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FRAGMENTO DE UN ENSAYO SOBRE EL GUSTO (1810) (1)

Por: S. T. Coleridge (1772-1834)

Los mismos argumentos que plantea la cuestión sobre


si el gusto tiene principios establecidos nos pueden
llevar probablemente a determinar lo que son esos
principios. Así pues, en primer lugar, ¿qué es el
gusto en su sentido metafórico? O lo que será el
modo más fácil de llegar a la misma solución ¿qué
hay en el sentido primario de la palabra que puede
dar a su sentido metafórico una significación
diferente de lo que representa la vida o el oído,
por un lado, y el tacto o el olor por otro? Esta
última pregunta me parece la más natural, porque en
lenguaje correcto confinamos a la belleza, el tema
principal del gusto, a objetos visuales y a
combinaciones de sonidos, y nunca, excepto por
jocosidad o mal uso de las palabras hablamos de un
bello sabor o un bello aroma.
El análisis de nuestros sentidos en los libros más
comunes de antropología ha dirigido nuestra
atención hacia la distinción existente entre los
sentidos mezclados. Los primeros presentan los
objetos como algo distinto a la percepción, mientras
que los segundos mezclan la percepción con el
sentido del objeto. Nuestros ojos, la mayor parte
de las veces, nos parecen perfectos órganos del
principio del sentido, y junto con nuestros oídos,
todos los idiomas los sitúan en una sola categoría
y expresan sus distintas modificaciones casi con
las mismas metáforas. Los tres sentidos restantes
parecen, en parte, pasivos, y asocian a la
percepción del objeto externo un sentido
característico de nuestra propia vida. Por lo tanto,
el gusto, en su sentido metafórico y en
contraposición a la visión y al sonido, nos inducirá
a acompañar en su uso metafórico una cierta
referencia a nuestro propio ser desde el objeto en
sí mismo, o de sus propiedades independientes. Por
otro lado, el sentido del tacto se distingue porque
añade a esta referencia hacia nuestro ser vita un
imperceptible impulso de placer o de dolor que lleva
a la complacencia o al desagrado. El sentido del
olfato puede que ciertamente haya generado una
metáfora similar a la del gusto, pero fue este
último el que resultó escogido de forma natural por
la mayoría de las naciones civilizadas debido a la
mayor frecuencia, importancia y dignidad de su
empleo o función en la naturaleza.
Así pues, se supone que debemos entender el gusto,
tal como se aplica en las Bellas Artes, como una
percepción intelectual de cualquier objeto mezclada
con una referencia característica a nuestra propia
sensibilidad de dolor o placer, o viceversa, un
sentido de disfrute o desagrado combinado al unísono
con la percepción intelectual que parece provenir
del objeto. Y digo percepción intelectual porque,
de lo contrario, sería una definición de gusto en
su sentido primario más que en el metafórico.
Brevemente, el gusto es una metáfora tomada de uno
de nuestros sentidos mezclados, aplicado a los
objetos de los sentidos más puramente orgánicos y a
nuestra valoración moral siempre que se implica la
coexistencia de la complacencia o el desagrado
personal inmediato. En esta definición de gusto,
por lo tanto, entra en juego la definición de Bellas
Artes, cuyo propósito principal y su
discriminatorio es gratificar al gusto. Es decir,
no pretende meramente conectar, sino combinar y unir
un sentido de inmediato placer en nosotros mismos
con la percepción de una disposición externa.
La gran pregunta al respecto a si el gusto en
cualquiera de las Bellas Artes tiene un principio
fijo o ideal encontrará su solución en la
comprobación de dos hechos:
En primer lugar, debemos averiguar si en cada
resolución del gusto concerniente a cualquier obra
de las Bellas Artes, el individuo con, o incluso
sin, la aprobación de su entendimiento general, no
afirma involuntariamente que otras mentes deberían
pensar y sentir lo mismo. Tendríamos que observar
si expresiones comunes como “tal vez me equivoque,
pero particularmente a mí me gusta”, se afirman como
un ofrecimiento de cortesía, como un sacrificio al
hecho indudable de nuestra falibilidad individual,
o bien son pronunciadas con perfecta sinceridad, no
sólo con la razón, sino con todo el sentimiento,
con la misma entereza de corazón y mente (con lo
cual concedemos el derecho de cada persona a diferir
respecto a sus preferencias sobre gustos y sabores
físicos). Al encontrarnos obligados a negar esto o
admitir aquello, aun siendo conscientes de nuestra
propensión al error, y a pesar de todas aquellas
experiencias individuales que pueden haber
fortalecido la conciencia, también debemos
averiguar hasta qué punto cada hombre legisla por
todos los hombres cuando éste cree por necesidad
que están en lo cierto o está equivocado, y que lo
que es cierto para él, es universalmente cierto.
En segundo lugar, debemos comprobar si el origen de
este fenómeno se puede llegar a encontrar en
aquellas partes de la naturaleza en las que el
intelecto es representativo de todos, y si lo es de
modo completo o parcial. Ninguna persona con sentido
común exige ni siquiera emotivamente que lo que le
sabe agradable tenga que producir el mismo efecto
en todos los seres vivientes, y sin embargo cada
hombre tiene y debe esperar y exigir la aquiescencia
universal de todos los seres inteligentes respecto
a las convicciones que son fruto de su
entendimiento.
1. De The Literary Remains of S. T. Coleridge, vol. I,
1836.

Traducción: DANIEL CASANOVAS

Espíritus que habitan el arte. Castellón. Ellago


Ediciones. 2002. Págs. 59-62.

OBSERVACIONS DIVERSAS. CULTURA Y VALOR


Por: Ludwig Wittgenstein (1889-1951)

1947
La capacidad del “gusto” no puede crear un
organismo, sólo regular uno que exista de antemano.
El gusto afloja tornillos y los saca, no crea una
nueva obra primigenia.
*
El gusto regula. El parir no es cosa suya.
*
El gusto hace ACEPTABLE.
*
(Por eso creo que el gran creador no necesita gusto;
el niño viene al mundo bien proporcionado.)
*
Limar es algunas veces actividad del gusto, pero
otras no. Yo tengo gusto.
*
Aun el gusto más nada tiene que ver con la fuerza
creadora.
*
El gusto es refinamiento de la percepción; pero la
percepción nada hace, sólo recoge.

*
El gusto puede encantar pero no sobrecoger.

Traducción de ELSA CECILIA FROST


Wittgenstein II: Diarios-Conferencias.
Observaciones diversas/ Cultura y Valor. Madrid.
Gredos. 2009. Págs. 622-623.
ME GUSTA, NO ME GUSTA
Por: Alain Robbe-Grillet (1922-2008)
1980

Me gusta la vida, no me gusta la muerte.


Sin embargo, me gusta bastante lo que se queda
quieto (me gustan los gatos, no me gustan los
perros). Me gusta la impresión de eternidad, las
viejas casonas de provincias con su decoración
inmutable, los pesados cortinajes rojos ajados
desde siempre, el musgo en los caminos, las carpas
nadando entre dos aguas dentro de los estanques.
No me gusta el teléfono. No me gusta el coche. Me
gustan los viajes largos en ferrocarril: París-
Bucarest, Estambul-Teherán, Moscú-Vladivostok.
Me gusta también caminar, por las calles o campo a
través. Me gustan los otoños húmedos y suaves, las
hojas pardas que relucen bajo la lluvia y forman
una espesa alfombra blanda sobre los caminos.
No me gusta el ruido. No me gusta la agitación. Me
gustan las voces hermosas. Odio los gritos.
Me gustan las multitudes alegres. No me gusta lo
que gusta a las multitudes. No confío en las masas
populares.
Me gustan los días en los que me siento más
inteligente, más instruido, más agudo.
Me gusta aprender. Me gusta enseñar.
No me gusta dar una conferencia después de una buena
comida. Me gusta el vino tinto. No me gusta el
scotch. Me gusta la lengua francesa.
Me gusta la vida. Me gusta la literatura.
No me gusta… Puntos suspensivos. No me gusta pensar
en lo que no me gusta.
Me gustaba la voz de Roland Barthes.
Me gustan las niñas, sobre todo cuando son bonitas,
no me gustan demasiado los niños.
Me gusta lo bonito. No me gusta la moda de lo feo.
Me gusta decir lo que pienso, sobre todo si es algo
que no acostumbra decirse. No me gustan los
militantes, sea cual sea su tendencia.
Me gusta conocer la regla. No gusta respetarla.
Me gusta lo pequeño. Me gustan las calles de Nueva
York, los grandes paisajes del Oeste americano. No
me gustan las grandes palabras.
Me gusta comprender. Me gusta analizar las cosas.
Me gusta conocer las teorías, literarias y
científicas.
Me gusta la libertad. No me gusta el derroche. No
me gusta la calderilla periodística.
Me gustan papá y mamá. Desconfío de los
psicoanalistas.
Me gusta incordiar a la gente. Pero me gusta que me
joroben.

Traducción de José María Furió Sancho


Por qué me gusta Barthes.
Textos reunidos y
presentados por Oliver Corpet. Barcelona. Ediciones
Paidós Ibérica. 2009. Págs. 117-120.
¿TE ANIMAS A DECIRME LAPIDARIAMENTE QUÉ TE GUSTA Y
QUÉ NO TE GUSTA?
Por: Federico Fellini (1920-1993)

- Hace un tiempo una revista, creo que


L´Espresso, hizo un test de este tipo. También
me consultaron a mí. A grosso modo, puedo decir
que la lista no ha variado.

No me gustan: los parties, las fiestas, el mondongo,


las entrevistas, las mesas redondas, el pedio de
autógrafos, los caracoles, viajar, hacer cola, la
montaña, los negocios, la radio encendida, la música
en los restaurantes, la música en general
(soportarla), la transmisión de programas
radiofónicos por teléfono, los chistes, los
“hinchas” de fútbol, el ballet, los belenes, el
queso Gorgonzola, las entregas de premios, las
ostras, oír hablar de Brecha, tampoco Brecha, los
almuerzos oficiales, los brindis, los discursos,
ser invitado, el sondeo de opiniones, Humphrey
Bogart, las encuestas, Magritte, ser invitado a las
exposiciones de pintura o los estrenos teatrales,
los escritos mecanografiados, el té, la manzanilla,
el caviar, las sesiones privadas de lo que fuere,
el Teatro de la Magdalena, las citaciones, el que
se siente y es todo un hombre, las películas para
jóvenes, la teatralidad, el temperamento, las
preguntas, Pirandello, las crêpes suzettes, los
lindos paisajes, las suscripciones, las películas
políticas, las películas psicológicas, las
películas históricas, las ventanas sin postigos,
los Montes de Piedad, sea para empeñar o para
desempeñar, el “ketchup”.

Me gustan: las estaciones de tren, Matisse, el


aeropuerto, el risotto, las encinas, Rossini, la
rosa, los hermanos Marx, la tigresa, esperar en una
cita con la confianza en que el otro ya no venga
aunque se trate de una mujer bellísima, Toto, no
haber sido, Piero della Francesca, todo cuanto una
mujer bella tenga de bello, Homero, Joan Blondell,
septiembre, el helado de turrones, las cerezas, el
Brunello de Montalcino, las culonas en bicicleta,
el tren y la merienda en el tren, Ariosto, el cocker
y los perros en general, el olor de la tierra
mojada, el perfume del heno, el del laurel picado,
el ciprés, el mar en invierno, las personas que
hablan poco, James Bond, el One step, los locales
vacíos, los restaurantes desiertos, la palidez, las
iglesias vacías, el silencio, Ostia, Torvaianica,
el sonido de las campanas, estar solo un domingo
por la tarde en Urbino, la albahaca, Bolonia,
Venecia, Italia toda, Chandler, las porteras,
Simenon, Dickens, Kafka, Londres, las castañas
asadas, el metro, tomar el autobús, las camas altas,
Viena (pero nunca estuve), despertarme, dormirme,
las papelerías, los lápices Faber Nro 2, las
variedades, el chocolate amargo, los secretos, el
alba, la noche, los espíritus, Wimpy, Stanlio y
Onlio, Turner, Leda Gloria pero también Greta Gonda
me gustaba mucho, las doncellas pero también las
bailarinas.

Algún día haré una bella historia de amor.


Conversaciones con Fellini. Giovanni Grazzini.
Barcelona. Editorial Gedisa. 1985. Págs. 97-98.
ME GUSTA, NO ME GUSTA
Por: Georges Perec (1936-1982)

Me gusta: los parques, los jardines, el papel


cuadriculado, las estilográficas, las pastas recién
hechas, Chardin, el jazz, los trenes, llegar con
tiempo a los sitios, el basilisco, caminar por
París, Inglaterra, Escocia, los lagos, las islas,
los gatos, la ensalada con tomates pelados y sin
pepitas, los puzzles, el cine americano, Klee,
Verne, las máquinas de escribir, la forma octogonal,
el agua de Vichy, el vodka, las tormentas, lo
ángelico, papel secante, The Guinnes Book of
Records, Steinberg, Antonello de Mesina, los
Baedeker, la Biblioteca Elzévirenne, Into the dusk-
chargerd air, las mariquitas , el general Eblé, los
crucigramas de Robert Scipion, Verdi, Mahler, los
nombres de lugar, los tejados de pizarra, La caída
de Ìcaro, las nubes, el chocolate, las
enumeraciones, el bar de Pont-Royal, Le sentiment
géographique, los viejos diccionarios, la
caligrafía, los mapas y los planos, Cyd Charisse,
las piedras, Tex Avery, Chuck Jones, los paisajes
con mucho agua, Biber, Bobby Lapointe, le Sentiment
des choses (Mono aware), el queso munster sin
cominos, tener mucho tiempo, hacer cosas diferentes
al mismo tiempo o casi, Laurel y Hardy, los
entresuelos, deambular por una ciudad desconocida,
los pasajes cubiertos, el queso, Venecia, Jean
Grémillon, Jacques Demy, la mantequilla salada, los
árboles, el museo arqueológico de Sousse, la torre
Efiffel, las cajas, Lolita, las frecas, los
melocotones de viña, Michel Leiris, las carcajadas,
los atlas, "hacer Filipinas", Adieu Philippine,
Bouvard et Pécuchet, los hermanos Marx, los fines
de fista, el café, las nueces, Dr. No, los retratos,
las paradojas, dormir, escribir, Robert Houdin,
verificar que todos los números cuyas cifras suman
nueve son divisibles por nueve, la mayor parte de
las sinfonías de Haydn, Sei Shônagon, los melones,
las sandías.

No me gusta: las legumbres, los relojes de pulsera,


Bergman, Karajan, el nylon, el "kitshc", Slavik,
las gafas de sol, el deporte, las estaciones de
esquí, los coches, la pipa, el bigote, los Campos
Elíseos, la radio, los periódicos, el music-hall,
el circo, Jean-Pierre Melville, la expresión " a
gogo", la ropa vieja, Charlie -Hebdo, Charlie
Chaplin, los Cristianos, los Humanistas, los
Pensadores, los "Nuevos" (cocineros, filósofos,
románticos, etc.), los políticos, los directores,
los subdirectores, los pastiches de Burnier y
Rambaud, la pescadilla, los peluqueros, la
publicidad, la cerveza embotellada, el té, Chabrol,
Godard, la mermelada, la miel, las motos,
Mandiargues, el teléfono, Fischer-Dieskau, la
cafetería la Coupole, las ancas de rana, los T-
shirts, las vierias servidas en su concha, el color
azul, Chagall, Miró, Bradbury, el Centro Pompidou,
James Hadley Chase, Durrell, Koestler, Graham
Green, Moravia, Chirac, Chéreau, Béjart,
Solyenitzin, Saint-Laurent, Cardin y su tienda,
Halimi, las películas excesivamente suizas,
Cavanna, los abrigos, los sombreros, las carteras,
las corbatas, Carmina Burana, Gault-Millau, los
iniciados, los astrólogos, el whisky, el zumo de
frutas, las manzanas, los objetos "de marca", las
perlas cultivadas, los mecheros, Léo Ferré, Claire
Brétecher, el champán, las tostadas de pan, el
Perrier, la ginebra, Albert Camus, los
medicamentos, los crooners, Miche Cournot, Jean-
Edern Hallier, los pantalones vaqueros, las pizzas,
Saint-Germain-des-Prés, el cuscus salvo
excepciones, los caramelos ácidos, el chicle, la
gente que practica el estilo "amistoso" (¡Hola!
¿Cómo te va?), las maquinillas eléctricas de
afeitar, los bolígrafos, Marin Karmitz, los
banquetes, el abuso de la cursiva, Bruckner, la
música disco, la alta fidelidad.

Revista Antrophos. Madrid. Editorial Antrophos. Nro


65. 1999. Pág. 12.

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