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Cornaló Franco.
consistencia del café brulé, que distaba del extraído de una máquina exprés. Un detalle
inocente pero peculiar para un servicio de transporte.
- ¿Desea alguna cosa más señor Aguirre? ¿Quizá otro café? –consultaba el mismo
sujeto de hacía horas atrás.
- No. Necesito… el baño… necesito encontrar… el baño- entrecortaba sus labios
con palabras jadeantes.
- ¡Ho! Por supuesto. Sólo tiene que seguir el pasillo derecho hasta el fondo. Evite
perderse y conserve la calma por favor.
“¿Era eso una broma?”, se interrogaba el incrédulo señor Aguirre. Avanzó unos
cuantos pasos hacia ese inacabable túnel obedeciendo la innecesaria explicación. Con
un movimiento incipiente, giró su cabeza hacia atrás y el encargado aún se encontraba
parado allí, junto al pasillo, en el número diecisiete, con la mirada fija clavada en su
persona. No encontró nada de utilidad en su travesía. Ningún indicio orientador. Aún
con toda esa gente ocupando su correspondiente sitio, perdidas en sus cavilaciones, no
podía evitar la sensación de soledad, de no pertenecer a ese plano del mundo que
acababa de traspasar más allá de esa indulgente barrera del número diecisiete. Vacío,
llano, insulso. Plasticidad, impersonalidad. Ausencia de susurros. Un aullido mudo.
Tensión resquebrajada. Miradas tácitas. Todos parecían estar muertos, o más bien
ausentes. Eso es, ausencia de vida. Quería huir, pero parte de su ser, reconocía que le
sería imposible.
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Cornaló Franco.
almohadillas y valijas. Mientras transitaba, rondó por su cabeza la frágil idea de
consultarle a esos monigotes disecados postrados inmarcesibles en sus asientos, cuál era
la razón de su estadía en ese viaje interminable, pero esa disposición era brutalmente
ultimada al menor contacto con esas huecas pupilas. Ya no importaba el tiempo
transcurrido. Desde esa parada en la Terminal de Ómnibus que no lograba recordar en
absoluto, hasta su aciago regreso al diecisiete, discernía una incómoda turbación de
falsedad en su entorno.
Una única luz irrisoria se alzaba tenue como un farol en la obscura noche.
Iluminaba el asiento contiguo al de Emanuel. Escasamente podía divisarse a la señorita
sentada que aun desviaba la vista para evitar el encuentro casual. El muro de la soledad
comenzaba a menguar su paciencia.
- Disculpe señorita ¿Me puede decir hacia dónde vamos? Ya deberíamos haber
llegado por lo menos a Federación –Pero no encontró respuesta alguna- ¡Qué es
lo que le sucede a todos! ¡Estoy haciendo una pregunta! –Lanza un golpe
fortuito que hace temblar la débil estructura del falso vehículo- Amelia sé que
eres tú. Lo necesito y lo sabes bien. Necesito beber para escribir porque soy
nadie. Porque soy un triste y solitario hombre. Porque estoy condenado a morir
sin lograr absolutamente nada extraordinario. Porque estoy cometiendo el peor
de los errores al escribir sandeces que harían enfurecer a los verdaderos
alcohólicos que tanto admiro. Pero ¿sabes una cosa? Nunca fui paciente, ni
tampoco un buen escritor. Es verdad, nunca hubo otro camino. Ésta es la vía
hacia la condena. Perdóname, por favor.
Emanuel Aguirre. Sujeto número diecisiete. Edad: 47 años. Escritor fracasado. Borracho.
Divorciado de Amelia Suarez. Otra víctima de una de las cárceles de máxima seguridad.
Un complejo sistema de simulación para censurar y reprender pensamientos; y moldear
pensadores. Un desdichado oprimido cuyo destino es transitar un viaje sin fin. Un
crucero inmóvil cuya parada depende única y exclusivamente de la corrección de su
comportamiento. Un servicio aterrador para aquellas mentes que representen un
problema para una sociedad voluble que busca asegurar lo cotidiano.
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Cornaló Franco.