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El papel de la Política Monetaria tras la crisis del Covid-19

Camacol Antioquia
Agosto 2020

Muchas son las inquietudes que surgen a partir de la crisis económica actual, y si es o no hora
de discutir cuál es el alcance de herramientas como la tasa de interés, las discrepancias entre los
Bancos Centrales y el Sistema Financiero, y la obsesión por el control de la inflación en tiempos
que exigen alejarse del modelo clásico para enfrentar una crisis que no tiene nada de tradicional.
Las crisis tradicionalmente han sido momentos que traen vientos de cambio e incluso llegan a
replantear paradigmas teóricos dentro de las ciencias económicas. Por ejemplo, la gran depresión
de hace noventa años en Estados Unidos sentó las bases de la macroeconomía moderna y, sobre
todo, envió un mensaje de cómo la economía en su conjunto no podía ser analizada con los
mismos instrumentos del mundo microeconómico de los productores y los consumidores.

La crisis del modelo keynesiano abrió las puertas al apogeo del paradigma monetarista, en el que
el manejo de los agregados monetarios se volvió la prioridad de muchos macroeconomistas en
los Bancos Centrales. Las metas monetarias que daban prioridad al control de la cantidad de
dinero entraron en abandono ante las altas tasas de interés que se originaron con su
implementación a principios de los años 80. Hoy, el principal instrumento de política de los Bancos
Centrales es la tasa de interés junto con las operaciones de mercado abierto y el engranaje en
marco de la inflación como objetivo.

La crisis de 2020, que sin duda pasará a la historia como una de las más grandes de nuestros
tiempos, traerá retos futuros que plantearán reformas y nuevos paradigmas a la política
macroeconómica y consecuentemente a la política monetaria, cuyo principal objetivo es controlar
la inflación y a la vez alcanzar el nivel máximo sostenible de PIB y empleo. Se trata de lograr a
través de mecanismos de política, entre ellos la tasa de interés, lo que explícitamente reconoce
que la moneda es endógena. Esto, en palabras más claras, significa que la cantidad de dinero en
la economía depende de la demanda de dinero de los diferentes agentes y no únicamente de la
decisión del Banco Central de “imprimir” dinero.

Ahora bien, volviendo de nuevo a la política monetaria, para el caso de Colombia la prioridad del
Banco de la República ha sido tener la inflación dentro del rango meta sin importar los efectos
que las altas tasas de interés puedan tener dentro del PIB. Esto se vio en 2016, cuando se
tuvieron elevadas tasas de interés en medio de una desaceleración con perspectivas
inflacionarias ante la depreciación del peso colombiano y otros factores que afectaron los ciclos
económicos en ese entonces. En esta perspectiva se prioriza, de manera insistente y aguda, el
control de la inflación; y aquí vale la pena recordar la frase del gran economista británico David
Ricardo, quien afirmó que la inflación es el peor enemigo de los hombres que hacen dinero con
dinero. Bajo esta visión, el control obsesivo de la inflación es un camino de acción que termina
favoreciendo a muchos actores financieros, en varios escenarios.
A comienzos de la emergencia sanitaria el argumento de muchos economistas locales ante las
posibles medidas radicales de los Bancos Centrales era el temor a una inflación futura, cosa que
no ha sucedido, sin embargo, este miedo se basaba más bien en creencias, acentuadas en un
solo paradigma económico.

En julio de 2020, la inflación anual fue de 1,97 % y la mensual de 0 % en Colombia, sin importar
los programas expansivos del Banco de la República y la caída de la tasa de interés del 4,25%
al 2,25 % entre marzo y la última reunión del Banco, en la primera semana de agosto. En el caso
colombiano el instrumento de la tasa de interés aún tiene margen de maniobra, pero no hay que
olvidar que el modelo que se usa es muy similar al de muchas naciones en donde la tasa ha
llegado a cero e incluso al terreno negativo.

Las opiniones sobre el efecto de las tasas de interés negativas son diversas, ya que, para algunos
economistas, cuando los Bancos Comerciales tienen que pagar por depositar sus fondos en el
Banco Central en vez de obtener intereses, esto debería motivarlos a prestar ese dinero y activar
la economía, no obstante, otros argumentan que no hay certeza sobre este mecanismo, pues los
Bancos Comerciales, en la perspectiva tradicional, perderían su mayor fuente de financiamiento
cuando se impone una tasa negativa y tendrían menos para prestar.

El corazón financiero del planeta no va a jugar una carta arriesgada con las tasas de interés
negativas frente la columna vertebral de su sistema económico. Por supuesto, este tema requiere
mucho más análisis, pues ya hay países como Suecia, Dinamarca o Japón con esquema de tasas
de interés negativas con resultados diversos. Y si bien este camino abre una nueva caja de
pandora para la macroeconomía, en el fondo la lógica de la política monetaria a la luz de una tasa
de equilibrio se mantiene. Pero claramente la economía nunca está en equilibrio y más bien debe
abordarse desde la complejidad, con modelos de tiempo continuo y no lineales, que en tiempos
de alto procesamiento computacional pueden dar mejores aproximaciones.

Es tiempo entonces de repensar la política monetaria desde una perspectiva de las finanzas
funcionales en las que instituciones como el Ministerio de Hacienda y el Banco de la República
trabajen de la mano para alcanzar objetivos claves en la pospandemia como empleo pleno, salud
y educación universal. Este cambio de pensamiento claramente no vendrá desde Colombia y las
transformaciones locales, más bien serán un reflejo de lo que pase en los consensos globales en
los que la pandemia ha generado una reflexión sobre la independencia de los Bancos Centrales
y los alcances de las tasas de interés sin necesidad de llamar heterodoxo a nadie.

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