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Tema 208: El culto a los santos ¿Quita el culto

a Dios?
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Muchas veces en la vida diaria, se objeta a la iglesia católica por diversos motivos, y sobre todo por los
seguidores del movimiento protestante, entre dichas discrepancias, se encuentra el rendir cualquier tipo
de “culto” a los santos.

Pero, antes de ahondar en este tema, es preciso tener algunos conceptos previos que nos van apoyar en
este tema a primera vista conflictivo.
En primer lugar, tenemos diversos textos dentro de la escritura que nos enseñan que sólo se adora a
Dios, se puede citar (Lc 4,8): “Jesús le respondió: «Esta escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él
darás culto»” y que a su vez, nos remite a un término poco conocido y estudiado: la Latría
Latría (λατρεια o latreia), que significa adoración o culto, y en la teología católica es utilizada para
referirse a la forma más alta de reverencia, el culto de adoración que, en sentido estricto, solo debe
dirigirse y ofrecerse absolutamente a Dios.
Mas, cuando se trata de “extender” este término hacia otros objetos, degenera en la adoración a los
ídolos o idolatría (εἰδωλολατρία o eidololatria, derivado de εἴδωλον o eidolon, “imagen, figura”, y
λάτρις latris”devoto”), que consiste en tributar culto a algo divinizándolo, también se puede citar que
en el contexto actual esta puede referirse a fenómenos sociales e inclusive ser utilizada como término
en la industria del entretenimiento para quien goza de una alta popularidad y admiración lo cual puede
conducir hacia el término egolatría, que se entiende como culto, adoración o amor excesivo de sí
mismo.
Aunque, la latría por definición presentaría una incompatibilidad insalvable con la devoción a los
santos, existen otros dos términos que ayudan en clarificar más este tema:
1. La adoración, que es el acto que se rinde a la persona o cosa que se considera divina, y que en el
cristianismo implica “postrarse delante” o “arrodillarse delante” la cual nos lleva a dos cualidades
importantes, pues debemos adorar “en espíritu y en verdad” (Jn 4:23-24): “Pero llega la hora (ya
estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así
quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y
verdad”
i) Adorar en espíritu, no tiene nada que ver con nuestra postura física. Tiene que ver con lo más hondo
de nuestro ser y requiere varias cosas.
Primero, debemos nacer de nuevo, es decir, del espíritu, pues como bien nos cita (1Cor 2,11): “En
efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del
mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” El Espíritu Santo dentro de
nosotros es quien vigoriza la adoración, porque en esencia está glorificándose a Sí mismo, y toda
verdadera adoración glorifica a Dios.
En segundo lugar, está el tener la mente centrada en Dios y renovada en él, como bien nos cita Rom
12,1-2: “No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una
renovación interior. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada,
lo que es perfecto”
Finalmente, sólo podemos adorar en el espíritu si tenemos un corazón puro, abierto y arrepentido, como
dice Sal 51,4; 17: “Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame tú de mi pecado” y “Señor, abre
mis labios y cantará mi boca tu alabanza”
ii) Es realizada en verdad, pues toda adoración es una respuesta a la verdad, ¿y qué mejor medidor de la
verdad que la Palabra de Dios? Jesús le dijo a Su Padre en Jn 17,17: “ …. Tu palabra es verdad …. ”. El
Salmo 119 dice: “ …. Tu ley es verdad …. ” (v. 142) y “ …. Tu palabra es verdad …. ” (v. 160). Para
adorar verdaderamente a Dios, debemos comprender quién es y lo que ha hecho, y el único sitio donde
esto se ha revelado enteramente es en la Biblia. La adoración es una expresión de alabanza desde lo
más hondo de nuestros corazones a un Dios que es comprendido a través de Su Palabra. Si no tenemos
la verdad de la Biblia, no conocemos a Dios y no podemos adorar verdaderamente
2. La veneración, que no tiene como fin a personas o cosas sino a Dios y puede ser destinada a los
santos (dulía), a la Virgen María (hiperdulía), a San José (protodulía) o también a los bienes materiales
que a ellos les pertenecieronque es destinada a los santos y cosas sagradas pero no tiene como fin a
ellos mismos sino a Dios.
Es este último caso es en el que se va a centrar nuestro estudio, pues el culto de veneración a los santos
se concibe como el respeto que se les debe por su dignidad, grandes virtudes, y su bienaventuranza en
Dios, y recibe el nombre de dulía (δουλεια o douleia, la cual es una derivación de δουλoς o doulos, que
significa siervo o esclavo) que podría traducirse como “Predisposición a la servidumbre” o
“Disposición a la sumisión”, la cual no es comparable con la latría en el sentido que esta va dirigida
hacia un ser superior y la otra hacia un par (otro ser humano).
Los santos que están en el Cielo, a quienes verdaderamente rezamos y honramos, son un simple
recordatorio como las fotos familiares; sin embargo ellos no son mudos, pues el libro del Apocalipsis,
cuando habla de los santos que asisten al trono del Cordero, dice que ellos cantan un cántico nuevo
delante del trono (Ap 14,3). Y se puede leer su hermoso cántico en Ap 19,6-8: “Y oí el ruido de
muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían:
«¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y
regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha
engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura – el lino son las buenas
acciones de los santos”
Similarmente se tienen las siguientes derivaciones la Hiperdulía o veneración a la Virgen María, y la
Protodulía o veneración San José, el que es un cumplimiento de Jesús del cuarto mandamiento.
Se debe aclarar que lo que lo anteriormente expuesto se puede encontrar leyendo los documentos
eclesiásticos, como por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia católica, lo cual no quita la actitud confusa
de algunas personas respecto de la veneración que merecen las imágenes y los santos en general.
Ignorancia de la propia religión siempre ha habido y los mismos apóstoles en los Evangelios discutían
de cosas que fastidiaban al Señor; pero no es ésa la doctrina de la Iglesia, pues si algún católico venera
una imagen de manera supersticiosa, no lo hace por ser católico sino a pesar de lo que enseña la Iglesia.
También entre los protestantes hay quienes confunden cosas elementales de su fe; pero no podemos
juzgar el luteranismo, o el calvinismo o el anglicanismo por lo que erróneamente piensa algún luterano
o calvinista singular.
El culto de veneración a los santos se remonta a los comienzos de nuestra fe. En los más antiguos
documentos de la literatura cristiana aparece que ya en los primeros tiempos de la Iglesia se tributaba
un culto a los mártires y a sus reliquias. En el s. IV se añadió el culto a los Obispos que sobresalieron
por la santidad de su vida, y muy pronto también el de los anacoretas y otros fieles que con su vida de
grande austeridad imitaron de algún modo a los mártires.
La Iglesia al comenzar las canonizaciones, da testimonio y sanciona que los canonizados ejercitaron
sus virtudes de un modo heroico, y que actualmente gozan de Dios en el cielo. De esta forma ellos se
convierten para los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores en favor nuestro.
Por ejemplo, se sostiene que a través de este tipo de culto, podemos perder la atención de nuestro
centro que es Cristo, pues muchas personas caen en la petición de favores a los Santos como en una
especie de superstición, y que este no es otra cosa que una especie de “sincretismo” que se ha
producido luego de siglos de historia, en que la propagación del Evangelio se ha ido topando con
pueblos cuyas mitologías estaban plagadas de deidades menores, a las cuales se le erigían templos en
donde sus fieles realizaban sacrificios a fin de tenerlos propicios.
Asimismo, se esgrime que Cristo es el único camino, siendo esta frase una contundente verdad, como
bien lo cita la propia escritura en Jn 14,6 : “ …. Yo soy el camino, la verdad y la vida …. ”; pero no
significa que no haya habido hombres y mujeres que, transitando el único camino que es Cristo, puedan
a su vez transformarse para nosotros en ejemplo del seguimiento de Jesús. Así lo afirma San Pablo:
“Sean imitadores míos, hermanos, y fíjense en los que siguen nuestro ejemplo” (Fil 3,17), donde vemos
claramente que Pablo se pone a sí mismo y a otros como ejemplos de seguidores de Cristo, e incita a
los creyentes a ser sus imitadores, como ellos lo son de Cristo.
Los ejemplos citados anteriormente son los más usuales, los cuales se confunden con un fenómeno
social llamado la piedad popular, que es un resultado de la fe y la cultura de la región donde esto se da,
la cual no es contradictoria con el culto oficial prestado por la iglesia católica e inclusive algunas veces
es recomendado por ella; pero no por ello debe desligarse de las indicaciones de la jerarquía eclesial.
Sin embargo, este hecho no lo desautoriza, pues este cuenta con el apoyo y soporte de la Iglesia
Católica; pero nunca sustituye a la liturgia, y a lo largo de los siglos, ciertas expresiones de la piedad
popular pasaron a ella, por ejemplo: fiestas de Navidad, del Sagrado Corazón de Jesús, del Inmaculado
Corazón de María, etc.
Aparte hay una distinción bien importante en un término muy utilizado dentro de este tema y que
también toca el culto a los santos, la devoción (del latín devotus o consagrado a), que es la entrega total
a una experiencia, por lo general de carácter místico. Es también la irresistible atracción hacia una idea,
una persona, un rey, un santo, un dios, una persona amada o un ser vivo
Este ha sido objeto de diversas malinterpretaciones, pues, en el catolicismo recoge las fórmulas de los
distintos tipos de oraciones no litúrgicas; mientras que en el protestantismo se enraíza en la meditación
de la palabra.
En conclusión, si bien es cierto que la adoración debe de ser dada a Dios, también es verdad que en la
historia del cristianismo han existido diversos hombres y mujeres a quienes llamamos santos que
dejaron un gran ejemplo de vida y que ello exige respeto y deferencia hacia ellos, lo cual no debe de ser
dejado al libre albedrío, sino ser un proceso guiado por la iglesia y que tampoco debe ser confundido
con la latría o sus excesos.

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