y
a través de su cuerpo. Cuando su coño comenzó a convulsionar alrededor de su
polla, ella no supo si obligar a salir al invasor o mantenerlo dentro para
siempre.
Se sentía bien.
Tan bueno.
Mejor que bien…
-Eso es, nena. Déjate ir. Aprieta mi polla. Haz que me corra contigo.
Sus palabras, apenas un gruñido rudo contra la piel sensible de debajo de
su oreja, la hicieron llegar. Cuando empezó a correrse, le mordió la nuca de su
cuello delicado, con fuerza suficiente para llevarla al mejor orgasmo que había
tenido desde...Desde nunca.
Sus músculos internos seguían convulsionando alrededor de su polla y
del tapón anal cuando sintió que él comenzaba a sacudirse violentamente. El

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grito de satisfacción de Cade le hizo correrse otra vez. Después de todo, ella
había logrado esta primera vez complacer a un nuevo amo.
Pero él no había terminado. Deteniéndose sólo para desechar el condón,
soltó sus ataduras, y le dio la vuelta sobre su espalda, metió la mano entre sus
piernas y le insertó un enorme consolador vibrando en su coño. Luego se sentó
a horcajadas sobre su rostro y le dio de comer su polla.
-Chúpame. He soñado con tener tus bonitos labios alrededor de mí de
esta manera. Con sentirte lamiendo y chupando mi polla. Sí, nena. Soñé que se
sentía así.
Él era tan grande que apenas pudo estirar sus labios alrededor de la
cabeza de su polla. Sin embargo era tan lisa. Tan suave y caliente. Se concentró,
tragando la polla un poco más con cada respiración hasta que su escroto quedó
fuertemente contra su nariz.
Cuando ella cogió un extremo de la barra con la lengua y lo movió, él
gimió, y luego se estiró por encima de ella hasta poder azotar su clítoris
hinchado aún con la lengua. Sus mejillas ásperas por la barba rozaron el interior
de sus labios vaginales sellándolos, mientras que su sedoso cabello rozaba el
interior de sus muslos cuando él chupó y mordisqueó a lo largo de su raja.
No tenía un orificio sin rellenar en su cuerpo.
Él la poseía por completo, como un Maestro debería.
Increíblemente despierta de nuevo, Margaret redobló sus esfuerzos,
lamiendo y chupando y tragando hasta que su boca abierta acunó su ingle. El
pelo oscuro allí le hizo cosquillas en la nariz, donde su polla comenzaba a
levantarse de su escroto. Ella todavía estaba llegando y tragando lo último de su
espesa y salada crema cuando lo sintió sujetar algo alrededor de su cintura y
entre sus piernas, apretando lo suficiente como para asegurar los tapones en el
culo y el coño.
Totalmente relajada por primera vez en su historia reciente, ella apenas
notó cuando soltó sus ataduras y apoyó la cabeza sobre su vientre para dormir.

Capítulo Tres
Temprano a la mañana siguiente, Cade parpadeó ante la luz del sol que
inundaba la habitación. Por un largo tiempo se sentó y observó dormir a

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Margaret. Ella estaba finalmente relajada, sin ese aire quebradizo de frustración
que había visto en ella tantas veces cuando trabajaban juntos. Ella le había
sorprendido endemoniadamente cuando le había llamado Maestro. No se había
atrevido a esperar antes de esa fecha que podrían compartir los fetiches que se
había esforzado por mantener separados y distintos de su vida profesional.
Supongo que no expresabas tus secretos ocultos mejor que yo, cariño.
Hacía diez años, cuando acababa de terminar la escuela de medicina,
había aprendido por las malas que la mujer que había imaginado que sería la
esposa ideal de un médico no había estado para nada dispuesta a compartir su
necesidad por juegos D / S.
El fracaso de su corto matrimonio le había enviado directamente a las
exclusivas mazmorras BDSM de Dallas, donde había encontrado la satisfacción
sexual, pero ninguna mujer con la que poder formar el tipo de conexión
emocional necesaria para un matrimonio exitoso.
Aunque a veces anhelaba una compañera de vida para compartir los
altibajos de la vida cotidiana, así como sus preferencias sexuales, Cade se había
resignado más o menos a quedarse solo, aguantando insinuaciones frecuentes
de sus colegas cirujanos acerca de su orientación sexual.
Mejor eso que tenerlos chismeando acerca de sus frecuentes visitas a un
club de sexo secreto.
Tal vez él y Margaret... No, era demasiado pronto. Sin embargo, Cade no
pudo dejar de imaginarlos juntos, no sólo en la cama y en el trabajo, sino como
verdaderos compañeros en la vida, las veinticuatro horas del día.
Demonios, su ex mujer habría tenido su trasero en la cárcel si alguna vez
hubiera intentado atarla o poner un tapón en su culo. Margaret había rogado
por él.
Divertido. Había supuesto durante mucho tiempo que Margaret tendría
muchos prejuicios en la cama. Ella daba a sus compañeros de trabajo la
impresión de ser muy educada, una mujer conservadora. En sus momentos más
salvajes él incluso se había imaginado llevándola a casa para conocer a su
madre, haciéndola feliz al ver que por fin había dado con una buena mujer ,
incluso aunque no fuera una de las bellezas nativas americanas que había
estado presentándole desde que su divorcio. Sonrió al imaginar a su última
sumisa a jornada completa, con su largo pelo negro teñido, el maquillaje gótico,
y la serpiente que había tenido tatuada en el cuello. Si su madre la hubiera visto

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formando parte de su vida, lo habría tirado fuera. Se puso duro otra vez,
mirando dormir a Margaret. Le había dado no sólo una infernal follada, sino la
sorpresa de su vida cuando resultó ser un sub. La clase de sub que nunca soñó
que iba a encontrar: una que parecía fuera de la cama una fría y tranquila dama
que nunca había tenido ni un pensamiento delicioso y sucio.
Una sub que haría a su madre asentir con la cabeza y sonreír, que se
mantendría sobre los dedos de sus pies mientras él rompía su reserva y la
obligaba a responder a él, no sólo en la cama, sino en todos los niveles.
Cade pasó sus dedos por sus rizos castaños. Su pelo corto hizo que fuera
fácil explorar todas las zonas erógenas que había descubierto visitando una de
las exclusivas mazmorras de Sólo Miembros con una sub que había sido
afeitada. Tendría que afeitar el coño de Margaret, decidió, y marcarla con un
piercing que sólo él pudiera ver.
Lo que realmente deseaba era el control de su mente, pedirle que confiara
en él completamente sabiendo que todo lo que él hiciera con ella traería su
placer. Y él quería que reconociera públicamente que eran amantes, que el
mundo supiera que ella le pertenecía.
Él no estaba nada seguro que ella iría tan lejos, era incierto que ella
compartiera sus sentimientos por él, más allá de la lujuria inconfundible que los
había impulsado anoche.
¿Sentimientos? Cade no estaba seguro de cómo definir lo que le hacía
sentir Maggie, pero era muchísimo más que gratitud por una noche alucinante
de sexo. Y era más que la amistad casual y el respeto que había sentido por un
colega desde que se había unido al personal del hospital como residente junior,
cuatro años antes. Mucho más, pero que no estaba listo para definir las
emociones que le asaltaban como amor. El amor le había fallado antes, lo hizo
receloso del término y todo lo que implicaba.
Él le acarició la mejilla, recorrió la línea limpia de su mandíbula,
experimentando un sentimiento de ternura, la necesidad de proteger a esta
mujer que se había quitado su sentimiento de invencibilidad con su ropa la
noche anterior. Se imaginó juntos años por el camino siempre que no lo dejara
corriendo, como había hecho con otros amantes. Quizá con el tiempo ambos
conseguirían ir más allá de la necesidad de los juegos de bondage, sus
manifestaciones físicas de control.

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Muchos de sus conocidos en la comunidad BDSM le decían que el


máximo placer sucedía cuando llegaba del corazón, así como de los testículos.
Aunque primero, Cade tendría que establecer su dominio. Obviamente
ella lo esperaba, deleitándose en el sometimiento. Abrió el cajón de juguetes y
seleccionó un par de pinzas adornadas para pezones.
Mientras ella dormía le acarició sus pechos, pellizcando los pezones hasta
convertirlos en pequeños puntos duros antes de tirar de ellos a través de los
círculos centrales de las abrazaderas. Cuando las pinzas descansaron contra sus
areolas, las cerró, luego se inclinó para mover las protuberancias distendidas
con su lengua.
-Duele tan bien. Muérdeme. Por favor, Maestro - la súplica soñolienta de
Margaret brotó de sus labios llenos, aún hinchados por las actividades de la
noche anterior.
Él trabajó un pezón entre los dientes, y luego apretó sobre él hasta que
ella soltó un pequeño grito. Sus testículos se prepararon, y su polla se hinchó y
se endureció.
-¿Quieres más?
-¡Oh, siiiiiii!
Él le mordió más duro, entonces alcanzando entre sus piernas tiró de la
correa que sujetaba el vibrador y el tapón anal en su lugar.
-Buena chica. Estás mojada para mí. Me gusta eso - su crema y su coño
caliente lo llamaban.
El olor almizclado de su sexo impregnó el aire a su alrededor. La polla de
Cade palpitó. Pero primero...Él se apartó y se levantó.
-Quítate el arnés. Levántate y dúchate. Puedes quitar los consoladores,
pero déjate los clips. Quiero tus pezones calientes y rojos, como lo están ahora.
Se inclinó y tomó uno en la boca, chupándolo con fuerza.
-Sí, Maestro.
Si se quedaba, tendría que follarla de nuevo tan pronto como los
consoladores salieran de su coño y culo. Y eso no estaba en sus planes
inmediatos ya que tenían prevista cirugía en menos de una hora. De mala gana
recogió la ropa que se había quitado la noche anterior y comenzó a vestirse.
¿Cuán lejos Margaret iría en la búsqueda del placer?
Cade tenía la intención de averiguarlo.

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Tomando un bloc que encontró junto al teléfono, garabateó sus órdenes.


Después de explicar la ropa que quería que se pusiera, él apoyó el bloc en la
parte superior de la pila. Mientras salía corriendo del apartamento de Margaret,
echó un vistazo a su reloj. Faltaban siete horas y dos minutos antes de verla otra
vez a menos que hubiera un problema con un paciente que lo llevara a su
oficina, o a la sala de emergencias o cirugía. Siete horas hasta que él pudiera
tomarla en su calabozo y poner su collar alrededor de su esbelto cuello.
Infiernos, esperaba que hubiera leído su nota, y que lo quisiera como
maestro a tiempo completo, no sólo para un polvo rápido, alguien que tuviera a
mano. Comprendió que él sí quería y la necesitaba para siempre.
Tenía que mantenerla con él, para pasar juntos la vida entera.

***
Viernes. Un día tranquilo en la clínica gratuita, con sólo unos pocos
pacientes y ninguna cirugía programada. Margaret casi deseó una emergencia,
cualquier cosa que pudiera alejar su mente del mensaje de Cade, ahora bien
oculto en el bolsillo de su bata de laboratorio. Tomarlo como su amo podía
hacerle daño, destruir el autocontrol duramente ganado que la convirtió en un
buen cirujano. Su viejo Maestro había encajado en un pequeño compartimento
de su vida, un compartimiento secreto que nunca dejó que interfiriera con su
imagen pública. Cade invadiría su espacio de trabajo... el tiempo solitario que
siempre había valorado.
Ella cogió una foto de familia de ella con sus padres y su hermana el año
pasado.
A diferencia de su antiguo Maestro, un diseñador de software, Cade
encajaría bien con sus conservadores familiares, inclinados académicamente. No
le encontrarían ningún defecto. Tanto como amaba a sus padres, había
aprendido que no podían ser complacidos – los 1500 en sus exámenes SAT2
deberían haber sido más, el Magna Cum Laude debería haber sido un Summa.
Ser la número tres de su promoción de medicina sólo les habría complacido si
hubiera sido la número uno. Sacarían alguna queja de Cade por algo, estaba
segura.

2
SAT: es una prueba estandarizada para la mayoría de admisión a la universidad en
los Estados Unidos. Las posibles puntuaciones varían entre 600 y 2400

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¿A quién quería engañar? Sus padres no aprobarían a Cade mucho más


de lo que les hubiera gustado su antiguo Maestro. Casi pudo oír a su madre
quejándose de que Cade era demasiado grande, demasiado impetuoso, también
autoritariamente masculino, en modo alguno el hombre tranquilo, erudito y
devotamente judío que sus padres habían siempre deseado como pareja para
ella. Tal vez, sólo tal vez, ella nunca tendría que presentarlos.
Optimismo a ultranza, Margaret.
De ninguna manera tendría dejar que Cade la empujara en el
compartimento de sexo de su vida y la excluyera de las otras partes. Ella no
quería eso. Su amistad y la tutoría de su residencia, significaban tanto o más que
lo que habían compartido la noche anterior. Ella no necesitaba pensar en eso
ahora. O sobre si ella impresionaría a la madre de Cade que, si el chisme
hospitalario era preciso, estaba en una misión perpetua para emparejar a su hijo
con un sinfín de doncellas nativas americanas de la reserva. Margaret sacó la
nota de Cade y la leyó de nuevo.
Sub, el infierno.
Cade pretendía, obviamente, que fuera su esclava. Casi había ignorado
las instrucciones que había dejado en su cama, instrucciones destinadas a
probarla, para ver qué tan lejos iría para satisfacerlo.
Hasta el final, al parecer.
Cuando ella había salido de la ducha, agradablemente dolorida y todavía
con una sensación de hormigueo dondequiera que la había tocado, había
cumplido sin pensar con cada una de sus órdenes garabateadas, a pesar de las
serias dudas que su cumplimiento había planteado en su mente sobre su propia
cordura.
-Por cierto, Dr. Berman, se ve sexy con ese vestido - había dicho el
empleado de la unidad cuando había llegado a la clínica ese viernes. Ella se
había sorprendido, tanto que había sido consciente de sí misma hasta que
encontró una bata de laboratorio. Se había cubierto el sexy vestido sin mangas
de intenso verde que solía ponerse con una chaqueta a juego, una chaqueta que
Cade mencionó expresamente que no debía llevar.
Quizás se veía atractiva porque tenía firmemente arraigado el sexo en su
mente. ¿Cómo no iba a hacerlo? El vestido ocultaba la escasa ropa interior que
Cade le había ordenado llevar, sin bragas, sólo un liguero de encaje y sujetador
a juego con los recortes para los pezones.

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¡Ha!
Sólo un hombre elegiría ese sujetador. Sus transparentes medias hasta el
muslo rascaban deliciosamente contra el interior de sus muslos cuando se
movía sobre los tacones de aguja de sus zapatos negros. Ella nunca llevaba
zapatos de tacón alto para trabajar. Bueno, ahora ella si lo hacía.
Lo bueno era que la bata de laboratorio disfrazaba sus pezones duros
como rocas que sobresalían de los recortes de su sujetador. Esos recortes
permitían a la seda del vestido frotar deliciosamente su carne expuesta. Por lo
menos había sido lo bastante considerado para ordenarle que se quitara las
pinzas del pezón que le había puesto él antes de su ducha. ¿Él vendría por su
oficina antes de tiempo? A veces lo hacía, si tenía tiempo. Si lo hiciera, se
imaginaba que él querría pruebas de que había seguido cada una de sus
órdenes de la nota.
Su coño se apretó cuando imaginó a Cade deslizando una mano debajo
de la falda y revisando su coño desnudo, ahora suavemente afeitado por su
orden. Tan suave como su cuerpo grande y musculoso.
A ella le gustaba que él tuviera tan poco vello corporal, adivinó que
podría ser debido a su herencia nativa americana.
Él insertaría sus dedos largos y ágiles en su coño, recompensándola con
un pellizco en su punto G cuando sintiera el diafragma que le había ordenado
conseguir e insertar. La lengua de Margaret hormigueó ante la idea de llevarlo a
su boca de nuevo, frotando con la lengua la redonda barra lisa que se había
insertado en la gruesa y suave cabeza de su polla.
-Usa un aro en la lengua, no la retención, pero recuerda que no debes
permitir que nadie más vea esto - había escrito.
El cuello mandarín de su medio vestido escondía un mordisco de amor
justo debajo de la línea del cabello, en la parte posterior de su cuello. Él debió
haberlo notado a la hora de elegir el vestido. Cuando pensaba en él encima de
ella, lamiéndola, mordisqueando y frotando su carne caliente sobre la de ella,
sus jugos comenzaban a fluir, calentando y calmando su completamente
estirado ano.
Menos mal que el jefe de residentes no la había llamado para la gran
ronda hoy. Margaret deslizó su lengua por el techo de la boca. El aro en la
lengua, más pesado del que se había puesto para el placer de su antiguo
Maestro, hacía su dicción menos clara, dando a su voz un borde que sonaba

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seductor. Casi no podía esperar hasta que se hiciera de día, para poder estar con
Cade.
Sirviéndole.
Sus dos órdenes finales esperaban su atención.
-A las tres y media de la tarde, inserta el vibrador en forma de huevo en
tu bonito coño y piensa lo bien que se sentirá cuando sea mi polla la que esté
allí. No te corras, sin embargo. Tus orgasmos son todos míos.
Margaret miró su reloj. Tres y veinte. Si se daba prisa, podía llegar hasta
el baño de mujeres a tiempo. Con el bolso en la mano, se dirigió resueltamente
al baño y cerró la puerta, luego buscó el vibrador, un dispositivo de gel de color
púrpura en forma de huevo del que Cade aparentemente se llevó el potente
control remoto. Se levanto hacia arriba la falda apretada y abriendo las piernas
lo insertó, empujándolo en su vagina lo más arriba que fue capaz con sus dedos.
Ella ya estaba mojada. Y caliente. ¿Cómo podría hacer esto y funcionar durante
casi dos horas más como la profesional tranquila que se suponía que era?
Especialmente cuando Cade decidiera ponerlo en movimiento.
No tenía otra opción. Sus músculos internos se apretaron manteniendo el
huevo de forma segura donde ella lo había puesto. Verlo caer y rebotar
alegremente por el pasillo no sería divertido. Bueno, lo sería, pero también
resultaría muy embarazoso si su enfermera o uno de los residentes jóvenes lo
vieran.
Tendría que hacerlo. También tendría que establecer algunas reglas
básicas para su relación, pero actualmente el dolor que sentía en su coño la
obligaba a seguir las últimas órdenes de Cade.
Justo cuando pensaba que podría controlar las sensaciones necesitadas
que serpenteaban a través de su cuerpo, el vibrador comenzó a inclinarse hacia
atrás y hacia delante, dando vueltas y vueltas.
Su zumbido no era audible, pero envió chispas de necesidad
directamente a sus células cerebrales ya sobrecargadas. A pesar de que trató de
controlarse a sí misma, respiró profundamente mientras se dirigía
cuidadosamente por el pasillo hacia su oficina. Ella trató de concentrarse en una
revista médica, totalmente imposible, sin importar lo duro que intentó
concentrarse en lo que debía ser un interesante artículo sobre una nueva técnica
para hacer injertos de piel de espesor parcial.

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Durante la siguiente hora más o menos, la suave vibración se hizo más


fuerte. Ella se retorció en su silla, y luego miró su reloj. Maldición, ella todavía
tenía que sentarse aquí otra hora o más. La lectura era realmente una causa
perdida ya. Abandonó, y se quedó mirando el mensaje de Cade - su última
orden.
¿Podría ella?
¿Se atrevería a declarar le su sumisión a un colega?
¿Reconocer su control sobre su vida privada?
¿Podría ser su esclava en el dormitorio y seguir siendo su igual fuera de
él?
Ella abrió el cajón central del escritorio y sacó el collar de oro macizo que
había llevado por su antiguo Maestro. Sonriendo, tocó el círculo decorado con
sus iniciales, las suyas también, y jugó con la anilla oculta. Mike Bryant amaba
mofarse de ella, llevándola a su alrededor con una correa de cuero negro que
había guardado como recuerdo de su relación.
Cuando se fue, eso se había sentido peor que los peores azotes que le
hubiera administrado, pero había sido correcto seguir. Ella había prometido ser
su esclava, pero se negó a renunciar a su carrera y seguirlo a donde él fuera. No
había pensado en él durante mucho tiempo, se había sumergido
deliberadamente en su trabajo. Había jurado no volver a aceptar otro Maestro,
pero Cade se había colado en su vida como un amigo y colega. Él había
cambiado la marcha con rapidez cuando ella le hizo saber que le gustaba su
sexo duro y un poco pervertido.
La última orden de Cade cambiaría la vida de Margaret, si ella decidía
obedecer.
-Quiero que te pongas mi collar. Si quieres usarlo, dame tu mano. Nos
encontraremos en tu oficina tan pronto como haya visto a todos mis pacientes.
Obviamente, él quería su relación al descubierto.
Difícilmente podría ser de otro modo, con ellos trabajando juntos casi
todos los días. Esperaba que él sintiera la necesidad tanto como ella de
mantener la verdadera naturaleza de esta relación estrictamente entre ellos.
Mike había necesitado ejercer su voluntad sobre ella delante de los hombres y
había cumplido con esa necesidad llevándola a mazmorras públicas,
enmascarados para ocultar su identidad.

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A Margaret no le había gustado, pero Mike lo había necesitado,


necesitaba humillarla, compartirla con compañeros Doms.
Quizás Cade querría eso también, pero lo dudaba.
No, Cade no iría tan lejos como para hacer alarde de su conexión con el
mundo BDSM, teniendo en cuenta su propia carrera. Tal vez, al menos eso
esperaba ella, él renunciaría a los clubes de sexo, usando el collar para ella en la
intimidad de la mazmorra como él le había susurrado anoche, muy lejos de las
miradas indiscretas.
Ella no podía, definitivamente no, hacerlo público, aunque él lo ordenara.
No arriesgaría su posición en la comunidad vainilla, incluso si eso significaba
una vida sin la deliciosa sensación de ser controlada por su amante. Si bien
podría volver a soportar la humillación de ser prestada a extraños, dominada
para cumplir sus órdenes sexuales así como las suyas, jamás había dejado que
vieran su rostro.
Margaret alcanzó el teléfono, y el movimiento provocó más hormigueo
en sus pezones.
Las vibraciones del huevo se intensificaron, como si Cade hubiera notado
sus recelos y deseara recordar a su cuerpo que necesitaba esto, que le
necesitaba. Cuándo él entró por la puerta de su oficina, con una sonrisa
depredadora en su cara, ella dejó el receptor. El ruido de la puerta al cerrarse
detrás de él la hizo saltar con anticipación.
Un momento antes no había estado segura de que lo haría, pero cuando
él la miró con la pregunta en su mirada, sonrió y le tendió la mano. Él entrelazó
sus palmas.
-¿Has hecho todo lo que pedí?
Cuando la mirada de Cade se deslizó de los pechos de Margaret a su
regazo, él fijó el mando a distancia a su máxima potencia.
-Sí, veo que lo hiciste.
-Sí, lo hice. He seguido tus órdenes de la nota.
Maldición, pero ella estaba caliente. La sangre se estrelló contra su polla
cuando olió la mezcla de su excitación y su perfume. Él lo sabía, ella lo sabía,
reconoció su almizcle. Su almizcle caliente.
Cualquier persona que no hubiera comido su coño y lamido su clítoris
con un punto un poco duro tomaría el aroma como nada más que un
almizclado perfume sexy, pero él sabía más. Su lengua salió fuera, mojando los

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labios que había sentido tan bien en él la noche anterior. No tendría que haberse
puesto los calzoncillos de cuero. Su pene se hinchó dolorosamente contra la
bragueta rígida y sus bolas dolieron.
-¿Tienes dudas, Maggie? - le preguntó, animándola a hablar ahora, antes
de dar el paso que fijaría su lado en el camino de convertirse en su sumisa, tal
vez incluso su esclava de por vida.
-Yo… yo no quiero que nadie más lo sepa. No acerca de nosotros. Acerca
de nuestro estilo de vida - Ella parecía asustada, pero hablaba con seguridad.
Aunque parte de él quería hacer alarde de ella en las mazmorras, sabía
que no podía. Ni siquiera se atrevía a ir allí él mismo a menos que llevara una
capucha. No si quería seguir siendo un cirujano exitoso en Dallas. Aún así, tuvo
que resistirse al menos un poco. Si no lo hacía, Margaret podría tener la noción
precisa de que habría tratado de frenar sus propias tendencias dominantes si no
le dejara saber que era lo que ella quería.
- ¿Y si eso no me agrada? - le preguntó bruscamente.
- Podrías disfrazarme si quisieras llevarme a los calabozos - dijo ella,
bajando sus ojos oscuros hacia el suelo - Mi antiguo Maestro lo hacía.
De repente Cade recordó una sub esbelta que había entrado en la escena
unos pocos años atrás, y que le había recordado en algunos aspectos a Margaret.
Había pertenecido a un verdadero sádico que a menudo había querido golpear
fuera debido a la forma en que había tratado a la mujer conocida sólo como
"esclava de Mike”.
Demonios, una vez había sido invitado a usar su rostro encapuchado y
dejar que ella le diera la boca mientras su amo le había jodido el culo y otro
Dom había follado su coño. Su amo la había golpeado sin piedad cuando ella no
pudo lograr que todos llegaran a la vez. Ahora, cuando vio la expresión de
miedo en sus ojos, se preguntó si Margaret podría haber sido aquella esclava
indefensa que había alimentado con su polla a través del agujero de la boca de
la capucha de piel.
-No vamos a hacer escenas de mazmorra. No puedo correr el riesgo de
ser descubierto tampoco. Vamos. No necesitaremos ir a los clubes de sexo. Mi
calabozo personal nos espera. Puedes llevar el collar como mi esclava en
privado.

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Él bajó el nivel del vibrador. Cuándo imaginaba su coño caliente y


húmedo, desesperado por la satisfacción que pronto podría proporcionarle, su
polla crecía como una roca dura dentro de las restricciones de los calzoncillos.
-¡Oh, sí! - Su siseo entrecortado lo puso aún más caliente.
Entonces ella abrió las piernas, como si quisiera que la follara aquí
mismo, donde su enfermera o uno de los otros residentes podrían irrumpir en
cualquier momento.
-Deja de hacer eso. Yo me ocuparé de ti muy pronto. Aquí no es el
momento ni el lugar - Él la atrajo contra él, duro, y deslizó una mano dentro de
su bata de laboratorio para ajustar la protuberancia sobresaliendo que había
podido ver incluso a través de la chaqueta y del vestido de seda fina que había
pedido que llevara.
-Vamos.
-Sí, Maestro.
Ella se inclinó hacia la otra mano, frotándose la nuca expuesta en su
contra. Le gustó pensar que sería el único para prepararla para llevar su collar.
El anillo, que pondría donde nadie más pudiera verlo, para su placer y el de
ella. Tal vez algún día, si estaba de acuerdo, harían su vinculación permanente y
legal, y él deslizaría un diamante como una roca en su dedo.

***
Unos minutos más tarde, se precipitaban hacia el oeste por la I-20 en el
Lincoln Navigator de Cade, pasando Weatherford.
-¿Dónde está tu cabaña? - preguntó Margaret una vez que Cade giró
fuera de la interestatal hacia la carretera de Mineral Wells.
Cade levantó su falda y ahuecó su desnudo coño recién afeitado.
-En el Norte de Possum Kingdom State Park. A unas ciento veinte millas
de Dallas. Me encanta sentir tu coño tan suave y desnudo para mí. Húmedo
también. ¿Ansiosa, nena?
-Me estoy quemando.
La penetró con un dedo, que avivó su llama.
-¿Has tenido algún problema para ponerte el diafragma?

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Ella se retorció un poco, como para intensificar el efecto de su


penetración.
-No, Maestro. Yo ya tenía uno.
-No quiero que tomes la píldora. Demasiados efectos secundarios.
-No los he tomado desde hace un tiempo.
-Tendremos cuidado. Quiero que me hagas saber si ese cuidado no es lo
suficientemente bueno.
Aunque Cade preferiría que ella no quedara embarazada, al menos no de
inmediato, la idea de un niño o dos no era tan temible como lo habría sido con
las demás mujeres que había jodido con los años.
-Lo haré. Oh, sí - dijo entre dientes, arqueando sus caderas para que su
coño entrara en contacto aún más estrechamente con la mano.
-¿Se siente bien? - Con el pulgar, él rodeó su clítoris hinchado.
Dios, amaba cómo ella respondía. Su pene se irguió y le recordó de
nuevo que no debería haberse puesto ese suspensorio de cuero.
-Se siente increíble. Me pone tan caliente, apenas puedo esperar para
sentir tu polla gruesa y dura. Tu piel increíblemente suave - sus suaves dedos
vagaron sobre su antebrazo - Me gusta que no seas peludo...
Él se rió entre dientes.
-He pensado en afeitarme el poco vello corporal que tengo. Lo hice un
par de veces, pero odiaba la picazón mientras estaba creciendo. Ya es bastante
malo tener que afeitarme la cara todos los días sin añadir unas pocas hectáreas
más de bienes raíces para que el ritual. Tal vez algún día dejaré que lo hagas por
mí. ¿Y tú? ¿No te sientes más caliente ahora, con el coño todo suave y sedoso?
¿No crees que te vaya a gustar más cuando follemos?
Él estaba desesperado por enterrar su polla dentro de su dulce coño una
vez más antes de que él colocara su anillo y pusiera su agujero dulce fuera del
alcance por una semana o más.

***
Cade salió de la carretera por un camino rural y se detuvo bajo un dosel
de álamos y pinos altos. Los arbustos ya mostraban los colores del otoño, rojos y
dorados proporcionando un poco de intimidad, intimidad que Margaret
esperaba que usara para aliviar el dolor de ella en frenesí de frustración sexual.

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-Abre las piernas - ordenó, en un tono desesperado, como si él estuviera


tan caliente como ella.
Cuando lo hizo, él metió la mano dentro y tomó el vibrador de su coño.
-Dios, nena, me encanta cómo estás de mojada por mí.- Se deslizó sobre
el asiento, hurgando en su bragueta. - Desabróchame el suspensorio - murmuró
en su oído. - Estoy deseando follarte.
Necesitó ambas manos para aflojar los broches de presión y soltar su
enorme polla rígida. Mientras ella buscaba a tientas para liberar sus testículos,
él le desabrochó el vestido y tiró de sus pezones desnudos.
-Muérdemelos, por favor, Maestro.
Él se inclinó, la alzó hasta ponerla a horcajadas sobre él.
La cabeza de su polla rozó su clítoris, haciéndola gemir de anticipación.
Ya estaba empapada, ella sintió fluir lubricante de su coño a borbotones cuando
él la arrastró hacia abajo, empalándola.
Bajó la cabeza, tomó uno de sus pezones en la boca y chupó con fuerza.
Como si estuviera tan desesperado como ella por la satisfacción, la folló con
fuerza, levantando sus caderas y tirando de ella hacia abajo sobre su polla hasta
que estuvo empalada hasta las bolas. Él tiró de sus pezones desnudos, y luego
la golpeó hacia abajo sobre su polla una y otra vez. Respiraba con dificultad.
Igual que ella. Las sensaciones extendiéndose deliciosamente por su coño y
pezones a través de su cuerpo. Empujó en su punto G con su monstruosa polla
perforada y su barra la golpeó repetidamente, en cada golpe. Su ano descansó
sobre sus bolas satinadas. Lo justo para llenarla.
-Podría… ¿puedo por favor correrme?…
Las sensaciones la bombardearon. Ella no podría esperar mucho más.
-¿Soy tu amo? - Su respiración sopló caliente contra la carne sensible de
su cuello expuesto.
-Dios, sí. Maestro. Oh, por favor. Fóllame más duro. Muérdeme. Haz que
me corra - con ambas manos ella presionó su boca contra su garganta,
silenciosamente pidiéndole que le mordiera, la lastimara, haciéndola correrse.
-Tranquila, cariño. Relájate. Sólo déjame amarte.
Debía saber lo que ella necesitaba, pues hundió sus dientes en aquella
carne sensible. Le pellizcó los pezones duros. Dolió, pero se sentía tan bien. Casi
tan bien como el sonido de su respiración jadeante, el gemido de éxtasis cuando
él empezó a bañar su coño con ráfagas de su semen caliente. Oh, Dios, ella se

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corrió también, abrumada por las sensaciones increíbles, deliciosamente


dolorosas, un placer increíble, y más.
Sus brazos se apretaron alrededor de ella, como protección y refugio
cuando su coño se apretó con fuerza alrededor de su enorme polla ardiente. El
calor inundó su cuerpo con una calidez que tenía mucho que ver con las
emociones que fluían entre ellos, y poco con la reacción física alucinante al
toque de un maestro calificado.
Ese delicioso estiramiento, calor abrasador.
Placer increíble.
Margaret apreció la sensación de la semilla caliente de Cade entrando en
su interior, intensificando las olas de satisfacción sexual y los espasmos que
irradiaban de él hacia su coño y recorrían su cuerpo.
Agotada, se derrumbó contra él, respirando el olor de los asientos de
cuero y su colonia amaderada... el aroma excitante del sexo.
-Gracias, Maestro.
-Es un placer. Gracias a ti - Él se inclinó, tomó su boca en un beso que
habló más de devoción que de deseo.
De repente, ella quería degustarlo, este Maestro parecía siempre ser
amable, jamás sometería a su amante a la humillación.
-¿Puedo chupar tu polla ahora? - preguntó ella, levantándose de su
regazo.
-Oh, sí. Mi polla es tuya. Para tu placer, así como para el mío.
Arrodillada, ella lamió la evidencia de su clímax y el de ella, chupando
primero uno y luego el otro testículo en su boca, y luego lamiendo cada
centímetro cuadrado del eje largo y grueso. Ella dio una atención especial a la
corona, oscura como una ciruela, rodando cada extremo de la barra con la
lengua antes de lamer la hendidura, saboreando su sabor, la sensación.
Degustándolo. Saboreándolo.
El flujo caliente de la corrida que había inundado su coño goteó por su
muslo. La presión reconfortante de sus dedos que se enterraban en su cabello
mientras ella chupaba su polla envió nuevas oleadas de deseo al tejido todavía
hormigueante de su orgasmo múltiple.
Y provocó una oleada de emoción que ella sólo pudo describir como
amor.

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Capítulo cuatro
La luz de la luna se filtró a través de los vidrios polarizados del
Navigator3, la esfera dorada silenciada por un resplandor de bronce.
Entonces todo fue oscuridad cuando Cade alzó su rostro alejándolo de su
polla y bajó una capucha suave y ajustada sobre sus ojos y cara. Con
movimientos lentos y seguros él la ató apretadamente alrededor de su cabeza,
envolviéndola suavemente en una negra oscuridad.
Margaret odiaba la oscuridad, odiaba ser encapuchada porque lo
asociaba con las mazmorras, con ser compartida con los amigos de su antiguo
Dom, con ser humillada.
De alguna manera, sin embargo, con Cade la oscuridad le daba la
sensación de estar segura y protegida.
Sus otros sentidos se hicieron cargo, dispuestos a disfrutar de los sonidos
de su respiración, el ronroneo del motor cuando se volvió a encender. Los
omnipresentes olores del sexo que habían compartido parecían más intensos.
Ella se sentó y disfrutó de la sensación del asiento de cuero fresco vibrando
suavemente contra su caliente coño hinchado.
-Tengo un colega, otro firme seguidor de nuestro estilo de vida, que
condujo hasta aquí antes. Él te pondrá mi anillo - dijo Cade cuando detuvo el
coche unos minutos después y apagó el motor. - Lo haría yo mismo, pero no
quiero que me asocies con el dolor que no produce placer. Hay dos cosas que
exijo de mi esclava. La primera es que lleves mi anillo. Puesto que deseas
mantener nuestra relación privada, voy a colocarlo donde sólo tú y yo vamos a
verlo. El amigo que me ayudará a colocarlo nunca vera tu cara, y por eso te puse
la capucha. Te explicaré mi segundo requisito más tarde.
Con los dedos entrelazados, la condujo a través de la oscuridad. Una
fresca brisa sopló, el olor ligeramente a pescado. Húmedo también. Su cabaña
debía estar cercano a uno de los dedos de los lagos de Possum Kingdom's. Los
labios vaginales hinchados de Margaret y sus pezones surgieron a la vista junto
con la piel de gallina, porque el aire que caía esa noche no era frío, pero sin
duda era fresco. Los tablones crujieron bajo sus pies y cuando un tacón de aguja
quedo atrapado entre ellos ella habría caído si no fuera por el movimiento
3
Navigator: Un modelo de coche de alta gama

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rápido que Cade hizo para sostenerla contra su duro cuerpo antes de dejarla
caer sobre una superficie de madera más estable y suave.
- Fácil, ahí. Y bienvenida a mi sala de juegos. - Su tono transmitió orgullo
y diversión. - Tres habitaciones, dos baños, una cocina totalmente equipada, una
chimenea en el gran salón y una sala de juegos muy especial en la planta baja.
Espero que apruebes los cambios que he hecho para dar cabida a nuestro estilo
de vida. Puesto que no puedes ver, yo te llevaré.
Como si ella no fuera más pesada que un niño, Cade la levantó y la llevó
por lo que parecía una relativamente empinada escalera. Dio unos pasos en un
terreno llano, entonces la puso sobre una superficie plana y acolchada, ¿una
mesa de operaciones?
-¿Qué?
-Nuestro amigo ya está aquí. Quédate quieta mientras quito tu ropa - el
contacto de Cade fue suave y sus manos seguras cuando la libró de sus zapatos,
luego de las medias y el liguero, y finalmente del sujetador con los recortes de
los pezones. - ¿Dónde te gustaría tu anillo?
¿Un Dom que dejaba a su sub la elección? A Margaret le gustó eso.
Consideró las posibilidades. ¿En el pezón? ¿En el ombligo? Su clítoris palpitó
justo en ese momento, y ella tomó una decisión. Levantó la mano ciegamente y
le acarició la mejilla sin afeitar.
-En mi clítoris, por favor, Maestro.
Cade le acarició el clítoris todavía hinchado, luego dio un paso atrás.
-Tenía la esperanza de que eligieses este pequeño pedazo caliente de
carne. Tom, esta fue mi elección también.
Ella siempre había querido un anillo en su clítoris, pero nunca había
tenido el coraje de conseguir uno. Ahora, la decisión era suya, él le había dado
una elección. Margaret abrió sus piernas y se relajo, cerrando los ojos detrás de
la capucha. Ella fantaseó sobre Cade tirando de un anillo de oro pequeño con
los dientes, enviando excitantes ondas de calor a su coño y a todo su cuerpo.
Unas manos enguantadas apretaron lo que parecía ser un cinturón ancho de
restricción sobre su cintura, y luego sujeto los brazos por los puños y los
enganchó a los lados de la cinta.
-Sujeta sus piernas en los estribos, Cade - dijo el dueño de esas manos.
Un momento después, Cade levantó las piernas dentro de los estribos
ginecológicos, antes de intercalar una de sus manos entre las suyas.

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El desinfectante helado picó en su nariz, incluso a través de la capucha.


Ella se tensó ante la mordedura de una pinza en su nudo sensible, y ahogó un
grito cuando la aguja la perforó. El repentino dolor dejó paso a un intenso
placer sexual que sacudió todo su cuerpo con una oleada tras otra de un clímax
exquisito. Un fuerte tirón en lo que imaginó era su nuevo anillo de clítoris
desencadenó otro pequeño pero intenso orgasmo.
-Bueno, me imagino que puedes cuidar de tu mujer ahora.
Margaret sintió que el extraño daba un paso atrás, oyó sus pisadas
mientras subía los escalones.
-Espero que me devuelvas el favor un día. Me voy. Mi propia mujer
estará esperándome en el club de Dallas.
-Cuando lo necesites. Gracias. - Margaret reconoció el profundo tono de
Cade, confiado, se preguntó por qué no la había ofrecido al Domo que la había
perforado.
Cuando Tom se fue, Cade le retiró la capucha, y luego le acarició el
vientre, los pechos.
-Eres tan jodidamente sexy. Estoy duro como la piedra, sólo mirando mi
anillo colgando aquí. - Con mucho cuidado lo tocó, lo que desencadenó otra
punzada de excitación. - Casi no puedo esperar para jugar con él. Degustarte
otra vez - amaba la sensación de sus manos ahuecando sus pechos, su aliento
bañando el interior de sus muslos de calor húmedo.
-Gracias, Maestro – susurró - ahora yo soy tu esclava sexual. Por el
tiempo que me quieras.
-Para siempre, Maggie. Pero deseo más de ti que la sumisión sólo sexual.
-Lo sé, y eso me asusta.
-No debería. No soy un animal. Nunca voy a hacerte daño. Puedes
dejarte ir conmigo, tanto emocional como físicamente, como no podrías con
cualquier otro ser humano.
La mirada de Cade se cerró en su pendiente en el clítoris, de oro y
delicado, cerrando una perla en cautiverio enjoyado.
Dios, cómo quería jugar con su nuevo juguete.
No podía, sin embargo, hasta que sanara.
-Odio hacer esto, cariño, pero no queremos que tengas una infección.

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Él coloco un protector de vinilo estéril y alisó los bordes adhesivos para


proteger su piel perforada recientemente para evitar cualquier bacteria que
pudiera estar al acecho sobre sus manos y boca.
Una parte de él lamentaba que hubiera elegido ser perforada aquí,
porque durante varias semanas tendría que protegerla de esta manera cada vez
que hicieran el amor. Para los próximos días, incluso tendría que negarse a sí
mismo el placer de follar su coño, hasta que la perforación comenzara a sanar.
De repente se dio cuenta. Ni siquiera había considerado invitar a Tom a para
unirse a sus juegos sexuales.
Durante los años que había vivido el estilo de vida BDSM, Cade había
participado en un sinnúmero de tríos, incluso unas pocas orgías, y nunca antes
había dejado de hacer la oferta cortés de compartir su sub. Una cortesía casi
esperada en Sólo Miembros, el club al que tanto él como Tom pertenecían. Él
haría algo más por Tom - quizás otra perforación para Loretta , la sub de Tom,
eso sí Tom podía encontrar otro lugar en su cuerpo para ser traspasado.
Maldita sea, Cade quería a Maggie para él solo.
¿Estaba enamorado?
Podía ser, supuso.
Definitivamente estaba obsesionado.
Y lucharía antes de compartirla con otro hombre, incluso para su propio
placer. Ya habría tiempo para analizar sus emociones más tarde.
Maggie sonrió, su lengua lanzándose entre sus labios como si quisiera
degustarlo, mientras yacía clavada en la mesa, con las piernas en los estribos,
dejando al descubierto su coño recién afeitado a su hambrienta mirada. Sus
labios vaginales regordetes relucían, llamándolo.
-Déjame complacerte, Maestro.
Su entusiasmo lo tocó, excitándolo. Ella parecía amar todo lo que él había
hecho hasta el momento para su cuerpo con una respuesta increíble.
Su esclava.
No, una compañera que quería el placer en todos los sentidos a su
disposición. Una pareja por la que él se cortaría la garganta antes de herirla.
Cade echó un vistazo a lo largo de las paredes de la mazmorra, dejando
que su mirada vagara en el columpio de esclavitud junto a una de las paredes
de espejos.

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Su polla se puso dura como una roca cuando imaginó a Maggie allí, su
ano llamándolo mientras yacía para que la penetrara en el ángulo y altura
correctos. Él había acariciado sus pechos llenos y sensibles, dándole mordiscos
de amor en la parte posterior de su cuello, en el punto sensible que había
descubierto la noche anterior, justo por debajo de la línea del cabello.
Sí.
Él tenía que poseerla allí, llenar su pasaje trasero ajustado con su polla,
hacerla gemir, empujar y gritar su satisfacción de nuevo mientras él observaba
cada expresión de sus ojos, cada curva de su cuerpo reflejado en los espejos y lo
imprimía en su memoria. Trabajando con rapidez, él soltó sus ataduras, y luego
frotó sus dedos a través de sus rizos castaños suaves.
Ella lo miró lasciva, ya no era la compañera conservadora sobria sino una
seductora, ansiosa de que la tomara. Tenía que probarla ahora. Cubriendo su
boca, engatusándola para que se abriera a él, su lengua la folló ahí, lento y fácil,
de un modo destinado a cubrir su pequeño culo apretado con su polla.
Entonces la levantó de la mesa y la llevó hasta el columpio, sin romper el beso
hasta que la puso allí, boca abajo, y aseguró sus caderas y muslos, en los
cabestrillos de cada lado del columpio.
-Dame tus manos, nena.
-Cualquier cosa que digas, Maestro.
Su confianza le humilló.
Muy suavemente, ató una mano a cada uno de los puños de velcro para
los cabestrillos de los muslos...
Algo faltaba. El collar. Cade se había olvidado con las prisas de abrochar
el símbolo de su esclavitud alrededor de su esbelto cuello. No le importó, pero,
obviamente, Maggie lo esperaba, ya que había dicho cuando hablaron en su
oficina que sólo usaría su collar cuando participaran en el juego D / s. Metió la
mano en el bolsillo del pantalón, sacó un collar de cuero suave y se arrodilló
junto a su cabeza.
-Quiero que te pongas esto mientras estemos aquí - dijo, mostrándole el
collar ancho, de cuero negro con cierre de oro y anillas de d donde él imaginó
que a veces podría conectar una correa a juego.
-Gracias.
Alzó la cabeza y, dejando al descubierto su garganta, lo miró mientras él
la sujetaba y fijaba el pequeño candado de oro del que guardaría la llave.

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-Confío en que te ocupes de mí, Maestro.


-Lo haré. Prometo ofrecerte placer, cumplir todas las fantasías sexuales
que jamás hayas tenido. Y Maggie, ten la seguridad de que nunca voy a hacerte
daño.
-Confío en ti por completo.
-Eres mi esclava de amor ahora - completando la escena de bondage,
Cade cruzó los lazos de velcro a través del anillo con forma de D del cuello y
las aseguró con el columpio.

***
Mirándose en el espejo, Margaret se dio cuenta de lo indefensa que
parecía, su reflejo desde diferentes ángulos a lo largo de la pared de espejos. Lo
amó. Le encantó estar totalmente poseída por Cade, amó anticipar lo que iba a
hacer después para llevarla a su placer sexual. Con el cuerpo confinado, el
cuello, los brazos y las piernas en cuero negro suave como la mantequilla, los
pechos colgando libres entre sus piernas abiertas, su coño y su ano estaban
abiertos, invitándolo a quedarse allí, a tomarla en cualquier forma que quisiera.
Ella lo imaginó desnudo, dando un paso hacia ella, su polla descansando
contra sus nalgas, la gran barra que lo perforaba proporcionando un contraste
frío con el calor de su carne excitada. Se quedaría ahí, burlándose de ella, sus
bolas rebotando contra su hendidura hinchada hasta que ella le suplicara que la
follara, dejándola venirse.
Se sintió terriblemente, deliciosamente expuesta. Eróticamente indefensa.
No era necesario tomar decisiones ahora. Cade las tomaría por ella. Su clítoris
dolía, no del todo de dolor, pero sin duda si por la excitación. La anticipación se
construyó mientras se imaginaba a él tocándola, amamantándose de ella,
enrojeciendo su carne con las pinzas, látigos y todos los demás avíos del Dom
que era, las herramientas que estaba segura que tendría en esta lujosa
mazmorra aislada. El columpio colgado a la altura justa para que su pene se
alineara a la perfección con su mojado y necesitado coño cuando estuviera de
pie detrás de ella.
Ahora él le sonrió, con los ojos brillantes de promesa sexual, aunque no
hizo ningún movimiento para regresar desde el otro lado de la habitación. Por

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la mirada atenta en su hermoso rostro, ella supuso que debió estar pensando en
qué torturas deliciosas usaría para aumentar el placer de ella y el suyo propio.
Siempre le había encantado cómo se veía Cade, grande y poderoso, como
si él pudiera tomar los problemas de todos sobre sus anchos hombros y
resolverlos. Ella miro esos hombros ahora mientras se quitaba la camisa de color
azul pálido. Los bíceps bien desarrollados ondearon, y cuando llegó a su
cinturón, sus músculos abdominales se apretaron. Él curvó el cinturón contra su
gran mano como si supiera que lo estaba imaginando usándolo para calentarle
el culo. Disparándole una mirada atenta, terminó de desnudarse empujando los
pantalones abajo, saliendo de ellos tan pronto como se quitó los zapatos.
De alguna manera se veía más sexy en ese suspensorio de cuero negro
que completamente desnudo.
La bragueta sobresalía, apenas capaz de contener su erección. Estrechas
tiras rodeaban con fuerza sus piernas musculosas, sosteniendo el cuero negro y
ajustándolo perfectamente a su ingle. ¿Cuando se iba a quitar eso, venir y
administrar cualquier disciplina que sintiera que su nueva esclava necesitara?
Cade se acercó, apoyó una mano sobre el suspensorio. Poco a poco, abrió
uno a uno los broches de presión, se desabrochó la bragueta, y luego liberó su
sexo hinchado.
-Voy a joderte el culo, nena, pero no por el momento.
-Sí, Maestro.
Moviéndose detrás de ella, ajustó el columpio una vez más. Inclinándose
sobre ella, le mordió ese punto sensible en la parte posterior de su cuello, justo
por debajo del borde inferior de su cuello. Con cada toque de sus manos, cada
aliento húmedo que le daba, su excitación crecía. Poco a poco, sin urgencia la
impulsó, acariciándola a lo largo de la curva de su columna vertebral.
-Eres una mujer hermosa, y eres toda mía - murmuró él, trazando un
círculo alrededor de su ano con un dedo.
Margaret se empapaba más en cada toque, en cada respiración, el
contacto sexualmente cargado de su lengua mientras le lamía un camino por la
espalda de nuevo.
El reflejo de ella, la imagen de su impotencia, despertó su dominio. Él
mantenía controlada su fuerza, contuvo los músculos bien desarrollados que se
estremecieron mientras sujetaba su espalda. Su preocupación por su bienestar

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llegaba a través de cada roce. Debería haberlo esperado, porque él trataba a sus
pacientes con una preocupación similar.
Cuándo exploró los planos de sus muslos y pantorrillas, suspiró.
-No sabes cuántas veces te he mirado, imaginaba tus piernas largas y
firmes envueltas alrededor de mi cintura. De mi cuello.
-Desátame y voy a hacer que la fantasía se haga realidad.
La verdad era que no quería que él la soltara aún. Le encantaba la
sensación de impotencia, confiaba que le iba a entregar un placer aún mayor
del de la pasada la noche... o a un lado de un camino desierto una hora antes.
-Ahora no.
Como si quisiera distraerla, deslizó las manos por el interior de sus
muslos, el columpio acunó su vientre, hasta dar con sus pechos. Le pellizcó los
pezones fuertemente, después calmó las puntas frotando suavemente sobre
ellas con los pulgares. Ella no se esperaba el dolor repentino cuando él hundió
sus dientes en su nalga.
-Mmm… Sabe bien - murmuró, calmando la mordedura con una larga y
lenta vuelta de la lengua. Cuando él inclinó la cabeza más y usó su lengua para
lamer en torno a la delicada piel alrededor de su ano, su coño se contrajo,
anticipando...
Entonces él se detuvo y se alejó, y ella pensó que iba a morir de deseo
insatisfecho.

***
Cade se quedó allí, mirando a su esclava.
Su Maggie.
Su collar marcaba su propiedad, desde la cima de la cabeza a los pies
pequeños pies bien formados.
Dios, amaba la forma en que sus pechos colgaban, los pezones
oscurecieron y se arrugaron, prueba silenciosa de su excitación. Entre sus
pálidos labios vaginales la mancha de la diminuta piedra de su anillo de clítoris
captó la luz, incluso a través del protector de plástico. Cuándo la perforación
sanara, él chuparía y lamería su clítoris cada noche, hasta que ella implorara

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piedad. El momento se convertiría en más de un festín con el sexo depilado y


liso de su mujer.
Ahora sólo mirar el anillo, su marca permanente de propiedad, lo tenía
tan preparado que su polla levantó, como protestando por la constricción del
anillo de pene que sostenía el suspensorio en la ingle.
Quiso lamer la miel brillante que goteaba tentadoramente de su coño.
Tan pronto como la perforación sanara, él chuparía, lamería y mordisquearía
ese pequeño bulto sensible de placer sexual que contenía su corazón. Pero la
breve negación valdría la pena - y no solamente para proclamar su propiedad.
El clítoris de Maggie era tan sensible, tan sensible, que estaba hecho para
adornarse.
Tenía que tomarla. Buscando a tientas un envoltorio, sacó un condón
lubricado grande y lo deslizó sobre su polla. Tenía follarla ahora, marcarla
como suya en todos los sentidos. Tenía las mejillas sonrosadas y sus labios
hinchados marcaban su desesperación cuando ella lo miró en el espejo.
-Por favor, necesito tu polla en mí - rogó, retorciéndose tanto como sus
lazos le permitieron mientras miraba su enorme erección envainada.
-Y es necesario que sea en ti. - Tomó un poco de lubricante soluble al
agua y cubrió su polla, luego dio un paso detrás de ella y apretó más las pinzas
de sus pezones. - Voy follar tu culo bonito. Pero primero... quiero que te corras
como nunca lo has hecho antes.
Ella gimió.
-No te preocupes, todo lo que quiero es tu placer. Un buen maestro
nunca dañaría su más preciada posesión.
Después de dejar el tubo de lubricante en el suelo detrás de ella, se
arrodilló, bajó su cabeza reluciente hacia ella. Luego metió la mano bajo ella.
Dios, le encantaba jugar con sus pechos, apretar y amasar mientras ella gemía
de placer. Su miel fluyó y cuando lamió desde su hendidura, sintió su clítoris
hincharse y endurecerse bajo el apósito protector. Ella intentó moverse, como si
deseara que él probara su carne perforada recientemente.
-Oh Dios, sí - dijo cuando él le ofreció sus dedos.
Cogió dos de ellos en su boca, lamiendo y chupando como si fueran su
polla mientras ella frotaba su coño contra su boca, aparentemente desesperado
por él para obtener un clímax. Él se estaba desesperando también. Si no la
follaba pronto y liberaba su semen reprimido, sentía que iba a explotar. Por un

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momento deseó haber invitado a Tom para ayudarle a darle placer, pero ese
pensamiento se desvaneció rápidamente. Por primera vez en su vida, Cade
quería su esclava para él solo. Su esclava, sí, pero también su amiga... y su
amante.
Él jodió con su lengua su coño, tan profundo y rápido como pudo,
dibujando suaves gemidos en ella. Cuando se detuvo, lamió hacia atrás a lo
largo su hendidura, entonces rodeando su culo fruncido, burlándose de la
abertura con puñaladas cortas de la lengua.
-Por favor, cógeme, Maestro. Pon tu polla dura dentro de mi coño una y
otra vez, déjame correrme - rogó cuando él retiró sus dedos.
-Relájate, Maggie. Deberías saber que tu coño está por unos días fuera de
los límites. Sin embargo entra en el juego este apretado agujero. Voy a follar tu
culo y te encantará. - Entonces él bordeo el culo de nuevo, y hundió la punta de
la rígida lengua dentro de la pequeña abertura fruncida. Levantándose,
recuperó el lubricante y trabajó una generosa cantidad alrededor de él y en su
ano.
Sintió este apretado, malditamente apretado, casi como si nunca nadie
hubiera estado dentro de su culo antes, por lo que roció más lubricante y lo
aplicó a su erección envainada. Sus ojos brillaron con deseo caliente cuando
Maggie contempló su reflejo. La forma en que preparó deliberadamente su
polla prominente con lubricante la hizo temblar - más de anticipación que de
miedo a que Cade le hiciera daño. Su ano se contrajo, el lubricante enfriando el
tejido hinchado por su juego la noche anterior. Casi no podía esperar para
sentirlo estirándola, llenándola con su enorme herramienta, traspasándola. Su
coño se contrajo cuando rodeo su ano con la punta de su polla. Ella se tensó,
esperando que él forzara su entrada dentro de ella, pero en su lugar trabajó un
dedo en su apretado esfínter anal, y luego un segundo.
-Respira profundo, bebé. Relájate. Esto va a sentirse realmente bien.
Retiró sus dedos, colocando su polla, y entró en ella lentamente... con
cuidado. Ella respiró hondo, jadeó, contuvo un grito cuando su carne protestó la
invasión. Su reflejo mostró su enorme polla preparada, enterrada sólo por su
cabeza perforada en su entrada posterior, el otro extremo de su largo eje grueso
rodeado de cuero negro.
-Ábrete para mí, Maggie. Puedes tomarlo todo. Tranquila. Sigue
respirando de esa manera y permíteme follarte.

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La imagen la asustó. Pero la excitó más. No pudo apartar la mirada


mientras él se hundía en ella, centímetro a centímetro, hasta que creyó que la
había dividido en pedazos. El toque de sus manos en sus nalgas la calmó. Sus
tranquilas palabras de placer estimulándola ayudó contribuyendo a que el dolor
de su penetración se convirtiera en una sensación de plenitud, casi placentera.
Increíblemente erótica, una vez que él enterró su polla hasta las bolas calmó sus
movimientos. Ella quería más.
-Esto duele tan bueno. Tu polla es tan grande. Demasiado calor.
-Tu culo está tan apretado, bebé. Yo no me muevo. Respira profundo.
Relájate.
Ella lo intentó.
-Me siento... llena. Así tan llena. Por favor, follamé. Fóllame duro.
Cuando él se retiró del todo y luego se hundió en ella, ella jadeó.
El dolor dio paso a una presión intensa. El calor se precipitó a través de
su cuerpo, y entonces él llegó bajo ella y tiró de la cadena que colgaba entre las
pinzas en los pezones y ella estalló sobrecargada sensualmente. Su coño se
contrajo, exigiendo ser llenado, y su clítoris creció más contra el anillo que
colgaba de él.
Con cada lento y rítmico trazo de su polla en su ano, la última parte del
dolor dio paso a una deliciosa sensación de plenitud que inició una reacción en
cadena de sensación erótica. Su clímax comenzó, extendiéndose de una célula a
otra, rompiéndose en miles de pequeñas agujas de éxtasis cuando Cade llegó
con un grito.
Los espasmos bruscos de su polla provocaron una serie de pequeños
temblores que la dejaron drenada. Tan drenada que apenas registró cuando él
aflojó las ataduras, la levantó del columpio, y la llevó escaleras arriba.
Mucho más tarde mientras yacían en una cama de pino toscamente
labrada bajo una gran claraboya, Maggie miró hacia el cielo estrellado. Cade
Calhoun, obviamente, se merecía el título de Maestro. Desde luego, la había
dominado.

Capítulo cinco

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El sol brillaba a través de follaje brillante del otoño, cuando Cade miró a
través de la claraboya a la mañana siguiente, su erección ubicada en la grieta del
culo de Maggie. Ella era una dormilona, cálida y tierna y relajada de la manera
que él querría siempre que estuviera con él.
Tendrían que levantarse y salir a la calle, caminar a lo largo la orilla del
lago, escuchar las hojas crujiendo bajo sus pies, mientras que una fuerte brisa les
despeinara el pelo. Aquí, no tenían pacientes, ninguna obligación. Pretendía
aprovechar al máximo este tiempo a solas con su amante, su amor.
Sí, ella era su amor. No había ninguna duda al respecto. Él la dejaría
descansar un poco más de tiempo mientras que preparaba el desayuno. Se
inclinó y le dio un beso suave en los labios antes de vestirse silenciosamente y
partir escaleras abajo.
Mientras los pájaros cantaban en el álamo fuera de la puerta de la cocina,
Cade preparó el café, puso vasos de zumo y rebuscó por el armario para
encontrar los ingredientes para unas fajitas de desayuno.
Iban a relajarse... y hablar.
Ahora que se había dado cuenta de que Maggie era su pareja perfecta, él
no estaba dispuesto a dejarla ir, o dejar que su trabajo interfiera
innecesariamente con su vida en común.
Juntos.
Desde el fin de su matrimonio juvenil Cade había utilizado esa palabra
sólo en cuanto a la parte de su vida que pasaba con una sub en la cama, las
horas compartidas con sus residentes en el quirófano o en las rondas, los
momentos robados de amistad arrebatada entre los casos o fuera del horario
laboral. Había mantenido sus sentimientos en compartimentos separados: sexo,
trabajo, actividades recreativas con sus amigos.
Maggie se había metido dentro de él abriendo todas sus puertas. Él
debería estar huyendo para ocultarse, pero lo único que quería hacer era
quedarse, construir el tipo de relación que se había prometido a sí mismo que
nunca arriesgaría.
¿Y si ella sólo quería sexo? ¿Robar horas de sus vidas personales y
profesionales? Cade apretó el mango de la sartén, la otra mano apretada en un
puño. Joder, esperaba que ella no quisiera eso. Después de todo, a lo mejor él
quería demasiado. O ¿no? Sus emociones luchaban entre el deseo, el respeto, la

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amistad... la posesividad. Sentía ganas de desgarrar a ese joven residente que


siempre estaba babeando por Maggie cuando pasaba las rondas.
Cade tuvo que controlar un apretón. Piensa... piensa en la sub, no en la
mujer. Concéntrate en la sensación. Se obligó a pensar en el escozor de la base de
su polla donde el suspensorio le había irritado y cómo conseguiría que Maggie
lo calmara por él. Más tarde, cuando regresaran a Dallas, estarían en remojo en
el humeante jacuzzi en su apartamento. Mientras tanto, él tendría que bañar los
puntos crudos con su lengua perforada. Entretanto trataría de separar lo que
pasaba por su mente. Cuando subió a la buhardilla y volvió a entrar en el
dormitorio, Maggie seguía durmiendo.
Cade trazó visualmente la suave curva de su espalda, luego se inclinó y
le dio un beso húmedo en los hoyuelos fascinantes sobre sus nalgas
redondeadas. Le encantaba verla llevando su collar, su oscura extensión en
marcado contraste con su piel de marfil. Maldita sea, la semana pasada no
hubiera imaginado incluso que ella le dejara entrar en su vida - y mucho menos
que ella fuera la sumisa de sus sueños.
-Despierta, dormilona. Yo nos he preparado algunas fajitas.
Cuando ella le sonrió adormilada no pudo resistir la tentación de tomar
su boca, enredando su lengua con la de él.
-Quiero llevarte a dar un paseo, mostrarte dónde voy para escapar de
todo.
-Muy bien, Maestro.
Su voz ronca y soñolienta le recordó el sexo. Diablos, todo en ella le
recordaba el sexo ahora que había revelado sus preferencias y que había tirado
de la capa disimulada de su mundo profesional compartido. Él se levantó y sacó
un chándal desteñido de un cajón.
-Ponte esto. Te estará grande, pero me gusta la idea de que lleves mi
ropa.
Si él no conseguía cubrirla rápidamente, se uniría a ella de nuevo en la
cama. Y estaba pensando que hacer, si pensar mejor con su cerebro y no con su
polla.

***

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Afuera, con el sol salpicando los terrenos a través de un grupo de árboles


robustos, la cabaña de Cade se parecía mucho a otros refugios de fin de semana
que Margaret había visto. Cuando ella bajó la vista a un sendero cubierto de
hojas caídas, vio la azul agua vítrea. Uno de los dedos del Lago Possum Creek
supuso. No había otras cabañas salpicando la vista, aunque se imaginaba que no
estaban tan aislados como parecía. El collar de Cade le calentaba la garganta, le
recordaba que ella misma había entregado su acuerdo la noche anterior. Su
clítoris hormigueaba cuando caminaba, el anillo un constante recordatorio
también.
La sudadera suelta olía amaderada, como la loción de afeitar que Cade a
veces llevaba.
Cuando llegaron al pequeño muelle, Margaret ladeó la cabeza.
-¿Tuyo? - preguntó, haciendo un gesto hacia el pequeño y elegante barco
de pesca que se balanceaba suavemente en su cobertizo junto al muelle.
-Sí. ¿Te gusta pescar?
-Yo nunca lo he hecho.
No era el tipo de mujer que le gustara mucho estar al aire libre, se
sorprendió un poco al ver que Cade pasaba gran parte de su tiempo libre en
comunión con la naturaleza.
-Algunos fines de semana, cuando tengamos más tiempo, podremos
hacer un picnic y pasar un día en el agua. Te va a gustar - con una mirada
caliente, él la atrajo hacia él, tan cerca que los latidos de su corazón resonaron en
sus pechos.
Su coño palpitó, sus jugos resbaladizos resbalaron abajo por sus muslos
cuando él ahuecó sus nalgas y molió su vientre contra su erección. Una lancha
pasó rugiendo cerca del muelle enviando su estela batiendo el agua de color
verde oscuro en una espuma de burbujas en blanco y gris.
No estaban solos.
-¿Qué pasa si alguien nos reconoce?
-No lo harán. No te preocupes. No hay nadie suficientemente cerca para
vernos. Arrodíllate aquí - dijo, señalando un lugar en el muelle junto a un
banco de madera toscamente labrado. Nadie confundiría la lujuria brillando en
sus ojos oscuros con nada más que el deseo de un maestro, un hombre que
sabía lo que quería y esperaba que se lo proporcionará sin dudarlo. Margaret
había visto esa mirada antes, accedido al control de maestría. Con Cade, sin

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embargo, ella sintió que no quería sólo la satisfacción de sus deseos sexuales, el
control sobre los de ella sino algo más.
Compromiso.
El tipo de compromiso que trasciende del dormitorio, de la mazmorra.
La entrega total que podría robarle todo por lo que había trabajado tan duro.
Su viejo maestro no la había amado. Lo que él había exigido era
puramente físico, superficial. Tal vez por eso ella había aceptado su deseo de
degradación como parte de su sumisión. Si bien había cedido el control de su
cuerpo, ella había conseguido mantener el control sobre su corazón.
Si ella leía bien, Cade era un hombre que querría ser dueño de su cuerpo
y su alma, mandar en cada aspecto de su vida, participar plenamente de todas
sus emociones. Si ella cedía, Margaret Berman la mujer desaparecería, dejando
sólo a Maggie, la sumisa de Cade.
La perspectiva la aterrorizaba.
Ella sería no sólo su amante, sería además su posesión. Maldita sea, no
podía ceder, no podía dejar que la envolviera en un capullo en contra de su
decisión. Sería fácil, tan fácil, ceder y soltar la reserva protectora que la había
salvado del dolor emocional cuando la relación fracasaba y terminaba.
Aún así, su coño convulsionó y su clítoris creció y se endureció cuando se
sentó frente a ella y deslizó hacia abajo sus pantalones de deporte. Ella le había
dado su sumisión sexual, pero no le daría más. Como su antiguo maestro le
había mandado, ella juntó sus manos detrás de su espalda, y luego miró hacia
abajo, a la espera de sus instrucciones.
-Mírame - Él la agarró de la barbilla, su apretón suave, y luego ladeó la
cabeza hacia atrás hasta que tuvo que mirarlo a los ojos.
- Yo hablaré. Mientras escuchas, puedes poner esto en la lengua y hacerle
cosquillas a mi polla con ella.
Quizás la mirada seria en su rostro había señalado su afán de explorar
sólo las vías más sexuales, nada más. Tal vez él no tenía más que horas de
placer en su mente. Margaret lo esperaba. Sonriendo, ella tomó el anillo de la
lengua, con su diminuto vibrador y sustituyó al de oro normal que se había
puesto en la mañana de ayer.
-¿Cómo puedo activarlo?
-Yo lo haré - Levantó un pequeño mando a distancia, girando su control
con el dedo índice y haciendo vibrar la barra contra su lengua. Su mirada se

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calentó sosteniendo el deseo, por supuesto, pero ella pensó que había algo más.
Algo que tocaba tanto su corazón como su libido.
Las vibraciones se sentían raras. Despertando, sobre todo al pensar en las
sensaciones que el zumbido podía crear en su polla al enredar el anillo de la
lengua con la barra en su Ampellang. Se sentía más húmeda.
-¿Puedo, por favor lamer tu polla y pelotas, Maestro?
-Sí, por favor.
Ya medio-erecta su polla tembló cuando ella acercó su rostro y sopló
sobre él. Aunque primero, quería probar la superficie rosa suave y oscura de su
escroto. Él tenía un sabor limpio pero almizclado, y cuando ella lo lamió allí,
deteniéndose cada pocos minutos para aspirar primero un testículo y luego el
otro en la boca, él gimió. Las vibraciones del anillo de la lengua de ella
despertaron también una sensación de cosquilleo extendiéndose lentamente por
su cuerpo.
Pronto él estuvo duro como una roca, y ella anheló ahuecar su sexo, pero
no sería buena sub si movía sus manos sin el permiso de su maestro. Cuando
estuvo a punto de perder el equilibrio, él la sujetó.
-Tengo tanto un deber con mi amante y como el que tienes tú por mí. No
hace falta que me preguntes si quieres hacer algo, o mantener una postura como
esa si no es cómoda.
¿Estaba Cade usando juegos mentales de la forma en que su antiguo
maestro solía hacer? Ella no lo creía, pero aún así vaciló antes de traer sus
brazos alrededor y poner sus manos sobre sus musculosos muslos. No
queriendo disgustarlo, ella mantuvo la cabeza quieta y siguió lamiendo sus
bolas con la lengua vibrando hasta que le provocó un gemido, luego pasó a
lamer su eje largo y rígido. La sensación de él agitando su pelo, acariciando el
hueco en la nuca de su cuello, la estimuló aún más que la vibración del anillo de
la lengua, el sabor limpio de él.
-He sabido que era un Dom desde hace quince años, desde que no era
más que un niño novato comprobando su sexualidad. Obtengo placer también
fuera del control sexual - Hizo una pausa, sus palabras suspendidas entre ellos
como si esperara una respuesta - Yo estuve casado hace años, con una mujer
que solo quería sexo vainilla, y he tenido subs que me han proporcionado de
todo menos simple vainilla. Nunca he encontrado una sub con quien compartir
una vida. Hasta ahora. Maggie, nunca voy a interferir con tu carrera, o

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humillarte de la forma en que estoy adivinando que tu último maestro hizo.


Pero quiero más que una compañera de follada los fines de semana. Espero que
tú también. Tengo treinta y siete años de edad. Yo descubrí hace mucho tiempo
que cualquier sub no me va a satisfacer por más de un tiempo. Deseo a una
mujer que pueda cuidar. Compartir más que esto - Él levantó su cara y la obligó
a mirarlo a los ojos.
-Yo te quiero a ti. Incluso antes de que adivinara que ocultabas el alma de
una sumisa detrás de la armadura de reserva que te pones, me dolía por tenerte.
Me diste sueños húmedos, me hiciste desearte tanto que estaba incluso
dispuesto a refrenar mi lado dominante. Había planeado hacer eso la otra
noche. Quiero que estemos juntos veinticuatro horas al día, los siete días de la
semana. Y quiero ser capaz de pasar a tu oficina y besarte en cualquier
momento, frente a cualquiera de nuestros colegas. Maggie, dime que quieres
que pasemos a la luz pública.
Cuando ella lo miró a los ojos, vio deseo y sinceridad. Le encantaba la
idea de un compañero, casi tanto como anhelaba tener un amo. Pero ese anhelo
la aterrorizaba tanto como la excitaba. Una parte de ella quería correr, tan
rápido como pudiera, escapar de la trampa de compromiso. Otra parte más
grande de su cerebro le amonestaba para quedarse, pedir a Cade que nunca la
dejara ir.
-¿Qué dices, Maggie? No importa si no usas mi collar cuando no estemos
solos. Pero quiero que te pongas mi anillo.
-Yo - yo. Ya - el delicioso cosquilleo en su clítoris le recordaba el pequeño
anillo que ahora colgaba de allí.
Él se echó a reír.
-El anillo del que estoy hablando es el que se usa para relaciones vainilla.
Va en tu dedo, donde todo el mundo lo pueda ver.
Dios, ella quería decir que sí. En cambio, ella apretó su boca cerrándola
sobre la cabeza de su polla gruesa y girando la barra en ella con su lengua.
Tenía que tener cuidado, pensar en los cambios que ser su esclava a tiempo
completo supondría. Visualizar una vida con su amo, una gran parte de su vida
profesional en un recordatorio omnipresente de su sumisión.
-¿Y bien?
Dado el gruñido ronco de Cade, Margaret supuso que estaba más
caliente con cada vibración de su lengua en la polla hinchada. Él también

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esperaba más de una respuesta a su propuesta que lamer y chupar


vigorosamente esa carne, se hizo evidente cuando él puso sus manos sobre sus
hombros y le dijo:
-Deja de hacer eso por ahora, nena.
-¿Quieres que vivamos juntos? - ella ni siquiera pensó en el matrimonio,
a pesar de que la mención de un anillo implicaba eso.
-Quiero que nos casemos. Pero me conformaría con que vivamos juntos,
al menos por ahora - Él deslizó sus brazos alrededor de ella, atrayéndola a su
regazo - Hemos sido amigos durante mucho tiempo. Tenemos la misma
profesión - Su mirada se suavizó - Y no se puede negar que somos sexualmente
compatibles. ¿Qué más se puede pedir?
Que Dios la ayudara. Ella no lo sabía.
-Yo soy judía.
-¿Y qué? Soy medio Cherokee, aunque no puedo ver qué tiene eso que
ver.
-Nuestros padres…
-Maggie Berman, deja de poner excusas. No voy a interferir con tu
religión, y no estoy a punto de ponerme las plumas de guerra e ir perseguir mi
lado nativo americano - Cade hizo una pausa, y su expresión se tornó seria - No
me digas que tus padres se opondrían a que te casaras con alguien que no
comparte tu fe.
Lo harían, pero Margaret había pasado mucho tiempo durante los
últimos años tratando de complacer a sus sobrios y exigentes familiares y había
encontrado que hacer el esfuerzo era inútil.
-Sí, pero yo he pasado la mayor parte de mi vida decepcionándolos,
incluso cuando traté de no hacerlo. Es que... es que... Oh, no lo sé .
Maldita sea, ¿por qué no acaba con esto ordenándole que se casara con
él? No tuvo problemas ordenándole que le sirviera en todas y cada una de las
maneras imaginables. No tenía dificultades para hacerla correrse a su mando,
más duro y más caliente de lo que nunca se había corrido antes. Y la verdad sea
dicha, no tenía ningún problema para hacer que su corazón estuviera
alborotado con emociones que no tenían nada que ver con su dominio de ella en
la cama.
-¿No puedes tomar una decisión, chica Maggie?

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-Yo... yo… no. No, Maestro. - No pudo controlar el temblor que recorrió
su cuerpo cuando ella se dio cuenta de que le había disgustado.
-Nena, no te dolerá. Nunca. La única cosa por la que te castigaré es
porque niegues esto - se levantó y la giró hacia él a horcajadas, luego frotó su
pene contra ella a través de sus pantalones de chándal - Y eso sería muy difícil
de hacer - Con una mano suave, él ahuecó su pecho, luego levantó la barbilla y
la miró a los ojos - No quiero hacerte llorar.
-Así que es ¿o bien me caso o te pierdo como maestro?
-Yo no diría eso. Pero yo quiero que nosotros estemos juntos, como
amigos y amantes ante el mundo, y como mi esclava sexual cuando hagamos el
amor. Sé honesta. ¿Quieres eso también?- Él deslizó una mano dentro del
chándal y acarició la húmeda hendidura caliente - Tu coño me está diciendo que
sí, pero quiero oírlo de tus labios bonitos también.
Ella lo quería. No era solo porque llorara su coño por él. Cada célula de
su cuerpo gritaba por que Cade la tomara ahora. Di que me quieres. A mí. No a tu
residente principal especializada. No a tu amiga. Y no a tu esclava sexual tampoco.
-No puedo. Todavía no.
-Yo te quiero demasiado como para permitir que me encierres en una
esquina de tu vida. Lo quiero todo - Él le acarició el clítoris hinchado, su toque
increíblemente suave, increíblemente excitante - Piensa en lo que tenemos
juntos, y todo lo que vamos a perder si dices que no.
¿Qué es el amor si no deseo... y respeto?
¿Estaba ella pidiendo demasiado, queriendo que Cade dijera las palabras
que ella imaginaba no serían nada fácil de decir de su estoico maestro?
Margaret no creía que fuera capaz de discutir con su cuerpo o con su corazón.
Ella no podría verlo todos los días en el hospital y no desear lanzarse a sus
brazos. Él había dicho que le daría le tiempo, pero tenía el presentimiento que
siete años no sería tiempo suficiente para aliviar sus preocupaciones.
Maldita sea, era una cirujana. Ella tomaba decisiones en fracciones de
segundo en el quirófano, generalmente con resultados decentes. ¿Por qué no
tomar una ahora, extender la mano y tomar lo que quería? Ella tomó una
respiración profunda, reunió el coraje que le había permitido dar un paso al
frente y tratar de arrebatar un paciente de las fauces de la muerte.
-Yo no necesito tiempo para decidir. No, si me amas.
-Cariño, te quiero. Nunca pensé sentirme así otra vez, pero lo hago.

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La sonrisa de Cade se volvió tan cálida como un día de verano, a pesar


de la fresca brisa que se había levantado y ella había estado tiritando a pesar de
tener sus cálidos pantalones de chándal.
-Lo haré. Ahora vamos a disfrutar de nuestro fin de semana. Vamos a
tener un tiempo muy ocupado haciendo planes de boda ¿Puedo tomarte en mi
boca de nuevo, por favor?
-Siéntete libre, bebe. Cualquier cosa que te haga sentir bien. Pero
primero, vamos a volver a la casa. Quiero saborear cada centímetro de tu
cuerpo voluptuoso. El mío ahora. Todo mío.

***

En el interior, la música seductora acarició sus oídos. Música que


Margaret no se había dado cuenta se estaba reproduciendo cuando habían
dejado la casa una hora antes. Cuando Cade la levantó en sus brazos y la llevó
no al calabozo, sino arriba a la buhardilla donde habían dormido, se sintió... le
encantó.
La quería.
El dulce aroma de vainilla se elevó en el aire cuando él arrojó sales de
aceites de baño en la bañera de hidromasaje. Velas parpadearon en el alféizar de
la ventana, sus reflejos rebotando en la esquina de la ventana y de las
claraboyas.
-Tienes unos pechos preciosos - murmuró Cade cuando le levanto su
sudadera por encima de su cabeza – Tentadora - Se inclinó, besó los pezones
doloridos, luego se enderezó y le acarició la mejilla - Te quiero, lo sabes.
Ella sintió algo diferente en su toque, una promesa de devoción que
nunca había reconocido antes en su voz profunda. Era casi como si estuviera
seduciendo a una inocente y no dominando a su esclava. Ella quería eso pero
necesitaba más, lo necesitaba para robarle su voluntad de resistir, llevándola
más allá de sus inhibiciones profundas y poniendo en libertad a la criatura
sexual enterrada bajo capas de toda la vida que sólo él había empezado a
resquebrajar.
-Por favor, Maestro. Haz conmigo...

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-No necesitas ataduras. No ahora. Confía en que voy a hacer que te


sientas muy bien. Haré que te vengas por mí - Deslizó el chándal por sus
piernas, sus grandes manos acariciándola, masajeando las pantorrillas y los
muslos. De rodillas, examinó el vendaje en su clítoris perforado, su tacto suave.
Estimulándolo.
-El apósito es a prueba de agua. Vamos, únete a mí en la bañera - dijo
cuando se puso de pie y se quitó su propia ropa. La bañera era más profunda de
lo que parecía, Margaret se dio cuenta tan pronto como entro. Las burbujas
calientes hicieron cosquillas a sus pechos mientras estallaban contra su cuerpo.
Cade se instaló detrás de ella, con la erección ardiente tanteando y empujando
la raja de su culo. ¿Lo haría? ...
Ella abrió las piernas, invitándolo, ávida de la sensación de estiramiento
del placer y dolor cuando le penetrara el ano con su enorme verga.
No.
No era su cuerpo, era de él, para hacer lo que quisiera.
-No hay prisa ahora. Ven, siéntate en mi regazo.
Su coño se apretó de anticipación mientras se acomodaba sobre sus duros
muslos. Su erección enclavada dentro de sus labios vaginales, calientes y
palpitantes. Sus manos ahuecaron sus pechos, apretando y tirando de ellos
hasta que los pezones se tensaron y empujaron con insistencia en sus palmas.
-Oh, sí, Maestro. Por favor.
-Te gusta esto, ¿no es así? - Moviéndose, tomó cada pezón entre los dedos
pulgar e índice y los hizo rodar, sacándolos hacia donde apenas rompían la
espuma fragante en la superficie del agua.
Su coño se apretó, y una urgencia comenzó a crecer en la boca del
estómago. La presión y los diminutos besos al romper las burbujas de aceite en
las puntas de sus pezones, eran casi demasiado. Ella se retorció, como si así
pudiera tomar su polla dentro de ella por su cuenta, aliviar la urgente necesidad
de ser llenada. Tomada.
-Por favor. Más - Ella no le importó que pudiera castigarla. Tenía que
tenerlo dentro de ella, llenando el vacío palpitante, dándole su semen caliente,
desencadenando su propio clímax.
-Relájate, cariño. Sabes que no me atrevo a follarte ahora, o jugar con mi
anillo de clítoris de la manera que quiero.

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-Folla mi culo. Por favor - Ella cerró sus labios, esperando su castigo - Lo
siento, Maestro. Haz conmigo lo que quieras.
Cade sintió su cuerpo tenso, como si esperara una reprimenda. Él frotó
sus pezones una vez más, a continuación, la puso encima de él.
-Alcanza el estante y consigue un condón.
Ella salpicó a través de la bañera, obviamente, con prisa para hacer su
voluntad, y regresó con un preservativo envuelto.
-¿Puedo?
-Ponlo en mí - amaba la sensación de sus dedos sobre él, alisando el
delgado látex lubricado sobre la carne caliente, deslizándose sobre su escroto y
sopesando sus testículos en sus palmas.
-Ahora ven aquí. Siéntate en mi regazo y voy a joder tu culo bonito.
Él la agarró por las caderas, la levantó, y coloco la polla enfundada en la
entrada de su apretado paso trasero
-Desciende conmigo. Lento y fácil. Siente el estiramiento, acéptame, toma
mi polla y hazme tuyo.
-Oh, sí, Maestro.
Ella era estrecha. Estaba tan apretada que estaba temeroso de moverse
por miedo a hacerle daño, pero ella no le dio opción. Una vez que lo había
tomado, ella empezó a mecerse, atrás y adelante, fijando el agua en movimiento,
su superficie resbaladiza acariciando sus brazos, su pecho, su espalda. Cuando
ella abrió las piernas aún más, llegó entre ellas, acarició los labios de su coño
increíblemente suaves, encontró su coño a través de ellos e inserto primero dos
y luego tres dedos.
Su gemido complaciente le dijo que estaba cerca. Igual que él. La presión
se construyo en sus bolas. Él la follaba con los dedos, con fuerza, mientras ella
follaba su polla. Con la mano libre, él se estiró, alimentó con un dedo a su boca
mientras ella gritaba su éxtasis. No podía aguantar más. En cuanto su coño se
apretó alrededor de sus dedos y ella retorció de placer, llegó en duros y rápidos
chorros de semen que parecieron alimentar su propio clímax.
-Nunca me había corrido así antes, cuando no estaba confinada.
Horas más tarde Maggie sonrió ante a Cade mientras yacían en la cama,
una mirada de asombro en sus bellos ojos.
Sonrió.

TRADUCCIÓN EXCLUSIVA DEL CLUB DE LA ROSA


María SoLo
El ClubDe La Rosa

Ann Jacobs – RX para el placer

-Estás confinada. Con o sin las cuerdas y los puños y juguetes. Pero yo
también, por primera vez en mi vida, estoy dominado por el amor.

Epílogo

Un año más tarde, en Sólo Miembros

Con las máscaras en su lugar, Cade y Maggie entraron en el club que


había sido lugar de reunión habitual para Cade.
-¿Estás bien con esto, cariño? - le preguntó cuando ella se detuvo.
-Sí, Maestro.
Ella había accedido con bastante rapidez cuando había sugerido que
quedaran con su amigo Tom aquí. A pesar de que trabajaban juntos cada día,
Cade nunca le había dicho a Maggie que su colega, el de la sonrisa tímida que
tenía a todas las enfermeras y las mujeres residentes cayendo a sus pies, era el
mismo Tom que la había perforado aquella noche de hacía tanto tiempo.
Tom tenía una nueva sub - una que quería presentar a sus amigos. Cade
entornó los ojos, dejando de utilizar la máscara encubridora. Sí, ese era Tom, de
acuerdo, pero enmascarado era difícil saber quién era pero no si uno sabía su
flojo modo de andar.
-Mira. ¿No es nuestro Tom? - preguntó Maggie, su voz ahogada por su
propia máscara - ¿El anestesista?
-Sí. Lo es. Es también nuestro Tom, el Dom que perforó tu clítoris.
-Nunca hubiera imaginado que podría ser un Dom - murmuró.
Cade se echó a reír.
-Tú nunca adivinaste que yo lo era también.
-Tienes razón. Pero tú eres más que un Dom. Eres mi Maestro. Mi único
maestro.
-¿Tú no quieres eso? - Cade hizo un gesto hacia Tom cuya compañera
acababa de tener su polla en la boca mientras que un Maestro vestido con cuero
negro y cadenas estaba detrás de ella y comenzaba a follar su culo.
-No, Maestro. Pero si tú lo deseas…

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María SoLo
El ClubDe La Rosa

Ann Jacobs – RX para el placer

-Ni siquiera pienses en ello - La sola idea de su esclava, su esposa por casi
seis meses, al servicio de otro Dom hacía a Cade ver rojo. Sobre todo ahora que
ella estaba embarazada de su hijo.
-Vamos. Vamos a casa. Tom puede tener esta escena. Yo no lo necesito
más. Si eres buena, voy a atarte y comer tu coño hasta que grites.
Y ella fue buena. Muy, muy buena.

Fin

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María SoLo

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