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Ernest Hemingway
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Personajes
Dorothy Bridges
Robert Preston
Gerente
Philip Rawlings
Electricista
Civil
Anita
Camarada 1
Camarada 2
Petra (camarera)
Wilkinson
Antonio
2 Guardias de asalto
Max
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Primer Acto
Escena Primera
Son las siete y media de la tarde. Un corredor en el primer piso del Hotel Florida, en
Madrid. Sobre la puerta de la habitación 109 hay un gran letrero blanco, escrito a
mano, con la leyenda: «Gente trabajando. Se ruega no molestar.» Dos muchachas
y dos soldados con el uniforme de la Brigada Internacional pasan a lo largo del
corredor. Una de las muchachas se detiene y observa el letrero.
SOLDADO. — De modo que esto es lo que conseguí… Una literata. Al diablo con todo
esto. No pienso leértelo.
SOLDADO. — Nadie ha dicho que lo sea. (Él se aparta y la mira vacilante.) ¿Tengo aspecto
de buen tipo? ¿Tienes idea de dónde acabo de llegar?
Telón
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Escena Segunda
DOROTHY. — Querido, hay algo que realmente podrías hacer: limpiarte las botas
antes de entrar aquí. (El hombre, cuyo nombre es ROBERT PRESTON, continúa observando el
mapa.) Y además, querido, no le pongas el dedo encima porque se ensucia. (PRESTON
sigue mirando el mapa.) Querido, ¿has visto a Philip?
PRESTON. — (Todavía mirando el mapa.) Nuestro Philip estaba en Chicote, con esa mora
que mordió a Rodgers; lo vi cuando caminaba por la Gran Vía.
DOROTHY. — Tus bromas suelen ser tan tontas, querido. Me gustaría que Philip viniera.
Estoy aburrida.
DOROTHY. — Te ruego que suprimas los epítetos. No los puedo tolerar precisamente
ahora. Y, por otra parte, no soy una típica estudiante de Vassar. Jamás llegué a
entender nada de lo que me enseñaron allí.
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DOROTHY. — No, querido. Entiendo algo de lo que se relaciona con la Ciudad
Universitaria, pero no demasiado. La Casa de Campo es para mí un verdadero
rompecabezas. Y lo mismo Usera… y Carabanchel. Me resultan espantosas.
PRESTON. — De acuerdo, es mucho más vivaz. ¿Sabes qué estaba haciendo anoche
antes de que cerraran Chicote? Tenía una escupidera con la que bendecía a toda
la gente que había alrededor. Es decir, la usaba para salpicarlos. Era como para
apostar más de diez contra uno a que lo liquidaban.
DOROTHY. — Es Philip, querido. Es Philip. (Se abre la puerta y entra el GERENTE DEL HOTEL. Es un
hombrecito regordete y oscuro, que colecciona sellos y habla un inglés atroz.) Oh, es el gerente.
DOROTHY. — Todo está a las mil maravillas, ahora que tenemos la estufa arreglada.
GERENTE. — Con una estufa hay siempre problemas. La electricidad es algo que
todavía no dominan los operarios. Además, el Electricista se emborracha hasta la
estupidez.
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GERENTE. — Es difícil decirlo delante de una dama.
DOROTHY. — Entonces lo haré yo. (Descuelga el teléfono que hay en una pared y dice.)
Ciento trece. Hola, ¿Philip? Ven a vernos. Por favor. Sí. Muy bien. (Vuelve a colgar el
teléfono.) Va a venir.
DOROTHY. — Philip es maravilloso. Aunque le da por andar con gente horrible. Lo que
no entiendo es por qué lo hace.
GERENTE. — No, míster Philip. Últimamente viene gente de países muy insípidos. Hay
una plaga de sellos americanos de cinco centavos y franceses de tres francos y
medio. Hace falta que vengan los camaradas de Nueva Zelanda y reciban correo
aéreo.
PHILIP. — Oh, ya vendrán. Justamente ahora estamos en una época inactiva. Los
cañoneos arruinaron la temporada turística. Habrá un montón de delegaciones
cuando todo vuelva a tranquilizarse. (En voz baja y sin ironía.) ¿Qué es lo que le
preocupa?
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(Aparece en la puerta MÍSTER PHILIP, CORPULENTO, muy cordial, calzado con botas de goma.)
PHILIP. — Salud, bastardo camarada Preston. Salud, camarada Hastío Bridges. ¿Qué
tal lo pasan, camaradas? Permítanme que les presente a un camarada eléctrico.
Adelante, camarada Marconi. No se quede ahí afuera.
(Un ELECTRICISTA muy pequeño y totalmente ebrio, vestido con un mono azul manchado, insignias y
una boina azul, aparece en la puerta.)
PHILIP. — Y traigo conmigo una camarada mora. Se podría decir la camarada mora.
Una camarada mora es algo casi único. Es terriblemente tímida. Adelante, Anita.
(Entra una PROSTITUTA MORA, oriunda de Ceuta. Tiene una tez muy oscura, pero está bien
proporcionada, de cabello rizado, aspecto rudo y en absoluto tímida.)
PHILIP. — Esta es la camarada que mordió hace poco a Vernon Rodgers. Tuvo que
guardar cama tres semanas. Ojo con morder, ¿eh?
PHILIP. — Bien, es que no veo motivo alguno para estar melancólico. ¿Qué tal si les
ofreces a estos camaradas algún refresco?
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ANITA. — ¿Cómo hacen para comer?
DOROTHY. — No siempre demasiado bien, pero traemos comida en lata desde París
por medio de la valija diplomática.
DOROTHY. — Cosas en lata, como Civet de liebre, Foie gras. Conseguimos un Poulet
de Bresse realmente delicioso. En el Bureau.
DOROTHY. — No, por cierto que no. Quiero decir que ésas son las cosas que
comemos.
ANITA. — Yo tomo caldo. (Mira fijamente a DOROTHY con agresividad.) ¿Qué pasa? ¿No te
gusta mi aspecto? ¿Te crees mejor que yo?
DOROTHY. — Claro que no. Probablemente yo sea mucho peor. Preston te puede
decir que soy infinitamente peor. Pero no tenemos por qué entrar en
comparaciones, ¿para qué? Sobre todo en época de guerra, con las cosas que
pasan, y cuando estamos todos luchando por la misma causa.
DOROTHY. — (Suplicante, aunque con voz lánguida.) Philip, por favor, conversa con tus
amigos y trata de alegrarlos.
ANITA. — Sí.
2 En castellano en el original.
3 En castellano en el original.
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DOROTHY. — ¿Qué?
PHILIP. — Así es como debe ser, viejo. No serías capaz de irte de repente y
abandonarnos. ¿Harías eso, Marconi? No. Un camarada Electricista puede ser
imprescindible hasta el último momento.
PRESTON. — Yo siempre creí que eran los zapateros remendones los que se quedaban
hasta el final.
ANITA. — Escuchen. No hacen más que charlar. ¿Qué hacemos aquí? (A PHILIP.)
¿Vienen o no conmigo?
ANITA. — ¿Qué es eso de sacar una foto? ¿Crees que soy una espía?
PHILIP. — No, Anita. Trata de ser razonable. Lo que quise decir es que ya no seguía
más contigo. No por el momento. Significa que, por ahora, esto está más o menos
liquidado.
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DOROTHY. — ¿Qué dice?
ANITA. — (A DOROTHY.) Está bien supongo; sí, muy bien. Basta de bronca. Animo. Chin-
chin. Sí, de acuerdo. Sólo una cosa.
(Desde la calle, llega a través de la ventana una explosión, seguida de un silbido penetrante y un
nuevo estallido. Se oye el derrumbe de trozos de ladrillo y hierro, y el crujido de vidrios que caen.)
PHILIP. — Están bombardeando nuevamente. (Lo dice con gran calma y sobriedad.)
PRESTON. — Son los canallas. (Lo dice con encono y algo nervioso.)
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PHILIP. — Sería mejor que abrieras las ventanas, mi querida Bridges. El vidrio ya
escasea y se acerca el invierno.
(DOROTHY va hacia la puerta, quita el letrero y, con una lima para las uñas, saca las chinchetas. Se
lo entrega a ANITA.)
(DOROTHY apaga la luz eléctrica y abre ambas ventanas. Se oye un sonido como de banjo
gigantesco y una creciente acometida semejante a un tren elevado o un subterráneo que se
acerca vertiginosamente. Después, un tercer estallido violento, seguido esta, vez por un chaparrón
de vidrios.)
(Están juntas, de pie, bajo la luz que llega desde el pasillo a través de la puerta abierta.)
ANITA. — ¿Dorothy, no sería mejor bajar al sótano? (Se oye otro sonido de banjo —hay un
momento de calma— y después una gran acometida que se precipita, esta vez mucho más cerca.
Al producirse la explosión, el cuarto se llena de humo y de polvo de ladrillo.) Presión: ¡Al diablo
con esto! Yo me voy abajo.
(Dice esto en voz alta y casi profética, poniéndose repentinamente de pie y abriendo los brazos.)
PHILIP. — Dice que ya no hay más luz. Parece que últimamente a nuestro amigo le
ha dado por tomarse las cosas un poco a la tremenda. Como un eléctrico coro
griego. O un coro griego eléctrico.
6 En castellano en el original.
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PRESTON. — Yo voy a irme de aquí.
(Salen en el momento en que cae otro proyectil. La explosión es esta vez realmente considerable.)
DOROTHY. — (Mientras escuchan el estallido de ladrillos y vidrios que sigue a la explosión.) Philip,
¿es este ángulo verdaderamente seguro?
PHILIP. — Se está tan bien aquí como en cualquier otra parte. En serio. Seguro no es
la palabra más indicada; pero difícilmente la seguridad sea algo que siga
preocupando a la gente.
PHILIP. — Trata de hacer un gran esfuerzo; como corresponde a una buena chica.
(PHILIP se dirige hacia el fonógrafo y pone la Mazurca en c menor, Opus 33, N.º 4, de Chopin.
Escuchan la música bajo la escasa luz que proviene de la estufa eléctrica.)
PHILIP. — Parece muy débil y muy pasada de moda pero es muy hermosa.
(En seguida se oye el grave repiqueteo de banjo de los cañones, que disparan desde la colina de
Garabitos. Un proyectil zumba estruendosamente y explota en la calle, cerca de la ventana,
súbitamente iluminada por un deslumbrante fogonazo.)
(Se oye el ruido de una ambulancia. Poco después, al volver la calma, sigue escuchándose en el
fonógrafo la Mazurca, mientras…)
Cae el telón
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Escena Tercera
Habitaciones 109 y 110 del Hotel Florida. La luz del sol penetra a través de las
ventanas abiertas. Entre ambos cuartos hay una puerta abierta, sobre cuyo marco
han clavado con tachuelas un gran póster de guerra, de modo tal que al abrir la
puerta, el vano queda cubierto por el póster. No obstante, se la puede abrir. En ese
momento se encuentra abierta, y el póster parece una amplia pantalla de papel
entre los dos cuartos. Desde el suelo hasta el borde inferior del póster, queda un
espacio de aproximadamente sesenta centímetros de altura. En su cama de la
habitación 109 está Dorothy Bridges, dormida, en tanto que en la 110, Philip
Rawlings, sentado sobre la suya, mira a través de la ventana. Llega desde la calle
la voz de un vendedor de diarios: ¡«El Sol», «Libertad», el «ABC» de hoy! Se oye
la bocina de un automóvil que pasa y, poco después el lejano repiqueteo de las
ametralladoras. Philip se acerca al teléfono.
PHILIP. — Por favor, ¿puede hacerme llegar los diarios de la mañana? Sí, todos.
(Recorre con la vista el cuarto, mira a través de la ventana después observa el póster de guerra
que, en el brillante resplandor de la mañana soleada, se transparente sobre el vano de la puerta.)
No. (Sacude la cabeza.) Esto no me gusta. Demasiado temprano por la mañana.
(Golpean a la puerta.) Adelante. (Golpean nuevamente.) ¡Pase, pase!
GERENTE. — Buenos días, míster Philip. Muchas gracias. Anoche fue terrible, ¿verdad?
PHILIP. — Sí, pasan cosas terribles todas las noches. Aterradoras. (Con gesto de fastidio.)
Veamos los diarios.
GERENTE. — Me llegan malas noticias de Asturias. Allí casi está todo perdido.
PHILIP. — Por cierto. Ahora me pregunto ¿desde cuándo estoy en este cuarto?
PHILIP. — No. No podría decir que sí. Dígame algo, a ver si lo recuerdo.
GERENTE. — (Sacudiendo la cabeza.) No, no. Con Anita no. Míster Philip, ¿recuerda algo
acerca de míster Preston?
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PHILIP. — No. ¿Qué intenciones tenía el pobre tristón? Espero que no se trate de
suicidio.
PHILIP. — ¿Desde aquí? (Mira desde su cama a través de la ventana.) ¿Lo encontró abajo?
PHILIP. — ¿Por qué no intervino? ¿Cómo permití esta clase de cosas en un hotel
decente?
PHILIP. — (Muy alegre, aunque ligeramente contrariado.) De todos modos es un día muy
hermoso, ¿no?
PHILIP. — ¿Y qué hizo Preston? Siempre está muy bien colocado. Aunque tan
melancólico. Habrá entablado una verdadera lucha.
PHILIP. — ¿Dónde?
PHILIP. — ¿Y qué es esa cosa horrible? (Mira hacia el póster transparente que separa ambas
habitaciones.)
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Llámeme para cuanto necesite en cualquier momento. Le deseo toda clase de
felicidades.
GERENTE. — Sí, míster Philip. No se ponga de mal humor en un día tan hermoso como
éste (…) Y, por favor, no olvide la situación alimenticia de Madrid. Cualquier cosa
que les sobre le iría muy bien a mi familia. No importa que sea poco. Hay
demasiada escasez y ellos siempre están pidiendo. Son siete, míster Philip, y hasta
tengo que permitirme el lujo de mantener una suegra. ¡Y qué suegra! Todo se lo
come, todo le sienta bien a ella. También tengo un chico de diecisiete años que
llegó a ser campeón de natación (…) Y come de una manera! No podría creerlo,
míster Philip. Es también un campeón de la comida. Debería verlo. Y le hablo sólo
de dos de los siete.
PHILIP. — Veré qué puedo conseguir. Tendré que conseguirlo desde mi habitación.
Si se produce cualquier llamada haga que me la pasen aquí.
GERENTE. — Gracias, míster Philip. Usted tiene un corazón grande como la calle. Hay
afuera dos camaradas que desean verle.
(Durante todo este tiempo DOROTHY BRIDGES, en el cuarto de al lado, ha dormido profundamente. No
se despertó al principio de la conversación entre PHILIP y el GERENTE, sino que sólo se movió levemente
en la cama. Ahora que la puerta está cerrada y con llave nada puede oírse de una habitación a
la otra.)
PHILIP. — Será mejor que esto no quede así. (Se vuelve hacia el SEGUNDO CAMARADA y le habla
secamente.) ¿Qué es lo que pasó?
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SEGUNDO CAMARADA. — Entre el ascensor y las escaleras.
PRIMER CAMARADA. — Lo siento mucho, pero el hecho es que se fue y eso es todo lo
que puedo decir.
PHILIP. — Ah, no, eso no es todo, muchacho. (Descuelga el auricular del teléfono y marca
un número.) Noventa y siete cero, cero, cero 7 . Sí, ¿Antonio? Sí, por favor. ¿No ha
llegado todavía? No. Que envíen gente para arrestar a dos hombres en la
habitación 113 del Hotel Florida, por favor. Sí, por favor. Eso es. (Cuelga el auricular del
teléfono.)
PHILIP. — Tómense el tiempo que necesiten. Les va a hacer falta un cuento muy
convincente, sin duda.
PHILIP. — (Sin mirarlo.) No emplees esa palabra. (Ambos CAMARADAS se miran el uno al otro.)
PHILIP. — (Mientras hace a un lado un diario y toma otro.) Les dije que no usaran esa palabra.
No suena bien en boca de ustedes.
7 En castellano en el original.
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PRIMER CAMARADA. — Camarada comisario, tiene que escucharme.
PHILIP. — Ustedes dejaron escapar un hombre que yo quería aquí, un hombre que
yo necesitaba. Ustedes dejaron escapar un hombre que va a matar.
PHILIP. — Eso suena tremendamente bonito. Ahora permíteme que te diga algo.
Dices que viniste a luchar por un ideal y te asustas en medio de un ataque. No te
gusta el ruido o algo por el estilo, y matan a la gente —y no te gusta contemplar
eso— y sientes miedo de morir y entonces te hieres en la mano o en el pie a riesgo
de que te suceda lo peor, porque no puedes tolerar todo esto. Bien, serás fusilado
por este motivo y tu ideal no va a servirte de salvación, hermano.
PHILIP. — No, no te creo y, además, no soy comisario. Soy un policía. Nada creo de
lo que oigo y muy poco de lo que veo. ¿Qué quiere decir eso de que te crea? Oye:
la suerte no está de tu lado. He tratado de averiguar si lo hiciste a propósito. No voy
más allá de eso. (Se sirve un trago.) Y si ustedes fueran listos tampoco irían más lejos. Y
si no lo hicieron a propósito el resultado es exactamente el mismo. El deber exige
una sola cosa. Que se cumpla. Y las órdenes también exigen una sola cosa: que se
las obedezca. Si tuviera más tiempo podría explicarles que la disciplina es
amabilidad, pero ahora no puedo explicarles demasiado bien esa clase de cosas.
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PHILIP. — Vuelve a emplear una vez más esa palabra y me enfurecerás.
(Se abre la puerta y aparecen DOS GUARDIAS DE ASALTO en uniforme azul, gorras chatas y portando
fusiles.)
(El SEGUNDO CAMARADA se encamina hacia la puerta. El GUARDIA DE ASALTO le registra de arriba abajo
para ver si está armado.)
PHILIP. — Los dos están armados. Quítenles las armas y llévenselos. (A los DOS CAMARADAS.)
Buena suerte. (Lo dice sarcásticamente.) Espero que salgan bien de esto. (Salen los cuatro
y se les oye descender hacia el hall. En el cuarto de al lado, DOROTHY BRIDGES se mueve, se despierta,
bosteza, y estirándose, alcanza el timbre que pende junto a la cama. Se oye el sonido de la
campanilla; también lo oye PHILIP, a cuya puerta golpean.) Adelante. (Aparece el GERENTE, muy
turbado.)
PHILIP. — Son camaradas muy malos. Por lo menos uno de ellos. El otro puede ser
que haya actuado muy correctamente.
PHILIP. — No, supongo que no. Y además es un día hermoso, ¿no es cierto? ¿O no
es cierto?
GERENTE. — Sólo le digo lo que tendría que hacer. Un día como hoy tendría que irse
de excursión al campo.
(En el cuarto de al lado, DOROTHY BRIDGES se ha puesto una bata y zapatillas. Entra al baño y, cuando
reaparece, se la ve cepillándose el cabello, que es muy hermoso. Se sienta en la cama, frente a la
estufa eléctrica, cepillándolo. Parece muy joven sin maquillaje. Vuelve a tocar el timbre y una
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CAMARERA abre la puerta. Es una mujer menuda, de unos sesenta años, vestida con blusa azul y
delantal.)
DOROTHY. — Sírvase ahora mismo un poco de café. Dese prisa en traer una taza.
PETRA. — Lo haré cuando usted haya terminado, señorita. ¿Fue por aquí muy malo
el bombardeo de anoche?
PETRA. — En mi barrio del Progreso, murieron seis en un solo piso. Esta mañana
estaban sacándolos afuera y todos los vidrios habían caído a la calle. No habrá
más vidrio en este invierno.
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DOROTHY. — (Alegremente.) Míster Philip.
PHILIP. — Pase.
PHILIP. — No.
DOROTHY. — Por favor, Petra, dígale que venga y se sirva un poco de desayuno.
PETRA. — (En la otra puerta.) La señorita pide que vaya a servirse algo de desayuno,
aunque es muy poco lo que queda.
PETRA. — (En la otra puerta.) Dice que nunca toma desayuno, Pero yo sé que toma más
desayunos que tres personas juntas.
DOROTHY. — Petra, él es tan difícil. Dígale solamente que no sea estúpido y que por
favor venga aquí.
PHILIP. — Qué palabrería, qué palabrería. (Se pone un botín y zapatillas.) Estas son más
bien pequeñas. Deben ser de Preston. No obstante, tiene una linda «robe». Tendría
que ofrecerle comprársela. (Recoge los diarios, golpea a la puerta al tiempo que la abre y
pasa al otro, cuarto.)
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DOROTHY. — ¿Y cómo entraste allí?
PHILIP. — Tenemos que hacerlo regresar. No debería haber sido rudo hasta tal punto.
PHILIP. — Una especie de súper-horrores, sabes. Ahora puedes verlos. Ahora no.
Míralos dar vuelta a la esquina.
PHILIP. — Claro que sí. He experimentado todo. Lo peor que recuerdo es una fila de
marinos. Solían entrar repentinamente en mi cuarto.
DOROTHY. — Philip, siéntate aquí. (PHILIP se sienta sobre la cama muy cautelosamente.) Philip
tienes que prometerme algo. No debes seguir bebiendo a lo loco, sin tener objetivo
alguno en tu vida y sin hacer algo que tenga pies y cabeza. Supongo que no
querrás convertirte en un playboy de Madrid, ¿no es cierto?
DOROTHY. — Sí. Que ronda por Chicote. Y el Miami Y las embajadas y el Ministerio y
el aparta mentó de Vernon Rodgers y esa espantosa Anita. Aunque lo peor son las
embajadas. Philip, ¿no eres así?, ¿verdad que no?
DOROTHY. — Todo. Podrías ocuparte de algo serio y decente. Podrías hacer algo
valioso, reposado y bueno. ¿Sabes qué te va a pasar si insistes en arrastrarte de bar
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en bar, en compañía de toda esa gente espantosa? Te pegarán un tiro La otra
noche mataron a un hombre en Chicote. Fue terrible.
DOROTHY. — No. Nada más que un pobre tipo que andaba mojando a todo el
mundo con un pulverizador de flit. Era totalmente inofensivo. Pero alguien se sintió
ofendido y le pegó un tiro. Lo vi y era muy deprimente. Le dispararon
repentinamente y cayó tendido de espaldas. Su cara estaba muy gris y había
estado tan alegre sólo un momento antes… Hicieron que todos permanecieran allí
durante dos horas, y la policía olfateó el revólver de cada uno y prohibió que se
sirvieran más bebidas. No lo cubrieron, y todos tuvimos que presentar nuestros
documentos ante un hombre sentado frente a una mesa, justamente ubicada al
lado de donde él yacía, y era muy deprimente, Philip. Tenía los calcetines tan sucios
y las suelas de sus zapatos estaban completamente gastadas y ni siquiera tenía
camiseta.
PHILIP. — ¡Pobre tipo! Lo que pasa es que la inmundicia que ahora beben es veneno
puro. Deja medio loca a la gente.
DOROTHY. — Pero, Philip, no debes ser de ese modo. Ni tienes que andar rondando
de sitio en sitio con riesgo de que alguien te pegue un tiro. Podrías hacer algo con
sentido político o algo militar y hacerlo bien.
DOROTHY. — Es que fue una cosa horrible lo que hiciste la otra noche con la
salivadera… Tratando de provocar líos en Chicote. Sencillamente buscando
provocarlos, como todo el mundo dijo.
PHILIP. — No, supongo que no. Probablemente sucede de pronto sin que uno lo
quiera.
DOROTHY. — Nuestra vida juntos. ¿No te gustaría tener una vida larga, feliz y
reposada en algún lugar como Saint-Tropez y hacer largas caminatas, ir a nadar,
tener chicos y ser completamente felices? Lo digo en serio. ¿No quieres que todo
esto se acabe; me refiero a la guerra y la revolución?
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PHILIP. — ¿Y leeremos el Continental Daily Mail mientras tomamos el desayuno con
brioches y mermelada de frutillas frescas?
DOROTHY. — Ay, Philip, eres tan deprimente, Pretendía que tuviéramos una vida así
de feliz. ¿Y no te gustan los chicos? Podrían jugar en los jardines del Luxemburgo,
echar a rodar aros y hacer navegar barquitos.
PHILIP. — Si lo podemos ver sobre un mapa; te diría que casi hasta junto a un globo.
«Chicos»; el varón se llamará Derek, el peor nombre que conozco. Podrás decirle:
«Derek, allí queda el Wangpoo. Ahora mira hacia dónde se dirige mi dedo y te
mostraré el lugar en que está papá.» Y Derek dirá: «Bueno, mamita. ¿He visto alguna
vez a papá?»
DOROTHY. — Oh, no. No será así. Viviremos en algún lugar que sea hermoso y podrás
escribir.
DOROTHY. — Sobre lo que quieras. Novelas y artículos, y quizá un libro sobre esta
guerra.
DOROTHY. — Podrías estudiar y escribir un libro sobre dialéctica. Para un nuevo libro
sobre dialéctica siempre hay mercado.
DOROTHY. — Querido Philip, lo primero que deberías hacer es comenzar ahora mismo
a hacer algo que valga la pena y terminar de una vez por todas con estas actitudes
de playboy.
PHILIP. — Lo leí en un libro, pero en verdad nunca lo entendí del todo. ¿Es cierto que
lo primero que hace una mujer norteamericana es tratar de conseguir que el
hombre en que está interesada renuncie a algo? ¿Digamos, beber alcohol, fumar
cigarrillos Virginia, usar botines, salir a cazar o cualquier otra tontería?
DOROTHY. — No, Philip. Lo que ocurre es que eres un problema muy serio para
cualquier mujer.
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PHILIP. — Así lo espero.
PHILIP. — Bien. (La besa.) Lo haré. Ahora desayunemos poco. Tengo que regresar y
hacer algunas llamadas por teléfono.
PHILIP. — Sabía que era una palabra infecciosa, pero jamás me enteré de que fuera
contagiosa. Perdóname, amor.
PHILIP. — (Al salir.) No. Como verás me estoy volviendo político. (Pasa al cuarto de al lado.)
DOROTHY. — (Llama a PETRA. Se recuesta cómodamente sobre los almohadones y le habla.) ¡Ay!,
Petra, es tan atractivo, tan vital y tan alegre, Pero no hace nada. Se supone que
envía informes a algún estúpido diario de Londres, pero en la Censura comentan
que prácticamente jamás lo hace. Resulta tan refrescante después de oír hablar
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todo el tiempo a Preston de su mujer y sus chicos. Pues que vuelva de una vez por
todas a su mujer y sus chicos si está tan preocupado por ellos. Apostaría a que no
es capaz. Estos hombres con mujer y chicos, en plena guerra… Los utilizan como
pretexto para abrir una brecha en cualquiera y acostarse con ella, e
inmediatamente después se lo echan en cara a golpes. No sé cómo aguanté tanto
tiempo a Preston. Y es tan tristón. Siempre esperando que la ciudad y todo se
derrumbe, mientras mira el mapa. Mirar constantemente el mapa es uno de los
hábitos más irritantes que un hombre puede adquirir. ¿No es cierto, Petra?
DOROTHY. — ¡Ay!, Petra, quisiera saber qué está haciendo en este instante.
DOROTHY. — Bueno, ahora puede retirarse porque creo que voy a seguir durmiendo
un ratito más. Tengo tanto sueño y me siento tan bien esta mañana.
PETRA. — Que descanse usted bien, señorita. (Al salir, cierra la puerta.)
PHILIP. — Sí, de acuerdo. Hágalo subir. (Golpean a la puerta y entra un CAMARADA vestido con
el uniforme de la Brigada Internacional. Saluda vivazmente. Es un joven y apuesto moreno de unos
veintitrés años.) Salud, camarada, adelante.
PHILIP. — Ochenta-dos cero uno cinco. Hola, ¿Haddock? No, con Haddock. Habla
Hake. Sí. Hake. Bien. ¿Haddock? (Gira en dirección al CAMARADA.) ¿Cuál es tu nombre,
camarada?
CAMARADA. — Wilkinson.
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PHILIP. — Ah… (Parece muy disgustado con respecto a algo.) ¿Qué edad tienes,
camarada?
CAMARADA. — Veinte.
PHILIP. — No, claro que no. Era solamente una pregunta. (Hace una pausa. Después,
dejando de lado su disgusto, habla de manera marcadamente militar.) Bien, hay una sola cosa
que debo decirte. En esta función particular tienes que estar armado para reforzar
tu autoridad. Pero no debes hacer uso de tus armas bajo pretexto alguno. ¿Has
entendido esto bien claro?
PHILIP. — Vete abajo y sal a dar una vuelta. Después, regresa a este lugar, toma una
habitación y firma en el libro de registro. Cuando ya tengas la habitación,
preséntate y hazme saber cuál es, y yo te diré lo que debes hacer. Hoy tendrás que
pasar la mayor parte del día en tu habitación. (Hace una pausa.) Ve a darte un buen
paseo. Podrías beber un vaso de cerveza. Hoy hay cerveza en Aguilar.
PHILIP. — Muy bien. Excelente. Nosotros, los de la vieja generación, tenemos algunas
viciosas manchas de leprosos que difícilmente puedan ser erradicadas a estas
alturas. Pero eres todo un ejemplo para nosotros. Puedes irte ahora.
PHILIP. — (Después de su partida.) Qué cosa tan lamentable. Sí, qué lamentable. (Suena
el teléfono.) ¿Sí? Es él que habla. Bueno. No. Lo siento. Más tarde. (Cuelga el teléfono…
Vuelve a sonar.) Hola. Sí. Lo siento enormemente. ¡Qué lástima! Lo haré. Sí, más tarde.
(Vuelve a colgar. El teléfono suena nuevamente.) Hola. Oh, lo siento mucho, realmente lo
siento. ¿Qué tal te parecería un poco más tarde? ¿No? ¡Qué buen tipo! Ven por
aquí y todo quedará arreglado. (Golpean a la puerta.) Adelante. (Entra PRESTON. Tiene una
ceja vendada y su aspecto no es muy bueno.) Lo siento mucho, sabes.
PHILIP. — De acuerdo. ¿Y ahora qué puedo hacer? (Con voz inexpresiva.) Ya dije que lo
sentía.
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PHILIP. — (Quitándoselas.) Bueno. (Se las alcanza.) (Con pena.) No venderás el batín, ¿no es
cierto? Es una buena tela.
(PRESTON llama. PHILIP entra al cuarto de baño. Se oye un chapoteo de agua. Golpean a la puerta y
entra el GERENTE.)
PRESTON. — Quiero que llame a la policía para que saquen a este hombre de mi
cuarto.
PHILIP. — (Desde el cuarto de baño.) ¿A quién pertenecen estas tres pastillas de jabón?
PHILIP. — (Desde el cuarto de baño.) ¿Quién consiguió introducir aquí tres frascos de
agua de colonia?
GERENTE. — ¿Ve, míster Preston? Con toda mi mejor voluntad no podría introducir
aquí a la policía.
PRESTON. — Oh, bien, váyanse al… diablo, entonces, ustedes dos. Después ordene
que lleven todas las cosas al uno catorce. Eres un grosero inmundo, Rawlings.
Recuerda que te lo dije, ¿eh?
PHILIP. — (Desde el cuarto de baño.) ¿A quién pertenecen estos cuatro tubos de crema
de afeitar Mennen?
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PRESTON. — Usted no hace más que mendigar comida. Y ya le he dado bastante.
Haga empaquetar las cosas y que las cambien de habitación.
GERENTE. — Muy bien, míster Preston, pero déjeme decirle una cosa. Cuando, contra
mi voluntad, me atrevo a pedirle un poco de comida, lo único que deseo es que
me cedan las sobras…
GERENTE. — Digo a mister Preston que sólo deseo lo que les sobra, teniendo en
cuenta que somos siete en la familia. Mire, míster Preston, está ese lujo de mi suegra,
a la que ahora sólo le queda un diente en su cabeza y le basta para comerlo todo.
Cuando pierda ese diente tendré que comprarle una dentadura completa, con
todas sus piezas superiores e inferiores, con las que podrá comer cosas mayores:
bistec, chuletas y eso que usted llama solomillo. Todas las noches le pregunto por el
diente y si lo pierde no sé qué será de nosotros. Con todos los dientes arriba y abajo,
no habría suficientes caballos del ejército en Madrid para ella. Usted no ha visto
nada igual, míster Preston. Un verdadero lujo. ¿No podría usted prescindir de alguna
latita, no importa de lo que sea?
PHILIP. — (Al salir del cuarto de baño.) Conmigo el camarada filatélico excederá una lata
de carne vacuna.
GERENTE. — Oh, míster Philip. Usted tiene un corazón más grande que el hotel.
GERENTE. — Usted le quita la señorita. Le vuelve furioso. Le llena de, como dicen
ustedes, «celosidad».
GERENTE. — Escuche, míster Philip. Dígame una cosa. ¿Cuánto va a durar la guerra?
GERENTE. — Míster Philip, no me gusta oírle eso. Hace ahora un año. No es gracioso,
¿sabe usted?
GERENTE. — Tenga cuidado y subsista usted también. Tenga más cuidado, míster
Philip. Yo lo sé. No piense que no lo sé.
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PHILIP. — No es mucho lo que sabe. Y sepa lo que sepa, mantenga la boca bien
cerrada, ¿eh? De ese modo trabajamos bien juntos.
GERENTE. — Jamás pruebo el alcohol. Pero escuche, míster Philip. Tenga más
cuidado. Las cosas están muy mal en la 105 y en la 107.
PHILIP. — Gracias. Estoy enterado de eso. Solamente perdí lo que tenía en la 107.
Dejaron que se escapara.
PHILIP. — Completamente.
GERENTE. — Anoche trató de meterse en la 113 por usted, pretendiendo que era
equivocación. Yo lo sé.
PHILIP. — Es por eso que yo no estaba allí. Tenía a alguien vigilando al tonto.
GERENTE. — Míster Philip, tenga mucho cuidado. ¿Quiere que coloque el cerrojo Yale
en la puerta? ¿El cerrojo grande? ¿El de clase mucho más fuerte?
PHILIP. — No. El cerrojo grande no mejoraría las cosas. Estos asuntos no se arreglan
con cerrojos grandes.
GERENTE. — ¿Desea usted algo especial, míster Philip? ¿Algo que esté a mi alcance?
PHILIP. — No; nada especial. Gracias por echar a ese tonto periodista de Valencia
que quería una habitación aquí. Ya tenemos aquí suficientes tontos, incluyendo a
usted y a mí.
GERENTE. — Pero lo dejaré entrar más tarde si usted quiere. Le dije que no había
habitación, y que cuando la haya se lo haría saber. Si las cosas se calman puedo
dejarlo entrar más tarde. Tenga cuidado de usted, míster Philip. Por favor, usted
sabe.
PHILIP. — Lo estoy pasando bastante bien. Salvo que de vez en cuando siento una
especie de depresión mental.
(Durante este tiempo, DOROTHY BRIDGES se ha levantado, ha ido al cuarto de baño, se ha vestido y
ha vuelto a su habitación. Se sienta ante la máquina de escribir, después se levanta y pone un disco
en el fonógrafo. Es la balada en la bemol menor, Op. 47 de Chopin. PHILIP oye la música.)
PHILIP. — (Al GERENTE.) ¿Me disculpa un momento, por favor? ¿Va usted a trasladar las
cosas de él? Si viene alguien a buscarme dígale que espere, ¿podría hacerlo?
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GERENTE. — Le diré a la camarera que haga el traslado. (PHILIP se dirige hacia la puerta de
DOROTHY y llama.)
(El disco se ha detenido. En el otro cuarto puede advertirse que el GERENTE ha salido, ha entrado la
CAMARERA y está apilando todas las cosas de PRESTON sobre la cama.)
DOROTHY. — Pues, no faltaba más, descarado, imprudente. Si hasta eres peor que
Preston.
PHILIP. — Ambas cosas las digo en serio. Este hotel no es el lugar que ahora te
corresponde. Lo digo de verdad.
(A la entrada del cuarto vecino se ve al joven CAMARADA WILKINSON, con uniforme de la Brigada
Internacional, junto a la puerta abierta.)
(WILKINSON se sienta en una silla, de espaldas a la puerta. En el otro cuatro, DOROTHY vuelve a poner
el disco en el fonógrafo. PHILIP levanta la aguja, y el disco sigue girando incesantemente sobre él
plato.)
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DOROTHY. — Entonces, ¿de qué se trata, querido? ¿No te gusto? Me gustaría hacerte
muy feliz aquí.
DOROTHY. — No lo harás.
(Mientras el disco suena, se advierte que alguien se ha detenido ante la puerta del cuarto donde
la CAMARERA trabaja y e l muchacho permanece sentado. Lleva puestos un impermeable y una
boina, y está reclinado sobre el marco de la puerta para afinar su puntería. Con una pistola Máuser
de cañón largo dispara en la nuca del muchacho. La CAMARERA grita: ¡Ay! y se echa a llorar sobre
su delantal. Al oír el disparo, PHILIP empuja a DOROTHY hacia la cama y se dirige a la puerta
empuñando una pistola en su mano derecha. Abre la puerta, mira en ambas direcciones
poniéndose a resguardo, después va hacia el recodo del pasillo y vuelve a entrar al cuarto. Al verlo
con la pistola, la CAMARERA vuelve a gritar.)
PHILIP. —
No sea tonta. (Va hacia la silla donde yace el cuerpo, le alza la cabeza y la deja caer.)
Los canallas. Los inmundos canallas. (DOROTHY le ha seguido hasta la puerta. La empuja,
haciéndola salir.) Vete de aquí.
PHILIP. — Tal vez él mismo se mató. Nada de esto te concierne. Vete de aquí. ¿Es la
primera vez que has visto un hombre muerto? ¿Acaso no eres una corresponsal de
guerra o algo por el estilo? Vete de aquí y escribe un artículo. Nada de esto te
concierne. (Dirigiéndose a la CAMARERA.) Apresúrese y saque de aquí todas esas latas y
botellas. (Empieza a arrojar cosas desde los estantes del armario hacia la cama.) Todas las latas
de leche. Toda la carne picada. Todo el azúcar. Todo el salmón en lata, Toda el agua
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de colonia. Todo el exceso de jabones. Quítelos de aquí. Vamos a llamar a la
policía.
Telón
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Segundo Acto
Escena Primera
Una habitación en los cuarteles de Seguridad. Hay una mesa sencilla, sin nada
encima salvo una lámpara con pantalla verde. Todas las ventanas tienen las
persianas cerradas. Detrás de la mesa está sentado un hombre bajo, de rostro
ascético, labios muy finos y nariz de halcón. Sus cejas son muy delgadas. Philip está
sentado en una silla junto a la mesa. El hombre con cara de halcón sostiene un lápiz
entre los dedos. Frente a la mesa, un hombre está sentado en una silla. Llora con
sollozos estremecedores y profundos. Antonio (el de cara de halcón), lo observa
con marcado interés. Se trata del primer camarada, que se vio en la escena
tercera del primer acto. Es calvo, no lleva americana y los tirantes, que sostienen
los desplanchados pantalones de la Brigada Internacional, cuelgan a ambos lados.
Al alzarse el telón, Philip se pone de pie y mira al primer camarada.
PHILIP. — (Con voz muy cansada y débil.) ¿Sabes el castigo que eso merece?
PHILIP. — ¿Por qué no dijiste esto desde un principio para evitar tanta molestia? No
te hubiera hecho matar por eso. Ahora estoy contrariado contigo. ¿Piensas que
uno hace matar a los demás por diversión?
PHILIP. — (Dirigiéndose a ANTONIO, con frialdad.) ¿Cree usted que estaba dormido?
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PHILIP. — Trata de acordarte. Tómate el tiempo necesario. Comprenderás que lo
único que quiero es estar seguro. No intentes mentir. Me daré cuenta si lo haces.
PRIMER CAMARADA. — Ahora me acuerdo. Estaba junto a la pared y tenía el fusil entre
las piernas cuando me recliné, y me acuerdo. (Se sofoca.) En el sueño yo… yo pensé
que estaba con mi chica y que ella me estaba haciendo algo… digamos…
gracioso. No sé de qué se trataba. Todo ocurría en sueños. (Se sofoca.)
PHILIP. — Bien, supongo que nadie lo entiende verdaderamente del todo, pero me
ha convencido. (Dirigiéndose al primer CAMARADA.) ¿Cómo se llama tu chica?
PHILIP. — Muy bien. Cuando le escribas dile que te trajo muchísima suerte. (Dirigiéndose
a ANTONIO.) En lo que a mí respecta, mi opinión es que puede liberarlo. Lee el Worker.
Conoce a Joe North. Tiene una chica que se llama Alma. Sus antecedentes en la
Brigada son buenos; se echó a dormir y dejó escapar a un ciudadano que mató a
un muchacho llamado Wilkinson por culpa mía. Lo que habría que hacer es darle
grandes cantidades de café fuerte para mantenerlo despierto y evitar que tenga
el fusil entre las piernas. Escuche, camarada, discúlpeme que le hable con dureza
en cuanto al cumplimiento de mi deber.
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ANTONIO. — (Toca el timbre y entran DOS GUARDIAS DE ASALTO.) Sáquenlo de aquí. Hablas de un
modo muy confuso, Philip. Pero todavía no has malgastado toda la confianza que
se te tiene.
ANTONIO.
— Ahora bien, este hombre salió de la habitación 107 y mató a un
muchacho por un error de usted. ¿Y quién es este hombre?
PHILIP. — No sé. A lo mejor es Santa Claus. Tiene un número. Los A están numerados
de uno a diez, los B están numerados de uno a diez y los C están numerados de
uno a diez, y matan gente, colocan explosivos y hacen todas esas cosas con las
que usted está bastante familiarizado. Y trabajan sin descanso y en verdad no son
demasiado eficaces. Pero matan un montón de gente que no deberían matar. El
problema es que lo han hecho tan bien en el estilo del viejo A. B. C. cubano que,
a menos que usted les busque otra tarea que puedan desempeñar, eso no tiene
gran importancia. Es lo mismo que cortarse los forúnculos de la cabeza en vez de
escuchar una audición de las Levaduras Fleischman. Por favor, corrí-jame si me
vuelvo confuso.
PHILIP. — Más. El doble de eso. Pero cuando los apresas no les sacas palabra. Salvo
los políticos.
ANTONIO. — Los políticos. Sí, los políticos. Yo he visto a un político sobre el piso, en ese
rincón de la habitación, incapaz de levantarse cuando había llegado el tiempo de
irse. He visto a un político atravesar esta habitación de rodillas, rodear mis piernas
con sus brazos y besarme los pies. Observé cómo me lamía las botas, cuando todo
lo que tenía que hacer era algo tan sencillo como morirse. He visto a muchos, pero
nunca he visto morir bien a un político.
PHILIP. — A mí no me gusta verlos morir. Puede ser que esté bien, si a usted le gusta.
Pero a mí no me gusta. A veces no comprendo cómo puede resistirlo. Escúcheme,
¿quién muere bien?
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ANTONIO. — Yo podría morir perfectamente bien. A nadie le pido que haga lo que
es imposible.
PHILIP. — Usted es un especialista. Mire, Tonico, ¿quién muere bien? Vamos, dígalo.
Vamos. Le hará bien hablar sobre su oficio. Hable de eso. Total, después lo olvida.
Sencillo, ¿eh? Cuénteme algo sobre los primeros días del movimiento.
ANTONIO. — (Más bien orgulloso.) ¿Quiere enterarse? ¿Se refiere a personas concretas?
PHILIP. — No. Conozco un par de personas concretas. Me refiero más bien a clases
de gente.
ANTONIO. — Los fascistas, los verdaderos fascistas, los jóvenes, mueren muy bien. A
veces con muchísima dignidad. Están equivocados, pero tienen mucha dignidad.
También los soldados, la mayoría muy bien. En cuanto a los sacerdotes, toda la vida
he estado en contra de ellos. La Iglesia nos combate. Nosotros combatimos a la
Iglesia. Hace muchos años que soy socialista. Somos el partido revolucionario más
antiguo de España. Pero, para morir… (Sacude la mano con ese triple movimiento rápida
de la muñeca que, para los españoles, representa el máximo gesto de admiración.) ¿Para morir?
¿Los sacerdotes? Impresionantes. Claro está que hablo de simples sacerdotes. No
me refiero a obispos.
ANTONIO. — Oh, sí, por cierto. Errores. Claro está que sí. Errores. Sí. Sí. Errores muy
lamentables. Fueron unos pocos.
PHILIP. — Ah… (Suena como el quejido que podría hacer un boxeador cuando recibe un fuerte
impacto en el cuerpo.) Y esta tarea en la que estamos ahora embarcados. ¿Sabe cuál
es el nombre estúpido que le han puesto? Contraespionaje. ¿Nunca le rompe los
nervios?
PHILIP. — A mí me tiene con los nervios rotos desde hace ya mucho tiempo.
PHILIP. — En este país, durante doce inmundos meses. Y antes de eso, en Cuba. ¿Ha
estado alguna vez en Cuba?
ANTONIO. — Sí.
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PHILIP. — Allí fue donde quedé envuelto en todo esto.
PHILIP. — Bueno…, a alguna gente que debería haber estado mejor enterada le dio
por confiar en mí. Y pienso que justamente por no haber estado mejor enterada
empezó a considerarme digno de confianza. Digamos, no demasiado digno de
confianza, sino más bien moderadamente. Y después van confiando un poco más
y uno hace todo como se debe. Al tiempo, usted sabe, uno empieza a creer en lo
que hace. Finalmente pienso que a uno acaba por gustarle. Tengo cierta impresión
de que no me explico muy bien.
PHILIP. — No hable así de ella. No es ninguna rubia alta que salga con corresponsal
alguno. Es mi muchacha. Y si yo hablo demasiado o le quito mucho de su valioso
tiempo, en tal caso, hágame callar. Usted sabe que soy un tipo muy extraordinario.
Puedo hablar tanto en inglés como en norteamericano. Nací en un país y me crié
en el otro. De eso es de lo que vivo.
PHILIP. — Bien, ahora estoy hablando en norteamericano. Con Bridges es igual. Salvo
que no estoy seguro de que ella pueda hablar en norteamericano. Estudió inglés
en el colegio y con el estilo, vulgar o literario de un lord, pero sé que usted
comprende bien lo que es gracioso. En verdad me gusta oírla hablar. No me
importa lo que diga. Ahora me siento descansado, como verá. No he bebido
desde el desayuno y me siento mucho más ebrio que cuando lo estoy, y ése es un
mal signo. ¿Está de acuerdo con que algún operativo suyo descanse, mi coronel?
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PHILIP. — Así es. Estoy demasiado cansado y me queda mucho trabajo por hacer.
Estoy aguardando encontrarme con un camarada en Chicote. Se llama Max. No
exagero, tengo muchísimo trabajo que hacer. Max, a quien creo que usted
conoce, sin duda es un tipo tan distinguido que no tiene seudónimo, en tanto que
el mío es Rawlings, exactamente el mismo que al comenzar. Lo que puede
demostrarle que no he progresado demasiado en esta carrera. ¿Qué estaba
diciendo?
PHILIP. — Max. Eso es, hablaba de Max. Bien, ahora se ha retrasado un día.
Últimamente ha estado navegando, digamos circulando para evitar confusiones,
alrededor de dos semanas, detrás de las líneas fascistas. Es su especialidad. Eso es
lo que dice y no miente. Yo sí miento. Pero no justamente ahora. De todos modos
estoy muy cansado y también disgustado con mi trabajo y nervioso como un tipo
cualquiera porque me siento preocupado y yo no soy de los que se preocupan
fácilmente.
PHILIP. — Él dice, es decir, Max dice (y vaya si me gustaría saber dónde está ahora)
que ha conseguido un buen emplazamiento, digamos, un puesto de observación.
Basta con fijarse cómo caen para saber que es el lugar equivocado. Justamente
ése. Bueno, él dice que allí van el comandante alemán de la plaza de artillería que
bombardea la ciudad y un hermoso político. Una pieza de museo, por así decir.
También va por allí. Y Max piensa. Y yo creo que es un loco. Pero él piensa mejor. Yo
pienso más rápido, pero él piensa mejor. Que podemos embolsarnos esos
ciudadanos. Ahora escúcheme muy atentamente, mi coronel, y corríjame al
instante. A mi juicio suena demasiado romántico. Pero Max dice —y él es alemán y
muy práctico— y es capaz de irse tras las líneas fascistas tan pronto como usted iría
a afeitarse o algo semejante; bueno, él dice que es perfectamente posible. De
manera que yo reflexioné. Y soy una especie de ebrio ahora que hace tanto que
lo bebo. Dice que más bien tendríamos que suspender los otros proyectos en que
hemos estado trabajando, aunque fuera temporariamente, y tratáramos de
capturar y entregarle a usted estas dos personas. Yo no creó que el alemán le
resulte a usted de una gran utilidad práctica, pero sin duda tiene muy alto valor de
canje, y este tipo de proyectos de algún modo atrae a Mas. Atribúyalo a
nacionalismo, digo. Pero si conseguimos este otro ciudadano, usted tendrá algo en
su poder, mi coronel. Porque es una pieza muy, muy importante. Precisamente,
importante. Como usted sabe, él está fuera de la ciudad. Pero también conoce
quién está dentro. Y después, basta con que usted consiga «ablandarlo» para
enterarse de quién está dentro de la ciudad. Porque todos están en comunicación
con él. Hablo demasiado, ¿no?
ANTONIO. — Philip.
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ANTONIO. — Philip, ahora Váyase a Chicote a emborracharse como un buen
muchacho, haga su trabajo, y venga o llame cuando tenga noticias.
ANTONIO. — En lo que más le guste. No hable tonterías. Pero ahora Váyase, por favor,
porque somos buenos amigos y yo le aprecio mucho, pero estoy atareado.
Escuche, ¿es verdad lo del puesto de observación?
PHILIP. — Sí.
PHILIP. — Entonces hablaré en inglés. Me resulta mucho más fácil poder mentir en
inglés, es lamentable.
ANTONIO. — (Lo mira salir, desde su escritorio. Después toca el timbre. Entran DOS GUARDIAS DE ASALTO.
Saludan.) Ahora tráiganme en seguida a ese hombre que hace un rato llevaron
afuera. Quiero hablar un momento personalmente con él.
Telón
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Escena Segunda
PHILIP. — No.
ANITA. — Esa enorme rubia. Alta como una torre. Grande como un caballo.
ANITA. — Sí. Me gusta mejor que cualquier palabra inglesa que yo conozco.
Studebaker. Es hermosa. ¿Por qué no la amas?
PHILIP. — Lo sé.
PHILIP. — Lo sé.
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ANITA. — Cuando uno tiene algo bueno no quiere irse. Es un gran problema una
mujer grande. Lo sé. Yo lo he sido mucho tiempo.
ANITA. — ¿Ellos me critican porque recuerdan que mordí a míster Vernon esa vez?
ANITA. — ¿Sabes por qué lo hice? Todos saben que yo mordí, pero nunca nadie me
preguntó por qué.
PHILIP. — Sí.
ANITA. — Oh, querido, muy bien. Escucha, ahora no quiero que cometas un error
con esa rubia grande.
PHILIP. — Sabes, Anita, tengo miedo de hacerlo. Tengo miedo de que ése sea el
único problema. Quiero cometer un error enteramente colosal. (Llama al CAMARERO,
mira su reloj. Al CAMARERO.) ¿Qué hora tiene?
CAMARERO. — (Mira el reloj que hay sobre el bar y después el de PHILIP.) La misma que usted.
ANITA. — No. Sólo siento odio. Anoche traté de que me gustara. Dije que todos eran
camaradas. Llega un gran bombardeo. Todos podían morir. Todos debemos ser
camaradas. Enterrar las hachas de guerra. No ser egoísta. No pensar en uno mismo.
Amar al enemigo como a uno mismo. Todo eso.
ANITA. — Esa clase de cosas no pasan de una noche. Odio a esta mujer desde que
me desperté esta mañana.
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PHILIP. — Sabes que no debes.
ANITA. — ¿Qué quiere de ti? Ella toma un hombre igual que levanta una flor. No te
ama. Solamente quiere llevarte a su cuarto. Tú le gustas porque también eres
grande. Escucha. Tú me gustarías, aunque fueras un enano.
ANITA. — Yo no bromeo. Soy seria. Philip, déjala y vuelve donde sabes que estarás
bien.
ANITA. — Tú no cambias. Sí que eres bueno. Ahora te conozco desde hace mucho
tiempo. Tú no eres un tipo que cambie.
ANITA. — No es cierto. Se cansan, quieren irse, dan vueltas, se enojan, dan malos
tratos… Pero no cambian. Solamente comienzan distintos hábitos.
PHILIP. — Comprendo eso. Sí, está bien. Pero ocurre que es algo así como haberse
encontrado con alguien de los suyos, y eso a uno lo trastorna.
ANITA. — Escucha. Esa rubia grande ya te ha vuelto loco. No puedes pensar bien
todavía. No se parece en nada a ti. Sería como comparar la sangre con la pintura.
Parecen lo mismo. Pero coloca la pintura en el cuerpo, en lugar de la sangre. ¿Qué
obtienes? La mujer norteamericana.
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PHILIP. — Eres injusta con ella, Anita. De acuerdo que es perezosa y malcriada y más
bien estúpida y enormemente posesiva. Pero, no obstante, es muy hermosa, muy
amistosa y encantadora, y más bien inocente… y sin duda muy valiente.
ANITA. — Muy bien. ¿Es hermosa? ¿Qué te dará una mujer hermosa cuando tú no le
des nada más? Te conozco. ¿Es amistosa? Muy bien, en cualquier momento
puede dejar de serlo.
¿Encantadora? Sí, actúa como la serpiente que encanta a los conejos. ¿Inocente?
No me hagas reír. Es inocente hasta que demuestre lo contrario. ¿Valiente? No me
hagas reír de nuevo, que me duele la barriga. ¿Valiente? Bueno, pues me río. ¡Ja,
ja, ja!
¿Acaso lo que haces en esta guerra no te deja ver lo que es realmente valentía?
¿Valiente? Por aquí… (…). Así es que me voy.
ANITA. — ¿Dura con ella? Quiero arrojar una granada de mano en la cama donde
ella está ahora durmiendo. Te digo la verdad. Anoche probé todo eso. Todo ese
sacrificio. Toda esa resignación. Lo sabes. Ahora tengo un buen sentimiento
saludable. Y odio. (Ella se va.)
PHILIP. — El sabrá cuál hotel. (Se dispone a salir y mira hacia atrás.) Dígale que salí a
buscarlo.
Telón
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Escena Tercera
El mismo decorado que en la escena tercera del primer acto: las habitaciones
adyacentes 109 y 110 del Hotel Florida. Está oscuro afuera y las cortinas están
corridas. Nadie hay en la habitación 110, totalmente a oscuras. La habitación 109
está intensamente iluminada por la lámpara de lectura sobre la mesa, a la vez que
por la luz principal del techo y otra lámpara de lectura sujeta a la cabecera de la
cama. También están encendidas la estufa y la pava eléctrica. Dorothy Bridges,
que viste una tricota de cuello alto, una falda de tweed, medias de lana y botas
de montar, prepara algo en una cacerola de mango largo que hay sobre la cocina
eléctrica. Un cañoneo distante se oye a través de las ventanas con las cortinas
cerradas. Dorothy toca el timbre. No hay respuesta. Vuelve a llamar.
DOROTHY. — ¡Maldito sea ese electricista! (Se dirige hacia la puerta y la abre.) ¡Petra, Petra!
DOROTHY. — No. Lo único que tiene que hacer es venir y arreglar este timbre.
PETRA. — Dicen que alguien le disparó desde una ventana. No sé. Eso es lo que me
dijeron.
PETRA. — Ay, siempre disparan desde las ventanas durante los bombardeos
nocturnos. La gente de la quinta columna. La gente que nos combate desde el
interior de la ciudad.
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DOROTHY. — Pero ¿por qué habrían de balearlo a él? Si el pobre no era más que un
operario.
PETRA. — Por eso mismo le dispararon. Son nuestros enemigos. Incluso míos. Se
alegrarían si me mataran. Pensarían que hay un obrero de menos.
DOROTHY. — Es que es terrible. ¿Quiere decir que matan gente a la que ni siquiera
conocen?
PETRA. — Mañana podremos conseguir otro. Pero ahora todos deben de haber
cerrado. Tal vez usted no debiera encender tantas luces, señorita, y quizá entonces
el fusible no se quemase. Use solamente la que necesite para ver. (DOROTHY apaga
todas las luces, salvo la de leer en cama.)
DOROTHY. —Ahora ni siquiera alcanzo a ver cómo cocinar este plato. A lo mejor esto
es una ventaja. En la lata no decía si había que cocinarlo o no. Probablemente
será espantoso.
DOROTHY. — Ay, estoy harta de todo este asunto. Siga usted adelante y cocínelo,
Petra.
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PETRA. — Sí, señorita. ¿Qué debo agregarle?
DOROTHY. — (Toma un libro y se dirige hacia la luz de la cabecera.) Póngale cualquier cosa.
Abra una lata cualquiera.
PETRA. — A míster Philip no le gusta cualquier cosa. Sería mejor tener más cuidado
con míster Philip. Una vez arrojó una bandeja con todo el desayuno al suelo.
PETRA. — De todos modos fue una cosa muy violenta. Le dije que no tenía razón. No
hay derecho, le dije.
PETRA. — Me ayudó a levantar todo y después me dio una palmada aquí mientras
estaba agachada. No me gusta verlo en ese cuarto vecino, señorita. Tiene una
cultura distinta de la suya.
PETRA. — ¡Señorita! Por favor no haga semejante cosa. Usted no ha tenido que hacer
su cuarto y su cama durante siete meses como yo. Señorita, él es malo. No digo
que no sea un buen hombre. Pero es malo.
PETRA. — No. Perverso no. Perverso es sucio. Y él es muy limpio. Se baña en todo
momento, hasta con agua fría. Aun en los días más fríos se lava los pies. Pero él no
es bueno, señorita. Y no la va a hacer feliz.
DOROTHY. — Pero, Petra, jamás nadie me ha hecho tan feliz como él.
DOROTHY. — Este no es más que un país de fanfarrones. ¿Tendré que escuchar todo
lo que se refiere a los conquistadores y cosas por el estilo?
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PETRA. — Yo sólo quise decir que aquí había maldad, Quizá también tenga eso un
hombre bueno, sí, un hombre verdaderamente bueno como el que se casó
conmigo puede que lo tenga. Pero todos los hombres malos tienen eso.
DOROTHY. — Usted quiere decir que ellos siempre hablan de lo que tienen.
DOROTHY. — No creo una palabra al respecto. ¿Y usted piensa que míster Philip es
realmente un hombre malo?
(Un ruido de pesadas botas se acerca a través del corredor. PHILIP y TRES CAMARADAS con uniforme de
la Brigada Internacional entran en la habitación 110, y PHILIP enciende la luz. PHILIP tiene la cabeza
descubierta, está mojado y con el cabello despeinado. Uno de los CAMARADAS es MAX, el de la cara
cortada. Está cubierto de barro y, al entrar en la habitación se sienta al revés en la silla que hay ante
la mesa, apoyando los brazos y la barbilla sobre el respaldo de la silla. Su cara es sorprendente. Uno
de los CAMARADAS lleva un rifle automático corto colgado de su hombro. El otro porta una larga
pistola Parabellum con cubierta de madera, atada a una pierna.)
PHILIP.
— Quiero que ustedes clausuren estos dos cuartos que dan al corredor.
Cualquiera que tenga que verme ustedes lo hacen entrar. ¿Cuántos camaradas
tienen abajo?
PHILIP. — Max. (MAX se despierta, mira a PHILIP y sonríe.) ¿Estuvo muy mal, Max?
8 No demasiado duro
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PHILIP. — ¿Y adonde?
MAX. — Al techo de una casa en lo alto del camino a Extremadura. Tiene una
pequeña torre.
MAX. — Yo también.
MAX. — Tendrías que ver los proyectiles. Todo a la vista. Los soldados son también
muy chapuceros. Si yo no tuviera esta cara podría haberme quedado y manejado
un cañón. A lo mejor hasta me hubieran puesto entre su personal.
PHILIP. — ¿Y ahora?
MAX. — Pienso que hay que ir esta noche. ¿Para qué esperar?
MAX. — Embarrado.
PHILIP. — Yo.
9 Doce y cuarto
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PHILIP. — ¡Excelente! Puedes hacerlo.
(Entra en el cuarto de baño. PHILIP sale de la habitación, cierra la puerta y golpea en la habitación
109.)
DOROTHY. — Hola.
DOROTHY. — Me dejaste sola todo el día. Desde que mataron allí a ese pobre
hombre, por la mañana, me dejaste sola. He esperado aquí todo el día. Nadie vino
a verme en ningún momento, salvo Preston y estaba tan desagradable que tuve
que pedirle que se fuera. ¿Dónde estuviste?
PHILIP. — Sí.
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DOROTHY. — ¿Y viste a esa horrible mora?
DOROTHY. — ¡Es insoportable! Puedes guardarte los saludos. (PHILIP se ha servido una
cucharada de la olla y la prueba.)
DOROTHY. — No lo sé.
PHILIP. — ¡Sí que está bueno! Pero ¿de dónde sacaste la idea de ponerle arenque
ahumado?
DOROTHY. — ¡Ah, maldita Petra! De modo que fue ésa la otra lata que abrió.
(Golpean a la puerta. Es el GERENTE, sostenido firmemente de un brazo por el CAMARADA CON RIFLE.)
GERENTE. — No era nada, míster Philip. Al pasar por el vestíbulo mi olfato, sobre-
agudizado por el hambre, detectó el olor y me detuve. El camarada me cogió en
seguida. Pero todo está perfectamente bien, míster Philip. No pasa absolutamente
nada. No se inquiete.
PHILIP. — Llegó justo en el momento oportuno. Tengo algo para usted. Tome esto.
GERENTE. — No, míster Philip. (Tomando todas las cosas.) No puedo. Usted me conmueve
hasta las lágrimas. Yo nunca podría. ¡Es demasiado!
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GERENTE. — Usted me conmueve. Desde el fondo de mi corazón se lo agradezco,
míster Philip. (Sale, llevando el plato en una mano, y la olla en la otra.)
DOROTHY. — Pero, Philip, podrías quedarte. Aquí puedes beber o hacer lo que
quieras. Estaré contenta y pondré el fonógrafo. También beberé, aun cuando
después pueda darme jaqueca. Invitaremos a mucha gente si quieres que haya
un montón de gente. Puede haber ruido, estar lleno de humo y todo lo que te guste.
¡No es necesario que salgas, Philip!
DOROTHY. — Y no comas cebollas, Philip, Si no las comes estaré más segura de ti.
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PHILIP. — De acuerdo. No comeré cebollas. ¿Tienes un poco de salsa de tomate?
GERENTE. —Yo venir decirle usted muy bien poder hacer una broma, míster Philip. Es
un sentido del humor O. K. (Tristemente.) Es una comida ahora para no tomarla en
broma. Tampoco es para desperdiciar, tal vez, si lo piensa nuevamente. Pero está
muy bien. Yo tomo la broma.
GERENTE. — Gracias, míster Philip. Es una buena broma. Ja, ja, y quizá muy costosa.
Pero gracias, míster Philip. También se lo agradezco a usted, señorita. (Sale.)
PHILIP.
— Mira, Bridges. (La rodea con sus brazos.) No te preocupes si esta noche estoy
medio estúpido.
DOROTHY. — Te lo arreglaría de modo que te gustara habitarlo. Podrías tener una silla
cómoda y una biblioteca, y buena luz para leer, y cuadros. Podría arreglarlo
realmente bien. Por favor, quédate aquí esta noche y comprueba lo lindo que es.
PHILIP. — No, ésta es una de esas noches intranquilas en que uno siente que debe
salir y dar vueltas por ahí y ver gente. Y, por otra parte, tengo una cita.
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DOROTHY. — Entonces vuelve después.
PHILIP. — De acuerdo.
(La abraza, le acaricia el pelo, le echa atrás la cabeza y la besa. Abajo hay ruido de gritos y
canciones. Después se oye a los CAMARADAS entonar El Partidario. Lo cantan hasta el final.)
PHILIP. — Nunca sabrás lo bonita que es esa canción. (Los CAMARADAS cantan Bandera
Roja.) ¿Conoces ésta? (Se sienta junto a ella sobre la cama.)
DOROTHY. — Sí.
(En el cuarto de al lado puede verse, dormido, al CAMARADA DE LA CARA CORTADA. Mientras hablaban,
él terminó de bañarse, secó su ropa, le quitó el barro y se recostó en la cama. La luz brilla sobre su
cara, mientras duerme.)
DOROTHY. — (Junto a PHILIP, sobre la cama.) ¡Philip, Philip, por favor, Philip!
PHILIP. — Debo decirte que no tengo muchas ganas de hacer el amor esta noche.
DOROTHY. — (Decepcionada.) Está bien. ¡Es encantador! Si lo único que yo quería era
que te quedaras aquí. Quédate y hagamos un poco de vida de hogar.
PHILIP. — (Levantándose.) Mira, abre ambas ventanas antes de acostarte, ¿lo harás?
No querrás que se rompa algún vidrio si hay un bombardeo alrededor de
medianoche.
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DOROTHY. — No te vayas, Philip. ¡Por favor, no te vayas!
PHILIP. — ¡Salud, camarada! (No saluda. Se dirige al cuarto de al lado. Abajo, los CAMARADAS
cantan nuevamente El Partidario. En la habitación 110, PHILIP ve a MAX durmiendo, y después se
acerca para despertarlo.) ¡Max!
(MAX se despierta al instante, mira alrededor, parpadea ante la luz y, después sonríe.)
MAX. — (Levantándose de la cama, sonriendo y tomando sus botas que han estado secándose
frente a la estufa eléctrica.) Encantado. (PHILIP sirve dos whiskys y acerca la botella de agua.) No
lo arruines con agua.
PHILIP. — ¡Salud!
MAX. — ¡Salud!
PHILIP. — Vayamos.
Telón
(Abajo, los CAMARADAS cantan “La Internacional”. Mientras el telón cae, DOROTHY BRIDGES está tendida
en la cama en la habitación 109, con sus brazos alrededor de la almohada. Sus hombros se agitan
al llorar.)
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Escena Cuarta
El mismo decorado de la escena tercera, pero ahora son las cuatro y media de la
madrugada. Ambos cuartos están a oscuras y Dorothy Bridges duerme sobre su
cama. Max y Philip se acercan a través del corredor. Philip da vuelta a la llave de
la puerta 110 y enciende la luz Se miran el uno al otro. Max mueve la cabeza.
Ambos están tan cubiertos de barro que resultan casi irreconocibles.
MAX. — (Con la cabeza sobre los brazos.) Anda y báñate. Yo estoy demasiado cansado.
PHILIP. — No hay agua caliente. El único motivo por el que vivimos en esta maldita
trampa mortal es el agua caliente, ¡y ahora falta!
MAX. — (Muy dormido.) Estoy muy triste por haber fracasado. Estaba seguro de que
vendrían. Pero no vinieron.
MAX. — (Completamente exhausto.) Tengo demasiado sueño. Tengo tanto sueño que
me siento mal.
MAX. — La cama es buena. (Abraza la almohada y estira las piernas.) Duermo sobre mi
cara, y entonces nadie se asusta a la mañana.
(PHILIP entra en el cuarto de baño y se le oye chapotear. Después reaparece en pijama y batín, abre
la puerta que comunica ambos cuartos, pasa por debajo del póster, se dirige hacia la cama y se
mete en ella.)
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PHILIP. — De visita.
PHILIP. — (Girando hacia un lado de la cama hasta quedar espalda a espalda con ella.) El
hombre no apareció.
DOROTHY. — (Muy dormida, pero ansiosa de dar noticias.) No hubo bombardeo alguno,
querido.
PHILIP. — ¡Buenas noches! (Se oye el repiqueteo de una ametralladora a través de la ventana
abierta, durante un largo rato. Están muy quietos en cama, después PHILIP dice.) Bridges, ¿estás
dormida?
PHILIP. — Nunca le cuento a nadie cuando siento espanto y nunca le digo a nadie
que le quiero. Pero te amo, ¿sabes? ¿Me escuchas? ¿Me sientes? ¿Me oyes
decirlo?
DOROTHY. — Yo te quiero todo el tiempo. Y eso me hace sentir muy bien. Es como
una tormenta de nieve si la nieve no fuera fría y no se derritiera.
PHILIP. — Tendré una cara mucho más graciosa una vez que termine con todo esto.
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DOROTHY. — ¿Se te ha pasado un poco el espanto, querido? ¿Quieres decirme
algo sobre eso?
PHILIP. — Al diablo con el espanto. Hace ya tanto que lo tengo que lo añoraría si me
faltara. Te diré una cosa más. (Lo dice muy lentamente.) Me gustaría que nos
casáramos y que nos fuéramos, y salir de todo esto. ¿Lo he dicho exactamente así?
¿Me has oído decirlo?
Telón
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Tercer Acto
Escena Primera
Cinco días después. Por la tarde, en las mismas habitaciones del Hotel Florida, 109
y 110.
El decorado es igual al de la tercera escena del segundo acto, salvo que entre
ambos cuartos está abierta la puerta. La parte interior del póster asoma en el
cuarto de Philip; hay un florero lleno de crisantemos sobre la mesita de noche, junto
a la cama. Desde la parte derecha de la cama, una biblioteca cubre la pared, y
las sillas tienen fundas de cretona. De la misma cretona son las cortinas de las
ventanas y la cama tiene una funda sobre la colcha blanca. Toda la ropa cuelga
prolijamente de las perchas, y tres pares de botas, bien cepilladas y lustradas son
llevadas al armario por Petra. En la habitación de al lado, la 109, Dorothy se prueba
una estola de zorros plateados delante del espejo.
PETRA. — (Enderezando su viejo cuerpo pequeño, después de guardar las botas.) ¡Sí, señorita!
(PETRA da la vuelta e ingresa por la puerta de entrada a la habitación 109, golpeando mientras la
abre.)
DOROTHY. — (Mirando hacia el espejo por encima de su hombro.) ¡No está bien, Petra! ¡No sé
qué es lo que han hecho, pero no está bien!
DOROTHY. — No, hay algo que está mal en la parte superior del cuello. Y yo no hablo
suficientemente bien en español como para poder explicarle a ese tonto de
peletero. Es un tonto.
(Alguien se acerca desde el hall. Es PHILIP, Abre la puerta de la habitación 110 y mira alrededor. Se
quita su chaqueta de cuero y la tira en la cama, después arroja la boina hacia el perchero que hay
en un rincón. Cae al suelo. Se sienta en una de las sillas con funda de cretona y se quita las botas.
Las deja erguidas, chorreando en medio del piso, y se dirige a la cama. Saca su chaqueta de la
cama y la lanza hacia una silla, sobre la que queda de cualquier forma. Después se tiende en la
cama, quita los almohadones bajo la colcha, los apila para apoyar la cabeza y enciende la
lámpara de lectura. Se inclina, abre la puerta doble de la mesita de noche, junto a la cama, extrae
una botella de whisky, vierte una medida en el vaso que estaba cuidadosamente colocado boca
abajo sobre el botellón y le echa un poco de agua. Con el vaso en la mano izquierda, toma un libro
de la estantería. Permanece un momento quieto, después encoge los hombros y se retuerce con
incomodidad. Finalmente, saca una pistola debajo de su cinto y la coloca a su lado sobre la colcha.
Alza las rodillas, bebe el primer trago y comienza a leer.)
PHILIP. — Sí.
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DOROTHY. — Ven aquí, por favor.
(Mira por última vez su estola en el espejo. Ella luce muy hermosa, y no se advierte defecto alguno
en el cuello. Viene hacia la puerta llevando la estola con sumo orgullo, y da un giro, con tanta
gracia y elegancia como una modelo.)
PHILIP. — Nada.
DOROTHY. — Pero, querido. Es tan barata. Los zorros sólo cuestan mil doscientas
pesetas cada uno.
PHILIP. — Eso es lo que un hombre de las brigadas cobra en ciento veinte días. Es
decir, cuatro meses. Creo que no he conocido a nadie que haya estado afuera
durante cuatro meses sin ser herido… o muerto.
DOROTHY. — Pero, Philip, esto nada tiene que ver con las brigadas. Compré pesetas
a razón de cincuenta por dólar en París.
DOROTHY. — Sí, querido. ¿Y por qué no habría de comprar zorros sí quiero hacerlo?
Alguien tiene que comprarlos. Están allí para ser vendidos, y salen a menos de
veintidós dólares por piel.
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PHILIP. — Maravilloso, ¿no? ¿Cuántos zorros hay allí?
PHILIP. — Estás haciendo todo muy bien aprovechándote de la guerra, ¿no? ¿Cómo
hiciste para entrar de contrabando tus pesetas?
PHILIP. — Mum, ah, sí, Mum. Mum es la palabra. ¿Y el Mum les quitó el olor?
PHILIP. — ¡Enhorabuena!
(DOROTHY comienza a salir del cuarto, pero al llegar a la puerta se vuelve, implorante.)
PHILIP. — ¿París?
PHILIP. — Has estado leyendo esa revista norteamericana, Esquire. Pero se diría que
no eres de las que la lee. Parecería más que eres de las que miran las ilustraciones.
PHILIP. — No me gusta.
DOROTHY. — ¿Qué?
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PHILIP. — Bien, yo no juego más.
PHILIP. — ¿Ah, eso? Ah, por cierto. Sin duda. ¿Por qué no?
DOROTHY. — Pero ¿es que no vamos a irnos y a vivir juntos y pasar un tiempo hermoso
y ser felices? ¿Del modo en que siempre lo dices por las noches?
PHILIP. — No. Ni en cien años. Nunca creas en lo que digo por la noche. Por la noche
miento como el demonio.
DOROTHY. — Pero ¿por qué no podemos hacer lo que dices por la noche que
haremos?
PHILIP. — Porque estoy metido en algo de lo que no se puede salir, ni vivir juntos, ni
pasar un tiempo hermoso, ni ser felices.
PHILIP. — (Se da cuenta de que está hablando demasiado, pero prosigue.) No. Pero una vez
que esto termine tomaré un curso de disciplina para liberarme de cualquier hábito
anárquico que pueda haber adquirido. Probablemente me envíen de vuelta a
trabajar con adiestradores o algo parecido.
DOROTHY. — No comprendo.
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y tremendamente bueno y digno, y te incorporan y te dicen todo de lo que trata,
justo antes del casamiento, y cuando me contaron todo decidí no casarme.
DOROTHY. — Pero ¿no podemos irnos ahora, ya que estamos el uno con el otro,
quiero decir, acaso no vamos a seguir juntos para siempre y estar bien y disfrutar lo
que tenemos y no amargarnos?
PHILIP. — Si te gusta…
DOROTHY. — Me gustaría.
(Ella ha vuelto desde la puerta y está de pie junto a la cama mientras hablan. PHILIP levanta la mirada
hacia ella, la toma en sus brazos, la alza contra sí y la acuesta, con zorros plateados y todo.)
PHILIP. — (Con la cara sobre el hombro de ella entre los zorros.) No, no huelen mal y quedas
encantadora con las pieles. Y te amo y no me importa un pito. Te amo. Y son sólo
las cinco y media de la tarde.
(Golpean a la puerta y el picaporte gira al entrar MAX. PHILIP se levanta de la cama. DOROTHY
permanece sentada.)
PHILIP. — No. Para nada. Max, ésta es una camarada norteamericana. Camarada
Bridges. Camarada Max.
MAX. — Salud, camarada. (Se dirige hacia la cama sobre la que DOROTHY aún está sentada y
le acerca la mano. DOROTHY se la estrecha y mira hacia un lado.) ¿Estás ocupado? ¿Sí?
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MAX. — Algunas.
DOROTHY. — Salud.
(Ella cierra la puerta que hay entre ambos cuartos antes de salir por la puerta de entrada.)
PHILIP. — No.
PHILIP. — No, supongo que no. Recuerdo que en una oportunidad me dije algo
semejante.
PHILIP. — Bridges.
PHILIP. — ¿Serio?
PHILIP. — No diría tal cosa. Más bien la llamaría cómica. En cierto sentido.
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MAX. — ¿Qué tiempo le dedicas?
PHILIP. — Mi tiempo.
MAX. — Eso es lo que quiero decir. Me alegro de que lo entiendas tan fácilmente.
PHILIP. — No estoy enojado. Pero eso no quiere decir que sea un monje.
PHILIP. — ¿No?
PHILIP. — No.
MAX. — Lo único que importa es que algo interfiera tu trabajo. Esta chica… ¿de
dónde viene? ¿Cuáles son sus antecedentes?
PHILIP. — Pregúntaselo.
PHILIP. — ¿Sí?
MAX. — Sí. Yo tendría que haberte encontrado en Chicote. Si no fuiste allí deberías
haberme dejado un mensaje. Yo voy a Chicote a la hora señalada. No te
encuentro allí. No sé qué pensar. Vengo aquí y te encuentro con toda una
colección de zorros plateados en tus brazos.
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PHILIP. — ¿Y qué es lo que haces?
MAX. — Sí. Y otros que no lo son. Lo que pasa es que siempre estoy muy ocupado.
Ahora hablaremos de otra cosa. Esta noche salimos de nuevo.
PHILIP. — De acuerdo.
PHILIP. — ¡En absoluto! Quizá ella no me convenga y yo pierda el tiempo como dices,
pero ella es .enteramente recta.
MAX. — ¿Estás seguro? Debes tener en cuenta que nunca he visto tantos zorros.
PHILIP. — ¡Ella será una tonta rematada y todo lo que quieras, pero es tan recta
como yo!
(Está de pie y se mira desdeñosamente en el vidrio. MAX lo mira y sonríe muy lentamente. Inclina la
cabeza.)
MAX. — No.
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PHILIP. — Tiene los mismos antecedentes de todas las chicas norteamericanas que
vienen a Europa con cierta cantidad de dinero. Son todas iguales. Universidad,
dinero en la familia, ahora más o menos que antes, generalmente ahora menos,
hombres, enredos, abortos, ambiciones, y finalmente se casan y se tranquilizan o
no se casan ni se tranquilizan. Abren boutiquest o trabajan en boutiques, algunas
escriben, otras tocan instrumentos, otras hacen teatro, otras cine. Creo que
pertenecen a aleo llamado la Liga de las Jóvenes, donde trabajan las vírgenes.
Todo para el bien público. Esta escribe. Bastante bien además, cuando no se siente
demasiado perezosa. Pregúntale todo lo que quieras si te parece. Aunque te diré
que es bastante pesado.
PHILIP. — Sí. Ahora me librarás de ello. El otro día asesiné a ese joven Wilkinson. Todo
por descuido. No me digas que no fue por mi culpa.
PHILIP. — Fue culpa mía que lo mataran. Lo dejé ahí en el cuarto en una silla con la
puerta abierta. No era allí donde pensaba utilizarlo.
MAX. — No lo dejaste allí a propósito. No tienes que pensar más en el asunto, ahora
que ya pasó.
PHILIP. — No… salvo que fue una trampa mortal debido a mi descuido.
PHILIP. — Ah, sí, por cierto. Y eso lo vuelve maravilloso, ¿no? Así es realmente
espléndido. Creo que ni siquiera pensé en ello, tampoco.
MAX. — Te he visto antes con un ánimo semejante. Sé que volverás a estar bien.
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PHILIP. — Sí. Pero ¿sabes cómo estaré cuando esté bien? Me habré tomado una
docena de tragos y estaré con alguna puta. Va a ser muy divertido. Esa es la idea
que tienes sobre mi forma de estar bien.
MAX. — No.
PHILIP. — Estoy harto de todo. ¿Sabes dónde me gustaría estar? En algún lugar como
Saint-Tropez, en la Riviera, despertándome por la mañana sin estar metido en una
guerra inmunda, y con un café con verdadera leche… y brioches con dulce de
frutilla fresco, y œufs au jambon, todo servido en bandeja.
MAX. — ¿Y la chica?
PHILIP. — Sí, y la chica también. Tienes toda la razón, con la chica. Con zorros
plateados y todo.
PHILIP. — O acaso sí. Estoy en esto desde hace tanto tiempo que estoy harto. Harto
de todo esto.
MAX. — Lo haces para que todos puedan tomar un buen desayuno como ése. Lo
haces para que nadie tenga hambre. Lo haces para que los hombres no tengan
que temer a la enfermedad o a la vejez; para que puedan vivir y trabajar
dignamente, no como esclavos.
PHILIP. — Este fue más bien un défaillance enorme, y me duró mucho tiempo. Desde
que vi a la chica. No se sabe qué es lo que te hacen.
(Se acerca, sibilante, un proyectil y el ruido de su explosión en la calle. Se oye el llanto de un chico;
primero con sollozos altos, después breves, agudos, débiles. Se oye a la gente correr por la calle. Se
acerca otro proyectil. PHILIP ha abierto las ventanas de par en par. Después del estallido, vuelve a
oírse a la gente corriendo.)
PHILIP. — ¡Los puercos! Lo calcularon para el momento en que la gente saliera del
cine.
(Se acerca otro proyectil, estalla, y se oye gruñir a un perro por la calle.)
MAX. — ¿Has oído? Lo haces por todos los hombres. Lo haces por los niños. Y a veces
hasta lo haces por los perros. Ve y quédate un rato con la chica. Te necesita ahora.
PHILIP. — No. Que se arregle sola. Tiene sus zorros plateados. Al diablo con todo.
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MAX. — No. Ve ahora. Ella te necesita ahora. (Se acerca otro proyectil, se oye un largo
latigazo y una explosión en la calle. Esta vez no se escuchan corridas ni ruido alguno.) Voy a
descansar un rato aquí. Ve con ella ahora.
(Se dirige hacia la puerta y la abre al tiempo que se acerca otro sonido precipitante, como un
latigazo, y se oye otro estallido; esta vez más allá del hotel.) Max; No es más que un pequeño
bombardeo. El grande será esta noche.
(PHILIP abre la puerta del otro cuarto. A través de la puerta se oye hablar a PHILIP, con voz débil.)
Telón
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Escena Segunda
Está situado en la torre de lo que ha sido una casa muy pretenciosa, y a la cual se
accede por una escalerilla que reemplaza a la escalera circular de hierro que ha
sido destrozada y cuelga, rota y retorcida. Se ve la escalerilla junto a la torre y, en
lo alto, la parte posterior del puesto de observación que mira hacia Madrid. Es de
noche, y las bolsas que protegen las ventanas han sido quitadas, por lo que a través
de ellas sólo se ve oscuridad, ya que están apagadas todas las luces de Madrid.
Sobre las paredes hay mapas militares en gran escala donde las posiciones están
señaladas con alfileres de colores y cintas, y sobre una mesa sencilla hay un
teléfono de campaña. Se ve un telémetro alemán de un solo tubo, de tamaño
sumamente largo, frente a una estrecha abertura en la pared hacia la derecha de
la mesa, con una silla al lado. En la otra abertura, un telémetro de doble tubo, de
tamaño común, colocado sobre una silla. En la parte derecha del cuarto hay otra
mesa con un teléfono. Al pie de la escalerilla está un centinela con bayoneta
calada, y a lo alto de la misma, en la habitación —donde hay suficiente altura para
que pueda permanecer de pie con su rifle y bayoneta— se ve otro centinela. Al
levantarse el telón, aparece la escena tal como ha sido descrita, con los dos
centinelas en sus puestos. Dos observadores se inclinan sobre la amplia mesa.
Cuando el telón se ha levantado, se ven las luces de un coche que se reflejan
brillantemente sobre la escalerilla en la base de la torre. Se acercan cada vez más
y prácticamente ciegan al centinela.
CENTINELA. — (Mostrando su rifle, corriendo el cerrojo hacia atrás, y empujándolo hacia adelante
con un ruido.) ¡Apaguen esas luces!
(Lo dice muy lenta, clara y peligrosamente, y es obvio que hará fuego. Se apagan las luces y tres
hombres, dos de ellos en uniforme de OFICIALes, uno alto y fornido, el otro más bien delgado y vestido
elegantemente, con botas de montar que brillan por la luz de la linterna que lleva el hombre fornido,
y un CIVIL, cruzan el escenario desde la izquierda donde han dejado el automóvil fuera de la escena;
y se aproximan a la escalerilla.)
OFICIAL DELEGADO. — (De modo abrupto y desdeñoso.) Para los que la merezcan.
CENTINELA. — Pasen.
(Los tres suben por la escalerilla. En lo alto de ésta, el CENTINELA, al ver la insignia en la gorra del OFICIAL
alto y fornido, presenta armas. Los señaleros permanecen sentados junto a los teléfonos. El OFICIAL
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GRANDEse dirige hacia la mesa seguido por el CIVIL y por el OFICIAL de botas brillantes que,
obviamente, es su ASISTENTE.)
ASISTENTE. — (A los OBSERVADORES.) ¡Vamos! ¡Firmes allí! ¿Qué les pasa a ustedes? (Los
OBSERVADORES permanecen firmes, más bien cansadamente.) ¡Descanso! (Los OBSERVADORES se
sientan. El OFICIAL estudia el mapa. El CIVIL mira a través del telémetro, por él que nada se ve en la
oscuridad.)
(Le acerca un fajo de órdenes escritas a máquina y sujetas con un clip. El OFICIAL las toma y las mira.
Las devuelve.)
ASISTENTE. — Muy bien, señor. Yo pensé que quizá usted quisiera verificarlas.
(Suena uno de los teléfonos. El OBSERVADOR sentado junto a la mesa toma el auricular y escucha.)
OBSERVADOR. — Sí. No. Sí. Muy bien. (Hace un gesto con la cabeza al OFICIAL.) Para usted,
señor. (El OFICIAL toma el teléfono.)
OFICIAL. —Hola. Sí. Eso está bien. ¿Usted es idiota? ¿No? Como fue ordenado. Con
salvas quiere decir con salvas. (Cuelga el auricular y mira su reloj. Dirigiéndose al ASISTENTE.)
¿Qué hora es?
OFICIAL. — Aquí tengo que tratar con tontos. No puede decirse que alguien tenga
mando cuando no hay disciplina. Observadores que permanecen sentados a la
mesa cuando entra un general. Brigadas de artillería que piden explicaciones sobre
las órdenes. ¿Qué hora ha dicho que era?
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ASISTENTE. — Doce menos quince segundos, señor.
(Casi en seguida se oyen los cañones. Su sonido es muy distinto al de los proyectiles que se
aproximan. Hay un agudo bum, bum, bum, bum, que se agrieta, tal como haría un timbal si se lo
golpeara agriamente ante un micrófono, y después juish, juisk, juish, juish, cku, chu, chu, chu, chu…
chu… cuando los proyectiles salen, seguidos por una explosión distante. Otra batería más próxima
y ruidosa comienza a hacer fuego y después todas disparan a lo largo del frente con rápidos golpes
de mortero, y el aire se llena con el ruido que hacen los proyectiles que salen. A través de la ventana
abierta se ve ahora él perfil de Madrid iluminado por los fogonazos. El OFICIAL está de pie junto al
telémetro alemán. El CIVIL junto al de doble tubo. El ASISTENTE mira por encima del hombro del CIVIL.)
ASISTENTE. — Esta noche mataremos un montón. Los puercos marxistas. Esto los
sorprenderá en sus escondites.
GENERAL. — Las baterías españolas no son tan buenas como las nuestras.
(El CIVIL no contesta y el fuego continúa, aunque las baterías no disparan con la velocidad con que
empezaron. Se acerca, sibilante, un sonido después un rugido, y un proyectil cae cerca del puesto
de observación.)
(No hay ahora luces en el puesto de observación salvo la de los fogonazos de cañón y la luz del
cigarrillo del CENTINELA que fuma al pie de la escalerilla. Se puede ver cómo el resplandor del cigarrillo
describe un medio arco en la oscuridad, y hay un ruido que el público oye claramente al tiempo
que el CENTINELA cae. Llega otro proyectil. Con el mismo tipo de grito precipitante, y al explotar
puede verse con el resplandor a dos hombres que trepan por la escalerilla.)
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OBSERVADOR. — Lo siento, señor. No hay telégrafo.
GENERAL. — ¿Por qué está fumando ese hombre? ¿Qué clase de ejército del coro
de Carmen es éste?
(Puede verse como el cigarrillo describe una larga parábola desde la boca del CENTINELA apostado
en lo alto de la escalerilla hacia el suelo, como si lo hubiera arrojado al aire, y se oye el ruido seco
de un cuerpo que cae. Un resplandor ilumina a los tres hombres junto a los telémetros y a los dos
OBSERVADORES.)
PHILIP. — (Desde la puerta abierta en lo alto de la escalerilla. En voz baja y muy calma.) ¡Levanten
las manos y no intenten nada heroico, o les volaré las cabezas! (Porta un corto rifle
automatice que colgaba de su hombro cuando trepaba por la escalerilla.) ¡Me refiero a ustedes
cinco! ¡Quédese quieto allí porquería! (MAX tiene una granada de mano en su diestra y la
linterna en la otra.)
MAX. — Si hacen un solo ruido o se mueven estarán todos muertos. ¿Han oído?
MAX. — Sólo el gordo y su vecino. Átame al resto. ¿Tienes también buena tela
adhesiva?
PHILIP. — Da.
MAX. — Ya lo ven. Todos somos rusos. ¡Todo el mundo es ruso en Madrid! Apúrate,
Kovarich, y ciérrales bien las bocas, porque tengo que arrojar esto antes de que
nos vayamos. ¡Ven que ya le he quitado la chaveta!
(Poco antes de que caiga el telón, mientras PHILIP avanza hacia ellos con el rifle automático corto,
pueden verse los rostros blancos de los hombres a la luz de la linterna. Las baterías aún disparan.
Desde abajo y más allá de la casa se oye una voz que dice: «¡Apaguen esa luz!»)
Telón
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Escena Tercera
ANTONIO. — (A ambos guardias de asalto.) ¡Pueden retirarse! (Saludan y salen hacia la derecha,
arrastrando sus rifles.) (Dirigiéndose a PHILIP.) ¿Qué se hizo del otro?
ANTONIO. — ¿Sí?
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CIVIL. — (Histéricamente.) ¡Entonces lo mataron! Yo vi cómo lo hicieron.
ANTONIO. — No.
MAX. — Creo que me gustaría irme. Esto no me gusta mucho. Deja demasiados
recuerdos.
ANTONIO. — No.
PHILIP. — No tiene por qué preocuparse. Usted conseguirá todo… las listas, los
lugares, todo. Este sujeto ha estado bien al tanto.
ANTONIO. — Sí.
PHILIP. — (Con mucha calma.) Está hablando ahora. ¿No se ha dado cuenta?
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MAX. — Por favor. Si no es muy importante…
Telón
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Escena Cuarta
La misma decoración que en la escena tercera del primer acto, pero a la hora del
crepúsculo. Al levantarse el telón, se ven ambas habitaciones. El cuarto de Dorothy
Bridges está a oscuras. El de Philip está iluminado, con las cortinas corridas. Philip
está echado cara abajo sobre la cama. Anita está sentada sobre una silla junto a
la cama.
ANITA. — ¡Philip!
ANITA. — Gracias. (Ella mira bajo la cama. Después se arrastra un poco bajo la misma.) No lo
encuentro.
ANITA. — (Va hacia el armario y lo abre. Mira cuidadosamente en su interior.) Todo son botellas
vacías.
(ANITA se dirige hacia la mesita de noche junto a la cama y abre la puerta… saca una botella de
whisky. Busca un vaso en el cuarto de baño, y se sirve un whisky agregándole agua de la garrafa
que hay junto a la cama.)
PHILIP. — Bien.
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ANITA. — No te veía y estaba sumamente preocupada. Vine aquí porque ellos
dijeron que estabas dentro. Llamé a la puerta y no obtuve respuesta. Por eso entré
con la llave maestra.
PHILIP. — ¿Y lo hicieron?
ANITA. — No.
PHILIP. — No sé. Estoy más bien confundido sobre ese punto. Las cosas se están
volviendo algo complicadas. Todas las noches le pido que se case conmigo, y
todas las mañanas le digo que no quise decir eso. Creo que las cosas no pueden
seguir así. No. No pueden seguir así.
ANITA. — Sí.
GERENTE. — Disculpe…
GERENTE. — Solamente quería entrar para ver si todo está en orden y controlar lo que
hacía la señorita en caso de su ausencia o incapacidad. También deseaba
felicitarle calurosamente por su proeza de contraespionaje. He leído la prensa de
la tarde. ¡Arrestados trescientos miembros de la Quinta Columna!
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GERENTE. — Con detalles de los comprometidos en fusilamientos y de los que han
planificado asesinatos…, saboteadores, confidentes del enemigo, toda clase de
delicias.
GERENTE. — (En tono de reproche.) Estamos en Madrid, míster Philip. Aquí todo el mundo
está enterado de las cosas antes de que ocurran. Luego, cuando ya han pasado,
a veces se discute quién lo hizo realmente. Pero antes de que suceda, todo el
mundo sabe claramente quién lo ha hecho. Me felicito por adelantarme a los
reproches de los insatisfechos que preguntan: «¡Aja! ¿Sólo 300? ¿Dónde están los
otros?»
PHILIP. — No sea tan melancólico. Con todo, creo que ahora tendré que irme.
GERENTE. — Ya he pensado en eso, míster Philip, y vengo aquí para proponerle algo
que espero le parecerá excelente. Si usted se va, será inútil que se lleve el equipaje
lleno de conservas.
TODOS. — Salud.
PHILIP. — (Al GERENTE.) Retírese ahora, camarada Filatelista. Podemos hablar de eso
más tarde.
PHILIP. — Más que de acuerdo, querida. Pero, deja la puerta cerrada, ¿eh?
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PHILIP. — Esa es una buena señal. Cierra la puerta, por favor.
(ANITA cierra la puerta. MAX pasa junto a la canta y se sienta en una silla. PHILIP está sentado sobre la
cama con las piernas colgando.)
PHILIP. — Oh, sí. Tuve que estar en todo. En cada detalle. En todo. Necesitaban saber
algo y volvieron a llamarme.
MAX. — ¿Y después?
PHILIP. — Oh, después al final largó todo tan rápido que ninguna estenógrafa
hubiera podido seguirlo. Sabes que tengo un estómago fuerte, ¿no?
MAX. — (Pasando eso por alto.) Leí en el diario acerca de los arrestos. ¿Por qué publican
tales cosas?
MAX. — Es bueno para la moral. Pero también es muy bueno para que tomen a
todos. Trajeron., el… ah…
PHILIP. — Ah, sí. ¿Quieres decir el cadáver? Fueron a buscarlo adonde lo dejamos, y
Antonio lo sentó en una silla junto al rincón y yo le puse un cigarrillo en la boca y se
Jo encendí, y todo resultaba muy divertido. Salvo que el cigarrillo no podía quedar
encendido, por supuesto.
MAX. — Hay muchos lugares donde enviar. Pero todavía tienes algo que hacer aquí.
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PHILIP. — Lo sé. Pero despáchame a otro sitio tan pronto como puedas, ¿eh? Se me
están rompiendo los nervios.
PHILIP. — No, pero lo harías ahora o después. No hay por qué tratarme como a un
nene. Nos hemos comprometido a cincuenta años de guerras no declaradas y yo
he firmado un contrato por ese plazo. No me acuerdo exactamente cuándo fue,
pero estuve muy de acuerdo en firmarlo.
MAX. — Así lo hicimos todos. No se trata de firmar. No hay necesidad de hablar con
amargura.
MAX. — ¿Cómo?
PHILIP. — Oh, por cierto. Yo también lo soy. A veces deberías verme actuar.
(Mientras hablan puede verse como la puerta de la habitación 109 se abre y entra DOROTHY BRIDGES.
Enciende las luces, se quita su ropa de calle y se pone la estola de zorros plateados. De pie, hace
un giro ante el espejo. Luce muy hermosa esta noche. Se dirige hacia el fonógrafo y pone la
mazurca de Chopin, y se sienta con un libro en una silla junto a la lámpara de lectura.)
MAX. — Como siempre, lo dejo por tu cuenta. Pero no te olvides de ser amable.
Para nosotros, a quienes nos han hecho cosas horribles, la amabilidad en
cualquiera de sus formas tiene gran importancia.
PHILIP. — También yo soy muy amable, lo sabes. ¡Ah, soy muy amable!
¡Tremendamente!
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(PHILIP sale y golpea a la puerta de la habitación 109. La abre, tras golpear, y entra.)
DOROTHY. — Estoy muy bien y muy feliz de que estés aquí. ¿Dónde has estado?
Anoche no viniste para nada. Oh, estoy tan contenta de que estés aquí.
(Ella le prepara un whisky con agua. En la otra habitación, MAX está sentado en una silla mirando la
estufa eléctrica.)
PHILIP. — Algunas cosas muy bien, como sabes. Otras, no tanto. Supongo que así se
equilibran.
PHILIP. — No lo sé.
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Mathaiga Club, y en el verano un poco de pesca de salmón. Sí, sí, así sería. Y todas
las noches juntos en la cama. ¿No es así?
PHILIP. — ¿Te gustaría también ir a Hungría, durante algún otoño? Se puede alquilar
allí una finca muy barata y pagaría con lo que uno caza. Y en las regiones del
Danubio se ven grandes vuelos de gansos. ¿Y has estado alguna vez en Lamu,
donde hay una larga playa blanca y viento en las palmeras a la noche? O si no
Malindi donde se puede hacer surf en la costa, y el monzón del noroeste siempre
fresco, y sin pijama ni sábanas de noche. Te gustaría Malindi.
PHILIP. — ¿Y has ido alguna vez al Sans Souci en La Habana algún sábado a la noche
a bailar en El Patio bajo las palmeras reales? Son grises y se yerguen como columnas
y te puedes quedar así toda la noche y jugar a los dados o a la ruleta, y salir hacia
Jaimanitas a tomar el desayuno cuando amanece. Y todo el mundo se conoce y
es muy alegre y agradable.
PHILIP. — No.
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PHILIP. — Tú puedes ir. Pero yo ya he estado en todos esos lugares y los he dejado
atrás. Y ahora donde voy, voy solo, o con otros que vayan por la misma razón que
yo.
PHILIP. — No.
DOROTHY. — ¿Y por qué no puedo ir adonde sea? Podría darme cuenta de que no
tengo miedo.
PHILIP. — Una razón es que no sabes dónde queda. Y otra que yo no te llevaría.
PHILIP. — Porque realmente eres inútil. Eres inculta, inútil, eres tonta y holgazana.
PHILIP. — Ese es un artículo por el que no se debería pagar un precio tan alto.
DOROTHY. — Bien. Me alegra oírtelo decir. Y me alegra que sea de día. Ahora vete
de aquí. Vanidoso, borracho vanidoso. Inflado y ridículo, con aires de bravucón. Tú
eres un artículo, tú. ¿Alguna vez se te ocurrió pensar que tú también eres un
artículo? ¿Un artículo por el cual no se debería pagar un precio tan alto?
DOROTHY. — Sí, en serio. Tú y tu artículo. Pero no tenías por qué mencionar todos esos
lugares si nunca íbamos a ir allí.
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DOROTHY. — No seas amable tampoco. Eres espantoso cuando te pones amable.
Sólo a la gente amable le queda bien serlo. Resultas horrible cuando eres amable.
Y no tenías por qué haberlos mencionado durante el día.
PHILIP. — Lo lamento.
PHILIP. — Adiós.
PHILIP. — Adiós.
PHILIP. — Adiós.
(PHILIP sale y entra en su cuarto. MAX está aún sentado en la silla. En la otra habitación DOROTHY llama
con el timbre a la CAMARERA.)
MAX. — ¿Y?
(PHILIP está allí de pie mirando la estufa eléctrica. MAX mira también la estufa. En el otro cuarto, PETRA
se acerca a la puerta.)
(DOROTHY está sentada sobre la cama. Tiene la cabeza erguida pero algunas lágrimas le corren por
las mejillas. PETRA se dirige hacia ella.)
DOROTHY. — Ay, Petra, él es tan malo como usted dijo. Es malo, malo, malo. Y como
una tonta rematada yo pensé que íbamos a ser felices. Pero es malo.
(PETRA se queda allí de pie junto a la cama con DOROTHY. En la habitación 110 PHILIP está de pie frente
a la mesita de noche. Se sirve un whisky al que le agrega agua.)
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PHILIP. — Anita.
MAX. — Yo me voy.
Telón
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