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Un día como cualquier otro, en un año como cualquier otro, a las 5:00
a.m. sonaba la alarma en un cuarto. Esa alarma, escogida para ser
insoportable a propósito, hizo que una persona en especial diera un respingo
para poner cara a un nuevo día. Era aquel el primer día del calendario escolar,
el último año que tendría que soportar. Como era previsible, los sentimientos
no se hicieron esperar, pues, con las costumbres vacacionales aun tatuadas en
la mente todos se veían susceptibles a la dolorosa mañana que se les venía, él
no era la excepción. Bruno, que era el dueño y también la persona que más
odiaba esa alarma, pintó su semblante con decepción, como era de costumbre,
pues, aunque siempre podría encontrar una buena charla o un momento de
diversión, las personas que se encontraría a lo largo del día se le antojaban tan
incipientes como banales.
Tras ducharse, vestirse y arreglarse se dispuso a salir de casa,
olvidando, como siempre, cualquier articulo necesario para sobrevivir a lo que
le esperaba a lo largo del día, ya fueran sus llaves, sus lápices o incluso de vez
en cuando sus tareas. Esto nunca le trajo muchos problemas por lo cual
tampoco le dedicaba tiempo en resolverlo más allá de anotar lo importante en
una hoja que paseaba allá donde iba, a excepción de su sombrilla pues la
ciudad en que residía solía tener un clima pésimo y siempre terminaba
empapado, aun mas si era un día importante.
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—Ni siquiera sé porque estoy poniendo tanto empeño en arreglarme hoy
—dijo para sí mismo en tono jocoso, a sabiendas de que no encontraría nadie
nuevo, o por lo menos a nadie que le importara su vestimenta.
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Tras recibir las indicaciones, la chica se fue caminado, sin dar las
gracias, caminaba casi levitando, y en ese momento, antes de que fuera muy
tarde se escuchó una voz a lo lejos que preguntaba a gritos:
—¿Cuál es tu nombre?
—Elisabeth, me llamo Elisabeth.
Y así, se alejó hasta que no fue posible seguir viendo su silueta.
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Primera parte
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A la llegada del maestro todos se dirigieron hacia sus lugares, casi que
parecían autómatas gracias a las costumbres formadas durante tanto tiempo.
Siempre la misma disposición, siempre los mismos grupos y en el mismo
orden, todos excepto él, que se vio sorprendido ante la iniciativa que tomo su
mejor amigo para adueñarse de los dos asientos próximos a la nueva chica.
—Mucho gusto, Nicolas. Y tú eres… Elizabeth ¿cierto?
—Si, pero me puedes decir Liz —Añadió ella en un tono que no
mostraba mucho entusiasmo. Así le llamarían de ahora en adelante.
—Nos conocimos el primer día, bueno, algo así. —dijo evocando la
escena de Liz pidiendo indicaciones a su amigo.
Bruno por su parte decidió apartarse de la conversación con el objetivo
de no entorpecer el objetivo de su amigo, quien parecía empezar a obtener
avances. Se había convertido en su cómplice. Pero sus intenciones de
mantenerse al margen fueron interrumpidas por una pregunta que llego a sus
oídos.
—¿Y cuál es tu nombre? No he podido darte las gracias antes —dijo ella
en tono amale al joven que se encontraba a dos asientos de distancia.
—Bruno, y descuida —dijo el sin ánimo de alargar esa conversación.
Mas tarde ese mismo día a la hora del almuerzo, frente a la cafetería del
pueblo, volvieron a encontrarse los dos amigos. Como todos los años, siempre
almorzaban juntos. Muchas veces, incluso, ese podía ser el único momento del
día en que se vieran, pero esa lejanía nunca mermo su amistad. Entonces
saludo Nicolas.
—Hola. Leer tanto te va a estropear la cabeza. —siempre solía burlarse
de la afición de Bruno por los libros.
—Hola, ¿Qué tal los entrenamientos?
—No estuve hoy… Tengo que decirte algo, pero no te enfades. —fue
tanteando la reacción de Bruno.
—¿Por qué? ¿te paso algo? —Nicolas no era de las personas que
faltaran a los entrenamientos, para el eran muy importantes, y aún más cuando
el torneo estaba tan cerca.
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—Bueno, estuve hablando con Liz toda la mañana. ¡!Y quedamos de
almorzar hoy…¡¡
Se creo un silencio incomodo entre los dos, Bruno aun pensaba en la
respuesta adecuada y Nicolas, aunque habría querido decir algo, tampoco
encontró las palabras. Para muchos, esto no tendría importancia alguna, pero
para los dos amigos este era un ritual casi sagrado, que llevaban a cabalidad
hacía ya varios años. Es por esto por lo que ambos tuvieron que pensar muy
bien cuál iba a ser su siguiente paso.
—Tú sabes que me encantaría almorzar contigo, pero esta chica en
serio tiene algo especial —cosa que le costaba creer a Bruno, pes conocía sus
antecedentes a con las mujeres.
—Pues ve, por un día no pasa nada. Pero que no se haga costumbre —
aunque intentaba sonar gracioso, se notaba su incomodidad con la idea.
Nicolas se fue. Al menos esta vez pudo sentir que los libros con los que
siempre cargaba, con los que solía vérsele hecho un desastre, lo cual solía
atraer burlas no malintencionadas, pero que no le gustaban mucho. Mientras
veía a su mejor amigo irse abrió su mochila y tomo un libro que ese día se
sentía como un macizo bloque de hojas, casi más pesado de lo que él podía
llegar a levantar. Pues, aunque aparentaba bastante bien, no creía poder
sentirse tan ultrajado, y sin embargo no poder enojarse con su mejor amigo.
Mas tarde ese día, cuando Nicolas llego, aparco su motocicleta y entro
al lugar donde Liz lo había citado, la buscó y no dio con ella, se sintió
confundido un momento, cuando en su espalda sintió una mano.
—Hola Nico ¿llegaste hace mucho? —se notaba un tono más cordial y
con confianza, tal vez por el tiempo que llevaban hablando.
—¿Te gusta mucho eso de tomar por sorpresa a las personas no? —
ignorando la pregunta de Liz, hizo alusión a la escena de hace unos días,
cuando Liz se topó con Bruno, la primera vez que se habían visto. Lo cual hizo
gracia a la muchacha.
—Digamos que es un talento oculto.
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—¿Y cuantos más de esos tienes? Espero que el resto no de tanto
miedo —dijo sintiéndose extraño, cosa que no le sucedía muy a menudo con
las mujeres—. Tengo un plan mejor ¿te parece si vamos a otro lugar?
—¿Por qué no? —esa idea había pintado una sonrisa en su cara— Y
espero que sea bueno.
Entonces salieron del restaurante, tomaron una ruta que Liz no conocía,
Nicolas paro en una tienda y salió con una bolsa llena, y, aunque lo intento, Liz
no pudo descifrar su contenido. Tras un poco más de recorrido ella pudo
adivinar cuál era su destino, o algo así.
Cuando pudo ver el lago, famoso entre todos los habitantes del pueblo,
supo que había acertado, no obstante, se sentía perdida, pues no conocía la
ruta que tomaron, y cuando pararon, por fin cayo en cuenta de que ese lugar
no había sido escogido por casualidad. Pareciera que nunca nadie había
pisado o si quiera estado cerca de allí y, aun así, la naturaleza se había
encargado de disponer un lugar amplio en donde estar sin interrupciones,
donde los árboles formaban una arcada que permitía ver el lago perfectamente
y con un aura sobrecogedora, y las flores impregnaban el lugar con un aroma
espectacular. Era simplemente hermoso.
Entonces sus pensamientos fueron interrumpidos por Nicolas, que
mientras abría la misteriosa bolsa preguntó:
—¿Que te gustaría? ¿soda? Traje jugos también… —tras decir eso vio
la reacción de Liz y se rio, pues en su cara se notaba una mezcla entre
sorpresa, felicidad y extrañeza— ¿Algún problema? —dijo tratando de romper
el hielo.
—Mmm… No, es solo que me tomaste por sorpresa. Dame una soda, y
no me esperaba este lugar… es fantástico.
Esto no sorprendió a Nicolas, pues este, hábil en el arte de enamorar,
había usado su as bajo la manga con Liz, cosa que no solía hacer con muchas
mujeres, y mucho menos en una primera cita. Porque en este punto para
ambos era claro que era una primera cita.
Para ambos fue un poco incomoda la situacion al principio, pues ella
solía ser bastante tímida y reservada, aunque con Nicolas había sido diferente,
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había algo diferente, y él nunca había tenido esa extraña sensación, esa
sensación que no dejaba a las palabras salir de su boca.
Por fin Nicolas encontró la forma de hablar, aunque sus palabras eran
torpes y parecía casi un balbuceo, todo a causa de lo nervioso que se
encontraba en aquella situacion. Él le daba cumplidos sobre lo hermosa que
estaba, pero ella ya estaba acostumbrada y prefería responder con silencio.
Un comentario resalto sobre todos los otros, pues era totalmente
compresible, aun si había sido casi un susurro.
—Nunca he visto ojos como los tuyos —era sincero en su halago. Esos
ojos negros parecían un pasaje a un lugar desconocido, eran casi mágicos.
Entonces ella le dedico una mirada que en ambos hizo estragos. Tal
como lo había dicho él, esos ojos tenían algo especial. Pero sus miradas se
desviaron, y volvió el silencio.
Después de un rato lleno de miradas cargadas, desvíos intencionales y
largos silencios, Liz decidió que era hora de terminar aquella cita, que, por
cierto, no había terminado muy bien.
—Creo que es hora de irnos —sonó casi como un susurro, aunque
perfectamente entendible en el silencio que había.
—Claro ¿te llevo?
—Sí, me encantaría.
Entonces, tal como habían llegado, ambos se montaron a la motocicleta
y partieron.
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Oyó atrás la puerta abrirse y dio media vuelta. De ella emergió Liz, como
quien corre porque de eso depende su vida, y es que así lo sentía, en sus ojos,
esos ojos que no podía explicar, se veía una intensidad inmensa. Sus pechos
empezaron a latir más fuerte, y sin pensarlo él empezó a caminar hacia ella. Al
estar frente a ella simplemente se dejó guiar, avanzo, la miro a los ojos, la
rodeo con sus brazos, cada momento que pasaba estaban más cerca el uno
del otro, tanto que podía sentirla casi parte de sí. Y la beso.
Ese fue su primer beso.
Un beso intenso, que no olvidarían nunca.
Y entre ese mar de emociones pudo ver aquellos ojos en una mirada
que se lo dijo todo, una mirada que le decía te amo.
Te amo.
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—¿Qué les parece si almorzamos en mi casa? —dijo astutamente, pues
sabía que Abril no estaría dispuesta a estar en un lugar público, y que Bruno
aceptaría al no encontrar una excusa razonable.
A Bruno siempre le había asombrado lo detallista de aquel muchacho,
que combinaba bastante bien con una capacidad de liderazgo. Esto, como era
de costumbre en él no lo había comentado con nadie, más por no demostrar la
admiración que sentía por esas cualidades. Por eso prometió entablar una
relación más cercana con aquel muchacho. Si quieres mejorar en algo debes
estar cerca de los mejores, pensó.
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—Eso será en otro momento, que les parece si comemos, mis padres
deben haber dejado algo —propuso Michael, mientras se daba cuenta que no
había nada preparado—. Bueno… supongo que cocinaremos —bromeo
mientras se abría la nevera.
—¿Qué le parece un pollo a la naranja? Yo sé hacerlo muy bien —dijo
Abril, a sabiendas de que era muy buena en la cocina desde muy pequeña—
¿te acuerdas cuando lo hacía para nosotros? —pregunto exclusivamente a
Bruno.
—Claro…
Se habían dividido las tereas, pero las más difíciles habían sido
claramente responsabilidad de Abril. Para cuando casi habían terminado todos
tenían bastante hambre, ya no solo porque era tarde para la hora del almuerzo,
el cansancio que había supuesto dar órdenes a los dos muchachos por parte
de Abril y de hacer algo en lo que eran realmente malos por parte de los otros
dos. Por eso, mientras terminaba de cocinarse decidieron tomarse un
descanso. Justo cuando se sentaron en una pequeña mesa en el jardín
Michael se levantó y se fue mientras deba la explicación de que debía ir al
baño.
Se habían quedado solos Bruno y Abril, pero no hablaron, ni se miraron,
ni siquiera lo intentaron, no se atrevían. Pero el seguía pensando, sobre todo
en que tal vez estaba siendo demasiado duro, tal vez debía dejar el pasado en
el pasado. No, ella le había hecho mucho daño, aunque le sorprendía que aun
llevara que aun llevara el collar que le había regalado hace algunos años.
Ese collar no había costado mucho, pero tenía un gran valor para
ambos. Él se lo había regalado en su duodécimo cumpleaños. Era un collar del
que colgaba una brújula, y tras la brújula tenía una inscripción que decía “el
camino siempre te guiara a mí”. Él se había sentido muy apenado por darle ese
regalo, sobre todo por lo impulsivo y fantasioso de ese regalo, pero a ella le
había gustado mucho y le había prometido usarlo siempre, claro, no era posible
usarlo siempre, pero ella lo intentaba. Pero eso era ya parte del pasado.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por Michael que llegaba con
él lo que sería su almuerzo, casi cena.
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Ya habían terminado de comer. Entonces Michael, decidió iniciar una
conversación que involucrara a las dos personas con las que había acabado de
comer. Para hacer más ameno el rato, se dijo a sí mismo.
—¿Y ustedes como se conocieron? —pero cometió el inocente error de
preguntar sobre el pasado, un pasado del que ninguno quería hablar.
—Bueno… pues nuestros padres son amigos, por eso siempre
habíamos sido cercanos —dijo Abril muy tímidamente, dando a entender que
ya no eran tan cercanos como antes.
—Gracias por la comida, y la hospitalidad. Nos vemos otro día —corto
Bruno a Abril y se levantó, de forma un poco descortés. Cuando salió, decidió
irse a su casa y descansar.
No pudo dar más de cinco pasos, cuando en su camino se interpuso
Abril, y lo miro, una mirada que guardaba una mezcla entre decepción y ganas
de pedir perdón. Y entonces dio un paso adelante, aunque él intento irse ella se
lo impidió, y se decidió a hablar.
Al estar frente a frente volvieron todos los recuerdos a ambos.
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Ella lo abofeteo y salió corriendo. No le hablo en semanas, y cuando por fin
volvieron a verse ella se limitó a decirle que no lo quería volver a ver, jamás.
Él quedo destrozado, se sentía no solo rechazado ya, también
traicionado por la que creía era su mejor amiga, le había dejado una marca que
no sanaría en años, pues, aunque fueran solo niños, sus sentimientos eran
muy reales.
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zafarse de su compañía, sabía que eso no resultaría. Simplemente se limitaron
a caminar, caminar y pensar. Pensar bastante.
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Cinco minutos más tarde iba a doblar la esquina que daba con la calle
en la que vivía, cuando lo vio. Eran Nicolas y la chica nueva besándose,
entonces por curiosidad se quedó mirando, pero con precaución, por eso se
escondió. Cuando vio que ella entraba a su casa y que él se subía a su
motocicleta retomo la marcha hacia su casa.
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Al caminar por la acera se quedó viendo la casa de Liz, como se hacía
llamar, no era nada como la recordaba, y se le hacía extraño lo rápido que
habían hecho las remodelaciones, aun mas cuando eran tan complejas. Era
casi que otra casa, la anterior había sido una típica casa con fachada de
ladrillos y un antejardín ni muy cuidado ni en mal estado, de dos pisos. Por el
contrario, esta era una casa de tres pisos, pero parecía más pequeña, el ultimo
era ocupado por el ático, ahora era de color blanco, muy pulcro y bien cuidado,
se podían ver diferentes flores plantadas, sobre todo resaltaban unas rosas que
quedaban junto a la puerta. No le puso mucha más atención y volvió hacia su
casa.
Cuando volteo la vista frente a él estaba el lugar donde vivía, que tiempo
atrás, cuando vivía con sus padres cambiaba constantemente. Desde hace un
año esta se había quedado estática, eso creía, pues no ponía atención a los
detalles, pero hoy, era diferente, se había quedado un buen rato observando el
lugar donde había vivido toda su vida. Tenía grietas, las pinturas azules y los
adornos dorados habían empezado a tornarse de un color negro bastante
desaliñado, ahora no había plantas, él no tenía mucho tiempo para cuidarlas, y
con lo olvidadizo que era, mejor no tenerlas, pero tampoco recordaba haberlas
quitado. Ahora se le antojaba un poco insípido.
Abrió la puerta y cuando entro vio una carta en el suelo, casi se resbala
con ella. La recogió y de inmediato leyó quien era el remitente, entonces supo
de qué se trataba, dejo toda la demas correspondencia de lado y se fue a su
cuarto, ahora poco transitaba por el resto de la casa. Cuando abrió la carta no
pudo leerla, tenía miedo. Por fin consiguió reunir todo el coraje necesario para
saber la respuesta que le llegara.
Lo habían aceptado, su novela había pasado el primer filtro del
concurso.
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mesa de centro, que esta vez sí le hacía honor a su nombre. Se fue a su
cuarto, tuvo que subir la escalera y ¿caminar por un pasillo con dos puertas a
su izquierda y dos a la derecha, la última era la suya, cerró la puerta y se
cambió de ropa. Se sentó frente a su ventana y se quedó mirando a una figura
alejarse por las calles en su motocicleta. Encendido las luces, mientras tanto
sacó su celular del bolsillo de la chaqueta que había dejado en el suelo y llamó,
pero no le contestaron lo cual se le hacía raro, siempre le había contestado.
“Supongo que estará muy ocupado…” pensó.
Ya se estaba haciendo tarde, le dio hambre, se volvió hacia el escritorio
que tenía frente a su cama, se sentó y abrió una pequeña libreta que usaba a
modo de diario, tomo el lapiz. Antes de que pudiera escribir cualquier cosa,
tenía tantas cosas por escribir, fue interrumpida.
—¡¡Liz!! —la llamo su abuela desde la sala de estar— Baja, la comida ya
está lista.
—Voy abuela!! —dijo sin desagrado mientras bajaba, en realidad nada
de lo que su abuela o su hermana hicieran le desagradaba.
La verdad es que no quería bajar, pero el hambre le pudo, termino
bajando. Comió a toda velocidad, y volvió a su cuarto, pero esta vez decidió a
cerrar su diario y acostarse, ya había pasado el momento. No era tarde, pero
no tenía ganas de hacer nada más, tampoco tenía sueño, entonces se quedó
recostada en su cama una hora, dos, tres…
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Cuando entro, por fin se pudo relajar, casi siempre, a esa hora, se
prepararía algo de comer y hablaría con Bruno u otro de sus amigos para
pegarse a algún plan o simplemente pasar un rato. Hoy no. Hoy simplemente
se iba a echar en su cama y disfrutar de lo que quedaba del día haciendo nada,
o más bien pensando, pensando y recordando. Para ese entonces sus padres
aun tardarían en llegar y su hermano se había ido del pueblo hace ya varios
años, por lo cual no esperaba molestias, ninguna. Ese día había sido perfecto,
y seguiría siéndolo hasta terminar.
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instrucciones a seguir para poder participar en la siguiente etapa del concurso.
El los leyó con cuidado, los dejo en su escritorio, mañana lo haría, estaba
seguro de que esta vez no se le olvidaría nada. Y así fue.
Al día siguiente, volvió a leer las instrucciones que le habían enviado, en
realidad eran muy sencillas, tendría que enviar un pequeño ensayo en donde
dijera porque él era la mejor opción para ganar aquel concurso, además de las
razones por las que había decidido participar, fue lo primero que hizo. Tachado
lo anterior de la lista, siguió, eran varias instrucciones en las que, más que
todo, pedían datos personales y demas registros.
Por último, se pedía su asistencia a una cita en el campus, el próximo
lunes, el primer día de primavera, era sábado, entonces la cita estaba
agendada en una semana a partir de ese. Pero Bruno trago saliva, no sabía
cómo contarle a su amigo, ese también era el día del torneo y había prometido
a Nicolas que asistiría. Bueno, algo planearía, se repitió varias veces. No
estaba angustiado, sabía que su amigo era muy comprensivo, además él le
debía una por haberlo plantado en el almuerzo. Y así fue planeando las
palabras que le diría a su amigo.
Cuando termino de realizar todo lo que la carta decía tenía medio día
por delante, apenas eran las dos de la tarde y no tenía nada que hacer, la
escuela apenas había empezado, por lo cual no tenía ya más nada que hacer,
entonces decidió que era momento de llamar a su amigo para almorzar, “si es
que no está muy ocupado con la chica nueva”, pensó. Sacó su teléfono de su
pantalón y marcó.
—Hola Bruno —sonó a través del teléfono—, ya estaba esperando tu
llamada ¿te parece si nos vemos frente al parque? Quiero que conozcas mejor
a alguien —haciendo obvia preferencia a Liz.
—Sí claro —lo dijo en tono amable, aunque realmente no tenía ganas de
interactuar con la chica nueva, porque él sabía que era la chica nueva.
—Y espero que lleves a alguien —hizo el comentario insinuando que era
una cita doble.
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Nicolas había llamado a Liz con animo de invitarla a salir como el día
anterior, a lo cual ella accedió, ambos estaban nerviosos. Pero había planeado
que esta vez sería diferente, pensaba que se conociera mejor con su amigo. El
había insistido en que Bruno también llevara una cita, para no hacer incomoda
la situacion, pero en el fondo presentía que su amigo se iba a limitar a llegar sin
acompañante al lugar donde lo había citado, se llevaría una grata sorpresa.
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—Está bien —ella sabía lo que hacía, entonces decidió seguirle el juego
y no mostrar interés—. Entonces me vas a deber una, y una grande.
Una hora antes de la cita doble, a las seis, los dos amigos decidieron
verse para charlar un rato, en el café de siempre. Esa reunión tenía un motivo,
planear todo para que saliera a la perfección.
—¡¡Taaammmaaarrraaa!! —gritó Bruno, invocando a la mesera, no eran
amigos, la verdad casi no se conocían, pero sentía que la conocía desde hace
mucho, una conocida con aun aura algo extraña.
—Sabes que nos puede atender cualquier otra persona ¿cierto? —su
amigo hizo caso omiso de su comentario. Tamara no solo era su mesera, ya
era casi una amiga, nunca eran atendidos por nadie más.
—No voy a responder a esa pregunta porque tú ya sabes la respuesta.
Llego Tamara a la mesa de siempre y vio a las personas de siempre,
pero esta vez no era lo mismo, tenía un semblante sombrío, y su aspecto era
algo diferente, tenía las piernas un poco hinchadas, al igual que su estómago,
algo le pasaba. Nicolas quiso preguntarle acerca de eso, pero antes de que
pudiera articular cualquier palabra Bruno lo tomo del brazo y movió la cabeza
de un lado a otro en forma de reprimenda. El lo entendió. Esta vez se limitarían
a pedir su orden. Cuando la mesera se fue con la orden de los muchachos,
Nicolas miraba de forma inquisitiva a su amigo.
—Tú sabes que le pasa, y me vas a contar —inquirió Nicolas. Pero su
amigo negó otra vez con la cabeza, pero no dijo palabra. Esa escena la habia
visto muchas veces, lo hacía muy seguido, y él había entendido a interpretar
esos silencios. A veces, se le antojaba demasiado lejano, demasiado taciturno,
es como si su amigo en realidad pudiera estar ahí sin estarlo en realidad.
—¿A quién vas a llevar a la cita? —dijo rompiendo las reflexiones de
Bruno— no me digas que vas a ir solo, va a ser incómodo.
—Lo sé, y no voy a ir solo —no dijo más, la cara que tenía su amigo se
lo impedía. Era un asombro tan puro que parecía exagerado, jocoso para quien
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lo viera y no entendiera la situacion— No me mires así, sé que no soy un Don
Juan como tú, pero tengo mis medios —y las risas no esperaron.
—¿A quién vas a llevar?
—Abril… —con ese nombre el semblante de su amigo cambio de jocoso
a intimidante.
—¿En serio? ¡No puedes llevar a esa perra contigo! —enfatizó la
palabra perra, eso no altero a Bruno, porque sabía la noticia lo iba a alterar,
además, era bastante común en el ese tipo de lenguaje— No. No la vas a
llevar, es más, voy a cancelar la cita. No puedes caer en este círculo vicioso.
Por favor, Bueno, como puedes ser tan inteligente pero tan ingenuo.
—Tranquilo —le dijo en un tono amable pero firme, y Nicolas calló—, yo
más que nadie se lo que paso, pero ella no es la misma, o eso espero.
Además, era mi última carta, nadie más hubiera aceptado.
—No me gusta la idea, pero voy a confiar en ti —presentía que algo
malo iba a pasa, esa chica no le gustaba para nada.
No se dijo más, se dirigieron al lugar de la cita y ahí esperaron. Callados
e incomodos.
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artífice de esa cita doble habia planeado llevarlas a cine, a ver la última película
de terror —nunca fallaba—, y después irían a cenar.
Ambas llegaron al tiempo frente a quienes las esperaban. Ambos
estaban riéndose para sí mismo por lo que acababan de ver, pero sin hacérselo
saber al otro, aún estaban incomodos. Bruno empezó hablando, quería romper
el hielo, presentó a su acompañante.
—Hola, Abril —todos entendieron de inmediato que se sentía incomodo
—. Ya conoces a Nicolas, y ella es Liz…
—Mucho gusto, soy la chica que casi haces caer —dijo Abril antes de
que cualquiera pudiera hablar, en tono entre sarcástico y enojado—, mucho
gusto.
—Disculpa — Hizo un gesto a los dos muchachos antes mientras le
respondió ella como intimidada la vez que se encogía, se sentía apenada—,
mucho gusto.
—No te preocupes, no pasa nada —todos habían visto el gesto de Abril
y lo sintieron un poco exagerado, por eso decidió enmendar esa primera frase
—. Tu eres nueva ¿cierto? No te habia visto.
—Sí…
—Bueno, ya que se conocen ¿qué les parece si entramos? ya va a
empezar— dijo dirigiéndose a todos, pero evito mirar a Abril.
—Sí —respondieron los demas al unisonó y se encaminaron a la oscura
sala.
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Mientras la película parecía estar en su punto medio Bruno decidió salir
de la sala, un impulso que él no entendía, se lo atribuyo a las ganas de ir al
baño, tal vez necesitara un respiro de esa tanda de malas actuaciones y una
pésima trama. Al mismo tiempo, dos sillas a su derecha Liz hablaba con
Nicolas.
—Creo que iré por algo de comer —dijo ella.
—Bueno… tráeme algo —él sabía que la verdadera razón era aquella
pésima función que estaban viendo. Ella salió de la sala cuando escucho eso.
Afuera de la sala, ambos se encontraron.
—No está muy buena la película… —dijo Bruno. Era cierto, era pésima.
—Sí —ella concordaba. Además, intuía la intención de Nicolas al
escoger esa película—, no fue la mejor idea para una cita doble, tal vez hubiera
sido mejor idea un…
—¿Espectáculo de magia? —dijo el elevando el tono. Los dos rieron.
—Iba a decir una cena normal —él lo sabía, también le hubiera gustado
—, supongo que Nico esperaba algo un poco más romántico —puso mucho
énfasis en Nico y en romántico.
—Claro…
Ninguno se sentía mal, a pesar de que no se conocían, lo cual les
pareció raro, pues ambos no solían llevarse bien con extraños. Al final Liz
volvió a entrar, sin la comida que habia prometido a su cita, se le habia
olvidado la excusa usada, y Bruno espero un rato más, al final si tuvo que ir al
baño.
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—Claro… —se sentía decepcionada, pues la estaba pasando bien, a
pesar de la penosa película, y Bruno y Abril le cayeron muy bien. Pero ella
entendía que Nicolás se sentía incomodo, y acepto.
—Adiós entonces —dijeron los otros dos mientras daban la vuelta y se
iban.
Ya en casa de Liz, ambos hicieron lo mismo que la otra vez. Ella bajo, él
la siguió, pero esta vez la acompaño hasta la puerta, se le quedo mirando.
—Lo siento por esta pésima cita —dijo con pesadumbre.
—No fue una mala cita, solo una mala película —le respondió entre risas
—. Me divertí mucho, gracias —y se paro de puntillas para darle un tierno beso
en los labios, justo después entro en su casa.
Él se quedo parado un rato, era extraño para él. Se sentía mejor, en
otra circunstancia no hubiera hecho caso a lo que paso, pero él quería que todo
fuera perfecto y lo tomo como un desastre. Pero se equivocó, y le agrado
equivocarse. Se fue con una gran sonrisa pintada en el rostro.
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