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Tendencias historiográficas actuales

por Antonio Carrasco

La historiografía marxista

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Orígenes de la historiografía marxista

Karl Marx

Karl Marx nació en Tréveris, en 1818, en el seno de una familia burguesa judía convertida al
protestantismo y atraída por el espíritu de la Ilustración.

Realizó sus estudios, entre los años 1830 y 1835, en el instituto de Tréveris, y después, entre 1835
y 1840, en las universidades de Bonn (Humanidades) y Berlín (Derecho y Filosofía). Defendió su
tesis sobre el pensamiento griego (el estoicismo, el epicureísmo, etc.) en Jena en 1841.

Colaboró en revistas -Gaceta renana, los Anales franco-alemanes- y, tras un largo noviazgo, se
desposó con Jenny von Westphalen, en 1843. El “joven Marx” asimiló la filosofía de Hegel y
después la puso en duda, dialogó con los “jóvenes hegelianos” –Arnold Ruge, Bruno Bauer, Ludwig
von Feuerbach– y redactó sus primeros “cuadernos de trabajo” –Manuscritos económicos y
filosóficos (1844), La ideología alemana (1845-1846)-.

Entre 1844 y 1850 vivió en París, Bruselas, Colonia y Londres. Trabó con Friedich Engels una
amistad a toda prueba y una entente intelectual fructífera. Entró en contacto con los socialistas
franceses, polemizando con Pierre-Joseph Proudhon –Miseria de la filosofía (1847)-. Participó en la
Liga de los Comunistas y se entusiasmó con las revoluciones europeas –Manifiesto del partido
comunista (1848)-. Estudió especialmente los acontecimientos que se desarrollaron en Francia –La
lucha de clases en Francia (1850); El 18 de Brumario de Luis Bonaparte (1852)-.

A partir de 1851, Marx y su familia se instalaron con carácter definitivo en Londres, y vivieron de
los artículos que Marx escribía para grandes diarios -como el New York Tribune o el Neue
Rheinische Zeitung-, beneficiándose de vez en cuando de la ayuda financiera que le prestaba su
amigo Engels.
En 1864, Marx intervino en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyos
“estatutos” y “discurso inaugural” redactó. En los años siguientes se enfrentaron, en el seno de la
organización, los amigos de Marx con los partidarios de Proudhon y, después, con los de Mijaíl
Bakunin. Tras la experiencia de la Comuna –La guerra civil en Francia (1871)-, los marxistas
abandonaron la AIT, dominada por los anarquistas.

Durante más de treinta años, Marx consagró lo esencial de su energía a leer muchísimo, a
acumular voluminosos cuadernos y a publicar algunos bosquejos –Los principios de economía
(1857), La crítica de la economía política (1859)-, hasta llegar a la publicación de su obra más
importante: el libro I de El Capital, en 1867. Después, Marx continuó dedicado a su tarea, pero la
enfermedad le fue debilitando, y murió en 1883. Engels acabó El Capital, a partir de las notas
dejadas por su amigo y de sus propias reflexiones, publicando el libro II en 1885 y el libro III en
1894.

El materialismo histórico

El marxismo apareció durante la segunda mitad del siglo XIX, en un momento en que el
historicismo era la tendencia historiográfica dominante tanto en Europa como en Norteamérica.

La nueva corriente de pensamiento, conformada inicialmente a partir de los escritos de Karl Marx
y, en menor medida, de Friedrich Engels, tuvo las siguientes raíces intelectuales:

La filosofía clásica alemana.

Marx estudia la filosofía de Hegel. En su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843)
demuestra que la sociedad civil es la que determina el Estado y no al revés.

Además, revisa con Engels la filosofía idealista en La Sagrada Familia, Las Tesis sobre Feuerbach y
otros cuadernos de La ideología alemana. Afirma “No es la conciencia la que determina la vida,
sino la vida la que determina la conciencia”.

La economía política inglesa y francesa. Marx estudia a los economistas ingleses (Adam Smith,
David Ricardo, John Stuart Mill) y franceses (Jean-Baptiste Say, Jean Charles Leonard de Sismondi),
descubriendo el mecanismo de la alienación del obrero respecto a su trabajo y el carácter
dialéctico de la historia (enfrentamiento entre los hombres).

El socialismo y el comunismo franceses. Conoce a los socialistas y comunistas franceses (Henri de


Saint-Simon, François Babeuf), de los que utiliza el concepto de clase. Y estudia las revoluciones de
1848.

El marxismo surgió como consecuencia de un intento de comprensión de la realidad de aquella


época, del contexto histórico de la industrialización europea, marcado por las transformaciones
económicas, las corrientes migratorias, el desarraigo de las comunidades campesinas, la extensión
de la miseria social urbana y la generación de una nueva clase social (el proletariado obrero
industrial).

Dicho análisis llevó a Marx a formular una nueva filosofía de la historia, que fue denominada
“materialismo histórico”. El pensador alemán expone dicha tesis en obras como La ideología
alemana o Contribución a la crítica de la economía política:

Necesidades básicas. El materialismo histórico partía de la idea de que los hombres tienen
necesidades vitales básicas, de las que depende su supervivencia (alimento, ropa, vivienda, etc.).
Dichos bienes de primera necesidad han de ser producidos.

Fuerzas productivas. Para la fabricación de dichos bienes son empleadas las fuerzas productivas.
Estas son materiales y humanas. Comprenden las fuentes de energía (leña, carbón, petróleo, etc.),
las materias primas (algodón, caucho, hierro, etc.), la maquinaria (molinos de viento, máquina de
vapor, cadena de montaje, etc.), los conocimientos científicos y técnicos, y los propios
trabajadores.

Relaciones sociales de producción. La fabricación de dichos bienes genera relaciones sociales de


producción que los hombres tejen entre sí con el objeto de producir y repartirse bienes y servicios.

En el Occidente medieval eran el marco del dominio señorial, con el reparto de tierras entre la
reserva y los feudos, el sistema de corveas, las detracciones de tasas, las diversas categorías de
campesinos (siervos, manumisos, colonos, propietarios de alodios), y la organización de la
comunidad campesina (con la rotación de cultivos, pastos comunales, landas y bosques
comunales).

En las sociedades industriales occidentales diversos factores influyen sobre las relaciones de
producción:

La propiedad del capital (que permite tomar decisiones, elegir las inversiones, repartir beneficios).

El funcionamiento de las empresas (con el personal jerarquizado, la disciplina del taller, la fijación
de normas y horarios).

La situación de los obreros (que varía según los salarios, el procedimiento de contratación y de
despido y la importancia de los sindicatos).

Modos de producción o infraestructura económica. La combinación de las fuerzas productivas y las


relaciones sociales de producción origina un modo de producción (o infraestructura económica),
que determina la morfología de la sociedad (sus aspectos políticos, jurídicos, ideológicos,
culturales, religiosos, intelectuales, etc.).

Marx reconoció la existencia de muchos modos de producción a lo largo de la Historia. No


obstante, únicamente analizó cinco; cuatro que habían existido ya y un quinto, el comunista, que
había de sobrevenir, en su opinión, tras el capitalista:
Asiático. Relación de producción: régimen marcado por el Estado. Ejemplos: Egipto faraónico,
China imperial, Perú incaico.

Antiguo. Relación de producción: esclavitud. Ejemplos: Mundos helenístico y romano.

Feudal. Relación de producción: servidumbre. Ejemplo: Occidente medieval señorial.

Burgués-capitalista. Relación de producción: trabajo asalariado. Ejemplo: Occidente tras la


revolución industrial.

Los modos de producción podían coexistir en ciertos momentos históricos. Por ejemplo, en el siglo
XVIII, en el que aparece el trabajo asalariado en la Europa Occidental, en la Oriental se implanta la
servidumbre y en América se extiende el modo esclavista.

Además, se podían reproducir en formaciones sociales muy distintas entre sí; por ejemplo, el
feudal tuvo vigencia en el Sacro Imperio Romano Germánico del siglo XI, en la Francia de los
Capetos del siglo XIII o en el Japón de los Tokugawa en el siglo XVIII.

Superestructura jurídica y política. A partir de la infraestructura económica se construye la


superestructura jurídica y política, a la que corresponden las formas de conciencia social. Esta
superestructura la componen las formas de las relaciones jurídicas, las instituciones políticas y las
formas de estado.

Conciencia social. La conciencia social se manifiesta en diferentes “formas ideológicas”: obras


literarias, ensayos filosóficos, doctrinas religiosas, creaciones artísticas. En contra del idealismo
hegeliano, Marx pensaba que las condiciones materiales de la existencia eran las que
determinaban la ideología. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; es la
realidad social la que determina la conciencia de los hombres.

Marx reflexionó sobre la evolución de la Historia, que tenía como marco de referencia los distintos
modos de producción. Creía que la Historia no era lineal y que podía pasarse de un modo de
producción a otro por dos vías: la revolucionaria (corta y brusca) o la reformista (más larga y
lenta). Para explicar el cambio de infraestructura partía del método dialéctico de Hegel para
afirmar que la lucha de clases es el motor de la Historia. La contradicción entre la clase trabajadora
y los propietarios de los medios de producción y de las plusvalías llevaba a la lucha de clases, a la
revolución, a la destrucción de la infraestructura y a su sustitución por otra nueva.

Un ejemplo de este proceso de cambio de modo de producción fue, según Marx, el que
experimentó Francia tras la Revolución (del feudal al capitalista). En el siglo XVIII, el desarrollo
económico, el progreso de las ciencias y de las técnicas, la renovación de los cultivos y el
crecimiento de la población chocaron con el orden antiguo, la administración monárquica, el
marco señorial y el sistema corporativo gremial. Fruto de la lucha de clases, sobrevino la
Revolución y, después, la estabilización del Imperio entre 1789 y 1815. Posteriormente, en el siglo
XIX, se introdujo la sociedad capitalista liberal, dirigida por una burguesía de empresarios que
explotaba a la masa de los obreros asalariados.

En El Capital Marx describió el modo de producción capitalista. En este, existían dos clases sociales
antagónicas, que tenían distintas funciones económicas:

La burguesía (clase dominante, propietaria de los medios de producción y acaparadora de las


plusvalías generadas por la comercialización de mercancías en el mercado).

El proletariado (clase dominada, obligada a trabajar con los medios de producción de la burguesía,
a cambio de un salario siempre inferior al valor de su trabajo en el mercado).

La explotación social del proletariado por la burguesía era la causa de la lucha de clases propia del
capitalismo, que había de llevar, tras la revolución, al modo de producción comunista. Como
podemos apreciar, Marx concedía al hombre un papel activo en la Historia; el proletario podía y
debía luchar para cambiar la infraestructura.

El análisis marxista no pretendía ser solo una interpretación de la realidad histórica, sino que
pretendía promover una revolución proletaria que acabase con el modo de producción capitalista
e instaurase un nuevo modo de producción (el comunista) que llevase a la formación de una
sociedad sin clases ni explotación humana. De hecho, Marx propuso en varias obras (como El
manifiesto comunista o El 18 de Brumario de Luis Bonaparte) la intervención política inmediata: la
movilización del proletariado, la revolución y la ejecución del programa político comunista. El
ejemplo más claro de esta faceta activista lo encontramos en la consigna final de El manifiesto
comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

La influencia de Marx sobre la historiografía fue mínima durante la segunda mitad del siglo XIX.
Aparte de algunos casos aislados (como Jean Jaurés en Francia o Franz Mehring en Alemania), la
práctica totalidad de los historiadores permanecieron fieles a la corriente historicista. El marxismo
no ganaría protagonismo entre el gremio de los historiadores hasta la Primera Guerra Mundial y el
triunfo de la revolución bolchevique en Rusia.

La deformación dogmática

Tras la muerte de Engels en 1895 tanto los pensadores como los dirigentes políticos de los
distintos partidos socialistas hallaron dificultades a la hora de interpretar las obras y las ideas de
Marx. A partir de este momento, el marxismo fue simplificado y sufrió dos tipos de deformaciones:
El “cientifismo”. Las ideas de Marx fueron consideradas un corpus doctrinal cerrado y definitivo y
no fueron desarrolladas con nuevas reflexiones filosóficas ni nuevas investigaciones sobre la
sociedad.

El “economicismo”. Se reafirmó la primacía de los aspectos económicos, descuidándose otros


aspectos tratados en las obras de Marx.

Los principales teóricos de este marxismo empobrecido fueron Karl Kautsky en Alemania y Jules
Guesde, Paul Lafargue y Gabriel Deville en Francia. Aunque en la Segunda Internacional varias
corrientes (austromarxistas, revisionistas e izquierdistas) rechazaron los planteamientos
simplificadores, las versiones “kautskystas” y “guesdistas”, destinadas a la difusión del marxismo
entre las masas, fueron las que prevalecieron en el tránsito del siglo XIX al XX

Esta tendencia economicista, de orientación más reformista que revolucionaria, se invirtió gracias
a Vladímir Ilich Lenin. Lenin reavivó los planteamientos originales de Marx en dos líneas de
trabajo:

La utilización del materialismo histórico como método de investigación para la comprensión de


situaciones históricas concretas (en obras como La evolución del capitalismo en Rusia o El
imperialismo, estadio supremo del capitalismo).

La recuperación de la praxis revolucionaria, del activismo político. En su obra ¿Qué hacer? perfiló
el modelo de un partido revolucionario capaz de luchar contra la autocracia zarista; y en El estado
y la revolución definió la estrategia de la toma del poder, que implicaba la dictadura del
proletariado. No obstante, no se limitó al ámbito teórico. Al contrario, puso en ejecución sus ideas
dirigiendo el partido bolchevique en la Revolución de Octubre que consiguió movilizar a las masas
y apoderarse del Estado ruso en 1917. Logró eliminar a los partidos rivales, vencer al ejército
blanco y rechazar las presiones exteriores entre 1917 y 1921. Y entre 1921 y 1924 trabajó en la
reparación de los estragos de la guerra civil y en la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas.

Tras la muerte de Lenin se desencadenaron luchas de facciones para apoderarse de la dirección


del partido bolchevique, que terminaron con el triunfo de Stalin, que incrementó el terror
policíaco, impuso la colectivización agraria y construyó la industria pesada.

Desde entonces, el “marxismo-leninismo” se convirtió en un sistema ideológico instrumentalizado


políticamente para justificar la dictadura del partido-estado. Y este propósito de legitimar las
acciones gubernamentales llevó a una regresión del marxismo. La era stalinista se caracterizó por
una vuelta a la desviación “cientifista”. Los distintos teóricos intentaron presentar el materialismo
histórico como una ciencia exacta, capaz de establecer leyes que permitiesen conocer el pasado y
prever el futuro, lo que limitó su desarrollo.
El más claro ejemplo de esta deformación cientifista y utilitarista del pensamiento marxista es la
obra titulada La historia del partido comunista (bolchevique) de la URSS, redactada por una
comisión -de la que formó parte el propio Stalin- y aprobada por el comité central del PCUS en
1938. En ella se aprecian claramente las dos desviaciones apuntadas:

La estricta utilización de las ideas principales marxistas, como la lucha de clases, para la
interpretación de los acontecimientos y los procesos históricos.

La manipulación premeditada (voluntaria o forzada) de la historia, que se adapta a las necesidades


políticas del “presente” de los gobernantes. Ejemplos de esta tendencia son la valorización de los
dirigentes de la revolución bolchevique o de las actuaciones posteriores de Lenin y Stalin, o la
crítica a los líderes de la oposición de este último (como León Trotsky o Nikolái Bujarin, entre
otros).

La visión de la historia concebida en la época de Stalin permaneció casi intacta durante los
mandatos de Nikita Kruschev y Leonid Brézhnev. De hecho, el propio Kruschev llegó afirmar en
1956: «Los historiadores son peligrosos. Son capaces de poner todas las cosas patas arriba. Hay
que vigilarlos».

La enseñanza de la Historia en la URSS también fue controlada por el Partido Comunista y tuvo una
orientación doctrinaria y propagandística. Una Instrucción oficial de 1934 dirigida a los
historiadores soviéticos ponía claramente de manifiesto la línea pedagógica que los profesores de
Historia habían de seguir:

“Una buena enseñanza de la Historia debe crear la convicción del inevitable fracaso del
capitalismo […] y que en todo, en el ámbito de las ciencias, de la agricultura, de la industria, de la
paz y de la guerra, el pueblo soviético marcha a la cabeza de las demás naciones, que sus
importantes acciones no tienen igual en la Historia. […] Es importante insistir sobre las guerras y
los problemas militares para sostener el patriotismo soviético1”.

La historiografía marxista británica

Características y orígenes

De forma paralela al relanzamiento de la corriente de los Annales tras la Segunda Guerra Mundial,
en el contexto histórico de la Guerra Fría, la historiografía marxista comenzó un período de gran
expansión en Gran Bretaña. El hito fundamental de tal proceso de crecimiento fue la fundación en
1952 de la revista Past and Present, promovida por un grupo de historiadores de inspiración
marxista, al que pertenecían el arqueólogo Veré Gordon Childe, el medievalista Rodney Hilton, el
modernista Christopher Hill, el contemporanista Eric J. Hobsbawm y un economista que había sido
maestro de la mayoría e introductor del marxismo en la Universidad de Cambridge: Maurice Dobb.
A su lado colaboraron historiadores y profesionales de las ciencias sociales.
Las características principales de la historiografía marxista británica fueron las siguientes:

Reacción contra los vicios cientifistas y utilitaristas de la historiografía marxista soviética.

Superación del determinismo economicista (infraestructura) y valoración de factores típicos de la


superestructura (sociales, políticos, jurídicos, culturales, ideológicos, religiosos, etc.).

Desarrollo de estudios sobre un tema común: los orígenes, el desarrollo y la expansión del
capitalismo, teniendo en cuenta sus cambios económicos y también sociales.

Realización de estudios empíricos con el apoyo de métodos de otras ciencias humanas.

Preocupación común por el estudio teórico del concepto marxista de la lucha de clases.

Desarrollo de la teoría de la determinación de clases, que defiende la importancia capital de la


lucha de clases en la Historia.

Desarrollo de una nueva perspectiva histórica: la “historia desde abajo” o la “historia de abajo a
arriba”, centrada en las experiencias, acciones y luchas de las clases bajas (el pueblo llano, los
campesinos, la clase trabajadora) en oposición a la historia de las clases dirigentes o las élites.

Participación en la formación en Gran Bretaña de una conciencia política socialista y democrática.

Por otra parte, si bien se reconoce de forma generalizada que el hito fundamental del desarrollo
de la corriente historiográfica marxista británica fue la fundación de la revista Past and Present, no
existe acuerdo en torno al tema del origen y las influencias intelectuales de la tendencia. Varios
historiadores han estudiado este tema, llegando a conclusiones distintas.

Raphael Samuel analizó la historiografía marxista británica desde 1880 hasta 1980, en The British
Marxist Historians, y llegó a la conclusión de que la tradición historiográfica marxista fue
desarrollándose progresivamente, en contacto con diversas influencias:

La influencia de los historiadores democráticos radicales y liberales, como los Hammond.

El influjo de los historiadores socialistas no marxistas, como G.D.H. Cole o R.H. Tawney.

La influencia del inconformismo protestante (especialmente apreciable en algunos de los


principales historiadores marxistas británicos, como Hill o Thompson).

El contacto con otras corrientes intelectuales y políticas, como el anticlericalismo o el progresismo.

Eric Hobsbawm, al contrario que Samuel, afirmó en The Historians’ Group of the Communist Party
que la tradición historiográfica marxista comenzó con la formación del grupo de historiadores del
Partido Comunista, justo después del fin de la Segunda Guerra Mundial (1946). La iniciativa fue
promovida por especialistas, como Maurice Dobb, Christopher Hill, Victor Kiernan, John Saville,
Eric Hobsbawm o Rodney Hilton, de distintas generaciones, comprometidos intelectual y
políticamente por las consecuencias de la guerra, la oposición al fascismo y la pertenencia activa al
Partido Comunista, y unidos por la ideología marxista y la voluntad de estudiar de forma
organizada la Historia y de divulgarla a través de estudios individuales y proyectos conjuntos.

Hobsbawm reconocía únicamente la influencia previa de Dona Torr, periodista e historiadora


británica, conocedora erudita del marxismo, que participó en la fundación del Partido Comunista
en 1920 y promovió la publicación de escritos marxistas (tanto textos de Marx y Engels, como
estudios sobre el marxismo y el movimiento obrero). Torr no participó directamente en la
fundación del grupo, pero se sumó a él y puso su apasionamiento, trabajo, experiencia y
conocimientos a disposición de los demás historiadores.

Un tercer teórico, Richard Johnson, estudió en Culture and the Historians la ensayística histórica
británica. Afirmó que la tradición historiográfica marxista surgió como consecuencia del interés
que se generalizó tras la Segunda Guerra Mundial entre los historiadores socialistas (marxistas y
no marxistas) por estudiar la influencia de los aspectos culturales en la Historia. Diversos
historiadores, como Hill, Hilton, Hobsbawm o Thompson, participaron de esta tendencia,
alejándose de las explicaciones históricas tradicionales marxistas, de carácter más economicista. El
nuevo enfoque historiográfico recibió la denominación de “marxismo cultural” o “culturalismo”.

La revista Past and Present

El hito fundamental del proceso de crecimiento de la corriente historiográfica marxista británica


fue la creación en 1952 de la revista Past and Present. La creación fue promovida por el grupo de
historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), encabezado por Maurice Dobb,
Rodney Hilton, Christopher Hill, Eric Hobsbawm y John Morris (a quien se le reconoce un
protagonismo principal en la organización inicial de la revista).

No obstante, no fue una revista limitada a los estudios marxistas históricos. De hecho, publicó
trabajos de historiadores no marxistas afines o con intereses investigadores comunes y acogió en
su consejo de redacción a historiadores no marxistas (como Lawrence Stone) y a sociólogos y
antropólogos.

Sus principales objetivos fueron:

Criticar los estudios históricos no marxistas.

Explicar las transformaciones sociales a lo largo de la Historia.


Con el paso de los años, Past & Present se convirtió en una de las revistas líderes en los estudios
históricos, contribuyendo notablemente al desarrollo de la historia social y de la sociología
histórica.

Algunos historiadores del grupo inicial siguen en la actualidad ligados con la revista. Hill es
presidente de la Past & Present Society. Y Hilton y Hobsbawm son director y vicedirector del
comité editorial. Su trabajo colectivo en la revista ha persistido en el tiempo al margen de las
diferencias políticas. De hecho, la cohesión del equipo editorial se mantuvo pese a que algunos de
sus representantes (entre ellos, Hilton, Hill o Thompson) abandonaron el Partido Comunista como
consecuencia de la invasión soviética de Hungría en 1956 y del fracaso de la oposición a esta por
parte del Partido, y el grupo de historiadores se resintió.

Los principales temas abordados en la revista han sido la Historia Moderna, la de Gran Bretaña y la
de Europa. Aunque en su origen, los números aparecieron con periodicidad bimestral,
posteriormente la revista se hizo trimestral. En la actualidad, ya han sido publicados más de 200
números.

Estructuralismo y culturalismo

En el período de entreguerras el italiano Antonio Gramsci y el húngaro Georg Lukács (autor de la


obra Historia y conciencia de clase) encabezaron la crítica al marxismo cientifista, poniendo en
duda:

El determinismo económico en la explicación histórica marxista (afirmando la importancia de


aspectos de la superestructura, como la conciencia de clase, los sistemas de ideas).

La concepción mecánica de la relación entre la infraestructura y la superestructura (que negaba la


capacidad humana para intervenir en la Historia).

Las críticas fueron el germen de una nueva visión del marxismo, la “culturalista”, que sería
desarrollada por el marxismo británico y que presenta las siguientes características básicas:

Concedía importancia a la superestructura en la explicación de la historia.

En contra del determinismo económico, defendía que la conciencia individual y colectiva puede
convertir al hombre en un sujeto activo en la historia, a la hora de enfrentarse a los problemas de
su tiempo.

Tras la aparición de esta nueva corriente, el historiografía marxista siguió desarrollándose en


líneas diferentes: la estructuralista y la culturalista.
Neomarxismo estructuralista

La línea neomarxista estructuralista presenta los siguientes rasgos generales:

Inspiración en los planteamientos de Louis Althusser.

Interés historiográfico común: analizar y explicar los mecanismos y factores de los cambios de
modos de producción.

Importancia de las fuerzas productivas, las relaciones sociales y la lucha de clases en la evolución
histórica (en los cambios de los modos de producción).

Rechazo del determinismo económico puro para justificar los cambios históricos.

Devaluación de la influencia del hombre sobre la historia.

Refuerzo del carácter científico del marxismo (restándole valor a los aspectos ideológicos-
filosóficos, que no son considerados científicos).

Valoración de la política como elemento regulador de las relaciones sociales.

Idea común: la historia tiende al surgimiento del comunismo y la sociedad sin clases.

Entre los representantes de esta corriente, podemos destacar a Maurice Dobb, Paul Sweezy,
Robert Brenner, Guy Bois e Inmanuel Wallerstein.

Neomarxismo culturalista

La línea neomarxista culturalista o humanista presenta las siguientes características generales:

Rechazo de la idea marxista de que la sociedad determina la ideología o conciencia social.

Atención especial por la lucha de clases:

Alejamiento del determinismo económico para explicar la lucha de clases.

Valoración de la importancia de la conciencia social sobre la lucha de clases.

Concepción de la lucha de clases como una lucha de dominación no solo económica, sino también
social y cultural.

Importancia del concepto de cultura popular (conjunto de tradiciones y valores populares).

Valoración de la influencia del hombre sobre la evolución histórica.

Suma de aspectos políticos, culturales, sociales e ideológicos a los económicos en la explicación de


las relaciones sociales de producción.
Análisis de abajo a arriba (la conciencia individual y colectiva del hombre puede influir en la lucha
social, y manifestarse políticamente bajo diversas formas de resistencia más o menos violentas).

Su principales representantes fueron E. P. (Edward Palmer) Thompson, Christopher Hill, George


Rudé, Eric Hobsbawm, Eugene Genovese, Carlo Ginzburg, Giovanni Levi o Carlo Poni.

El debate sobre la transición al capitalismo

El origen del debate y Maurice Dobb

El debate sobre el capitalismo.

En 1946 Maurice Dobb publicó la obra Studies in the Development of Capitalism. En ella, estudió y
amplió el planteamiento marxista del origen y el desarrollo del modo de producción capitalista.
Ello dio inicio a un debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo que analizó aspectos
económicos, sociológicos, filosóficos e históricos, y promovió el desarrollo de conceptos como
relaciones y modo de producción, (infra)estructura y lucha de clases.

De cualquier forma, el estudio este tema no ha sido únicamente abordado por marxistas, ni
comenzó tras la publicación de la obra de Dobb. La citada transición fue objeto de análisis de
distintos economistas (como el propio Adam Smith, en La riqueza de las naciones) o sociólogos
(como Saint-Simon, Durkheim en La división del trabajo social, o Weber en La ética protestante y
el espíritu del capitalismo). En la actualidad, el nacimiento del capitalismo sigue siendo un tema
interesante para los investigadores de las distintas ciencias sociales, marxistas o no, especialmente
por sus implicaciones políticas.

Explicaciones previas sobre el origen del capitalismo.

Dobb comienza su estudio del capitalismo recuperando varias explicaciones sobre su origen:

Origen según Werner Sombart y Max Weber:

Sombart creía que el origen estaba en el espíritu empresarial emprendedor burgués.

Weber pensaba que el origen radicaba en la ideología protestante (especialmente, calvinista-


puritana), que impulsó la búsqueda de ganancias.

Origen según Henri Pirenne. El historiador belga situaba el origen del capitalismo en el siglo XII
europeo, cuando la producción de manufacturas comenzó a dirigirse al mercado y una clase de
mercaderes, ávida de acumular riqueza, desarrolló el comercio exterior a gran escala.
Origen según Karl Marx.

El capitalismo como modo de producción surgió cuando los propietarios de los medios de
producción contrataron a trabajadores libres para elaborar productos a cambio de un salario,
quedándose las plusvalías de la comercialización de las mercancías a modo de beneficio.

Marx y Engels reconocieron la existencia de una relación entre el capitalismo y el espíritu de


expansión económica de los siglos XVI y XVII. Y señalaron algunos factores que promovieron el
tránsito del feudalismo al capitalismo: la existencia de una tradición comercial previa
(fundamentalmente medieval), la influencia de la ideología protestante, la expansión geográfica
mundial del mercado comercial (con la correspondiente competitividad empresarial a nivel
particular e incluso estatal) y el desarrollo del sistema colonial de explotación económica.

El origen del modo de producción capitalista para Maurice Dobb.

Dobb criticó las definiciones del “espíritu del capitalismo” y del “capitalismo como comercio”,
porque, en su opinión, eran demasiado generales y no ilustraban adecuadamente el desarrollo
histórico de los últimos siglos. Y se quedó con la marxista porque creía que explicaba mejor el
fenómeno analizado y porque, además, consideraba el estudio de aspectos sociales y económicos
(al tratar sobre el modo y las relaciones sociales de producción). A partir de esta definición
marxista, desarrolló la suya.

El historiador británico creía, no obstante, que no era suficiente relacionar una época histórica
concreta (los siglos bajomedievales y modernos) con el modo de producción (capitalista). Pensaba
que era más adecuado realizar un estudio “dinámico” del proceso histórico que llevó al origen del
capitalismo y a la sustitución del modo de producción feudal por el capitalista; un análisis que
tuviese en cuenta tanto los períodos de estabilidad, en los que se producían modificaciones
graduales y continuas del modo de producción, como aquellos de revolución social, en los que los
cambios se aceleraban, alterando bruscamente el curso de los acontecimientos y marcando la
transición a un nuevo modo de producción. Dobb afirmaba que el motor de dichos cambios era la
estructura social de clases y, en concreto, la lucha entre las dominantes y las dominadas en el
marco del modo de producción.

De acuerdo con estas premisas teóricas, Dobb expuso su propia interpretación sobre el origen del
capitalismo y la relación entre el modo feudal y el capitalismo. Situó el inicio de la era capitalista
en Inglaterra y lo dató en la segunda mitad del siglo XVI y en los primeros años del XVII, cuando se
formó una clase burguesa mercantil capitalista, propietaria de los medios de producción, que
comenzó a contratar a trabajadores asalariados para lograr incrementar la producción (putting-out
system) y poder beneficiarse del comercio a gran escala.

Dobb señaló dos momentos clave en la historia del capitalismo:


El primero lo situó en las revueltas de la Inglaterra del siglo XVII, un período de transformaciones
sociales y políticas en el que la nueva clase social capitalista se convirtió en la clase dominante del
nuevo modo de producción, desplazando a los detentadores del poder económico y social del
orden anterior.

El segundo fue la revolución industrial a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En cuanto al modo de producción feudal, Dobb lo definió como un modo de producción basado en
la relación socio-económica de servidumbre de la clase dominada (fundamentalmente campesina)
hacia los señores feudales. Situó su crisis en el siglo XIV y su final en el siglo XVII, tras las citadas
revueltas inglesas. Dobb comentó que las causas de la desintegración progresiva del feudalismo
fueron inherentes al propio modo de producción: la necesidad creciente de ingresos de los
señores les movió a incrementar la presión y las demandas sobre los campesinos, lo que conllevó
la marcha progresiva de los trabajadores a las ciudades con el consecuente abandono de los
campos, y el descenso de la productividad. Esta tendencia, iniciada en el siglo XIV, afectó en
distinta medida a los señores feudales en función de diversos factores. Entre ellos, señaló la
realización o no de concesiones económicas a los trabajadores (como la remuneración en metálico
por el trabajo), el grado de presión sobre ellos, la mayor o menor fuerza de la oposición
campesina, el poder militar o político de los señores, o la voluntad real de reforzar la autoridad
señorial o por debilitarla. Dobb concluyó afirmando que el declive del feudalismo se debió a su
ineficacia como modo de producción, y que las causas de la crisis y el final de este orden se
hallaban en las relaciones económicas de explotación entre la clase dominante y la dominada.

Por su parte, el capitalismo no se desarrolló hasta que el feudalismo entró en estado avanzado de
desintegración. Para Dobb, la revolución capitalista comenzó a principios del siglo XVII cuando
algunos productores agrícolas y manufactureros acumularon capital, se dedicaron al comercio y
organizaron la producción de forma capitalista, invirtiendo beneficios en el pago de asalariados
para incrementar la producción y en la mejora de los medios de producción (acumulación de
propiedades agrícolas y avances metodológicos o tecnológicos).

En resumen, Dobb concluyó que las causas de la sustitución del modo de producción feudal por el
capitalista fueron:

la aparición de las luchas y revueltas en la Inglaterra del Seiscientos, en las que el modo de
producción y el orden social feudal fueron depuestos;

y el desarrollo de las relaciones capitalistas en la agricultura y en la industria manufacturera, que


dio origen al modo de producción capitalista.

El debate sobre la transición del modo de producción feudal al capitalista


La interpretación de Dobb en sus Studies in the Development of Capitalism dio origen a un debate
historiográfico en el que participaron numerosos historiadores.

El economista marxista norteamericano Paul Sweezy fue el primero en criticar diversos aspectos
de la concepción de Dobb:

Afirmó que Dobb había fracasado en su intento de definir el modo de producción feudal, al
identificar feudalismo con servidumbre, obviando aspectos económicos del sistema, como la
producción orientada a la autosuficiencia o el comercio local.

Criticó que Dobb no reconociese que el crecimiento del comercio fue una de las causas del declive
del modo de producción feudal. (Recordemos que Dobb afirmó que la causa principal de su crisis
fue la ineficacia del sistema feudal, motivado por las relaciones económicas de explotación entre
las clases).

Cuestionó la concepción de Dobb sobre el período de tiempo que iba desde la crisis del siglo XIV
hasta la disolución del modo de producción feudal en el XVII. Sweezy afirmó que la servidumbre
prácticamente había desaparecido en tal período y que el sistema de producción de esta fase de
transición había de llamarse “modo de producción pre-capitalista de bienes”.

Y, por último, en cuanto al origen del capitalismo, criticó la “vía revolucionaria” de la aparición de
la clase capitalista entre los mismos productores.

Dobb respondió a las críticas de Sweezy:

Defendió su definición del modo de producción feudal, por estar basada en las relaciones sociales
de producción entre las clases, y no en las relaciones económicas (que era en lo que se
fundamentaba la del norteamericano).

Sobre la causa del declive del feudalismo, defendió su posición de que este había decaído por
causas internas y externas, aunque fundamentalmente internas. Y afirmó la pobreza de la de la
posición de Sweezy, que solo admitía una causa externa como causa del fin del modo de
producción feudal (el comercio).

Acerca del intervalo de los dos siglos, criticó la existencia del modo de producción intermedio de
Sweezy, afirmando que la clase dominante en aquella época seguía siendo la feudal.

Y, por último, defendió la “vía revolucionaria” señalando que uno de los grupos más avanzados,
económica y políticamente, fue la clase de pequeños terratenientes, surgidos del mismo
campesinado.

Esta polémica inicial marcó el origen de dos líneas diferentes de interpretación marxista: una
económica, centrada en las relaciones de intercambio, que desarrolló las ideas de Sweezy; y otra
política-económica, centrada en las relaciones sociales de producción y en la lucha de clases, que
evolucionó las propuestas de Dobb. De todas formas, lo más valioso de la aportación de este
último es que abrió un debate historiográfico que se ha prolongado en el tiempo y que ha
implicado a numerosos historiadores.

Tras la respuesta de Dobb a Sweezy, entró en escena el japonés Kohachiro Takahashi, quien se
alineó con Dobb al defender las causas internas en el declive del feudalismo. Sus aportaciones más
interesantes tuvieron relación con la transición al capitalismo en Prusia y Japón, naciones en las
que la revolución se realizó “desde arriba”, es decir, que nuevo modo de producción fue
patrocinado y controlado por el Estado absoluto, que no hubo de enfrentarse a subversiones
revolucionarias desde abajo” (como ocurrió en Inglaterra o Francia).

Después de conocer la aportación del japonés, Dobb insistió en que la desintegración del modo de
producción feudal y la aparición del capitalista fueron procesos independientes. Y Sweezy les
respondió a ambos defendiendo de nuevo la importancia del comercio, al resaltar el impacto que
tuvo en la economía mediterránea; y también comentó que en el período intermedio hubo varias
clases dirigentes compitiendo por el poder y la autoridad.

En los años 50, Rodney Hilton, Christopher Hill y Eric Hobsbawm participaron en el debate,
realizando aportaciones destacadas.

Rodney Hilton criticó a Sweezy al afirmar que el motor del modo de producción feudal era la lucha
continua de los señores por acumular bienes y por reforzar su posición dominante respecto a la
clase dominada (y no la vertiente económica del sistema de producción feudal). Y apoyó la opinión
de Takahashi de que las relaciones sociales de producción estructuraron el mercado y no al revés.
Posteriormente, Dobb suscribió la importancia que Hilton asignó a la lucha de clases.

Christopher Hill criticó la tesis de Sweezy de que en el “período intermedio” había varias clases
dirigentes, afirmando que hasta el siglo XVII la única clase dominante fue la clase feudal de los
hacendados (la nobleza) y que su poder se puso de manifiesto en el surgimiento del estado
moderno: la monarquía absoluta.

Eric Hobsbawm estudió la crisis del siglo XVII, la última fase de la transición general del modo de
producción feudal al capitalista. Describió las distintas manifestaciones de la crisis en la Europa
mediterránea, en la del noroeste, en las colonias españolas en América o en la Europa del este, lo
que le permitió demostrar la importancia de las relaciones sociales en los modos de producción.
Justificó dicha influencia en que el hecho de que las citadas relaciones sociales pusieron las bases
de la revolución industrial en Inglaterra y la Europa noroccidental y, en cambio, retrasaron su
progreso en la Europa oriental o, incluso, en Italia, donde, pese a que la industria había adquirido
cierto desarrollo y a que existía una clase de comerciantes, la estructura social feudal inhibió o
prohibió la apertura al capitalismo.

Contribuciones recientes al debate


Tras esta primera fase del debate, con predominio de historiadores británicos, la discusión se
extendió por todo el mundo historiográfico y comenzaron a participar especialistas
latinoamericanos, estadounidenses y de otros países de Europa y del Tercer Mundo.

Durante el período de postguerra, la interpretación historiográfica predominante fue la “teoría del


subdesarrollo” o “dualismo”, que suponía la existencia de una división entre regiones capitalistas
desarrolladas (industriales, comerciales, urbanas, modernas) y regiones “feudales” atrasadas
(agrarias, montañosas, rurales, tradicionales, preocupadas por la subsistencia).

Oponiéndose a esta teoría, el economista y sociólogo alemán André Gunder Frank presentó su
teoría del “desarrollo del subdesarrollo”, que defendía que el modo de producción vigente desde
la conquista de América había sido el capitalista y que las regiones subdesarrolladas habían sido
explotadas por las metrópolis, primero, y por las potencias dominantes de Norteamérica. Por
tanto, no tenía sentido aplicarles la denominación de “regiones feudales”.

Las ideas de Frank fueron criticadas por teóricos argentinos como Rodolfo Puiggrós o Ernesto
Laclau. Ambos afirmaron que el modo de producción vigente en la América Latina colonial era el
feudal y que era un error identificar la economía mercantil con el modo de producción capitalista.

El debate continuó en los escritos de Immanuel Wallerstein y Eugene Genovese.

Influido por Sweezy, Immanuel Wallerstein trató de explicar el origen del capitalismo
desarrollando un modelo teórico diferente del que utilizaban los marxistas (que era el modo de
producción) para la comprensión de la historia: el sistema económico capitalista mundial.
Wallerstein defendía que este sistema surgió en el siglo XVI y que ponía en relación distintas áreas
del mundo:

Áreas centrales: la Europa del noroeste, que se apropiaba de los excedentes de producción de las
demás áreas, buscaba la producción para la venta en el mercado con el objetivo de conseguir
beneficios y tenía un régimen de división del trabajo basado en el arrendamiento y el trabajo
asalariado.

Áreas semiperiféricas: la Europa mediterránea, en la que el régimen de división del trabajo era la
aparcería.

Áreas periféricas: la Europa oriental y el Nuevo Mundo, en las que el régimen de división del
trabajo se basaba en la esclavitud y el trabajo del campo a cambio del pago de rentas obligatorias.
El carácter capitalista del sistema unía a todas las áreas, independientemente de su desarrollo, de
las características más o menos originales de su cultura, de la función que cumplían en él, o de las
relaciones sociales de producción que se daban en ellas (aunque fuesen típicas de otros modos de
producción).

El planteamiento de Wallerstein se caracterizaba por el determinismo económico. En su opinión,


la economía influía en la estructura de clases, las relaciones sociales, las decisiones políticas e,
incluso, en el desarrollo de la cultura y de las ideologías en las distintas áreas del sistema.

Eugene Genovese criticó el determinismo económico de Frank y Wallerstein, que argumentaban


que el capitalismo europeo había convertido los sistemas sociales de los pueblos explotados en
una variedad más de la cultura burguesa. En su interpretación histórica del Sur esclavista,
Genovese afirmó la importancia de las relaciones sociales de producción y la estructura de clases
derivada de estas como factores del desarrollo del capitalismo.

Otras contribuciones interesantes al debate sobre la transición son las que tienen en
consideración los aspectos políticos. Destacamos las de Perry Anderson y Robert Brenner.

Influido por el marxismo estructuralista de Althuser y las ideas de Max Weber, Perry Anderson
estudió el desarrollo de los estados absolutistas de la última fase de la época feudal, en relación
con el nacimiento del modo de producción capitalista, comparando los estados de la Europa del
este y los del oeste.

Reivindicó la importancia de los aspectos políticos e ideológicos, junto a los económicos, en la


evolución histórica. Se centró especialmente en el estudio de los factores políticos porque
pensaba que las luchas de clases se resolvían a nivel político en la sociedad. Por ello, llegó a
afirmar que “la historia desde arriba” (de los Estados) era tan importante como “la historia desde
abajo” (de las clases desfavorecidas). Y, en consecuencia, se dedicó al estudio del Estado,
especialmente, el absolutista moderno.

En relación con el debate de la transición del modo de producción feudal al capitalista, Anderson
señaló que la lucha de clases en el feudalismo llevó a un proceso de reivindicación de la tierra y
este al crecimiento económico. Añadió que este modelo de expansión estuvo vigente entre los
siglos XI y XIII, y que entró en crisis en el XIV. Y que el nacimiento del estado absolutista entre el XV
y el XVI fue un intento de las clases privilegiadas de reforzar su posición dominante sobre las
masas campesinas; el nuevo Estado moderno fue “la nueva coraza política de una nobleza
amenazada” más que un arma de la naciente clase capitalista en contra de la vieja clase feudal
dirigente.
Anderson defendió que el feudalismo, por sí mismo, no dio origen al capitalismo, sino que este fue
posible gracias a la concatenación de antigüedad y feudalismo que se produjo durante el
Renacimiento. En esta época se dieron tres circunstancias que llevaron al origen del capitalismo:

El redescubrimiento del mundo antiguo propició el renacer de la civilización urbana y la


recuperación del Derecho romano, que permitió conocer la ley de la propiedad.

El descubrimiento del Nuevo Mundo facilitó la acumulación de capital en Europa.

El nacimiento del sistema estatal europeo, bajo la forma del absolutismo, permitió la expansión
del capitalismo mercantil y manufacturero.

Por último, analizaremos las aportaciones de Robert Brenner al debate. Este historiador
norteamericano criticó los modelos demográficos y económicos (fundamentalmente comerciales)
de interpretación de la transición al capitalismo porque no podían explicar satisfactoriamente
determinados procesos históricos:

No podían justificar la distinta evolución del feudalismo en la Europa del oeste y en la del este a
finales del período medieval y principios del moderno (la aparición de una población campesina
prácticamente libre en la occidental y degradada hacia la servidumbre en la oriental).

Ni tampoco explicar el hecho de que el capitalismo se desarrollase antes en Inglaterra que en


Francia, cuando ambos países experimentaron crecimientos poblacionales similares.

Brenner relacionó el declive del feudalismo con las manifestaciones de la lucha de clases en la
época bajomedieval:

La intensificación del señorialismo desde el siglo XIV hasta el XVI, con el fin de reforzar las
relaciones sociales de producción basadas en la servidumbre.

La distinta capacidad de los campesinos para oponerse a los señores y lograr asegurarse el control
de tierras.

La renovación marxista no anglosajona

Antes de la Primera Guerra Mundial, en el contexto de la Segunda Internacional, los teóricos


marxistas reaccionaron contra las deformaciones cientifista y economicista que estaba sufriendo
el materialismo histórico.

En Austria surgió una generación de teóricos llamados “austromarxistas”, que desarrolló una
teoría política marxista que, además de la revolución, admitía la llegada de la clase dominada al
poder por la vía reformista de la socialdemocracia. Entre sus principales representantes cabe
destacar a Max Adler (que pretendía incluir los aspectos éticos-políticos en la interpretación
histórica marxista), Otto Bauer (que intentó combinar socialismo y nacionalismo) o Rudolf
Hilferding.

En Alemania, Eduard Bernstein realizó una revisión completa de El Capital. Criticó aspectos
centrales de la concepción marxista, como la teoría de la plusvalía, la importancia de la dialéctica o
el determinismo económico en los cambios históricos. Y manifestó que la sociedad avanzaba hacia
el socialismo movida por el impuso de los ideales morales. También cabe destacar la labor de
Franz Mehring, como formador y divulgador de las ideas marxistas, y también como historiador;
en este ámbito, realizó un estudio del rey sueco Gustavo Adolfo y de la Guerra de Treinta Años,
justificando esta contienda, no en aspectos religiosos, sino en los intereses sociales y económicos
de las clases.

En Francia, Jean Jaurés intentó realizar una síntesis entre la tradición democrática, heredada de la
Revolución Francesa, y el socialismo de inspiración marxista. Jaurès opinaba que el motor de la
historia no eran las relaciones sociales de producción, sino la contradicción entre las aspiraciones
altruistras del hombre y su negación en la vida económica.

Tras la revolución de 1917, los bolcheviques adquirieron un gran prestigio intelectual entre los
teóricos marxistas, que se mantuvo prácticamente intacto durante 40 años. No obstante, diversos
teóricos lucharon contra la “esclerosis” dogmática stalinista:

En Italia, Antonio Gramsci realizó una nueva reflexión del marxismo, que criticaba la simpleza del
recurso al determinismo económico para explicar la política y la ideología, aspectos que
consideraba que mantenían cierta autonomía respecto a las luchas de clases y las estructuras
económicas. Gramsci inventó conceptos, como “catarsis” para aludir a la toma de conciencia que
lleva a la clase dominada a luchar por la libertad en el marco de un nuevo modo de producción, o
“bloque histórico” para hacer referencia a la alianza de muchas clases o fracciones de clase. El
Partido Comunista Italiano, influido por el stalinismo, se abstuvo durante mucho tiempo de
difundir la obra de este innovador teórico.

Junto a Gramsci, también son reseñables las críticas del húngaro Georg Lukács y el alemán Karl
Korsch a las deformaciones cientifista y economicista del marxismo.

En Francia, algunos integrantes de la Escuela de los Annales, como el propio Marc Bloch, o
cercanos a tal corriente, como Ernest Labrousse, se vieron influidos por determinados aspectos de
la concepción marxista de la historia (como la definición de las clases o la influencia de los
aspectos económicos sobre las distintas capas sociales).

En Alemania, diversos teóricos marxistas, críticos del cientifismo, se reunieron en torno a la


llamada Escuela de Frankfurt, dirigida por Max Horkheimer. Entre sus representantes más
destacados podemos citar a Siegfried Kracauer y a Walter Benjamin, autor de las conocidas Tesis
sobre la filosofía de la historia.
A finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 se empezó a romper la hegemonía
intelectual marxista soviética. Los planteamientos críticos de Gramsci o Luckács comenzaron a ser
conocidos en los círculos militantes.

En Francia, Louis Althusser formó un equipo de jóvenes intelectuales comunistas y comenzó una
productiva labor editorial. Analizó profundamente la obra de Marx. Presentó una nueva
concepción de la historia en el que le restaba al hombre capacidad de influencia, “una historia sin
protagonista”, movida por la lucha de clases.

En los años 60 y 70 del siglo XX, la influencia del marxismo se extendió de la historia económica a
la historia de las mentalidades, como puede apreciarse en la producción historiográfica de autores
como el medievalista Georges Duby. Así mismo, historiadores marxistas, como Michel Vovelle o
Regine Robin, se aproximaron a ámbitos de estudio típicos de la superestructura, como la propia
historia de las mentalidades o de la lingüística. También destacaron las figuras de los marxistas
Albert Soboul (especialista en la Revolución Francesa) y Pierre Vilar (hispanista, autor de la
conocida obra Cataluña en la España Moderna), quien estudió las convergencias entre la corriente
de los Annales y la historiografía marxista.

En esos años se formó en Polonia la Escuela de Poznan, cuyos principales representantes fueron
Witold Kula y Jerzy Topolsky.

Por último, cabe destacar la influencia de los historiadores marxistas (especialmente, los
británicos) sobre la historiografía norteamericana, especialmente patente desde la fundación en
1969 del Shelby Cullom Davis Center for Historical Studies, de la Universidad de Princeton, bajo la
dirección de Lawrence Stone.

1 Citado en Marc Ferro, Cómo se cuenta la Historia a los niños en el mundo entero, p. 239. G.
Barraclough, Main Trends in History, pp. 21-28. E. Breisach, Historiography, cap. 25. S. H. Barón y
N.W. Heer, «The Soviet Union: Historiography Since Stalin», en G. Iggers y H. Parker, International
Handbook of Historical Research, cap. 15. J. Fontana, op cit, pp. 214-226.

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