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Dominique Wolton *
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En: Wolton, Dominique. “Sobre la comunicación. Una reflexión sobre sus luces y sombras”. Madrid:
Acento Editorial, 1999. Quinta parte: cap. 14.
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Esta es la ideología técnica: por una parte, atribuir a la técnica una función
que ayer pertenecía a la religión, luego a la política y por último a la ciencia; por otra
parte, cargar esas técnicas con una capacidad de cambiar la sociedad al encarnar
los valores más sólidos de las sociedades democráticas: la libertad, la igualdad, el
intercambio. La cobertura, de esas dos dimensiones explica la valorización de esas
técnicas, que permiten, por otro lado, establecer un vínculo entre la escala
individual y una multitud de personas. Se supone que la presencia de los mismos
ordenadores y las mismas pantallas, del trabajo al ocio, de la educación a los
servicios, de la casa al hospital... es un factor determinante de racionalización.
Estamos en el centro mismo de la ideología técnica, en esa tentación de otorgar a
un instrumento la capacidad de resolver un problema social, cultural, político,
dependientes de otra lógica. Su fuerza, como ideología, es triple. Descalificar todo
discurso que se atreva a poner en discusión ese lazo entre avances de los
instrumentos y problemas de sociedad. Ser transnacional y apostar por la juventud.
Permanecer modesto, y no presentarse bajo la forma de un discurso construido y
coherente, como ocurrió con el racionalismo y el cientifismo. Es una forma de buen
sentido, que explica la dificultad de la crítica, porque la ideología nunca es tan
fuerte como cuando es banal y cotidiana. Con más motivo porque es imposible
discutir los progresos objetivos de la comunicación desde hace cincuenta años ni
excluir la hipótesis de que la rapidez de los intercambios hoy será una oportunidad
para una mejor comprensión mañana.
Hay que recordar aquí dos hechos. Ante todo, el discurso sobre la sociedad
de la información no es ni homogéneo ni construido; es más bien una extrapolación
de avances técnicos. Y como éstos progresan sin cesar desde hace veinte años, la
idea misma de sociedad de la información se implanta, por carambola, con la mayor
fuerza. Los avances crecientes, la miniaturización, el descenso de los precios y la
mundialización de los mercados son finalmente los mejores argumentos en favor de
esta ideología. Si nadie sabe muy bien lo que significa sociedad de información, al
menos cada uno puede comprobar que «vamos hacia ella». Si mañana, en el
domicilio o en el trabajo, para el ocio o para la educación, todo el mundo va a
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utilizar los mismos servicios, ¿cómo no ver en ello una verdadera revolución? Es,
pues, esa mezcla de evidencia, de seducción técnica, de ausencia de grandes
discursos, de captación por la juventud y de ignorancia de las desigualdades
sociales y culturales tradicionales, lo que explica el éxito del tema de la sociedad de
la información.
El segundo hecho se refiere a los autores de ese discurso. Tampoco ahí hay
homogeneidad. No puede decirse que exista un cuerpo de doctrina, con un grupo
social y profesional que haga su propaganda a través de folletos, publicaciones,
congresos. No, el fenómeno es más difuso. Es verdad que ciertos libros han
contribuido a popularizar el tema, pero no puede decirse que se trate de una
escuela o de una corriente de pensamiento. Son probablemente las revistas y los
media los mejores amplificadores de un discurso «que camina solo». Tan solo
camina que no tropieza con verdaderos adversarios. El discurso cientifista es hoy
mucho más modesto; el discurso político anda buscando nuevos mañanas que
canten; y el discurso religioso está enzarzado en la dificultad de manejar sus
relaciones con la tradición y la modernidad. Es, pues, finalmente la situación, más
que los autores, lo que explica el favor que merece este tema. El carácter un poco
cabe-todo y desajustado de ese discurso de la sociedad de la información es un
factor favorable. Más que de un discurso, de lo que se trata es además de un listo-
para-pensar. La paradoja radica en que los científicos, si tenemos todo en cuenta,
desempeñan un papel bastante modesto en la creación de ese discurso. Los
científicos de la investigación fundamental (lógicos, matemáticos, especialistas en
informática teórica...) no dicen nada: ni condenan ni aprueban. Desde luego, se
trata para ellos de ciencias aplicadas y de técnicas, de actividades, pues, que no
dependen de su esfera directa de competencia, pero su silencio, por su duración,
puede interpretarse más como asentimiento que como crítica... El medio profesional
de los ingenieros es evidentemente el primer productor y difusor de discursos de
ese tipo. ¿Cómo reprochárselo? De la inteligencia artificial a las redes, a los
diálogos hombres-máquinas, son los autores y los creadores de esta enorme
aventura científico-industrial. Se comprende que popularicen esta historia a través
de publicaciones, entrevistas, libros... Tanto mejor, visto que su triunfalismo es más
bien modesto. Seguramente el discurso es sólido, sin huella de dudas inútiles, pero
acaba con menos arrogancia que hace un siglo, sin duda también porque la
ideología científica y técnica, como el racionalismo, son hoy menos despectivas.
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Están por desarrollar otras tres fuentes de ese discurso sobre la sociedad de
la información y de la comunicación.
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Un ejemplo entre una decena: en Francia, el 2 de octubre de 1996, el comisionado del Plan hizo
público un informe alarmante sobre <<las redes y la sociedad de información». Se trataba en él del
retraso de Francia en ese sector clave. Retraso quería decir que no había más que un 1 % de hogares
franceses que estuvieran conectados a Internet, y que eran necesarias, pues, medidas de urgencia
para aumentar el consumo de comunicación. Está claro el argumento industrial que hay detrás, pero
nunca se plantea la cuestión de saber qué aporta que un. 30 % de hogares franceses estén
conectados a Internet... Lo que se impone es el imperativo categórico de la modernidad (cfr. Le
Monde, 3 octubre 1996).
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Los medios europeos arrastran a todos los otros en la ilusión que provoca
este tema. Al principio Europa se puso a hablar de sociedad de la información en el
marco preciso de los discursos tecnocrático-estatistas. En relación con los grandes
industriales europeos, se trataba de hacer de forma que Europa se comprometiera
en grandes programas de investigación-desarrollo y de infraestructura de la
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¿Por qué hemos diferenciado esos tipos de discursos? Ante todo para
recordar que no hay un cuerpo de doctrina, ni una estrategia de actores o de
discursos, sino una mezcla de lógica y de valores. Después, para subrayar, que
existe, como en otras partes, un margen de maniobra y que nada sería peor que
dar a esos discursos de fuente, género y ambiciones diferentes sobre la «sociedad
de la información» una coherencia ideológica que no poseen. Existe, desde luego,
una ideología técnica ambiente, pero es posible, por un lado, criticada, y por otro
hay que recordar que no es homogénea. Sin duda, el humor es a la larga una
mucho mejor lógica argumentativa que la respuesta demasiado seria a esos
discursos, cuyo carácter serio habría que someter precisamente a prueba...
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«Con Internet, se hace patente esta famosa conciencia planetaria tan encomiada por los precursores
como Teilhard de Chardin. En el cibermundo no existe la noción de extranjero... Lo que es grande en
Internet es esta bella palabra: compartir. Compartir informaciones es una larga tradición científica.
Hemos intentado abolir las fronteras...» JeanPierre Luminat, Télérama, número fuera de colección,
«Le délire du multimédia», abril 1996.
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d'Estaing y del que se olvida con facilidad el papel esencial que desempeñó en la
modernización de Francia.
Del informe Bangeman de 1993, Europe and the Global Information Society,
Recommendation to the European Council, muy entusiasta de cara al futuro, se
desprendían diez aplicaciones-piloto, al final muy heterogéneas (teletrabajo, tele-
enseñanza, redes universitarias, teleservicios de PYMES, telegestión de
transportes por carretera y aéreos, redes en el campo de la salud, teleinformación
sobre las peticiones de ofertas, servicios públicos electrónicos, ciudades virtuales).
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Hay que leer esos trabajos para ver la necesidad angustiosa de dominio del
futuro que los impregna, y la creencia en la capacidad de la técnica para cambiar la
sociedad. Simplemente porque se confunden batallas industriales con relaciones
sociales. Y todo eso acompañado en general de un calendario de medidas urgentes
que hay que tomar, so pena de acumular un retraso inatrapable. La distancia es
siempre considerable entre el carácter inevitablemente aproximado de las
previsiones, y la manera definitiva con la que se concluye el carácter imperativo de
talo cual política que ha de emprenderse. Y sin embargo, si se miraran aunque sólo
fueran los múltiples errores de política industrial en los diferentes países desde
hace treinta años, esto bastaría para que las capacidades de ambición anticipadora
fueran más modestas.
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Cfr. G. Delacóte, Savoir apprendre: les nouvelles méthodes, Odile Jacob, París, 1996.
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A) El mundialismo
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gracias a ella los daños de esa globalización, es decir, las desigualdades. Siempre
ha habido daños, lo que pasa es que no eran visibles simultáneamente. El
verdadero cambio está ahí: la mundialización de la comunicación hace todavía más
visibles los daños de la globalización económica.
B) El tiempo suprimido
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C) Todo cambiará
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Bibliografìa
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DELORS, J., Pour entrer dans le XXt siecle; le Livre blanc de la Commission
Européenne, croissance, compétitivité, emploi, Ramsay, París, 1993.
KENNEDY, P., Preparing for the Twenty-First Century, Villard Bo., 1994.
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