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En ese tiempo leí sobre todo a los griegos. En ese tiempo me convencí
que debía leer en formato digital si quería leer, las librerías de viejo eran pocas
y no abarcaban todo lo que yo necesitaba, las librerías en general no abarcaban
lo que yo buscaba. Meses atrás había descubierto un sitio web donde estaban
casi todos los libros que uno buscase. En ese sitio encontré la colección de la
Editorial Gredos, «Biblioteca Clásica Gredos», disponible gratis, y a los primeros
que descargué y leí fue a Homero y a Hesíodo. También descargué y leí a
Pizarnik, todo Pizarnik menos sus diarios, que no los había logrado descargar.
La verdad es que Pizarnik llegó a encantarme. Pizarnik era una poeta que
sufría todo el tiempo, una poeta, como se ha dicho, obsesionada con la muerte,
y con los bosques y con los espejos y con el no ser, con el no ser más una niña
perdida en esos bosques que eran la muerte. Esa amargura —la de su escritura,
la de su vida— lo notaba siempre que la leía, una amargura placentera o que yo
por entonces creí placentera, una amargura trágica en la que yo me veía
reflejado, como si Pizarnik, como si la obra de Pizarnik fuese el espejo donde
mirarme, un espejo que no reflejaba mi rostro, reflejaba el rostro de Pizarnik
rodeada de demonios que la atormentaban. Incluso intenté escribir un poema
sobre ella, un poema que dejé inconcluso, uno de mis primeros poemas, que
debe estar en uno de los primeros cuadernos que empecé a llenar, lo recuerdo,
un cuaderno de tapas duras, azul, el cuaderno donde mayormente escribí las
cosas que me hacían sufrir (yo sentía que sufría y por eso buscaba a ese tipo de
poetas). En el poema, o en el intento de poema, el hablante lírico cuidaba a la
niña que fue Pizarnik, una niña preciosa y rubia que se alejaba corriendo en una
calle que podía ser también un bosque, y el hablante lírico preguntaba: ¿qué
estás haciendo, Alejandra?, o decía frases como: no te alejes, está oscuro, pero
ella seguía huyendo y al final terminaba perdiéndose, aunque el hablante lírico
seguía viendo su sombra. Con el tiempo, dejé de leerla, quizá porque me parecía
que era una poeta que se había quedado sólo en el atrevimiento adolescente,
una poeta que nunca maduró, o al menos ese era mi entender, o quizá porque
su poesía era excesiva y no hay un lugar de salida, como si leer su poesía fuera
quedarse atrapado en un archivo herméticamente cerrado que se quema.
Prefiero no revelarle su nombre, basta con saber su historia, que sin duda
se perderá cuando la tierra nos trague a mí y a mi hermana. Basta con saber que
es mi sobrino. O que fue mi sobrino. Una historia que ustedes olvidarán muy
pronto. Acaso alguien la recuerde, pero es improbable. Nadie escucha a los
viejos y menos aún recuerdan sus palabras. Tampoco vean lo que les estoy
contando (sé que estoy divagando, ¿qué historia no lleva en sí divagación?)
como un consejo, no me siento capaz de aconsejar a nadie. Escúchenlo, sin
embargo, como una historia que pudo sucederle a cualquiera y que quizás le
sirva de algo a alguien.
Eran los años 97 o 98, los años del periodo especial, los años que creo
ustedes nacieron, los años de la resaca de la caída de la URSS. La vida estaba
más dura de lo común. No había nada y la gente estaba como loca, inventando
de todo para subsistir. No me detendré en los detalles que todos conocen, sus
padres ya le habrán contado cosas de ese tiempo. Recuerdo que eran como las
cinco de la tarde porque los cocineros ya empezaban a traer al comedor la
comida. Recuerdo que era el mes mayo, pues la semana siguiente yo estaba por
cumplir años y por esas fechas es que yo siempre saco mis vacaciones. Recibí
una llamada telefónica de mi hermana. Ven urgente, dijo, tu sobrino se ha vuelto
loco.
Espero que no me delaten, fue lo único que dijo cuando terminó de armar
el tareco aquel.
Sucedió muy rápido. Uno se le vino encima y los otros también. Al primero
mi sobrino le rajó un brazo, pero los otros lo tumbaron y lo agujerearon. Él resistió
unos segundos. Cuando dejó de moverse, los otros tres se fueron corriendo.
Aquí se acaba la historia. Ya el teniente los busca. Por favor denme otro
cigarro.