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Tema 18:

David Brading:

El precio de una corona debilitada fue la guerra civil, la invasión extranjera y la partición del patrimonio dinástico,
porque la muerte, largamente esperada, de Carlos II en 1700 provocó una guerra general europea, cuyo premio
principal era la sucesión al trono de España.

La subida al trono de Fernando VI marcó el abandono de la ambición dinástica en favor de una política de paz en el
exterior y de atrincheramiento interior.

El fin del período del «asiento» inglés en 1748 seguido de un tratado de límites con Portugal, que estableció las
fronteras entre los virreinatos de Perú y Brasil, eliminó fuentes potenciales de fricciones internacionales. Con la
llegada de Carlos III dispuso España, por fin, de un monarca comprometido activamente con un completo programa
de reformas. Aunque las ambiciones y la personalidad de los monarcas borbónicos influyeron sin duda en las
directrices de la política, era, sin embargo, la élite ministerial la que introdujo lo equivalente a una revolución
administrativa. Pero aún no podemos caracterizar, de forma definida, a esta élite administrativa. Aunque algunos
aristócratas seguían alcanzando altos cargos, la mayoría de los ministros eran gente principal venida a menos o del
común.

El estado absolutista fue el instrumento esencial de la reforma. Como consecuencia de ello, resultaban
profundamente sospechosos los intereses provinciales o los privilegios corporativos. Si bien con el nuevo énfasis en
la autoridad real la aristocracia fue simplemente excluida de los consejos de Estado, por contra, se atacó
severamente a la Iglesia. La tradición regalista del derecho canónico, con su insistencia en los derechos de la iglesia
nacional frente a las demandas de la monarquía papal y su afirmación del papel eclesiástico del rey como vicario de
Cristo, obtuvo una señalada victoria en el concordato de 1753, en el que el papado cedía a la corona el derecho de
nombramiento de todos los beneficios clericales de España. Sin embargo, la principal preocupación de la élite
administrativa era el gran problema del progreso económico.

¿Cómo iba España a recobrar su antigua prosperidad? Se impuso como respuesta preferida la promoción de la
ciencia y el conocimiento pragmático. El gobierno llevó a cabo un censo nacional que compilaba un amplio cuerpo
de estadísticas relacionadas con todos los aspectos de la vida económica. Y, del mismo modo que en el siglo XVII
Francia e Inglaterra, enfrentadas a la hegemonía comercial de Holanda, habían utilizado medidas proteccionistas
para defender y promover su navegación, industria y comercio, ahora los ministros de la dinastía borbónica en
España intentaron conscientemente aplicar el mismo tipo de medidas para librar a la península de su dependencia
de las manufacturas del norte de Europa. El fracaso del gobierno tanto al intentar cambiar los métodos de
producción agrícola, como al desarrollar la industria manufacturera se ha convertido en objeto de vivos debates.

El gran logro de la nueva dinastía fue la creación de un estado absolutista, burocrático, abocado al principio del
engrandecimiento territorial. El renacimiento de la autoridad y de los recursos de la monarquía fue precursor,
claramente, del despertar de la economía. A la cabeza del nuevo régimen estaban los ministros, los secretarios de
Estado, Hacienda, Justicia, Guerra, Armada e Indias, que reemplazaron a los antiguos consejos de los Austria como
la principal fuente de la acción ejecutiva. A nivel provincial el intendente era la figura clave, el símbolo del orden
nuevo. Empleados al principio con fines específicos, fue en 1749 cuando estos funcionarios fueron nombrados en
toda España, encargándoseles la responsabilidad de recolectar los impuestos, dirigir el ejército, la promoción de
obras públicas y el fomento general de la economía. Aunque la formación, expansión y mantenimiento de un
ejército y una armada permanentes eran objeto de atención prioritaria para el estado borbónico, aún se dispone de
una cantidad notablemente escasa de información acerca de la organización y operatividad de estas fuerzas.

La revolución en el gobierno:

 La preocupación por el Viejo Mundo había conducido a un notable deterioro del poder imperial en
América.
 Durante las primeras décadas del siglo XVIII España no hizo más que rechazar incursiones extranjeras en
su territorio y consolidar su posesión sobre fronteras amenazadas. No es menos importante el hecho de
que, en cada provincia del imperio, la administración había llegado a estar en manos de un pequeño
aparato de poder colonial, compuesto por la élite criolla, unos pocos funcionarios de la península con
muchos años de servicio y los grandes mercaderes dedicados a la importación. Prevalecía los niveles de la
administración. El poder de la corona para drenar los recursos de la sociedad estaba limitado por la
ausencia de sanciones efectivas. Si la nueva dinastía quería obtener beneficio de sus vastas posesiones de
ultramar, tendría primero que volver a controlar la administración colonial y crear entonces nuevas
instituciones de gobierno. Sólo entonces podría introducir las reformas económicas.

El primer paso de este programa fue la provisión de una fuerza militar adecuada, como salvaguarda contra ataques
extranjeros y levantamientos internos. La caída de La Habana y Manila en 1761 y la virtual eliminación del poder
francés en tierra firme marcó la magnitud de la amenaza exterior. Este interés en la fuerza militar produjo frutos
sustanciosos. En 1776 una expedición de 8.500 hombres atravesó el Río de la Plata, recobró Sacramento por
tercera y última vez y expulsó a los portugueses de toda la Provincia Oriental, victoria ratificada por el tratado de
San Ildefonso.

Poco después, durante la guerra de independencia americana, otro destacamento invadió Pensacola, la franja
costera que estaba unida a Luisiana, y esta iniciativa llevó a la subsiguiente cesión inglesa de aquel territorio junto
con Florida. En esta decisión de afianzar las fronteras de su imperio americano desplegó la monarquía borbónica,
por fin, una operación expansionista propia de una verdadera potencia colonial. Junto al reclutamiento de
regimientos coloniales mantenidos permanentemente en pie, encontramos la organización de numerosas unidades
de milicia. La monarquía reivindicó su poder sobre la Iglesia de forma dramática cuando, en 1767, Carlos III siguió el
ejemplo de Portugal y decretó la expulsión de todos los jesuitas de sus dominios. Después, en 1771, se convocaron
concilios eclesiásticos provinciales en Lima y México con la finalidad tanto de estrechar la disciplina clerical, como
de enfatizar la autoridad real sobre la Iglesia.

Pero, aunque se proyectaron cierto número de reformas, no resultó mucho de esta actividad regalista. De mayor
alcance y eficacia fue la reforma radical de la administración civil. En 1776 se estableció un nuevo virreinato con
capital en Buenos Aires. El resultado fue un cambio trascendental del equilibrio geopolítico del continente, puesto
que Lima, que ya había visto roto su monopolio impresionante. Pero el precio fue la enajenación de la élite criolla.
En ningún lugar fue más evidente el impacto de las nuevas tendencias de la administración que en el cambio de
composición de las audiencias, los altos tribunales de justicia, cuyos jueces aconsejaban a los virreyes en todas las
cuestiones importantes de estado.

En1776-1777 se decidió a ampliar el número de miembros de la mayoría de las audiencias y después, mediante una
verdadera política de traslados, promociones y retiros, a acabar con el predominio criollo. Junto con esta
renovación del control peninsular, se registró una renovada insistencia en la promoción entre las audiencias y
dentro de ellas, sistema que se había visto interrumpido por la venta de cargos. De nuevo fue norma para los jueces
el empezar como alcaldes del crimen o como oidores en tribunales menores, como Guadalajara o Santiago, y
trasladarse después a las cortes virreinales de Lima o México. Pieza central de la revolución en el gobierno fue la
introducción de los intendentes, funcionarios que encarnaban todas las ambiciones intervencionistas y ejecutivas
del estado borbónico.

El momento clave de la reforma llegó en la década de 1780 y comenzó en 1782 con el nombramiento de 8
intendentes en el virreinato de La Plata, seguido, dos años más tarde, por otros 8 en Perú y coronándose con el
establecimiento en 1786 de 12 intendencias en Nueva España. Además, se asignaron 5 de estos funcionarios a
Centroamérica, 3 a Cuba, 2 a Chile y 1 a Caracas, mientras que quedaban fuera Nueva Granada y Quito. Los
intendentes, reclutados entre militares y oficiales de Hacienda, y peninsulares en su inmensa mayoría, lograron un
moderado éxito, sin llegar a alcanzar las expectativas de los reformadores en ningún sentido, ya que la introducción
de un rango de gobernadores provinciales no corrigió las deficiencias del gobierno local. En las capitales de Lima,
Buenos Aires y México, Gálvez instaló «superintendentes subdelegados de Real Hacienda», funcionarios que
relevaron a los virreyes de toda responsabilidad en cuestiones de Hacienda. Además, se estableció una Junta
Central de Hacienda para supervisar la actividad de los intendentes y para revisar cualquier cuestión que surgiera
en la recaudación de las rentas. Si los intendentes habían resultado ser menos efectivos de lo que se esperaba fue
en parte porque el sistema de rentas se había reformado ampliamente antes de su llegada. Las innovaciones clave
fueron el nombramiento de una burocracia fiscal asalariada y el establecimiento de nuevos monopolios de la
corona.

La expansión del comercio colonial: El renacimiento de la economía colonial, tanto como el de la peninsular,
derivaba de la aplicación de medidas mercantilistas. Más que nada, Campillo consideraba a las colonias como un
gran mercado sin explotar para la industria española: su población, especialmente los indios, era el tesoro de la
monarquía. Pero, para aumentar la demanda colonial de manufacturas españolas, era necesario incorporar a los
indígenas a la sociedad, eliminando los dañinos monopolios y reformando el vigente sistema de gobierno.

España quería obtener beneficios de sus posesiones americanas, primero era necesario desbancar a las
manufacturas extranjeras y al contrabando de su papel preeminente en el comercio atlántico, y después desalojar a
la alianza mercantil de su posición dominante en las colonias. La Guerra de los Nueve Años supuso un cambio en el
desarrollo del comercio colonial. La destrucción de Portobelo llevada a cabo por Vernon acabó con las posibles
esperanzas de hacer revivir la flota de Tierra Firme.

Tan importante como esto fue que se abriera la ruta del cabo de Hornos y se permitiera a más barcos desembarcar
en Buenos Aires. Con la fuerte caída de los precios, el comercio europeo con todo el virreinato peruano creció,
incorporándose Chile y la zona del Río de la Plata al comercio directo con España. En 1765 a las islas del Caribe se
les dio vía libre para comerciar con los nueve puertos principales de la península. Al mismo tiempo de contribución
de la industria española a las exportaciones coloniales era ridícula. En cuanto al volumen, la producción peninsular
representaba el 45 por 100 de los cargamentos que se embarcaban hacia América, pero consistía, esencialmente,
en vino, aceite, aguardiente y otros productos agrícolas. Al otro lado del Atlántico, el énfasis puesto en el
crecimiento dirigido a la exportación parece menos necesitado de revisión. Sin embargo, no se puede dudar de que
en el siglo XVIII se registra una notable expansión del comercio trasatlántico con Europa.

Mientras que la península sólo recogía un modesto beneficio de la recuperación del comercio atlántico, muchas
colonias americanas estaban naciendo de nuevo. Hacia el siglo XVIII el equilibrio regional de la actividad comercial
se había desviado desde las zonas nucleares de las culturas mesoamericanas y andinas hacia áreas fronterizas que
habían sido habitadas antes por tribus nómadas, o hacia las costas tropicales y las islas del Caribe y del Pacífico. Las
regiones que registraron un rápido crecimiento de población y de producción fueron las pampas del Río de la Plata,
las zonas de haciendas del centro de Chile, los valles cercanos a Caracas, las plantaciones de Cuba, y las minas y
haciendas de México, al norte del río Lerma. La fuerza de trabajo la formaban trabajadores asalariados libres
reclutados en las «castas» o en la comunidad criolla o, alternativamente, esclavos importados de África.

Los estadistas borbónicos se apresuraron a recibir la expansión del comercio atlántico tras el «comercio libre»
como la consecuencia de las medidas de la corona, la burocracia aquí, como en otros sitios, simplemente sacó
provecho del esfuerzo y la ingenuidad de otros hombres. El agente decisivo que había detrás del crecimiento de la
época borbónica era una élite empresarial compuesta por comerciantes, plantadores y mineros. Estos hombres
adoptaron prontamente nueva tecnología donde se demostró conveniente y no dudaron en invertir grandes sumas
de capital en empresas que, a veces, necesitaron años para rendir beneficios.

La obra maestra de la era borbónica fue, sin duda, la industria de la minería de plata mexicana. Ya en la década de
1690 fue superada la depresión de mediados del siglo XVII a medida que la acuñación alcanzaba su cota anterior de
más de 5 millones de pesos. Después la producción creció uniformemente hasta llegar a 24 millones de pesos hacia
1798, habiéndose registrado el aumento más rápido en la década de 1770 debido a los nuevos descubrimientos y a
los incentivos fiscales. El hecho de que los incentivos gubernamentales no eran suficientes para reactivar una
industria enferma lo demuestra el ejemplo de Perú, porque en las tierras altas andinas el resurgir de la minería fue
lento y limitado. Hasta la disociación y un tribunal de minería, pero ciertos elementos claves no llegaron a
materializarse. La incapacidad de la administración de Huancavelica para ampliar la producción impuso severos
límites a la cantidad de mercurio que llegaba a la industria andina. Al mismo tiempo, la mayoría de las minas
siguieron siendo pequeñas, y empleaban sólo un puñado de trabajadores, a lo que se añade que la industria andina
se quedó atrás respecto a su rival del norte en cuanto a la aplicación de la tecnología disponible. Los grandes
comerciantes de Lima habían perdido su posición predominante en el comercio sudamericano y carecían de los
recursos necesarios para emular a sus equivalentes de México.
Todas las evidencias afirman la existencia de un vigoroso círculo de intercambios que, en su extremo más bajo,
consistían en relaciones basadas en el trueque dentro de los pueblos o entre ellos; al nivel medio, se centraban en
la demanda urbana de alimentos; y en sus líneas más rentables incluían la distribución interregional y a larga
distancia de manufacturas, ganado y cosechas tropicales. Lo que han reconocido sin lugar a dudas las recientes
investigaciones es que la clave de este crecimiento económico y esta prosperidad fue el aumento de la población.
El siglo XVIII experimentó una significativa, aunque limitada y desigual, recuperación de la población india en
Mesoamérica y, en menor medida, en las tierras altas andinas, junto con un crecimiento explosivo de la población
hispanoamericana, criollos y castas, en todo el hemisferio, especialmente en zonas antes consideradas periféricas
como Venezuela, Nueva Granada, Chile, Argentina y México, al norte del río Lerma.

En tanto que la expansión de la economía de exportación hizo crecer la población urbana impuso también el cultivo
intensivo de alimentos básicos. Al mismo tiempo, el sector doméstico mantenía su propio ritmo de producción con
precios que fluctuaban según las variaciones estacionales y anuales de la oferta, lo que, a corto plazo, al menos,
tuvo poca relación con cualquier cambio de la economía internacional. La tendencia de las haciendas era a
depender de un pequeño núcleo de peones residentes y contratar trabajo estacional de los pueblos vecinos o de
los mismos aparceros de la propiedad. El desarrollo del latifundio fue acompañado, de esta forma, por la aparición
de un nuevo campesinado compuesto de mestizos, mulatos, españoles pobres e indios aculturados. Junto con este
diverso esquema de producción en el campo, había una cantidad considerable de actividad industrial, tanto rural
como urbana.

Tandeter, Enrique:

La minería Hispanoamericana se estudió durante mucho tiempo a partir de la evolución de los envíos oficiales de
metales preciosos a la Península Ibérica. Resultaba así una cronología cíclica con fases expansivas en los siglos XVI y
XVIII, separadas por una depresión durante el XVII. Como resultado, el siglo XVII se presenta con períodos de alza
de envíos de metales de América a Europa. De este modo, se diluye en parte el contraste con el siglo XVIII.

Nueva España tuvo durante la colonia un patrón de producción mineral regionalmente disperso. El centro más
importante fue a lo largo del siglo XVII, Zacatecas. Sin embargo, su peso relativo osciló sólo entre el 22 y el 40% del
total de la producción. Doblemente distinta era la situación de la región andina. Por un lado, el papel protagónico
le cupo al Cerro Rico del Potosí, desde su descubrimiento y puesta en explotación en 1545. Si hasta 1600 fue
responsable de casi la totalidad de la plata registrada, durante todo el siglo XVII lo será de más del 68% de lo
producido del conjunto del virreinato del Perú. La segunda razón del contraste con la Nueva España radica en que
para la minería andina el siglo XVII fue, efectivamente, un período de baja producción.

Potosí había alcanzado su nivel máximo hacia finales del siglo XVI, y durante todo el siglo siguiente disminuyó lenta
pero ininterrumpidamente. Sin embargo, para el conjunto de la región, la baja producción se hace evidente sólo
desde la década de 1640. Esto se debe a que en la primera mitad del siglo se registra la puesta en explotación de
Oruro, el segundo de los centros mineros altoperuanos, cuyo nivel de producción sólo empezará a descender
precisamente hacia esa fecha.

Así, mientras que para Nueva España el siglo XVII fue de crecimiento minero, aunque a una tasa menos que la de
las décadas de puesta en explotación en el primer siglo de la conquista, el mismo período marcó para el área
andina una clara caída. Pero durante el Siglo XVIII la producción, tanto de Nueva España como del Perú, marcará
una cierta tendencia global al crecimiento. A largo plazo, Nueva España, a diferencia de la región andina, se
caracteriza por no haber sufrido ninguna contracción prolongada de la minería durante el período colonial.

Si bien durante el siglo XVIII la producción de plata Novohispana se multiplicó por cinco, debemos subrayar que el
crecimiento fue discontinuo, con alzas abruptas, períodos de estancamientos y aun de bajas. El crecimiento no se
debe, exclusivamente (gracias a nuevos estudios) a las políticas implementadas por los Borbones, ya que las tasas
más altas de crecimiento se dan un par de décadas anteriores a las reformas.

Es muy probable que también en Potosí la nueva inflexión al alza de la producción minera date de los comienzos de
siglo. Sin embargo, aquí los datos oficiales de las cantidades de plata registrada no indican este cambio hasta la
década de 1730. La discrepancia se explicaría por la notable importancia que tuvo el contrabando en el
relanzamiento de la producción potosina. Este fenómeno se vinculó con la activa presencia mercantil francesa en la
costa del océano Pacífico durante el primer cuarto del siglo. Sus navíos aprovecharon la particular situación que se
presentaba en la escena de los enfrentamientos Inter imperiales durante e inmediatamente después de la guerra
de sucesión española, cuando la presencia de la dinastía borbónica en los tronos de ambos lados de los pirineos
pudo hacer pensar a los súbditos franceses que ellos tendrían un acceso privilegiado a las posesiones españolas. Si
bien esta idea pronto reveló su condición ilusoria, la indefinición que prevaleció hasta cerca de 1725 fue suficiente
para permitir una invasión pacífica de enormes consecuencias, que facilitó la revitalización de aletargado Cerro
Rico. En Oruro, el otro centro peruano de importancia, el alza de crecimiento se manifestará también desde los
comienzos mismos del siglo.

El comienzo de una tendencia alcista de la producción de plata hispanoamericana durante las primeras décadas del
siglo XVIII remite a un doble proceso que, desde finales del siglo XVII, afectaba a la economía europea. Por un lado,
los precios expresados en plata se hundieron hacia 1660, pasaron por un primer mínimo en el trascurso de los años
1680 y un segundo hacia 1720-21. Esta época de aumento del poder adquisitivo de los metales preciosos implicó
un fuerte incentivo para extender su búsqueda e intensificar la producción en las áreas de dependencia colonial
europea.

La positiva respuesta hispanoamericana, tanto en México como en el Perú, desencadenó un proceso de expansión
que, a la vez, implicó un reordenamiento de las jerarquías relativas de los centros productores de cada región.
Zacatecas había sido hasta entonces el principal de los centros novohispanos, pero durante el siglo XVIII será
superado por Guanajuato. En la región andina, Potosí, el mayor de todos los centros mineros hispanoamericanos,
que en el conjunto del período colonial produjo más plata que Zacatecas y Guanajuato juntos, exhibió durante el
siglo XVIII un alza prolongada. Sin embargo, ésta apenas le permitió recuperar hacia finales del siglo un nivel
equivalente al 50% de la cota máxima que había alcanzado 200 años antes. En el resto del Alto Perú, sólo puede
mencionarse con algún peso cuantitativo Oruro.

Empresario, trabajadores y estado colonial: La curva secular de la minería en novohispana registra una caída
general debida a la escasez de alimentos y de la fuerza provocada causada por hambrunas y epidemias, así como
una coyuntura de crisis por falta de mercurio, originada por las guerras europeas entre 1799-1801.

En su obra fundamental sobre México borbónico, Brading que las bonanzas (siglo XVIII) correspondieron a ciclos de
descubrimiento, abandono y renovación de las mismas. La explotación inicial de los yacimientos coloniales se
realizó sin ningún orden particular. Cada Empresa siguió la dirección inicial de las vetas, con muy escasas
preocupaciones por los derechos eventuales de los demás mineros. A medida que se profundizaban las galerías el
trabajo se hacía más costoso, o aún se podía ver totalmente imposibilitado por la falta de ventilación o la
inundación de las minas con napas interiores.

La solución para el conjunto de estos problemas consistía en la construcción de socavones que en sí mismo no eran
túneles mineros, sino que facilitaban el acceso, la ventilación y el desagüe de las mismas. La construcción de estas
obras muertas planteaba una gama de desafíos. Uno era el diseño adecuado, que asegurara que la obra proyectada
cumpliera con los objetivos propuestos. La tecnología disponible no siempre resultó apropiada, como tampoco lo
fue la que aportaron los técnicos europeos enviados por la Corona a finales de siglo. El segundo era la disposición
del capital necesario para afrontar una obra de cifras enormes.

El último aspecto que se debe considerar en cuanto a los socavones es el de los derechos de propiedad y usufructo.
En efecto, una excavación podía permitir la reactivación de una mina abandonada o mejorar la capacidad
productiva de otra anegada o de muy difícil acceso. Así, se planteaba de modo conflictivo la participación que
tendría el dueño del socavón en los beneficios eventuales de esas labores. A este conjunto de problemas se les
dieron las mejores soluciones en Nueva España. Allí, los ciclos que se sucedieron durante el siglo XVIII tuvieron
como resultado el crecimiento de grandes Empresas. La verdadera concentración de la propiedad y la
generalización de la formación de compañías sólo será visible hacia finales de la década de 1760, en consonancia
con el nuevo ciclo expansivo de la minería regional. Esta se vincula, sin duda, con la nueva fase que abre en el
Virreinato de Nueva España la visita de José de Gálvez, entre 1765 y 1771, como parte del proceso general de
reformas borbónicas. El primer aspecto fue el aumento del control que los empresarios ejercían sobre los
trabajadores y, en particular, la reducción de la remuneración laboral, lo que implicaba tanto la disminución de los
salarios como la eliminación de los “partidos”. Esta última práctica, consistente en autorizar a los mineros más
cualificados a extraer una cantidad de mineral para sí mismo, más allá de la cuota debida al empresario, era muy
antigua y estaba presente en la mayoría de los centros mineros novohispanos. Los trabajadores formularon sus
reclamos por escrito y a finales de julio de 1766 iniciaron lo que ha sido llamada la primera huelga de la historia de
México, con violentos enfrentamientos incluidos.

Las políticas reformistas incluyeron la rebaja del precio de la pólvora y la organización de una oferta más eficaz, que
estimularon su uso a la minería. El abasto regular y más barato del mercurio extendió la proporción de mineral
refinado por amalgama respecto de la del mineral de fundición.

El reformismo borbónico tuvo otras consecuencias indirectas de gran importancia para la minería mexicana: La
liberalización del comercio con la Península Ibérica. Cambio en las prácticas mercantiles internas de la Nueva
España (redujeron el margen de ganancia de los grandes mercaderes que dominaban el tráfico de importación.

Los comerciantes habían preferido siempre relacionarse con la minería mediante el mecanismo de “avío”, por la
cual financiaban a corto plazo las actividades de los productores. Pero el descenso de la rentabilidad mercantil
unido a las nuevas condiciones que las exenciones impositivas creaban en la minería los convenció de la
conveniencia de invertir en obras de renovación de minas. El camino del crecimiento de la producción en la minería
mexicana del siglo XVIII pasó, entonces, por grandes y arriesgadas inversiones en “obras muertas”, es decir, en la
construcción necesaria para acceder a las minas y desagotarlas. La iniciativa y capacidad empresariales fueron, por
tanto, cruciales en el proceso secular novohispano. Desde la década de 1770, la política borbónica se agrega como
factor explicativo del crecimiento de la industria.

La Empresa mayor que distinguirá al Cerro Pasco del resto de la minería bajo peruana será el socavón acordado en
1780 entre los 50 mineros más importantes del lugar. El Cerro de Pasco fue también el primer lugar en el que se
experimentó, hacia 1820, el desagüe de labores mediante el uso de máquinas de vapor importadas, intento que se
vio frustrado de extenderse por los avatares de la guerra de la independencia.

Muy diferente fue la evolución de Potosí. Su producción no muestra durante el siglo XVIII, los picos dramáticos tan
característicos de México, sino un alza moderada y continua desde, al menos, la década de 1730. La calve de la
supervivencia y la expansión de Potosí reside en la mita, la migración forzada anual con el que el Cerro Rico y sus
ingenios habían sido dotados por el virrey Toledo en la década de 1570 y que se mantendrían hasta finales del
período colonial, a pesar de los numerosos proyectos para eliminarla. La modificación mayor fue el reemplazo del
criterio de remuneración por día de trabajo, por el de las “cuotas” de mineral producido. De esta manera, el
trabajador forzado no sólo era burlado en el pago de su jornal, sino que, de hecho, era obligado a trabajar más allá
de su semana de “tanda”, anulando los períodos de descanso. De allí que hayamos afirmado que la relación de
producción dominante en Potosí haya sido la renta mitaya. Lo que se observa en Potosí, además, es la continuidad
de familias propietarias y la alta rotación de arrendatarios aventureros, que probaban suerte al frente de los
ingenios.

Sin embargo, la renta mitaya no sólo impuso límites a la inversión productiva, sino que también acotó las
posibilidades del reformismo borbónico en Potosí. El programa reformista adquirió gran complejidad recién hacia
1790. El estado comenzaba a ocuparse tardíamente de las riesgosas y costosas “obras muertas”, que en Nueva
España corrían a mano de inversores privados.

Russell Wood:

Tres siglos después del descubrimiento del Brasil, la corte portuguesa estuvo obsesionada en descubrir oro en la
parte asignada a los portugueses por el Tratado de Tordesillas. Hacia el año 1720, cuando Minas Gerais fue
declarada capitanía independiente, ya no existía un lugar que no haya sido explorado con éxitos. Estos hallazgos de
oro dieron lugar a dos resultados tan imprevistos como desconcertantes para la corona. El primero fue que la
corona recibió numerosas peticiones de ayuda financiera, concesión de título honoríficos, permiso para utilizar la
mano de obra amerindia, suministro de equipo minero entre otras. De igual manera, la corona tenía dificultades
para valorar la validez de las demandas. El segundo resultado fue que la esperanza de obtener favores reales
condujo a los descubridores de que cualquier cosa que se pareciese a piedras o metales semipreciosos, enviarlos a
los tasadores coloniales. Estos tasadores enviaban las muestras a la casa de la Moneda de Lisboa para obtener una
evaluación experta. La mayor parte de ellas resultaba no tener ningún valor. El aspecto positivo fue que el
descubrimiento de oro condujo a un cuidadoso estudio de las viejas rutas que llevaban al interior que databan del
siglo XVI, y se intensificaron las exploraciones, lo que facilitó el descubrimiento de otros recursos minerales
distintos del oro como por ejemplo el plomo, hierro, cobre, mercurio, esmeril y diamantes. El descubrimiento del
oro repercutió en la economía de Brasil y su metrópoli. Su preocupación, recaía en las posibles invasiones de otras
naciones europeas en la América portuguesa en busca de fortuna. Se prohibió por un tiempo la actividad minera
por una posible invasión extranjera, pero esta orden real, o no llegó nunca, o no hicieron caso, ya que la producción
creciente de oro iba aumentando.

La interrupción de la red de abastecimientos y demandas no se reducía a las mercancías producidas en Brasil y los
incrementos de precios no se limitaban a los artículos de lujo, sino a elementos básicos tan importantes como la
sal. El resultado fue que muchos pobladores de los enclaves costeros se trasladaron a las zonas mineras. La corona
dispuso medidas para proteger la agricultura, como por ejemplo la prohibición de la comunicación o transporte de
ganado o productos alimentario de Bahía hacia las minas de Sao Paulo.

La administración: A principios del siglo XVIII, la corona de Portugal introdujo una serie de medidas administrativas
con la intención de contener la anarquía que caracterizaba a las zonas mineras, y establecer, de este modo, una
cierta estabilidad. Tenían tres propósitos: proporcionar un gobierno efectivo, administrar justicia y satisfacer las
obligaciones reales como defensora de la fe.

El instrumento principal de esta política fue el establecimiento del municipio o villa que, en Portugal, representaba
respeto a la justicia. En 1639, una orden real declaraba que se podía establecer Vilas en el interior del Brasil, a
condición de que estas cooperaran en la introducción de la ley y el orden. Antes de concederse la aprobación
definitiva para el establecimiento de una villa, el rey recibía informes que contenían la siguiente información: el
pago que debía anticipar la hacienda real, la población existente y el tipo de crecimiento demográfico que se
preveía, el potencial económico de la ciudad, así como su importancia militar.

La corrupción y la violencia en los centros mineros, hizo que la corona tenga dificultades para administrar justicia a
las tierras del interior, por esto, tuvo que contender con la potente combinación de la distancia de los tradicionales
centros del poder magistral asociado y con elevado aliciente para la corrupción que se permitían los magistrados.
También, mediante la autorización de las juntas judiciales, integradas por el gobernador, el oficial mayor del tesoro
real y el oidor principal de cada comarca, dictaron sentencia de muerte para aquellos crímenes cometidos por
negros, mulatos e indios.

Otro de los problemas estuvo relacionado con la cualidad y numero de los magistrados. La confianza real en tales
jueces tuvo como resultado que el rey otorgara a sus magistrados una variedad de responsabilidades, las cuales no
eran esencialmente de tipo judicial. En Minas Gerais, los oidores se hicieron cargo del tesoro real hasta que el rey
juzgaba conveniente establecer la hacienda real encabezada por proveedor mor. A pesar de que los oidores
tuvieran prohibido el inmiscuirse en transacciones comerciales, tampoco se vieron impedidos en establecer
conexiones personales de tipo lucrativo en sus áreas de jurisdicción.

La corona se vio forzada a reconocer que, en las zonas mineras, existía una escasez de juristas expertos, y que el
personal del que disponían los gobernadores era totalmente inadecuado para hacer cumplir la ley o hacer justicia a
los criminales. Estos factores dificultaban una eficaz aplicación de la justicia en las zonas mineras y contribuyeron
igualmente a presentar dificultades con la iglesia católica en el interior. Los gobernadores se quejaban de que los
curas tenían concubinas, creaban familias, se dedicaban a la minería, se oponían a los esfuerzos de la recaudación
del quinto, sembraban disensión entre la población y arrancaban exorbitantes retribuciones por sus servicios en
concepto de celebración de bautismo, casamientos o funerales.

La sociedad: La característica más evidente que surgió de la sociedad de las zonas mineras fue la de su cualidad
inminente. La economía: Las áreas mineras dependían profundamente del ganado vacuno. Antes del oro, la
ganadería se había desarrollado en el noreste, teniendo como mercados tradicionales a las ciudades de las zonas
costeras, no solo para ganado en pie, sino también para cecina, cuya producción fue posible gracias a la existencia
de salinas naturales.

Desde los inicios del siglo XVIII, la corona concedió sumarias en el interior de Minas Gerais, para aquellas personas
que deseaban dedicarse a la cría del ganado. Existieron variaciones regionales, en donde la única restricción afecto
al cultivo de la caña de azúcar, en parte, por el temor que la corona tuvo a que éste desviara la mano de obra de la
minería. Un aspecto interesante de la relación entre el crecimiento económico y las oportunidades para los
artesanos fue el desarrollo de las artes decorativas. El oro no fue solamente un medio de pago, sino que también
fue un medio de expresión y hubo muchas formas de trabajar el metal precioso para la decoración religiosa y
secular.

La minería: Durante la primera mitad del siglo XVIII el oro fue la base de la economía y la sociedad de Minas Gerais,
Mato Grosso y Goiás. Los tres criterios esenciales para la valoración del oro eran la forma, el color y la textura. Los
depósitos auríferos estaban incluidos dentro de dos categorías fundamentales: el oro que se encontraba en vetas y
el que se encontraba en los ríos. Los cateadores extraían oro del lecho de los ríos, usando bateas de madera o de
metal. A lo largo del período colonial, la tecnología minera continuó siendo rudimentaria. A pesar de que el rey
hubiera dictaminado, en el siglo XVI, el envío de ingenieros de minas a Brasil, las demandas de tecnólogos de
Hungría o Sajonia, hechas durante el siglo XVIII, no fueron respondidas.

Las limitaciones técnicas, el agotamiento de los depósitos auríferos más disponibles y la baja productividad, no
fueron los únicos factores que contribuyeron al fracaso de lograr el máximo potencial extractivo. Demasiado a
menudo esto fue el resultado de una combinación de factores no directamente relacionados con la disponibilidad
de oro.

Los quintos: la legislación minera permaneció relativamente inalterada en la América portuguesa, no puede
decirse lo mismo en cuanto a la diversidad de métodos usados por la corona en sus intentos de recaudar, de modo
nada eficiente, los quintos, tributo pagadero a la corona que correspondía a la quinta parte de todo el oro extraído.
Los quintos contaron con el pleno apoyo del soberano o de los dominados. La corona declaraba, de modo
totalmente justificado, que ambos métodos permitían oportunidades excepcionales para la evasión del pago y el
contrabando de oro libre de impuestos.

El Brasil colonial tardío, 1750-1808: Los años 1750-1808 son la última fase de la experiencia colonial brasileña. La
etapa comenzó con el boom de la minera que alcanzó su punto más alto. Pero cuando este boom se acabó y se
produjo una depresión generalizada, los brasileños retornaron a la agricultura. También se basó en la expansión de
la producción de los principales productos tradicionales, especialmente azúcar y tabaco. Esta recuperación se debió
gracias al crecimiento de los mercados, antiguos y nuevos, y a una mayor dependencia del trabajo esclavo, sin que
se produjera ninguna mejora tecnológica fundamental o alteración del modelo de propiedad de la tierra. Durante
este periodo, Brasil acepto sin protesta la decisión de la corona de expulsar a los jesuitas. El Brasil colonial ya había
alcanzado sus límites territoriales. La urgencia de cambios se hizo irresistible en 1807-1808, cuando el gobierno
portugués se encontró incapaz de resistir las opuestas presiones anglo francesas y huyó hacia la seguridad ofrecida
por su colonia más poblada y rica.

La demografía: En 1770, por primera vez se pudo obtener información suficiente como para estimar las
dimensionas y la distribución de la población portuguesa. En 1776, el ministro colonial ordenó que se reunieran
todas las autoridades eclesiásticas y seculares de la colonia para ofrecer informes completos de sus habitantes en
relación a la edad y al sexo, pero no, a la raza.

Estos informes debían enviarse a Lisboa anualmente, pero no todas las capitanías enviaban dichos documentos.
Pero se ha reunido un número suficiente de ellos como para poder hacer estimaciones sobre la población de finales
del Brasil colonial en dos momentos. Todos los recuentos, son incompletos ya que siempre se excluyeron en la
mayoría de los casos a los niños menores de 7 años. Podemos nombrar casos como el de Ouro Preto que redujo su
población a la mitad debido a la decadencia de la industria minera o los puertos de mar, que parece que
continuaron creciendo más rápidamente que las ciudades del interior. De manera resumida, se sugiere que en
torno a 1800 Brasil poseía más de 2 pero menos de 3 millones de habitantes.
Esta conclusión sugiere numerosas observaciones adicionales, ya que Brasil, durante el periodo colonial, tiene
muchos datos concernientes al volumen del comercio de esclavos. Por esta razón, es imposible determinar qué
porcentaje de ese incremento se debía al crecimiento natural y cual a la inmigración llegada de Portugal o de África.
Se estima que Brasil importaba más de 25.000 esclavos al año. Si el conocimiento del número de esclavos llevados
al Brasil colonial tardío resulta todavía incompleto, es incluso más deficiente con respecto al comercio de esclavos
interno, es decir, el número de esclavos admitidos en un puerto brasileño y trasladados posteriormente por barco a
cualquier otro destino.

La expulsión de los jesuitas: La expulsión de los jesuitas en 1759 constituyó la primera crisis seria que afectó a Brasil
durante el período colonial tardío. Sus misiones se extendían desde Paraná en el sur hasta el alto Amazonas en el
norte, desde la costa atlántica hasta la meseta de Goiás, aunque, junto con otras órdenes, habían sido excluidos de
Minas Gerais. Todas las grandes ciudades y algunos pueblos del interior disfrutaron de los servicios de los jesuitas:
colegios, seminarios, iglesias propias a menudo suntuosas, retiros religiosos. Además, los jesuitas se habían
convertido en los mayores propietarios de tierras y dueños de esclavos de Brasil. Los jesuitas eran también la orden
religiosa más controvertida de Brasil. Se mostraban como los campeones en la lucha por la libertad de los indios,
pero en realidad, ellos mismo mantenían a miles de negros en estado de esclavitud

La crisis económica y sus remedios: La crisis económica fue precedida por la destrucción de Lisboa por el terremoto
e incendio que se produjo en la mañana del domingo 1 de noviembre de 1755 y el enorme coste de reconstrucción
de la ciudad. La causa principal de la drástica disminución de las ganancias de la corona provenientes de Brasil, fue
el descenso del rendimiento de las minas de oro y diamantes del interior. Mientras las tres capitanías líderes en
producción de oro alcanzaron niveles máximos de producción en momentos ligeramente diferentes, el sector
minero en conjunto logró su máximo rendimiento durante la segunda mitad de la década de 1750, y entre 1755-
1759 y 1775-1779 se produjo una caída en la producción al mismo tiempo, las dos mayores exportaciones agrícolas
de grano de Brasil, caña de azúcar y tabaco, de Pernambuco, Bahía y Río de Janeiro, estaban en crisis, la primera
debido a los bajos precios europeos, el segundo debido a las dificultades con las provisiones de esclavos de la costa
de Mina.

Deben reseñarse brevemente algunas medidas económicas implantadas con intención de estimular el comercio. La
primera fue la creación de un tesoro real centralizado en Portugal en 1761. Una de las responsabilidades de sus
filiales coloniales era el ofrecer subsidios y precios garantizados para los productores coloniales en los que la
corona estaba especialmente interesada. Segundo, fue también en 1761 cuando la corona abolió el comercio de
esclavos en Portugal, una medida tomada no por razones humanitarias, como algunos escritores han señalado, sino
para asegurar una remesa adecuada de esclavos para Brasil, donde los ministros pombalinos creían que eran más
necesarios. En tercer lugar, para disminuir la dependencia portuguesa de los productos manufacturados
extranjeros, sobre todo ingleses, el gobierno, por primera vez desde el reinado de Pedro II, favoreció activamente
el sector industrial del reino. Brasil se convirtió en un mercado fundamental para los productos de las nuevas
factorías, siendo la fuente del 40 por 100 o más de los ingresos.

El renacimiento agrícola: A mediados de la depresión general, el Brasil costero comenzó a experimentar una
recuperación económica, pero la depresión se demoró en el interior. El resurgir del sector agrario fue la respuesta a
varios factores en distinta escala: las medidas adoptadas por el gobierno de Pombal y sus sucesores; el desarrollo
de una nueva tecnología industrial, principalmente en Inglaterra y Francia la virtual desaparición de un gran
suministrador de azúcar, la floreciente colonia francesa de Santo Domingo, ampliamente arrasada por una serie de
levantamientos sangrientos comenzados en 1791; y el deterioro de la situación internacional, especialmente el
reinicio de las hostilidades anglo francesas comenzadas en 1793.

Azúcar: La industria del azúcar, la principal de las exportaciones brasileñas durante el siglo XVII que había
permanecido deprimida durante la mayor parte del siglo XVIII, especialmente al final de la década de 1770 y en la
década de 1790 debido a los bajos precios del mercado, incrementó significativamente el volumen y el valor de sus
exportaciones. El arroz: había sido durante mucho tiempo un artículo de consumo generalizado en Portugal, pero
dependía de fuentes de suministro extranjeras, especialmente del norte de Italia.

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