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Sobre el CHAMANISMO /

por Mircea Eliade


Con el tiempo los escritos de Mircea Eliade se van llenando, si cabe, de más sentido. En 1951 escribió un
tratado muy completo sobre el chamanismo que, más de medio siglo después, nos parece perfectamente
actual.

Desde que principió el siglo, los etnólogos adoptaron la costumbre de emplear


indistintamente los términos chamán, hombre-médico (medicine-
man), hechicero o mago, para designar a determinados individuos dotados de
prestigios mágico-religiosos y reconocidos en toda sociedad “primitiva”. Por
extensión se ha aplicado la misma terminología en el estudio de la historia
religiosa de los pueblos “civilizados” y se ha hablado, por ejemplo, de un
chamanismo hindú, iranio, germánico, chino e incluso babilónico, refiriéndose a
los elementos “primitivos” testimoniados en las respectivas religiones. Por
muchas razones, semejante confusión tiene que perjudicar la inteligencia misma
del fenómeno chamánico. Si se designa con el vocablo “chamán” a todo mago,
hechicero, hombre-médico o extático que se halle en el curso de la historia de
las religiones y de la etnología religiosa, se llegará a una noción extraordinaria-
mente compleja e imprecisa a la vez, de utilidad muy dudosa, puesto que ya se
dispone de los términos “mago” y “hechicero” para expresar nociones tan
dispares y vagas como las de “magia” y “mística” primitivas.
Estimamos que merece la pena limitar el uso de los vocablos “chamán” y
“chamanismo”, justamente para evitar los equívocos y poder ver con más
claridad en la propia historia de la “magia” y de la “hechicería”. Porque, desde
luego, el chamán es, él también, un mago y un hombre-médico: se cree que
puede curar, como todos los médicos, y efectuar milagros fakíricos, como todos
los magos, sean primitivos o modernos. Pero es, además, psicopompo, y puede
ser también sacerdote, místico y poeta. En la masa gris y “confusionista” de la
vida mágico-religiosa de las sociedades arcaicas considerada en su conjunto, el
chamanismo —tomado en su sentido estricto y exacto— ofrece ya una estructura
propia y descubre una “historia” que conviene precisar.
El chamanismo stricto sensu es por excelencia un fenómeno siberiano y central-
asiático. El vocablo nos llega, a través del ruso, del tungús shaman. En las demás
lenguas del centro y del norte de Asia los términos correspondientes son: el
yakuto ojun, el mongol bügd, boga (buge, bu) y udagan (cf. también el
buriato udayan, el yakuto udoyan: “la mujer chamana”), el turco-tátaro kam (el
altaico kam, gam, el mongol kami, etc.). Se ha tratado de explicar el término de
la lengua tungusa por el pali samaría, y acerca de esta posible etimología —que
corresponde al gran problema de las influencias hindúes sobre las religiones
siberianas— volveremos a hablar en el último capítulo. En toda esta inmensa
área que comprende el centro y el norte de Asia, la vida mágico-religiosa de la
sociedad gira alrededor del chamán. Esto no quiere decir, claro está, que él sea
el único manipulador de lo sagrado, ni que la actividad religiosa esté totalmente
absorbida por él. En muchas tribus el sacerdote sacrificador coexiste con el
chamán, sin contar con que cada jefe de familia es también el jefe del culto
doméstico. Sin embargo, el chamán continúa siendo la figura dominante: porque
en toda esta zona, donde la experiencia extática está considerada como la
experiencia religiosa por excelencia, el chamán, y sólo él, es el gran maestro del
éxtasis. Una primera definición de tan complejo fenómeno y quizá la menos
aventurada, sería ésta: Chamanismo es la técnica del éxtasis.
Así ha sido reconocido y descrito por los primeros viajeros en las diversas
comarcas del Asia central y septentrional. Más tarde se han observado en
América del Norte, en Indonesia, en Oceanía y en otras partes fenómenos
mágico-religiosos similares. Y, como veremos en seguida, estos fenómenos son
típicamente chamánicos, e interesa estudiarlos al mismo tiempo que el
chamanismo siberiano. Con todo, debemos hacer aquí una observación
imprescindible: La presencia de un complejo chamánico en una zona cualquiera
no significa necesariamente que la vida mágico-religiosa de tal o cual pueblo haya
cristalizado alrededor del chamanismo. Puede presentarse este caso (y se
produce, por ejemplo, en determinadas regiones de Indonesia), pero no es lo
más corriente. Por lo común, el chamanismo coexiste con otras formas de magia
y de religión.
Y aquí es donde se aprecia lo ventajoso que es emplear el término chamanismo
en su sentido riguroso y propio. Porque, si uno se preocupa en diferenciar al
chamán de otros “magos” y medicine-men de las sociedades primitivas, la
identificación de complejos chamánicos en tal o cual religión adquiere de pronto
una significación sobremanera importante. En todas partes del mundo hay magia
y hay magos, mientras que el chamanismo entraña una “especialidad” mágica
particular, acerca de la cual insistiremos largamente: el “dominio del fuego”, el
vuelo mágico, etc. De aquí que, aunque el chamán sea, entre otras cosas, un
mago, no importa que el mago no pueda ser calificado de chamán. Idéntica
distinción se impone a propósito de las curaciones chamánicas:
cualquier medicine-man es curandero, pero el chamán utiliza un método de su
exclusiva pertenencia. En cuanto a las técnicas chamánicas del éxtasis, desde
luego no agotan todas las variedades de la experiencia extática atestiguadas en
la historia de las religiones y la etnología religiosa; pero no se puede considerar
a un extático cualquiera como chamán; éste es el especialista de un trance du-
rante el cual su alma se cree abandona el cuerpo para emprender ascensiones al
Cielo o descendimientos al Infierno. Es igualmente necesaria una distinción del
mismo género para precisar la relación del chamán con los “espíritus”. Por todas
partes, tanto en el mundo primitivo como en el moderno, hay individuos que
pretenden sostener relaciones con los “espíritus”, ya sean “poseídos” por estos
últimos, ya sean ellos los que los dominan. Se necesitarían volúmenes para
estudiar convenientemente todos los problemas que se presentan en relación con
la idea misma del “espíritu” y de sus posibles relaciones con los humanos; porque
un “espíritu” puede ser lo mismo el alma de un difunto que un “espíritu de la
Naturaleza”, un animal mítico, etc. Pero el estudio del chamanismo no exige
tanto: bastará con situar la posición del chamán en relación con sus espíritus
auxiliares.
Por medio de un ejemplo se verá fácilmente en qué se distingue un chamán de
un “poseso”: El chamán domina sus “espíritus”, en el sentido en que él, que es
un ser humano, logra comunicarse con los muertos, los “demonios” y los
“espíritus de la Naturaleza”, sin convertirse por ello en un instrumento suyo. Se
encuentran, ciertamente, chamanes verdaderamente “poseídos”, pero éstos
constituyen más bien excepciones aberrantes que tienen, por otro lado, su
explicación.
Estos pocos detalles precisos que proporcionamos, a manera de datos
preliminares, indican ya el camino que nos proponemos seguir para llegar a una
justa comprensión del chamanismo. Dado que este fenómeno mágico-religioso
se manifiesta en su forma más completa en Asia central y septentrional,
tomaremos como ejemplar típico al chamán de estas regiones. No ignoramos, y
trataremos de demostrarlo, que el chamanismo central y nor-asiático, por lo
menos en su aspecto actual, no son un fenómeno originario y libre de toda
influencia exterior. Por el contrario, se trata de un fenómeno que tiene una larga
“historia”. Pero estos chamanismos central-asiático y siberiano tienen el mérito
de presentarse como una estructura, en la cual elementos que existen difusos en
el resto del mundo —a saber: relaciones especiales con los “espíritus”,
capacidades extáticas que permiten el vuelo mágico, la ascensión al Cielo, el
descenso a los Infiernos, el dominio del fuego, etc.— se revelan ya, en la zona
de que se trata, integrados en una ideología particular y haciendo válidas técnicas
específicas.
Semejante chamanismo stricto sensu no está limitado al Asia central y
septentrional y más adelante trataremos de señalar el mayor número de
paralelos. Por otra parte, se encuentran, completamente aislados, ciertos
elementos chamánicos en diversas formas de magia y de religión arcaicas, y su
interés es considerable: porque muestran hasta qué punto el chamanismo
propiamente dicho conserva un fondo de creencias y de técnicas “primitivas” y
en qué medida se ha innovado. Siempre atentos a delimitar el lugar del
chamanismo en el seno de las religiones primitivas (con todo lo que entrañan
estas últimas: “magia”, creencia en los Seres supremos y en los “espíritus”,
concepciones mitológicas y técnicas del éxtasis, etc.), nos veremos obligados a
hacer continuamente alusión a fenómenos más o menos similares, sin
considerarlos por esto como “chamánicos”. Pero siempre conviene, además,
comparar y mostrar lo que un elemento mágico-religioso, análogo a un elemento
chamánico, ha dado de sí, estando integrado en otro conjunto cultural y con otra
orientación espiritual.
Por mucho que el chamanismo domine la vida religiosa del Asia central y
septentrional, no es, sin embargo, la religión de esta área inmensa. Únicamente
la comodidad o la confusión han podido en ocasiones llegar a considerar como
chamanismo la religión de los pueblos árticos o turco-tátaros. Las religiones del
Asia central y septentrional rebasan por todas partes al chamanismo, del mismo
modo que una religión cualquiera rebasa la experiencia mística de algunos de sus
miembros privilegiados. Los chamanes son “elegidos”, y como tales tienen
entrada en una zona de lo sagrado, inaccesible a los demás miembros de la
comunidad. Sus experiencias extáticas han ejercido, y ejercen aún, una poderosa
influencia en la estratificación de la ideología religiosa, en la mitología y en el
ritualismo. Pero ni la ideología, ni la mitología, ni los ritos de los pueblos árticos,
siberianos y asiáticos son creaciones de sus chamanes. Todos esos elementos
son anteriores al chamanismo o, por lo menos, paralelos, en el sentido de que
son el producto de la experiencia religiosa general, y no de una determinada
clase de seres privilegiados: los extáticos. Por el contrario, y como tendremos
ocasión de comprobarlo, obsérvese muchas veces el esfuerzo de la experiencia
chamánica (esto es, extática) para expresarse por medio de una ideología que
no le es siempre favorable.
Por no anticipar demasiado el contenido de los capítulos siguientes,
contentémonos con decir que los chamanes son seres que se singularizan en el
seno de sus respectivas sociedades por determinados rasgos que, en las
sociedades de la Europa moderna, representan los signos de una “vocación” o,
al menos, de una “crisis religiosa”. Los separa del resto de la comunidad la
intensidad de su propia experiencia religiosa. Esto equivale a decir que sería más
razonable situar al chamanismo entre las místicas que en lo que habitualmente
se llama una “religión”. Ya tendremos ocasión de encontrar al chamanismo en el
seno de un considerable número de religiones, porque el chamanismo sigue
siendo siempre una técnica extática a la disposición de una determinada minoría
y constituye, en cierto modo, la mística de la religión respectiva. Una
comparación acude inmediatamente a nuestro pensamiento: la de los monjes,
místicos y santos en el seno de las iglesias cristianas. Pero no es necesario forzar
la comparación: a diferencia de lo que ocurre en el cristianismo (por lo menos,
en su historia reciente), los pueblos que se declaran “chamanistas” conceden una
considerable importancia a las experiencias extáticas de sus chamanes; estas
experiencias les conciernen personal e inmediatamente, porque son los
chamanes quienes, valiéndose de sus trances, los curan, acompañan a sus
muertos al “Reino de las Sombras”, y sirven de mediadores entre ellos y sus
dioses, celestes o infernales, grandes o pequeños. Esta restringida minoría
mística no solamente dirige la vida religiosa de la comunidad, sino que también,
y en cierto modo, vela por su “alma”. El chamán es el gran especialista del alma
humana: sólo él la “ve”, porque conoce su “forma” y su destino.
Y donde no interviene la suerte inmediata del alma, donde no se trata de
enfermedad (pérdida del alma) o de muerte, o de mala suerte, o de un gran
sacrificio que entraña una experiencia extática cualquiera (viaje místico al Cielo
o a los Infiernos), el chamán no es indispensable. Una gran parte de la vida
religiosa se desenvuelve sin él.

MIRCEA ELIADE / Chamanismo

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