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Tema 66: El sacramento de la confesión o

reconciliación
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Introducción.
Todos tenemos la satisfacción de haber hecho muchas cosas buenas en nuestra vida, pero también
hemos realizado cosas malas. Tenemos inclinación al mal y por eso cometemos errores y pecados. No
podemos negarlo. Los demás lo ven. Y sobre todo, lo ve Dios, que todo lo sabe y ve en lo más
profundo de nuestro corazón. No hay nadie que, con amor a la verdad, pueda decir: “Yo no tengo nada
de qué arrepentirme”. Si miramos con honradez en nuestro interior encontraremos muchas cosas de las
que arrepentirnos y pedir perdón, a Dios y a los demás. El que se cree perfecto le pasa lo que al fariseo
de la parábola que cuenta Jesús en el evangelio:

“Dos hombres fueron al Templo para orar, uno fariseo y otro publicano. El fariseo oraba de pie
diciendo: ‘Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos,
adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que
poseo’. En cambio el publicano no se atrevía a levantar sus ojos al cielo y decía dándose golpes en el
pecho: ‘Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador’. Os digo que éste bajó justificado a su casa
y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado”
(Evangelio de san Lucas 18, 10-15).
El ser humano ha de reconocer sus miserias para poder recobrar su grandeza espiritual y la dignidad
que le es propia. Por eso, en el fondo todos queremos liberarnos de los pecados que nos impiden
descubrir el verdadero sentido de la vida y vivir en buena relación con Dios y con los demás. Pero,
¿cómo hacerlo? [1]
Historia breve sobre el Sacramento de la Confesión.
• La Iglesia por medio de sus ministros en el nombre de Jesús otorga el perdón tal como lo hacía Jesús.
• En la Iglesia primitiva, la Penitencia se convirtió en una tabla de salvación para el pecador bautizado.
Pero se propagó la práctica de limitar el frecuente acceso al sacramento para evitar abusos. San Juan
Crisóstomo se veía reprochado por sus adversarios por otorgar sin cansarse la penitencia y el perdón de
los pecados a los fieles que venían arrepentidos.
• En el siglo III, el rigor del que hablábamos da paso a excesos y herejía. Se propaga la herejía de
Montano, que predicaba que el final del mundo estaba cerca y decía: “La Iglesia puede perdonar los

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pecados, pero yo no lo haré para que los demás no pequen ya”. Tertuliano y muchos otros se adhieren
al “montanismo”.
• Con grandes dificultades, la Iglesia superó esta herejía, poniendo en claro el estatuto del penitente y la
forma pública y solemne en que debía desarrollarse la disciplina sacramental de la penitencia.
• Después que la Iglesia impusiera la penitencia, los pecadores se constituían en un grupo penitencial u
“orden de los penitentes”. Los pecados no se proclamaban en público, pero si era pública la entrada al
grupo ya que se hacía ante el obispo y los fieles.
• El “orden de los penitentes” mantenía un tiempo largo de renuncia al mundo, semejante al de los
monjes más austeros. Según la región, los penitentes llevaban un hábito especial o la cabeza rapada.
• El obispo fijaba la medida de la penitencia. “a cada pecado le corresponde su penitencia adecuada,
plena y justa”. Se fijaban las obligaciones penitenciales por medio de concilios locales, ej. Elvira, en
España o Arlés, en Francia. Las obligaciones penitenciales eran de tipo general, litúrgicas y las
estrictamente penitenciales, como la vida mortificada, ayunos, limosnas y otras formas de virtud
exterior.
• En la práctica ocurría que la gente iba posponiendo el tiempo de penitencia hasta la hora de la muerte,
haciendo de la penitencia, un ejercicio de preparación para bien morir, porque solo podía ser ejercitada
una vez.
• El proceso penitencial equivalía a un verdadero estado de excomunión. Hasta que el penitente no
fuera reconciliado, no podía acercarse a la Eucaristía. El término del proceso penitencial era la
reconciliación con la Iglesia, signo de la reconciliación con Dios.
• A partir del Siglo V se realizaba la reconciliación el Jueves Santo, al término de una cuaresma que, de
por sí, ya es un ejercicio penitencial.
• El obispo acogía e imponía las manos a los penitentes, en signo de bendición. La plegaria de los fieles
era el eco comunitario de esta reconciliación.
• Mientras, en las Islas Británicas, especialmente en Irlanda, se iba abriendo paso a un nuevo
procedimiento de reconciliación con penitencia privada con un sacerdote y utilizando los famosos
manuales de pecados (penitenciales), confeccionados por algunos Padres de la Iglesia, como San
Agustín o Cesareo de Arlés. Desde las Iglesias Celtas, esta forma de penitencia se propaga por Europa.
• Los manuales penitenciales establecían la penitencia según el pecado cometido y fueron muy
importantes para evitar el “abaratamiento del perdón” y el relajamiento del compromiso cristiano.
Ayudaron también a desenmascarar las herejías de los siglos III al VII. Delimitaban que cosa es pecado
grave, fruto de la malicia y que es pecado leve, cometido por debilidad o imprudencia.
• Se renuncia al principio de otorgar la reconciliación una sola vez en la vida.
• Concilio de Trento reiteró la fe de la Iglesia: la confesión de los pecados ante los sacerdotes, es
necesaria para los que han caído (gravemente) después del Bautismo.
La confesión íntegra, por parte del penitente, y la absolución, por parte del sacerdote que preside el
Sacramento y que hace de mediador del juicio benévolo y regenerador de Dios sobre el pecador, vienen
siendo las dos columnas de la disciplina del Concilio de Trento hasta nuestros días, (Código de
Derechos Canónicos, Canon 960) [2]

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Qué es el Sacramento de la Reconciliación?
El sacramento de la Reconciliación es uno de los aspectos más singulares y bellos de la Iglesia
Católica. Jesucristo, en Su abundante amor y misericordia, estableció el Sacramento de la Confesión,
para que nosotros como pecadores tuviéramos la posibilidad de obtener el perdón de nuestros pecados
y reconciliarnos con Dios y la Iglesia. El sacramento “nos lava y limpia”, y nos renueva en Cristo.
“Jesús les dijo nuevamente, ‘La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.’
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.’” (Juan 20:21-23).
Aquí, el Catecismo de la Iglesia Católica explica el sacramento de la Reconciliación, sus diversos
nombres y las gracias que se desprenden de la Santa Cena:

“Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen el perdón misericordioso de Dios por la
ofensa cometida contra él, y son, al mismo tiempo, reconciliados con la Iglesia la cual han ofendido
con sus pecados y la cual con caridad, con ejemplo, y con su oración labora para nuestra conversión
(CCC 1422).
“Es llamado sacramento de conversión porque se realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la
conversión, el primer paso para volver al Padre de quien se ha extraviado por el pecado.
“Se le llama el sacramento de la Penitencia, ya que consagra un proceso personal y eclesial del
cristiano pecador a la conversión, la penitencia, y la satisfacción.

“Se le llama el sacramento de la confesión porque la declaración o confesión de los pecados a un


sacerdote es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo es también una
‘confesión’ – el reconocimiento y la alabanza – de la santidad de Dios y de su misericordia hacia el
hombre pecador.

“Se le llama sacramento del perdón, ya que por Dios el sacerdote concede absolución sacramental al
penitente “el perdón y la paz”.

“Se le llama el sacramento de la Reconciliación, porque le otorga al pecador el amor de Dios quien
reconcilia:“ Dejaos reconciliar con Dios. ”El que vive del amor misericordioso de Dios está listo para
responder a la llamada del Señor:“ Id, ser el primero en reconciliarte con tu hermano ”(CIC 1423).
Éstos son algunos recursos útiles para ayudarle a aprender más sobre el Sacramento de la
Reconciliación:

Si usted no se ha confesado, la Iglesia Católica quiere darles la bienvenida, y le invitamos a participar


en este hermoso sacramento de la curación. Dé el primer paso en la fe. Le va a sorprender lo libre que
se siente tomando parte en el sacramento de la Reconciliación.
“El sacramento de la Reconciliación es uno de los aspectos más singulares y bellos de la Iglesia

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Católica. Jesucristo, en Su abundante amor y misericordia, estableció el Sacramento de la Confesión,
para que nosotros como pecadores tuviéramos la posibilidad de obtener el perdón de nuestros pecados
y reconciliarnos con Dios y la Iglesia. El sacramento “nos lava y limpia”, y nos renueva en
Cristo…”[1]
Objeciones protestantes.
Existen numerosas objeciones de parte de las diferentes denominaciones protestantes respecto al
Sacramento de la Penitencia. El protestantismo en general declara que no es necesaria la intervención
humana para que Dios perdone el pecado y que este debe ser confesado en privado sólo a Dios.
Un ejemplo lo he tomado del Manual Práctico Para la Obra del Evangelismo Personal donde se afirma:
“No hallamos en las Santas Escrituras ni una sola línea en que ordene al cristianismo confesar sus
pecados ante un hombre” [3]
Otro ejemplo lo tenemos en los comentarios de uno de los numerosos apologistas aficionados del
protestantismo en el Internet, quien escribe con más entusiasmo que sapiencia:
“Jesucristo admitió implícitamente que el único que perdona los pecados es Dios (Marcos 2, 7 y Lucas
5, 21). Y el mismo apóstol Juan afirma que Dios es fiel y justo para perdonar los pecados -Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad- (1 Juan 1, 8-9). Ni en este texto ni en ningún otro de la Escritura está registrado que algún
apóstol obró de confesor o absolvió de pecados a algún cristiano”. [4]
Este tipo de objeción comete el error de confundir a quien concede el perdón (Dios), con el medio que
Dios utiliza para administrarlo (el sacerdote). El texto citado no entra en contradicción con la confesión
del pecado ante el sacerdote o la iglesia, sino que lo deja implícito (parte de algo que ya se sabía -que a
la Iglesia le fue otorgada la facultad de perdonar pecados- para darnos a entender que Dios es fiel y
justo para perdonar a quien reconozca sus faltas. Esto se hace más claro si se analiza el contexto entero.
El versículo anterior dice: “Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos” lo
que complementa el siguiente “[pero] si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para
perdonarnos”. El texto es en sí una exhortación al reconocimiento de las propias faltas (en vez de
negarlas) y nunca una excusa o aval para confesar nuestros pecados directamente a Dios.
También es incorrecto afirmar que Cristo admitió que sólo Dios perdona el pecado. La Escritura señala
que Él tiene facultad para hacerlo, sin entrar en polémica sobre su divinidad: “Pues para que sepáis que
el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar los pecados” [5] Luego, prueba a través de un
milagro físico (el signo externo de la curación del paralítico) lo que es un verdadero milagro espiritual
(la realidad interna del perdón del pecado). Así, en la conclusión de esta enseñanza se nos declara: “Y
al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres”. [6]. Es obvio que
esto no se refiere a la sanidad física, que era la prueba tangible de un milagro mucho más portentoso,
sino al milagro en sí de la curación espiritual del enfermo a través del perdón de sus pecados. Y aunque
Cristo en ese momento hubiese querido reconocer eso implícitamente (cosa que no concedemos) esto
tampoco tendría por qué impedir que Cristo posteriormente pudiera transmitir ese poder a sus
apóstoles, tal como queda firmemente atestiguado en la Escritura.

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Tampoco es cierto que ni ningún apóstol o ningún otro obró de confesor, o no existe en la Escritura la
mención de confesar pecados a hombre alguno. Existen referencias bíblicas explícitas que echan por
tierra estas afirmaciones demostrando que los pecadores arrepentidos no se limitaban a la confesión
interior. El evangelio de Marcos narra cómo quienes acudían a Juan Bautista para ser bautizados le
confesaban sus pecados “Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”. [7] Lo mismo se afirma de aquellos que, al
convertirse, acudían a los apóstoles “Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus
prácticas”. [8] Existe evidencia también de que el pecador no solamente debía confesar su pecado a
Dios, sino a la Iglesia: “Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros,
para que seáis curados”. [9]
Aunque no vemos en estos textos una confesión auricular como la conocemos hoy, podemos ver dos
hechos claves: Cristo concedió a los apóstoles la facultad de perdonar pecados, y que el pecador no se
limitaba a la confesión interior. ¿Cómo pudieran los apóstoles perdonar pecados secretos a menos que
los fieles se los confesaran?

Es incorrecta también la objeción de que cuando en la Escritura se ordena confesar los pecados se
refiere a pedir perdón a los hermanos que hemos ofendido. Si bien una ofensa es un pecado, no todos
los pecados son ofensas al prójimo y reducir así el significado del texto es desvirtuar su significado real
y completo del texto.

Cuando la Escritura habla de confesión de pecados no se refiere a pedir perdón a algún hermano por
haberle ofendido. Compárese esta interpretación con Marcos 1, 5: “Acudía a él gente de toda la región
de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”
¿Deberíamos interpretar que toda la gente de Judea y Jerusalén había ofendido a Juan el bautista?. Si lo
aplicamos a Hechos 19, 18 “Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus
prácticas” ¿deberíamos interpretar que todos los nuevos conversos habían ofendido a los apóstoles?
Note que el texto aquí es particularmente claro, porque habla de confesar y declarar “sus prácticas”, no
sus ofensas. Recordemos también que el primer ofendido por nuestros pecados es Dios, pues todo
pecado es primeramente una violación de la justicia divina.
Fuente:
[1] Blog Fray Nelson Medina
[2] ACI Prensa
[3] Manual Práctico para la Obra del Evangelismo Personal, pub. Iglesia de Dios (Israelita)
[4] La confesión auricular, D. Sapia
[5] Mateo 9, 6
[6] Mateo 9, 8
[7] Mateo 3, 6
[8] Hechos 19, 18
[9] Santiago 5, 16

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