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Abolición de la Esclavitud en Colombia

El espinoso tema de libertad de las personas en esclavitud se discutió después de la


independencia, en el Congreso de Cúcuta. Allí, uno de los aspectos más debatidos fue la Ley de
Libertad de Vientres, sancionada el 19 de julio de 1821. Su texto final fue una clara conciliación
entre los abolicionistas y los anti-abolicionistas. La Ley sólo se aprobó cuando se protegió el
derecho a la propiedad privada de los esclavistas, que se expresó en la consigna de “ser
generosos con los esclavos sin dejar de serlo con los amos”.

Este fue el salvavidas al que se aferraron los anti-abolicionistas, liderados por personajes como
el padre de la Historiografía colombiana, José Manuel Restrepo; Domingo Briceño y el
cartagenero Ildefonso Méndez, entre otros. Este grupo aprobó la Ley sólo cuando se les
garantizó la defensa de sus intereses, que fueron protegidos con el polémico artículo 2º de
dicha Ley, en el que se estableció “que los hijos de las esclavas que nacieran a partir de 1821
serían libres en la medida en que les trabajaran a los amos de sus madres durante 18 años”. Con
esto no sólo aplazaban la libertad para 1839, sino que otorgaban la libertad a un reducido
número de personas y no a todos los esclavizados, tal como se les había prometido en el
transcurso del proceso de independencia.

A esta fórmula debió finalmente adherirse Bolívar, lo que contradecía su posición inicial de
libertad absoluta, inmediata y sin restricciones. Contra los intereses económicos de los
esclavistas, nada tenía que hacer la palabra empeñada de Bolívar, ni los preceptos liberales y
modernos que ideológicamente habían guiado la guerra de independencia: libertad, igualdad y
fraternidad.

A partir de ese momento, para los hijos e hijas de los esclavos nacidas en 1821, el año de 1839
tenía un significado especial, cargado de un cúmulo de esperanzas y expectativas, ya que en
esa fecha debían obtener su libertad al cumplir el requisito de los 18 años de trabajo. Pero,
contrariamente a lo esperado, el Estado aprobó la Ley del 29 de Mayo de 1842, con la cual no
solamente se aplazó por 5 años más la libertad de los que debían obtenerla en 1839, sino que se
reabrió el tráfico de personas en esclavitud que había sido prohibido en 1821.

A esta nueva frustración la población en esclavitud respondió con el recurso del cimarronaje. En
efecto, si bien esta fue una práctica recurrente durante el siglo XIX, fue precisamente en 1840, y
especialmente en 1842, cuando el cimarronaje alcanzó su máxima intensidad como respuesta
lógica al incumplimiento de lo establecido en la Ley.

La sistemática presión del imperio inglés sobre los países latinoamericanos para que acabaran
con la esclavitud, el incremento del cimarronaje como consecuencia del fracaso de la
manumisión republicana, el ascenso del liberalismo al poder y la entrada en escena de la
Generación del 48 — llamada así por la influencia recibida por la Revolución Francesa —,
quienes consideraban a la Constitución de Cúcuta como un producto inacabado, fueron
sentando las bases para que la abolición apareciera de nuevo cómo consigna política y como el
aspecto más inconcluso y llamado a corregir de la Constitución de 1821.
En las nuevas condiciones, las Sociedades Democráticas se convirtieron en el espacio desde
donde los sectores populares le reclamaron a la elite la abolición de la esclavitud. Para esto,
entre otros mecanismos, los liberales aprovecharon las fiestas nacionales como el 20 de Julio y
las regionales, como la independencia de Cartagena, para liberar a los pocos esclavizados que
les permitía la crisis económica de las Juntas de Manumisión. En el espectáculo de la ‘libertad’
el número de liberados era lo menos importante; lo que interesaba realmente a los liberales,
además del ritual, era posar frente a los conservadores como verdaderos demócratas y
amantes de libertad. Eran tales los dividendos políticos de la consigna de la abolición, que los
conservadores también la asumieron como suya a través de las Sociedades Conservadoras.

Desde su llegada a la presidencia en 1850, José Hilario López no sólo defendió, como era de
esperarse, la norma de “Ser generoso con los esclavizados sin dejar de serlo con los
propietarios”, además se inclinó por un proceso de abolición a largo plazo. Solo la presión que
se hizo desde el Congreso, la prensa, las Sociedades Democráticas, y la ejercida por los propios
esclavizados, lo llevaron finalmente a la decisión de la abolición absoluta.

El debate parlamentario sobre la abolición se inició en marzo y concluyó en mayo de 1851. Este
fue una réplica al de Cúcuta: la discusión se centró en el tema de cómo ser justo con los
esclavizados sin dejar de serlo con los esclavistas, es decir la protección del derecho a la
propiedad privada. Cuando la abolición era inminente, conservadores y liberales zanjaron sus
diferencias y contradicciones, y en único bloque defendieron la fórmula de abolición con
indemnización. Únicamente cuando el Estado les garantizó el pago de los esclavos que iban a
ser liberados, aprobaron finalmente la Ley de Manumisión, el 21 de julio de 1851, para que
entrara en vigencia el 1º de enero de 1852, fecha en que aproximadamente 16.000 esclavizados
accedieron a la libertad por la vía de la manumisión republicana.

El 1º de enero de 1852, los liberales, a través de actos públicos, celebraron en todo el país el
triunfo de la libertad con ruidosas fiestas en las que se entregaron las certificaciones de libertad
a los esclavizados y vales a los esclavistas que estipulaban el valor a pagarles por los esclavos
liberados.

Una de estas celebraciones, por ejemplo, fue la que se efectuó en Barranquilla, la cual se inició
con un Tedeum: “después de este acto religioso se colocó el retrato del ciudadano presidente,
general José Hilario López, en la sala de sesiones de la Sociedad Democrática. Por la tarde,
presidido por la Junta de Manumisión, tuvo lugar en la plaza de la Iglesia Parroquial el
interesante acto de romper para siempre las cadenas de la esclavitud a 70 seres que gemían
bajo su peso, cuyo acto dispuso dicha junta con el entusiasmo y solemnidad digno del objeto
para dar cumplimiento a lo dispuesto por la Ley del 21 de julio de 1851. La corporación
municipal, las autoridades políticas, judiciales y eclesiásticas, la Sociedad Democrática y una
infinidad de espectadores concurrieron a su mayor lucimiento”.

En otros actos del Caribe Neogranadino, “en medio de numeroso público, música, bailes y
aclamaciones se colocó en la cabeza de los recién liberados las palabras de libertad, igualdad y
fraternidad”. A su vez, Juan José Nieto, gobernador de la provincia de Cartagena inició el 1º de
enero de 1852 su extenso discurso en el acto de abolición con las siguientes palabras:

“Mis hermanos. Desde hoy se acabaron los esclavos en la Nueva Granada; y es por eso que los
saludo en este día, el más solemne, el más bello que ha tenido la República, porque es el día
complementario de nuestra regeneración política; el día en que ha desaparecido para siempre
de entre nosotros el odioso título de señor y de esclavo, y en que ninguno de nuestros
hermanos lleva colgada de su cuello la poderosa, la negra cadena de la servidumbre”.

Nieto terminó su discurso arengando a la multitud con estas consignas: “Viva la Nueva
Granada. Viva la libertad. Viva la República. Viva la democracia. Viva la administración López”.

Autor: DOLCEY ROMERO JARAMILLO 


Profesor de la Universidad del Atlántico y la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla.

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