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El País de la Solapa

Por: Alberto Aguirre


Revista Credencial, diciembre de 1998

El colombiano es el rey de la solapa. Qué habilidad para enmascarar las lacras y encubrir
los delitos, qué socarronería para eludir las culpas, qué disimulo para tapar vicios y desviar
imputaciones. Llega a tanto la picardía y doblez del colombiano (el que manda; el otro vive
aplastado), que ha logrado convertir los estigmas en condecoraciones.

La doblez se corresponde con el cinismo. Bolívar llamó a Santander, en carta desde el sur,
"El hombre de las leyes", al tiempo que se nombraba a sí mismo "El hombre de las
dificultades". Y lo que decía era a la vez queja y vituperio. No el Hombre de la Ley, sino de
las leyes, esto es, el rábula, el leguleyo, el cazurro de los incisos, que así ponía trabas a la
guerra. Pero los colombianos convirtieron el vituperio en encomio. Marrulleros.

Y cuando Luis Carlos López, al hablar de la decadencia de su ciudad nativa ("las carabelas
se fueron para siempre de tu rada"), y observar que sus hijos, antes "águilas caudales, hoy son
una caterva de vencejos", agrega con una cierta melancolía: "Mas hoy, plena de rancio
desaliño, bien puedes inspirar ese cariño que uno le tiene a sus zapatos viejos". Y la caterva
de vencejos convirtió la suave befa en monumento.

Y autoridades y plumíferos de voz y letra siguen llamando, sin sonrojo, "cárcel de máxima
seguridad" a la cueva convertida en campo de exterminio. El solapado tiene la virtud de la
retórica: encubrir con palabras altisonantes la podredumbre.

Y al general en jefe de la Policía se le honra y ensalza como "El mejor policía del mundo".
En un reino recto de significados ese título significaría que es la cabeza de la mejor policía
del mundo, pues una cabeza sin cuerpo es un estafermo. Si es la mejor policía del mundo,
eso quiere decir que en este país imperan el sosiego .y la justicia, puesto que toda policía
está llamada a cumplir dos tareas fundamentales: prevenir los delitos, y si se da el delito,
perseguir al delincuente y ponerlo a disposición de la justicia con un buen arrume de pruebas
de cargo.
Pero este país es tenebroso. Aquí se cometen el cincuenta por ciento de los secuestros que
ocurren en el mundo (y el país sólo tiene el 0,5 por ciento de la población mundial), en los
últimos diez años han sido asesinados en las tres Américas, 202 periodistas, de ellos, 84 en
Colombia; cada día se roban en este país un promedio de 35 carros y asaltan dos bancos; en
EE.UU., hay 10 homicidios por cada 100 mil habitantes, y en Colombia (es la rata más alta
del mundo), 87,6 homicidios por cada 100 mil habitantes; la impunidad llega al 97,5 por
ciento de los delitos, o sea, que menos del tres por ciento son resueltos; el 80 por ciento de la
cocaína que es consumida en el mundo sale de este país.
Los hechos son tozudos y contra ellos nada puede la retórica. Aquí no es eficaz la Policía. El
título aquél es cabal ejemplo de solapa.
En un avión militar colombiano, que había salido de Bogotá, descubrieron en Fort
Lauderdale 1.600 libras (americanas) de cocaína. O sea, más de media tonelada. Bonito y
gordo contrabando. Ya no es la bolsita de diamantes que le hacían tragar a los camellos para
pasar la frontera de Arabia: media tonelada no se la traga un elefante. Y había una encimita:
14 libras (americanas) de heroína. Y semejante alijo pasa por las narices de la mejor Policía
del mundo. Pero ahí mismo se encubren con su buena solapa. Sacan al comandante de la
Fuerza Aérea y al comandante de la base de donde salió el avión. No son ellos responsables
del hecho, ni se les achaca responsabilidad alguna. Pero de ese modo proyectan al mundo la
imagen de una investigación pronta y de una inmediata justicia. Y no fueron sino chivos
expiatorios. Ahora, si los despidieron por la culpa in eligendo de que hablan los romanos
(responder por las faltas de los subordinados), habría que llevar el asunto a sus extremos y
despedir al señor Presidente, que es (artículo 189 de la Constitución Nacional) "el coman-
dante supremo de las Fuerzas Armadas de la República". Es que, en verdad, no fue sino la
artimaña marrullera para desplazar estigmas y responsabilidades.

Estamos en el país de la solapa, donde se abisman las culpas en fintas, incisos y retóricas.

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