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ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA

Hon. Erick V. Kolthoff Caraballo


Juez Asociado del Tribunal Supremo de Puerto Rico

¿A QUÉ NOS REFERIMOS CUANDO HABLAMOS DE ÉTICA?

E
xisten varias definiciones, generalmente aceptables, con relación a lo que
constituye la ética. No obstante, prácticamente todas comparten unos
elementos comunes útiles para establecer una definición más universal. Así,
podemos expresar que la ética estudia la moral y determina cómo deben actuar los
miembros en una sociedad. En otras palabras, la ética es la ciencia que estudia el
comportamiento moral.1 El concepto “ética”, en su raíz etimológica, proviene del
término griego ethikos, que significa “carácter”. Definimos el carácter como el
conjunto de cualidades o circunstancias propias de una persona o de una
colectividad; es lo que define y, a su vez, distingue a una persona. En palabras
sencillas, “es lo que la gente realmente es”; lo que hacemos cuando nadie nos ve.
La ética en su sentido general promueve una autorregulación. En el
sentido general del concepto, no es coercitiva, ya que no impone castigos legales (sus
normas no son leyes), sino que más bien ayuda a la aplicación justa de las normas
legales en un estado de derecho, pero en sí misma no es punitiva desde el punto de
vista jurídico. Como señalamos, la ética estudia la moral y determina cómo deben
actuar los miembros de una sociedad. Moral es una palabra de origen latino,
proveniente del término moris que significa “costumbre”. Y es que la moral es un
conjunto de creencias, costumbres, valores y normas de una persona o de un grupo
social que funciona como una guía con relación a la forma y manera como se debe
obrar o actuar. Es decir, la moral nos orienta en cuanto a lo que es correcto o

1 Es interesante que la ética esté atada directamente al concepto de la moral, “la moralidad”, porque
percibimos que lo moral no es algo que esté muy "de “moda” en las últimas décadas. A veces da la
impresión que hace mucho tiempo la advertencia (caveat) que cataloga algo como inmoral ha perdido
cierta pertinencia en la sociedad moderna.
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incorrecto; los patrones de conducta y valores que nos enseñan desde la infancia y
que formaron nuestras conciencias hasta desarrollar nuestra ética personal (ethikos),
o sea, nuestro carácter.
Precisamente porque todo esto está relacionado con el desarrollo de la persona
y su entorno, principalmente su círculo íntimo de socialización, no cabe duda que los
valores éticos de una persona comienzan a inculcarse desde muy temprana edad. En
esto es pertinente el consejo del sabio rey Salomón en el Libro de Proverbios, el cual
señala: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de
él”.2 Aunque una persona puede y, como regla general, va modificando sus valores
éticos a través del tiempo, no hay duda de que, dependiendo del grado de influencia
de las figuras que formaron su círculo íntimo, existen valores éticos aprendidos que
permanecen, para bien o para mal, a través de toda su vida. Es trascendental,
entonces, inculcar en nuestra niñez unos valores éticos correctos; desarrollar un
sentido moral adecuado que los ayude a discernir lo que es correcto de aquello que
no lo es.

El juicio moral

Determinar qué acciones son correctas o no, desde el punto de vista ético, es
el acto que llamamos “juicio moral”. Juicio es una facultad del alma que permite
diferenciar entre el bien y el mal. Se conoce como “juicio moral”, por lo tanto, al acto
mental que establece si cierta conducta o situación tiene contenido ético o, por el
contrario, si carece de estos principios.
El “juicio moral” se realiza según el sentido moral de cada persona. Ese
sentido moral responde, a su vez, a una serie de normas y reglas que se adquieren a
lo largo de la vida. La familia, la escuela, la Iglesia y los medios de comunicación son
algunas de las instituciones sociales que influyen en la adopción de los preceptos
que, a través del sentido moral, determinan los juicios morales (lo que está bien o
mal; lo que tiene un contenido ético o no). Esto quiere decir que el entorno del ser
humano, o sea, su familia, su escuela, su Iglesia o la ausencia de esta y los medios
de comunicación juegan un papel preponderante en su pensamiento con relación a
lo que está bien y lo que está mal.

LA HONESTIDAD COMO EL VALOR ÉTICO MÁS IMPORTANTE

En el 2011, el Gobierno de Puerto Rico comisionó al Instituto de Ética


Josephson, con sede en Los Ángeles, California, Estados Unidos de América, la
elaboración de un estudio sobre los valores éticos en Puerto Rico. Entre las cosas que
reflejó este estudio se encuentra el que los puertorriqueños, de forma prácticamente
unánime, desean que en las escuelas públicas, agencias gubernamentales y
organizaciones deportivas se enseñen y promuevan de forma proactiva los valores

2 Proverbios 22:6 (versión Reina-Valera, 1960).

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éticos que comparte la mayoría del Pueblo puertorriqueño. El estudio estableció lo


que constituye los primeros diez valores éticos que las personas en Puerto Rico
consideran esenciales. Lo pertinente de estos hallazgos es que son bastante similares
a los resultados de estudios completados en otros países de Norteamérica y de
Suramérica. De manera que podemos afirmar que para la mayoría de las personas en
nuestro hemisferio, los valores siguientes son los más importantes, en orden
preferencial: la honestidad, la responsabilidad, la obediencia a las normas con honor
e integridad, el ser justo, el respeto a la autoridad, la responsabilidad social, el
perdón, la fidelidad, la persistencia y perseverancia, la dedicación al trabajo, la
humildad, el buen juicio, la objetividad e imparcialidad, la autodisciplina, la
paciencia, la fe o espiritualidad y la gratitud.

La honestidad

Coincidimos con el resultado del estudio del Instituto de Ética Josephson en


el sentido de que el valor primario a ser cultivado es la honestidad. A través de la
historia de la filosofía, la honestidad ha sido largamente estudiada. Pensadores como
Sócrates, Immanuel Kant, Confucio y muchos otros dedicaron gran cantidad de su
tiempo a reflexionar sobre este tema. Y es que no hay duda de que, como valor ético,
la honestidad es el más importante de todos. Pero la honestidad no solo es pieza clave
en la interacción personal, sino que es también el primer paso para el mejoramiento
propio. La persona que no puede ser honesta, al menos consigo misma, no tiene
oportunidad alguna de mejorar, porque no se puede, digamos, arreglar aquello que
no estamos dispuestos a admitir honestamente que está roto. El que no conserva ni
estimula este valor, al menos consigo mismo, puede terminar viviendo en un mundo
muy distinto al que las personas a su alrededor perciben de la persona misma.
Así, honestidad implica congruencia entre lo que se piensa y lo que se hace. Cuando
pensamos de una forma e intencionalmente actuamos distinto a lo que pensamos, no
somos honestos. Como se ha dicho, “tus hechos hablan tan fuerte que ahogan tus
palabras”. Enfocándolo de una manera positiva, San Agustín decía: “predica en todo
tiempo y, si es necesario, utiliza las palabras”.

La honestidad, objetividad e imparcialidad

Como ampliaremos más adelante, la confianza que inspiramos en aquellos


que reciben nuestros servicios, ya sea como abogados en nuestra práctica profesional
o como jueces, es trascendental. Tal confianza no surge a no ser por la legitimidad
que a nuestras acciones imprime nuestra honestidad. En el caso de los servidores
públicos, se trata de la confianza que el Pueblo ha depositado en estos para que
gerencien el sistema público. Thomas Jefferson señaló que “la clave de un buen
gobierno se basa en la honestidad”. De manera que, para todo funcionario del Estado
que como tal goza de la fiducia pública, la honestidad en su desempeño debe ser una
motivación constante. En el caso de los jueces, por la naturaleza del cargo que

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ocupan, la honestidad es aún más trascendental. De un juez se exige objetividad en


la evaluación de sus casos, infiriendo en muchas ocasiones que esta “objetividad” es
el fruto o la consecuencia de su honestidad. Así, un juez que es honesto, es objetivo
en la evaluación de la controversia, mientras que un juez que se percibe como “no
objetivo” se puede entender como prejuiciado y deshonesto en la evaluación de la
prueba. En este contexto tiende a verse la “objetividad” como sinónimo de
“honestidad”, cuando en realidad ambos conceptos son distintos. Expliquemos. Los
jueces no tomamos nuestras decisiones jurídicas en un vacío. Esto es, que además del
análisis consciente que un juez hace en sus determinaciones, existen premisas
inarticuladas que en ocasiones se manifiestan en esas determinaciones sin que el
propio jurista necesariamente las detecte. Entonces, ¿cuán objetivo puede ser un
juez? La pregunta tal vez se contesta sencillamente con otra pregunta: ¿cuánto un ser
humano puede alejarse de sí mismo; dejar de ser él o ella?
En el libro La naturaleza del proceso judicial, el reconocido Juez Asociado del
Tribunal Supremo de Estados Unidos de América, Benjamín N. Cardozo, aclara este
punto. En particular, señala lo siguiente:

En cada uno de nosotros existe una corriente de tendencia, sea que usted
prefiera llamarla filosofía o no, que le da coherencia y dirección a nuestros
pensamientos y acciones. Los jueces no pueden, al igual que ningún otro
mortal, escapar a esas corrientes. Toda la vida, fuerzas que no pueden
reconocer e identificar han estado tirando de ellos: instintos heredados,
creencias tradicionales, convicciones adquiridas; y el resultado es una visión
de la vida, una concepción de las necesidades sociales [...] Podemos intentar
ver las cosas tan objetivamente como queramos. No obstante, nunca las
veremos con otros ojos, excepto los nuestros. (Traducción nuestra).3

Los jueces somos el producto de nuestros paradigmas; del cristal a través del
cual miramos. Como implica el juez Cardozo, todos tenemos anteojos internos con
distintas tonalidades dependiendo el tema o las circunstancias que estemos
evaluando, de los cuales no podemos deshacernos. Dos peritos, con la misma
experiencia y estudios, pueden evaluar la misma prueba y no llegar exactamente a
las mismas conclusiones, dadas estas premisas en nuestro interior que no se
articulan, pero que son tan reales como sus estudios y experiencias profesionales.
¿Qué significa entonces la objetividad? ¿Qué implica en el contexto de la
adjudicación? ¿Podemos ser totalmente objetivos? Es evidente que la contestación
que se ajusta a nuestra realidad como seres humanos es que no existe una total
objetividad en nuestros juicios. Sin embargo, lo que se debe buscar es que el juez sea
imparcial, esto es, que no esté prejuiciado; que no haya hecho un juicio previo a la
prueba que se presente. ¿Es posible esto? Es claramente posible dentro de las

3B.N. Cardozo, The Nature of the Judicial Process, 9na ed., New Haven, Yale University Press, 1939,
págs. 12-13.

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limitaciones que todos tenemos como seres humanos. El juez necesita, entonces,
conocerse a sí mismo, entender sus limitaciones y cultivar la honestidad suficiente para
poder aceptar cuando, en algún asunto en particular, no alcanza la objetividad
necesaria para atender una controversia con la mayor imparcialidad posible.
Cuando, a conciencia, el juzgador entiende que alguna influencia o corriente interna
de cierto pudiera afectar significativamente su evaluación de los hechos o del
derecho, entonces debe abstenerse de juzgar la causa por su falta de imparcialidad.
Concluimos, entonces, que la objetividad total implica juzgar el asunto
partiendo de una tabula rasa; eso, como hemos visto, no es realmente posible. Lo que
más podemos aspirar es a ser jueces imparciales; jueces con la capacidad para darse
cuenta y aceptar cuando no pueden juzgar una causa o una circunstancia en
particular sin hacer un juicio previo conclusivo. Nuevamente, “imparcialidad”
significa no estar “pre-juiciado”; no hacer un juicio previo a la prueba que se
presente. En ese sentido, estoy convencido que el mejor instrumento de hermenéutica
jurídica con el que debe contar todo juez es un espejo; un espejo y un corazón
honesto. Un espejo en el cual pueda mirarse a los ojos (que son la lámpara del cuerpo)
y escudriñar, después de haber tomado cada decisión, si esta respondió a otra cosa
que no fuera el Derecho, la justicia y la verdad. Es ese ejercicio de honestidad, más
que cualquier otra cosa, lo que hace a un juez capaz de resolver cualquier
controversia con la imparcialidad que se precisa.

La honestidad como valor colectivo

Por último, para todos (como integrantes de un colectivo social y cultural),


honestidad también implica sincerarnos con los demás componentes de la sociedad;
se trata de no buscar desesperadamente “chivos expiatorios” que rediman lo que en
realidad es nuestra falta de compromiso con nuestro país, territorio o nación. En fin,
honestidad es, por ejemplo, si decimos que amamos, demostrarlo; si decimos que
apreciamos, demostrarlo; si decimos que no simpatizamos con algo, demostrarlo si
es necesario o conveniente con elegancia o diplomacia, pero demostrarlo, y si
decimos que rechazamos algo porque entendemos que no es conveniente a los
principios y valores que atesora nuestra sociedad, combatirlo.

LA NECESIDAD DE UNA “PERSPECTIVA ÉTICA” EN NUESTRA PRÁCTICA PROFESIONAL

Por la naturaleza de la profesión legal, el abogado en ocasiones se


enfrenta a circunstancias que retan los valores éticos o, lo que es lo mismo, que
constituyen dilemas éticos. Los siguientes ejercicios nacen de situaciones reales que
ejemplifican algunas de esas situaciones.
Primer ejercicio:
Un destacado abogado en derecho constitucional y filántropo es nombrado a
la Junta de Directores de un prestigioso hospital oncológico, específicamente para

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dirigir los esfuerzos de recaudación de fondos. A través de su larga carrera, el


distinguido abogado ha intervenido en muchos casos importantes de alto relieve
constitucional para una gran cantidad de clientes privados, tanto como abogado de
la parte demandante como de la parte demandada, y también como abogado a favor
y en contra de agencias del gobierno. En su práctica, así como mediante la inversión
en negocios comerciales, este abogado ha amasado una considerable fortuna que le
permite ser contado entre las personas más acaudaladas e influyentes del País. Ese
poder económico y esas influencias las ha utilizado, en parte, para distintas obras
filantrópicas, particularmente para el desarrollo de la educación en las comunidades
como el otorgamiento de becas, para investigaciones científicas relacionadas con
la salud y para aportar con generosas donaciones a centros de artes, tanto públicos
como de instituciones privadas, con el fin de promover las bellas artes y la buena
cultura. Sin embargo, su nombramiento a la Junta de Directores del hospital
oncológico fue fuertemente criticado porque este prestigioso abogado había
representado previamente a una prominente y poderosa compañía de cigarrillos en
un caso en el que esta compañía había retado la constitucionalidad de la ley conocida
como la ley de “empaque genérico”.
Esta es una ley que modifica las cajetillas de cigarrillos al grado que no permite
ningún logotipo, imagen, uso de colores, símbolos de marcas, entre otros. El estatuto
solo permite que la cajetilla tenga el nombre de la marca de cigarrillos, en letras
sencillas y en un tamaño estandarizado, junto con las usuales advertencias en torno
al daño que hace a la salud el fumar. La compañía de cigarrillos había admitido, para
propósitos del caso, que el fumar causa serias complicaciones de salud, pero
argumentaba que la ley de “empaque genérico” constituía una apropiación indebida
de su propiedad por parte del Estado. Finalmente, los tribunales fallaron en contra
de la compañía y la ley fue implantada. Los servicios que ofreció el abogado
prominente a la poderosa compañía de cigarrillos no se limitaron al caso anterior,
sino que en años anteriores este había defendido los intereses de la compañía en otros
casos e, incluso, había comparecido en representación y para el beneficio de la
empresa ante la Legislatura.
La pregunta en aquel entonces, al surgir el nombramiento, fue si era propio o
adecuado para el abogado en cuestión el pertenecer a la Junta de Directores de un
hospital oncológico para dirigir la recolección de fondos mientras, a su vez, apoyaba
los intereses de una poderosa empresa tabacalera. A esto, la Dirección del hospital y
los altos ejecutivos de la Junta de Directores contestaron que el abogado tenía una
“postura firme en contra de no fumar” y que la controversia en el litigio en el que
este participó como abogado de la compañía de cigarrillos no trataba en torno al
fumar y los daños que esto produce, sino en torno a la constitucionalidad de la “ley
de empaque genérico”. Esto, en cuanto a que constituía una violación a la ley de
propiedad intelectual y a la apropiación de una marca comercial por parte del Estado,
sin una compensación justa.

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Señalaron, además, que consultaron al personal clave del hospital sobre la


política antitabaco en cuanto al nombramiento y habían expresado que respetaban el
derecho del abogado a defender los derechos de su cliente y entendían que el
nombramiento de ninguna manera afectaba el trabajo colectivo que estos hacían. Por
otro lado, un profesor en política pública de la principal universidad del País, con
mucho prestigio e influencia, hizo declaraciones públicas en el sentido de que
“argumentar en defensa de la industria del tabaco era algo indefendible”. Indicó que
no podía entender por qué alguna persona trabajaría en una organización que
manufacturara productos dañinos a la salud de las personas, teniendo otros medios
de vida. Por último, el distinguido profesor señaló que “ciertamente resultaba
extraño que [se] tenga a alguien formando parte del equipo que trabaja en favor de
una institución dedicada a curar a personas con una enfermedad que se relaciona
directamente con el daño que produce el fumar, mientras, a su vez, esa misma
persona trabaja para la industria que causa el que tanta gente termine en ese
hospital”.
Segundo ejercicio:
Un prestigioso abogado criminalista, quien es un prominente miembro de la
comunidad judía de la ciudad e hijo de un sobreviviente del Holocausto Judío, ocupó
las primeras planas (titulares de periódicos) cuando aceptó representar a un alegado
criminal de guerra Nazi en un proceso de extradición.
Tercer ejercicio:
Por último, una mujer hindú de apenas 23 años fue violada y golpeada
cruelmente por seis hombres en un autobús mientras viajaba a la ciudad de Nueva
Delhi en India, siendo expulsada y dejada en la carretera. Unos días más tarde la
joven murió en un hospital y los seis hombres fueron acusados de violación y
asesinato. Entonces, los abogados pertenecientes al colegio de abogados de la ciudad
se rehusaron, aunados, a representar a los acusados y, aún más, condenaron con
fuerza al único abogado que accedió a representarlos.
Las situaciones descritas en estos ejercicios plantean claramente una serie de
cuestionamientos con relación a cuál debe ser el rol social y la conducta de los
abogados. ¿Debemos defender causas o clientes que en lo personal entendemos que
son moralmente repugnantes o socialmente irresponsables? ¿Hasta qué punto
debemos tomar en cuenta nuestro deber con la sociedad, la relación con nuestros
propios familiares y nuestra comunidad, y los compromisos personales, sociales o
políticos que tenemos más allá de nuestra práctica profesional, al decidir cuáles
clientes aceptamos? ¿Es correcto o justo que otros nos critiquen por la clientela o las
causas que decidimos defender como parte de nuestra práctica profesional?
(Sabemos que tienen “derecho” a hacerlo, mas la pregunta es si es justo o correcto).
¿Hasta qué punto es nuestro rol como abogados actuar como celosos defensores de
un cliente que se nos asigna de oficio?

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Evidentemente, la mayoría de las preguntas que sugieren casos como estos


son preguntas éticas. Levantan controversias con relación a la posibilidad de ser una
buena persona y, a la vez, ser un abogado exitoso, o la obligación ética que tenemos los
abogados con el resto de los componentes de nuestra sociedad, además de la que
tenemos con nuestros clientes. Interesantemente, podemos encontrar respuestas
válidas a todas estas interrogantes sin envolvernos necesariamente en el aspecto ético.
Ello, porque podemos contestar estas preguntas, por ejemplo, basándonos en nuestro
interés económico, en una situación financiera o en lo que otras personas
familiares, amigos cercanos o la comunidad esperan de nosotros. Como vemos,
en muchas ocasiones podemos estar tomando determinaciones relacionadas con
aspectos éticos no necesariamente basadas en una perspectiva ética. El problema con
esto es que podemos tomar decisiones éticas importantes sin tener un cuadro o una
perspectiva clara acerca de los elementos que realmente debemos considerar o las
razones que nos deben mover. El resultado es que tal vez usted ha mostrado en algún
momento una conducta o tomado alguna determinación que a los ojos de los demás,
e incluso para usted mismo (en retrospectiva), no haya sido la mejor éticamente, pero
lo hizo por no tener una perspectiva ética clara.
Al tomar la determinación de lo que es correcto o incorrecto, la ética exige que
busquemos razones coherentes para nuestras acciones; razones, por ejemplo, que
expliquen por qué es correcto o incorrecto actuar de acuerdo con nuestros intereses económicos
o financieros, o hacer lo que los otros esperan en ciertas situaciones. Esto es, el problema no
es que mis intereses económicos o lo que piensen los demás, entre otras razones,
entren o no en la ecuación; lo importante es encontrar la razón por la cual deben entrar
o no en esta.
En otras palabras, la ética nos exige examinar en cada situación los intereses en
competencia vis a vis los principios en riesgo y que se tenga una razón válida (coherente) de
por qué uno debe triunfar sobre el otro o cómo pueden reconciliarse esos intereses (si es
que pueden ser reconciliados). Por ejemplo, en el primer ejercicio caso del
prestigioso abogado constitucionalista no es suficiente decir que él no debía
representar la compañía de tabaco porque es desagradable hacerlo, porque puede
causar molestia o enojo a sus amigos o a aquellos con quienes desee trabajar para
fines filantrópicos, o porque pueda mancillarse la reputación en su comunidad. El
enojo de amigos o socios, o el hecho de que el acto personalmente cause desagrado,
entre otros, no son razones éticamente independientes para rechazar algo. Necesitamos
mirar más profundamente para determinar si estas razones son indicativas de algún
principio ético en riesgo. Por ejemplo, necesitamos considerar si existe una
justificación ética para que un abogado gane dinero (e.g., para poder alimentar a los
suyos) trabajando para una compañía cuyo producto ha matado y probablemente
continuará matando a millones de personas, en la medida que ese abogado
contribuya con sus servicios a esa causa. En el caso de una defensa ex oficio de un
acusado, ¿puede el compromiso u obligación como funcionario del tribunal ser
mayor que el compromiso con un valor o principio personal? ¿Y qué con relación al

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compromiso personal de ganar dinero o de participar en casos de gran trascendencia


histórica o mediática? ¿Son estas buenas razones para aceptar participar en un caso?
La ética comprende dos aspectos cardinales: la capacidad para determinar lo
que es bueno o correcto, esto es, cuál es la acción correcta o incorrecta, y la evaluación
moral de nuestro carácter y acciones. Todos tenemos nuestras propias ideas acerca
de lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto. Como señalamos anteriormente,
nuestras concepciones acerca de lo que es ético probablemente surgen de nuestra
crianza y de muchos otros factores que han formado nuestro carácter, esto es, nuestra
ética personal. La discusión con relación a la enseñanza y a la práctica de la ética legal
se da mayormente en el contexto de las leyes y los códigos que regulan la abogacía o
la Judicatura. El código de ética que regula nuestra profesión es muy importante en
la medida en que, mediante él, se establecen unos cánones que regulan el buen
ejercicio de la profesión. Esto es, que la ética legal regula y se hace cumplir de manera
institucionalizada.
Esto ciertamente contribuye a que el abogado o el juez tenga unas guías claras
con relación a lo que se espera de él, en el ejercicio de su práctica legal o de su función
judicial, y de todo aquello que de una u otra forma pueda afectarlas. Sin embargo,
por definición, los códigos de conducta profesional no establecen el “juicio ético” que
debe ejercer cada abogado o juez, sino más bien lo sustituyen por cánones o reglas.
En otras palabras, las reglas de conducta que regulan nuestra profesión nos sirven de
información que pueden y obviamente deben utilizarse para llevar a cabo “juicios
éticos” con relación a lo que es correcto hacer en cada situación, pero no nos proveen
el fundamento para establecer una “perspectiva ética”. Si yo preguntara ¿qué es un
abogado o un juez?, la contestación sería probablemente distinta a si preguntara ¿qué
es un abogado o un juez desde el punto de vista ético? Sin embargo, la contestación
correcta a esta segunda pregunta dependerá de la perspectiva ética que posea cada
abogado o juez. Los abogados o jueces debemos tener una perspectiva ética en nuestra
profesión. Es entonces la perspectiva ética la que nos permite establecer qué valores
deben motivar el comportamiento y las alternativas de un abogado o juez con relación
al tipo de abogado o juez al cual aspira ser. Así, la perspectiva ética define qué tipo de
abogado o juez se es desde el punto de vista ético. A su vez, la perspectiva ética
dependerá de qué tipo de filosofía ética se abrace, ya sea consciente o
inconscientemente.

LAS DISTINTAS FILOSOFÍAS ÉTICAS

Ética social

Mientras la ética general busca entender el concepto de lo que es “bueno” o


“correcto”, o lo que constituye un “deber”, la ética social es una rama de la ética
general que estudia con especificidad el aspecto filosófico de la justicia, la
responsabilidad social, la responsabilidad ambiental y el deber de minimizar daños, entre
otros.

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COMPENDIO SOBRE EL SISTEMA ACUSATORIO

Generalmente, las teorías de ética social se dividen entre teorías deontológicas


(teorías basadas en la reglamentación) y las teorías teleológicas (utilitaristas o
consecuencialistas), siendo cada una de ellas los principales ejemplos de cada
enfoque.

a. Ética deontológica

La ética deontológica postula que para actuar de una forma moralmente


correcta, las personas deben actuar motivadas únicamente por un deber. La persona
siente un deber de hacer lo bueno o correcto. El mayor exponente de la ética
deontológica es el profesor y filósofo moral nacido en Prusia (ahora Rusia),
Immanuel Kant (1724-1804). Kant explica que no son las consecuencias de las
acciones las que las hacen buenas o malas, sino los motivos de la persona que lleva a
cabo la acción. El argumento de Kant con relación a que para actuar de una forma
moralmente correcta la persona debe actuar puramente como resultado de un deber,
surge del concepto de lo que él identificó como “el más alto bien”. Así, el “más alto
bien” debe ser: (1) bueno en sí mismo (per se) y (2) bueno “sin reserva”. Algo es bueno
sin reservas cuando su implementación, en cualquier circunstancia, nunca produce
resultados negativos o adversos. No importa cuánto añadas al acto o con cuánta
frecuencia lo realices; nunca empeorará la situación.
Kant expuso que las cosas que normalmente pensamos que son buenas
como la inteligencia, la perseverancia y el placer fallan en ser intrínsecamente
buenas o buenas sin reservas. La inteligencia, por ejemplo, es buena si se usa para lo
bueno y mala si se usa para lo malo, por lo que no es “buena sin reservas”. La
perseverancia es buena también dependiendo para qué se use, pues hay quien solo
persevera en lo malo; nuevamente, no es “buena sin reservas”. El placer tampoco es
bueno sin reservas, porque en ocasiones a la gente le da placer ver sufrir a otros. Así,
Kant concluyó que “el más alto bien” es la “buena intención” porque solo esta cumple
con las condiciones de ser buena per se y buena sin reservas. No obstante, ¿cómo
discernimos si existe “buena intención” en una acción? En realidad, eso no es posible.
El problema, según Kant, es que las consecuencias de un acto de voluntad no pueden
ser utilizadas para determinar que la persona tuvo buena intención. Y es que, las
buenas consecuencias pueden surgir por accidente de una acción que fue motivada
por un deseo de causar mal, así como las malas consecuencias pueden surgir de una
acción que estuvo bien intencionada o motivada. Kant concluye, entonces, que una
persona tiene buena intención cuando actúa por respeto a la ley moral, esto es,
cuando siente un deber de hacerlo. De ahí que la ética de Kant se considere
deontológica, esto es, basada en reglas que establecen lo que es correcto hacer.
Por otro lado, la formulación filosófica más importante de la deontología se
encuentra en lo que Kant llamó el “imperativo categórico”:

Actúa únicamente según aquella máxima por la cual puedas querer al mismo
tiempo que tu actuar se convierta en ley universal.

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Esta parte del “imperativo categórico” de Kant es similar a la llamada “Regla


de Oro” de la tradición judeocristiana y otras religiones, que requieren a las personas
que traten a sus semejantes de la misma manera que quisieran que les trataran.

Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así
también haced vosotros con ellos […].4

El “imperativo categórico” de Kant rechaza expresamente el utilitarismo


(consecuencialismo), esto es, la noción de que “el fin justifica los medios”. Por lo
tanto, es un “imperativo categórico” (un requisito absoluto e incondicional) que las
personas nunca sean tratadas meramente como un medio para un fin, sino como un
fin en sí mismo.

b. Ética teleológica (utilitarista o consecuencialista)

Otro enfoque dentro de la ética social es el enfoque teleológico. Contrario al


enfoque deontológico, el enfoque teleológico postula que las políticas o acciones
correctas son las que maximizan las buenas consecuencias y minimizan las malas
consecuencias. Así, en la ética teleológica el fin de una acción (siempre y cuando sea
bueno en general) puede justificar los medios usados para lograrla, aun cuando
involucre un trato injusto en su acción para otra persona u organización. La máxima
del utilitarismo (ética teleológica) es que el derecho debe ir dirigido a alcanzar “el
mayor bien para el mayor número”. Como es evidente, el kantianismo (ética
deontológica) y el utilitarismo (ética teleológica) son abierta e irremediablemente
opuestos.
El padre del utilitarismo clásico es el filósofo y pensador inglés Jeremy
Bentham (1745-1833), quien reveló el concepto en su libro Introduction to the Principles
of Morals and Legislation (1780). Según Bentham, ese “mayor bien” se define como la
creencia de que los individuos en sus vidas personales actúan buscando maximizar
el placer y minimizar el dolor. Bentham expone que ese mismo principio debe guiar
a la sociedad. Lo que es moral es simplemente aquello que sea útil, definiendo útil
como lo que produce bienestar. El utilitarista esboza que debido a que el bien conjunto
es la suma de intereses individuales, entonces el mejor modo de fomentar el propio
interés es promover el interés colectivo. Por eso el utilitarismo propugna no solo no
limitarse al propio bien, sino cuidar escrupulosamente la imparcialidad en las
decisiones y evitar cualquier acepción de personas (favorecer a unas personas sobre
otras por un motivo o afecto particular). Únicamente esta regla hará que el saldo de
bien sea el mayor.
John Stuart Mill (1806-1873) fue un filósofo inglés que desarrolló la teoría
consecuencialista, particularmente como una visión para los legisladores y los

4 Mateo 7:12 (versión Reina-Valera 1960).

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hacedores de política pública. Véase que de ahí nos llega legislación como el concepto
de la Ley de Expropiación Forzosa de Puerto Rico. En la actualidad, el Dr. Peter
Singer, filósofo australiano, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton en
Nueva Jersey y utilitarista, ha argumentado que los animales deben ser incluidos en
el cálculo de “el mayor bien para el mayor número”, pues estos tienen la capacidad
de sufrir. Sin embargo, argumenta, a su vez, que en la medida que un bebé recién
nacido o una persona profundamente discapacitada intelectualmente no puede sufrir
placer ni dolor, estos pueden eliminarse si la felicidad de alguien más se encuentra
en riesgo, como ocurre con el aborto o el infanticidio de bebés o niños severamente
discapacitados.

Ética del cuidado

Otra forma de pensamiento o filosofía ética es la ética del cuidado. Esta enfoca
su atención en la responsabilidad de las personas de mantener relaciones con los
demás seres humanos y con sus comunidades, y en demostrar receptividad (caring
responsiveness) con los demás seres humanos en cualquier situación específica. En la
ética del cuidado se enfatiza en la interdependencia de los seres humanos y la
importancia de la sensibilidad y la respuesta emocional en la acción ética. La ética
deontológica y la ética teleológica tienden a asumir que cada persona decide sobre
sus acciones individualmente, aisladamente, y que las decisiones que se toman
impactan a otros. La ética del cuidado, sin embargo, establece que la mayoría del
tiempo nuestras acciones están tan entrelazadas con las relaciones con otras personas
y nuestras respuestas emocionales respecto a ellas, que las preguntas éticas más
importantes se refieren a cómo nos relacionamos con los demás y cómo les
respondemos, en lugar de cómo nuestras acciones los impactan. Por ejemplo, cuando
tenemos que decidir si es correcto o no (cuestionamiento ético) permitir o hacer algo
que alguien muy importante para nosotros nos pide porque no queremos que
nuestra relación se afecte, aun cuando no estamos convencidos de que tal cosa sea
lo que necesariamente le conviene más. La ética del cuidado reconoce la importancia
de la psicología moderna en entender la complejidad de las relaciones humanas y de
hacer hincapié en que la habilidad interpersonal y la sensibilidad son herramientas
cruciales para tomar decisiones éticas.

Ética de la virtud

La ética de la virtud se enfoca en el carácter del ser humano, enfatizando en el


carácter correcto como una virtud personal. La ética de la virtud no es
necesariamente antagónica al enfoque de la ética deontológica o de la teleológica,
sino más bien trata de contestar una pregunta diferente. Mientras estos dos enfoques
éticos (ética deontológica y teleológica) preguntan ¿qué se considera una buena
acción?, la ética de la virtud pregunta ¿qué tipo de persona debo ser para conseguir
ser una buena persona? Por otro lado, al igual que la ética del cuidado, la ética de la
virtud ve la relación entre los seres humanos como algo central para la ética, sin

38
ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA

embargo mira más allá, pidiéndonos que consideremos nuestra identidad, nuestro
carácter y nuestras motivaciones en un nivel profundamente personal. En este
sentido, la ética de la virtud parece acercarse más a la ética deontológica en la medida
que busca establecer, no que “tus acciones definen tu carácter” como parecería
establecer la ética teleológica, sino que “tu carácter define tus acciones”.
Examinemos las situaciones siguientes.
Primer ejercicio:
Usted tiene una hermana mayor, María, que está en la universidad. Su
hermana María y usted siempre han compartido sus secretos, relación que ninguno
de los dos tiene con algún otro miembro de la familia o amigos. En los últimos años,
María ha estado involucrada con bastante regularidad en fiestas y juergas en donde
se emborracha y utiliza drogas ilegales. Hasta el momento, no parecería que tales
actividades le estén afectando en la universidad ni en su trabajo a tiempo parcial.
Solo usted sabe de estas circunstancias dada la confianza que su hermana tiene con
usted y porque es quien único siempre alcanza a ver las condiciones en que esta, en
ocasiones, llega.
Ahora bien, en los últimos meses, las actividades de juerga y ebriedad de
María han aumentado y su comportamiento se ha tornado más errático. Tanto así,
que la semana pasada la tuvieron que ir a buscar porque estaba ebria y se encontraba
acostada en medio de la carretera después de otra de esas fiestas. Ya habían sido
varias las ocasiones en las que sus acompañantes de fiesta tenían que ayudarla a
llegar a la casa por su estado de embriaguez. María le ha admitido a usted que tal vez
se le “está yendo un poco la mano”, pero que ella es consciente y tiene la situación
bajo control. Le ha expresado, además, que no necesita sus consejos ni que usted ande
preocupado por la situación, y le exigió que, sin importar lo que pasara, no permitiera
que los otros miembros de la familia ni nadie se enterara de la situación hasta que
ella estuviera recuperada. Usted siente que María pudiera necesitar ayuda
profesional para salir de la situación en la que se encuentra y para poderse recuperar.
Ahora imagine que usted tiene una conversación con su hermana María
inmediatamente después de haberla recogido en medio de la calle ya pasado su
estado de embriaguez o el efecto de las drogas. Al analizar esta situación podemos
hacerlo desde cualquiera de los enfoques o filosofías discutidas anteriormente.
Podríamos pensar una solución desde el enfoque de la ética deontológica, teleológica,
del cuidado o de la virtud. En primer lugar, usted tendría que preguntarse: ¿qué
responsabilidad ética, si alguna, usted tiene respecto a su hermana? Si la tiene, ¿qué
enfoque usted preferiría utilizar? ¿Debe usted intentar convencer a María de que es
necesario hablar con algún otro miembro de la familia o amigo cercano si usted cree
que María no va a ser capaz de recuperarse por su solo esfuerzo? ¿Hablaría con
alguien más aunque María no estuviera de acuerdo? ¿Cómo María interpretaría los
distintos enfoques que usted pudiera utilizar para intentar ayudarla?

39
COMPENDIO SOBRE EL SISTEMA ACUSATORIO

Segundo ejercicio:
Ahora imaginemos que usted es un abogado criminalista y que en lugar de su
hermana María se trate de su cliente Pablo. Pablo fue denunciado por estar acostado
en medio de la calle en total estado de embriaguez, pero usted cree que
probablemente pueda persuadir a la Policía para que se retiren los cargos. Pablo le
insiste que haga todo lo que sea necesario para conseguir que la Policía retire los
cargos y que finalmente todo el incidente pase desapercibido; en otras palabras, que
se pueda “barrer bajo de la alfombra”. Como María, Pablo insiste en que él tiene bajo
su control la situación con el alcohol y el uso de sustancias ilegales y que no necesita
ayuda. El que Pablo sea su cliente en lugar de su hermana, ¿lo hace a usted pensar
diferente en términos de las obligaciones éticas en esta situación? ¿Cómo cambian los
planteamientos y las consideraciones cuando la persona, en lugar de ser su hermana,
es su cliente sin ninguna relación de parentesco o amistad?

EL DILEMA ÉTICO

El 84% de los estudiantes universitarios creen que en las últimas décadas


Estados Unidos de América ha experimentado una terrible crisis de corrupción en el
mundo de los negocios y las finanzas, y el 77% cree que debería responsabilizarse a
los Chief Executive Officer (CEO’S) de las compañías involucradas de tal desastre.
Sin embargo, el 59% de esos mismos estudiantes admite que se han copiado alguna
vez en un examen. El 43% de las personas en los lugares de trabajo admiten que han
estado involucrados en algún tipo de actividad antiética y el 75% admite haber
observado alguna actividad antiética en sus oficinas sin haberlo denunciado o hacer
absolutamente nada. Lo que está implícito en lo anterior es que, por ejemplo, las
mismas personas que mienten en sus Planillas de Contribución sobre Ingresos o que
se llevan algún material de sus oficinas para las asignaciones de sus niños, son los
mismos que exigen honestidad e integridad de los directores de corporaciones
privadas, compañías de seguros y de inversiones, bancos, agencias públicas o líderes
políticos. Y es que nos resulta muy fácil hablar de ética y aún más indignarnos con
aquellos que cometen actos antiéticos, sobre todo cuando sus acciones de alguna
manera han afectado nuestros intereses personales o los de nuestros familiares o
amigos. No obstante, lo cierto es que no nos resulta tan sencillo, en ocasiones, tomar
decisiones éticas en nuestras vidas. En otras palabras, cuando nos enfrentamos a
opciones que no nos gustan, entonces ¿qué hacemos? ¿cómo solemos comportarnos?
¿qué debemos hacer?
Como regla general, las personas actuamos de una manera antiética por una
de tres razones o por una combinación de estas. El primer motivo por el que nos
inclinamos a actuar de manera antiética es porque tendemos a hacer lo que nos conviene
más. Tenemos la tendencia, por ejemplo, a escoger lo que es más fácil o menos
complicado sobre lo que es más difícil o complicado. Obviamente, en principio, no
hay nada malo en eso y, de hecho, parecería que es lo más racional e inteligente. ¡Para
qué complicarnos la vida o pasar más trabajo cuando podemos hacerlo por la vía más

40
ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA

fácil, corta y simple (“the easy, short, and simple way”)! Ahora bien, ¿qué ocurre cuando
nos vemos obligados a tomar tales determinaciones sobre la base de lo que son
nuestros valores morales en lugar de lo que nos conviene más? En esos casos nos
encontramos ante un dilema ético: enfrentamos una opción poco placentera o indeseable por
razón de un principio o una práctica moral.
La segunda razón por la cual en ocasiones podemos actuar de una manera
antiética es porque hacemos lo que tengamos que hacer para ganar. Por favor, piénselo
dos veces antes de asegurar que usted jamás actuaría así. ¿Cuántos, en medio de una
discusión acalorada o en un debate entre amigos o conocidos, hemos dicho aunque
sea una “tenue” mentirilla solo por no sentir que hemos perdido el punto que estaba
exponiendo? Recapitulando, me encuentro ante un dilema ético si estoy ante una
situación en la que solo tengo dos opciones: (1) ganar haciendo lo que tenga que hacer
aunque no sea ético, o (2) actuar éticamente aunque pierda. El problema es que usted
va a encontrar muy pocas personas que se sientan bien siendo deshonestos, pero va
a encontrar muchos menos que se sientan bien perdiendo. Y es que a nadie le gusta
perder.
La tercera razón por la cual en ocasiones podemos actuar de una manera
antiética es porque racionalizamos nuestras alternativas mediante el relativismo. Muchas
personas eligen enfrentar las situaciones éticamente complicadas decidiendo lo que
entienden que es correcto en ese momento de acuerdo con las circunstancias. Esta
tendencia proliferó en la década de los 60 mediante lo que se conoció como la Ética
Situacional. En síntesis, esta tendencia establecía que el único estándar viable para
determinar lo que está correcto o incorrecto es el amor. Así, lo que es “correcto” se
determina de acuerdo con las circunstancias y el amor lo justifica todo, incluyendo el
mentir, hacer trampas, robar e, incluso, matar. Cuando se racionalizan las
alternativas a través del relativismo, cada cual tiene sus propios estándares, los cuales
pueden cambiar dependiendo de las circunstancias. El estándar que cada cual quiera
utilizar está bien: “Si es bueno para mí, entonces es bueno”. Lo interesante con esto es
que los seres humanos tendemos a ser muy condescendientes con nosotros mismos,
juzgándonos de acuerdo con lo que fueron nuestras “buenas intenciones”, pero
tendemos a ser muy duros aplicando un estándar muy distinto con los demás y
juzgándolos por sus “malas acciones”.

¿Cómo usted se evalúa en términos éticos?

¿Cuán ético usted se considera? ¿Se considera usted el tipo de persona que
siempre actúa éticamente? Esto es, ¿se considera usted el tipo de persona que
intencionalmente nunca cometería un acto que, a conciencia, sabe que no se ajusta a
sus valores éticos? Este tipo de persona entiende que solo actuaría éticamente, pero
es porque ignora que lo que hace no es ético.
¿Se considera usted el tipo de persona que casi siempre actúa éticamente? Este
es el segundo tipo de persona; el que actúa éticamente casi siempre. Esta persona

41
COMPENDIO SOBRE EL SISTEMA ACUSATORIO

conoce y admite que, en ciertas circunstancias particulares, podría verse tentada e,


incluso, podría ceder a la tentación de no actuar conforme a los valores que sabe que
son los correctos éticamente.
Aunque pudiera darse el caso de personas que se coloquen en el grupo de
personas que “siempre” actúan éticamente y, al otro extremo, personas que están
dispuestas a admitir que en muchas ocasiones han actuado de manera antiética, es
un hecho que la mayoría de las personas se coloca en el grupo de personas que casi
siempre actúa éticamente. Analizaremos este tipo de actuación porque, ciertamente,
es la actuación más común. Las personas que casi siempre actúan éticamente, las veces
que no actúan así generalmente lo hacen evitando la incomodidad o inconveniencia
que produce tener que optar por nuestros valores morales en lugar de lo que nos
conviene más. Esto es lo que se conoce como un dilema ético. Es interesante que
muchas de estas personas suelen analizar su comportamiento antiético desde la base
de que ser casi siempre ético no está tan mal porque, de todos modos, “en realidad nadie
puede esperar perfección”. Dicho de otro modo, “mejor que eso, imposible” (“as good as it
gets”); o sea, que “hay cosas en las que yo no voy a poder ser del todo ético, pero eso no quiere
decir que no lo sea”.
El problema con ese pensamiento es que una persona no puede considerarse
“fiel” si es “casi siempre fiel”. De igual forma, una persona no puede considerarse ética
si solo actúa éticamente la mayor parte del tiempo o casi siempre. Más importante aún
es el hecho de que estas personas pueden vivir felices con ese estándar hasta el
momento cuando son víctimas (o lo es algún ser querido) de la falta de ética de
alguna otra persona que actúa bajo ese mismo estándar. Cuando alguien que cometió
un acto antiético le dice: “lo siento… es que yo casi siempre actúo éticamente”.

LA REGLA DE ORO DE JOHN C. MAXWELL

Una filosofía muy efectiva para alcanzar el estándar de actuar siempre de una
manera ética es la llamada Regla de Oro de John C. Maxwell. Este distinguido escritor
y conferenciante ha establecido una profunda pero sencilla estrategia para decidir y
actuar de una forma ética sin importar las circunstancias a la que nos enfrentemos.
Maxwell ha determinado la siguiente como la Regla de Oro del comportamiento
ético: “Actúa siempre como te gustaría que actuaran contigo”. Algo importante con
relación a esta regla es que, a pesar de vivir en una era tan relativista en la cual
encontramos diferentes estándares de moralidad y cada cual pretende utilizar su
propio código de conducta, las personas de diferentes culturas, cosmovisiones y
credos religiosos coinciden en esta “regla de oro” como estándar de conducta ética.
Por ejemplo, el Cristianismo postula lo siguiente: “Así que, todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos;
porque esto es la ley y los profetas”.5 De igual manera, el Islamismo señala: “Ninguno

5 Mateo 7:12 (versión Reina-Valera 1960).

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ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA

de ustedes es creyente hasta que amen de su prójimo lo que aman de ustedes


mismos”.6 Mientras, el Judaísmo promulga que: “Lo que te es odioso para ti, no se lo
hagas a tu prójimo”.7 Por su parte, el Budismo expone que: “No lastimes a los otros
con lo que te es doloroso a ti mismo”.8 Asimismo, el Hinduismo esboza que: “Esta es
la suma del deber: no hacer nada a los demás que no te gustaría que te hicieran a ti”.9
También, el Confusionismo expresa que: “Lo que no quieres que te sea hecho a ti, no
lo hagas a otros”.10 Como vemos, esta “Regla de Oro” es prácticamente universal.
La Regla de Oro de Maxwell implica, entonces, tratar a los demás de la forma
como a usted le gustaría que lo trataran. Las personas, en nuestra esencia, tenemos
cosas en común. Si usted conversa con personas de cualquier edad, sexo, raza o
nacionalidad se dará cuenta de que todos tenemos cosas importantes en común. Una
vez usted identifica esas características o necesidades en común, es sencillo ser
empático con aquellos para quienes se tiene el deber de actuar éticamente. Ahora
bien, la ética conlleva acción, pues no es un asunto solo de reflexión o debate. Se trata
de cómo nos enfrentamos al desafío de hacer lo que es correcto, cuando hacerlo nos
va a costar más de lo que quisiéramos pagar. En ese contexto, no hay duda de que
una gran motivación y punto de partida es la referida Regla de Oro de Maxwell. Y es
que nada es más persuasivo o convincente para actuar éticamente en la profesión
legal que cambiar de lugares con nuestros clientes o con las personas que interactúan
en nuestras salas de justicia. ¿Cómo le gusta a usted que lo traten? Si usted fuera el
cliente o un familiar cercano fuera el cliente, ¿cómo le gustaría que fuera el trato
profesional y ético con usted o con ese familiar? Por ejemplo, cuando hablamos de
relaciones interpersonales, más que cualquier otra cosa, a nadie le gusta que saquen
provecho de uno. Esta es la clave del comportamiento ético. Si las acciones como
profesional de la abogacía de alguna manera su cliente puede interpretarlas como
que usted se aprovecha de él o ella, su práctica profesional ciertamente se verá
afectada de forma negativa. En este contexto hablamos principalmente de la
confianza que un cliente deposita en su abogado. El abogado tiene un deber de
fiducia con su cliente, por lo tanto, el que su cliente confíe en usted es de vital
importancia. De hecho, la mayoría de los clientes buscan sus servicios basados en la
confianza ya sea por conocimiento personal o por referencia que usted inspira
respecto a su capacidad, responsabilidad y profesionalismo.
Conscientes del sinnúmero de situaciones que podemos reseñar, nos
referiremos a aquellas que consideramos más importantes o más comunes.
Tomemos, por ejemplo, la forma como un abogado maneja o administra el dinero o

6 The Traditions of Mohammed.


7 Talmud, Shabbat 31a.
8 El Dhammapada.
9 Mahabharata.
10 Analects 15:23.

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COMPENDIO SOBRE EL SISTEMA ACUSATORIO

los bienes que pertenecen a su cliente. En Puerto Rico, el Canon 23 del Código de
Ética Profesional, en lo pertinente, señala lo siguiente:

La naturaleza fiduciaria de las relaciones entre abogado y cliente exige


que éstas estén fundadas en la honradez absoluta. En particular, debe darse
pronta cuenta del dinero u otros bienes del cliente que vengan a su posesión y no debe
mezclarlos con sus propios bienes ni permitir que se mezclen. (Énfasis suplido).11

Como vemos, un abogado siempre debe estar presto a dar pronta cuenta del
dinero u otros bienes que, como consecuencia del servicio que presta a algún cliente,
vienen a su posesión. Además, jamás debe permitir que su dinero se mezcle con el
de su cliente.
Otra circunstancia es la necesidad que tiene un cliente de sentir que su
abogado le da la misma importancia que el propio abogado le da a su caso. En ese
contexto, es importante que los abogados entiendan la ansiedad que en muchas
ocasiones siente un cliente por saber cómo marchan las cosas en su caso o asunto
legal. En Puerto Rico, el Canon 19 del Código de Ética Profesional establece que el
abogado debe mantener a su cliente siempre informado de todo asunto importante
que surja en el desarrollo del caso que le ha sido encomendado.12 Cuando un abogado
no se comunica de forma periódica con su cliente, este último puede sentir que el
abogado no lo considera tan importante, que “su caso es uno más”, cuando para el
cliente “su caso es el más importante del mundo”. En ese contexto, a veces, una
simple llamada para informarle que se recibió una orden, aunque sea interlocutoria,
hace que el cliente perciba que el abogado está pendiente y que su caso es importante
para él también.

LA ÉTICA COMO REALIDAD DE VIDA

Concluimos reseñando nuestra experiencia de los muchos casos de conducta


antiética que, como parte de las funciones como magistrados, estamos obligados a
analizar prácticamente a diario. Se suele decir, y repetimos con propiedad, que nadie
da lo que no tiene. O, dicho de otro modo, lo que sembramos o lo que se nos ha
inculcado es la forma como, por naturaleza, nos proyectamos o actuamos. El texto
bíblico lo reseña desde hace miles de años al señalar que “de la abundancia del
corazón habla la boca”.13 Como señalamos, la existencia de un código de conducta
profesional no establece el “juicio ético” que debe ejercer cada abogado. La forma
ética en la que actuamos nace de los valores y los principios morales que, a través de
las enseñanzas de figuras influyentes y de las experiencias vividas, se van
acumulando en nuestra consciencia. En ese sentido es que llegamos a la conclusión de que

11 Código de Ética Profesional, 4 LPRA Ap. IX.


12 Íd.
13 Mateo 12:34 (versión Reina-Valera 1960).

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ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA

la ética profesional de una persona no es sino el reflejo de lo que es su ética personal. Las
presiones y las tentaciones a las que como profesionales en nuestra práctica del
Derecho estamos y estaremos expuestos, no serán vencidas por el solo hecho de que
alguna norma deontológica prohíba esta o aquella conducta; existen profundos
rincones en nuestra consciencia en los que esa luz no es capaz de alumbrar. Es
necesario que dentro de cada ser humano se cultive, en lo íntimo y sin ninguna otra
motivación que no sea el entender, aceptar y ejecutar lo que es correcto, aquellos
valores que lo guíen en la búsqueda y el desarrollo de ese carácter que llamamos ética.
Recuerde: su ética profesional jamás será superior a su ética personal.

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