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Del Nuevo Testamento a la tradición

Todo el valor del culto, del sacerdocio y del templo es transferido por
la iglesia primitiva, con claridad y decisión, al plano de la fe vivida en
la existencia de los cristianos, bajo la animación del Espíritu. En el
ambiente pagano del mundo helénico, bajo la presión de las acusaciones
que hacen a los cristianos de estar dedicados a ritos ocultos, o
de ser ateos, porque no tienen un culto público, la nueva experiencia
religiosa es presentada más bien como el fruto de un desplazamiento de
la religión desde las formas rituales y cultos sacrificiales hacia el plano
de la interioridad y de la ética. Véase esta eficaz arenga defensiva de
Minucio Félix, un abogado africano del siglo II:
.Quizá creen ustedes que nosotros ocultamos nuestro culto, si
no tenemos templos ni altares? .Qué simulacro de Dios le podré
fabricar si sabes, apenas aceptes razonar, que el hombre mismo
es el simulacro de Dios? .Qué templo le podré construir desde
el momento en que nuestro mundo entero, fabricado por él, no
lo puede contener? Y permaneciendo yo siempre hombre, .podré
alguna vez encerrar el poder de tanta majestad en una capilla? .No
es quizá mejor dedicarle nuestra mente, consagrarle nuestro corazón?
.Debería ofrecerle en oblación, como víctimas, las criaturas
que él me ha ofrecido para mi utilidad, rechazar de esa manera
lo que es un regalo suyo? Sería ingratitud. La oblación que he de
dedicarle es un ánimo bueno, una mente pura, un juicio honesto.
Quien cultiva la inocencia, entonces ora al Senor, quien cultiva la
justicia, hace libación a Dios. Quien se abstiene del fraude hace
propicio a Dios, quien salva a un hombre de un peligro, inmola
la mejor víctima. Estos son nuestros sacrificios, estas son nuestras
sagradas celebraciones. Para nosotros, el que es más justo es el
más religioso9.

Su contemporáneo y colega en la profesión, Tertuliano, ostenta la actitud


de lealtad de los cristianos hacia el Estado, aun cuando ellos no
participan del culto oficial:
Nosotros ofrecemos sacrificios para el bien del emperador, los ofrecemos
a nuestro Dios que es también el suyo; pero lo hacemos
como él lo ha mandado, es decir con la oración pura. En efecto,
Dios, creador de todo, no tiene necesidad de oler ni de gustar la
sangre de una criatura10.
Para Tertuliano, ofrecer en don a Dios plegaria y agradecimiento en la
iglesia equivale a brindarle un sacrificio en el templo 11.
Esta posición tan categórica ha permitido al cristianismo conservarse
extrano a toda forma de ritualidad sacrificial que no sea la de la cena
del Senor, caracterizada por una estilización absoluta, con la ofrenda al
Padre del sacrificio que realizó Jesús en la cruz, vuelto místicamente presente
en el pan y en el vino. Sin embargo, esa ofrenda no ha impedido
la construcción de edificios deliberadamente dedicados a la convocación
de la comunidad, a partir de la adaptación de casas privadas ofrecidas
para este objetivo por cristianos acaudalados. Pero también después,
cuando se construyan iglesias propiamente dichas, no se perderá la idea
de que la domus Dei es, en realidad, la misma comunidad que se reúne
en ella. Al respecto, ha permanecido célebre el dicho de San Agustín,
que en una homilía para la dedicación de una iglesia decía a sus fieles:
«Esta es la casa de nuestra oración. La casa de Dios somos nosotros» 12.
Amparados en la tradición bíblica, tenemos en este texto un altísimo
y sugerente ejemplo de la constante utilización de aquel hablar
en zigzag, propio del lenguaje metafórico, en el cual el discurso juega
entre la intención de hacer imaginar al interlocutor la construcción
del edificio y provocar una meditación sobre la construcción de la vida
de la comunidad cristiana. Entre los textos del Nuevo Testamento y la
homilía de Agustín, tuvo gran difusión un pequeno libro del segundo
siglo, titulado El pastor. El autor, un tal Hermas, relata una visión suya,
en la cual se le habría aparecido una mujer anciana que le habría mostrado
«una gran torre que se construye sobre las aguas con brillantes
piedras cuadradas» y le habría dicho: «La torre grande que ves en construcción,
soy yo, la Iglesia». La visión se amplía mostrando las distintas
piedras que se emplean en la construcción y aquellas que se descartan,
algunas definitivamente, otras, en cambio, hasta que intervengan
la conversión y la penitencia, dado que se trata de personas humanas
(Quacquarelli, 1994, pp. 251-258). El texto fue muy querido por la
iglesia de la época, y además, los cristianos de Nápoles pintarían esta
escena en las catacumbas de San Genaro en Capodimonte (figura 23) 13.
Pero, si queremos estar seguros de la prosecución de este tema a lo
largo de la tradición, bastaría citar una vez más a Onorio de Autun,
quien en una homilía para la dedicación de una iglesia decía: «La sabiduría
que se construyó una casa, queridísimos, es el Cristo, potencia de
Dios y sabiduría de Dios, el cual ha creado la Iglesia, hecha de piedras
vivas y elegidas para habitar»14. Un contemporáneo suyo, Hugo de San
Víctor, escribía también en su De Sacramentis:
Lo que esta casa de la oración expresa visiblemente en sus formas
se cumple de manera invisible en el alma del creyente. Ella,
en efecto, es el verdadero templo de Dios, construido gracias a la
composición de sus virtudes, casi como una estructura de piedras
espirituales, en las cuales la fe juega el papel de fundación, la esperanza
levanta la construcción, la caridad constituye la cobertura.
Pero todo ello se cumple también en la iglesia en cuanto reunión
de la multitud de los fieles; ella es la casa de Dios construida con
piedras vivas, en la cual Cristo es la fundamental piedra del ángulo
que tiene juntos en la única fe los dos muros, el de los judíos y el
de los paganos15.
Este tema sigue siendo dominante, aunque en el Medioevo se le
suma una lectura simbólica de la arquitectura que insiste en algunas
dimensiones más provenientes de otras tradiciones religiosas que del
cristianismo, interpretación que hace de la iglesia la representación
del cosmos, y que hoy muchos gustan volver a evocar16. Sin embargo,
no parece, en efecto, que este tipo de hermenéutica de la arquitectura
represente una constante de la percepción cristiana de los propios edificios;
en realidad, la época antigua no ha influido mucho y ella casi
desaparece de la época tridentina en adelante. Véase, por ejemplo,
el hecho de que las famosas Instrucciones, de Carlo Borromeo (2000),
sobre la construcción de las iglesias no hacen ninguna referencia a ella.
Pasando a nuestra época, podemos citar a Paulo VI, quien escribió
este mensaje a la nación mexicana, en ocasión de la dedicación del
nuevo santuario de la Virgen de Guadalupe17:
La dedicación de la nueva basílica no es, ni puede ser, un simple
punto de llegada; es más bien un punto de partida. El templo que
ahora se inaugura, en efecto, debe ser el símbolo de aquel templo
espiritual y visible que llamamos «iglesia» y que, teniendo a Cristo
como piedra angular, gobernada por el sucesor de Pedro y por los
obispos en comunión con él, se construye cada día, tiende a la perfección
y alcanza la plenitud dentro de nosotros, en el crecimiento
de nuestra dignidad de hijos de Dios, peregrinos en camino hacia él.
Benedicto XVI, al celebrar en Roma, el 10 de diciembre de
2006, la dedicación de la nueva iglesia de Santa María Estrella de la
Evangelización, nos entregó una articulada respuesta a nuestra pregunta
acerca del sentido que tiene para los cristianos el edificio de la iglesia:
El edificio de la iglesia existe para que la Palabra de Dios obre en
nosotros como fuerza que crea justicia y amor. Existe, en particular,
para que en él pueda comenzar la fiesta en la cual Dios quiere hacer
participar a la humanidad no solo al final de los tiempos, sino ya
ahora. Existe para que se despierte en nosotros el conocimiento de
lo justo y del bien, y no existe otra fuente para conocer y dar fuerza
a este conocimiento de lo justo y del bien sino la Palabra de Dios.
El edificio existe, entonces, para que nosotros aprendamos a vivir la
alegría del Senor que es nuestra fuerza.
Y entonces agregó: «La Palabra de Dios no es solo palabra. En
Jesucristo ella está presente en medio de nosotros como Persona. Este es
el objetivo más profundo de la existencia de este edificio sacro: la iglesia
existe porque en ella encontramos a Cristo, el Hijo del Dios vivo» 18.
Para los cristianos, construir una iglesia tiene, por tanto, un valor
que va más allá de la funcionalidad de la obra: construir iglesias forma
parte de una operación más amplia y comprometedora; la de construir
la Iglesia implica poner una sobre otra las piedras vivas edificando la
unidad de los creyentes. Esta constituye para los hombres el lugar privilegiado
del encuentro con Dios

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