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DOMINUM ET VIVIFICANTEM - SOBRE EL ESPÍRITU SANTO

EN LA VIDA DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO

Por desgracia, a través de la historia de la salvación resulta que la cercanía y presencia de Dios en el
hombre y en el mundo, aquella admirable condescendencia del Espíritu, encuentra resistencia y oposición en
nuestra realidad humana. Desde este punto de vista son muy elocuentes las palabras proféticas del anciano
Simeón que « movido por el Espíritu, vino al Templo de Jerusalén para anunciar ante el recién nacido de Belén
que éste « está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ». 232 La
oposición a Dios, que es Espíritu invisible, nace ya en cierto modo en el terreno de la diversidad radical del
mundo respecto a él, esto es, de su « visibilidad » y « materialidad » con relación a él, Espíritu « invisible » y «
absoluto »; nace de su esencial e inevitable imperfección respecto a él, ser perfectísimo. Pero la oposición se
convierte en drama y rebelión en el terreno ético, por aquel pecado que toma posesión del corazón
humano, en el que « la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne
».233 Como ya hemos dicho, el Espíritu debe « convencer al mundo » en lo referente a este pecado.

San Pablo es quien de manera particular mente elocuente describe la tensión y la lucha que turba el
corazón humano. Leemos en la Carta a los Gálatas: « Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis
satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu
contrarias a la carne, como son entre si antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais ». Ya en el
hombre en cuanto ser compuesto, espiritual y corporal, existe una cierta tensión, tiene lugar una cierta lucha
entre el « espíritu » y la « carne ». Pero esta lucha pertenece de hecho a la herencia del pecado, del que es
una consecuencia y, a la: vez, una confirmación. Forma parte de la experiencia cotidiana. Como escribe el
Apóstol: « Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje ... embriaguez,
orgías y cosas semejantes ». Son los pecados que se podrían llamar « carnales ». Pero el Apóstol añade
también otros: « odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, envidias ».Todo esto son « las obras de la
carne ». Pero a estas obras, que son indudablemente malas, Pablo contrapone « el fruto del Espíritu »: «
amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí ».Por el contexto
parece claro que para el Apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual
constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal; sino que trata de las obras, —mejor dicho, de
las disposiciones estables— virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el
primer caso) o bien de resistencia (en el segundo) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello, el Apóstol
escribe: « Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu ». Y en otros pasajes dice: « Los que
viven según la carne, desean lo carnal; más los que viven según el Espíritu, lo espiritual »; « mas nosotros no
estamos en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros ». La contraposición que
San Pablo establece entre la vida « según el espíritu » y la vida « según la carne », genera una contraposición
ulterior: la de la « vida » y la « muerte ». « Las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y
paz »; de aquí su exhortación: « Si vivis según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras
del cuerpo, viviréis ».

Por lo cual ésta es una exhortación a vivir en la verdad, esto es, según los imperativos de la recta
conciencia y, al mismo tiempo, es una profesión de fe en el Espíritu de la verdad, que da la vida. En efecto, «
Aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia »; « Así que ...
no somos deudores de la carne para vivir según la carne »; somos mas bien, deudores de Cristo, que en el
misterio pascual ha realizado nuestra justificación consiguiéndonos el Espíritu Santo: « ¡Hemos sido bien
comprados! ». En los textos de San Pablo se superponen —y se compenetran recíprocamente— la dimensión
ontológica (la carne y el espíritu), la ética (el bien y el mal) y la pneumatológica (la acción del Espíritu Santo en
el orden de la gracia). Sus palabras (especialmente en las Cartas a los Romanos y a los Gálatas) nos permiten
conocer y sentir vivamente la fuerza de aquella tensión y lucha que tiene lugar en el hombre entre la apertura
a la acción del Espíritu Santo, y la resistencia y oposición a él, a su don salvífico. Los términos o polos
contrapuestos son, por parte del hombre, su limitación y pecaminosidad, puntos neurálgicos de su realidad
psicológica y ética; y, por parte de Dios, el misterio del don, aquella incesante donación de la vida divina por el
Espíritu Santo. ¿De quien será la victoria? De quien haya sabido acoger el don. SS. Juan Pablo II

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