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Teoría tradicional del conocimiento

La teoría tradicional del conocimiento ha pretendido, una y otra vez, con el fin de
asegurar su verdad, buscar para él un Fundamento (el cual, en general, decreta que sólo
hay un único orden necesario, universal, eterno, idéntico y fijo, etc.). Esa búsqueda, entre
otras cosas, ha discurrido por la senda trazada por cinco ejes (y sus respectivas
combinaciones): a) esencialismo; b) matematicismo; c) logicismo; d) causalismo; e)
metodologismo.
El esencialismo es un taxonomismo, es decir: afirma que conocer es dar (a través del
concepto) con una única clasificación de los entes según una rígida trama piramidal de
géneros y especies; además, se apoya en un modelo técnico (como el que encontramos en
Platón, en el mito del demiurgo expuesto en el diálogo El Timeo, o en Aristóteles, en la
base de su concepción hilemorfica de la substancia).
El matematicismo y el logicismo, por su parte, sostienen que la trama del conocimiento
es, exclusivamente, o matemática o lógica (siempre según la matemática o la lógica
vigente cuando se realiza esa afirmación constrictora).
El causalismo es un determinismo respecto al orden del mundo, el orden de lo conocido,
y aquí valen tanto las causas finales de la teleología como las causas eficientes del
mecanicismo para concretar este eje de la teoría tradicional del conocimiento.
El metodologismo, por su parte, surge en el siglo XVII con Descartes y llega hasta el
Círculo de Viena y Popper.
Estos cinco ejes, por otra parte, se especifican sea desde la tesis del realismo antiguo (en
el que se sostiene la completa primacía de la substancia en la explicación del
conocimiento) como desde la tesis del idealismo moderno (en el cual se considera que la
clave última del conocimiento está, exclusivamente, en el sujeto cognoscente). Desde el
realismo o el idealismo se modulan el esencialismo, matematicismo, logicismo,
causalismo y metodologismo.
Una teoría del conocimiento actual ha detectado las exageraciones inherentes a toda esta
trama y se propone atenuarlas (cuestionando, en el fondo, que el conocimiento necesite
reposar sobre un Fundamento, y, por ello, buscando una explicación del conocimiento
que no sea ni realista ni idealista). Además, subraya que el principal motivo de una teoría
del conocimiento, en el siglo XX, se encuentra en el auge moderno del cientificismo.
Que el conocimiento de la realidad, de la verdad, ya no repose sobre un Fundamento fijo
y constante (sea el Mundo, o Dios o el Hombre) está lleno de implicaciones. Señalaremos
aquí sólo una de ellas: no hay un único, idéntico, permanente, necesario, definitivo “orden
de los fenómenos” -un único orden inteligible, racional-; así pues el orden -cada orden,
tanto el orden actualmente accesible como todos los órdenes posibles- está siempre
trenzado con el “caos” (o con el “desorden”), esto es: cada orden de los fenómenos (de lo
que es, de lo que aparece y se muestra siendo esto o siendo aquello) incluye un “caos”
que, a la vez que lo atraviesa y lo sustenta, finalmente lo desbarata. En conclusión: el
orden de lo cognoscible es radicalmente plural y complejo (desde una dinámica que
mezcla el orden y el caos). Además, el cognoscente no es alguien que esté atrapado por
una serie fija de ‘facultades cognoscitivas’, sino, al contrario, una existencia abierta
atravesada por capacidades versátiles que permiten su aprendizaje y que culminan en la
inventiva, es decir, en la indagación de lo que se desconoce. Siguiendo esta línea una
renovada o reformada teoría del conocimiento remite, en última instancia, a una ontología
del acontecimiento (y lo hace cuando se pregunta por las condiciones a priori de
posibilidad del conocimiento, pues es este su terreno propio de investigación).

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