Está en la página 1de 21

CLASE Y PRACTICAS POLITICAS EN EL

CARIBE COLOMBIANO, 1820-1840


Jorge Conde Calderón
Universidad del Atlántico

Introducción
El problema étnico recorrió el proceso de construcción del
Estado republicano colombiano durante la primera mitad del
siglo XIX. Su manifestación más evidente se realizó en las
ciudades del Caribe colombiano, en donde la población que
transitó de la Colonia a la República tuvo una composición
étnica muy mezclada. A finales del siglo XVIII, los pobladores
descendientes de africanos, es decir, los mulatos y los zambos,
junto con los mestizos, constituían la mayoría de los habitantes
con un porcentaje del 27, 39% del total regional seguido de los
indígenas con un 18,24. Pero en solo la provincia de Cartagena,
los “libres de todos los colores”, denominación dada a esos
pobladores en los censos coloniales, era del 20,50. En la ciudad
capital de esta provincia el porcentaje era todavía más
significativo por tratarse del principal centro urbano portuario, el
60,80 de un total de 16.666 almas.1
Un paralelo demográfico y socioeconómico puede
realizarse entre los pueblos del Caribe, principalmente los de la
provincia de Cartagena, con los del Cauca, en el suroccidente
del territorio neogranadino, donde se conformó de manera plena
una sociedad esclavista. Hacia finales del siglo XVIII en el
1
Jorge Conde Calderón, Espacio, sociedad y conflictos en al Provincia de
Cartagena, 1740-1815, Fondo de Publicaciones de la Universidad del Atlántico,
1999, Cuadro 7, p. 95; Anthony McFarlane, Colombia antes de la Independencia,
Banco de la República-El Ancora Editores, Bogota, 1997, Tablas 3 y 4, pp. 523-524.
2 Jorge Conde Calderón

Caribe colombiano este tipo de sociedad realizaba su tránsito


hacia una sociedad campesina, proceso que se detuvo por el
advenimiento de la guerra de emancipación, pero contribuyó a
configurar, en el siglo XIX, una peculiar sociedad ruralizada con
marcados rezagos y “males” propios de relaciones esclavistas.
La generalización del concubinato, la presencia de los
arrochelados y de los agregados (clientes de un personaje que
vivían bajo un mismo techo), son algunos indicadores de que los
individuos estaban poco sujetos a la ley y al frío mecanismo del
mercado, encontrando formas de burlar la primera y hacer más
flexible el segundo. Esa maleabilidad, no obstante, no afectaba a
una característica básica de esa sociedad del Antiguo Régimen:
la unanimidad de valores y las actitudes, de arriba abajo del
cuerpo social, configurando aquello que Peter Laslett denominó
“la sociedad de una clase”.2 Rasgo todavía más acentuado por la
presencia de una cifra elevada de descendientes de esclavos,
identificados por el color de la piel, el miedo a una revuelta,
como la de Haití, lo que hizo que personajes de la élite blanca
desconfiasen de las novedades y continuasen presos de las
liturgias tradicionales.3
Pero, al mismo tiempo, la sociedad caribeña en su
conjunto, y la cartagenera en particular, buscaron borrar ese
pasado asentado en la diferenciación étnica impuesta por el
jerárquico sistema de castas. De ahí que apareciese un discurso
de la «Libertad y la Igualdad» que se pensaban, se hablaban,
desde la conciencia, pues, habían cambiado los modos de
pensarla y de concebir sus relaciones con la historia. En
principio nada parecía más fácil que hablar de libertad e
igualdad. Pero pronunciar sonidos nunca fue igual a razonar
acerca del significado de las palabras. Era preciso emitir juicios
sobre la calidad de la libertad y la igualdad.4
La implementación escasa o nula en las provincias
caribeñas de proyectos de modernización y urbanización que
compitieran o enfrentaran la visión del mundo de los mulatos,

2
Véase, Peter Laslett, El mundo que hemos perdido, explorado de nuevo, Alianza
Editorial, Madrid, 1987.
3
Procesos similares encontró en el caso brasileño, Guilherme Pereira das Neves, “Del
Imperio Luso-Brasileño al Imperio del Brasil(1789-1822)”, en, Antonio Annino, Luis
Castro Leiva y Francois-Xavier Guerra, De los Imperios a las Naciones:
Iberoamérica, Ibercaja, Zaragoza, 1994, p. 181.
4
Luis Castro Leiva, “Memorial de la modernidad. Lenguajes de la razón e invención
del individuo”, en, Ibid, p. 133.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 3

mestizos, zambos, negros e indígenas, terminó favoreciendo a


éstos últimos, o más bien al despliegue y enraizamiento de su
forma de vida arrochelada. Socialmente, lo que distinguía a los
cuerpos sociales del Caribe colombiano de una sociedad típica
del Antiguo Régimen era los “males disimulados de la
esclavitud” heredados de la vieja estructura colonial.
En esas condiciones, la élite blanca mostró ser todavía más
escasa y apagada que la de otras áreas del territorio, verbigracia,
el Cauca. Es más durante la Colonia, los desarrollos académicos
y científicos fueron escasos. Concentrada en las ciudades de
Cartagena y escasamente en Santa Marta, quienes realizaban
ejercicios intelectuales eran algunos bachilleres en derecho o
canónigos, o unos pocos eclesiásticos que habían logrado
sobresalir de la masa de clérigos ignorantes, o, a lo sumo, un
número reducido de profesores ilustrados y alguno que otro
curioso. También sufría de los retrasos, que distinguían al
sistema para adquirir libros o intercambiar ideas. A finales del
siglo XVIII y en los primeros decenios del XIX se constató, no
obstante, el incremento significativo de las instancias de nuevas
ideas con la presencia de la pasquines, prensa, uno que otro
intelectual francés, que visitaba el territorio en calidad de
diplomático, la reapertura del consulado de comercio, la
fundación de un centro universitario, en 1828, a más de la
llegada continua de algunos textos al puerto de Cartagena; de la
misma forma, se constituyeron algunas bibliotecas particulares
aunque modestas. Todo esto sugiere que un cierto movimiento
intelectual no se encontraba del todo ausente. En un caso, por lo
menos el de los “motines populares de 1828”, es posible
comprobar que las ideas de libertad, igualdad, justicia y otros
del mismo registro circularon así entre el pueblo, aunque
sufriendo una serie de distorsiones que las redujeron a la
expresión de un resentimiento contenido contra las opresiones
cotidianas.
En contrapartida, para el conjunto de la población la
religión permanecía como la principal referencia en relación al
mundo. Religiosidad, no obstante, superficial, constituida de
prácticas devotas y rituales sociales, que propiciaba el
mantenimiento de una mentalidad mágica y facilitaba la
asimilación de creencias africanas e indígenas, además de
4 Jorge Conde Calderón

expresarse con ocasión de la muerte en la típica pompa barroca


de los funerales.5
Ahora bien, esos términos políticos como ciudadanía,
libertad, república, igualdad, honor, derechos del hombre
aunque trascendieron más allá de la «línea del alfabetismo» a los
estratos bajos de la población por efecto de las lecturas públicas
de la prensa periódica, fueron los sectores sociales intermedios
de mulatos, mestizos y zambos, los que rápidamente se los
apropiaron y utilizaron para enfrentar o, en algunos casos,
negociar con la élite blanca. De esta manera, los sectores
intermedios -que habían alcanzado ciertos estatus social por
desempeñarse algunos como militares, letrados, abogados y
periodistas- convirtieron esos términos en las principales fuentes
de sus reivindicaciones políticas y los utilizaron para la
movilización de los estratos bajos de su misma clase. Este
último término tenía para ellos una acepción étnica que operaba
como elemento de identidad social y política. Sin embargo, ese
sentimiento estamental de clase funcionaba cuando se trataba de
la reivindicación del prestigio de su poder, el que significa, en
concepto de Weber, “honor del poder”, es decir, “el honor de
disponer del mismo sobre otras estructuras políticas, la
expansión del poder, bien que no siempre en la forma de la
asimilación o sumisión”.6

Política de clase o “guerra de razas”?


En el año 1825 Ignacio Muñoz, abogado de la república,
encargado de la defensa de los pobres y menores de la ciudad de
Cartagena, describió al encargado del supremo poder ejecutivo,
General Francisco de Paula Santander, las circunstancias de su
enfrentamiento con el General José Prudencio Padilla y
terminaba su misiva señalando que este era “un cobarde
semejante, indigno de llevar charreteras en ninguna nación”.7
Este conflicto fue uno más de los muchos que sucedieron,
en el incipiente proyecto de nación colombiana, como producto
de los enfrentamientos personales entre los diferentes actores

5
Guilherme Pereira das Neves, “Del Imperio Luso-Brasileño al Imperio del
Brasil(1789-1822)”, en, Ibid, p. 182.
6
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, Santafé de
Bogotá, 1997, p. 669.
7
“Ignacio Muñoz al encargado del supremo poder ejecutivo, Cartagena a 30 de mayo
de 1825”, en, Roberto Cortázar, Correspondencia dirigida al General Santander, 12
tomos, Bogotá, 1966, vol. VIII, No. 2922, p. 469.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 5

políticos y sociales agrupados en facciones enemigas. Estas eran


a su vez dirigidas por diversos caudillos locales o definidas por
adscripciones clientelares a la oligarquía en un espacio
provincial alejado del poder central, sin apenas organización
militar, pero apoyados por la fuerza de las masas, la mayoría de
las veces manipuladas o utilizadas.8
Ese conflicto entre Ignacio Muñoz y José Prudencio
Padilla fue significativo por tratarse de dos actores de primer
orden en la vida política provincial caribeña y por llevar sobre si
la impronta de ser mulatos o de estar próximos a ellos como era
el caso del primero, aunque lo racial, en el nuevo orden
republicano, aparentemente perdió importancia alguna. Ambos
afirmaban sus valores y dignidades como hombres de la patria
desde sus participaciones en los acontecimientos de la primera
república independiente. En el conflicto se combinaron varias
situaciones. Ambos, comprometidos sentimentalmente con las
hijas del artesano Pedro Romero, un pardo natural de Cuba, que
en 1810 era Comandante del Cuerpo de Patriotas “Lanceros de
Getsemaní” y dirigió la movilización política, entre 1810 y
1815, de los sectores populares cartageneros. Sus hijas Ana
María de la Concepción y María Josefa Teodora, también
naturales de la isla antillana, eran dos mulatas. La primera se
casó con el patriota cartagenero Teniente Coronel Ignacio José
de Iriarte y de la Torre, de quién se separó para hacer vida
marital con el Almirante Padilla; la segunda estaba casada con
Ignacio Muñoz (conocido como el “Tuerto” Muñoz), natural de
Corozal, en la Provincia de Cartagena.9
El conflicto de Muñoz con Padilla tuvo como causa a la
delicada acusación que el primero le hacia al segundo aduciendo
que la mujer lo abandonó por su culpa. Padilla le escribió a
Santander una extensa carta relatándole todos los detalles de las
injurias, ofensas y agresiones personales que tuvieron lugar con
Muñoz, las que eran causadas, en su opinión, por que éste estaba

8
Juan Marchena Fernández, “Militarismo y constitucionalismo en el ocaso del orden
colonial en la Sierra Andina”, en, Ch. Wickham, H. Kamen, E. Hernández Sandoica y
otros. Las crisis en la Historia, Ediciones Universidad de Salamanca, 1995, pp. 101-
118.
9
Pastor Restrepo Lince, Genealogías de Cartagena de Indias, Instituto Colombiano
de Cultura Hispánica, 1993, pp. 477-478. Los otros hijos de Pedro Romero eran:
María Francisca, María de la Caridad, también naturales de Cuba, Pedro, Mauricio
José, Manuel Antonio, Tomás, Sebastián y Joaquín, todos nacidos en Cartagena.
6 Jorge Conde Calderón

“creído de que mi sufrimiento venía de otro principio (de su


mujer)”.10
Al parecer, con ese delicado asunto se intento cubrir la
falta de una explicación adecuada de parte de Padilla sobre el
destino tomado por los 10.103 pesos, cantidad a la que ascendió
el embargo del buque corsario “Atrevido Duende”, “todo contra
las acreencias del difunto almirante Luís Brion”, y de lo cual el
ministro de hacienda solicitó urgentes respuestas a Muñoz. Sin
embargo, Padilla no atendió “este objeto” y con su digno
compadre Juan Josef Pita burlaron los requerimientos de Muñoz
y sólo le provocaron “desgracias por sus piraterías que han
estado en mis intereses ocultar y defender aun en la imprenta,
para no perder lo único que esperaba cobrar de los bienes del
almirante o de la República”.11
Independientemente de esos hechos, era cierto que Padilla,
según los rumores que circulaban, contaba con alguna
ascendencia entre los sectores populares. Su oficio de marino le
permitía moverse por el espacio caribeño, en su parte litoral,
desde Maracaibo hasta más allá de Cartagena y hacia el interior
su influencia llegaba hasta Mompós. Esa movilidad le facilitó el
contacto permanente con esos sectores y despertó los celos de
sus rivales políticos. Manifestaciones de ese tipo fueron
evidentes en Mariano Montilla, Comandante General del
Departamento del Magdalena, que le informaba al
Vicepresidente Santander, en una carta con la nota marginal,
“Reservadísimo y para usted solo, porque estoy escamado”,
sobre el inconsulto e inesperado arribo del hábil marinero a
Cartagena, “donde vuelven los bochinches de colores, Padilla
que se empeñó en ir allí a ver la moza por ocho días, decretó en
la Popa muerte a los nobles, etc., por no sé qué desaire que
quisieron hacer a su moza que es una pardita hermana de
[Mauricio] Romero y que vive con él públicamente. El doctor
Real [ejercía el cargo de Intendente del Departamento del
Magdalena] está casado con una mulatica de la pandilla, y usted
debe abrir bien los ojos sobre aquella ciudad. Como no ha
llegado [José Pantaleón] Pérez, aún no sé el motivo de su
10
“General José Prudencio Padilla al Excmo. Vicepresidente de la República F. De P.
Santander, Cartagena 10 de mayo de 1825”, citado en, Jesús Torres Almeyda, El
Almirante José Padilla (Epopeya y martirio), Ediciones El Tiempo, Bogotá, 1983, p.
127.
11
“Ignacio Muñoz al encargado del supremo poder ejecutivo, Cartagena a 30 de mayo
de 1825”, en, Roberto Cortázar, Op. Cit., vol. VIII, No. 2922, p. 468.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 7

embajada, que no será otro que las amenazas de la gente de


color. Ucrós, casado con una pardita; Montes, su
cuñado;[Manuel Marcelino] Núñez, alcalde muy impregnado de
los Cayos, donde ha vivido largos años, y la mitad del cabildo
de la misma clase, debe hacer observar de cerca el país”.12
En cartas similares, el General venezolano insistió a
Santander sobre el peligro “de los bochinches de Cartagena que
se reducen a especies y dichos de los de color animados por el
pasaje de Padilla que fue tan público como escandaloso en la
Popa, ofreciendo hacer la guerra a los blancos y a los nobles”.
Sin embargo, dejó traslucir algún alivio por la salida de Padilla
para Riohacha, aunque reaccionó de inmediato por el arribo a la
ciudad de Cartagena de otro nuevo emigrante, de los que habían
salido de la Nueva Granada durante la guerra de emancipación,
procedente de Jamaica, los Cayos o Haití.13
Exactamente un año antes Montilla sugirió a Santander
“tomar algunas medidas prohibitivas y prudenciales”, para evitar
el arribo de emigrados, pues no era “conveniente la admisión de
la gente de los Cayos, etc., en esta costa”. Además, le informó
como él estaba aplicando medidas de ese estilo, las que tenía
“comunicadas reservadamente a los gobernadores”, observando
mucho a los recién llegados “por mi policía secreta” y exigiendo
“fianza de buena conducta a los que no me agradan”. Finalizaba
su comunicación al encargado del poder ejecutivo informando
sobre un denuncio realizado contra uno de los emigrados y
sentenciando que de salir cierta su acusación lo ahorcaba “muy
pronto”, porque era “gente muy inmoral y corrompida”.14
Con sus medidas represivas, Montilla no logró disipar los
temores de las oligarquías nacionales y locales. En su natal
Venezuela los rumores de conspiraciones de pardos aumentaron
e incluso, según un contemporáneo, muy a menudo se
descubrieron algunas sublevaciones para comenzar una guerra
de exterminio contra los blancos15. El mismo Montilla y algunos

12
“Mariano Montilla al general F. de P. Santander, Santa Marta, 20 de febrero de
1823”, en, Cortazar, R. Op. Cit., vol. VIII, No. 2743, p. 179. Cursivas nuestras.
13
“Mariano Montilla al general F. De P. Santander, Santa Marta, 28 de febrero de
1823”, en, Ibid., No. 2744, pp. 180-181.
14
Mariano Montilla al general F. de P. Santander, Cartagena, 28 de febrero 1822”, en,
Ibíd, No. 2711, pp. 113-114.
15
Alusiones permanentes a una “guerra de razas” durante varios años seguidos, en,
José Manuel Restrepo, Diario político y militar, 4 tomos, Imprenta nacional, Bogotá,
1954, tomo 1, pp. 222, 234, 235, 263, 308, 323 y 375.
8 Jorge Conde Calderón

de los libertadores, miembros de la oligarquía mantuana


caraqueña, sufrieron en carne propia la experiencia de la
igualdad de clases, a la cual se opusieron durante la primera
república venezolana y por esa razón terminaron expulsados por
la “pardocracia”.
Durante ese período los pardos llaneros fueron
movilizados por el caudillo realista de origen asturiano José
Tomás Boves, quien a través de una política en la que ondeaba
la bandera de los saqueos, pillajes y violencia contra las
propiedades de la “casta blanca dominante” contribuyó a la
reconquista del poder a nombre del rey.16
El mismo Bolívar expresaba sus temores con relación a
una revolución de pardos descalificando a sus promotores con
palabras punzantes y dibujando un cuadro que tal vez exageraba
la real situación de las relaciones entre las facciones. Con la nota
marginal “Reservadisimo”, que despertaba una mayor
curiosidad en cualquier lector desprevenido, escribió: “Le
temen a los ingleses para ligarse con ellos, y no le temen a la
revolución de colores, porque el pueblo es muy sentido […] mi
hermana me dice que en Caracas hay tres partidos, monárquicos,
demócratas y pardócratas […] demagogos(amigos de Páez)
sugieren ideas napoleónicas […] estos caballeros han sido
federalistas primero, después constitucionales y ahora
napoleónicos, luego no les queda más grado que recibir que el
de anarquistas, pardócratas o degolladores”.17
Coincidiendo con la crisis venezolana, el contemporáneo
antes citado, señaló como en la Provincia de Cartagena los
conflictos con los pardos se repitieron, pero promovidos por el
senador Remigio Márquez, a quien se le pidió subir a la capital
para que rindiera cuentas a las autoridades de la Nación. El
congresista cartagenero antes de acudir a la cita le escribió a
Santander negando su relación con el “bajo pueblo” y, más

16
Mayores detalles sobre estos acontecimientos de la primera república venezolana,
en, Germán Carrera Damas, Boves. Aspectos socioeconómicos de la guerra de
Independencia, Ediciones de la Universidad Central de Venezuela, 1972.
17
“Bolívar A. S. E. el General F. De P. Santander, Magdalena, 21 de febrero de
1826”, en, Vicente Lecuna, Cartas del Libertador, Litografía y Tipografía del
Comercio, Caracas, 1929, tomo V, pp. 222-223.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 9

grave aún, “suponerme ideas de pardería, ni que yo pueda sentar


principios tan detestables, es una herejía”.18
Pero mientras un mulato como Márquez desmintió su
relación alguna con los negros, otro como Padilla reconoció
públicamente su condición de clase y respondió de igual manera
a “los enemigos de mi clase, que han tratado de
desconceptuarme delante del gobierno, delante de mis
conciudadanos, delante del mundo entero; ya se ve, yo no
pertenezco a las antiguas familias, ni traigo mi origen de los
Corteses, de los Pizarros, ni de los feroces españoles que por sus
atrocidades contra los desgraciados indios, por su rapiña, su
usura y su monopolio amontonaron riquezas con que compraron
nuevos abuelos o dieron a estos un lustre desconocido de sus
progenitores”.19
La representación de Padilla fue su respuesta a un articulo
aparecido en el impreso oficial del departamento firmado por un
padre de familia, en el cual se condenaba como inmoral e
indecente que Padilla se presentó “à uno de los bailes de esa
sociedad”, acompañado de una señora, la que Padilla reconoció
“no es mi esposa porque la Iglesia no ha querido que lo sea, pero
con una señora que posee todas las virtudes de fidelidad
conyugal, de honor y de decencia, y lo ha reprobado porque se
ofendió su decencia y su moral pública: ¡hipócrita! Mejor dijera
porque se ofendió su orgullo, y su soberbia aristócrata al ver en
el baile a una señora cuya familia[se refería a que era hija de
Pedro Romero] ha cooperado a levantar el edificio en que la
nobleza quiere se le erijan altares, porque de cuando acá ese
interés por la moral publica”.20
Le recordaba Padilla a quienes se escudaban detrás de la
firma “padre de familia”, que en Cartagena cualquiera sabía la
clase a que ella, Ana María de la Concepción Romero,
pertenecía, y que mientras él podía mostrar a los ciudadanos
colombianos los sacrificios realizados “por mi patria”, estos
individuos aparentando dar “ejemplos de buenas costumbres”

18
“Remigio Márquez al señor vicepresidente Francisco de Paula Santander, Boca de
Sogamoso, agosto 20 de 1823”, en, Roberto Cortázar, Op. Cit., vol. VII, No. 2374, pp.
225-226.
19
“Al respetable público por el General José Padilla, 15 de noviembre de 1824”, en la
Imprenta de Juan Antonio Calvo, Cartagena, 1824-14, Archivo Restrepo (AR), vol.
170, fo. 125.
20
Ibídem. El artículo apareció publicado, en, Gaceta de Cartagena de Colombia, 13
de noviembre de 1824.
10 Jorge Conde Calderón

sólo quisieron “degradar à esta clase”. Terminaba su


representación señalándole al anónimo “editor de tal artículo à
quien conozco, y a quien desprecio por insignificante, que si
algún poderoso ha pagado su miserable pluma para que me
vulnere, yo no temo a su cliente porque la espada que empuñe
contra el rey de España, esa espada con que he dado a la patria
días de gloria, esa misma me sostendrá contra cualquiera que
intente abatir mi clase, y degradar mi persona ¡Cobardes! Días
de peligro tuvo la patria! en donde estabais? Adulando a Torres
y solicitando y obteniendo cruces de Isabel y prerrogativas del
rey de España y acompañando a los enemigos. ¿Vergüenza del
género humano!”.21
Todos esos hechos reafirmaban la capacidad que para
expresarse y representarse como un poder, tenían los sectores
intermedios de mulatos y mestizos cartageneros. Todos ellos
seguían manifestándose en la república entera e integrándose a
la nación colombiana, recordando su participación en la
construcción de la patria; pero, también, reclamando su igualdad
como ciudadanos en cuanto al derecho de tener un empleo, a ser
elegidos o a ejercer una profesión.
Además de esto, algunos tenían el poder de solicitar el
nombramiento de sus amigos para altos cargos en los gobiernos
locales y nacionales o de cuestionar los realizados por el
encargado del poder ejecutivo y lo manifestaban de manera
categórica e imperativa: “Como V. E. sin conocimiento de causa
haya nombrado para Prefecto de este Departamento[del
Magdalena] al señor doctor Esteban Díaz Granados, me tomo la
libertad de manifestar a V. E. que después de los grandes
servicios del señor doctor Manuel Romay, a quién los pueblos
nombraron de gobernador, y cuyo influjo ha contribuido mucho
en la pronta rendición de la plaza, sería conveniente, a mi ver, a
pesar que no es gustoso, que se le nombrase de primera
autoridad del departamento o de la provincia. Granados, por otra
parte no es de lo mejor para ese puesto, no por falta de
inteligencia, sino por su excesiva bondad y
comprometimientos”.22

21
Ibid, fo. 125v.
22
“Mauricio José Romero a Domingo Caicedo, Cartagena, 31 de mayo de 1831”, en,
Archivo Epistolar del General Domingo Caicedo, 3 tomos, Editorial ABC, Bogotá,
1946, tomo II, p. 290.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 11

Pero también fue posible que ese espacio de tácita


negociación sufriera fisuras, y la acumulación de resentimientos
sociales e inconformismos políticos contra las élites blancas y el
centralismo administrativo de Bogotá, proporcionaran los
elementos contundentes para mostrar la fragilidad de la
construcción del orden republicano.

Los “hombres de colores” en estado de guerra


La más grave acusación, en la “reconocida ineptitud” que
le atribuyeron, quienes firmaron como “los litigantes” un papel
impreso que circuló en 1825 en Cartagena, al juez de letras,
Ignacio Cávero y Cárdenas, fue su incapacidad para “evitar una
conmoción popular la más peligrosa”.23
El objeto de semejante acusación hacia referencia a los
“tumultos populares” ocurridos a principios del año 1822
dirigidos, al parecer, por Juan Josef Pita, un mulato que nació en
el pueblo de pescadores de Bocachica, lugar cercano a
Cartagena. Este personaje participó en algunos acontecimientos
relacionados con los sectores populares de pardos y mulatos
venezolanos por lo cual fue capturado logrando huir,
escondiéndose en alguna isla caribeña.
A tierras caribeñas colombianas arribó de Los
Cayos(Haití), adonde llegó, este “gran pirata”, luego de ser
“sumariado por el almirante Brion” en la isla Margarita. Una vez
en su lugar natal ejerció bastante influencia en los pueblos de
Barú y Santa Ana, también de pescadores y próximos a la
ciudad de Cartagena. Los movimientos del tal Pita agitaron “los
espíritus inquietos y turbulentos” de forma que “algunos zambos
de Getsemaní” llegaron a considerar como algo natural que “la
tropa no tenía otro crimen que pedir por jefe al coronel
Padilla”.24

23
“A tal causa tales defensores. Contestación a los abogados que pretender
contradecir la ineptitud del Sr. Ignacio Cavero”, Cartagena de Colombia, Imprenta de
Juan Antonio Calvo, 1825-15, BNC, Fondo Pineda 469(151). Este impreso de ocho
folios fue firmada por “los litigantes”. Ignacio Cávero y Cárdenas fue presidente de la
Junta Suprema de Gobierno, en 1810, en reemplazo de José García de Toledo. Natural
de Mérida (Yucatán, México), llegó a Cartagena el 29 de junio de 1777 como familiar
del arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora, se educó en Bogotá, abogado de la
Real Audiencia y desde 1796 fue administrador de la Real Aduana de Cartagena,
murió en 1834. Véase, Americo Carnicelli, La masonería en la Independencia de
América, 2 tomos, Bogotá, 1970, tomo I, p. 250.
24
“Mariano Montilla al general F. de P. Santander, Cartagena, 30 de abril de 1822”,
en, Roberto Cortázar, Op. Cit., No. 2720, p. 131.
12 Jorge Conde Calderón

El movimiento fue rápidamente debelado y casi de


inmediato Padilla elevado al grado de general mientras los
desórdenes de la aduana departamental, que a diario eran
denunciados por Montilla, fueron olvidados, y los señalamientos
que por esos hechos recayeron sobre Mauricio Romero y Calixto
Noguera desviados. A ambos sólo se les señaló como los que
provocaban “cabecear a Padilla cuando más quieto lo cree
uno”.25
Quienes, como en el caso de Montilla, sufrieron
permanentes inquietudes por los desórdenes de la aduana
aparentaban desconocer que el contrabando era secularmente, el
motor del desarrollo comercial en el Caribe colombiano, del
cual participaban no sólo las élites, sino también los sectores
populares; en esta actividad estaba la base de las grandes
fortunas del patriciado urbano y las modestas fortunas de
algunos mulatos y mestizos.
La alarma mostrada por Montilla ante ese hecho, surgió de
observar que a través de dicha actividad estos últimos sectores
no solo acumulaban alguna riqueza sino que también, por la
amplia participación de la mayor parte de los habitantes en
actividades ilegales, se relajaban los principios de autoridad y
ampliaban los ofrecimientos de los canales de ascenso social a
los mulatos y mestizos. Mientras que a los habitantes de la
región esas prácticas les parecieron algo natural, pues con ellas
convivieron a lo largo de trescientos años y fueron las
principales fuentes de sus ingresos.
Visiones como las del militar venezolano, que en nada se
diferenciaban de las mantenidas por las élites nacionales,
contribuyeron a la formación de la idea de un Caribe
desordenado, periférico o marginal. Independientemente de ellas

25
“Mariano Montilla al general F. De P. Santander, Cartagena, 30 de marzo de 1822”,
en, Ibid, No. 2715, p. 120. En esta comunicación Montilla escribió lo siguiente: “Aún
hay desórdenes; el contador de tabacos de Mompós, Durana, acusa judicialmente a
Conde, el administrador, sobre fraude y ventas por alto del género estancado a precios
subidos como los de las ventas y aún a cambio de géneros. El doctor Mauricio
Romero, que administró con Noguerita esta aduana, al entrar las tropas y mientras
vinieron los nuevos productos, se ha establecido grandemente; y tiene una gran tienda,
un buen alambique y el otro día estaban limpios como una pátena. Ya he dicho a usted
antes de ahora algo sobre esos dos niños y ahora repito que Noguera quiera saber cuál
empleo le dará usted par ver si se le acomoda, pues no quiere salir de aquí con
incertidumbre; así me lo ha contestado cuando le noticié lo que usted me dijo en su
carta”.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 13

lo cierto es que en esta región surgió una sociedad más abierta,


no obstante existir ciertas elites locales que se negaban a aceptar
a “los otros” por incultos y que hicieron de las localidades y de
las provincias su espacio de dominio. Elites que por su contacto
con el extranjero se convirtieron en ilustradas, aunque siguieron
practicando las viejas exclusiones nobiliarias a pesar de estar
inmersas en un amplio proceso de criollización.26
Los sectores intermedios de mulatos y mestizos también se
beneficiaron con ese contacto con el extranjero, debido a la
condición de territorio fronterizo y portuario del Caribe
colombiano. Por esa vía conocieron teorías y otras visiones de la
política que circularon en espacios de sociabilidad como las
sociedades literarias, la masonería, y hasta los centros
académicos universitarios. Esta última institución, fundada en
1827 con el nombre de Universidad del Magdalena y el Itsmo
fue bautizada por el gobernador de la provincia de Cartagena, el
payanés José Hilario López, como el “semillero de los
separatistas” y el espacio donde los alumnos “que han sustituido
a Piñeres” escribían descaradamente contra el gobierno “por
encargo de ese malvado”.27
Todo ese conjunto de razones despertaban los mayores
celos y cuidados entre los más firmes opositores a la
pronunciada movilidad social y política de los sectores
intermedios de mulatos y mestizos. El opositor más visible y, tal
vez, también más virulento en sus sindicaciones a la “gente de
color”, el general venezolano Montilla, afirmó sin embozo
alguno que estaba procurando “entretejer las diferentes clases e
individuos de este departamento dirigiéndolos a la más perfecta
unión y armoniosa sociedad” pero vio con sorpresa que algunos

26
Para estos aspectos, véase, Alfonso Munéra, El fracaso de la nación, Coedición
Banco de la república-El Ancora, Bogotá, 1998. Valencia Llano, A. “Una nueva
visión de la historia local y regional del Caribe colombiano”, en, Revista Historia y
Espacio, Cali, 16, 2000, que es una excelente reseña del texto de Múnera. También,
Jorge Conde Calderón, Espacio, sociedad y conflictos en la provincia de Cartagena,
1740-1815, Fondo Editorial de la Universidad del Atlántico, Barranquilla, 1999.
27
“José Hilario López al señor general F. de P. Santander, Cartagena, 27 de febrero de
1834”, en, Cortázar, R. Op. Cit., vol. VII, No. 2264, p. 62. Las luchas en torno al
acceso y control de estos centros educativos tienen una magnífica referencia en el
trabajo de Victor Manuel Urrán, quien menciona cómo, luego de la Independencia, los
criterios de selección para entrar a centros académicos se modificaron y a partir de la
fecha mestizos, mulatos y zambos dieron la pelea para no ser discriminados bajo
criterios que exigían la pureza de la sangre para acceder a la educación, véase, Victor
Manuel Uribe Urán, The Rebelion of the Young Mandarins, Tesis de grado para
optar al título de Doctor, Universidad de Pittsburg, EE. UU., 1996.
14 Jorge Conde Calderón

individuos de la misma clase de los mulatos y mestizos


impidieran el desarrollo de su filantrópica obra de regeneración
social. En particular, Calixto Noguera, al que consideró un
individuo “de espíritu turbulento y malicioso en que despierta
este desconocido hijo de la patria. Yo aseguro V. E. que mi
conciencia no vacila en momento en juzgar a Noguera como
sedicioso enemigo de los blancos, y aún diré más, lo reputo
perjudicial a la república en cualquier clase o condición que sea
colocado […] y sobre algunos otros que puedan semejársele en
sus opiniones y resentimientos por razón de derechos de
desigualdad”.28
Esos “otros” de quienes recelaba Montilla, pero de los
cuales no mencionaba nombres, fueron los que formaron “un
partido que puso en trastorno la plaza de Cartagena” durante los
días 6, 7, 8 y 9 de marzo de 1828. Entre ellos estaban los
siguientes oficiales: general de división José Padilla, “principio
agente o factor de hecho tan escandaloso”, Raimundo
Meléndez, capitán Alejandro Salgado, alférez de navío José
María Palas, comandante de milicias Damián Berríos, capitán de
la misma arma Diego Martínez, Subteniente Francisco Sánchez,
subteniente Nepomuceno Hernández, teniente Joaquín García,
subteniente Vicente Díaz, teniente José Arias, aspirante Fidel
Rivas, y los paisanos Calixto Noguera, Antonio Castañeda,
Ignacio Muñoz y José Pantaleón Pérez. En la noche del primero
de los días señalados todos se reunieron en la casa del último de
los mencionados con el objeto de acordar un plan para “deponer
a las autoridades del Departamento”.29
En el proceso contra los principales implicados en los
“tumultos populares” apareció otro relativo a la desobediencia
de siete oficiales, quienes se negaron a firmar una exposición
dirigida por la División del Magdalena a la gran convención que
se reuniría por la misma época en Ocaña. La gravedad de la falta
cometida por esos oficiales se aumentaba por haber sido

28
“Mariano Montilla al general F. De P. Santander, Cartagena, 10 de abril de 1822”,
en, Ibid, No. 2717, p. 97.
29
“Tumultos populares en Cartagena (Año de 1828)”, en, Revista del Archivo
Nacional, Bogotá, IV, 4, 1942, pp. 263-294. Todo el documento constituye la
transcripción del proceso contra “Padilla y demás amotinados que el 6 de marzo de
1828 propalaron en Cartagena la división de clases”, el original reposa en el AGN,
Sección República, Criminales, tomo 44. En el presente trabajo se citará como
“Tumultos populares en Cartagena (1828)” y respectiva página.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 15

“inducidos para esto por el señor Padilla”, el que por su parte


ofrecía protección a quienes no la firmaran.30
Sin embargo, la parte central del proceso estuvo
atravesado por cuestiones relativas a los “tumultos populares”.
Las preguntas a los quince testigos llamados a comparecer ante
el tribunal militar fueron, en su orden, las siguientes: “1º Cuál
fue el motivo de los tumultos populares del día 6 y quiénes lo
provocaron; quienes arengaron el populacho reunido y que
expresiones se vertieron. 2º Qué objeto tenía la efervescencia del
general Padilla y de algunos otros individuos en reunir cierta
clase de gente y armarla. 3º Por qué el estado hostil en que se
pusieron varió de objeto y cuáles eran las miras de los
amotinados. 4º Si hubo expresiones que indicaban alarma de
parte de los vecinos blancos de esta ciudad y que ponían a los
hombres de colores en un estado de guerra por esta sola causa.5º
Quiénes fueron los caudillos de la causa de colores, porqué tomo
este sesgo el tumulto del día 6 y quienes propalaron la voz de la
división de clases. 6º Que declaren todos los testigos cuanto
sepan antes de este suceso y después con referencia a este asunto
de colores, y cuanto hayan oído de la boca del mismo General
Padilla, especificando el día, lugar y testigos de sus
conversaciones con especialidad…”.31
Las respuestas permiten aproximarnos a la compleja
realidad social del nuevo orden político en una ciudad
republicana, al imaginario de los actores involucrados y el
lenguaje utilizado para describir las diversas situaciones.
En primer lugar, la profunda desigualdad social en
Cartagena era un hecho reconocido y utilizado para intentar
aislar a los sectores intermedios de mulatos y mestizos. A los
estratos bajos de la población se les buscó invisibilizar
extendiendo la desigualdad en los confines de la marginalidad
cultural reafirmando, en tono despectivo, la presencia africana
en el mestizaje étnico, con declaraciones como las del teniente,
de ascendencia mulata, Pablo Alcázar, cuando refiriéndose al
Comandante Ibarra, lo primero que afirmó fue: “que es de color
africano”.32
30
“Tumultos populares en Cartagena (1828), p. 291. Los oficiales eran: 2º
comandante Mariano Gómez y los capitanes Tomás Herrera, Ramón Acevedo,
Marcelo Buitrago, Francisco de Paula Espina, y los tenientes Andrés Escarra y
Francisco Buitrago.
31
Ibid, pp. 263-264.
32
Ibid, p. 266.
16 Jorge Conde Calderón

En segundo lugar, los mulatos y mestizos manejaron la


idea de que ellos habían sido los fundadores y constructores de
la patria, pero para gozar de su libertad debían “concluir”(es
decir, destruir) a los vecinos blancos, pues, declaraba el sargento
primero de artillería José María Flores haberle escuchado al
General Padilla: “que el pueblo lo que quería era gozar de su
libertad, pues para eso habían peleado; que advirtiera que el día
que se ofreciera, él estaba a la cabeza del pueblo, y se lo digo a
usted para que se lo avise a los otros compañeros y que se dejen
de eso”.33
Por último, llama la atención el significado que tienen en
los actores sucesivas palabras como honor, notables y política.
La primera constituía algo logrado y reforzado por el amor a la
patria. Las dos últimas se referían a personas notables sin
distinción de clase y a los actos de cortesía propios de los
hombres de bien; es decir, algo más relacionado con lo urbano a
la manera de lo propio de la urbanidad. Un testigo declaraba no
haber “tenido confianza con el General Padilla; nunca ha estado
en su compañía, solo en las fiestas de La Popa lo ha visto, y ha
estado en su unión en el bohío del señor Juan Andrés Brid,
donde se encontraban diferentes personas notables de esta
ciudad; pero que si le había observado al señor General Padilla
que cuando lo encontraba por la calle lo saludaba con
política”.34
En cuanto a las razones dadas a la pregunta sobre la causa
de la efervescencia de Padilla y algunos otros individuos, estas
fueron confusas y los testigos respondieron según lo que habían
logrado saber de terceros. Todos, al parecer, recurrieron a esa
estrategia verbal para evitar señalamientos y sindicaciones. Solo
en una encontramos una relación de los eventos, algunos de los
cuales fueron repetidas en otras de las declaraciones. Se trató de
la del capitán Francisco Pacheco, quien a la llegada de un oficial
para el reconocimiento de Montilla como comandante general
departamental, afirmó que este se ocultó, por “lo que no se
verificó en la orden de ese día”. Señaló a Ignacio Muñoz, que
siempre iba montado sobre un caballo, y a Padilla, como los que
siempre dirigían las arengas a los milicianos. El primero de los
mencionados dijo a los “milicianos y parte del pueblo” reunidos
a la puerta del cuartel: “muera el General Montilla” y que este
33
Ibid, p, 278.
34
Ibid, p. 267.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 17

era un jefe con claras “intenciones” de someter al resto de la


población colombiana “a la tiranía” de los principios contenidos
en “la Carta boliviana”, lo cual “no sería de ninguna ventaja a la
segunda clase [la de mulatos y mestizos], pues ésta era la que
había peleado en los campos de batalla para ahogar la tiranía;
que arengaba Muñoz al General Padilla que de ningún modo
cediese y llevase la contienda has el ultimátum; que el general
Padilla dijo que él sostendría a todo trance la constitución y
leyes, manifestando que él había dado pruebas de haberlo hecho
así, que [por este motivo] en La Aguada se habían armado más
de trescientos hombres con lanzas y machetes y carabinas,
suministrados por el oficial de marina Palas y Salgado”.35
De hecho, Padilla fue aclamado comandante general de las
armas “con el objeto de calmar la agitación que había”. Así lo
certificó en oficio el escribano de la municipalidad de
Cartagena, debido al “vacío de poder” causado por la negativa
de Montilla a aparecer en público para responder a los
requerimientos realizados por los sublevados. Sin embargo, en
el agitado escenario en que ocurrían los “tumultos populares”,
como convocatoria de una convención donde medirían fuerzas
las facciones agrupadas alrededor de Bolívar y Santander,
Montilla apoyado principalmente por militares venezolanos
restableció su mando e inició un proceso, que terminó con la
destitución y prisión de los supuestos implicados.
Por su parte Padilla fue señalado por algunos periódicos
de responder a directivas de Santander, quien también fue
identificado como otro actor más de la “comedia” que se iba a
escenificar en la “gran convención”36. Las estrechas relaciones
políticas entre Santander y Padilla, según parece, no eran un
secreto para nadie. En pleno desenlace de los “tumultos
populares”, el primero le escribió a Juan Madiedo, “hablen
ustedes en sus papeles de Padilla con dignidad y justicia,
presentándolo como el mejor apoyo a la causa de la libertad y el
acérrimo defensor de los decretos de la convención. Yo le
escribo divinamente”.37

35
Ibid, p. 276.
36
“Gran Convención”, en, El Arlequín, Cartagena, 8 de mayo de 1828.
37
“Francisco de P. Santander a Juan Madiedo, Ocaña, 10 de marzo de 1828”, citado,
en, Americo Carnicelli, Op. Cit., tomo II, p. 178. En la pagina 175, se dice de Juan
Ignacio Manuel Madiedo Muñoz, hábil escritor y periodista cartagenero, activo e
inquieto era el intelectual del grupo santanderista, que dirigía y agitaba políticamente
esa sección del país en marzo de 1828, en, Ibid, p. 175.
18 Jorge Conde Calderón

La hermana de Padilla, Magdalena, impuesta por “el honor


y la naturaleza” publicó una representación a través de la cual
intentaba explicar y apoyar la “conducta” de su hermano en los
tumultos populares. Dirigida a los “patriotas más ilustres y a los
ciudadanos estimables”, la representación fue una contestación a
las “opiniones peregrinas” aparecidas en los periódicos El
Amanuense, El Calamar y La Corneta y contra los “degradados
enemigos” de su hermano. De hecho esto último no fue más que
una sutil referencia a Montilla y los militares venezolanos,
quienes en otra parte del documento fueron llamados “enjambre
de aventureros infelices”.38
Lo paradójico en la representación de Magdalena Padilla,
es que en ella se termina invocando “la moral del ejército” y la
“fiel” amistad entre el Libertador y su hermano. Pero al final, en
decreto firmado por Bolívar se estableció aplicar la máxima
pena para el General Padilla. La decisión del Libertador puede
ser interpretada como un “castigo ejemplar” para evitar la
repetición de los hechos experimentados por él durante la
primera república venezolana y la forma de calmar sus temores
con respecto a la “revolución de colores”, agitada por los que él
denominaba “anarquistas, pardócratas o degolladores”.
Esos temores hacia los movimientos de los mulatos y
mestizos, traducidos en la aplicación de las máximas penas,
como el fusilamiento de sus dirigentes, era un recurso continuo
de las autoridades republicanas aprobado por las oligarquías
locales o nacionales.
Si algo caracterizó al gobierno de Santander fue la
continua utilización de ese máximo recurso en nombre de “la
libertad y el orden”. Así lo aplicó en el caso del teniente Manuel
Anguiano, un joven cartagenero que participó en la conspiración
encabezada por José Sardá. Ambos, en compañía de otros
integrantes del acto de rebelión, fueron fusilados ante la
“inexorabilidad de Santander y el Consejo de Estado” y a pesar
de la movilización de la opinión pública solicitando la
conmutación de la pena al joven Anguiano. Por el contrario, la
opinión de Santander fue que “si no fusilaba a los

38
“A la postura y la intriga. La justicia y la verdad, por Magdalena Padilla, Cartagena
25 de marzo de 1828”, Cartagena de Colombia, Impreso por Manuel M. Guerrero, año
1828, Archivo Restrepo (AR), vol. 170, fo. 168.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 19

revolucionarios no se acabarían las revoluciones y si no fusilaba


a Anguiano, se desmoralizaría el ejército”.39
El fusilamiento del joven Anguiano causó descontento y
manifestaciones públicas en Cartagena, lo que aunado al entierro
solemne realizado por “los costeños…pocas veces visto en
Bogotá”, fueron el origen de molestias para Santander, “que lo
creyó una censura”.40
En Cartagena comenzaron a circular hojas volantes y
pasquines en los que se caricaturizaba al presidente de la
república. En una de ellas, Santander apareció contemplando la
ejecución de Anguiano, el que estaba en el banquillo, teniendo a
su frente la escolta en actitud de fusilamiento. Al presidente le
acompañaban un corneta de órdenes. La caricatura fue dedicada
a Florentino González y al final aparecían unos versos contra los
redactores del periódico El Cachaco, Lorenzo Lleras y el mismo
González, pero en el que también escribía Santander. Esta fue
considerada la segunda caricatura publicada en el país, la
primera, igualmente impresa en Cartagena, tuvo como tema el
reclamo del presidente de la república del pago de unos sueldos.
En ella apareció nuevamente Santander cerca de una vaca que
sujetaba su secretario Soto y que ordeñaban un grupo de
ministeriales, que era la denominación política dada a los
antiguos bolivarianos. Ambas caricaturas fueron atribuidas a
Manuel Marcelino Núñez.41
Sin embargo, Santander pareció hacer caso omiso de ese
tipo de protestas y sin vacilaciones reprimió cualquier causa
conspiradora. Una nueva sentencia cursó en los tribunales sobre
la causa seguida a Cirilo Pomares, reo fugitivo de la de la
conspiración del 14 de agosto, en la que también estuvo
involucrado Anguiano. Pomares, subteniente de las milicias, al

39
Joaquin Posada, Memorias histórico políticas, 3 tomos, Editorial Bedout, Medellín,
1971, tomo II, p. 464; Posada consideró que el fusilamiento de Anguiano fue un golpe
abrumador para Sardá, quien se había hecho cargo del joven desde niño cuando Pablo
Morillo fusiló a su padre, el español Manuel Anguiano, un coronel del real cuerpo de
ingenieros que se unió a la causa patriota y fue sentenciado por traición. También,
véase, José Manuel Restrepo, Historia de la Nueva Granada, 2 tomos, Editorial
Cromos, Bogotá, 1952, tomo I, p. 40.
40
Joaquin Posada, Op. Cit., pp. 457-458.
41
Las caricaturas eran impresas en la litografía del bogotano Carlos Molina, que se
había radicado en Cartagena, huyendo de la persecución que le realizaba el gobierno
santanderista, véase, Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, 12
tomos, Banco Central Hipotecario, Bogota, 1990, tomo II, p. 60.
20 Jorge Conde Calderón

parecer, participó en los eventos de 1828, por lo cual fue


llamado a rendir la declaración como décimocuarto testigo.42
La conspiración de la cual fue acusado Pomares, comenzó
a fraguarse en la casa de su compadre Venancio Escalante. En
medio de un bautismo fueron pronunciados brindis contra el
gobierno de Santander, y los participantes, aproximadamente en
número de 30, acordaron armarse de puñales serruchos, azuelas
y otros instrumentos, a manera de armas, para ir a sorprender las
pequeñas guarniciones de San Pedro Mártir y del presidio. La
conspiración fracasó, pues, alguien denunció el proyecto
conspirativo y casi todos los implicados fueron detenidos,
Pomares fue condenado a muerte por la corte de apelaciones del
Magdalena y fusilado con uno de sus camaradas el 28 de octubre
de 1833.43
Aún, durante el proceso judicial Pomares y su defensor, un
abogado de apellido Núñez, según parece hijo de Manuel
Marcelino, publicaron una hoja volante que fue considerado
“indecente y algo sedicioso; recusaron a todos los ministros del
tribunal, y los conjueces nombrados para conocer de la
recusación, declararon que dichos ministros estaban legalmente
impedidos por haber fallado en la misma causa contra los
cómplices y contra Pomares. Esta declaración ha escandalizado
ha todos los hombres sensatos, pues ven que se ha abierto la
puerta a la impunidad de los reos que se fugan dejando
cómplices a quienes se les condena antes de que aquellos se
aprehendan, como sucederá a Plomares, siendo el principal actor
de la conspiración, en la que yo trasluzco, a través del aparente
pretexto de clase en el día infundado, unas miras de
conformidad con la conspiración de Bogotá, porque Ramírez es
de los del partido, aunque el no se atrevió a presentar a los que
quiso seducir su verdadero objeto, y así los atacó por su flanco
débil que es la distinción de colores”.44
Curiosamente, el mismo Manuel Marcelino Núñez
recomendó a las autoridades alejar a algunos individuos por ser
propagadores de ideas separatistas entre la juventud; en

42
“Tumultos populares en Cartagena (1828)”, pp. 284-286.
43
Arboleda, G. Op. Cit., tomo II, p 59.
44
“José María del Real a F. de P. Santander, Cartagena, 25 de octubre de 1833”, en,
Roberto Cortázar, Op. Cit., tomo V, No. 1740, p. 288.
Clase y prácticas políticas en el Caribe colombiano… 21

particular al redactor del periódico El Piringo, Vicente Piñeres,


quien era uno de los más “desafectos”.45
Todos los problemas que enfrentaba el proceso de
integración granadino parecía reducido, en el imaginario y
lenguaje de las élites y autoridades republicanas, a un asunto de
“distinción de colores” o a un “pretexto de clase”. Mientras que
para los mulatos y mestizos la cuestión se reducía a un problema
de organización estatal y nacional con autonomía de las
provincias y sin la exclusión de ellos.
En ese punto descansaban siempre los desacuerdos
provocando nuevos movimientos y acciones de los líderes
mulatos y mestizos. La política de intervención del gobierno
central en los asuntos de las provincias fue la cuestión que
provocó luchas y proclamas de estos sectores. De parte de las
autoridades bogotanas se pretendió reducir el asunto de la
autonomía provincial como un asunto personal, o de facciosos,
separatistas y federalistas, o a la final, imprimiéndole un sello
racista y despectivo, como un problema de “colores”.

45
“Manuel Marcelino Núñez al señor general Francisco de Paula Santander,
Cartagena, 17 de enero de 1834", en, Ibid, vol. IX, No. 3021, p. 94. Este periódico
surgió en oposición a El Cachaco.

También podría gustarte