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Carmona
Carmona
Sí, Ismenia, tu padre, ¿no te acuerdas de él? Era General, fue General. Lo conocí
de joven. Lo recuerdo bien. Era de baja estatura. ¡Pero qué hombre! Jinete como
ninguno. Catire. Su perfil era para medalla, apolíneo. La nariz fileña, recta, terminaba
en un ángulo de líneas rectamente trazadas, apenas con insinuación de las aletas. Y los
ojos, como decían antes, de águila. Su actuación fue para leyenda. Desde las Queseras
del Medio, porque desde allí, en pleno brío de juventud, se hizo héroe. Sí, Ismenia, ese
fue tu padre, que murió en 1852. Debes sentirte orgullosa de tu padre, Ismenia.
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El Coronel Azcoa, de los Llanos del Apure, acaricia el pelo de Ismenia Carmona,
pequeñina de San Juan. ÉL no peleó en el Pantano de Vargas porque le tocó la misión
de auxiliar a los moribundos del Páramo de Pisba…: Ventiscas, brisa gélida, de muerte,
antes, en y después de transponer los cerros, gemir de agonizantes, siembra de
cadáveres. Luego: en las milicias, a las tierras de San Juan bajo el mando de Carmona.
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Siempre Taironita y San Juan han vivido en contradicción: Taironita es la que
administra; San Juan la despensa. A poco de fundada, Taironita eran treinta casas de
mampostería con un centenar de españoles que en nombre de su majestad despojaban
a los indios mientras que, al mismo tiempo, San Juan era una grande aldea con cinco
mil bohíos de nativos salineros, pescadores, orfebres, ceramistas, tejedores, cazadores,
extractores de palma, de leña y de carbón, agricultores y feriantes que centraban a los
hermanos de otras tribus. Por 1750 Taironita contaba cincuenta encomenderos, en
tanto, San Juan capitaneaba los primeros comuneros de aquende el mar y reivindicaba
derechos del mestizo. En 1840 Taironita es un centro de gamonales hispánicos y de
retrecheros republicanos solo ostentantes de la sede gubernamental, mientras, San
Juan con sus Generales se constituye en clarín y es bandera del nuevo estado, el de
Manzanares, en una guerra civil que holló la historia con el nombre de “La Guerra de
Carmona”.
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El poblado de San Juan luce una gran plaza. Aquí la iglesia española acaso
reemplazante de un pajizo templo Caribe, si los hubieran tenido. Allí, las paredes de
bahareque y palma en gran edificación para Casa Consistorial. Lo demás, el cuadrado
de arena amarilla, hierba y barro, enmarcado por pequeñas casas de techo tejido por
palma de trópico. Y único, alzándose entre casitas, detrás de la iglesia, un para ese
entonces palacio, una casa señorial de grandes balcones volados en madera labrada, de
arabescos. Esta era la residencia propiedad de don Francisco Carmona. Y a ella
concurrían las delegaciones políticas, militares, campesinas, los pequeños industriales
del tabaco y del cacao. Era allí donde se tomaban decisiones, Allí se optaba por la paz y
por la guerra y era allí donde se organizaban las milicias que desde San Juan irían a
pelear en Antioquia, Ocaña, en la Sabanas de Corozal y a lo largo de los entonces
torrentosos Cauca y Magdalena.
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“Todo el esfuerzo ha sido en vano. Mi último viaje a la tierra natal fue el comienzo
de mi quiebra económica. Al llegar aquí, invertí fuerte suma para hacerle a San Juan
un mercado y una escuela superior. Por fortuna los otros Generales han aportado lo
necesario para culminar las obras porque yo solo no habría podido terminarlas. No es
que sea orgulloso, como dicen, y soberbio menos, pero algo me impedía solicitar la
colaboración de los demás. Mas ahí vamos. Las fincas que pensé que estarían en
buenas manos no han sido bien trabajadas en mis ausencias por atender las guerras,
“mis guerras” para componer el gobierno y servir al pueblo. Todo lo abandoné y lo que
me queda escasamente me dará para sobrevivir. Por eso tuve que alojarme en esta
pequeña vivienda de la plaza porque sé hacerle frente con entereza a las
circunstancias. Y te he traído a vivir aquí, María, en esto que yo llamo una humilde
choza, porque ese palacio blanco frente a la sacristía que era mío, pasó por interpuesta
persona a ser de propiedad de mi peor enemigo, el gobernador de Taironita. Pero,
adelante, vamos con empuje y esta lección que se aproxima será nuestra por las buenas
o por las malas, que ya los capitanes están listos para la pelea si de nuevo hay que
empuñar las armas. María, ten paciencia. Dedícate a la niña y déjame actuar que
siempre he sido hombre de lucha.
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-No hay que espera que venga acá, José. A Taironita viene con su gente y esa es
gente brava, valiente. Los sanjuaneros son guapos.
-Imposible. No hay que esperar eso. Debe ser en su propio nido. Se me ocurre que
se le debiera ser una provocación. Él es quisquilloso, cascarrabias, la soberbia lo
domina, monta en ira rápido y seguro que morderá el anzuelo. En el mismo San Juan
hay que liquidarlo, que sea entre su gente.
-¿Y cómo se haría, José?
-Tú eres el hombre, Joaquín. Múdate a San Juan con un mes de anticipación a los
carnavales. Alquila una finca para sembrar tabaco. Llévate unos veinte trabajadores y
ya planearemos para actuar el domingo de carnaval, que en San Juan ese día es día de
candela.
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El territorio nacional con su gente está en la fragua. Apenas se busca crear las
instituciones. Posiblemente la vía que se lleva desembocará en lo que llaman
democracia representativa. Pronto habrá cambio de gobierno central y los estados
soberanos organizan sus facciones políticas. Cada pedazo de geografía cuenta sus
caudillos y cada caudillo manda a sus mesnadas. A la presidencia central ascenderán
quienes más poderosos aliados cuenten y Francisco Carmona, con más de sesenta año,
desde San Juan pesa todavía.
-De esta pequeña convención hemos sacado en claro que el federalismo de estas
llanuras se consolida. Triunfaremos con nuestros candidatos. De modo que cada uno de
ustedes, señores delegados, a sus puestos, que no me despida de esa vida sin ver
coronados mis esfuerzos. El triunfo será para ustedes.
-¡Que viva el General Carmona! Y la pequeña asamblea anfictiónica se disolvió.
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Francisco Carmona se euforizó ayer sábado de carnaval. Una tenida en la intimidad
con una aglomeración de amigos fue tertulia de jefes, de caudillo. A pesar de la adultez
de todos sonó la música, hubo el baile, se oyeron los alegres vivas, la anilina roja
chapeó las mejillas de las mujeres y el polvo de almidón blanqueó el rostro de los
hombres. Y floreció el domingo en escándalo aplaudido, con sentido de todos, escándalo
de fiestas.
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Día soleado para embriagar multitudes. EL pueblo está en la calle y no hay la más
leve vislumbre de desgracia. Ni siquiera un amago de “jugar al machete” ha habido
todavía. Toda esa alegría, ron, y comedia desfilante. En el interior de su casa está
Francisco Carmona y desde él ve pasar un negrito emperifollado con un atuendo militar,
de general.
-¡Pero qué veo, esas son mis prendas! ¡Qué abuso! Ayer se las presté a Joaquín
Estrada el sembrador de tabaco de la “Vega Alta”. Me dijo que para encargarme otras
iguales que me iba a regalar. ¡Esas son mis prendas!
Veloz, sin pensarlo dos veces, galopante en furia, persiguió Francisco Carmona al
negro. Le dio alcance y en un asalto felino lo llevó al suelo, le arrancó las prendas y
patearlo fue poco. Tornando a su casa la gente se le fue detrás. Vociferando los
acompañantes del negrito, escogido él y ensayado ellos para provocar, hicieron
aparecer, brotar, estallar el carácter del general que hizo frente a la provocación
convertida en turbamulta. “¡Pateó al negro Malafé que es de nosotros!” “Ese hombre no
es de aquí!” “Acabemos con ese forastero”. El viejo veterano volvió a su brío juvenil de
las Queseras del Medio. Entró a su casa. Erguido y agigantado de coraje sacó de la
cubierta el sable que siempre lo esperaba en la mesa de la sala. Un gladiador rodeado
de leones embriagados y orientados con determinadas consignas a azuzantes derramó a
tres, hizo rodar al suelo a otros tantos, moribundos. Y en el acto mató a dos. Batalla
entre un héroe solitario y una poblada. Un pequeño hombre gigante entre cientos de
borrachos movidos al grito de la enseña: “¡Acabemos con él, que no es de aquí…!” Sólo
una piedra cobarde lo doblegó golpeándole en la sien, y sin ver el cielo de la región más
transparente con que siempre había soñado, fue convertido en picadillos de cuerpo
humano, en un montoncito formado por la carne, la sangre y los huesos de un hombre
de verdad.
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Ismenia, así murió tu padre, debes estar orgullosa de él. Fue un gigante que murió
de pie.