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Las soledades interactivas

Dominique Wolton *

Desde el Renacimiento, la ciencia y la técnica han sido las que regularmente


han cambiado la sociedad, y los acontecimientos han subrayado no menos
regularmente las diferencias entre las tres lógicas: científica, técnica y social.
Recordemos hasta qué punto debió conmoverse la sociedad con el motor de
explosión, la electricidad, el petróleo, el automóvil, el tren, el avión... Pero nunca el
vínculo ha sido tan fuerte como con la comunicación, ya que en este caso es la
forma de la sociedad la que toma el nombre de la técnica dominante. Y esto con
mayor motivo cuando hoy en día no hay ya en el mundo occidental otros sistemas
de referencia.

La ideología de la comunicación viene a ser la ideología de sustitución. No


se opone a ninguna otra: es la ideología dominante, con un factor suplementario de
legitimación, el de encarnar el cambio. Desde luego, en Occidente, desde hace al
menos un siglo, el cambio se asimila al progreso, y como las técnicas de
comunicación están llamadas a cambiar considerablemente la sociedad, están
doblemente legitimadas y valorizadas. Se implanta una especie de pareja modelo,
de intereses complementarios: «técnica de comunicación y cambio». La ideología
técnica se convierte en la ideología de la sociedad actual. Y además con las
técnicas de comunicación se está del «lado bueno» de la ciencia, puesto que no
amenazan ni la naturaleza ni la materia, y tienen por objetivo mejorar las relaciones
humanas y sociales. Aún más: se diría que esos instrumentos establecen
directamente el vínculo entre las dimensiones funcionales y normativas. O más
bien, se aprecia en sus capacidades funcionales (intercambiar más deprisa;
manejar un gran número de informaciones; abolir las distancias...) la posibilidad de
resolver los problemas de sociedades ya no desde un punto de vista funcional, sino
normativo (comprenderse, hablarse...); se completan las capacidades funcionales
con una capacidad normativa; se supone que las conquistas funcionales resolverán
los problemas de soledad, y solidaridad.

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En: Wolton, Dominique. “Sobre la comunicación. Una reflexión sobre sus luces y sombras”. Madrid:
Acento Editorial, 1999. Quinta parte: cap. 14.

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Esta es la ideología técnica: por una parte, atribuir a la técnica una función
que ayer pertenecía a la religión, luego a la política y por último a la ciencia; por otra
parte, cargar esas técnicas con una capacidad de cambiar la sociedad al encarnar
los valores más sólidos de las sociedades democráticas: la libertad, la igualdad, el
intercambio. La cobertura, de esas dos dimensiones explica la valorización de esas
técnicas, que permiten, por otro lado, establecer un vínculo entre la escala
individual y una multitud de personas. Se supone que la presencia de los mismos
ordenadores y las mismas pantallas, del trabajo al ocio, de la educación a los
servicios, de la casa al hospital... es un factor determinante de racionalización.
Estamos en el centro mismo de la ideología técnica, en esa tentación de otorgar a
un instrumento la capacidad de resolver un problema social, cultural, político,
dependientes de otra lógica. Su fuerza, como ideología, es triple. Descalificar todo
discurso que se atreva a poner en discusión ese lazo entre avances de los
instrumentos y problemas de sociedad. Ser transnacional y apostar por la juventud.
Permanecer modesto, y no presentarse bajo la forma de un discurso construido y
coherente, como ocurrió con el racionalismo y el cientifismo. Es una forma de buen
sentido, que explica la dificultad de la crítica, porque la ideología nunca es tan
fuerte como cuando es banal y cotidiana. Con más motivo porque es imposible
discutir los progresos objetivos de la comunicación desde hace cincuenta años ni
excluir la hipótesis de que la rapidez de los intercambios hoy será una oportunidad
para una mejor comprensión mañana.

Para comprender la seducción ocurrida en el tema de la sociedad de la


información hay que distinguir tres planos: los autores de esos discursos; el papel
de la prospectiva; las características propias de ese discurso.

I. ¿Quién habla de la sociedad de la información?

Hay que recordar aquí dos hechos. Ante todo, el discurso sobre la sociedad
de la información no es ni homogéneo ni construido; es más bien una extrapolación
de avances técnicos. Y como éstos progresan sin cesar desde hace veinte años, la
idea misma de sociedad de la información se implanta, por carambola, con la mayor
fuerza. Los avances crecientes, la miniaturización, el descenso de los precios y la
mundialización de los mercados son finalmente los mejores argumentos en favor de
esta ideología. Si nadie sabe muy bien lo que significa sociedad de información, al
menos cada uno puede comprobar que «vamos hacia ella». Si mañana, en el
domicilio o en el trabajo, para el ocio o para la educación, todo el mundo va a

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utilizar los mismos servicios, ¿cómo no ver en ello una verdadera revolución? Es,
pues, esa mezcla de evidencia, de seducción técnica, de ausencia de grandes
discursos, de captación por la juventud y de ignorancia de las desigualdades
sociales y culturales tradicionales, lo que explica el éxito del tema de la sociedad de
la información.

El segundo hecho se refiere a los autores de ese discurso. Tampoco ahí hay
homogeneidad. No puede decirse que exista un cuerpo de doctrina, con un grupo
social y profesional que haga su propaganda a través de folletos, publicaciones,
congresos. No, el fenómeno es más difuso. Es verdad que ciertos libros han
contribuido a popularizar el tema, pero no puede decirse que se trate de una
escuela o de una corriente de pensamiento. Son probablemente las revistas y los
media los mejores amplificadores de un discurso «que camina solo». Tan solo
camina que no tropieza con verdaderos adversarios. El discurso cientifista es hoy
mucho más modesto; el discurso político anda buscando nuevos mañanas que
canten; y el discurso religioso está enzarzado en la dificultad de manejar sus
relaciones con la tradición y la modernidad. Es, pues, finalmente la situación, más
que los autores, lo que explica el favor que merece este tema. El carácter un poco
cabe-todo y desajustado de ese discurso de la sociedad de la información es un
factor favorable. Más que de un discurso, de lo que se trata es además de un listo-
para-pensar. La paradoja radica en que los científicos, si tenemos todo en cuenta,
desempeñan un papel bastante modesto en la creación de ese discurso. Los
científicos de la investigación fundamental (lógicos, matemáticos, especialistas en
informática teórica...) no dicen nada: ni condenan ni aprueban. Desde luego, se
trata para ellos de ciencias aplicadas y de técnicas, de actividades, pues, que no
dependen de su esfera directa de competencia, pero su silencio, por su duración,
puede interpretarse más como asentimiento que como crítica... El medio profesional
de los ingenieros es evidentemente el primer productor y difusor de discursos de
ese tipo. ¿Cómo reprochárselo? De la inteligencia artificial a las redes, a los
diálogos hombres-máquinas, son los autores y los creadores de esta enorme
aventura científico-industrial. Se comprende que popularicen esta historia a través
de publicaciones, entrevistas, libros... Tanto mejor, visto que su triunfalismo es más
bien modesto. Seguramente el discurso es sólido, sin huella de dudas inútiles, pero
acaba con menos arrogancia que hace un siglo, sin duda también porque la
ideología científica y técnica, como el racionalismo, son hoy menos despectivas.

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Están por desarrollar otras tres fuentes de ese discurso sobre la sociedad de
la información y de la comunicación.

Ante todo, el discurso tecnocrático-estatista, que existe desde hace más de


veinte años en Japón y en Europa. Discurso de dominante prospectivista, que
anticipa el curso de la informatización real para justificar los grandes planes de
equipamientos destinados, de hecho, a sostener la industria nacional. El acento se
pone en sectores no comerciales corno la educación, la salud, los transportes, la
lucha contra la contaminación, incluso si la perspectiva es de ir evidentemente en el
sentido de un reforzamiento del sector industrial. El terna de la sociedad de
información da coherencia a planes que dependen más de la lógica de la política
industrial que de la ideología1.

El discurso cultural-modernista sobre la sociedad de información es más


reciente: una decena de años. Se puede simbolizar su nacimiento por el
acontecimiento que representó el éxito del Macintosh. El éxito no pertenece ya a
aquellos que hicieron del ordenador el instrumento de una racionalización tayloriana
de las organizaciones, sino aquellos que han sabido hacer de él el instrumento de
una expresión individual y de una transformación cultural de la empresa. La
referencia a la sociedad de información responde aquí a un objetivo preciso:
«etiquetar» un producto o una estrategia, de modo que se haga comprender
claramente que se inscribe en una perspectiva de ruptura en relación con la «vieja»
sociedad industrial. La marejada Internet muestra que ese discurso se basa en
reportes poderosos y que no se trata ni de una ideología ni de un argumentario
hueco, sino de un verdadero dinamismo de mercadotecnia. A la hora en que la
informática penetra en actividades cada vez más diversas, penetra en él un fuerte
deseo de transformación de las relaciones de intercambio y de trabajo. La
informatización no se reducirá a la penetración de nuevas herramientas en todas
las esferas .de la vida pública y privada, sino, por el contrario, a la emergencia de
una sociedad nueva, que se desvela poco a poco y penetra en las organizaciones.

1
Un ejemplo entre una decena: en Francia, el 2 de octubre de 1996, el comisionado del Plan hizo
público un informe alarmante sobre <<las redes y la sociedad de información». Se trataba en él del
retraso de Francia en ese sector clave. Retraso quería decir que no había más que un 1 % de hogares
franceses que estuvieran conectados a Internet, y que eran necesarias, pues, medidas de urgencia
para aumentar el consumo de comunicación. Está claro el argumento industrial que hay detrás, pero
nunca se plantea la cuestión de saber qué aporta que un. 30 % de hogares franceses estén
conectados a Internet... Lo que se impone es el imperativo categórico de la modernidad (cfr. Le
Monde, 3 octubre 1996).

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En fin, el discurso político sobre la sociedad de la información es el único


que comporta una dimensión ideológica y encuentra, en efecto, su origen en el
trabajo de apelación a la ideología liberal. El éxito político de la ola liberal que ha
marcado los últimos veinte años se mantiene sobre todo en el trabajo teórico
consistente en reformular los conceptos de Estado de derecho y de mercado a la
luz de la cibernética y de la teoría de la información. El pensamiento liberal ha
encontrado ahí una modernidad tal que los temas de la desregulación dominan a
partir de ahora completamente el universo económico. Hasta fecha reciente, no se
trataba todavía de una referencia explícita a la sociedad de información. Hace unos
pocos años se ha franqueado el paso por los neoconservadores americanos, como
Newt Gingrich, que han levantado sus discursos políticos sobre esta lógica central.
El debate público americano ha sido sometido entonces a propuestas del tipo
«Internet o el mercado puro y perfecto», o «el ciberespacio corno extensión de la
lógica democrática», o incluso el tema de «la democracia electrónica» como
complemento «del mercado electrónico». Se puede hablar aquí de propuestas
ideológicas, pero no es seguro que ese discurso encuentre un real eco, justamente
por el hecho de su carácter demasiado sistemático.

Brevemente, el discurso tecnocrático-estatista persigue legitimar los grandes


programas. El discurso cultural-modernista quiere «vender» sistemas interactivos y
multimedia en las organizaciones hasta aquí monoidiomáticas y unidimensionales.
El discurso político quiere relanzar una batalla ideológica con el viejo conflicto
liberalismo-estatismo al fondo.

Pero no se hablaría tanto de sociedad de la información si sólo hubiera esos


discursos. El tema se recupera en otras partes y es esta recuperación la que le
proporciona cierta visibilidad. Tres medios socio-profesionales juegan aquí un papel
importante: los medios académicos, los medios de la comunicación y los medios
europeos.

Los medios académicos no son parte directamente afectada por el discurso


sobre la sociedad de la información. Al contrario, desde hace tiempo se muestran
irritados por el espacio ocupado en los discursos por la información y las
tecnologías de la información. Están un poco molestos al ver cómo esas nuevas
técnicas se presentan fácilmente corno «las hijas mayores de la ciencia». Al tener
una cultura más profunda de la historia de las ciencias, no están dispuestos a ver
tan pronto en esas técnicas avanzadas una ruptura radical. Saben que el

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conocimiento, la investigación y la invención dependen de otros muchos factores


diferentes de aquellos ligados a la informatización. El ordenador se ha convertido
en un útil banal e indispensable, pero la ciencia no la hace él. Y luego el medio
académico, por su cultura y su visión del mundo, tiene un poco más de ironía
respecto a todo lo que surge, y que se califica demasiado inmediatamente de
revolucionario. En fin, ese medio bastante dividido y jerarquizado, ya no se adhiere
con el mismo entusiasmo que en el siglo XIX al cientifismo y al tema del progreso
del conocimiento. Pero esta actitud más reservada no le ha conducido, no obstante,
al desarrollo de una problemática «ciencia, tecnología y sociedad», con la inclusión
de una reflexión sobre las poderosas disciplinas de las matemáticas, la física y la
biología, que habría devuelto la información a su sitio, en resumen modesto. En vez
de favorecer este distanciamiento, benéfico en todos los discursos sobre la
sociedad de la información, la comunidad científica no ha dicho gran cosa. Salvo
que, al recurrir masivamente a esas técnicas, ha legitimado en cierto modo, por
deslizamientos sucesivos, los discursos sobre la «revolución de la información»;
estos discursos, por el contrario, citan sistemáticamente el medio académico como
el primer sector de «la sociedad de la información»... En suma, con su silencio, el
medio académico ha aportado una garantía a los discursos sobre la sociedad de la
información, tanto más cuanto ese silencio viene acompañado de una atracción por
la teoría de los sistemas, las ciencias cognitivas y la teoría de la información...,
terrenos de conocimientos en desarrollo, cercanos al discurso ideológico.

Los medios de la comunicación son una segunda fuente de promesa


ilusoria. La expresión «sociedad de la información» les ha parecido que iba en la
buena dirección, pero la han ensanchado hablando también de comunicación. Al
hablar de sociedad de la información y de la comunicación quieren mostrar que las
tecnologías de la información sólo tienen sentido si se integran en una problemática
de la comunicación, lo que es exacto e implica una relación de fuerza constante -y
muy interesante- entre aquellos que hablan ante todo de información -dejando
abierta la puerta a su utilización- y los que, al contrario, al hablar de comunicación
quieren enseguida socializar el problema.

Los medios europeos arrastran a todos los otros en la ilusión que provoca
este tema. Al principio Europa se puso a hablar de sociedad de la información en el
marco preciso de los discursos tecnocrático-estatistas. En relación con los grandes
industriales europeos, se trataba de hacer de forma que Europa se comprometiera
en grandes programas de investigación-desarrollo y de infraestructura de la

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comunicación, tomando el relevo de las políticas industriales nacionales. Pero este


objetivo ha sido rápidamente superado. Se habla hoy mucho más de sociedad de la
información en Bruselas que en ninguna otra parte del mundo. Esta sociedad se
presenta como el gran desafío de mañana. Incluso si, al retomar tan deprisa ese
discurso de los americanos y los japoneses, se encuentra todavía más legitimado, y
da a éstos la sensación de que tienen razón. Pero el tema tiene, en el discurso
europeo, otra significación. La sociedad de la información hace las veces de excusa
y de esperanza. De excusa primero, por o que la letargia económica y el nivel
alcanzado por el paro ya no serían un asunto de responsabilidad política, sino el
síntoma de una crisis histórica: el paso de una sociedad a otra. Y en segundo lugar
de esperanza, porque la expresión «sociedad de la información» no pone el acento
en una noción de contenido que da todas las oportunidades a viejas naciones de
una rica cultura sin parangón posible: la sociedad de la información como nueva
frontera y desafío a señalar respecto a Estados Unidos y Japón. El drama es que la
recuperación de ese discurso no manifiesta ninguna singularidad europea, sino que
apunta más bien a legitimar ese tema lanzado al otro lado del Atlántico y en Japón;
a afianzar, pues, la idea, de que se trata realmente de la próxima «revolución
mundial». Todos los intereses industriales y económicos ligados a las tecnologías
de la información no han podido soñar mejor legitimación, cuando han visto a las
élites tecnocráticas, carentes de un proyecto político para Europa, recobrar el tema
de la sociedad de la información como el gran horizonte de Europa... Quién habría
dicho, hace veinte años, que los más antiguos países del mundo iban a definir
como su mayor porvenir su adhesión a ese discurso mal ensamblado y que mezcla
preocupaciones económicas, técnicas y vagamente sociales...

¿Por qué hemos diferenciado esos tipos de discursos? Ante todo para
recordar que no hay un cuerpo de doctrina, ni una estrategia de actores o de
discursos, sino una mezcla de lógica y de valores. Después, para subrayar, que
existe, como en otras partes, un margen de maniobra y que nada sería peor que
dar a esos discursos de fuente, género y ambiciones diferentes sobre la «sociedad
de la información» una coherencia ideológica que no poseen. Existe, desde luego,
una ideología técnica ambiente, pero es posible, por un lado, criticada, y por otro
hay que recordar que no es homogénea. Sin duda, el humor es a la larga una
mucho mejor lógica argumentativa que la respuesta demasiado seria a esos
discursos, cuyo carácter serio habría que someter precisamente a prueba...

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Ii. La prospectiva y sus fracasos

Para comprender el interés de un pensamiento crítico sobre la sociedad de


la información, habría un método simple: hacer examen de conciencia, de los
innumerables errores cometidos por la prospectiva. Basta retomar las promesas
hechas desde hace treinta años respecto a todo lo que debía cambiar, en la vida
diaria -el trabajo, la educación, el ocio, para darse cuenta en cada caso de los
límites del discurso prospectivo. Éste es siempre definitivo, preciso y seguro de sí
mismo, incluso si en la mayor parte de los casos se ve invalidado por los hechos.
Una antología de disparates de los trabajos de prospectiva, a lo largo de los treinta
años de su florecimiento, introduciría ya esta relativización necesaria al
conocimiento y ese humor indispensable a la libertad de espíritu... ¿Cuál es el tono
general de esos trabajos de prospectiva? «Todo será mejor, convivencial,
interactivo, sin molestias, libre, mundial, instantáneo, sin jerarquía, libremente
aceptado, desprovisto de toda lógica de poder y de dominio; a la escucha del otro2.
Todo es posible, a condición de apresurarse, porque la fuerza del discurso
prospectivista está en fijar un calendario. Y hay que reaccionar respecto a esta
anticipación «racional» del futuro. Si no se hace rápidamente, mañana será
«demasiado tarde». La prospectiva oscila siempre entre una visión más bien
coherente y tranquilizadora del futuro, y una imagen más bien pesimista del
presente, salvo en lo que respecta a prepararse desde hoy a los cambios...

Mutatis mutandis, las promesas miríficas de la sociedad de la información y


de la comunicación recuerdan curiosamente a los discursos religiosos sobre lo que
sería el mundo por fin cristianizado en los siglos XVII Y XVIII, cuando la Iglesia
estaba en el summum de su poder... El dominio religioso era cosa hecha, como
pasa hoy con el discurso técnico. En la aceleración a la que asistimos desde 1990
lo más sorprendente es sin duda la escasez de documentos serios, oficiales, en los
que se fundan promesas, rumores y estrategias. Aparte los discursos americanos,
ampliamente difundidos desde 1992 por el vicepresidente Al Gore, existen pocos
textos en Europa. Todos se publican después de 1993, a excepción, claro está, del
informe Nora-Minc (1975), el primero que popularizó estos temas en la perspectiva
muy voluntarista y modernizadora inspirada por el presidente Valéry Giscard

2
«Con Internet, se hace patente esta famosa conciencia planetaria tan encomiada por los precursores
como Teilhard de Chardin. En el cibermundo no existe la noción de extranjero... Lo que es grande en
Internet es esta bella palabra: compartir. Compartir informaciones es una larga tradición científica.
Hemos intentado abolir las fronteras...» JeanPierre Luminat, Télérama, número fuera de colección,
«Le délire du multimédia», abril 1996.

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d'Estaing y del que se olvida con facilidad el papel esencial que desempeñó en la
modernización de Francia.

Del informe Bangeman de 1993, Europe and the Global Information Society,
Recommendation to the European Council, muy entusiasta de cara al futuro, se
desprendían diez aplicaciones-piloto, al final muy heterogéneas (teletrabajo, tele-
enseñanza, redes universitarias, teleservicios de PYMES, telegestión de
transportes por carretera y aéreos, redes en el campo de la salud, teleinformación
sobre las peticiones de ofertas, servicios públicos electrónicos, ciudades virtuales).

Jacques Delors, en el informe Crecimiento, competitividad, empleo (CEE,


1994), veía también en la sociedad de la información la gran oportunidad
tecnológica, económica, social y cultural de Europa3. En fin, en Francia el informa
G. Thery de 1994, el padre del Minitel, iba en el mismo sentido, y preveía cinco
millones de hogares conectados en el año 20004.

Prueba del dinamismo de este tema, el grupo G-7 en su reunión del 7 de


febrero de 1995 definió once ambiciosos proyectos-piloto, a realizar por los
diferentes países: inventario global del impacto de la sociedad de la información;
interrogabilidad de las redes de banda ancha; educación y formación
transculturales; bibliotecas electrónicas; museos y galerías de arte electrónicas;
gestión del medio ambiente y de los recursos naturales; gestión de las situaciones
de urgencia; sistemas de salud; redes de datos administrativos; PYME; sistema de
informaciones marítimas. . Lo que sorprende en esos informes, finalmente escasos,
es la certidumbre inquebrantable de sus aseveraciones. Como si no dedujeran
lección alguna de los múltiples fracasos de la prospectiva, que regularmente desde
hace entre veinte y cuarenta años ha previsto mutaciones que jamás se han
realizado. Por ejemplo, el imperativo absoluto del crecimiento cero, propuesto por el
Club de Roma en los años 70 como único medio de salvar el mundo de los
desastres ecológicos, si antes la crisis económica no le sumerge en esta otra
3
J. Delors, Pour entrer dans le XXf siecle, le Livre blanc de la Commision Européenne, Michel
Laffont/Ramsay,1994.
4
G. Thery, Les Autoroutes de l'inforrnation, La Documentation française, 1994. G. Thery ve en las
«autopistas de la información» un «desafío universal». «La revolución del año 2000 será la de la
información para todos. Comparable en extensión técnica a la de los ferrocarriles o la electrificación,
será más profunda en sus efectos porque las redes de telecomunicaciones constituyen de ahora en
adelante el sistema nervioso de nuestras sociedades. Será también mucho más rápida porque las
tecnologías evolucionan más deprisa que hace un siglo (...). Esta revolución, hecha posible por las
rupturas tecnológicas recientes, se caracteriza por la aparición de nuevos conceptos del final de la
penuria de la información. El desarrollo de la digitalización, asociado en especial al de la fibra óptica,
provocará una verdadera ruptura liberadora...» (pág. 11)...

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obsesión: ¿cómo recuperar el crecimiento? ¿Por qué entonces la prospectiva tiene


tanto éxito? Porque se trata de un verdadero ejercicio de metonimia, en el que se
toma la parte por el todo. A partir de algunos elementos de certidumbre, se
extrapola a otra escala diferente. Pero nunca se mencionan las diferencias entre el
número insignificante de certidumbres y el número considerable de incertidumbres.
Y sobre todo, nadie va a comprobar retrospectivamente las alegaciones de la
prospectiva. Lo esencial, con la prospectiva, es tranquilizar en el aquí y ahora de la
producción de los textos. Detrás de sus referencias racionales, su lado serio de
ingeniero y de experto, los ejercicios de prospectiva son las más de las veces
ejercicios de creencia. Sirven para calmar la angustia creada por el futuro. Su
fuerza radica en realidad en suministrar un sentido para el hoy, incluso si todo el
mundo simula hablar del porvenir. Y como cada vez el problema es nuevo -hoy se
refiere al impacto de las nuevas técnicas de comunicación; ayer al tercer mundo o
la crisis del petróleo, el final del comunismo, el hambre, casi no existe la
oportunidad de que se discuta a los que se ocupan del problema. El credo de todo
trabajo de prospectiva es: «Todo comienza hoy; y nos enfrentamos a una ruptura
radical con respecto al pasado. Todo va a cambiar, y el pasado es inútil». y pobre
del que lo ponga en duda. En efecto, a los autores de prospectiva no les gusta que
se critique su trabajo. Han dedicado tanto tiempo a poner orden y dibujar una
perspectiva coherente, con sólo algunos puntos de referencia, que reciben toda
crítica como una puesta en entredicho del conjunto... Y cuanto más serio y científico
es su aspecto, tanto mejor recibidas son sus ideas. La prospectiva es finalmente un
ejercicio de creencia, adornado con los triunfos de la racionalidad. ¿Por qué no?
Pero por qué no decido...

Hay que leer esos trabajos para ver la necesidad angustiosa de dominio del
futuro que los impregna, y la creencia en la capacidad de la técnica para cambiar la
sociedad. Simplemente porque se confunden batallas industriales con relaciones
sociales. Y todo eso acompañado en general de un calendario de medidas urgentes
que hay que tomar, so pena de acumular un retraso inatrapable. La distancia es
siempre considerable entre el carácter inevitablemente aproximado de las
previsiones, y la manera definitiva con la que se concluye el carácter imperativo de
talo cual política que ha de emprenderse. Y sin embargo, si se miraran aunque sólo
fueran los múltiples errores de política industrial en los diferentes países desde
hace treinta años, esto bastaría para que las capacidades de ambición anticipadora
fueran más modestas.

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Encontramos todas esas características en «la sociedad de la información».


Tomando como punto de partida un dominio, casi posible, de las técnicas y de la
veta industrial, se aventura uno luego con menos seguridad hacia la anticipación de
servicio, después hacia una demanda más difícil de evaluar (y, en consecuencia,
del mercado), para acabar con todavía más incertidumbre por una prospectiva de
las diferentes instituciones (salud, educación, urbanismo...) y de su «adaptación» a
la sociedad «moderna». Las evaluaciones más verosímiles se refieren a los juegos
y al ocio, porque los mercados existen. En materia de servicios, es concebible lo
que mejora la vida cotidiana de los ciudadanos apresurados y cansados (relación
con los bancos, los servicios administrativos, el telecomercio, los viajes), pero la
cuestión se complica en lo que corresponde a la salud, la educación, o cuando no
se trata ante todo de información, sino de conocimientos. Respecto al trabajo, o el
teletrabajo, salvo para empleos muy subcalificados -o al contrario, supercalificados-,
las dificultades aparecen mucho más reales que lo que se había realmente
imaginado. Contrariamente a las promesas seductoras, la instalación de ciudades
en el campo parece más complicado de lo que parecía... En cuanto a la educación,
al margen de los CD-Rom y de algunas aplicaciones interactivas, se aprecia
rápidamente una distancia entre las capacidades de diálogo hombre-máquina y el
papel considerable que se quiere hacer desempeñar en relación con cuestiones
mucho más complejas, como el aprendizaje, la síntesis de los conocimientos, la
didáctica, el afán de saber5. En pocas palabras, en cuanto se avanza en cada uno
de esos inmensos territorios se comprueba que todo se vuelve complicadísimo.

El carácter finalmente heterogéneo de las prospectivas se encuentra al nivel


de los experimentos cuya necesidad reconocen todos para evitar la repetición de
ciertos errores del pasado. El grupo G-7 en 1995 decidió, como hemos visto, once
proyectos piloto, y Francia, a una escala más modesta, como consecuencia del
informe Thery, ha retenido igualmente cuarenta (de los cien que fueron presentados
después de una convocatoria de ofertas), la mayor parte financiados con fondos
privados. La realidad es trivial: las incertidumbres son considerables; las dificultades
técnicas cada vez mayores a medida que se avanza; los mercados y la demanda
son difíciles de prever; los costes, ampliamente aleatorios. Pero todo el mundo sabe
que hay que estar presente en ese Lejano Oeste para garantizar el futuro. Entonces
cada actor económico, industrial o técnico, y cada Estado, hace dumping. Todo el
mundo «miente», porque lo importante es ocupar el terreno, en espera de que

5
Cfr. G. Delacóte, Savoir apprendre: les nouvelles méthodes, Odile Jacob, París, 1996.

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como resultado de una experimentación se retrazará un verdadero mercado. El


mercado de las nuevas tecnologías se parece a un gigantesco juego de póquer-
mentiroso. Todo el mundo debe seguir, so pena de distanciarse, pero sin saber a
dónde va, mientras da firmemente la impresión inversa.

En resumen, sigue habiendo muchas incertidumbres y zonas desconocidas,


pero se niegan en nombre de la guerra técnica y económica despiadada a la que se
libran los grandes grupos y los Estados. En realidad, todo el mundo, por razones
diferentes, está embarcado en esta partida. El primero que dice la verdad es
eliminado inmediatamente. Así es como los diferentes grupos multimedia actúan,
haciendo que parezca que saben muy precisamente lo que quieren, cuál es el
calendario, para qué y con qué beneficio...

Iii. La sociedad de la información y su discurso

A) El mundialismo

«Las técnicas de comunicación se adaptan a la escala del mundo tanto


como a la escala del individuo. Por vez primera se reúnen ambas escalas...» Es el
conocido tema de la aldea global, el mundo acabado, vencido por las técnicas de
comunicación, como prefiguración de un mundo dominado por los valores de la
comunicación. No sólo no se percibe el vínculo entre la ideología mundialista y los
intereses de las industrias de la comunicación, sino que, además, la relación
complementaria entre ese tema de la mundialización y la lógica del liberalismo
económico se ignora igualmente. Sin embargo, la aldea global es la mejor garantía
al liberalismo económico, en el sentido de que corresponde al sueño de un mercado
mundial despojado de normas inútiles, principalmente nacionales. El liberalismo
económico encuentra en el mundialismo de las técnicas de comunicación su mejor
justificación ideológica. Y «funciona». Internet condensa de la mejor manera, desde
ese punto de vista, la ideología técnica de un mundo sin fronteras, la ideología
liberal del «free flow» y de la desregulación. Aquello que debería representar la
innovación más radical en materia de comunicación se encuentra, por el contrario,
en el centro de los intereses económicos del momento. La amalgama se realiza
entre la información como valor democrático y la información como valor econó-
mico, el conjunto como fondo de referencia a la «cibercivilización». A causa de esta
ambivalencia fundamental, el tema de la aldea global tiene tanto éxito. Si no hubiera
tal entrelazamiento de intereses, valores y aspiraciones, sería más fácil criticado.

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Además, hablar de mundialización tiene dos ventajas: por un lado, enmascarar el


desequilibrio Norte-Sur y creer que el Sur, al acceder rápidamente a las redes,
encuentra igualmente el medio de un «desarrollo acelerado»; por otro, ofrecer a las
reivindicaciones identitarias, cada vez más numerosas y violentas en el mundo, una
panoplia de servicios y de técnicas susceptibles de ser utilizadas. Cuando más se
ampliasen las condiciones de comunicación, más encontraría un lugar para
expresarse, y asentarse, la reivindicación identitaria.

El problema, sin embargo, es exactamente a la inversa: porque hay cada


vez más comunicación, la cuestión identitaria: se fortalece, y todo el mundo teme
perder su identidad en un flujo generalizado de comunicación. Y la perspectiva
orientada hacia dividir el mundo en cuatro gran des regiones (América, Europa,
Asia del Norte y del Sur) no cambia nada. Desde luego, hablar de «regiones» nos
traslada a un vocabulario más familiar y a referencias que todos tenemos. Pero las
regiones no se harán ni fácil ni rápidamente. Suponiendo que lleguen a constituirse
-lo que a la antigua medida de la historia de Europa ilustra su complejidad-, segui-
rán confrontadas a la violencia de las relaciones de fuerza entre las economías
nacionales, las formas multinacionales y factores paralelos de mundialización de la
economía. En resumen, la mundialización, presentada como la «única» perspectiva
del desarrollo, debería, como todas las demás «certezas» económicas que han
causado tantos daños desde hace un siglo a la historia económica, ser abordada
con más prudencia. Y sobre todo, habría que recordar que cuanto más progresa la
comunicación, más crucial se vuelve la cuestión de la identidad. Además, ciertos
analistas, que perciben el riesgo de una reivindicación identitaria creciente,
proporcional al crecimiento de la comunicación, encuentran la solución en la
promoción de este dúo-milagro: lo global y lo local, o, para retomar una fórmula del
mismo tipo: la mundialización y la individualización. Pero esa gran distancia, factible
en el plano técnico, no lo es ni en el individual ni en el de la sociedad. Lo que se
corre el riesgo de que se produzca como consecuencia de las contradicciones
inmensas entre la lógica de lo global y la de lo local es más bien la explosión y la
fragmentación. Tanto más si se tiene en cuenta que el movimiento de globalización
de la economía no es nuevo, sino que simplemente se acelera desde los años 50.
Por el contrario, lo que es nuevo es la presencia de la comunicación. No sólo no es
seguro que la mundialización de las técnicas de comunicación sea capaz de
manejar la reivindicación de identidad que se produce como reacción a esa
globalización de la economía, sino sobre todo que no debe olvidarse que esa
mundialización de la comunicación tiene un efecto de revelación: hoy se ven

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gracias a ella los daños de esa globalización, es decir, las desigualdades. Siempre
ha habido daños, lo que pasa es que no eran visibles simultáneamente. El
verdadero cambio está ahí: la mundialización de la comunicación hace todavía más
visibles los daños de la globalización económica.

La información y la comunicación no pueden a la vez ser el valor dominante


de la sociedad individualista de masas, de la democracia de masas, y constituir el
sistema de representación de la sociedad mundial de mañana... Es necesario que
aparezcan otras referencias filosóficas, ideológicas, religiosas exteriores a la
información y a la comunicación para que estos dos valores esenciales
desempeñen, por otra parte, su papel. Hay una cierta locura en la idea de creer que
la información y la comunicación serán a la vez los instrumentos y los valores que
se encuentren de nuevo al nivel de la economía, de la sociedad, de los ideales y de
la sociedad mundial...

B) El tiempo suprimido

No sólo las técnicas cortocircuitan la duración de toda comunicación, al


permitir una comunicación instantánea que ayer precisaba tiempo, sino sobre todo,
con el progreso de los satélites y de la fibra óptica, la comunicación a distancia es
tan barata como la comunicación local. No encontramos incluso ya en la diferencia
de precios la huella de la duración y del espacio. La bajada radical de los costes de
comunicación a larga distancia -para la informática ayer, para la imagen hoy, para
las telecomunicaciones mañana- crea un mundo instantáneo; La conquista del
tiempo recobra la idea postmoderna de un tiempo indefinido, sin pasado ni
presente, y que integra permanentemente el pasado y el futuro. Todo se vuelve
sincrónico, presente al espíritu y a la vista. Desde luego con Internet, por poco que
se acepten las diferencias horarias, se puede pasar el día navegando a través de
los husos horarios. Manejar la comunicación a distancia, sin fronteras y sin
duración, suscita una indecible sensación de poder, menos molesta a partir del
momento en que todo parece lúdico. De hecho, el postmodernismo, que es más
una moda que una ideología, tiene el mismo defecto que la comunicación: creer
que se puede salir del tiempo, o llegar a su compresión. Por supuesto toda filosofía
expresa una escala del tiempo y una visión del espacio, pero el trastorno que las
nuevas técnicas provocan en esas dos escalas no basta para crear un modelo de
sociedad. Aquí es donde opera el silogismo de la ideología técnica: ya que toda
filosofía de la existencia comporta una visión del tiempo y del espacio, y que las

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técnicas de comunicación trastornan esas definiciones del tiempo y del espacio, se


llega a la conclusión de que las técnicas de comunicación originan una nueva
filosofía... En realidad, las autopistas de la información encarnan la ilusión de un
tiempo único de la información y, en consecuencia, de un tiempo único para todo: la
ilusión de un tiempo mundial, en oposición a los tiempos históricos locales. El sueño
de un tiempo único es una constante de las utopías y de las seductoras desvia-
ciones de la ideología técnica.

C) Todo cambiará

¿La consecuencia? El mismo ritmo se impone a la técnica y a la sociedad, lo


que obliga al tiempo social a ser un calco del tiempo técnico. Esto conduce a un
desinterés respecto al pasado: «Esto va a cambiar tanto que es inútil conocerlo».
Hay tantas cosas que hacer para prepararse al futuro, que es inútil mirar hacia el
pasado. Esto nos molesta más porque no sería útil. Sí, el pasado ha prescrito. Otra
versión de esta ideología de la comunicación, quizá más angustiosa todavía,
consiste en subvalorar la importancia de los cambios ocurridos, y en sobrevalorar
los que vendrán. «Mañana las mutaciones serán aún más radicales.» Esto crea una
especie de «jadeo» permanente, que es más desestabilizante todavía porque la
mayor parte de la población no ha integrado siquiera los cambios precedentes.
¿Por qué es implacable esta impresión de loca carrera? Porque los trabajos
prospectivos están garantizados por las firmas de los mejores científicos de este
terreno, y porque suponen establecida la hipótesis, jamás planteada, según la cual
la explosión de las innovaciones técnicas engendraría a una velocidad idéntica
cambios en toda la cadena: puesta a punto de las aplicaciones, creación de los
servicios, oferta, nacimiento de los mercados, existencia de una demanda.

Por mucho que se imaginen aplicaciones en medicina, educación,


agricultura, teletrabajo, comercio..., no quiere decir que efectivamente ocurrirán. Ni,
sobre todo, que se harán según las modalidades previstas actualmente, y que
proceden en su mayoría de una lógica de ingenieros. Un ejemplo personal. En 1979
publiqué (con J.-L. Lepigeon) una investigación comparativa sobre la
informatización de la prensa escrita y la llegada (ya...) de nuevos media en Francia,
en Gran Bretaña, en Estados Unidos y en Escandinavia (De la presse écrite aux
nouveaux médias, Documentation francaise, 1979). Según lo escuchado a la mayor
parte de los interlocutores, la informatización de la fabricación, luego la
generalización de las redacciones electrónicas, y por último el acceso más fácil a

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las bases de datos debían «revolucionar» la prensa escrita y la información. Ya en


aquella época habíamos relativizado ampliamente ese idílico discurso. Pero veinte
años después es posible ver, puesto que todos los cambios se han realizado, en
qué esas mutaciones técnicas, sin embargo considerables, no han revolucionado la
concepción de la prensa y de la información. Desde luego, la informatización de
todas las fases de la producción presenta ventajas, pero también inconvenientes
inesperados, principalmente en términos de rigidez. Pero sobre todo la entrada de
la prensa en la «revolución de la información» no ha provocado la revolución
anunciada, a saber «una nueva concepción de la información y del periodismo»...
Hoy, con una omnipresencia de la informática y de todos los medios técnicos más
sofisticados, no parece que la información y la prensa hayan cambiado mucho
desde el punto de vista del contenido y de su papel. Esto demuestra una vez más
que una innovación técnica, por fuerte que sea, no lleva consigo, mecánicamente,
una transformación profunda del contenido de las actividades. No sólo el tiempo
técnico no es el tiempo social, sino sobre todo el cambio técnico genera problemas
nuevos, inesperados, que no estaban presentes en los famosos discursos de
prospectiva... Todos estos fracasos deberían hacer reflexionar, pero nada se ha
hecho. Por ejemplo, la sociedad de la información, que debía estar ya aquí en los
años 90, y que evidentemente no ha acudido a la cita, en lugar de provocar una
reflexión crítica se anuncia simplemente para pasado mañana. Más que
comprender que las sociedades no evolucionan al ritmo de las innovaciones
técnicas, se habla de «resistencia al cambio» y de miedo al futuro. Todo salvo
poner en duda la racionalidad sintética tranquilizadora, pero falsa, de la prospectiva.
Todo salvo poner en duda esta urgencia del tiempo y esta confusión entre tiempo
técnico y tiempo social.

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