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Cuando perdemos la pasión / 

David Muñoz
Después de un tiempo de estar en el ministerio, de estar ocupado sirviendo a Dios, me di cuenta que
me sucedió algo inesperado. Me volví, cómodo, impreciso y religioso con la tarea que estaba haciendo
en nuestro grupo de jóvenes. 

Recuerdo muy bien instantes en los que llegaban jóvenes por primera vez a nuestras reuniones y no
me daba mucho interés en ellos de solo pensar la labor que requeriría para discipularlos, ayudarlos y
escucharlos. Sabía que eran jóvenes con problemas de drogas, homosexualismo, lesbianismo,
delincuencia y quien sabe que más. Esto era extraño, esta labor era la que me apasionada y ahora
¿Porque me estaba sintiendo así?

Dejaba que vinieran, pero no me preocupaba por que ellos siguieran viniendo, prefería invertir mi
tiempo con los que ya estaban “arreglados” con el evangelio. Primero no sabía ni qué hacer con ellos y
segundo “sentía” que Dios me había llamado para otro tipo de jóvenes… (los que requerían menos
trabajo). Tal vez sea el peor líder de jóvenes pero simplemente estoy siendo honesto. Es fácil
experimentar la pasión por algo, pero es difícil mantenerla. Dios sabe esto y es por eso que en
momentos como estos el permite que tengamos un éxtasis que nos refresque la visión por la
importante tarea que estamos llevando acabo. 

“Pedro subió a la azote a orar. Era casi el mediodía. Tuvo hambre y quiso comer algo. Mientras se lo
preparaban, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y algo parecido a una gran sábana que,
suspendida por las cuatro puntas, descendía hacia la tierra. En ella había toda clase de cuadrúpedos,
como también reptiles y aves. —Levántate, Pedro; mata y come —le dijo una voz.—¡De ninguna
manera, Señor! —replicó Pedro—. Jamás he comido nada impuro o inmundo. Por segunda vez le
insistió la voz: —Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto sucedió tres veces, y en
seguida la sábana fue recogida al cielo. Pedro no atinaba a explicarse cuál podría ser el significado de la
visión” (Hechos 10:9-17 NVI) 

Pedro necesitaba un éxtasis. El subió a orar, le dio hambre como a muchos de nosotros cuando oramos
ja! Cuando BOOM Dios le hablo más claro que nunca. Jesús le estaba dando a Pedro una lección más
allá de los alimentos. Jesús le quería mostrar que si él lo iba a usar Pedro tenía que dejar sus antiguas
tradiciones religiosas y dejar que la gracia fuera el combustible de su ministerio. Pedro tenía que dejar
de ver a la gente solo por las apariencias o lo que representaban y comenzar a ver a la gente por
medio de la gracia de Dios. Esto mismo me sucedía a mí, no estaba viendo a estos jóvenes de la
manera en que Jesús los estaba viendo. Mis tradiciones me habían enceguecido. 

Lo que me pasaba era que ya estaba tan acostumbrado a cierto tipo de jóvenes, a cierto tipo de
“liturgia” que cualquier otra cosa la veía como un atentado a mi ministerio y liderazgo. Ya no había
pasión lo que había era tradición. Las tradiciones detienen la expansión, detienen la aventura, y a
todos nos llega el momento de romperlas o ser esclavos de ellas. Las tradiciones siempre nos limitan,
la gracia siempre nos expande. 

Más adelante en esta misma historia Pedro le dice lo siguiente en la casa de Cornelio un hombre el
cual el visita inmediatamente después del éxtasis “—Ustedes saben muy bien que nuestra ley prohíbe
que un judío se junte con un extranjero o lo visite. Pero Dios me ha hecho ver que a nadie debo llamar
impuro o inmundo.” 

Qué triste que la religión de Pedro le impidiera hacer lo que Dios más deseaba, que amara a la gente y
proclamara el mensaje de libertad. Cuando reflexiono en este éxtasis me doy cuenta que muchas
veces yo he necesitado este éxtasis. Hoy en este corto escrito Jesús nos recuerda que para el todo ser
humano es importante. Todo joven que entra por las puertas de tu Iglesia es amado por Dios y
necesita ser amado por vos. Si vamos a ser los líderes de la nueva generación, si vamos realmente a
transformar el mundo con el mensaje de la Cruz entonces necesitamos dejar aún lado todo lo nos
detenga de amar a la gente en especial nuestro arrogante corazón. 

Para reflexionar: 
¿Qué tradiciones están limitando tu ministerio?
¿Cómo puedes recuperar la pasión por el ministerio?

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