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EL ENCARCELAMIENTO CAUTELAR
EN EL MODELO ACUSATORIO DE JUSTICIA PENAL
*
Abogado, Profesor Adjunto de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de la Universidad
de la República.
1
Ciertamente, algunas variantes interesantes deberían revalorizarse a la luz de la reciente
reforma procesal, como la del juicio por jurados, instaurado para cierta categoría de delitos
por el Código de Instrucción Criminal a partir de 1879 y finalmente derogado por ley 9.755
del 7/1/1938 como consecuencia del tristemente célebre caso de “La Ternera”.
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solamente por los “operadores judiciales”, sino también por otros actores relevantes
(p.ej la policía), el público en general y los medios de comunicación.
La reforma procesal vigente desde el 1 de noviembre de 2017, al quitarle el
poder de investigación a los jueces (un poder enorme, ciertamente) y colocarla en
manos del Ministerio Público, ha asestado un golpe mortal a la justicia inquisitiva,
trastocando así la vieja estructura para sustituirla por otra, que puede caracteri-
zarse como “acusatoria”, en que la Fiscalía tiene a su cargo no solamente la inves-
tigación sino también la decisión sobre cuándo y cómo presentar un caso ante los
estrados judiciales.
La magnitud del cambio es enorme. En el sistema acusatorio la policía investi-
ga bajo las órdenes dictadas por el Ministerio Público, que decide en qué casos,
cuándo y cómo un hecho con apariencia delictiva es judicializado. Por su parte, el
juez tiene a su cargo el control del cumplimiento de garantías constitucionales y
legales fundamentales (p. ej la legalidad de la detención), el control de los requisitos
legales para que el Ministerio Público pueda judicializar la persecución penal en
cada caso, así como la dirección del juicio oral, siempre que las partes no hayan
arribado a un acuerdo o no haya sido posible una salida alternativa al juicio. En
todas esas etapas, el Defensor interviene, en primer lugar, realizando un control
horizontal de la investigación llevada a cabo por el Ministerio Público y luego, ha-
ciendo valer los derechos de su cliente frente al Juez en aquellos casos que resulten
judicializados, utilizando todos los medios legales a su alcance, sea para preservar
su libertad ambulatoria, procurar un acuerdo o una salida alternativa, o ejercer el
derecho de defensa en un juicio oral y público.
Aparecen entonces expresiones novedosas para la justicia inquisitiva, tales como
“litigio”, “salida alternativa”, “juicio oral y público”, que son absolutamente ajenas al
viejo modelo, caracterizado más bien por la noción del proceso como un “trámite”
materializado en un “expediente” que se lleva a cabo por y en el “juzgado”2. Esa
sustitución de conceptos no es meramente nominal sino que resulta fundamental
para comprender el nuevo paradigma, pues solamente será posible captar en toda su
dimensión el cambio que se pretende si se comprende adecuadamente el nuevo len-
2
La forma de trabajo judicial propia de la cultura inquisitiva está constituida por “un universo
de prácticas totalmente escriturizadas, ordenadoras de toda la vida de las oficinas judicia-
les y del trabajo de su gente; un universo de prácticas en las cuales la secuencialidad es el
eje del trabajo y que se sustenta y crea una cultura escriturista, de gueto (donde influye
quienes son los dueños del expediente y permiten el “acceso” a otras personas) de hecho
secreta o cuasi-secreta, cansina y donde se pierde de vista totalmente lo principal y lo
accesorio. Este expediente es tanto sustentador de una cultura como resultado de ella, en
un círculo vicioso difícil de romper. De hecho a los operadores judiciales les cuesta creer que
se pueda trabajar de un modo distinto (…) el escriturismo y su traducción corpórea, el
expediente, es la forma específica de la tradición inquisitorial” (BINDER, Alberto: Derecho
Procesal Penal T.1 Hermenéutica del proceso penal, pp.83 y 84. Editorial AD-HOC, Buenos
Aires, 2013).
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guaje, que viene a abandonar la cultura del trámite para inaugurar la del litigio,
eliminando expedientes escritos y reservados para dar lugar a juicios orales y públi-
cos.
Como se comprenderá, esta reestructura fundamental de la justicia penal plan-
tea un desafío enorme: adecuar las viejas prácticas asentadas durante casi dos si-
glos, por otras nuevas, muy diferentes a las anteriores. En el modelo acusatorio, no
sólo cambian los roles de abogados, jueces y fiscales sino también de policías, peritos
y de todos los actores que de un modo u otro participan en el juicio penal (o influyen
en él, como los medios de comunicación), que ahora incluye en su diseño nada menos
que a la víctima, la gran olvidada del modelo de enjuiciamiento anterior.
3
Más allá de esta precisión y dado que en la cultura jurídica se ha acuñado el término
genérico de prisión preventiva para referirse al encarcelamiento cautelar, en lo que sigue
del texto utilizaremos ambas expresiones en forma indistinta, teniendo presente siempre el
carácter procesal de cautela del instituto.
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Por lo tanto, en el modelo acusatorio estas son las únicas dos razones que pue-
den justificar la decisión de privar a alguien de su libertad antes de que exista una
sentencia de condena firme. De no procederse de este modo, disponiendo el encarce-
lamiento del imputado por cualquier otra razón que no sea estrictamente cautelar,
se lo estaría tratando como culpable antes de ser condenado, lo cual está expresa-
mente prohibido por la Constitución:
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No es un dato menor que la Constitución claramente haya preferido la expresión “juicio” o
“juicio criminal” a la de “proceso”, que solamente aparece en el art.12. Así, el art. 13 habla del
“juicio por jurados”, el 18 habla genéricamente de los “juicios”, el 19 prohibe los “juicios por
comisión” y los artículos 20 y 21 hablan de “juicio criminal”. Todo ello deja en claro que la
Constitución exige que la justicia penal realice un verdadero “juicio” como requisito previo
a la.
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De ninguna manera puede inferirse en este contexto el uso de la expresión “exitosa” como
equivalente a “sentencia de condena” sino más bien a asegurar que el juez (o el jurado)
cuente con todos los elementos disponibles para arribar a la mejor decisión para el caso, o en
términos más sencillos, que el juicio se realice con normalidad (sin testigos amenazados ni
pruebas frustradas).
6
CIDH, Informe 35/07, párr.81.
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Es evidente que la expresión “acusado” fue utilizada con un sentido amplio por el constitu-
yente y no propiamente técnico en el sentido que la doctrina procesal tradicional señala el
momento en que el fiscal formalmente solicita la imposición de una pena por la comisión de
un delito.
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“Los límites legales a la concesión de la libertad durante el proceso o la imposición legal de la
prisión preventiva no pueden ser considerados condiciones iuris et de iure, que no necesitan
ser probadas en el caso y que sea suficiente su mera alegación” (CIDH, Informe 35/07, párr.144).
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Seguramente un procesalista pueda observar la afirmación de “acreditar de la inexistencia
del peligro” bajo la premisa de que no se puede producir prueba sobre un hecho negativo.
Por ello cabe aclarar que la expresión refiere a la presentación de cualquier evidencia por la
Defensa que permita inferir razonablemente que su cliente comparecerá al juicio, es decir
que no hay peligro procesal.
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Como veremos más adelante, tratándose de una Audiencia preliminar y no de juicio, la regla
es que no se produce prueba en dicha oportunidad.
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El estado de inocencia es una ficción o como ha dicho RUSCONI una “conjetura” coherente
con el modelo de enjuiciamiento propio del Estado de derecho: “La actuación de esta conje-
tura tiene el efecto de construir un concepto normativo de inocencia o estado jurídico de
inocencia, que se extiende más allá de la comisión o no del injusto culpable y hasta la
sentencia definitiva, obligando a que el imputado deba ser tratado como un inocente, es
decir, como si no hubiera cometido un injusto penal. Esta base ideológica no hace que la
sentencia constituya la culpabilidad, pero requiere que sea el único medio legítimo de decla-
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rarla y, con respecto al límite al poder penal del Estado, esto es en verdad lo único que
interesa” (RUSCONI, Maximiliano: Sistema de enjuiciamiento en materia penal. Los ries-
gos neoinquisitivos, p.252. Editorial Hammurabi, Buenos Aires, 2017).
12
A diferencia de lo que sucede en los países legatarios del derecho continental europeo, en
que la tradición inquisitiva ha conspirado contra una adecuada ponderación del principio de
inocencia, en el ámbito del common law constituye un pilar fundamental de la justicia penal
desde hace siglos y ha dado lugar a amplios desarrollos jurisprudenciales. LAUDAN estable-
ce que en el derecho procesal penal “la asunción por default es que el acusado es inocente”
y observa que ya en 1895 la Corte Suprema de EEUU sostuvo: “El principio de que existe
una presunción de inocencia a favor del acusado constituye una ley indubitable, axiomática
y elemental, su aplicación es uno de los pilares de la administración de justicia penal”
(LAUDAN, Larry: Verdad, error y proceso penal. Un ensayo sobre epistemología jurídica,
p.139 y 140. Marcial Pons, Buenos Aires, 2013).
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Con carácter general, es importante reconocer que la pasividad puede ser una herramienta
válida de defensa, pues “si a aquel sujeto se le reconoce un estado jurídico de inocencia, que
no debe probar, sino que debe ser destruido por la prueba de cargo aportada por los órganos
de persecución penal del Estado, el sentido de su defensa será otro: controlar el modo en
que se pretende probar su culpabilidad, o intentar acreditar, si quiere, su inocencia (…) El
principio de inocencia es lo que permite hablar de una derecho al comportamiento procesal
pasivo (no hacer, no colaborar, no probar) como manifestación de la defensa del imputado”
(CAFFERATA NORES, José I. - MONTERO, Jorge R (h): El imputado. Estudios, pp.25 y 26.
Editorial Mediterránea, Córdoba, 2004).
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BOVINO recuerda que la mayor parte de la doctrina en América Latina “se pronuncia en
contra de que la presunción de inocencia sea una presunción en sentido técnico”, pues “su
significado consiste en atribuir a toda persona un estado jurídico que exige que sea consi-
derada inocente, sin importar para ello, el hecho de que sea, en realidad, culpable o inocente
respecto del hecho que se le atribuye”; o también puede entenderse como un principio
según el cual “la persona sometida a proceso disfruta de un estado o situación jurídica que
no requiere construir sino que incumbe hacer caer al acusador” (BOVINO, Alberto: Justi-
cia penal y derechos humanos, p.95. Editores del Puerto, Buenos Aires, 2005). En el mismo
sentido CAFFERATA - MONTERO, ob.cit., p.25 y RUSCONI, ob.cit., pp. 251 y 252.
15
“Más bien, la exigencia de diferenciar ambos institutos sólo se satisface a través de una falta
de proporcionalidad entre pena y prisión preventiva. Dicho de otro modo: si se quiere
respetar su naturaleza jurídica, la prisión preventiva jamás puede ser equivalente a la pena.
Por ende, el parámetro no es la equivalencia sino, justamente, la inequivalencia entre
prisión preventiva y pena” (CAMAÑO VIERA, ob.cit., p.365).
16
Natalia SERGI introdujo su formulación en 2001 y BOVINO ha resaltado que la falta de
proporcionalidad entre prisión preventiva y pena “será la única exigencia derivada del prin-
cipio de inocencia capaz de producir efectos prácticos en el mundo real para eliminar los
abusos cotidianos de la justicia penal” (BOVINO, Alberto: Justicia penal y derechos huma-
nos, p.116. Editores del Puerto, Buenos Aires, 2005). El concepto de inequivalencia y sus
consecuencias como garantía limitante del plazo razonable puede verse en CAMAÑO VIE-
RA, ob.cit., p.365 y 366.
17
CIDH, Informe 35/07, párr.109.
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18
En la jerga forense se hablaba de “pena obstativa” (a la excarcelación) o “delitos inexcarce-
lables”.
19
CAFFERATA - MONTERO, ob. cit., pp. 94 y 95. Las referencias del autor son, lógicamente,
a la Constitución de la República Argentina, pero las mismas consecuencias se aplican a la
nuestra.
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20
“El principio rector para establecer la legalidad de la prisión preventiva es el de “excepcio-
nalidad” en virtud del cual se intenta evitar que la prisión preventiva se convierta en regla
y, así, se desvirtúe su fin” (CIDH, Informe 35/07, párr.93).
21
CIDH, Informe 35/07, párr.141.
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que auto de procesamiento funcionaba en los hechos como una sentencia anticipa-
da, con el consiguiente efecto de una elevadísima tasa de “presos sin condena” (entre
un 65 y 70% de la población carcelaria). Todo ello significaba, en los hechos, que la
suerte del sospechoso se jugaba en esas 48 horas desde la detención o, en todo caso,
durante el tiempo de duración del presumario. Las etapas procesales posteriores del
viejo CPP terminaban siendo una anécdota, un procedimiento que debía terminar-
se para así concluir con los “trámites” del expediente. Como puede observarse, lo
prioritario no era realizar un verdadero juicio penal para determinar la inocencia o
culpabilidad del imputado sino más bien finalizar el rito iniciado con la apertura del
sumario.
Ahora bien, el texto del NCPP introduce una nueva regulación para la prisión
preventiva que cambia radicalmente el panorama legal, al establecer –con particu-
lar énfasis y claridad– el carácter excepcional de la misma, como consecuencia de la
prohibición expresa de su aplicación preceptiva:
“Toda persona tiene derecho a la libertad personal y a la seguridad indivi-
dual. En ningún caso la prisión preventiva será de aplicación preceptiva”
(art. 223 NCPP).
22
“El principio rector para establecer la legalidad de la prisión preventiva es el de la “excepcio-
nalidad”, en virtud del cual se intenta evitar que la prisión preventiva se convierta en regla
y, así, se desvirtúe su fin” (CIDH, Informe 35/07, párr.93 y en los párrafos siguientes cita
otros precedentes de la propia Comisión así como de la Corte Interamericana en el mismo
sentido).
23
La opinión de RISSO, contraria a la interpretación unánime de la jurisprudencia que aplica-
ba una interpretación a contrario del art.27 de la Constitución, se basa en que una limita-
ción a la libertad personal requiere de un texto expreso que en este caso no existe (CAMAÑO
Viera, ob.cit., p.363 y 364).
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24
Por ejemplo, el art.1 inc.2 de la ley 16.058 disponía que “el Juez decretará la prisión preven-
tiva, en todos los casos, si se tratare de procesado reincidente o que tuviere causa anterior
en trámite”.
25
Art.3 ley 15.859.
26
“La Convención no admite que toda una categoría de imputados, por esa sola condición,
quede excluida del derecho a permanecer en libertad durante el proceso” (CIDH, Informe
35/07, párr.144).
27
“… el juicio acerca del peligro procesal sólo puede estar a cargo del juez de la cuasa porque,
como se señalara, éste es el único en condiciones de establecer si, en el caso concreto, se dan
las condiciones analizadas para negar la libertad al imputado” (CIDH, Informe 35/07, párr.117).
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28
Este es, justamente, uno de los graves problemas que plantea la lectura de otros artículos de
este mismo Código, especialmente el art.227.2, en cuanto regula establece una presunción
de “riesgo para la sociedad” para los casos de reiteración o reincidencia, problema que
abordaremos más adelante.
29
“Otra condición del carácter cautelar de la prisión preventiva es que está llamada a regir sólo
durante el lapso estrictamente necesario para garantizar el fin procesal propuesto (provisio-
nalidad)” (CIDH, Informe 35/07, párr.105).
30
“… como la medida cautelar se dispone con el único fin de asegurar el proceso, ella no puede
referir a una eventual pena en concreto que suponga consideraciones que hacen a la
atribución del hecho al imputado” (CIDH, Informe 35/07, párr.91).
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31
“… el juzgado deberá revisar, periódicamente, si los motivos que originariamente fundaron
la prisión preventiva aún subsisten” (CIDH, Informe 35/07, párr.104).
32
La duración de la prisión preventiva y el “plazo razonable” ha sido objeto de expreso pronun-
ciamiento en un caso sobre Uruguay (CIDH, Informe 35/07). En otra oportunidad he anali-
zado in extenso los estándares aplicables en la materia (CAMAÑO VIERA, Diego: “Límites
normativos a la duración de la prisión preventiva” en Revista de Derecho Penal16, pp.345 a
370. FCU, Montevideo, 2006).
130 DIEGO CAMAÑO VIERA
Ello significa que la valoración de los riesgos procesales debe realizarse en rela-
ción con la ponderación de la idoneidad de la medida cautelar. Por lo tanto, afirma-
do que sea el riesgo procesal ello no significa automáticamente que el encarcela-
miento sea la mejor forma de asegurarlo, siempre y cuando existan otras medidas
cautelares que resulten idóneas para cumplir con dicha finalidad. De esta manera,
el análisis de la procedencia de la prisión como medida cautelar resulta mucho más
riguroso que en el viejo modelo inquisitivo en que prácticamente era la única opción
disponible y bastaba con remitirse a la pena, a los antecedentes o al riesgo procesal.
Actualmente, ya no es posible acudir ni a la pena ni a los antecedentes como justi-
ficaciones suficientes sino que siempre hay que acreditar el riesgo procesal en con-
creto, y aún en tal caso, la ley impone valorar un amplio abanico de alternativas
antes de acudir al encarcelamiento.
33
CIDH, Informe 35/07, párr.100.
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Por si fuera poco, el art.227 introduce una suerte de presunción iure et de iure
(expresamente prohibida por la CIDH, tal como se ha señalado) en relación al riesgo
para la seguridad de la víctima o la sociedad:
“(Riesgo para la seguridad de la víctima o de la sociedad).
227.1. Se entenderá que la seguridad de la víctima se encuentra en riesgo
cuando existan motivos fundados que permitan inferir que el imputado
puede atentar contra ella, su familia o sus bienes.
227.2. Se entenderá que existe riesgo para la sociedad cuando el imputado
posea la calidad de reiterante o reincidente, o cuando se tratare de críme-
nes de genocidio, de lesa humanidad o de guerra”.
34
GUASTINI, Riccardo: Distinguiendo. Estudios de teoría y metateoría del derecho, p.211 y
ss. Gedisa Editorial, Barcelona, 1999.
35
GUASTINI, 211. Acto seguido el autor aclara que mientras la interpretación literal es pri-
maria, la correctora es secundaria, en el sentido de que es lógicamente dependiente de la
interpretación literal. A su vez, al no poder ofrecer una definción precisa de la interpreta-
ción del literal, ello la transforma en un concepto esquivo, lo cual también convierte en
esquivo al “concepto dependiente de interpretación correctora”.
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36
GUASTINI, ob.cit., p.212.
37
A su vez, los calificativos de literal y declarativa no son exactamente sinónimos, pues mien-
tras el primero refiere al sentido propiamente literal de la disposición, cuando se habla de
interpretación declarativa se subraya más bien el “significado querido (que se supone que-
rido) por el legislador, bajo la asunción tácita de que el legislador ha entendido “literalmente”
lo que ha dicho” (GUASTINI, ob.cit., p.212).
38
GUASTINI, p.217.
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39
Resulta oportuno recordar que la ley 15.737 no solamente ratificó la CADH (art.15) sino que
además reconoció “la competencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
por tiempo indefinido y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre todos los
casos relativos a la interpretación o aplicación de esta Convención” (art.16). Ello significa
entonces que nuestro país ha ratificado el texto del tratado y reconoce como válida la
interpretación dada por los organismos de supervisión, asumiendo así la obligación de res-
petar la Convención en los términos establecidos por la Comisión y la Corte, en tanto
órganos especialmente encargados de su interpretación y aplicación.
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40
DWORKIN, Ronald: El imperio de la justicia, p.48. Editorial Gedisa, Barcelona, 1988 (des-
tacado nuestro).
41
DWORKIN, ob.cit., pp. 175 y 176 (destacado nuestro).
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42
ALLIAUD, Alejandra M.: Audiencias Preliminares al juicio oral, p.112. Colección Litigación
y enjuiciamiento penal adversarial, Ediciones Didot, Buenos Aires, 2016.
43
ALLIAUD, ob.cit., p.112 (destacado nuestro).
44
ALLIAUD, ob.cit., p.113.
45
ALLIAUD, ob.cit., p.105.
46
El modelo acusatorio rechaza los “slogans normativos”, basados en la mera invocación de un
“título” (como podría ser, p.ej la falta de trabajo del imputado como indicio en su contra) para
permitir el ingreso de información de calidad al litigio, a partir de la cual debe argumentarse
por qué esa información permite dar por acreditado el hecho o inferir un peligro procesal
(ALLIAUD, ob.cit., p.109).
136 DIEGO CAMAÑO VIERA
2. Peligros procesales
El rol del juez en esta Audiencia consiste no solamente en conducir la realiza-
ción de la misma sino también “exigirle a las partes que lo informen para poder
tomar una decisión de calidad. Ello no quita que el propio juez pueda determinar
que corresponde morigerar la prisión preventiva por una medida menos lesiva, en
tanto bajo la lógica que aquí se propone, si el fiscal no ha acreditado un riesgo tan
grave como para que se ordene la prisión preventiva, pero el juez considera que
igualmente existe algún tipo de peligro procesal, puede dictar otro tipo de restric-
ción menos lesiva”48.
Por lo tanto es al Fiscal a quien corresponde demostrar en el caso concreto la
necesidad de la prisión preventiva (lo cual implica al mismo tiempo descartar las
otras doce alternativas establecidas en el art.221.1 NCPP), aún cuando existan
presunciones legales de peligro.
47
La expresión “semiplena” parece remitir a algo que no está completo, lo que en materia
probatoria puede dar lugar a equívocos. Un hecho puede estar probado o no probado, pero
no probado a medias. Una persona puede ser sospechosa o culpable de haber cometido un
delito, pero es evidente que el estándar constitucional exige algo más que una mera sospe-
cha. Por tal razón es preferible utilizar el término “evidencia” para designar los elementos
probatorios recabados por el Fiscal en su investigación preliminar y “prueba” para designar
la incorporación de tales elementos al juicio. Finalmente, en el uso forense también se
acepta su uso para designar el resultado de tal actividad (p.ej, se ha probado o no se ha
probado determinado hecho).
48
ALLIAUD, ob.cit., p.114.
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En efecto, “si bien algunas legislaciones prevén supuestos especiales (…) que
son considerados motivos suficientes para solicitar una medida cautelar, ello no
implica que dichos supuestos acrediten por sí mismos la existencia del peligro pro-
cesal –sea de fuga o de obstaculización de la investigación–”49. Ello implica entonces
que siempre corresponde acreditar el peligro procesal.
El sistema interamericano se ha pronunciado en diversas ocasiones sobre la
necesidad de demostrar el peligro procesal en cada caso en concreto, más allá de la
existencia de presunciones legales, incluso en un caso sobre Uruguay en el que se
planteaba el impedimento de la excarcelación por el anuncio de “pena obstativa”:
“La Corte Interamericana, abonó la obligación que pesa sobre la acusación de pro-
bar con elementos del caso en concreto la necesidad de la prisión preventiva. Prin-
cipalmente sostuvo esta posición para supuestos en que la legislación del país pre-
veía que la aplicación de la medida cautelar se determinara por el delito imputado.
Por su parte, la Comisión Interamericana en el caso Peirano Basso v. Uruguay
estableció que la imposición legal de la prisión preventiva no puede ser considerada
una condición iuris et de iure, que no necesite ser probadas en el caso específico y
que sea suficiente su mera alegación. La Convención no admite que toda una cate-
goría de imputados, por esa sola condición, quede excluida del derecho a perma-
necer en libertad durante el proceso (…) Es decir, más allá de la existencia de una
presunción legal respecto del riesgo de fuga, es necesario acreditar dicho extremo
para que la medida cautelar no sea arbitraria”50.
49
ALLIAUD, ob.cit., p.114.
50
ALLIAUD, ob.cit., pp.114 y 115 donde agrega “Esta interpretación es concordante con la
realizada por la Corte Europea en los casos en los que ha tenido competencia” (destacado
nuestro).
138 DIEGO CAMAÑO VIERA
51
ALLIAUD, ob.cit., pp.120 y 121.
52
Como ya hemos señalado (Capítulo II) la Defensa puede rebatir y eventualmente agregar
otros elementos acreditantes de la inexistencia de peligro procesal.
53
“Ni la prisión preventiva ni el proceso penal, en el paradigma constitucional, pactista y legal,
pueden ser utilizados como armas para la lucha contra la delincuencia, ya que ninguno de
llos resultan una pena en sí mismo, ni tampoco constitucionalmente están previstos como
“vehículos de combate” para aniquilar la criminalidad. Los fines de aquellos (…) resultan
diametralmente opuestos a estas equivocadas y belicistas concepciones, propias de un siste-
ma totalitario y antidemocrático” (CAFFERATA - MONTERO, ob.cit., p. 96).
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puede acudir exclusivamente como último recurso, por el menor tiempo posible y
aplicable solamente en caso que ninguna otra medida cautelar sea idónea para
asegurar el juicio.
En líneas generales cabe señalar que, al menos hasta ahora, se observa una
sana preocupación de Fiscales y Jueces por respetar el carácter excepcional y de
última ratio de la prisión preventiva, más allá de algunos casos en que se ha solici-
tado o impuesto la misma basada en la gravedad del delito54 o los antecedentes del
imputado. Tales casos dejan en evidencia los resabios inquisitivos del viejo sistema,
que deberán superarse si se quiere verdaderamente asegurar el derecho a la liber-
tad personal y el principio de inocencia como características fundamentales del
nuevo modelo acusatorio.
54
Lamentablemente, la Suprema Corte de Justicia, en sentencia posterior al NCPP ha soste-
nido que la prisión preventiva puede justificarse por la sola calidad del delito imputado, lo
que contradice abiertamente su naturaleza cautelar. Con dicho pronunciamiento el Estado
ha incurrido en responsabilidad ante los organismos internacionales de derechos humanos,
pues -–tal como hemos analizado en este trabajo– resulta incompatible con los estándares
en la materia (desarrollados con claridad en el Informe 35/07 de la CIDH contra Uruguay).
La sola lectura del siguiente párrafo deja en evidencia que la Corte sigue asimilando la
prisión preventiva a una auténtica pena y amparando una suerte de presunción absoluta de
riesgo procesal sin que el mismo haya sido acreditado en el caso concreto: “la privación de
libertad cautelar en el caso de autos se hubiese justificado ya no por la preceptividad de su
imposición prevista en la norma atacada, sino por la gravedad de la infracción a la ley penal
imputada al adolescente. Expresado en otros términos, aun cuando no estuviese consagra-
da legalmente la preceptividad de la prisión preventiva en casos de presuntos homicidios
cometidos por adolescentes, la entidad del bien jurídico tutelado justificaría, por sí sola, la
imposición de la privación de libertad cautelar. Tanto es ello así que parece muy claro que,
si el mismo hecho por el cual fue imputado el adolescente en este caso hubiese sido perpe-
trado por un adulto, la prisión preventiva se hubiese impuesto en muy elevado grado de
verosimilitud, habida cuenta de la existencia de semiplena prueba de la comisión del hecho
y de la participación del imputado (a tal punto que la Sra. Jueza interviniente hizo lugar a la
solicitud de formalización), del peligro de fuga o de la presunción fundada de que intentaría
ocultarse o entorpecer de cualquier manera la investigación (art. 224 del C.P.P.); elementos
que pueden inferirse, sin dificultad, de la entidad del reproche penal previsto dada la impor-
tancia del bien jurídico afectado” (SCJ, Sentencia 1920 de 4/12/2017, Considerando IV).
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